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déficit en la formación básica de las personas, por medio de estrategias de prevención y alfabetización
emocional a través del sistema educativo, y abordar los efectos del analfabetismo emocional (crímenes,
violencia, arrestos, uso de armas de fuego, suicidios, inseguridad ciudadana, depresión, ansiedad, estrés,
desordenes de la alimentación, abuso de drogas y alcohol).
La educación emocional debe desarrollarse más allá de una simple forma autodidacta, lo que cada
persona realiza para desarrollar su emocionalidad, sino que se debe fomentar para lograr dar cuenta del
reconocimiento y la comprensión de las distintas emociones, reforzando las características personales
como factores preventivos ante los problemas que afectan las instituciones educativas (Cicuendez,
2010). Las competencias y habilidades que se desarrollan con la educación emocional permiten
disminuir los índices de violencia y agresión, la tristeza, la depresión, y también aumentar de las
habilidades sociales, la empatía, la autoestima, el rendimiento académico, la adaptación social, escolar
y familiar (Campillo, 2015).
En este sentido, es importante que los profesores logren reconocer los estados emocionales de sus
estudiantes y además puedan observar y comprender las distintas emociones, de manera que consigan
aprovechar y potenciar las que resulten más efectivas en el logro, la consolidación y la evocación de los
aprendizajes. Asimismo, lleguen a potenciar la creación de climas en el aula emocionalmente saludables
donde los estudiantes sean capaces de gestionar las emociones de forma positiva (Valenzuelo, 2010),
tomar decisiones adecuadamente y resolver las situaciones de la vida cotidiana.
El papel del docente como modelo y promotor de la educación emocional en fundamental en el
desarrollo de competencias emocionales dentro del aula, inicialmente como ejemplo y guía, desde su
propio reconocimiento y gestión emocional, y también, valiéndose de las situaciones generadas en el
contexto escolar. Para Pérez y Filella (2019) los docentes deben fortalecer el reconocimiento emocional,
la regulación de la rabia y la resolución de conflictos, al tiempo que va desarrollando el currículo y
enseñando los contenidos tradicionales de su asignatura.
Palomera et al., (2019) sostienen que actualmente se forma más a los profesores en temas didácticos y
en lo relacionado con el uso de la tecnología, que en destrezas para tener relaciones positivas con los
estudiantes y de autorregulación para liderar las aulas de clases, lo que afecta el logro de las metas
propuestas. De aquí que Campillo (2015) destaque la importancia de una emocionalidad saludable en