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fortalecer el Estado de derecho, entendido como la supremacía de la ley y el respeto a los derechos
fundamentales. La falta de confianza en el sistema judicial, derivada de la percepción de impunidad y
corrupción, constituye un obstáculo significativo para el éxito de las iniciativas legales. Además, la
complejidad de las redes criminales, que operan a nivel transnacional, exige una colaboración estrecha
entre los Estados y la adopción de instrumentos internacionales, como la Convención de las Naciones
Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional (Naciones Unidas, 2004).
La intersección entre la gestión pública y el derecho en este contexto es evidente. Por un lado, las
políticas públicas deben basarse en un análisis profundo de las causas estructurales del crimen
organizado, como la desigualdad socioeconómica, el desempleo y la exclusión social. Según datos del
Banco Mundial (2023), Ecuador enfrenta una tasa de pobreza del 27.7%, lo que genera un caldo de
cultivo propicio para el reclutamiento por parte de organizaciones delictivas. En este sentido, las
estrategias de gestión deben incluir no solo medidas represivas, sino también programas de prevención
y reinserción social que aborden las raíces del problema. Por otro lado, el derecho proporciona el
respaldo legal necesario para garantizar que estas políticas se implementen de manera justa y efectiva
que promueven la rendición de cuentas y la protección de los derechos humanos.
Un ejemplo ilustrativo de cómo la gestión pública y el derecho pueden complementarse es el
fortalecimiento de los sistemas de inteligencia financiera. Estas unidades, encargadas de rastrear y
analizar operaciones sospechosas, requieren no solo de tecnología avanzada y personal capacitado, sino
también de un marco legal robusto que garantice la cooperación internacional y la protección de datos.
En este sentido, Ecuador ha avanzado en la adopción de medidas como la Ley para la Prevención de
Lavado de Activos, aunque su efectividad aún está limitada por la falta de un sistema judicial ágil y
confiable.
Otro elemento clave en esta lucha es la colaboración interinstitucional. La fragmentación y la falta de
comunicación entre los distintos órganos del Estado han sido factores que las organizaciones criminales
han aprovechado para expandir sus actividades. Para contrarrestar esta situación, es necesario
implementar un modelo de gobernanza que promueva la cooperación entre agencias policiales, fiscales
y judiciales, así como con la sociedad civil. Como indica Zamora (2023), solo mediante la construcción
de redes institucionales sólidas y coordinadas es posible enfrentar un problema tan complejo y dinámico