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La arquitectura implica un proceso complejo que comienza con la proyección y la planeación. En esta
fase, se consideran aspectos como la distribución de espacios, la iluminación, la ventilación y los puntos
de carga óptimos y máximos, que garantizan la seguridad y eficiencia de las estructuras (Allen, 1995).
Además, la arquitectura debe estar en armonía con las actividades cotidianas de las personas, lo que la
convierte en una forma de expresión cultural y social (Frampton, 2020). Por ejemplo, un edificio no solo
debe ser funcional, sino también reflejar los valores y necesidades de la comunidad a la que sirve.
La arquitectura también tiene un componente artístico, ya que permite a los diseñadores expresar ideas
y emociones a través de la forma, el espacio y los materiales (Pallasmaa, 2012). Este aspecto artístico
no solo contribuye a la belleza de las estructuras, sino que también influye en la convivencia humana.
Espacios bien diseñados pueden fomentar la interacción social, mejorar el bienestar emocional y
promover un sentido de pertenencia (Gehl, 2011). Por lo tanto, la arquitectura no es solo una disciplina
técnica, sino también una herramienta para mejorar la calidad de vida de las personas.
Aunado a ello, se conjunta con el urbanismo, el cual es una disciplina que estudia y planifica las ciudades
desde una perspectiva integral, considerando aspectos como la estética, la funcionalidad, la sociología
y la economía (Hall, 2014). A diferencia de la arquitectura, que se enfoca en edificios individuales, el
urbanismo aborda la ciudad como un sistema complejo en el que interactúan múltiples elementos, como
viviendas, transporte, espacios públicos y servicios (Lynch, 1960). El objetivo del urbanismo es crear
ciudades que sean no solo habitables, sino también sostenibles y equitativas.
Desde el punto de vista estético, el urbanismo busca armonizar los diferentes elementos que conforman
la ciudad, creando un paisaje urbano coherente y atractivo (Cullen, 1961). Esto incluye la disposición
de edificios, calles, plazas y áreas verdes, así como la integración de elementos históricos y culturales.
Sin embargo, la estética no es el único criterio; el urbanismo también debe garantizar que las ciudades
sean funcionales, es decir, que satisfagan las necesidades básicas de sus habitantes, como vivienda,
transporte y servicios públicos (Jacobs, 1961).
La sociología juega un papel importante en el urbanismo, ya que las ciudades son, ante todo, espacios
sociales. El diseño urbano puede influir en la forma en que las personas interactúan, se relacionan y se
organizan (Sennett, 2018). Por ejemplo, los espacios públicos bien diseñados pueden fomentar la
convivencia y el sentido de comunidad, mientras que los mal diseñados pueden generar segregación y