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AGRESIÓN Y VIOLENCIA, UNA
IMPRESCINDIBLE DESAMBIGUACIÓN DE
CONCEPTOS
AGGRESSION AND VIOLENCE, AN ESSENTIAL
DISAMBIGUATION OF CONCEPTS
Carlos Raúl Bernal Miramontes
Universidad Autónoma de Nayarit, México
Ma. del Rocío Figueroa Varela
Universidad Autónoma de Nayarit, México
Xóchitl Angélica Arreola Ávila
Universidad Autónoma de Nayarit, México
pág. 4808
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i2.17254
Agresión y Violencia, Una Imprescindible Desambiguación de Conceptos
Carlos Raúl Bernal Miramontes1
carlos.bernal@uan.edu.mx
https://orcid.org/0009-0002-2911-6691
Universidad Autónoma de Nayarit, México
Ma. del Rocío Figueroa Varela
rocio.figueroa@uan.edu.mx
https://orcid.org/0000-0003-0858-383X
Universidad Autónoma de Nayarit, México
Xóchitl Angélica Arreola Ávila
xochitl.arreola@uan.edu.mx
https://orcid.org/0009-0000-8201-653X
Universidad Autónoma de Nayarit, México
RESUMEN
El presente artículo enfatiza la necesidad de diferenciar dos términos comúnmente utilizados de manera
indiferenciada: violencia y agresión. A través de una revisión conceptual se estableció la relación entre
el concepto y su definición, posteriormente se describen diversas tipologías y definiciones de ambos
términos donde se encontró que ambos conceptos tienen elementos compartidos, lo que pudiera ser
factor de confusión, sin embargo se encontraron ciertas tendencias en diferentes perspectivas teóricas
para asociar a la agresión a factores biológicos, combinados con aspectos del contexto y la violencia a
factores socio-políticos principalmente, concluyendo así, que este podría ser un elemento diferenciador
para posteriores abordajes de ambos fenómenos.
Palabras clave: agresión, conceptualización, desambiguación, violencia
1
Autor principal
Correspondencia: rocio.figueroa@uan.edu.mx
pág. 4809
Aggression and Violence, An Essential Disambiguation of Concepts
ABSTRACT
This article emphasizes the need to differentiate between two terms commonly used interchangeably:
violence and aggression. Through a conceptual review, the relationship between the concept and its
definition was established. Subsequently, various typologies and definitions of both terms are described.
It was found that both concepts share common elements, which could be a source of confusion.
However, certain trends were identified in different theoretical perspectives, associating aggression with
biological factors, combined with contextual aspects, and violence primarily with socio-political factors.
Thus, it is concluded that this distinction could serve as a differentiating element for future approaches
to both phenomena.
Keywords: aggression, conceptualization, disambiguation, violence
Artículo recibido: 14 febrero 2025
Aceptado para publicación: 17 marzo 2025
pág. 4810
INTRODUCCIÓN
Las estadísticas sobre violencia en México denotan un fenómeno creciente o al menos sostenido, una
revisión de la de la tasa de incidencia delictiva expuesta en la Encuesta Nacional de Victimización y
Percepción sobre la Seguridad Pública (ENVIPE), dan cuenta de ello; en nuestro país en 2023, en 10.6
millones de hogares, al menos una o uno de sus integrantes fue víctima del delito, cifra porcentualmente
similar a la de 2022. Ese mismo año, la prevalencia delictiva fue estimada en una tasa de 23,323 víctimas
por cada 100 mil habitantes (INEGI, 2024).
Ahora bien, abordando un aspecto de la violencia de género, el panorama de la violencia contra las
mujeres no presenta perspectivas más alentadoras. Según los resultados de la Encuesta Nacional sobre
la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), levantada entre 2020 y 2021,
aproximadamente el 70.1 % de las mujeres en nuestro país, han experimentado al menos un incidente
de violencia, que pudo ser psicológica, económica, patrimonial, física, sexual o discriminación en al
menos un ámbito y ejercida por cualquier persona agresora a lo largo de su vida. Cifra que muestra un
incremento de 4 puntos porcentuales respecto a los resultados de la misma encuesta levantada en 2016
(INEGI 2021).
Uno de los problemas principales en el abordaje de la violencia es la falta de una definición precisa que
cuenta de la multiplicidad de formas en las que ésta se presenta o, cuando menos, señale sus
características más importantes y comunes (Martínez,2016), comúnmente es confundida con la agresión,
al menos conceptual y teóricamente, pues incluso llegan a mencionarse en diversos ámbitos como
sinónimos, lo que complica el abordaje diferenciado de los mismos.
Cabe precisar que, al aproximarse a un fenómeno es necesario determinar sus atributos peculiares, de
modo que podamos distinguirlo claramente de otras manifestaciones parecidas, esta tarea debe constituir
una búsqueda constante para alcanzar la mayor precisión, claridad y orientación en la definición del
elemento tratado. A pesar de haber diferencias notables entre los conceptos de agresividad, agresión y
violencia, éstas pasan inadvertidas y habitualmente se nombran agresivos actos que son violentos, o
como violentos, actos que son agresivos, considerándolos como sinónimos.
El propósito del presente artículo es delimitar, a partir de aportaciones teóricas, los conceptos de
agresión y violencia para poder diferenciarlos. La importancia que tiene la definición de un concepto
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tanto en la expresión oral, como escrita se centra en evitar diversas problemáticas y sesgos al utilizar
constructos en forma indiscriminada y es fundamental para la comprensión precisa del fenómeno o
problema, así como en el diseño de intervenciones adecuadas y la creación de un marco legal y ético
apropiado.
Importancia de la definición precisa
Los conceptos existen desde que los seres humanos tuvimos la capacidad de abstraer, es decir, de tomar
de la realidad elementos significativos de cada objeto o fenómeno, y de asociar o disociar esos elementos
en función de similitudes y diferencias. Por lo tanto, los conceptos son creaciones típicamente humanas
y constituyen la expresión más evidente de las capacidades que tenemos los humanos de asimilar lo que
es y lo que sucede.
Un concepto es la representación mental de un objeto o fenómeno sin afirmar o negar nada de él. Al
tratarse de una representación mental, es un modo de tener presente en el pensamiento el fenómeno u
objeto dado. Jaramillo-Bolívar y Canaval-Erazo (2019) aportan en este sentido que el concepto es
elemento que enmarca la construcción de argumentos que caracterizan el elemento central para el
desarrollo de teoría. No hay que confundir esta representación con la simple imagen, pues los conceptos
o ideas no se pueden imaginar ya que carecen de color, tamaño o figura en el caso de objetos y de
situaciones específicas en el caso de fenómenos. De esta forma, el concepto de violencia o agresión
evocaría un fenómeno con características intrínsecas, mientras que una imagen de violencia o agresión
evocaría una situación específica tal como se pudo haber vivido.
Por otro lado es conveniente acotar que definir proviene del latín: definire y quiere decir delimitar, poner
límites. Por lo tanto una definición es la expresión de lo que es un objeto o fenómeno sin añadirle o
quitarle nada. Es decir, los conceptos se refieren a ciertos objetos o fenómenos y explican con exactitud
a qué tipo de objetos o fenómenos, se refieren tales conceptos, es precisamente el acto de definirlos lo
que permite el pensamiento crítico y por ende, la discusión e investigación pertinente y significativa
(Vendrell & Rodríguez, 2020).
La importancia de una buena definición reside principalmente en que con ella se elimina la ambigüedad
del vocabulario, de esta forma se hace posible la uniformidad de pensamiento y conclusiones en los
diversos sujetos que abordan un fenómeno. Sin una adecuada definición de los conceptos, se corre el
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riesgo de estar hablando de cuestiones diferentes utilizando las mismas palabras. Ningún área del
conocimiento podría avanzar en la conclusión de sus propósitos si no se definen los conceptos que le
son inherentes, sin la previa aclaración de estas nociones cualquier discusión científica podría
convertirse en una simple charla amena; interesante pero sin validez en sus tesis.
Tomar a las definiciones como punto de partida de cualquier argumento no sólo facilita la identificación
de los objetos o fenómenos con los que trabajamos en nuestro discurso, sino que permite enlazar una
crítica de las posiciones preconcebidas en ese terreno de tal manera que, construir definiciones es ya
propiamente argumentar con una orientación conceptual específica. Por ello la necesidad de contar con
definiciones apropiadas cobra mayor importancia cuando se entra al análisis detallado de temas con una
fuerte polisemia, como es el caso de la violencia y la agresión.
Resulta una cuestión de sentido común entonces, que cualquier discurso o diálogo pierda todo sentido
comunicativo real si los participantes en él no comparten una interpretación similar de los problemas y
objetos con los que tratan. La variedad de significados que un término conlleva, obliga a una definición
previa como paso para instalar un espacio común de discusión.
Hay ocasiones en las que la indefinición de ciertos conceptos obedece más a la naturaleza de cuestiones
políticas, de hegemonía o a la pluralidad de emplazamientos intelectuales razonables, que de una
inadecuada labor intelectual, pues aunque pueden registrarse en el trabajo teórico definiciones
desafortunadas y conceptualizaciones fallidas e imprecisas, esto no es lo más frecuente en los circuitos
de trabajo profesional. Un ejemplo de ello, lo tenemos con el concepto de “violencia de género”, pues
como especifican Pérez y Bladi (2018), hablar de la violencia de género como solo aquella que es
cometida hacia mujeres, es un error, puesto que se excluyen aquellas personas, que si bien pueden ser
una minoría, por lo mismo pueden tener condiciones de vulnerabilidad, como son las personas trans.
Lo que sucede es que las diferencias de enunciación y hasta de comprensión de los objetos normativos
provienen más de la inclinación de los teóricos hacia cierto modelo político-normativo, o incluso de sus
valores políticos subyacentes, que de una dificultad objetiva para desentrañar una formulación teórica.
No obstante, parece razonable sostener que una buena definición no está condenada a obviar en su
formulación el dinamismo y los matices relevantes que provienen de la condición política de sus objetos.
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Aunque no hay manera de introducir en la definición más de lo que conceptualmente pueda garantizar
su desarrollo, ni más de lo que su obligada enunciación breve aconseja, es posible depositar en ellas las
notas centrales del objeto teórico, incluidas sus variaciones posibles, su dinamismo histórico o su
independencia del marco político o hegemónico que prevalezca en tiempos determinados.
Así pues se han definido diferentes formas de violencia y diversas formas de agresión, estas definiciones
han permitido el abordaje del fenómeno desde distintas disciplinas para desarrollar aproximaciones
específicas al fenómeno, sin embargo, la heterogeneidad de perspectivas que intentan explicar la
violencia y la agresión han limitado la comprensión de estos fenómenos, ya que han sido aproximaciones
solo a partir de su propia rama del conocimiento, por lo que en pos de la búsqueda de claridad y
coherencia dentro de cada disciplina, se dificulta una visión integral de los fenómenos estudiados así
como el desarrollo de propuestas conjuntas y comprensivas a las instancias encargadas de la
intervención.
Por lo ya mencionado, son necesarias concepciones precisas y posteriores abordajes integradores,
sustentados en aproximaciones que nos lleven hacia una visión transdisciplinar y crítica de los
fenómenos de la agresión y la violencia, en acuerdo con los avances en las investigaciones sobre sus
bases biológicas, sociales y psicológicas en el individuo, el papel destacado que cumplen las
definiciones sociales de agresión, tanto para los sujetos como dentro las investigaciones, y a su vez, que
éstas últimas estén lo más distantes posible de cualquier posicionamiento ideológico presente en la
estructura y el orden social, hecho que puede condicionar tanto el valor epistemológico de tales
investigaciones, como la presentación de sus resultados en propuestas para el control y la erradicación
de la agresión y la violencia.
Objetivo
En consonancia con la introducción a este documento, el objetivo delineado es contrastar los conceptos
de agresión y violencia a partir de la identificación de las coincidencias y diferencias que presentan
diversos autores desde un enfoque psicosocial. Persiguiendo el fin último de revisar cómo estas
conceptualizaciones pueden generar un sesgo analítico, si se usan indiscriminadamente.
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MÉTODO
Para alcanzar el objetivo se realizó un estudio documental de alcance descriptivo a través de una revisión
sistemática. Se revisaron las bases de datos de Google Scholar, EbscoHost y Redalyc. Para la búsqueda
se utilizaron los términos Violencia, Agresión, Violence, Agression en conjunción con el operador
boleano AND y OR seguido de Conceptualización, Concepto, Conceptualization, Concept.
Los criterios de inclusión fueron: documentos científicos en inglés o español publicados durante el
periodo 2016 a 2024, que buscaran identificar o precisar el concepto de la violencia y/o la agresión y
que abordaran de manera diferenciada dichos conceptos. Además que fueran de libre acceso los
documentos completos.
Los criterios de exclusión fueron: documentos sobre población de los continentes asiático o africano
por cuestiones transculturales y documentos en los que el resumen no haya sido redactado de manera
coherente o adecuada. Así también se excluyeron documentos que proporcionaban datos empíricos y
que no tenían una clara diferenciación del concepto de agresión y/o violencia, así también si el propósito
del documento implicara hacer una conceptualización de algún tipo o modalidad específica de violencia.
A través de los operadores y términos antes referidos, se obtuvieron 120 referencias, cumpliendo los
criterios de inclusión 27 documentos, las cuales fueron las unidades de observación. Para realizar el
documento se integraron otros 11 documentos, cinco se integraron porque eran documentos que han
servido como base para la definición por organismos de calidad internacional o teóricos y el resto eran
artículos científicos que sirvieron para sustentar o ejemplificar los argumentos.
Para la recopilación de la información, se leyeron los resúmenes que cumplieron con los criterios de
inclusión y se eligieron para la integración de los resultados aquellos documentos que aportaran
información cualitativa relevante para la conceptualización y teorías sobre agresión y violencia, basados
en evidencia.
Para su análisis, la información se concentró en una tabla de doble entrada en donde se fueron
identificando las categorías de conceptualización, así como sus tipos y modos, según las diversas
corrientes epistémicas y disciplinas, contrastándose las mismas para identificar las coincidencias y
diferencias con las que se construyó la discusión y así llegar a las conclusiones.
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RESULTADOS
De acuerdo con la información revisada, se organizaron los resultados en tres dimensiones con la
intención de facilitar la aproximación a las diferencias similitudes conceptuales que contemplan los
documentos revisados; conceptualización de la agresión desde diversas disciplinas, aproximaciones
conceptuales y a la violencia y su tipología y los tipos de violencia. En cada uno de estos apartados, se
abordaron los acercamientos nominales que se encontraron en cada documento revisado concernientes
a cada categoría.
Conceptualización de la Agresión desde diversas disciplinas
Los seres humanos somos una especie animal en la que están presentes emociones básicas como la ira,
el miedo, la sorpresa, el disgusto, el placer, la tristeza. En estas emociones básicas se identifican claros
y específicos correlatos psicofisiológicos cuando se expresan (Ortoni, 2022).
Ahora bien, agresividad no es lo mismo que violencia, aunque a veces se confunden los términos en el
lenguaje coloquial. La agresividad se refiere a un constructo que representa una disposición o capacidad
humana para manifestarse agresivamente (López, 2021), está presente en todas las especies animales
por la cual el individuo o el grupo se protege de influencias negativas exteriores que puedan atentar
contra su vida o su bienestar, así como también buscar la supervivencia mediante el esfuerzo. Los
animales protegen a sus crías de posibles agresiones exteriores. Los felinos salvajes cazan vertebrados
pequeños y grandes para comer. Alimento y protección se canalizan a través de la agresividad. Nosotros
los seres humanos pertenecemos a este tipo de especies.
Sin duda, existen grados de agresividad en nosotros los humanos. Hay personas que actúan
naturalmente de manera amigable, se muestran tranquilas y pacíficas, y que sólo demuestran su
agresividad en condiciones extremas; mientras que otras actúan de forma irascible y reaccionan ante
estímulos que pasarían inadvertidos para muchos, con una carga de agresión exagerada. Entre estos dos
extremos se puede encontrar toda una gama de respuestas con un contenido agresivo. Entonces podemos
considerar que la agresión tiene correlatos psicofisiológicos que nos predisponen a ciertos
comportamientos en determinadas situaciones percibidas como amenazantes, y que la agresividad en la
expresión de estas emociones, por lo tanto la agresividad puede ser considerada como esa conducta
estructurada, elicitada por una emoción experienciada subjetivamente y que, de acuerdo a la interacción
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social, es estructurada o cognitivamente representada, en términos de su proximidad a normas en la
interacción social (Ortoni, 2022).
El concepto de agresión se ha empleado históricamente en contextos muy diferentes, aplicado tanto al
comportamiento animal como al comportamiento humano. Proviene del latín “agredi”, una de cuyas
acepciones, similar a la empleada en la actualidad, connota “ir contra alguien con la intención de
producirle daño”, lo que hace referencia a un acto efectivo. El Diccionario de la Lengua Española de la
Real Academia Española (RAE, 2018) define la agresión como: Acto de acometer a alguien para
matarlo, herirlo o hacerle daño. Sin embargo, cabe destacar que este fenómeno se ha definido de maneras
diversas por diferentes teóricos y posicionamientos. En la revisión de la evolución de este concepto
desde una perspectiva psicosocial, acotan que se define como una conducta, diferenciándose con
diversos atributos o características, modalidades y contextos de ejecución (Barbero, 2018; Martínez y
Romero, 2020; López, 2021).
De acuerdo con las neurociencias, la agresividad es un rasgo biológico derivado de la especie humana,
gracias al cual se perpetúa y distribuye por el espacio vital disponible, además selecciona a través de
combates entre rivales, permite defender a la descendencia y posibilita las pulsiones que hacen de motor
para sobrevivencia de la misma (Lischinsky & Lin, 2020).
Por ello, no ve nada perverso en la agresividad animal, de la que, como especie humana participamos.
La agresión intraespecífica, es decir, dentro de los miembros de la especie, es parte esencial en la
organización conservadora de la vida de todos los seres. Y es en este punto, en el carácter de la agresión,
donde radica su peligro. El conocimiento de que la conducta agresiva es parte de nuestra biología,
regulada o provocada por una situación o contexto que altera el estado interno de una persona, que elicita
emociones que pueden desencadenar un tipo de respuestas, con un mecanismo de ataque destinado
fundamentalmente a conservar la especie (Lischinsky & Lin, 2020), nos hace comprender la magnitud
del peligro, porque es precisamente lo espontáneo de ese comportamiento, lo que la hace tan temible.
Para explicar este actuar, Huessman en 2018, publicó un modelo explicativo del actuar agresivo,
distanciándose del llamado modelo biologicista termohidráulico de Konrad Lorenz (citado por Martínez
& Romero, 2020) este modelo (actualmente) criticado de Lorenz considera que la motivación que
determina el inicio de la “agresión”, depende de la acumulación de una cierta cantidad de energía, que
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combinándose con los estímulos adecuados, puede desencadenar la conducta agresiva concreta por
estímulos clave o “precipitantes”. De acuerdo a esta perspectiva, a mayor tiempo transcurrido desde la
última descarga, mayores probabilidades de que la acción vuelva a tener lugar, con independencia de
los estímulos presentes. Una vez disipada la energía, el animal se relaja y el depósito se vacía en cierta
medida. Si un animal acumula demasiada energía agresiva y no puede desahogarse con sus enemigos,
escogerá un individuo cualquiera, incluso una cría, un objeto de reemplazo o el vacío, y se ensañará,
descargando dicha energía. Como se puede apreciar, la energía se podría sublimar pero no se puede
eliminar.
En el caso de la especie humana, según el modelo de Huessman (2018), al ser la socialización
fundamental en su desarrollo, la agresión es un comportamiento intencional que busca irritar o dañar a
otra persona. Desde este modelo se reconoce los principios de Lorenz enunciados en párrafo anterior
sobre los estímulos precipitantes y la predisposición biológica a la conducta de agresión, pero también
incluye aspectos que emergen desde etapas tempranas de la vida, de tal forma que, a medida que hay
mayores conductas agresivas en la infancia temprana, la conducta se mantendrá como parte de su
comportamiento habitual, prediciendo conductas agresivas en la adultez. Por lo tanto si hay
predisponentes que están interactuando con los factores biológicos (predisposiciones genéticas, trauma
cerebral, problemáticas neurofisiológicas, problemas de atención, entre otros) y se combina con
ambientes sociales hostiles (violencia familiar, maltrato, castigos inapropiados, pobreza, ambientes
estresores, violencia con pares, por mencionar algunos), se mostrarán más frecuencia de utilizar las
conductas agresivas en una persona. Por ello, el modo en que se procesa la información social, las
emociones que se sienten, el propio proceso de aprendizaje social y las influencias ambientales, se
conjugan para mostrar o no, una conducta agresiva.
Es importante mencionar que hay diversas tipologías de la agresión según los modelos teóricos, que
toman como criterio su naturaleza, su función y hasta sus consecuencias; tal vez la más conocida de
estas es la clasificación que parte de la motivación y que diferencia a la agresión, en reactiva y proactiva
o instrumental. En la reactiva se entiende que es una conducta que es espontánea encaminada a causar
un impacto negativo sobre otro, por el mero hecho de dañarle, sin la expectativa de obtener ningún
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beneficio material, entonces está muy asociada a contextos o situaciones consideradas como
amenazantes que provocan miedo (Thomson et al., 2021).
La proactiva o instrumental tienen una acción intencional de dañar por la que el agresor obtiene un
objetivo, ventaja o recompensa, social o material, no relacionada con el malestar de la víctima. La
reactiva se caracteriza por una labilidad emocional en tanto que la proactiva o instrumental se asocia
con baja emocionalidad (Romero-Martínez et al., 2022) y el no sentir miedo.
En la revisión sobre el término de agresión, realizada por Barbero (2018), identifica que también se
puede hablar de agresión según su naturaleza (agresión verbal, física, social), la relación interpersonal
(directa e indirecta), motivación (instrumental, hostil, emocional), signo (positiva y negativa), sus
consecuencias (constructiva y destructiva), o bien su función (territorial, dominancia, sexual, parental
disciplinaria, maternal protectora, moralista, predatoria e irritativa). El cómo se utilizan estas tipologías,
depende de las diversas aproximaciones científicas que tratan de describir estos comportamientos
humanos.
Por su parte teóricos como Allen & Anderson (2017), acotan que la agresión es parte de un continuum,
en donde un extremo es la violencia. Los actos agresivos pueden ser clasificados de acuerdo a la
modalidad de respuesta, calidad de respuesta de quien resulta con agresión, su visibilidad, el tipo y
duración del daño.
Por lo anterior podemos decir que la agresividad está presente en nosotros igual que el hambre, el
impulso sexual y el miedo, lo que no llevamos intrínsecamente, es la violencia.
Aproximaciones conceptuales a la violencia y su tipología
Uno de los principales problemas en el abordaje de la violencia lo constituye la falta de un consenso
sobre una definición precisa que mencione sus características mas importantes, comunes y distintivas.
Por otra parte, las distintas maneras en que este fenómeno se manifiesta aumenta la dificultad, pues se
definen sus diversas manifestaciones sin encontrar lo que les pudiera ser esencial a todas ellas, aunque
tampoco es extraño leer o escuchar sobre “las violencias” mencionándolo en plural en vez del singular.
Por si esto fuera poco, el que la violencia sea objeto de estudio y acción para varias disciplinas hace aún
más difícil su abordaje desde lo general y la concepción de definiciones claras y precisas (Martínez,
2016) y también su posibilidad de ser confundidos los comportamientos violentos con los agresivos.
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Evidencia de lo anterior es que en su Informe Sobre la Violencia y la Salud la Organización Mundial de
la Salud a través de la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2002) declara que una de las
razones por las que apenas se ha considerado la violencia como una cuestión de salud pública es la falta
de una definición clara del problema. La amplia variedad de códigos morales imperantes en los distintos
países hace de la violencia una de las cuestiones más difíciles de abordar en un foro mundial. Todo esto
viene complicado por el hecho de que la noción de lo que son comportamientos aceptables, o de lo que
constituye un daño, está influida por la cultura y sometida a una continua revisión a medida que van
evolucionando los valores y las normas sociales. La violencia puede definirse, pues, de muchas maneras,
según quién lo haga y con qué propósito.
En el Diccionario de la Real Academia Española (2024), la definición de violencia hace referencia a la
cualidad de violento, a la acción y efecto de violentar o violentarse y a la acción violenta o contra el
natural modo de proceder, por lo que estas acciones se atribuyen a fuerzas temperamentales o de
inducción exógena lo que no sería necesariamente natura. Esta definición parece inferir que hay una
esencia o cualidad que lleva a una conducta contranatura, pero no especifica qué podría ser contrario a
lo natural en la forma de proceder, incluso, como acota Galaviz-Armenta (2020) da pié a que se
estigmatice o discrimine a quienes comenten estos actos, según un código moral construido en un
contexto socio-histórico.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) por su parte, definió a la violencia como “el uso
intencional de la fuerza física o el poder contra uno mismo, hacia otra persona, grupos o comunidades
y que tiene como consecuencias probables lesiones físicas, daños psicológicos, alteraciones del
desarrollo, abandono e incluso la muerte.” Se incluye la intencionalidad de producir daño en la comisión
de estos actos (OPS, 2002). En esta definición se busca integrar un fenómeno que implica diversos
actores, contextos, tipos y consecuencias de la violencia.
Ahora bien, Galaviz-Armenta en 2020, identifica que para hacer el análisis de la violencia, se tienen
diversas aproximaciones epistémicas. De acuerdo a la Antropología, este fenómeno se considera
presente en las sociedades y civilizaciones con un carácter relacionado con el poder, el orden y el cambio
social, por lo tanto cada grupo social tiene sus propios estándares para identificar, ejercer, tolerar o
sancionarla, a través de los rituales simbólicos y normas u ordenamientos legales.
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Desde la Ciencia Política -continúa Galaviz-Armenta- se analiza a la violencia como creadora del
Derecho y del Sistema Político. Es decir, al establecerse una suerte de dominio entre vencedores y
vencidos en una contienda, se realizan interacciones políticas para la toma de decisión, el gobierno y
diseño institucional de la sociedad. El Estado entonces toma la facultad de definir y circunscribir la
conducta de las personas y grupos que cohabiten un territorio dominado, lo que le permitirá tener el
control de esa sociedad al obligarles a obedecer un marco jurídico-legal que impone el despojo, con la
amenaza de un castigo si no se cumplen las prescripciones. Así la violencia tiene un carácter
instrumental que puede justificar su uso para generar obediencia.
Al revisar desde la Filosofía, la violencia se analiza desde ciertas perspectivas, considerando que es un
fenómeno que sucede en sujetos reales en situaciones divergentes (Vidal et al., 2021) en donde se pueden
encontrar análisis de cómo se deshumaniza, esto es, se niega la posibilidad de considerarse personas
con todos los derechos humanos, a quienes son víctimas de violencia. Así, se pueden considerar que hay
la ilusión de que no se está realizando ningún acto fuera de lo moral en un contexto específico, e incluso
se puede justificar que se viva cotidianamente con hechos violentos, naturalizando así la
instrumentalización de su ejercicio por las relaciones de poder y de dominio en conflicto (Nateras, 2021).
Por su parte Álvarez-Santos (2019) al revisar este concepto de la violencia desde la perspectiva de Slavoj
Zizek y Byung-Chul Han, acota que la violencia se puede vivir y mostrar desde un aspecto negativo,
prueba de ello es cómo en el contexto mexicano las cifras de la violencia se muestran en forma cruda,
como una fuerza externa a la que se hace frente, no apropiada en sí misma por las personas, alejada de
lo individual. Pero no se hace alusión a otros mecanismos violentos como la propia cultura que exige
patrones, sumisión y que naturaliza comportamientos violentos en aras de un imaginario de positividad,
perdiendo el sentido del ser persona (López-Bravo, 2017) y generando una violencia poco hablada que
es la epistémica, en donde el capacitismo y otros sistemas de poder como el clasismo, sexismo y
colonialismo, por mencionar algunos (Pérez, 2019).
Por su parte en la Sociología se establecen constructos que hacen referencia a una dominación simbólica
que dan cuerpo a las relaciones, como la sumisión, en donde para dominar y ejercer el poder se pretende
que el grupo dominado se obligue a sentirse en deuda con quienes les dominan, a través de una
interacción compleja de las personas con las propias instituciones que detentan el poder, como las
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organizaciones educativas, religiosas, familiares, la ciencia y la política, lo que conjuga una violencia
simbólica a través de estos aparatos de control, que modelan los comportamientos; persiguiendo y
sancionando a quienes estén fuera de estos sistemas (Nateras, 2021).
Como se revisa esas aproximaciones aluden a un concepto de violencia en donde se establecen normas
para los comportamientos grupales, pero hay otras ciencias que toman como objeto de estudio la
violencia, desde una perspectiva más compleja e interdisciplinar; la Criminología, por ejemplo, la cual
se centra en las personas al buscar identificar rasgos, patrones de comportamiento, entre otros atributos,
para identificar el por qué se dan acciones que son consideradas delitos o crímenes. Así también revisa
los contextos en donde surge estos comportamientos tanto de víctimas como de victimarios, con el fin
de prevenir estos delitos, retomando elementos otras ciencias como la psicología, sociología,
antropología y medicina forense (Goppinger, 2023). En el mismo sentido multidimensional está la
definición de violencia de la OMS, descrita en párrafos anteriores, en donde complejiza el análisis de la
violencia y la lleva más allá de determinismos biológicos y/o sociales.
Cabe destacar que hay autores que amplían en exceso el campo de la violencia al incluir en él todos los
comportamientos agresivos que usan la fuerza para ocasionar, tratar de ocasionar o amenazar con
ocasionar un daño o un trastorno en la integridad física o psicológica de otro ser viviente de la misma
especie o interespecie, desde estas perspectivas, la violencia y agresividad se vuelven términos
sinónimos. Como lo menciona Pereira (2022), en su revisión del concepto de violencia desde la
psicología social, hay una línea sutil para identificar cuándo se hace referencia a una conducta agresiva
y cuándo a una violenta, pues es la interacción de los factores biológicos y el contexto socio-histórico
cultural, el que va a identificar si un comportamiento se considera como un acto violento.
Ortega-Escobar y Alcázar-Córcoles (2016), precisan que en la violencia los actos dejan de tener un
sentido adaptativo, de ayuda a la supervivencia del individuo y su especie, en tanto que refleja un
objetivo de daño que puede llegar a extremos como la muerte de la víctima.
Al hablar de violencia, entonces, se hace referencia a algo (estructura, institución) o alguien (individuos,
grupos) que están fuera de su estado natural o deseable, que obra con ímpetu o fuerza, y que se dirige a
un objetivo con la intención de forzarlo o dañarlo, y que puede ser física y/o verbal o bien emplear la
amenaza, persecución o intimidación como formas de ejercicio del poder, y se va imponiendo como
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forma para resolver los conflictos o reclamar los derechos ciudadanos, aunque también sirva para la
exclusión y la discriminación.
Ejemplo de esto último lo tenemos en la violencia que se ejercen hacia los derechos humanos de las
personas en situación de calle, pues como lo indica Puente (2021), la violencia puede permear a las
instituciones y no solo a los grupos sociales, limitando, excluyendo y discriminando, a aquellas personas
que consideramos fuera de la norma social, aún cuando se perciban como sujetos pertenecientes a grupos
vulnerables.
Los tipos de violencia
Como se indica, los tipos de violencia que se consideran están en función a la perspectiva y abordaje
teórico que busca explicar este fenómeno. Un modelo teórico que revisa los diversos niveles para la
producción y por lo tanto la prevención de la violencia es el ecológico de Bronfenbrener (1979, citado
en Flynn & Mathias, 2023). Este modelo concibe en forma sistémica la interacción de una persona con
aspectos sociopsicológicos y socioculturales, a través de un nivel micro, interno de la persona, sus
procesos y sus relaciones significativas; mesosistema o combinación de sistemas interactuantes con la
persona y sus grupos sociales y relaciones familiares no nucleares; el exosistema que abarca espacios
de interacción con entornos institucionales como la escuela; y el macrosistema o espacio de interacción
con los factores culturales y el momento socio-histórico. A partir de estas interacciones se comprende
que la violencia es un fenómeno relacional que va desde lo individual hasta lo macrosocial producida
en un contexto socio-histórico específico y se puede revisar que no hay víctimas y victimarios, sino
también está el rol de otros (personas, instituciones, comunidades, grupos) que pueden legitimar o
perpetuar la violencia.
Este modelo ecológico se utiliza en investigaciones psicológicas y de salud pública, así como para crear
intervenciones tendientes a minimizar o erradicar estos comportamientos en una población específica,
ejemplo de ello es el estudio reportado por Flynn y Mathias en 2023, para analizar la significación de la
violencia y su impacto en adolescentes, y el de Chan et al. (2016), que amplía la visión para la prevención
de la violencia con una perspectiva comunitaria e integración de cambios culturales.
Žižek (2009), por otro lado, describe tres tipos de violencia, una objetiva, visible, identificada en las
personas como actos naturalizados y justificados por el sistema hegemónico. En segunda instancia
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destaca una violencia simbólica la cual es incorporada en el lenguaje y sus formas de comunicación, y
una violencia sistémica, que se genera en los sistemas económico y político; en ese sentido indica que
el sistema capitalista neoliberal globalizado imperante en el mundo occidental, instrumenta un sistema
de coerción y poder que nos afecta y violenta, pero a la vez se muestra como el generador de las
soluciones a los problemas ocasionados por el propio Estado, al impartir un sistema de justicia y de
políticas públicas cuyo interés aparente es el velar por el bienestar de los ciudadanos, pero que en
realidad busca perpetuar el propio sistema. Ejemplo de ello es cuando se tienen los discursos de
autocuidado y responsabilidad de la salud por parte del sistema sanitario estatal, pero por el otro se
incentiva el consumo de algunos productos como requisito para el mejoramiento de la calidad de vida,
según los estándares de la industria farmacéutica.
Otra clasificación de alta difusión es la de Johan Galtung (2016) quien propone clasificarla en tres
grupos: directa, cultural y estructural. La violencia directa es la violencia manifiesta, es el aspecto más
evidente de esta. Su manifestación puede ser por lo general física, verbal o psicológica, por un sujeto o
grupo específico. La violencia estructural es una violencia intrínseca a los sistemas sociales, políticos y
económicos mismos que gobiernan las sociedades, los estados y el mundo. Su relación con la violencia
directa es proporcional a la parte del iceberg que se encuentra sumergida en el agua. La violencia cultural
son aquellos aspectos de la cultura en el ámbito simbólico de nuestra experiencia (materializado en la
religión e ideología, lengua y arte, ciencias empíricas y ciencias formales, lógica, matemáticas,
símbolos: cruces, medallas, medias lunas, banderas, himnos, desfiles militares, etc.), que puede
utilizarse para justificar o legitimar la violencia directa o estructural y sería la suma total de todos los
mitos, de gloria y trauma y demás, que sirven para justificar la violencia directa. Galtung precisa que
hay una relación temporal en estos tres tipos de violencia, puesto que la violencia directa es un suceso,
la estructural es un proceso -con fluctuaciones propias- y la cultural es una constante, resistente a las
transformaciones y por lo tanto más duradera y de la cual se nutren los otros dos tipos de violencia (la
directa y la estructural).
Ahora bien para hablar de tipos de violencia habría que tomar en cuenta que una taxonomía podría tener
como punto de partida la selección de criterios de clasificación en base a los cuales se dará su
construcción, de esta forma se puede aludir a la motivación, las consecuencias, la función o su
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naturaleza. De acuerdo a Martinez (2016), partir del criterio de los daños o afectaciones sufridas por las
víctimas de la violencia, se puede hacer la siguiente tipología: a) patrimonial o económica, que afecta
la integridad patrimonial de las personas o colectivos; b) sexual, que afecta la integridad sexual de las
personas, como en el acoso y la violación; c) psicológica, que afecta su integridad psicológica
produciendo trastornos de comportamiento y percepción; d) física, que daña la integridad corporal de
las personas, produciendo golpes, fracturas y hasta la muerte. O bien se puede tomar como criterio de
clasificación al contexto de actividades donde se desarrolla la violencia, con lo que se podría pensar en
la siguiente clasificación: a) escolar, b) en el hogar, c) en el trabajo, d) callejera, e) deportiva, etcétera.
Retomando la definición de violencia de la OMS, se revisa que el modelo ecológico de Bronfenbrener,
sustenta su propuesta de tipología de violencia, por lo que categoriza a este fenómeno, de acuerdo a la
autoría del acto, como violencia dirigida contra uno mismo, la cual se subdivide en suicidio,
autolesiones, automutilación; violencia interpersonal cometida por otra persona o grupo pequeño, esta
se subdivide en violencia familiar y de pareja (niñez, adultos mayores, pareja); así como violencia
comunitaria, en donde se cometen actos contra personas que no tienen relación familiar o incluso no se
conocen entre (amistades, extraños). La violencia colectiva puede ser de tipo social, política y/o
económica (Estados, grupos políticos, militares y paramilitares, terrorismo, entre otros). Por su
naturaleza se puede clasificar en física, sexual, psicológica, privaciones o desatención. Estos tipos de
violencias se sobreponen y pueden instalarse en los diversos niveles de los sistemas interactuantes de
las colectividades humanas (OPS, 2002).
Tal vez el elemento de mayor relevancia de la clasificación propuesta de Galtun sea el que nos permite
entrever los mecanismos que operan para la normalización de la violencia que podemos experimentar
en la cotidianeidad, es decir su legitimización, por lo que cabe recuperar el Manifiesto de Sevilla de la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 1992,
que declara que es científicamente incorrecto:
Afirmar que el ser humano haya heredado de sus ancestros los animales la propensión de hacer
la guerra, puesto que es un fenómeno específicamente humano, producto de la cultura.
Pretender que hemos heredado genéticamente la propensión de hacer la guerra, puesto que la
personalidad está determinada también por el entorno social y ecológico.
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Inscribir la violencia en la selección realizada, a través de nuestra evolución humana, a favor de
un comportamiento agresivo en detrimento de otros tipos de conducta posibles como la
cooperación o la ayuda mutua.
Afirmar que la fisiología neurológica nos obliga a reaccionar violentamente, puesto que nuestros
comportamientos están modelados por nuestros tipos de acondicionamiento y nuestros modos
de socialización.
Decir que la guerra es un fenómeno instintivo que responde a un único móvil, pues la guerra
moderna pone en juego tanto la utilización de una parte de las características personales
(obediencia ciega o idealismo) y aptitudes sociales como del lenguaje, como planteamiento
racional (evaluación de costes, planificación, tratamiento de la información).
Si bien estas aseveraciones se hacen focalizándose en la guerra, bien podrían aplicarse a la generalidad
de actos violentos.
Pero también estas reflexiones pueden acuerpar perspectivas transdisciplinares como sucede con la
denominada violencia de género, considerada como un problema de salud pública a nivel mundial y la
cual se describe como la violencia dirigida contra una persona o un grupo en razón de su
género, que tiene su origen en la desigualdad y el abuso de poder, presentándose con mayor
preponderancia, en las mujeres, en todas las etapas de la vida (Borrás, 2022). En este sentido cabe
rescatar la investigación realizada por Romero y Cruz (2020), en donde se revisa que el género es un
factor que revisa diferencias para conceptualizar la violencia, y se construye como un constructo amplio
que guarda un vínculo con las vivencias cotidianas de la sociedad mexicana -que actualmente vive altos
índices de inseguridad- identificando o naturalizando un comportamiento como violento, especialmente
la violencia de pareja, según se sea hombre o mujer. Moncada y de la Roca (2024), también encontraron
que las mujeres pueden tener diversas creencias sobre la violencia de género y que estas pueden estar
muy estereotipadas, lo cual se podría considerar como un riesgo para ser víctimas de algún tipo de
violencia de género.
Como se revisa, hablar de violencias es introducirse a un resbaladizo constructo, y, de acuerdo a la
aproximación epistémica, se podrán hacer profundas reflexiones del porqué, nde, cuándo y quién
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ejerce la violencia, coincidiendo en este sentido con lo planteado por Cuervo Montoya (2016), en el
sentido de que se debe hablar de tipos de violencias y no solo de “la violencia”.
CONCLUSIONES
Los fenómenos de la agresión y la violencia se han abordado desde diversas disciplinas y perspectivas,
se estudian, se intenta prevenirlos, controlarlos y hasta erradicarlos con estrategias basadas en
concepciones parecidas o similares sobre objetos diferentes. Partiendo de esta situación se considera
necesaria la desambiguación de ambos términos.
A partir de lo expuesto en el presente artículo podemos concluir que la agresión es producto de un equipo
biológico y por lo tanto natural, de la especie humana y que comparte con todo el reino animal; que
estos actos reactivos y latentes son necesarios para la supervivencia pues nos permiten estar en guardia,
defendernos y hasta adaptarnos al entorno. De aquí que no todos los actos de agresión son un
comportamiento antisocial, ya que desde la Etología y la Neurobiología han planteado la agresión como
una conducta que permite la adaptación al medio. Por lo tanto la agresividad como disposición latente
a la agresión está regulada biológicamente. Sin embargo a partir de la socialización es posible moderar
esta agresión y matizarlo mediante una regulación biopsicosocial.
Por otra parte, la violencia no es un comportamiento natural del ser humano, sino que se trata de
conductas aprendidas; productos socioculturales nutridos por las normas intrínsecas y extrínsecas de
cada cultura como los son los roles, valores, ideologías, etc. Por la tanto la violencia es una conducta
aprendida y voluntaria y consciente. No nos referimos a acciones violentas cuando hablamos de
cualquier animal, comentamos de animales agresivos más no violentos, por lo tanto la forma de actuar
violentamente no existe en ninguna otra especie animal, sólo en los seres humanos.
Al ser la violencia una producción humana, cabe la posibilidad de vivir sin ella, en la medida que seamos
capaces de clarificarla sin atribuirle componentes de naturalidad e innatismo y por lo tanto de
determinismo; es posible identificarla, conocer los mecanismos mediante los cuales se perpea y dejar
de normalizarla, para así combatirla con mayor eficacia y eficiencia. Es por ello importante puntualizar
su diferenciación cuando se utilicen estos constructos.
Los conflictos y la búsqueda de poder han sido motores para las incesantes guerras, los Estados y sus
instituciones han formulado estrategias de coerción en donde el miedo es la emoción que se une a la ira
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para luchar, resistir o incluso adaptarse por los grupos sociales. La paz no es lo opuesto al conflicto,
pero sí es un proceso de búsqueda para reconocer, respetar y proteger los inherentes derechos humanos,
en sistemas políticos, económicos y socio-históricos que permitan la vida armónica de las especies que
habitamos este planeta.
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