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Un líder populista debe hablar a sus seguidores de una manera que los persuada y los inspire, debe ser
capaz de contar historias que expliquen una y otra vez quién es el pueblo, quién es el antipueblo y, sobre
todo, quién es el líder en cuestión [...]. Los líderes populistas hacen referencia de manera constante a su
historia personal y privada, hablan de sí mismos, de su infancia, de sus valores, de sus familias; enredan
lo público, lo privado y lo biográfico de una y mil maneras, logrando transformarse en un símbolo, un
significante y un programa. (Casullo, 2019, p. 73)
Dos casos ilustran lo anterior. El primero es el liderazgo que estableció Chávez, que, en un discurso
dado seis meses después del golpe de 2002, que lo retiró del cargo por dos días, arengaba a sus
seguidores con esta retórica: «Llegué aquí para quedarme, no habrá poder [...] que a mí me logre
arrancar del pueblo, de ustedes, porque en verdad ya yo no soy ni siquiera yo mismo, ya yo no me
pertenezco, ya yo no me pertenezco a mí, yo soy de ustedes hoy y para siempre». (Arenas, 2007, p.
162). El segundo caso es el de Trump, que, refiriéndose a sus seguidores, decía «las gentes que me
siguen son muy pasionales, aman a su país y quieren que este país sea grandioso de nuevo» (Lowndes,
2016, citado en De la Torre, 2018, p. 184).
En el rol de guiar al «pueblo», el líder populista se presenta como su salvador, el único artífice posible
del futuro soñado. Según Laclau (2004), en torno a este rol se construye la identificación simbólica del
grupo y, según Peruzotti (2008), de ese modo el líder da expresión y entidad al «pueblo», sacándolo de
la marginalidad en que permanecía bajo el antiguo orden político y colocándolo en el centro del nuevo
régimen. Por ejemplo, Morales señalaba «Y mediante la Asamblea Constituyente pasamos del Estado
Colonial “mendigo” que era Bolivia, a un Estado plurinacional digno. Ahora tenemos dignidad»
(Morales, 2014, citado en Dankowski y Jurgielewicz, 2020, p. 130).
Igualmente, «como presunta encarnación de la voluntad popular o como fideicomisario del pueblo, su
papel es simplificar los temas del debate y desambiguar la identidad del campo populista» (Arditi, 2010,
p. 133). Al respecto, es ilustrativo lo que Trump, en la Convención del Partido Republicano de 2016,
declaró: «Estos son los hombres y mujeres olvidados de nuestro país. Gente que trabaja duro pero que
ya tiene una voz. Yo soy vuestra voz» (Hawkins, 2016, citado en Ramírez, 2020, p. 65).
«El pueblo» solo puede movilizarse de manera efímera y reactiva; es el líder populista quien debe
acompañarlo y guiarlo, pues «el líder se autopercibe como un redentor del pueblo, que, con coraje y