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La simulación y el aprendizaje son dos conceptos muy unidos dentro del proceso educativo. Las
simulaciones generan un ambiente de aprendizaje interactivo, lo que permite a los estudiantes explorar
la dinámica de un proceso.
Como herramienta de apoyo al estudio presenta numerosas ventajas: favorece el aprendizaje por
descubrimiento, obliga a demostrar lo aprendido, ejercitación del alumno de forma independiente,
reproducir la experiencia un elevado número de veces con el mismo control de variables, permite al
alumno reaccionar tal como lo haría en el mundo profesional, fomentar la creatividad, ahorra tiempo y
dinero, propicia la enseñanza individualizada, y facilita la autoevaluación (Salas y Ardanza, 1995;
Mason y Rennie, 2006; Ruiz,2008)
En la actualidad, el paradigma educativo está centrado en el estudiantado y, para que el aprendizaje sea
efectivo, significativo y funcional, se ha requerido que las instituciones de educación superior renueven
metodologías de enseñanza que han sido por décadas tradicionales, para modificarlas por otras
innovadoras, dentro de las cuales se encuentra la simulación. Esta metodología innovadora se utiliza
para sustituir o ampliar las experiencias reales a través de experiencias guiadas, que evocan o replican
aspectos sustanciales del mundo real, de una forma totalmente interactiva.
Pero para el logro de lo anterior nos centramos ahora en el logro de competencias del estudiantado,
tomando de referencia los cuatro pilares básicos del saber: “Aprender a conocer, aprender a hacer,
aprender a vivir juntos, aprender a ser”.
Una competencia es un “saber hacer” complejo, que se manifiesta en la actuación efectiva sobre una
situación problemática, para cuya solución se movilizan integradamente diferentes habilidades,
conocimientos y actitudes (Camargo-Escobar y Pardo-Adames, 2008; Díaz-Barriga, 2005; Rodríguez,
2007; Yaniz y Villardón, 2006). Las competencias genéricas o transversales se refieren al desarrollo de
las personas, tanto en su dimensión intrapersonal como de interacción con otras (Ramírez y Medina,
2008). Las competencias específicas reflejan el desempeño propio de cada profesión (Hawes y Corvalán,
2005).
Tradicionalmente la formación impartida en las universidades se ha caracterizado por la transmisión de
conocimientos, a partir de un perfil profesional. La titulación obtenida acredita que un titulado puede
ejercer, si lo desea, una profesión. Sin discusión, se han formado excelentes profesionales, que acceden