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Por tanto, ser emocionalmente inteligente significa mantener una relación armónica con las emociones
negativas: ira, frustración, ansiedad, tristeza, odio, etc., facilitando el paso a las emociones positivas,
como el altruismo, alegría, generosidad, humildad. Tal que una actuación inteligente sería, saber
identificar el origen de las propias emociones para poder controlarlas de forma reflexiva y ser capaces
de establecer relaciones adecuadas entre los pensamientos, las emociones y el comportamiento de forma
a orientar la vida personal. En otras palabras, si la persona conoce qué sentimientos provocan sus
estados de ánimo, podrá manejarlos mejor para, de esta forma, solucionar los problemas que generan.
En este orden la educación emocional es un concepto más amplio que la inteligencia emocional. Hoy
más que antes se aprecia la necesidad de adquirir competencias emocionales en la infancia y en la
adolescencia para un desarrollo personal y profesional, por lo que es necesario comenzar lo antes
posible con la educación emocional.
La inteligencia emocional tiene efectos positivos en muchos aspectos de la vida, pues ayuda a disminuir
la ansiedad o estrés y a aumentar el bienestar emocional y la felicidad.
Extremera citado por Álvarez (2008) manifiesta que los alumnos emocionalmente inteligentes poseen
mejores niveles de ajuste psicológico y bienestar emocional, descubren mayor calidad y cantidad de
redes interpersonales y de apoyo social. Son menos propensos a realizar comportamientos disruptivos,
pueden llegar a obtener mejor rendimiento escolar al enfrentarse a situaciones de estrés y capaces de
controlar el consumo de sustancias adictivas, entre otros.
Para afrontar estos problemas, además de la información y formación intelectual los niños y los
adolescentes necesitan aprender habilidades no cognitivas, es decir actitudes emocionales y sociales
para facilitar la adaptación global de los ciudadanos en un mundo cambiante, con constantes desafíos y
peligros. La alfabetización emocional surge como la educación en el conocer de los sentimientos y
emociones humanas, así como el saber expresar dichos sentimientos, reconocer esos sentimientos y
emociones en sí mismos y entender el lenguaje verbal y no verbal con que las otras personas intentan
manifestarnos sus sentimientos y emociones. Saber encauzar esos sentimientos y emociones hacia el
desarrollo de uno mismo como persona, hacia la consecución de una motivación dinamizadora y hacia
el establecimiento de mejores relaciones con los demás en un ambiente de comunicación y
relacionamiento asertivo, proactivo y de construcción constante.