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Los procesos educativos, orientados al desarrollo integral del ser humano, demandan estrategias
formativas que potencien destrezas de pensamiento útiles tanto para el ámbito escolar como para la vida
cotidiana. El énfasis recae en generar un discurso educativo que posea cualidades de reflexión y
observación, respaldadas por argumentos sólidos.
Desde las prácticas pedagógicas, surge la necesidad de identificar estrategias efectivas para cultivar el
pensamiento crítico en los estudiantes. Los resultados de las pruebas oficiales, en este caso, el estudio
de los datos que arroja la prueba de lenguaje (lectura/escritura) a nivel nacional, evidencian la necesidad
de reevaluar las actividades educativas actuales para alinearse con esta meta crucial (ver figura 1).
La gamificación, según Marín I y Hierro E (2013), se define como una técnica, método y estrategia que
parte del conocimiento de los elementos atractivos de los juegos. Su objetivo es identificar aspectos
dentro de una actividad, tarea o mensaje en un entorno no lúdico, para convertirlos en dinámicas de
juego. La finalidad es establecer una conexión especial con los usuarios, motivar cambios de
comportamiento y transmitir mensajes o contenidos, creando así una experiencia significativa y
motivadora (p.1).
En términos más simples, la gamificación es una táctica que, aplicada correctamente, puede motivar a
los estudiantes, llevándolos a abordar los contenidos de manera lúdica y creativa. Este camino tiene el
potencial de mejorar significativamente la forma en que aprenden, impulsando un cambio en la sinapsis
cerebral y, por ende, reestructurando el proceso de enseñanza/aprendizaje. Desde esta perspectiva, el
objetivo es potenciar las habilidades de pensamiento crítico, mejorando así los procesos educativos.
La era digital ha transformado radicalmente la enseñanza, colocando a niños y jóvenes en un entorno
saturado de información, tecnología y constantes cambios. Sin embargo, las generaciones de transición
luchan por seguir el acelerado ritmo de los estudiantes. Ante esta realidad, docentes y autoridades
buscan globalizar el conocimiento de manera apresurada, enfrentándose a tensiones entre la regulación
institucional y la creatividad innovadora (Herrera & Bayona, 2018, p. 15).
La segmentación de saberes según la etapa de desarrollo se ha vuelto esencial. Desde la primera infancia
hasta la educación media, cada etapa demanda enfoques específicos para garantizar una transición
armoniosa y pertinente entre los retos académicos. Sin embargo, las limitaciones, especialmente en
zonas rurales, donde el acceso a tecnologías es un privilegio, obstaculizan este proceso.