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Durante la transición hacia el siglo XXI, las Organizaciones Mundiales jugaron roles importantes en la
conceptualización de dichas habilidades y competencias. Fue así, como la Organización Mundial Salud
(OMS), propone una primera definición del concepto estableciendo que “Habilidades para la vida son
habilidades para el comportamiento positivo y adaptable, que permiten a los individuos lidiar
eficazmente con las demandas y los retos de la vida cotidiana” (1993, p. 6).
Posteriormente, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(1996), por medio del informe Delors, complementó esta visión al enfocarse no solo en el desarrollo
individual, a través de competencias cognitivas, físicas, afectivas y emprendedoras, sino también en el
desarrollo social mediante competencias comunicativas, cívicas y de respeto al medio ambiente.
Así mismo, a finales de 1997, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)
lanzó el proyecto conocido como DeSeCo, que buscaba identificar competencias esenciales a nivel
global. Este proyecto definió las competencias como la capacidad de responder a demandas individuales
o sociales combinando habilidades prácticas y cognitivas, conocimientos, motivación, valores, actitudes
y emociones de manera efectiva.
Luego la OMS (2016), a través de la iniciativa FRESH, amplió aún más el concepto de HpV,
describiéndolas como un conjunto de “competencias psicosociales” y “destrezas interpersonales” que
también incluían la capacidad de transformar el entorno de una manera que promovieran la salud física
y mental.
Enfoque de la educación en competencias
El enfoque de la educación basado en competencias, es una propuesta que nace en los países
anglosajones durante los años sesenta, el cual se estableció primero en el contexto laboral para analizar
las habilidades necesarias en los puestos de trabajo y para el desarrollo profesional. Este enfoque
incluyó una variedad de competencias como las laborales, profesionales, blandas, duras, genéricas,
específicas, básicas y docentes, adaptándose a diferentes contextos de aplicación (Lozano y Herrera,
2013).
La transición de esta visión al sector educativo comenzó con la educación técnica y la formación
profesional, empleando diferentes herramientas (DACUM, AMOD y SCID), para asegurar que la
formación profesional y técnica estuviese alineada con las necesidades reales del mercado laboral,