ADAPTACIÓN DE CONDUCTAS Y
CONVIVENCIA ESCOLAR EN BACHILLERATO
BEHAVIOR ADAPTATION AND SCHOOL
COEXISTENCE IN HIGH SCHOOL
Luisa Fernanda Martínez Gara
Investigador Independiente, Colombia
pág. 3222
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v8i2.10753
Adaptación de Conductas y Convivencia Escolar en Bachillerato
Luisa Fernanda Martínez García1
fernanda0418@hotmail.com
https://orcid.org/0009-0006-7498-5254
Investigador Independiente
Colombia
RESUMEN
La investigación dedicada al análisis de la adaptación de la conducta en niños y jóvenes ha marcado
importantes avances, proporcionando conocimientos y modelos explicativos que abordan diversas
problemáticas que afectan a esta población, como la frustración, la agresión, la rebeldía y el acoso, entre
otros aspectos cruciales. En este contexto, se entiende la convivencia escolar como una gestión clave
que incorpora ideas y propuestas relacionadas con las dificultades en el comportamiento. La
participación democrática en procesos formativos e institucionales surge como un vehículo importante,
brindando nuevas oportunidades para ajustar el comportamiento a nivel individual, respaldadas por
objetivos colectivos. Se subraya la relevancia de la calidad de las interrelaciones en este proceso,
destacando la importancia de construir un entorno educativo que fomente relaciones saludables y
contribuya a la formación integral de los estudiantes. Este enfoque integral, basado en la comprensión
de las complejidades de la adaptación conductual, ofrece perspectivas valiosas para mejorar la
convivencia escolar y potenciar el desarrollo de los niños y jóvenes en su experiencia educativa.
Palabras claves: adaptación de la conducta, convivencia escolar, desarrollo conductual, manejo de las
emociones
1
Autor principal
Correspondencia: fernanda0418@hotmail.com
pág. 3223
Behavior Adaptation and School Coexistence in High School
ABSTRACT
Research dedicated to the analysis of behavior adaptation in children and young people has made
significant advances, providing knowledge and explanatory models that address various issues affecting
this population, such as frustration, aggression, rebellion, and bullying, among other crucial aspects. In
this context, school coexistence is understood as a key management that incorporates ideas and
proposals related to behavior difficulties. Democratic participation in formative and institutional
processes emerges as an important vehicle, providing new opportunities to adjust behavior at an
individual level, supported by collective objectives. The relevance of the quality of interrelationships
in this process is emphasized, highlighting the importance of building an educational environment that
fosters healthy relationships and contributes to the integral formation of students. This comprehensive
approach, based on understanding the complexities of behavioral adaptation, offers valuable
perspectives for improving school coexistence and enhancing the development of children and young
people in their educational experience.
Keywords: behavior adaptation, school coexistence, behavioral development, emotional management
Artículo recibido 28 febrero 2024
Aceptado para publicación: 25 marzo 2024
pág. 3224
INTRODUCCIÓN
En el contexto del bachillerato, la adaptación de conductas y la convivencia escolar se establecen como
elementos cruciales que moldean la experiencia educativa de los adolescentes. La adolescencia, como
etapa de intensos cambios biopsicosociales, añade complejidad a la dinámica escolar, marcando el inicio
de un periodo donde la formación de la identidad y la interacción social adquieren una relevancia
fundamental. Este proceso no solo implica desafíos en el desarrollo conductual de los estudiantes, sino
también confronta a las instituciones educativas con la tarea de fomentar un entorno propicio para la
convivencia pacífica.
En ese sentido, se plantea explorar tres ejes clave que enfocan la intersección entre la adaptación de
conductas y la convivencia escolar en el nivel de bachillerato. Primeramente, se aborda el Desarrollo
Conductual en la Adolescencia, destacando aspectos relevantes que influyen en la forma en que los
jóvenes interactúan y se adaptan en el entorno educativo, a partir de autores como García y Magaz
(1998); De la Cruz y Cordero (2015), entre otros. Posteriormente, se expresan algunas consideraciones
sobre los Desafíos en la Convivencia Escolar, examinando las conductas disruptivas, la indisciplina y
otros obstáculos que enfrentan tanto estudiantes como instituciones, partiendo de autores como Villalba
y Copo (2020).
El tercer subtema se centraen la Adaptación de la Conducta y la Convivencia Escolar, explorando
estrategias y enfoques que han demostrado ser efectivos en mejorar el clima escolar y promover
relaciones positivas. A través de esta exploración, se buscará comprender cómo la participación activa
de la comunidad educativa, la gestión escolar adecuada y la atención a aspectos emocionales
contribuyen a una convivencia escolar exitosa, mediante la revisión a Ramírez (2021); Cahuana (2019),
entro otros autores relevantes.
Desarrollo Conductual: Aspectos Relevantes en la Adolescencia.
Acerca de la adaptación humana, autores como García y Magaz (1998) advierten que esta habilidad
implica un conjunto de capacidades físicas y mentales para que el individuo se desarrolle
armoniosamente con el resto del mundo. Es decir que, al hablar de adaptación, se refleja el carácter
funcional de las personas para regular aspectos emocionales y de conducta, en virtud de asimilar
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necesidades, deseos, gustos y pensamientos de acuerdo con las normas, las preferencias, los intereses y
los deseos de los demás.
En este sentido, la adaptación adquiere una modalidad funcional al ser concebida como una herramienta
que facilita la armonía entre el individuo y su entorno. Se va más allá de la mera conformidad, ya que
implica la asimilación consciente de necesidades, deseos, gustos y pensamientos, considerando no solo
las normas sociales, sino también las preferencias individuales, los intereses colectivos y los deseos de
los demás. Este enfoque holístico de la adaptación resalta la capacidad del ser humano para no solo
ajustarse a su entorno, sino también para contribuir de manera activa a la construcción de un equilibrio
dinámico entre su propia identidad y las demandas de la sociedad.
De igual manera, Bronfenbrenner (1987) propuso la idea de la teoría del desarrollo humano, como el
resultado de estructuras del entorno, emocionales y psicológicas coherentemente alineadas al mundo
social, aunque con un carácter dinámico en el que las personas entran a interactuar generando beneficios
para mismo y los demás, en medio de un sistema general de socialización. Esto es, la capacidad de
asimilación y acomodación a experiencias en virtud de un equilibrio constante a pesar de las
perturbaciones, incluyendo normas de convivencia. Este proceso dinámico de ajuste y aprendizaje
contribuye a fortalecer la capacidad de los individuos para enfrentar los desafíos en el entorno escolar
y promueve un desarrollo armonioso en el ámbito social y académico.
Este proceso dinámico de ajuste y aprendizaje propuesto por Bronfenbrenner (1997) contribuye
significativamente a fortalecer la capacidad de los individuos para enfrentar los desafíos en el entorno
escolar. La interacción constante con el entorno social y académico impulsa un desarrollo armonioso,
donde la adaptación no es solo un acto reactivo, sino una herramienta activa para la construcción de
habilidades y competencias. Esta teoría resalta la importancia de este equilibrio en la formación integral
de los individuos, no solo como receptores pasivos de normas, sino como agentes activos en la
construcción y ajuste constante de su conducta en función de un contexto social en evolución.
Actualmente, se reconoce que la capacidad de adaptarse al contexto implica habilidades de
afrontamiento con un marcado carácter biopsicosocial, en el que las personas se ajustan para aceptar el
entorno y regular cambios físicos y psicológicos en pro de la interacción armoniosa y equilibrada. Para
García y Magaz (1998), si bien las normas de convivencia dependen de la cultura en la que se encuentre
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inmerso, es posible asegurar la adaptación conductual como un control de impulsos y de buena
comprensión emocional para comunicarse asertivamente, respondiendo a las exigencias de manera
semejante.
En ese sentido, la adaptación podría entenderse como un proceso multidimensional toda vez que, de él
subyacen procesos psicosociales donde los ámbitos externos e internos de las personas, derivan al
desarrollo de mecanismos para regularse, en tanto que se consolidan estrategias para sobrellevar
problemas a lo largo de la vida. Considerando a los individuos en proceso de desarrollo madurativo, se
puede inferir que, al menos en el caso de los adolescentes, aún no se han modulado completamente las
competencias necesarias para lograr una adaptación positiva del comportamiento en prácticamente
cualquier ámbito de la vida (familiar, escolar, relacional con pares, entre otros).
En lo que respecta a cada adolescente, este experimenta diversas luchas en busca de autonomía y para
superar crisis y contradicciones. Razón por la cual tanto varones como mujeres terminan por encontrarse
inmersos en momentos tumultuosos, como por ejemplo, agresiones e incluso situaciones de violencia.
Este aspecto se ha explicado de diversas maneras, algunos lo interpretan como un intento por encontrar
identidad, mientras que otros señalan estos fenómenos como el resultado de conductas derivadas de
refuerzos o castigos, según el entorno.
Si bien la función sica de los niños y los adolescentes en general parece mostrar interés por la
consolidación de la identidad es importante destacar que, en la adolescencia, dicha capacidad está
constituida por importantes cambios a nivel biológico, psicológico, afectivo y social tal como lo
establece Papalia et al. (2010) en su modelo biopsicosocial del desarrollo humano.
Este tipo de comportamientos son comprendidos como una categoría disocial derivando a reacciones
de agresividad, acompañado de otras características, como el consumo de sustancias o manifestaciones
autodestructivas. Por lo tanto, la dificultad de adaptación pone de manifiesto otro tipo de conductas que
prenden las alarmas debido a actos delictivos, comportamiento antisocial y la transgresión de las
normas, aunque es importante advertir, que muchos casos asociados suelen verse causados por rupturas
familiares, desencadenando el carácter psicopatológico de la adaptación (Ramírez, 2021).
Por su parte, De la Cruz y Cordero (2015) plantean que, así como existen teorías que se fundamentan
en el ambiente familiar como la variable de mayor influencia en la conducta, también es crucial
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reconocer aspectos socioculturales, como las normas y costumbres, que modulan pautas o formas de
reaccionar en las interacciones. Estos aspectos resultan determinantes, llevando a la persona a una
posición concreta: ya sea hacia la regulación de su propia conducta o en sentido contrario. Estos
elementos son considerados en cuestionarios y herramientas de evaluación, como se detallará más
adelante.
En ese sentido, mientras que en la infancia se experimenta una formación estructural fundamental en el
desarrollo psicomotriz, en la adolescencia, se establece un estilo comportamental plenamente
identificado. Este no surge por variación genética, sino que depende de rasgos específicos de la
personalidad que se consolidarán en la edad adulta. De allí precisamente que para Blumtritt y Crissién
(2020), los estímulos del ambiente resulten determinantes, pues influyen en el éxito o fracaso de los
individuos en desarrollo madurativo, para fortalecer habilidades y destrezas que dan lugar a la
personalidad, es decir, el estilo o modo con el que el individuo interactúa con su contexto.
El carácter multidimensional en el que se desarrolla el adolescente permite asociar un enfoque ecológico
establecido por Bronfenbrenner (1987), quien enfatiza una visión interaccionista entre los distintos
ámbitos de vida del individuo, para articular un sistema de contextualización complejo compuesto por:
microsistema, mesosistema, exosistema y macrosistema.
El primero de ellos refiere a los espacios inmediatos del adolescente, es decir, la familia, los pares y la
escuela, donde se generan relaciones próximas con otras personas. Respecto al mesosistema, se explica
como el medio de desarrollo del individuo, representado por el vecindario y la comunidad, en el que
influyen creencias, valores y medios de comunicación familiarizados. Así, al hablar de macrosistema,
se implica el contexto social estructural, al referirse a variables sociales, políticas, culturales y
económicas que atraviesan las posibilidades de desarrollo del adolescente a través de instituciones de
distinta índole (salud, vivienda, educación, seguridad).
De este modo, la interrelación entre los sistemas conlleva dinámicas que modelan y regulan el
crecimiento. Las experiencias del adolescente dentro de diversos contextos dan origen a prácticas que
se internalizan y externan gradualmente, dependiendo de las capacidades de aprendizaje para ajustarse
integralmente al mundo que le rodea. Como consecuencia de un desarrollo armónico entre individuo y
sociedad, se definen aspectos fundamentales como la autonomía, la identidad y las competencias.
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Al respecto, De la Cruz y Cordero (2015) desarrollaron un instrumento de medición de la adaptación
conductual denominado Inventario de Adaptación de Conducta (IAC), reduciendo los sistemas a cuatro
ámbitos fundamentales del adolescente, a saber: el ámbito personal, el ámbito escolar, el ámbito familiar
y el ámbito social. Según los investigadores, el propósito central de este instrumento radica en examinar
la personalidad de los adolescentes a lo largo de su proceso de crecimiento, detallando los diversos
patrones de ajuste en su comportamiento mediante la aplicación de modelos que facilitan la
comprensión de la interrelación entre lo personal y lo social.
Ramírez et al. (2019), dan a entender que la autoestima, por sí sola, capacita al individuo para aceptar
los cambios en su cuerpo sin perder el control de sus impulsos ni el interés por nuevas experiencias. De
este modo, la aceptación de los cambios se erige como un componente esencial de la adaptación
personal, gracias a la capacidad de discriminar y abordar nuevas problemáticas, así como de cultivar
intereses en consonancia con el avance de la edad.
La adaptación familiar, está definida por la capacidad de adaptarse al entorno familiar incluyendo
componentes de acoplamiento, pertenencia y rol en el contexto del hogar. Esto significa que el
adolescente, en el ámbito familiar, debe desarrollar conciencia de sus propias responsabilidades respecto
a un sistema de valores heredados que dan lugar a una comprensión mutua y equilibrada entre los
miembros de la familia (De la Cruz y Cordero, 2015).
En el marco de este estudio de investigación, se aborda la compleja temática de la adaptación en el
ámbito familiar, la cual se encuentra intrínsecamente vinculada a los roles desempeñados por los
progenitores y al nivel de participación que los hijos asumen en su búsqueda de autonomía. Este
proceso, esencial para el desarrollo familiar, requiere desde el inicio de un sistema de normas
consensuadas que garantice un equilibrio armonioso entre los individuos involucrados. Además de
responsabilidades, también se intercambian afectos y tratos cálidos que producen, precisamente, el
carácter dinámico entre roles de la familia, disminuyendo el distanciamiento y aumentando las
habilidades de gestión emocional y asertividad (De la Cruz y Cordero, 2015).
Dentro del contexto de la adaptación escolar, adquiere significativa importancia la transición a un nuevo
ciclo académico, las interacciones con los compañeros de clase, y la relación tanto con los docentes
como con las normas establecidas. Estos elementos se presentan como indicadores primordiales para el
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análisis, ya que la valoración que se atribuye a la experiencia escolar juega un papel determinante en la
configuración de relaciones equitativas tanto entre pares como con figuras de autoridad, según lo
señalado por De la Cruz y Cordero en su estudio (2015) y Pérez et al., (2024).
Sin embargo, al referirse a un contexto de adaptación lejos de los padres o cuidadores, es importante
considerar la confianza tanto consigo mismo como con los otros, para modular la actitud con la que se
desenvuelven las interacciones con actores propios de la escuela (estudiantes, docentes, directivas), en
calidad de trabajo individual y grupal (De la Cruz y Cordero, 2015).
En relación con la adaptación en el ámbito social, se consideran las normas impuestas por la sociedad
como elementos que contextualizan la dinámica de las relaciones entre el individuo y el sistema que lo
condiciona. Es decir, se destaca la importancia del equilibrio establecido entre las personas y las
oportunidades de participación dentro del entorno social en el que están inmersas, tal como lo señalan
De la Cruz y Cordero (2015).
Para los investigadores, capacidad de participación social se convierte en la medida que utiliza el
individuo para evaluar su papel en el mundo, remitiendo a una conciencia activa que le ayuda a
identificar cuál es el nivel de interacción y asertividad con la que se puede establecer contactos o
relaciones en esferas sociales distintas, incluso aquellas que resultan poco familiares (Ramírez et al.,
2019).
El Inventario de Adaptación de Conductas (IAC), desarrollado por el Departamento de Investigación y
Desarrollo (TEA Ediciones), abarca estas variables en su totalidad, presentando un conjunto integral de
cinco cuadernillos, veinticinco hojas de respuestas auto corregibles y un manual técnico de
interpretación. Esta configuración resalta la relevancia de discernir el nivel de adaptación de la conducta
adolescente en diversas esferas de la vida, subrayando la importancia de esta herramienta para una
evaluación comprehensiva.
En este contexto, la inclusión del individuo en estas esferas sociales está determinada por la
convivencia, ya que la armonía entre la persona y el grupo social, independientemente de si pertenece
a él o no, resalta habilidades sociales y competencias emocionales. Estas habilidades se manifiestan en
la proactividad, la empatía, la capacidad para establecer criterios personales y la habilidad para enfrentar
la crítica.
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Desafíos en la Convivencia Escolar
Considerando que el manejo adecuado de la conducta resalta su papel crucial en la aceptación de normas
de comportamiento, se puede dar significado a los esfuerzos educativos dirigidos a establecer
condiciones propicias para un entorno social saludable y relaciones íntegras (Villalba y Copo, 2020).
Sin embargo, el problema se halla en la dificultad de amenizar las conductas que suponen algún tipo de
conflicto para conseguirlo.
Ante esto, se consideran desafíos: las conductas disruptivas, por la ruptura de la tranquilidad del aula;
las conductas indisciplinadas, debido a la desobediencia de las normas, aunque no haya intenciones de
molestar; el desinterés académico, caracterizado por el rechazo al aprendizaje que se refleja en el
incumplimiento, la impuntualidad y la inatención; y las conductas antisociales, que derivan a tentativas
contra la integridad física y/o mental de otras personas. Esto sugiere que, si bien se ha considerado la
conducta como una variable de intervención fundamental durante los últimos años, es preciso construir
estrategias que apunten a la asunción de metas colectivas, especialmente si denota un sentido ético del
estar juntos.
Enfrentar los desafíos vinculados a la convivencia escolar implica abordar una gama diversa de
conductas que pueden afectar tanto el ambiente del aula como la experiencia académica en su conjunto.
Las conductas disruptivas, al interrumpir la armonía en el entorno de aprendizaje, plantean un desafío
directo para la calidad de la enseñanza y el bienestar de los estudiantes. Asimismo, las conductas
indisciplinadas, aunque no busquen perturbar, pueden generar tensiones en el cumplimiento de las
normas fundamentales para una convivencia escolar efectiva. El desinterés académico, manifestado en
actitudes como el incumplimiento, la impuntualidad y la inatención, constituye otro reto significativo
que requiere estrategias específicas para fomentar la motivación y el compromiso estudiantil.
En ese sentido, se reconoce la convivencia escolar como punto de anclaje entre las acciones educativas
más importantes de la institución y las conductas esperadas de los estudiantes, pues se establece la mejor
convivencia es el resultado del relacionamiento positivo, bajo valores fundamentales, agradables y
beneficiosos para la formación íntegra de las personas.
Al lograr estos elementos en una convivencia social positiva, no solo se garantiza un desarrollo
conductual adaptativo apropiado, sino que también se promoverán las circunstancias para cultivar un
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ambiente social saludable y relaciones robustas (Villalba y Copo, 2020).
De esta manera, la convivencia escolar se aborda con mayor efectividad si el tema de estudio se centra
en la prevención de las conductas disruptivas, procurando algunos de las siguientes características: 1.
El desarrollo de capacidades afectivas y de la comunicación, en el que se construyen relaciones
interpersonales más o menos sólidas y basadas en la autorregulación, la empatía y el asertividad; 2. La
necesidad de alinearse al currículo, atendiendo capacidades y oportunidades de mejora en los
estudiantes, pues de allí se implican saberes sociales y prácticos que dan sentido al logro académico; 3.
La convivencia por la toma de decisiones, en asuntos que conciernen a todos los actores implicados,
permitiendo un análisis detallado del conflicto; y 4. La importancia de involucrar alumnos en la
elaboración y seguimiento de las normas escolares, facilitando la toma de decisiones e influyendo en el
cumplimiento de las mismas.
Desde luego, las interacciones positivas como causa de un estado de aula armonizado se convierten en
el objetivo por excelencia de cualquier proyecto en convivencia escolar. Sin embargo, si no se apunta
al levantamiento de una cultura de paz, más allá de las interacciones, entonces los esfuerzos pedagógicos
y de gestión perderían su carácter constructivo, dejando de lado herramientas para la resolución del
conflicto, Torrego et al. (2022) advierte lo siguiente:
La convivencia escolar no puede entenderse simplemente como una respuesta de
prevención a la violencia, ya que supone un proyecto ilusionante y un compromiso
colectivo por querer vivir con y para los otros en torno a una meta o proyecto común.
Precisamente, esto implica generar procesos sociales de participación orientados a la
creación de un sentido positivo de pertenencia a la institución (Torrego et al., 2022, p. 94).
Este enfoque de la convivencia escolar, como un proyecto enraizado en la colaboración y la consecución
de objetivos comunes, resalta la necesidad de cultivar un ambiente que promueva la interacción positiva
entre los miembros de la comunidad educativa. No se limita únicamente a abordar conflictos o prevenir
situaciones negativas, sino que aspira a generar dinámicas en las que los individuos se sientan motivados
a contribuir al bienestar colectivo. La creación de un sentido de pertenencia no solo fortalece los lazos
entre los estudiantes, docentes y personal administrativo, sino que también nutre un ambiente propicio
para el desarrollo integral de cada miembro de la comunidad educativa.
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Observando detenidamente, se puede deducir que la clave para asegurar una convivencia escolar
efectiva radica en la participación de la comunidad educativa en su conjunto, y no únicamente de los
estudiantes. Esta característica dota al sistema educativo de condiciones para el desarrollo de la
personalidad bajo principios democráticos, pues se cimentan mecanismos para el aprendizaje en la vida
social, sin olvidar las capacidades para fortalecer los vínculos (Ramírez et al., 2019).
Aldana (2021), comenta que en Colombia la Ley 1620 de 2013 del Ministerio de Educación Nacional
establece el sistema nacional de convivencia escolar, orientado hacia la promoción de los derechos
humanos, con el objetivo de prevenir y reducir la violencia, incorporando de manera significativa los
derechos sexuales y reproductivos como estrategias de intervención efectivas. En este sentido, el
organismo ha delineado una serie de mecanismos que respaldan la formación de ciudadanos respetuosos
de lo público, orientados hacia la construcción de la paz y la asunción de responsabilidades sociales que
contribuyan a cerrar brechas en la sociedad. Según el autor, esta implementación ha impulsado un mayor
compromiso por la participación, teniendo en cuenta el contexto diverso y multicultural que caracteriza
al país.
Gracias a esta fundamentación, autores como (Ramírez, 2021) presentan atributos de convivencia
escolar que se sujetan a las acciones educativas especialmente orientadas hacia: la integración efectiva
del Proyecto Educativo Institucional (PEI); los programas de tutoría y orientación escolar y el liderazgo
dentro de la institución educativa y la promoción de valores éticos son elementos cruciales. A medida
que se avanza, el entorno escolar se verá gradualmente transformado hacia actividades de mejora tanto
a nivel institucional como interpersonal, siempre y cuando se mantenga un horizonte social claramente
establecido.
En este contexto, el desarrollo emocional emerge como un ámbito esencial para anticipar la calidad de
las relaciones interpersonales durante procesos específicos. Investigaciones, como la realizada por
Villalba y Copo (2020), proponen una orientación socioafectiva centrada en una perspectiva crítica y
tolerante, enlazada con la promoción de la inteligencia emocional. Esto se debe a que a partir de esta
habilidad surgen los sentimientos de los niños, los cuales deben ser reconocidos y dirigidos de manera
positiva. Este enfoque contribuirá a la formación de individuos exitosos en el futuro, que es la meta
deseada en esta área.
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Por su parte, este tipo de antecedentes permite ver que los procesos cognitivos y emocionales juegan un
rol importante en la producción de recursos personales para adaptar la conducta. dicha producción es
determinada por los ajustes a la crisis, especialmente en la adolescencia, periodo en el que se concentran
dos categorías elementales: el social-contextual y el práctico-funcional.
En el primero de ellos, el social-contextual, que se señalan instancias de vida que se integran gracias a
los procesos armónicos de la convivencia, más aun, de la convivencia escolar donde se halla la
autoeficacia, como principio de seguridad de las propias capacidades; la prosocialidad, refiriendo al
punto de apoyo cargado de empatía y compromiso por el bien común; y la autorregulación conductual,
donde el control de impulsos favorece también el control del pensamiento y de las emociones, según el
entorno.
Contemplando el futuro, se entiende la participación y los procesos socioemocionales como factores
centrales en la dinámica de la convivencia escolar (Ramírez et al., 2019). Esto supone que la calidad de
los aprendizajes mejore sustancialmente toda vez que se recurran a competencias y recursos específicos
en medio del trabajo por la convivencia, como son: la tipificación de conflictos en la institución, los
modelos de gestión integral y la configuración de valores institucionales acorde a sus actividades
humanas, en virtud de analizar herramientas para fundamentar planes de convivencia escolar.
La relevancia de un enfoque completo y cohesionado en la construcción de una convivencia escolar
positiva se fundamenta en la gestión de la vida social, trascendiendo la mera prevención de conflictos.
En el ámbito de la convivencia escolar, se ha desarrollado una herramienta de evaluación por parte de
Torrego et al. (2022). Esta herramienta se fundamenta en cuatro factores esenciales que incluyen el
marco protector de la convivencia, programas o planes de mediación, iniciativas de apoyo y el proceso
democrático en la creación de normas.
Esta nueva perspectiva sobre la convivencia escolar reconoce que la gestión escolar obtiene mayores
beneficios en la formación cuando se abordan los factores del marco protector y la mediación de
conflictos a través de actividades que valoran la convivencia, como la promoción y la participación
dentro de procesos institucionales, más específicamente, a través de la elección del equipo de mediación
para la resolución de conflictos en la escuela. Este tipo de procesos de convivencia plantean una
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dimensión ordenada de la vida al interior de la institución, mientras se evidencian funciones y
mecanismos generales por donde transitan los estudiantes, incluso desde grados iniciales.
En relación con los programas de asistencia o planes de ayudantías, se destaca el nivel de compromiso
institucional necesario para garantizar la administración de oportunidades, con el propósito de que los
estudiantes asuman un papel protagónico en la organización. Esto es, estimular la vocación de
estudiantes capaces de ayudar e intervenir en procesos institucionales, con la asunción de funciones que
comprometen su rol tanto estudiantil como funcional en la organización (Rodríguez et al., 2018). Estos
aspectos ponen a prueba el compromiso de los estudiantes para implicarse en acciones tutoriales de la
convivencia escolar.
La creación de oportunidades para que los estudiantes asuman un papel protagónico en la organización
implica una inversión significativa en su desarrollo personal y social. Estimular la vocación de aquellos
capaces de brindar ayuda e intervenir en procesos institucionales no solo fortalece la comunidad
educativa, sino que también contribuye a la formación de líderes y ciudadanos comprometidos.
Por otro lado, estos programas de asistencia ponen a prueba el compromiso y la responsabilidad de los
estudiantes al implicarse en acciones tutoriales relacionadas con la convivencia escolar. La participación
activa en procesos de mediación y apoyo no solo ofrece beneficios a nivel individual, al desarrollar
habilidades de empatía y resolución de conflictos, sino que también contribuye al bienestar general del
entorno escolar. Estas iniciativas refuerzan la idea de que la convivencia escolar efectiva no solo
depende de la intervención de adultos o profesionales, sino que involucra activamente a los propios
estudiantes en la construcción y mantenimiento de un ambiente educativo positivo y saludable.
Estos elementos proporcionan fundamentos para la planificación de las actividades de gestión, de las
cuales surgirán dinámicas de relaciones que fomentarán la formulación de normas y estrategias de
convivencia. Por ende, es crucial analizar estas dinámicas desde la perspectiva de las políticas
educativas (Loyola, 2020).
Bajo estas consideraciones, se sostiene que la convivencia escolar parte de un enfoque en relaciones
sociales que aborda, invariablemente, la adaptación del comportamiento a través de la participación y
mecanismos implicados en los derechos humanos, éticos y morales, desde un punto de vista holístico e
integral.
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Adaptación de la Conducta y la Convivencia Escolar
Considerando que las interrelaciones humanas en la educación se han convertido en un tema de alta
relevancia científica y académica, debido a los esfuerzos de los últimos años por la identificación de
conductas potencialmente dañinas y naturalizadas (por ejemplo, bullying, exclusión, indiferencia), es
fundamental abordar estas dinámicas desde una perspectiva preventiva y educativa.
Por lo tanto, estudios como el de Cahuana (2019) han explorado factores que influyen en la capacidad
de reconocer y regular conductas desde la misma formación. Una iniciativa enfocada en promover
comportamientos regulados y plenamente adaptados a la convivencia escolar optó por implementar
talleres para abordar conductas agresivas en estudiantes de una institución educativa en Perú.
La iniciativa específica de implementar talleres para tratar conductas agresivas en estudiantes de una
institución educativa en Perú destaca la importancia de una intervención proactiva y educativa en la
promoción de comportamientos adaptados a la convivencia escolar. Al centrarse en el desarrollo de
habilidades y estrategias que fomenten la autorregulación y la adaptabilidad, estos estudios subrayan la
necesidad de abordar no solo las manifestaciones conductuales, sino también los factores formativos
que inciden en la adopción de comportamientos adecuados.
Utilizando un diseño experimental-longitudinal, se desarrolló un taller pedagógico compuesto por tres
unidades generales con 12 sesiones de aprendizaje centradas en la irritabilidad, el resentimiento, la
agresión física, la sospecha, el respeto, la autonomía y la solidaridad como ejes principales de
transformación. Este taller se implementó en un grupo de 71 estudiantes de sexto grado (33 en el grupo
experimental y 38 en el grupo control).
Para evaluar los resultados, se utilizó una adaptación del cuestionario modificado de agresividad de
Buss y Perry (1992), realizando pruebas antes y después de la intervención. A pesar de que los resultados
del pretest revelaron un 97% de conductas agresivas (nivel alto) en la fase diagnóstico, se observó una
considerable disminución en el grupo experimental, alcanzando un 69,7%, mientras que el grupo control
mantuvo niveles significativos de conductas agresivas (71,1%).
Este tipo de resultados soportan datos empíricos con los que contrastar la capacidad directa de las
acciones pedagógicas sobre la consecución de estrategias de adaptación, de manera que los estudiantes
respondan de manera apropiada ante situaciones o hechos diversos en contextos determinados. Es
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evidente que las aulas se convierten en espacios de dinámica académica, social, personal, familiar y
global, tal como se abordaron desde las actividades, en búsqueda de una convivencia escolar
consolidada.
La atención centrada en la adaptación social llevó consigo la necesidad de atención hacia la inteligencia
emocional como recurso de potenciales habilidades para la vida, donde el comportamiento, cumple en
función a la diversidad de estímulos procesados ya sean positivos o negativos. Partiendo de un enfoque
cuantitativo cuasiexperimental, se estructuró un plan de trabajo donde el programa de convivencia
abarcó la autorregulación, las habilidades sociales y la resolución de conflicto como ejes de trabajo, en
una muestra de 534 (grupo experimental=414, grupo control=120) niños pertenecientes a distintas
escuelas secundaria de Perú.
Utilizando herramientas estadísticas de confiabilidad como G-Power y SPSS 25 para los instrumentos,
y pruebas de normalidad como Shapiro-Wilk y U de Mann-Whitney para los resultados, se identificó
una diferencia significativamente superior (P=0,05) en el progreso de las habilidades blandas en el
grupo experimental. Aspectos como el autocontrol, la resiliencia, el liderazgo, la mediación, la empatía,
el trabajo en equipo, la asertividad y la conciliación mostraron una relación directa con la mejora de la
convivencia escolar.
Por su parte, y a pesar de los cambios significativos al interior de las instituciones educativas en
cuestión, es importante tener en cuenta que la inteligencia emocional sin una base familiar y comunitaria
que la sostenga simplemente no genera transformaciones profundas en la educación. En este sentido,
este tipo de resultados se ven fielmente acompañados de discusiones en perspectivas sociales
determinantes que permiten pensar en los aspectos culturales que atraviesan las habilidades de
adaptación conductual tan vitales dentro y fuera de aula.
La dimensión familiar emerge como un pilar fundamental en las estrategias para fomentar la
convivencia escolar desde la perspectiva educativa. En su tesis doctoral, Ramírez (2021) propone un
programa de habilidades sociales fundamentado en el modelo socioeducativo con el objetivo de
impulsar la convivencia escolar. Este estudio utiliza un enfoque cuantitativo experimental, abordando a
un grupo de 122 estudiantes de secundaria en Perú. Utilizando un cuestionario de convivencia escolar,
se evaluaron el clima escolar, la satisfacción, las conductas conflictivas, el apoyo familiar, la resolución
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de conflictos y las agresiones recibidas y producidas como principales dimensiones de análisis. Entre
los resultados, se exhibe que el 63,9% de los estudiantes cuentan con oportunidades para dinamizar con
ambientes de aprendizaje compartidos, donde las interrelaciones y la capacidad de resolución de
problemas concretan un punto de competencia formativa para la convivencia escolar.
De igual manera, las dimensiones conductuales de las habilidades sociales son reflejo de la socialización
de aprendizajes para la adaptación, especialmente cuando son reforzadas desde casa. Bajo un enfoque
cuantitativo cuasiexperimental, se desarrollaron actividades relacionadas al ámbito cognitivo,
actitudinal, conductual y espiritual en distintos ámbitos de vida (institucional, interpersonal, familiar)
para una muestra de 58 estudiantes de Perú (grupo control=30, grupo experimental=28). Estos hallazgos
sugieren una disparidad entre los dos grupos, asignando una mayor capacidad de adaptación al clima
social escolar al grupo de control (P=0,08314). Este grupo exhibe habilidades cognitivas e
interpersonales que les permiten regular entornos positivos no solo en el hogar, sino también en diversas
áreas de la vida.
Estos aportes proporcionan áreas de intervención en las cuales las acciones pedagógicas pueden influir,
implementando valores y responsabilidades propios de los adolescentes. Estos individuos experimentan
una serie de procesos evolutivos que abarcan tanto lo biológico como lo sociocultural, destacando así
la importancia de proponer oportunidades de aprendizaje y mejora tanto dentro como fuera del aula.
Como se mencionó, la importancia de la regulación de la conducta radica en la actual tendencia de
identificar características comunes de la violencia dentro de la sociedad (Cahuana, 2019). El objetivo
centrado en determinar la correlación existente entre la adaptación de la conducta y la agresividad en
estudiantes de secundaria de una institución peruana, en virtud de responder a la necesidad de ampliar
conocimientos para establecer datos reales de adaptación en la escuela.
Para ello, utilizaron un enfoque cuantitativo correlacional-causal aplicando el Inventario de Adaptación
de Conducta IAC (Departamento de I+D+i, 2015) y el Cuestionario de Agresividad AQ (Buss y Perry,
1992) sobre una muestra de 114 estudiantes de escolaridad secundaria. Los resultados dejan ver que lo
referido a adaptación de conductas (Adaptación personal, familiar, educativa y social) se hallaron en
niveles normalizados, mientras que, lo referido a agresión, sólo 2 de cada 3 estudiantes expresa ira hacia
los demás (Cahuana, 2020).
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No obstante, los datos ofrecidos por el estadístico Rho de Spearman evidencian que no se halla relación
estadísticamente significativa entre todas las variables, sino que, se halla relación estadística negativa
entre Adaptación de Conducta y nivel Bajo de Agresividad según el estadístico Rho de Spearman (r = -
0.185; p<0.05).
A partir de estos aportes, es posible considerar aspectos empíricos de la relación entre variables de
conducta y rasgos de la violencia naturalizada, como la agresión en la escuela. De modo que el
ofrecimiento de datos exactos y sustentados en estadísticos arroja luz sobre un panorama práctico que
se encuentra condicionado a las transformaciones socioculturales de la actualidad. En este sentido, es
viable identificar similitudes y discrepancias entre los factores que influyen en la adaptación de la
conducta en entornos escolares, especialmente cuando se involucran actores sociales que la refuerzan,
en función de los objetivos inmediatos.
CONCLUSIONES
Con base a los aspectos abordados, se comparten algunas conclusiones que proyectan ideas extraídas a
partir de la temática tratada. En primer lugar, la adaptación de conductas en el contexto del bachillerato
se configura como un proceso multidimensional, influido por factores internos y externos que inciden
en la interacción de los adolescentes en el entorno educativo. La comprensión de estos aspectos
esenciales resulta crucial para diseñar estrategias pedagógicas efectivas que favorezcan un desarrollo
armonioso.
En principio, la adaptación humana, observada desde la adolescencia, se revela como un fenómeno
complejo y dinámico que abarca diversas dimensiones. Desde la perspectiva de Bronfenbrenner, se
destaca la necesidad de equilibrar estructuras del desarrollo emocional con el entorno social,
enfocándose en la regulación constante de emociones y comportamientos. Este enfoque se convierte en
una guía esencial para comprender cómo los individuos en proceso de maduración se enfrentan a
desafíos y crisis en la búsqueda de su identidad y autonomía.
De igual forma, la adolescencia, marcada por la transición y la formación de la identidad, presenta una
serie de desafíos y comportamientos agresivos que a menudo encuentran raíces en factores
socioculturales y familiares. Este reconocimiento destaca la necesidad de un apoyo adecuado y
comprensión profunda durante esta fase crucial del desarrollo. La importancia de adoptar un enfoque
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ecológico que considere la interconexión de contextos, como la familia, la escuela y el entorno social,
se destaca como clave para comprender la experiencia multidimensional de la adaptación en la
adolescencia.
Por su parte, y dentro de una estrategia de intervención, el Inventario de Adaptación de Conductas (IAC)
emerge como una herramienta valiosa al abordar aspectos en los ámbitos personal, escolar, familiar y
social. Esta herramienta proporciona una visión integral que facilita la evaluación profunda de la
adaptación de los adolescentes. Se enfatiza la importancia de elementos como el respaldo académico y
la participación social como factores críticos que influyen en el desarrollo integral y la convivencia
positiva durante esta etapa vital. En resumen, comprender y abordar la complejidad de la adaptación en
la adolescencia requiere un enfoque holístico y herramientas específicas que consideren las diversas
facetas de esta fase fundamental del crecimiento humano.
También se concluye que la problemática de la convivencia escolar involucra desafíos significativos
relacionados con las conductas disruptivas, la indisciplina, el desinterés académico y las conductas
antisociales. Para abordar estos desafíos de manera efectiva, es esencial construir estrategias que
promuevan metas colectivas, fomentando relaciones positivas basadas en valores fundamentales. La
convivencia escolar se posiciona como un punto crucial de conexión entre las acciones educativas y las
conductas esperadas de los estudiantes, siendo fundamental para el desarrollo íntegro de las personas.
Además, se destaca la importancia de la gestión escolar en la construcción de una convivencia positiva,
abordando factores como el desarrollo emocional, la resolución de conflictos y la participación activa
de los estudiantes en la creación y seguimiento de normas. La formación de ciudadanos respetuosos y
comprometidos con la convivencia pacífica requiere un enfoque integral que incluya tanto aspectos
cognitivos como socioemocionales.
Finalmente, la adaptación de la conducta y la promoción de habilidades sociales emergen como
estrategias efectivas para mejorar la convivencia escolar. Programas pedagógicos que aborden la
inteligencia emocional y las habilidades sociales, tanto a nivel individual como grupal, demuestran
impactos positivos en la reducción de conductas agresivas y en la creación de un clima escolar
favorable. La participación activa de la familia y la comunidad complementa estos esfuerzos,
consolidando un enfoque integral para garantizar una convivencia escolar exitosa.
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