ESTRATEGIAS CONTRA LA DESINFORMACIÓN EN
REDES SOCIO DIGITALES
STRATEGIES AGAINST DISINFORMATION AND
MISINFORMATION ON DIGITAL SOCIAL NETWORKS
Rubén Cervantes Hernández
Universidad Autónoma de Zacatecas
Perla Ivonne Gallegos Flores
Universidad Autónoma de Zacatecas
Jorge Alberto Esponda Pérez
Universidad Autónoma de Zacatecas
Paola Margarita Chaparro-Medina
Universidad Autónoma de Zacatecas
Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza
Universidad Autónoma de Zacatecas

pág. 2123
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i3.17837
Estrategias contra la desinformación en redes socio digitales
Rubén Cervantes Hernández1
rubencervantesh1@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-9390-9461
Universidad Autónoma de Zacatecas,
México
Perla Ivonne Gallegos Flores
ivonne_gf@uaz.edu.mx
https://orcid.org/0000-0002-3247-568X
Universidad Autónoma de Zacatecas,
México
Jorge Alberto Esponda Pérez
jorge.esponda@unicach.mx
https://orcid.org/0000-0002-6821-5361
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas
México
Paola Margarita Chaparro-Medina
pchaparro@uach.mx
https://orcid.org/0000-0002-7270-9903
Universidad Autónoma de Chihuahua
México
Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza
adsogutierreze@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-8496-5496
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
México
RESUMEN
En nuestro artículo abordamos el fenómeno de la desinformación en las redes socio-digitales (RSD), la
cual se define como un contenido falso o engañoso, producida de manera intencional o no, y puede
generar consecuencias políticas, sociales e incluso económicas. Analizamos cómo las RSD funcionan
para difundir noticias falsas (paparruchas), e identificamos los tipos de desinformación y los factores
que permiten su propagación. Examinamos también cómo el capitalismo contemporáneo y las dinámicas
tecnológicas refuerzan este fenómeno. Para ello, revisamos de manera sistemática la literatura publicada
en los últimos cinco años y destacamos la prevalencia de enfoques reflexivos-cualitativos. Encontramos
que es pertinente el uso de estrategias integrales, tales como la verificación de datos (fact-checkers),
alfabetización sobre el uso de los medios digitales y regulación gubernamental para reducir los efectos
de la desinformación. Finalmente, concluimos que la educación es significativa para el combate de dicho
fenómeno y enfatizamos que es significativo la promoción del uso responsable de las tecnologías y la
colaboración entre las plataformas digitales, los distintos niveles de gobierno y los usuarios para
garantizar un acceso veraz y seguro a la información.
Palabras clave: desinformación, redes socio digitales, estrategias digitales, capitalismo contemporáneo,
verificación de la información
1 Autor principal.
Correspondencia: rubencervantesh1@gmail.com

pág. 2124
Strategies against disinformation and misinformation on digital social
networks
ABSTRACT
Our paper studies the complexity of disinformation on digital social networks (DSNs), defined as false
or misleading content, whether intentional or not, that could lead to political, social, or economic
consequences. It analyzes the role of DSNs as a primary vehicle for disseminating fake news, identifying
disinformation typologies and the factors that facilitate their spread. Additionally, it examines how
contemporary capitalism and technological dynamics reinforce this phenomenon. The methodology is
based on a systematic literature review of studies published in the last five years, highlighting the
prevalence of qualitative and reflective approaches. The findings underscore the need for comprehensive
strategies, such as fact-checking tools, media literacy, and government regulation, to mitigate the effects
of disinformation.The study concludes that critical education is essential to combat disinformation and
proposes the inclusion of digital literacy in educational curricula. Furthermore, it emphasizes the
importance of promoting the responsible use of technology and fostering collaboration among digital
platforms, governments, and citizens to ensure safe and reliable access to information.
Keywords: disinformation; digital media, digital strategies, contemporary capitalism, fact-checking
Artículo recibido 15 abril 2025
Aceptado para publicación: 19 mayo 2025

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INTRODUCCIÓN
La definición de desinformación es compleja debido a su carácter polisémico (Figueroa Alcántara,
2021). De acuerdo con la Unión Europea (2024), la desinformación es cualquier contenido falso o
engañoso difundido con intención de engañar o conseguir un beneficio de cualquier índole y, además,
puede causar daño público, y también un contenido engañoso compartido que no tiene una intención
dañina, aunque sus repercusiones podrían ser perjudiciales.
De manera similar, Rodríguez Andrés (2018) señala que la desinformación puede entenderse como un
fenómeno intencional de manipulación, en el que los receptores desconocen que están siendo
influenciados de forma sutil en sus decisiones. No obstante, la desinformación no siempre es intencional;
puede originarse por omisión o ignorancia. En esos casos, el acto de difundir información inexacta se
denomina “desinformación”, precisamente por no ser veraz.
En otras palabras, la desinformación incluye tanto la creación intencional de información engañosa
como su difusión, ya sea de forma consciente o inconsciente, con el propósito de alcanzar objetivos
políticos, sociales o económicos (Hameleers et al., 2024). Además, quien desinforma busca que sus
engaños se difundan ampliamente mediante los medios de comunicación y, en el contexto de este
artículo, dispositivos conectados a Internet a través de aplicaciones conocidas como redes socio-digitales
(RSD). Estas plataformas son espacios donde los usuarios suelen desplazar sus significados y consumir
información, abarcando una amplia variedad de aplicaciones y herramientas digitales (Cervantes
Hernández y Chaparro Medina, 2021).
La desinformación en línea la clasificamos en desinformación no intencional y desinformación
intencional (véase Tabla 1). No obstante, también es posible organizarla según la escala de verificación
de los datos (véase Tabla 2), la cual evidencia que la información en los medios de comunicación no
siempre es completamente falsa o correcta, sino que con frecuencia incluye interpretaciones o datos
incorrectos o erróneos.

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Tabla 1. Tipología de la desinformación
Desinformación no intencional Desinformación intencional
Información errónea. Desinformación.
Sátiras, parodias, sarcasmos,
imágenes y memes satíricos (El receptor podría
tener dificultad para discernir entre lo ficticio y
real).
Censura, secrecía, control
de la información.
Conexiones falsas (asociaciones
mentales o lógicas extrañas; por ejemplo,
estereotipos).
Noticias falsas o pseudonoticias (paparruchas o
fake news).
Videos o imágenes falsas (deep fake).
Fuente: elaboración propia a partir de Figueroa Alcántara (2021).
Tabla 2. Escala de calificación de verificación de datos
1. Correcto 2.Mayoritariamente
correcto.
Sólo pocos aspectos
irrelevantes para la
argumentación son
erróneos o se han
omitido.
Las imprecisiones no
influyen en la idea
correcta.
3. Indocumentado.
No hay evidencia
suficiente para una
afirmación, una cita o
un evento. Sin
embargo, tampoco hay
pruebas suficientes de
falsedad.
4.En parte es erróneo.
Las afirmaciones falsas
y correctas se mezclan,
la relación entre las dos
es casi la misma.
5.Falta de contexto.
Se omiten detalles
necesarios para
comprender los hechos.
Los hechos o cifras son
correctos, pero se
difunden sin el
contexto necesario, por
lo que surgen
malentendidos y
conclusiones falsas.
Una cita correcta ha
sido sacada de contexto
y, por lo tanto, puede
ser malinterpretada.
Los datos están
desactualizados y
difieren ahora.
6. Procesamiento de
datos.
Un documento, una
foto o un vídeo se
editaron
distorsionando el
significado.
Se generó una foto o un
video con la ayuda de
inteligencia artificial
(IA).
Un sitio web o una
captura de pantalla han
sido falsificados para
fingir ser una fuente
legítima.
7.Mayoritariamente
erróneo.
La mayoría de las
afirmaciones son
falsas.
Los aspectos menores
pueden ser correctos,
pero estos no influyen
en la idea incorrecta.
Una afirmación puede
argumentar con un
hecho o evento
verdadero, pero sigue
siendo
demostrablemente
falso.
8.Falso.
Fuente: elaboración propia a partir de CORRECTIV (2024).

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En la misma línea, existe una tipología cualitativa de formas de desinformación visual que incluye lo
siguiente: 1) el uso de imágenes no relacionadas para otorgar legitimidad a noticias textuales; 2) la
presentación de un supuesto “consenso de expertos” en apoyo a posturas antisistema (una suerte de
principio de autoridad); 3) el respaldo de afirmaciones verdaderas mediante imágenes falsas, y 4) el uso
de pruebas descontextualizadas para sustentar afirmaciones falsas (Hameleers, 2024). En otras palabras,
implica la utilización de imágenes que no coinciden con el texto, imágenes que aparentemente legitiman
una posición sin fundamento y fotografías reales empleadas para respaldar información falsa.
Por otro lado, la desinformación ha experimentado un aumento significativo, debido al crecimiento
exponencial de los flujos de información en el contexto del Capitalismo Contemporáneo (CC). Esta
estructura ha sido objeto de análisis por diversos autores, los cuales han dado nombres diferentes para
las características de dicho sistema. Algunos conceptos que se le dieron son los siguientes: el Imperio
(Hardt y Negri, 2000), el Capitalismo de Ficción (Verdú, 2003), el Capitalismo Mundial Integrado
(Guattari, 2004), la Segunda Modernidad y el Capitalismo Transestético (Lipovetsky y Serroy, 2009),
la Era de la Información (Castells, 2011), la Aldea global (McLuhan y Powers, 2015), la Modernidad
líquida y la Hipermodernidad (Bauman, 2017) y el Posmodernismo o la Condición de la Posmodernidad
(Harvey, 2017).
Entre las características de dicha estructura, la vida social pareciera configurarse como una forma de
biopoder virtual (Hardt y Negri, 2000) el cual condiciona el comportamiento tanto de individuos como
sociedades, transformando y resignificando los símbolos. De forma que la información, al proporcionar
experiencias a través del significado atribuido por los consumidores, suele desvanecer la importancia
de la temporalidad (Verdú, 2003). Dicho fenómeno se da porque el CC permite a los usuarios apropiarse
de los signos a través de una vasta cantidad de dispositivos, reafirmando su identidad como sujetos, no
obstante también con la capacidad de contradecir lo que se es (Lipovetsky, 2018).
En relación con esto, el internet no condiciona el desarrollo social, pero facilita la comunicación a través
de los dispositivos que representan a los diferentes intereses grupales e individuales, los cuales no
dependen necesariamente de las características inherentes a los objetos utilizados (Pallavicini, 2008).
No obstante, estos intereses grupales tienen la capacidad de distorsionar tanto la realidad como la
información precisa, con el fin de obtener ventajas económicas, políticas o sociales. Lo cual convierte a

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internet en un medio para la transmisión instantánea y, en algunos casos, viral de significaciones. El
problema radica en que dicha información no siempre es verídica, sino que a menudo es distorsionada.
Por otro lado, la desinformación ocurre porque la manipula el emisor con el propósito de tener influencia
en beneficio de sus intereses, fomentando el consumo de información errónea por parte de los receptores.
Ellos, en algunos casos, podrían reaccionar acorde a los objetivos o deseos del emisor (Rodríguez
Andrés, 2018). Este hecho es frecuente entre partidos políticos, organizaciones con y sin fines de lucro,
medios de comunicación, influencers, activistas, hackers, entre muchos otros entes sociales (Reilly,
2018). De manera que las prácticas de desinformación suelen polarizar los puntos de vista sociales
poniendo en riesgo tanto la democracia como el acceso a información confiable (Klawitter y Grümpel,
2023), ya que usualmente buscan silenciar a críticos u opositores (Rivera Magos y González Pureco,
2023).
En otro sentido, se destaca a la figura de los prosumidores, son aquellos individuos que producen,
difunden y consumen contenido de manera simultánea (Scolari, 2018). Estos, al intentar persuadir a
otros, pueden propagar contenido falso, tanto de manera intencional como involuntaria. El consumo y
prosumo que realizan en RSD les permite reafirmarse por las etiquetas que los conforman, tales como:
la edad, género, orientación sexual, nivel educativo, religión, preferencias políticas y la alfabetización
mediática digital los cuales se consideran también determinantes para adquirir desinformación (Casero-
Ripollés et al., 2023). En este sentido, el posicionamiento ideológico propio, moldeado por la
subjetividad, puede fomentar prejuicios y llevar a aceptar desinformación sin cuestionar su fiabilidad
(Calvo y Clerici, 2023).
Se ha encontrado que las personas con un alto nivel educativo, en su mayoría con tendencias políticas
de izquierda, tienden a buscar fuentes para verificar la información (Saldaña y Santos, 2023: 795). En
contraste, diversos autores (Prochaska et al., 2023; Benaissa Pedriza, 2024) sugieren que los usuarios
de RSD suelen ser explotados como intermediarios en cadenas de desinformación. En este contexto, los
individuos desconocen su participación en la difusión de ideas falsas, ya que creen que el contenido que
comparten es genuino.
Por otra parte, la mayoría de los jóvenes desconoce la existencia de fact-checkers, es decir, herramientas
diseñadas para identificar noticias falsas. Además, aproximadamente una cuarta parte de los jóvenes

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reconoce que los medios tradicionales difunden con frecuencia noticias falsas, cuyo contenido suele ser
de índole política, humorística o de entretenimiento (Pérez-Escoda y Pedrero Esteban, 2021). Asimismo,
plataformas como X (antes Twitter), Facebook y WhatsApp son utilizadas con frecuencia para la
propagación de paparruchas o fake news. En este caso, se observa una marcada intencionalidad
ideológica, falta de fuentes confiables y relatos ficticios que, en la mayoría de los casos, combinan texto
con imágenes que no corresponden con la historia narrada (López-Martín et al., 2021; Canavilhas y
Colussi, 2022; Hameleers, 2024).
De manera similar, Bartolomé (2021) señala que las RSD funcionan como vectores para la propagación
de fake news y deep fakes, emitidas deliberadamente con fines de manipulación. Por otro lado, los
estudiantes de entre once y dieciséis años tienden a informarse compulsivamente a través de contenidos
audiovisuales y digitales mediante RSD, televisión y sus círculos inmediatos (familia o amigos). Sin
embargo, más de la mitad de ellos no logra distinguir entre noticias falsas y reales, ni entre información
y opiniones (Herrero-Curiel y La-Rosa, 2022). De igual forma, los estudiantes universitarios enfrentan
dificultades para discernir entre información veraz y falsa, lo que subraya la importancia de implementar
programas de alfabetización mediática y formación en habilidades críticas de pensamiento para evitar
posibles implicaciones legales (Vega Cocha et al., 2024).
En un mundo donde se confunde con frecuencia la opinión con la información, este panorama favorece
al consumo de contenido generado por usuarios maliciosos, como bots, trolls y cyborgs. En este
contexto, Cano-Orón et al. (2023) describen los comportamientos relacionados con la verificación de
información, los cuales pueden dividirse entre quienes la ignoran y quienes interactúan con ella.
Además, esta interacción está influida por factores sociodemográficos (como género, nivel educativo y
país), competencias digitales y factores de comportamiento, tales como la intención de informar,
influenciar, conocer opiniones, provocar, entretener, complacer o molestar. También juegan un papel
importante las emociones evocadas por el contenido, así como el apoyo, la radicalización o el alcance
colectivo que este busca, ya sea político, social o económico. Por último, dado que estos factores inciden
en las personas de manera cotidiana, podrían explicar por qué los temas predominantes de las noticias
falsas suelen estar relacionados con la política, la inmigración, el racismo, el feminismo y la violencia
de género (Blanco-Alfonso et al., 2021).

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Por otro lado, México enfrenta un gran desafío en la lucha contra la desinformación, ya que las
autoridades gubernamentales suelen atacar a los medios periodísticos de manera constante. Un ejemplo
claro es el de un ex presidente cuyo periodo fue del 2018 al 2024, quien, mediante sus reiteradas críticas
hacia los medios, contribuyó a que la confianza de los ciudadanos mexicanos en las noticias disminuyera
del 50 % al 36 %. Esta situación llevó a que, en 2022, ciento ochenta periodistas firmaran una petición
para exigir el fin del acoso contra los comunicadores que no se alinean con la agenda política
gubernamental o que no manipulan la información a favor de intereses oficiales (Newman et al., 2023).
Sin embargo, este problema no parece ser exclusivo de México. Según Rivera Magos y González Pureco
(2023), más de la mitad de la información emitida por algunos líderes latinoamericanos —como Alberto
Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia, Gustavo Petro en Colombia y Nayib Bukele en El
Salvador— es falsa, ya que su contenido es engañoso, y tiene conexiones erróneas y discursos de odio.
Además, la desinformación se manifiesta en diversos formatos. Un ejemplo notable es el caso de
contenido visual difundido en X, diseñado para favorecer intereses rusos (García-Marín y Salvat-
Martinrey, 2023). En otras palabras, las campañas basadas en mentiras han demostrado ser una estrategia
efectiva en el ámbito político para alcanzar objetivos específicos (García-Orosa, 2021). En resumen,
existen innumerables intereses que pueden influir deliberadamente en la difusión de información, lo que
agrava el problema de la desinformación y representa un reto significativo para la integridad de las
democracias de la región.
Si las personas desconocen o no utilizan herramientas de verificación de datos (fact-checkers), están
altamente expuestas a compartir información sin comprobar su veracidad. Aunque esta información
puede estar relacionada con sus patrones de comportamiento o las emociones que les provoca, es poco
probable que verifiquen su origen antes de difundirla. La desinformación está prácticamente presente
en todos los ámbitos. En otras palabras, ningún dato escapa a la posibilidad de ser tergiversado, ya sea
en formato textual, auditivo o visual, ni ninguna red digital está exenta de este fenómeno. Por ejemplo,
plataformas como WhatsApp y Facebook han mostrado que la mitad de su contenido puede ser falso,
mientras que en Twitter ocurre en menor medida (Blanco-Alfonso et al., 2021).
Si bien las RSD son el principal espacio donde prolifera el consumo de desinformación, esto no exime
a la inteligencia artificial de participar en la creación de contenido falso, ya sea en formato visual o

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textual. Esto depende, en gran medida, del uso ético que cada persona haga de estas herramientas, así
como de su formación para emplear de manera adecuada las funcionalidades y realizar peticiones
responsables a la IA (Vásquez et al., 2023). Otro problema evidente es la sustitución del periodismo de
calidad por prácticas como el infoentretenimiento, el clickbait o las campañas mediáticas (Magallón-
Rosa, 2022). Tanto el uso de inteligencia artificial como el consumo de fuentes confiables están
directamente relacionados con el nivel de alfabetización mediática de las personas, así como con su
capacidad para utilizar la tecnología de manera adecuada y evitar tanto la generación de información
incorrecta como el consumo de fuentes no verídicas.
No obstante, no existe un único perfil de usuarios más vulnerables a la desinformación en línea, ya que
el poder persuasivo de esta depende en mayor medida de las creencias e intereses personales que
influyen en el consumo desinformado de datos. Esto ocurre porque, con frecuencia, las personas no
corroboran la información y la aceptan como verídica si esta coincide con su forma de percibir el mundo
(Valenzuela, 2024). En cuanto a los artículos publicados sobre desinformación, son más comunes las
investigaciones enfocadas en soluciones para evitar o enfrentar este fenómeno. Sin embargo, los estudios
relacionados con los patrones de difusión del contenido falso suelen tener mayor alcance y relevancia
(García-Marín, 2021; López López et al., 2023).
Por ello, el propósito de este análisis, del estado del arte, es identificar y compilar estrategias y métodos
para combatir la desinformación en línea para simplificar y sistematizar la información existente. No
obstante, se reconoce que la desinformación es un fenómeno complejo que no se limita a las RSD, sino
que también está presente en otros medios de comunicación, como la televisión, la radio, la prensa y los
espacios presenciales (discursos públicos, conferencias, clases y conversaciones de persona a persona).
Además, muchas veces estos contenidos presenciales terminan siendo compartidos en línea a través de
diferentes formatos. Es esencial estudiar este fenómeno, dado que puede tener un impacto significativo
en la ciudadanía (Rúas-Araújo y Fontenla-Pedreira, 2024).
METODOLOGÍA
El enfoque metodológico de la investigación se llevó a cabo mediante una revisión de la literatura en la
desinformación digital y el CC, con el objetivo de identificar estrategias y métodos para combatir la
desinformación y proporcionar un sustento teórico desde donde situar el fenómeno. Esta revisión se

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justifica en la observación de López López et al. (2023), quienes señalan que gran parte de los estudios
sobre el tema presentan déficits epistemológicos y metodológicos. La metodología seguida fue de
carácter no experimental y descriptiva. Se priorizaron estudios publicados en los últimos cinco años, a
excepción de obras consideradas indispensables por su relevancia teórica o metodológica (Arnau
Sabatés y Sala Roca, 2020). La secuencia de la revisión fue estructurada de la siguiente manera:
1. Selección de fuentes:
Los artículos y obras se obtuvieron principalmente de Google Scholar, ResearchGate, Academia.edu y,
en menor medida, de Taylor & Francis Online. En el caso de la búsqueda en Google Scholar se obtuvo
un total de 50,600 con desinformación en redes para los cuales se consideraron solamente las primeras
diez pestañas de búsqueda donde cada una tenía diez artículos, dando un total de cien. En el caso de
Academia.edu el total fueron 13,862 de los cuales se contemplaron las primeras diez pestañas dando un
total de cien artículos y capítulos de libro. En ResearchGate se consideró 50 artículos, no indica cuántos
eran en la búsqueda total del tema. En Taylor & Francis Online al hacer la búsqueda en español arroja
58, no obstante en inglés (misinformation in social media) dio un total de 20, 088, solamente se
consideraron 40 artículos.
2. Criterios de inclusión y exclusión:
Se seleccionaron estudios que abordaran temas relacionados con el CC o la desinformación en RSD;
para dicha búsqueda se utilizó or y and asimismo se consideró a los sinónimos de las palabras clave. De
un total inicial de aproximadamente trescientas obras, se excluyeron aquellas que no cumplían con los
criterios de antigüedad (si tenían más de cinco años) o relevancia directa, salvo aquellas consideradas
fundamentales para el marco teórico o conceptual.
3. Proceso de selección:
Para garantizar la pertinencia de las obras, se revisaron los títulos, resúmenes y conclusiones,
seleccionando aquellos estudios que respondieron a las necesidades del artículo.
Limitaciones del estudio:
Se identificaron las siguientes limitaciones en la revisión de literatura:
a) La abundancia de artículos sobre los temas complicó la selección precisa.
b) Errores ocasionales en las búsquedas, incluso con búsquedas dobles.

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c) Sesgos derivados del buscador o de las publicaciones.
d) Restricciones de acceso debido a costos elevados.
e) Sesgos personales en la selección y análisis de las obras (Barredo-Ibáñez et al., 2021).
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
La información considerada para la metodología se resume a continuación (Figura 1):
Figura 1. Esquema de revisión de literatura en desinformación de redes.
Fuente: elaboración propia.
En los artículos revisados predominantemente trataron de la sobreabundancia de información, lo cual
coincide con el CC indicando que todo tiene un mayor alcance mediante RSD. Es tanto el
desplazamiento de información que ha permitido también la abundancia de las noticias falsas o
paparruchas (independientemente de si es intencionado o no). De igual forma los estudios fueron no
longitudinales y en su mayoría fueron cualitativos; predominando los de reflexión o revisión de
literatura.
En cuanto a las estrategias, los estudios suelen sugerir alguna o todas las siguientes: verificar los hechos
(fact-checkers), regulaciones de las RSD o de los gobiernos contra la desinformación y propuestas de

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alfabetización digital con miras a ser crítico con la información que se consume en línea. Por otro lado,
pocos artículos abordan aspectos epistemológicos y gran parte de ellos se centran en una red o varias y
los aspectos políticos en cómo son usadas.
Para contextualizar la búsqueda sobre desinformación en redes, se utilizó la plataforma Dimensions de
Digital Science. Los resultados indicaron que, al buscar "desinformación en redes," se identificaron un
total de 7,175 divididos en las siguientes áreas: 1,300 artículos en el área de Lengua, Comunicación y
Cultura; 1,028 en Estudios de Comunicación; 678 en Sociedad Humana; 476 en Artes Creativas y
Escritura; 351 en Medios Digitales; entre muchas otras áreas de menor representación.
Figura 2. Crecimiento de las publicaciones sobre desinformación en redes del 2015 al 2025.
Fuente: elaboración propia a partir de Digital Science (2025).
La búsqueda en inglés de los términos disinformation y misinformation arrojó un total de 50,702
artículos, distribuidos en las siguientes áreas: Ciencias de la Información y la Computación, con 12,767
artículos; Lengua, Comunicación y Cultura, con 12,529; Estudios de Comunicación y Medios, con
10,122; Sociedad Humana, con 8,297; y Artes Creativas y Escritura, con 6,771, entre otras áreas de
menor representación.

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Figura 3. Crecimiento de las publicaciones sobre disinformation y misinformation del 2015 al 2025.
Fuente: elaboración propia a partir de Digital Science (2025).
En las figuras 2 y 3 (período 2015 a 2025) se observa un crecimiento gradual en las investigaciones
relacionadas con el tema aunque a raíz de la pandemia se observa un incremento notable. Muchas
publicaciones se centran en la relación salud y desinformación, así como en desinformación y aspectos
políticos e implicaciones para la democracia. Dichos temas despertaron el interés en la desinformación
visibilizando un problema que, aunque siempre estuvo presente, parecía inadvertido. Esta situación no
se limita únicamente a las RSD, también ocurre en los demás medios de comunicación humana y, en
muchos casos, puede tener fines intencionados.
Finalmente, debe subrayarse la novedad científica, lo controversial, las perspectivas y prospectivas
teóricas, las aplicaciones prácticas y la pertinencia del trabajo en relación a la línea de investigación.
CONCLUSIONES
Hay quienes consideran que la vigilancia digital, usualmente asociada a regímenes autoritarios como los
de China y Rusia, es una herramienta óptima para regular y censurar la información (Bartolomé, 2021).
Aunque consideramos que eso no exime la desinformación de diferente índole (política, social,
económica, entre otros) en ese control gubernamental. El principal problema con ese control autoritario
digital es que dificulta la formación de ciudadanos críticos de lo que consumen. Por ejemplo, se ha
demostrado que hay ausencia de pensamiento crítico en el contenido mediático adquirido por parte de

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personas de entre once y dieciséis años esto solamente evidencia la inminente necesidad de no solo
adquirir el acceso a los dispositivos e internet sino adquirir las capacidades para evitar consumir
acríticamente (Herrero-Curiel y La-Rosa, 2022).
Una de las formas más efectivas para ser críticos con la información es desarrollar la capacidad de
identificar fuentes confiables. Por ello, se debería considerar incluir a la alfabetización digital en los
planes educativos en la infancia o en la educación media. Lo anterior es relevante ya que en la pandemia
de COVID-19 los estudiantes universitarios que usaron a las RSD como medio de información
estuvieron frecuentemente desinformados, lo cual afectó para el combate a la pandemia (Agostino et al.,
2024). De manera que es esencial que los estudiantes adquieran alfabetización digital adecuada para su
futuro profesional permitiéndoles comprender la posible influencia que tiene un uso irresponsable del
internet o cómo impactaría esto en su vida (García-Orosa, 2021).
No obstante, se encontró que en RSD como Instagram y WhatsApp se incrementa la credulidad a la
desinformación quizás porque hay menos verificación de información y la mayor privacidad. Aunque
utilizar estrategias educativas no siempre logra reducir la desinformación los datos sugieren que las
personas con mayor alfabetización digital tienen más herramientas para hacer frente al fenómeno
desinformativo (Montemayor Rodríguez y García Jiménez, 2021; Echeverría y Rodríguez Cano, 2023).
Por lo tanto, sería ideal que las instituciones educativas agreguen en sus planes curriculares la
alfabetización mediática para que puedan identificar y combatir la desinformación en un entorno cada
vez más digital.
En México, no existe una ley o reglamento específico contra la desinformación. No obstante, hay
quienes aseveran que prohibir o restringir la información podría atentar contra la libertad de expresión.
A pesar de ello, existen múltiples leyes en diversas áreas para regular las consecuencias derivadas de la
desinformación (Puente Gallegos, 2022); Es importante destacar que el regular la desinformación no
implica coartar la libertad de expresión sino evitar el uso engañoso de información y que la información
difundida sea veraz. Por otro lado, Lim et al. (2024) sugieren que es necesario establecer regulaciones,
especialmente en las RSD, y recurrir a legislaciones en caso de ser imprescindible para contrarrestar
este fenómeno (Galarza Molina, 2022). Un ejemplo de este enfoque regulatorio lo representa la Unión
Europea, que ha implementado un marco jurídico sólido contra los difusores de desinformación Además,

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promueven un modelo basado en la educación ciudadana, fomentando conocimientos y habilidades que
permitan a las personas identificar y evitar la desinformación (Sádaba y Salaverría, 2023).
En esta misma línea, García-Orosa (2021) sostiene que es necesario contar con regulaciones nacionales,
además de fomentar una ciudadanía crítica ante la desinformación, asimismo hacerles reflexionar sobre
posibles intervenciones y utilizar la inteligencia artificial (IA) para su beneficio y de manera crítica. De
manera similar, los ciudadanos españoles consideran que las mejores estrategias para combatir la
desinformación incluyen verificar la información y promover legislaciones adecuadas, apostando así
por un futuro más informado y libre de engaños (Casero-Ripollés et al., 2023). Una de las formas más
efectivas de verificación es contrastar la información y comprobar la fiabilidad de las fuentes, lo que
puede lograrse mediante el uso de herramientas como los verificadores de fuentes conocidos por su
anglicismo: fact checkers (Montemayor Rodríguez y García Jiménez, 2021).
Por otro lado, los periodistas consideran que la difusión de noticias falsas es un problema grave y que
el uso del término fake news perjudica la credibilidad de los medios de comunicación (Galarza Molina,
2022). Esta percepción se confirma con un estudio realizado por Van der Meer y Hameleers (2024) en
siete países (Estados Unidos, Inglaterra, Países Bajos, Alemania, Francia, Polonia e India), en el cual se
aplicó un cuestionario para analizar la percepción sobre la desinformación en los ciudadanos. Los
resultados revelaron que, en todos los países, predomina la idea de que aproximadamente la mitad de
las noticias, tanto en línea como fuera de ellas, contienen información engañosa o falsa. Ante la creciente
falta de credibilidad de las organizaciones periodísticas, una estrategia para recuperar la confianza de
los consumidores podría consistir en incrementar el rigor, la ética y la calidad de las publicaciones.
Además, es fundamental promover una comunicación bidireccional con el público, dado que este se
caracteriza por interactuar continuamente y percibirse como competente en tecnologías de la
información y la comunicación (García-Marín, 2021).
La UNESCO impulsa la iniciativa MIL CLICKS, que recomienda a los usuarios verificar los titulares,
analizar las reacciones emocionales que provocan, revisar la fuente de información, corroborar los datos
en caso de duda, examinar los enlaces a los que redirigen, y tener en cuenta que la presencia de
numerosos anuncios puede ser un indicativo de falsedad. También se sugiere utilizar herramientas de
verificación de fuentes (fact checkers) (Cabrera Castiglioni et al., 2023). Asimismo, existen plataformas

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especializadas en la verificación de información, como correctiv.org, AFP Fact Check, Reuters Fact
Check, Mimikama.at, Maldita.es, UyCheck y Verificado.uy (Bustos-Díaz y Ruiz-del-Olmo, 2020;
Klawitter y Grümpel, 2023; Cabrera Castiglioni et al., 2023). El surgimiento de estas aplicaciones
responde a la creciente necesidad de combatir la desinformación.
Sin embargo, a pesar de las recomendaciones de la UNESCO, se ha detectado que menos de la mitad de
los futuros periodistas reciben formación en proyectos de fact checking, lo que refuerza la urgente
necesidad de conocer y emplear estas herramientas (Dourado et al., 2025). En este contexto, los
periodistas sugieren que es fundamental implementar programas de capacitación tanto para
profesionales de los medios como para el público en general, ya que existen barreras en los medios y
deficiencias en la preparación profesional que pueden limitar o incluso agravar la difusión de
información incorrecta (Galarza Molina, 2022). Por otro lado, aunque los periodistas conozcan las
herramientas de verificación, otro estudio destaca que la mayoría de ellos cree tener las habilidades
necesarias, pero reconoce la importancia de recibir una formación más sólida sobre su uso (Gómez-
Calderón y López-Martín, 2024).
Para dicha formación Hernández Pérez (2021) recomendó a los usuarios verificar su consumo de
información en internet mediante diversas técnicas. Entre estas, destacan revisar las URL, comprobar
las fechas de publicación, buscar a los autores en otras fuentes, consultar grupos de verificadores, evitar
seguir cuentas anónimas, desarrollar habilidades mediáticas, mantenerse actualizado en tecnología y
reflexionar sobre las propias creencias. Por otra parte, en México, las redes sociales más utilizadas para
compartir noticias o cualquier tipo de contenido son Facebook, YouTube, WhatsApp, TikTok, Twitter
e Instagram (Newman et al., 2023). Sin embargo, estas plataformas han puesto de manifiesto que,
aunque permiten la difusión inmediata de información, presentan una notable carencia en la verificación
de los datos que circulan (Unda Endemaño e Iturregui Mardaras, 2025).
Además, al analizar la forma en que los mexicanos participan en el intercambio de noticias, se encontró
que las dinámicas de interacción son relativamente equilibradas. No obstante, predominan los
participantes reactivos, quienes leen, comparten y reaccionan ante las publicaciones. En segundo lugar,
se encuentran los consumidores pasivos, que no participan activamente, y, finalmente, los participantes
activos, quienes comentan y publican contenido de forma regular (Newman et al., 2023); el ser capaces

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de identificar cómo participan primordialmente los usuarios permite atacar al problema de fondo que es
evitar leer, reaccionar, comentar y compartir información falsa o engañosa para evitar que esta tenga un
mayor alcance.
Sugerencias para futuras investigaciones al presentar los resultados de la revisión sistemática utilizar
método de mapeo o índice para subdesglosar los temas trabajados en todos los artículos y que la
presentación resumida sea más atractiva y afinada; es decir, sería una técnica embudo de lo general a lo
más específico de la literatura. También los datos pueden ser presentados en tabla considerando títulos
de artículos, resúmenes y conclusiones. Se observa una aparente sobreabundancia de artículos sobre
desinformación en las RSD, sin embargo, se debe de revisar el enfoque, la metodología, el aporte de
dicho artículo sobre otros y se debe ser selectivo sobre la calidad al momento de incluir estas
investigaciones. También son de suma importancia los estudios tanto cualitativos como cuantitativos
que hacen un aporte propio más allá de la revisión de literatura, por lo cual recomendamos más estudios
con aportes propios.
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