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El desarrollo tecnológico ha contribuido, pues, a la ubicuidad de las prácticas de vigilancia en nuestras
sociedades. Un carácter asimismo ubicuo se concibe para el peligro dentro de la mentalidad de estas
sociedades, en la cual la securitización actúa en una dinámica autocatalítica, apoyada en el incremento
de esta sensación de inseguridad, que lleva a la población a demandar una mayor y más continua
vigilancia (Marcos, 2018, p.3).
La cual, ya sea desde el trasfondo panóptico o líquido, contribuye a erosionar la privacidad, la intimidad,
que son
entendidas como un valor retrógrado, represivo, puritano (…) De ahí el auge, a veces desmedido de los
reality shows, donde la vida transcurre en vivo y a la vista de audiencias multitudinarias; de Facebook
y sitios similares donde cada uno muestra sus fotos, sus preferencias, sus conversaciones, sus amigos,
su humor, sus datos de contacto; de blogs que lo cuentan todo. No hay filtros, o siquiera los menos
posibles, para no traicionar el ideal de total transparencia (Nager, 2015, p.56)
Que se ha generado a través de “la recaudación y almacenamiento de datos de parte de los grandes
círculos empresariales como: Facebook, Amazon, google, entre otros, que se han enriquecido a través
del lucrativo ecosistema económico digital” (Zuazo 2018, p.6), en la cual, información, nuestros datos
como prolongación de la existencia física real, en el entorno digital, “se compran, se venden, viajan de
un lugar a otro, incluso al exterior sin que el interesado se entere, peor aún, sin que pueda impedirlo”
Stiglitz, (citada por Gonzáles, 1993, p.2).
El magno poder de esta vigilancia, ha convertido al hombre en este tiempo de liquides informativa, de
vigilancia panóptica y capitalista, en lo que Chul Han (2013) denominó como la antítesis que se ilumina
bajo el poder de la vigilancia que le convierte en víctima – victimario, vigilante y preso del panóptico
de sí mismo, “cautivo de una tecnología orientada a la vigilancia que ha creado un mundo más frágil,
en cuanto a derecho de privacidad” (Korstanje, 2014, p.385). El cual va marcado por
un acelerado proceso de extimidad, cuya proclama se basa, en que, quien no está conectado a la red
digital “no existe”, y su protección parece estar siendo dictada para una sociedad de consumo, donde el
marketing publicitario ha individualizado, perfilado y encerrado sistemáticamente a las personas, con
el fin de hacer análisis predictivos y en muchas ocasiones incidiendo de manera nociva en la sicología
y decisión de consumo (Cano, 2018, p. 126).