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INTRODUCCIÓN
Los animales no humanos están presentes en la vida diaria de los humanos e impregnan una diversidad
de contextos sociales al proporcionarnos alimentos y ropa, utilizarlos en la investigación, y ofrecer
entretenimiento, ocio y compañía, entre otros. A pesar del impacto que los animales tienen en la vida
humana y viceversa, existen relativamente pocos estudios que aborden el impacto de la formación de
los futuros profesionistas del ámbito pecuario en las relaciones entre humanos y animales como un
dominio importante de la actividad humana (Graca et al., 2018).
En términos generales, es posible afirmar que, en las últimas décadas, el interés de profesionistas y de
la sociedad en general, respecto al bienestar de los animales y a su calidad de vida, ha ido en franco
incremento. La ciencia brinda evidencia de las capacidades de sintiencia y sufrimiento de los animales
no humanos, lo que nos obliga a brindarles condiciones de vida que les aseguren un adecuado bienestar
y una calidad de vida libre o con el mínimo sufrimiento posible, procurando en mayor medida su disfrute
(Broom, 2017; Capó, 2016; Dawkins, 2016).
Las actitudes son juicios de valor aprendidos (Prado y Millet 2015), encaminados a responder de una
manera consistente o inconsciente, favorable o desfavorable respecto a una persona, animal, grupo,
situación, idea, etc. Zubieta (2018) indica que las actitudes son estilos de percepción aprendidos en
función de la relación de creencias, factores sociales, cultura, conocimientos y valores con el criterio
propio. Segura (2014), plantea que las actitudes darán paso a la presentación de respuestas conductuales
específicas, por lo que concluye que éstas se aprenden y todo lo que se aprende se puede también
enseñar; se puede decir entonces que las actitudes se pueden educar y refinar, así como deteriorarse y
desaparecer por factores internos o externos que las afecten.
Swan (2016), indica que las actitudes de los individuos hacia los animales varían con el género, la edad,
el nivel de educación, la existencia urbana o rural, la experiencia de la infancia, la religiosidad y la
personalidad. Indica también que, en términos generales, las mujeres, los adultos más jóvenes, los
habitantes urbanos de educación superior, y los que tenían mascotas en la infancia, tienen niveles más
altos de actitudes positivas hacia los animales. Por el contrario, Serpell (2004) expresa que los hombres,
los adultos mayores y los habitantes rurales con poca educación tienden a tener niveles más bajos de
actitudes positivas hacia los animales.