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porqués. Es magia: te ofrece una nueva percepción de tu propia vida, te da las claves para modificar
conductas. En suma, pasas del desconcierto a la alegría. Alguien dijo que “contarlo por escrito es
volver a vivirlo, poniéndose a salvo del desorden propio de la vida”. Además. Lo que no se escribe se
pierde en el camino. Estoy convencida de que la escritura te prepara para toda clase de destinos, como
dice Julian Barnes.
Por otra parte, a través de la evidencia que aporta algún sueño, uno puede descubrir sus deseos
insatisfechos o reconocer situaciones que no puedes alcanzar, al escribir, ese sueño le otorgas un orden a
lo soñado y la angustia se diluye. Así sucede cuando experimentamos también sentimientos de manera
consciente, el lenguaje del inconsciente es el del sueño, el de la poesía. Tu inconsciente puede saber
más que tú, y sí lo escribes tú también lo sabrás. Hoy Freud explica que las emociones agazapadas en el
subconsciente suben a la conciencia durante los sueños. Tomarse un tiempo mirando hacia adentro,
siendo paciente, confiar en la espera y leer, es una manera de mirar, entre líneas, lo escrito de lo que
presenciamos en nuestra vida. En realidad, alguien dijo: que uno mira con los ojos, pero ve con la
mente. Por consiguiente, el posible malestar no proviene de las cosas miradas, sino de lo que
pensamos acerca de las cosas, y al escribirlas nos hacemos conscientes de ello.
Dice la en esos momentos en que creemos que el mundo nos abandona porque se derrumban los
proyectos y que no alcanzamos los deseos, una frase dicha por otra persona es capaz de cambiar
nuestra percepción. De hacer girar la realidad como un calidoscopio en nuestro interior. Benditas
palabras, como dice Zygmunt Bauman. El hecho de que para los pensadores no sea posible pensar sin
escribir se debe a ese juego celestial que posibilitan las palabras. Completando la idea, ese juego no se
produce naturalmente, sino dependiendo de la mirada de la persona que escribe en el amplio sentido de
la palabra, esa “mirada” que abarca varios aspectos como: la ideología, personalidad, época, historia
personal, nacionalidad, edad, etcétera. Por consiguiente, suelo decir que cada persona tiene unas cuantas
palabras a las que yo llamo fundamentales, matrices que les disparan una catarata de asociaciones para
bien y para el mal. Las palabras pueden descubrirnos un tesoro, pues al escucharnos nos muestran ese
mapa interno lingüístico que nos determina, por ejemplo, las palabras: pero, no, nada, nunca, jamás ni
nadie, son palabras que delatan el malestar, la insatisfacción, las carencias y en ocasiones marcan una
personalidad.