EVALUACIÓN AMBIENTAL DE DOS SISTEMAS
DE CULTIVO DEL MAÍZ EN
CUANACAXTITLÁN, GUERRERO, MÉXICO
ENVIRONMENTAL ASSESSMENT OF TWO MAIZE
CULTIVATION SYSTEMS IN CUANACAXTITLAN,
GUERRERO, MEXICO
Obdulia Solano Albino
Universidad Autónoma de Guerrero, México.
Artemio López Ríos
Universidad Autónoma de Guerrero, México

pág. 7571
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i2.17481
Evaluación ambiental de dos sistemas de cultivo del maíz en
Cuanacaxtitlán, Guerrero, México
Obdulia Solano Albino1
obduliasolano050990@gmail.com
https://orcid.org/0009-0009-7150-4218
Universidad Autónoma de Guerrero, México.
Artemio López Ríos
desarrolloregionaluagro@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-8568-9481
Universidad Autónoma de Guerrero, México.
RESUMEN
El estudio se realizó en Cuanacaxtitlán, Costa Chica del Estado de Guerrero. El objetivo fue evaluar el
sistema de cultivo de maíz en dos sistemas agrícolas campesinos de la localidad para proponer y
gestionar la producción sustentable del grano. La implementación de la propuesta se respaldó en un
enfoque metodológico mixto con predominancia de la investigación cualitativa, concretándose en el
diseño y aplicación de un cuestionario semiestructurado a 23 productores de maíz de pequeña escala;
los datos obtenidos fueron analizados comparando la sustentabilidad de los sistemas de manejo del maíz
mediante el “Marco para la Evaluación de Sistemas de Manejo de Recursos Naturales incorporando
Indicadores de Sustentabilidad” (MESMIS). Los resultados de este análisis, junto a talleres horizontales
realizados con productores, fueron la base para el diseño de un plan de acción con enfoque agroecológico
para incidir positivamente en puntos críticos encontrados en los 23 sistemas mixtos de la producción del
grano referidos.
Palabras clave: sistema agrícola campesino, agroecología, soberanía alimentaria
1 Autor principal.
Correspondencia: obduliasolano050990@gmail.com

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Environmental assessment of two maize cultivation systems in
Cuanacaxtitlan, Guerrero, Mexico
ABSTRACT
The study was carried out in Cuanacaxtitlan, Costa Chica in the State of Guerrero. The objective was to
evaluate the maize cultivation system in two local peasant agricultural systems in order to propose and
manage the sustainable production of the grain. The implementation of the proposal was supported by
a mixed methodological approach with a predominance of qualitative research, concretizing in the
design and application of a semi-structured questionnaire to 23 small-scale corn producers; the data
obtained were analyzed by comparing the sustainability of maize management systems through the
"Framework for the Evaluation of Natural Resource Management Systems Incorporating Sustainability
Indicators" (MESMIS). The results of this analysis, together with horizontal workshops carried out with
producers, were the basis for the design of an action plan with an agroecological approach to positively
influence critical points found in the 23 mixed systems of grain production referred to.
Keywords: peasant agricultural system, agroecology, food sovereignty
Artículo recibido: 11 marzo 2025
Aceptado para publicación: 15 abril 2025

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INTRODUCCIÓN
Los sistemas agrícolas campesinos producen alimento para más del 70% de la población mundial con
menos del 25% de los recursos (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración [ETC],
2017). En México en el año 2017 se registran más de cinco millones de propietarios rurales que
controlaban 101.9 millones de hectáreas, de estas, el 56.4% se destinaba a uso agrícola, mayormente
bajo condiciones de temporal (Sánchez y Ruiz, 2017).
La importancia de los sistemas agrícolas campesinos radica en el aporte que hacen en la producción de
alimentos. Estas pequeñas explotaciones basadas en el trabajo familiar tienen como objetivo la
autosuficiencia (CEPAL, 1984).
El derecho de los pueblos a alimentos sanos, apropiados a su cosmovisión y producidos mediante
métodos tradicionales sostenibles, es afectado por políticas que subsidian prácticas como el monocultivo
y el uso de insumos de síntesis industrial. Estas prácticas convencionales desplazan métodos ancestrales
como la milpa, e inciden negativamente en la autosuficiencia alimentaria de las familias campesinas.
El uso de paquetes tecnológicos convencionales en sistemas agrícolas campesinos los vuelve
dependientes del exterior, además eleva costos de producción por altos precios de los insumos (Altieri
y Toledo, 2010). Las prácticas agrícolas modernas inevitablemente han llevado a los campesinos a
sobreexplotar recursos naturales, así el uso inadecuado de agrotóxicos ha derivado en degradación del
suelo y contaminación del agua (Altieri, 1999). La disminución de la fertilidad del suelo es un tipo de
degradación química que se manifiesta en disminución de la capacidad productiva de los suelos,
afectando de manera directa la producción de alimentos por altos costos de inversión y bajos
rendimientos (SEMARNAT, 2016).
En el año 2002 el estado de Guerrero presentaba los índices más altos de degradación del suelo por
erosión hídrica, degradación química con 14.3 % de la superficie estatal afectada, de la cual la más
extendida en ese año era la disminución de la fertilidad (Secretaría de Medio Ambiente y Recursos
Naturales [SEMARNAT], 2016).
En algunas zonas de producción de la Costa Chica de Guerrero, la pérdida de productividad en parcelas
de cultivo y la contracción del mercado del maíz criollo favoreció la introducción de maíz hibrido. El
inconveniente de introducir el cultivo de esta gramínea modificada, al ser genéticamente homogénea

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además de ser sembrada en condición de monocultivo, es que para su producción se requieren grandes
cantidades de insumos industriales. Adicionalmente, el alto precio de agroquímicos eleva el costo de
inversión en la siembra disminuyendo su rentabilidad (Altieri, 2009).
La siembra en monocultivo del maíz hibrido ha propiciado el abandono de prácticas tradicionales como
la milpa (representada en la asociación maíz-frijol o maíz-calabaza), manejo inadecuado y
sobreutilización de agroquímicos, así como cambios de uso del suelo por el establecimiento de nuevas
parcelas; aspectos que conlleva efectos ambientales negativos como el aumento de la deforestación,
destrucción de hábitats de la vida silvestre y consecuente pérdida de la biodiversidad.
En este contexto de crisis, algunos sectores han explorado la posibilidad de recuperar prácticas agrícolas
que acoten la fuerza del impacto generado por la modernización agrícola; en tal sentido, la agroecología
es considerada una alternativa viable para transitar hacia una producción más sustentable. Dada su
importancia en la producción de alimentos y en la atención de problemas que enfrentan, los sistemas
agrícolas campesinos son clave para iniciar ese proceso de transición agroecológica.
El enfoque agroecológico es apropiado para mejorar la rentabilidad y sustentabilidad de los sistemas
agrícolas campesinos. Al promoverse la diversificación y demás principios, se activan procesos y
servicios ecológicos que tienen impacto positivo en la productividad, la autosuficiencia alimentaria,
costos de producción y conservación de los recursos naturales.
Sistemas Agrícolas Campesinos y Sustentabilidad
En la actualidad coexisten dos modelos de producción agrícola en el mundo: el modo de producción
campesino o tradicional y el agroindustrial (Toledo, et al., 2001 como se citó en Toledo y Barrera-
Bassols, 2008). Para Toledo y Barrera-Bassols (2008), el modelo de producción campesino tiene su
origen desde el inicio de la agricultura en el periodo neolítico. Se caracteriza por la producción en áreas
pequeñas, cuyo objetivo primordial es la búsqueda del autoabastecimiento de la unidad familiar
utilizando una estrategia de diversificación, la producción se da con base a una racionalidad ecológica
mediante el uso de energías sustentables.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe establece que: “Las unidades agrícolas
componentes de la economía campesina se distinguen por ser pequeñas explotaciones basadas
fundamentalmente en el trabajo familiar con escaso uso de capital, cuyo objetivo es mantener en el

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tiempo sus condiciones de consumo y producción, lo que realizan mediante un particular criterio
optimizador” (CEPAL, 1984, p. 16).
La producción campesina no está dirigida al mercado sino a la reproducción de la unidad familiar. El
remanente es vendido al mercado para la adquisición de productos que la familia no produce, por lo que
la relación que establece con el mercado es asimétrica, vendiendo su producto a un costo menor y
ofertando mano de obra barata.
La importancia de la agricultura campesina radica en dos aportes fundamentales. Por un lado,
contribuye a la producción de alimentos ya que, de acuerdo con el Grupo ETC (2017), en México como
en el mundo, las familias campesinas generan la mayor parte de los alimentos consumidos con un
mínimo de recursos disponibles; así, el 67.8% de las unidades de producción agropecuaria o forestal
existentes son iguales o menores a 5 hectáreas. Estas pequeñas unidades producen el 39% de la
producción agropecuaria nacional y su producción cubre poco más del 70% de la producción total de
maíz, así como el 60% de la producción de frijol (INEGI, 2007, citado por Robles, 2016).
Por otro lado, resultado de las prácticas tradicionales que realizan, los sistemas de cultivo campesinos
hacen gran aporte a la conservación y restauración de recursos naturales como el suelo, el agua, y la
diversidad biológica, contribuyendo a la restitución del equilibrio ecológico de los agroecosistemas;
estos beneficios son evidenciados en un uso eficiente de energías sustentables (Toledo y Barrera-
Bassols, 2008).
La economía campesina se distingue de la economía natural porque además de la producción de
autoconsumo, produce otros bienes que intercambia o vende a la sociedad (Toledo, 2017).
“Los intercambios económicos permiten a los agricultores obtener bienes manufacturados por medio
del dinero obtenido por la venta de sus productos (monetarización), y en algunos casos por el simple
intercambio de productos (trueque)” (Toledo y Barrera-Bassols, 2008). Este intercambio económico es
desigual; la venta de productos se da generalmente a través del intermediarismo a un precio muy por
debajo del costo real, incluso, el trueque realizado es inequitativo para los campesinos. El intercambio
por productos manufacturados o alimentos preparados se realiza siempre con base en el precio mínimo
del producto del campesino.

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De este intercambio económico y ecológico que la producción campesina realiza prevalece el
intercambio con la naturaleza, ya que la familia campesina depende más de productos obtenidos de
ecosistemas naturales y agroecosistemas que de productos obtenidos del mercado (Toledo, 2017). El
intercambio ecológico predominante en la producción campesina determina el uso de la estrategia de
multiuso, la cual se caracteriza por: “Una producción no especializada basada en el principio de
diversidad de recursos y prácticas productivas” (Toledo 2017, p. 6).
La milpa es un ejemplo de estrategia multiuso y forma parte de una cultura ancestral campesina. Es un
policultivo en el que se encuentran en asociación el maíz, el frijol y la calabaza, aunque cada región
adapta la milpa a sus necesidades alimenticias y culturales (Alvarez Buylla et al., 2011). La milpa, como
muchas otras técnicas de producción campesina, hace un uso eficiente de los recursos naturales y ayuda
en su conservación. La asociación entre los diferentes cultivos de la milpa favorece su rendimiento en
conjunto y genera resiliencia ante cambios climáticos extremos.
Para Altieri y Toledo (2010), la estrategia multiuso: “Minimiza los riesgos mediante el cultivo de
diversas especies y variedades, estabiliza los rendimientos a largo plazo, promueve la diversidad de la
dieta y maximiza la rentabilidad de la producción, incluso con bajos niveles de tecnología y recursos
limitados” (p. 172).
La estrategia de subsistencia del productor campesino, basado en el principio de la diversidad tanto de
recursos como de prácticas productivas, da como resultado la presencia de agroecosistemas complejos
con alta diversidad que tienen implicaciones ecológicas al favorecer procesos y servicios ecológicos. La
siembra en policultivo favorece el aumento de la productividad y reduce el efecto de arvenses, plagas y
enfermedades (Toledo y Barrera-Bassols, 2008); la racionalidad ecológica del campesino, además de
una estrategia de subsistencia, es el resultado de su relación dependiente con la naturaleza (Toledo,
2017).
La agricultura campesina se ha visto afectada por políticas que subsidian prácticas como el monocultivo
y el uso de insumos externos, que rompen la relación del campesino con la naturaleza y establecen una
relación de dependencia con el mercado. En esta nueva relación el campesino depende de insumos
externos que elevan costos de producción; la siembra de un solo cultivo afecta su autosuficiencia
alimentaria porque depende del intercambio económico para la obtención de alimentos, agravándose

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cuando el pago es menor del costo por producirlo: lo que gana no es suficiente para cubrir las
necesidades básicas de su familia. Además, el uso de agroquímicos contamina sus recursos naturales y
cada vez es necesaria una mayor cantidad en su aplicación manteniendo al campesino en la pobreza
debido a la degradación de sus medios de sustento.
La transición del modo de producción campesino al modo agroindustrial inició con la revolución verde;
tras intentos de “modernizar” los sistemas agrícolas campesinos, dicha revolución fue patrocinada por
un modelo de producción capitalista que da prioridad a cultivos comerciales con altos rendimientos a
corto plazo. En México, la implementación de programas gubernamentales asistencialistas como
PROCAMPO (Programa de Apoyos Directos al Campo) aceleraron este proceso desplazando el método
tradicional de la milpa. Los apoyos asistencialistas funcionan como gancho para atraer a productores al
consumo masivo de agroquímicos, beneficiando a empresas que los producen bajo criterios de
rentabilidad.
Adicionalmente, las políticas implementadas no han sido orientadas hacia acciones integrales ya que las
prácticas y tecnologías transferidas no toman en cuenta los impactos ambientales y sociales que conlleva
su utilización. Los subsidios en insumos industriales generan dependencia en la agricultura de pequeña
escala (FAO, 2003).
Entre las consecuencias de este fenómeno de transición se tiene la emigración de las familias
campesinas, presencia de latifundios, desigualdad económica, devastación de culturas, uso insostenible
de los recursos que sustentan la agricultura, perdida de la diversidad por la homogenización genética
que, a su vez, altera los procesos ecológicos del agroecosistema favoreciendo la contaminación por el
uso de insumos industriales (Toledo y Barrera-Bassols, 2016).
Para Toledo (2017), el proceso de modernización en poblaciones campesinas desplaza su forma de vida
sustituyéndola por la especialización en todas sus dimensiones. Este cambio radical en la forma de vida
campesina termina resultando en costos económicos, sociales y ambientales que afectan directamente al
productor y a la comunidad en general. Dado que el principal objetivo de la producción campesina es el
autoabasto de la unidad familiar, es este el aspecto más afectado por el desplazamiento de la milpa
poniendo en peligro la seguridad alimentaria campesina (Alvarez Buylla et al., 2011).

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A contrapelo, los sistemas agrícolas campesinos basados en la estrategia de usos múltiple y que han
sobrevivido al proceso arrasador de modernización agrícola, representan un modelo exitoso de
sustentabilidad al preservar la productividad a largo plazo, conservar recursos naturales y promover la
biodiversidad. Aunado a ello, promueven servicios y procesos ecológicos que hacen del sistema
tradicional campesino un agroecosistema resiliente y eficiente, económica y ambientalmente.
Este rediseño de los sistemas agrícolas campesinos basados en los principios de la agroecología y la
soberanía alimentaria, puede ser la respuesta para la producción de alimentos en el presente sin
comprometer las necesidades alimenticias de las futuras generaciones, contribuyendo de esta manera a
alcanzar un desarrollo sustentable de acuerdo a lo planteado por Brundtland en 1987 (Vía Campesina,
2011).
Seguridad y Soberanía alimentaria
El concepto de seguridad alimentaria surge a principios de la década de 1970 bajo los principios de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO (2003), el término ha
sufrido modificaciones a través del tiempo hasta llegar a la definición actual. De acuerdo a esta
institución, la seguridad alimentaria se cumple cuando las personas tienen acceso tanto físico, social y
económica a alimentos inocuos y nutritivos en cantidad suficiente que satisfagan sus necesidades
permitiéndoles llevar una vida activa y sana en todo momento.
Esta definición de seguridad alimentaria consta de cuatro dimensiones: disponibilidad, acceso,
utilización y estabilidad. Para Salazar y Muñoz (2019), la disponibilidad está relacionada a la oferta de
alimentos a nivel local o nacional, la cual puede provenir de producciones familiares o intercambios
comerciales y ser fortalecida mediante apoyos gubernamentales al campo, o por medio de
importaciones.
El acceso hace referencia a la disponibilidad de recursos con que cuentan las unidades familiares para
la adquisición suficiente de alimentos satisfaciendo sus necesidades. Esta dimensión se fortalece
mediante intervenciones para mejorar la rentabilidad de la producción agrícola y la creación de fuentes
de empleo, aumentando posibilidades de acceso a una alimentación adecuada.
La utilización, relacionada con la calidad nutricional de los alimentos se incrementa al reforzarse la
producción de alimentos saludables, mejorando la calidad de la dieta, reduciendo la obesidad y

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favoreciendo el acceso a servicios como agua potable. La estabilidad alude a la capacidad de acceso a
alimentos nutritivos y en cantidad suficiente en todo momento, que se ve afectada por factores como la
vulnerabilidad de los sistemas alimentarios debido a efectos del cambio climático y a fluctuaciones de
precios en bienes alimentarios.
De acuerdo a Martínez (2008), el concepto de seguridad alimentaria considera irrelevante la procedencia
de los alimentos y se encuentra alineado a los intereses del modelo de globalización; razón por la cual
no tiene impactos significativos en la distribución y el empleo en comunidades rurales. En este contexto
Vía Campesina propone el concepto de soberanía alimentaria, llevado a debate público en la Cumbre
Mundial de la Alimentación en 1996.
Vía Campesina argumenta que las políticas neoliberales defienden el interés de empresas
transnacionales y de las grandes potencias antes que proteger la alimentación de los pueblos, motivo por
el que no se han logrado avances en el combate del hambre a nivel mundial. De las consecuencias de
estas políticas se puede señalar la dependencia de los pueblos a importaciones agrícolas y de insumos
industriales, así como el abandono de prácticas tradicionales, emigración, erosión genética, cultural y
medioambiental a nivel planetario (Vía Campesina, 2003).
De acuerdo a Vía Campesina, la soberanía alimentaria puede entenderse como: “El derecho de los
pueblos a alimentos sanos y culturalmente adecuados, producidos mediante métodos sostenibles, así
como su derecho a definir sus propios sistemas agrícolas y alimentarios” (Vía Campesina, 2011, p. 18).
Este derecho de los pueblos a alimentos sanos, apropiados a su cosmovisión al ser producidos mediante
métodos tradicionales sostenibles, es afectado cuando se implementan políticas públicas que atentan
contra sus formas de producción. El ejemplo del cultivo de maíz puede ser un buen referente.
El maíz es un alimento básico en la dieta del mexicano; desde tiempos prehispánicos este cultivo ha
dado sustento a los pueblos originarios del continente americano. Su importancia radica no únicamente
en ser visto desde la perspectiva alimentaria, también lo es desde el punto de vista social, económico,
cultural, ambiental, etc.
Para Damián y Toledo (2016), el maíz forma la base de la Seguridad Alimentaria Familiar (SAF), porque
poco más del 80% del maíz que se siembra en territorio mexicano depende única y exclusivamente del
agua de lluvia; esta modalidad de siembra tradicionalmente se ha manejado en policultivos conocidos

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como milpas, donde se registra el cultivo del maíz junto al frijol, calabaza, chile y múltiples arvenses.
Como resultado, la estrategia de producción ha asegurado una dieta diversificada en las familias
campesinas.
Desafortunadamente, la implementación de prácticas convencionales en sistemas agrícolas campesinos
ha desplazado métodos ancestrales basados en la diversidad, incidiendo negativamente en la seguridad
alimentaria de las familias campesinas. El subsidio de paquetes tecnológicos les genera fuerte
dependencia a insumos externos, donde la falta de capacitación en su manejo incrementa riesgos de
degradación de recursos locales.
Los fertilizantes subsidiados se componen generalmente de nitrógeno y fosforo, macroelementos vitales
en el cultivo de maíz. En el caso del nitrógeno se requieren alrededor de 20 a 25 kg para la obtención de
una tonelada de maíz por hectárea, por lo que una aplicación insuficiente o excesiva puede repercutir en
problemas de rendimiento en el cultivo (INIFAP-SAGARPA, 2015).
Flores et al. (2011) reportó tendencias de bajo rendimiento en la producción de maíz en dos comunidades
rurales de la Costa Chica en el estado de Guerrero. Los resultados encontrados indican que la ineficiencia
del uso de recursos en el manejo del cultivo ha favorecido un desbalance nutricional. La aplicación
superficial de fertilizante en pendientes pronunciadas posibilita la perdida por escurrimiento, y la escasa
existencia de materia orgánica favorece la lixiviación de nutrientes, aunado a la acidez del suelo que
limita el flujo de nutrientes afectando el rendimiento.
Damián Huato et al. (2013) desarrollaron el método productor-innovador (MP-I) para mejorar el manejo
del maíz de temporal y con ello la SAF de las unidades familiares, en Cohetzala, Puebla. Los resultados
mostraron que solo un 15% de las unidades familiares analizadas tiene seguridad alimentaria; prevalecen
las tecnologías progresivas o tradicionales las cuales tienen una relación directa con el rendimiento, por
lo que la transferencia del patrón tecnológico de los agricultores con altos registros podría significar un
aumento en el rendimiento y la SAF de los demás productores.
El Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias, INIFAP, en 2007 realizó
paquetes tecnológicos para doce Estados de la República donde se cultiva maíz en la modalidad de
temporal, incluyendo recomendaciones para optimizar el uso de insumos y recursos naturales,
disponibles dependiendo del potencial productivo donde se ubica la producción de maíz. La

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recomendación de este organismo para mejorar la productividad y competitividad en la producción de
este cereal, plantea ubicarlo en zonas con condiciones agroclimáticas optimas que permitan expresar de
manera natural el potencial productivo de maíces híbridos y variedades.
Esta última recomendación es difícil de seguir cuando las parcelas campesinas tienen pendientes
pronunciadas y bajo potencial productivo. Por lo que se obliga al impulso de esquemas de trabajo
alternativos en el medio rural, vinculados a la producción alimentaria desde el sector social. Así, el
concepto de soberanía alimentaria planteado por Vía Campesina hace alusión al desarrollo de un modelo
de producción campesina sustentable, en el que se combina el enfoque agroecológico con métodos
campesinos tradicionales.
La Agroecología como Estrategia para la Producción Sustentable en Sistemas Agrícolas
Campesinos
Ante las evidentes externalidades ambientales y sociales de la agricultura moderna, surge como
alternativa la agroecología. En su evolución histórica la agroecología inicia en 1930 como disciplina
científica, en 1960 se gesta como movimiento social reconocida como tal hasta 1990. En 1980 es
aceptada la agroecología como un conjunto de prácticas desarrolladas para alcanzar la sostenibilidad en
la agricultura (Wezel et al., 2009).
De esta manera, la agroecología es reconocida como un enfoque tridimensional: como disciplina
científica, movimiento social y práctica. Como ciencia su definición puede variar en función del enfoque
que puede ser a nivel de parcela y campo, a escala de agroecosistemas y granjas e investigaciones que
comprendan todo el sistema alimentario (Wezel et al., 2009).
Como disciplina científica: “Provee los principios ecológicos básicos para estudiar, diseñar y manejar
agroecosistemas que sean productivos y conservadores del recurso natural, y que también sean
culturalmente sensibles, socialmente justos y económicamente viables” (Altieri, 1999, p. 9). En tanto
que como movimiento social define acciones específicas impulsadas por grupos y sectores rurales que
se respaldan en criterios vinculados a la resiliencia, y la sustentabilidad productiva considerando la
diversidad de los entornos territoriales.
La agroecología utiliza como unidad de estudio al agroecosistema, entendido como “Comunidades de
plantas y animales interactuando con su ambiente físico y químico que ha sido modificado para producir

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alimentos, fibra, combustible y otros productos para el consumo y procesamiento humano” (Altieri,
2002, p. 50). En este espacio geográfico converge un sinfín de interrelaciones entre factores bióticos,
abióticos y culturales que determinan la producción de alimentos y son regulados por un contexto
específico.
El enfoque agroecológico persigue optimizar los procesos y servicios ecológicos necesarios para
mantener la estabilidad y resiliencia del agroecosistema y, de esta manera, genera su propia fertilidad
manteniendo su capacidad productiva a largo plazo (Altieri, 2002 y 2009).
Para el estudio, diseño y manejo de agroecosistemas, la agroecología utiliza un enfoque sistémico,
holístico y transdiciplinario (Guzmán et al., 2000). Se abordan de una manera integral los diferentes
componentes del agroecosistema: social, económico, político y cultural (Sarandón, 2002; Altieri, 2009).
De esta forma se trata de entender y analizar los compontes (estructura), dinámica y funcionamiento del
agroecosistema, con el objetivo de lograr un manejo sustentable (Altieri, 2009).
La agroecología se basa en principios en tanto directrices que permiten orientar las acciones para el
diseño de agroecosistemas sustentables. Reijntjes (1992), ubica estos principios en cinco apartados
centrados en la conservación del suelo mediante la adición de materia orgánica y preservación de la
biota del suelo, disponibilidad de nutrientes mediante prácticas que optimicen el reciclaje, uso eficiente
de los recursos que minimicen su degradación y fomenten su conservación mediante el control de las
características endógenas del agroecosistema, monitoreo de plagas y enfermedades para mitigar
perdidas y, por último, el aumento de la diversificación genética y funcional del sistema potenciando
sinergias y complementariedades entre sus componentes.
Altieri (2009) reduce los principios clasificados por Reijntjes (1992) en cuatro apartados, dado que las
plagas y enfermedades se mantienen en equilibrio en el agroecosistema cuando se explotan las
complementariedades y sinergias mediante el aumento de la diversificación genética y funcional. Para
la aplicación de estos principios existen diversas prácticas agroecológicas, entre las que destacan:
compostas, barreras vivas, acolchado, franjas en contorno, abonos verdes, terrazas, policultivos etc.; su
utilización dependerá de contextos específicos, insumos locales y necesidades de las familias
productoras (Altieri y Nicholl, 2000). Estas prácticas agroecológicas tienen un carácter multifuncional
al promover diversos procesos ecológicos.

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La aplicación de los principios agroecológicos, para el diseño de agroecosistemas sustentables se
respalda en la investigación acción participativa. Las técnicas de manejo que utiliza respetan el
conocimiento tradicional, su contribución parte del mismo, combinándolo con conocimientos científicos
para desarrollar estrategias agrícolas apropiadas a las necesidades campesinas. (Altieri y Nicholls,
2000).
La transición agroecológica es un proceso de transformación en el que se busca pasar de un sistema
convencional, simplificado y dependiente de insumos externos, a un sistema diversificado, con prácticas
agroecológicas que no utilice insumos externos. Esta trasformación se va dando de manera progresiva
y está orientada por los principios agroecológicos adecuados al contexto social, económico y ambiental
de los productores (Caporal y Costabeber, 2004).
De acuerdo con Gliessman (2007), el proceso de transición agroecológica consta de 4 niveles:
La primera etapa consiste en mejorar el uso de los insumos evitando las deficiencias y los excesos para
minimizar daños a los recursos base. Reduciendo el uso de insumos externos se disminuyen los costos
de producción, influyendo en el incremento de la rentabilidad económica. Durante esta etapa se
implementan prácticas orientadas a la optimización del espacio, uso eficiente de insumos, recursos y
conservación del suelo; entre ellas se pueden mencionar la elaboración de terrazas, surcos en contorno,
barreras vivas, curvas de nivel, incorporación de residuos de cultivo, coberturas vegetales, captación del
agua de lluvia, etc.
En la etapa dos, se sustituyen los insumos externos y prácticas convencionales por dinámicas
agroecológicas que restituyen los procesos y servicios ecológicos, minimizando y a la vez subsanando
la degradación de los recursos. El uso de abonos verdes, plaguicidas orgánicos, abonos orgánicos,
mínima labranza, son prácticas representativas de esta etapa.
El rediseño del agroecosistema es realizado en la etapa tres, durante la cual se implementan prácticas
multifuncionales con un enfoque integral; la meta se centra en recuperar los componentes clave del
agroecosistema potenciando las interrelaciones y sinergias positivas, eliminando con esto la
dependencia de insumos externos. Entre las prácticas utilizadas se encuentran la diversificación espacial,
temporal y la agroforestería, etc.

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La etapa 4 consiste en el establecimiento de nuevas relaciones basadas en la confianza entre productores
y consumidores, reforzando la economía local y transformando el sistema alimentario agroindustrial.
Estas etapas planteadas de forma secuencial son viables para el tipo de productor familiar capitalizado.
Para el caso de productores con escaso capital, una estrategia más adecuada sería la propuesta por López
García (2012), que propone una secuencia no lineal para la transición agroecológica; una vez iniciada,
se transita cada etapa en función de las necesidades y motivaciones del productor (López y Guzmán,
2014).
En un proyecto de transición agroecológica, la disposición de los productores e investigadores
involucrados es clave para su inicio y permanencia en el tiempo. “El proceso de transición agroecológica
tendrá sus propias particularidades en cada caso, según el escenario inicial y las situaciones que vayan
aconteciendo en su transcurso” (Marasas et al., 2012, p. 40).
Algunas externalidades negativas del sistema de producción convencional que afectan a los productores
y pueden incidir en el inicio de este proceso de transición agroecológica son: percepción de la
degradación del suelo debido al manejo realizado, problemas con plagas y enfermedades a pesar del
control químico, problemas de salud derivados del manejo de agroquímicos, vulnerabilidad en los
precios de los productos debido a la dinámica del mercado, aumento en los costos de producción por la
compra de insumos externos, endeudamiento, “desvalorización de la producción por vaivenes del
mercado que obligan a desechar lo producido” (Marasas et al., 2012).
METODOLOGÍA
Para la implementación de la propuesta se aplicó un enfoque metodológico mixto con predominancia
de la investigación cualitativa. A continuación, se describen las fases del proceso metodológico de este
proyecto, basado en la propuesta de López y Guzmán (2014).
Fase I Preliminar: consistió en la identificación de las potencialidades para la transición agroecológica
y la presentación del proyecto a 23 productores de maíz de la comunidad rural de Cuanacaxtitlán. Este
grupo productivo se mostró preocupado por la problemática planteada, pero también manifestó amplia
disposición y motivación para trabajar por una propuesta de solución. Para el cumplimiento de esta etapa
se utilizó información procedente de fuentes secundarias complementándose con la observación
participante. La observación participante “es científica y sistemática…tiene como objetivo el conocer

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los significados y sentidos desde y para el propio grupo” (Katayama, 2014, p. 89).
Fase II Diagnóstico y Planificación participativa: Esta fase consistió en la evaluación de la
sustentabilidad de los sistemas campesinos de producción de maíz en la zona de estudio, realizada con
base en el Marco para la Evaluación de sistemas de Manejo Incorporando Indicadores de Sustentabilidad
(MESMIS) propuesto por Masera et al. (1999).
La metodología MESMIS comprende los siguientes seis pasos para la evaluación de la sustentabilidad:
1. Determinación del objeto de la evaluación. En este primer paso se caracterizó a los 23
sistemas agrícolas que serían evaluados, su contexto socioambiental, los flujos internos y externos que
los afectan, así como sus componentes y las interacciones entre estos. Se identificaron 10 sistemas de
producción de maíz con predominancia de manejo tradicional, los cuales llamaremos Sistemas de
Manejo Tradicional (SMT) y 13 con dominancia de manejo convencional, los cuales denominaremos
como Sistemas de Manejo Convencional (SMC); ambos sistemas fueron clasificados de acuerdo al tipo
de semilla utilizada, mano de obra, objetivo de la producción y tecnología empleada en el proceso
productivo. Posteriormente se estableció el SMT como el sistema de manejo de referencia y el SMC
como el alternativo.
2. Determinación de los puntos críticos. Este paso consistió en identificar los puntos débiles y
fuertes del sistema de manejo que puedan tener incidencia en la sustentabilidad de los mismos. La
determinación de los puntos críticos se llevó a cabo con productores en un taller participativo
“Problemáticas presentadas en la producción de maíz” en el que se analizaron, además de las debilidades
y amenazas, las fortalezas y oportunidades observadas por los productores de maíz. Estos puntos críticos
se establecieron en relación a las propiedades de la sustentabilidad.
3. Selección de indicadores. Para el establecimiento de indicadores se evaluó la información
recabada en el paso 2, se determinaron los criterios de diagnóstico e indicadores en relación a las
propiedades de la sustentabilidad y la dimensión ya sea social, económica o ambiental.
4. Medición y monitoreo de los indicadores. Una vez establecidos los indicadores estratégicos a
medir, se diseñó un cuestionario semi estructurado para la obtención de información acerca del manejo
del cultivo de maíz, producción, costos totales, comercialización, organización y conciencia ambiental.
A continuación, se procedió al trabajo conjunto con los 23 productores, se realizaron recorridos por las

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parcelas más cercanas y se rellenó el cuestionario; la información proporcionada por los productores se
procesó mediante el paquete Excel.
5. Presentación e integración de resultados. Para la integración de los resultados obtenidos en
cada indicador se elaboró un gráfico de tipo radial (conocido también como “telaraña” o “amiba”), que
permite identificar a simple vista los aspectos más críticos de ambos agroecosistemas y aquellos que
necesitan ser fortalecidos.
En este paso se realizó el análisis comparativo de la sustentabilidad de los dos sistemas de manejo
evaluados. Los resultados fueron presentados ante productores en un taller donde se establecieron
acciones para mejorar la sustentabilidad en la producción de maíz.
6. Plan de Acción. Como último paso, con base en la evaluación obtenida de los indicadores, junto con
los productores se elaboró un Plan de Acción Integral y Sostenible (PAIS); este plan contiene acciones
que los productores consideraron prioritarias y en las que están dispuestos a involucrarse. Las acciones
contempladas en el plan de trabajo están ligadas a las diferentes etapas de la transición agroecológica;
por lo que, de acuerdo con López (2012) se propone una secuencia no lineal en la transición, la cual se
va dando de acuerdo a necesidades y motivaciones del productor.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Los sistemas de producción de maíz que fueron analizados presentaron diferencias significativas en los
resultados productivos: los agroecosistemas que utilizaron semillas híbridas obtuvieron los rendimientos
más altos. La variación en el rendimiento entre estos agroecosistemas puede explicarse por las
características edafoclimáticas específicas de cada parcela, por lo que el rendimiento del maíz híbrido
depende del potencial productivo del suelo donde es sembrado.
Los agroecosistemas que sembraron semillas criollas presentaron los rendimientos más bajos. La
diferencia entre los rendimientos obtenidos en estos sistemas fue menos variable.
De acuerdo a la percepción de los productores, el bajo rendimiento del maíz criollo aunado a la dificultad
creciente de vender sus excedentes, se debe a que los intermediarios en tanto principal canal de
comercialización empezaron a comprar exclusivamente maíz híbrido, así también al subsidio a
fertilizantes, factores que han favorecido la transición del sistema de producción tradicional al
convencional.

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Para la elaboración del diagnóstico, en conjunto con productores, se realizó análisis comparativo de la
sustentabilidad de 23 sistemas mixtos de producción de maíz mediante el método MESMIS. Esta
evaluación permitió detectar aspectos débiles, que deben reforzarse en la producción de maíz.
El nivel de sustentabilidad entre ambos tipos de agroecosistemas no difiere mucho. El SMT aparece
como más sustentable en 7 de los 17 indicadores medidos y el SMC en 8. El SMT obtuvo valores
óptimos en 6 indicadores, 3 que necesitan ser fortalecidos y 8 en estado crítico. El SMC obtuvo valores
óptimos en 3 indicadores, 4 que necesitan ser fortalecidos y 10 en estado crítico. En resumen, podemos
concluir que el SMT presenta mayor sustentabilidad en la dimensión ambiental y económica, mientras
el SMC es más sustentable en la dimensión social.
CONCLUSIONES
Ante los problemas que enfrentan los sistemas agrícolas campesinos de Cuanacaxtitlán en la producción
de maíz, se propuso y gestionó la producción sustentable con la finalidad de mejorar la rentabilidad del
cultivo y la sustentabilidad del proceso productivo. En esta idea, el enfoque agroecológico se presenta
como opción viable para fortalecer la territorialidad del pequeño productor rural en la zona de estudio.
De los 17 indicadores analizados uno de los más criticos fue el uso de herbicidas de sintesis industrial
como el Glifosato por lo que es de relevancia el desarrollo de proyectos enfocados en el manejo de
arvenses en sistemas campesinos y su potencial agroecológico en un contexto de impulso a la producción
sustentable.
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