TRAUMA INFANTIL Y CONDUCTAS
ADICTIVAS EN JÓVENES ADULTOS EN
SITUACIÓN DE RIESGO EN QUINTANA ROO
CHILDHOOD TRAUMA AND ADDICTIVE BEHAVIORS IN
YOUNG ADULTS AT RISK IN QUINTANA ROO
Br. Martha Solís Cruz
Universidad Vizcaya de las Américas campus Chetumal

pág. 2877
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i3.17909
Trauma infantil y conductas adictivas en jóvenes adultos en situación de
riesgo en Quintana Roo
Br. Martha Solís Cruz1
marthasolis4156@gmail.com
https://orcid.org/0009-0002-5442-4493
Universidad Vizcaya de las Américas campus Chetumal
RESUMEN
Esta investigación documental analiza la relación entre el trauma infantil y las conductas adictivas en
jóvenes adultos de comunidades marginadas en Quintana Roo. El estudio parte del reconocimiento de
un problema de salud pública creciente: el consumo problemático de sustancias en contextos de alta
vulnerabilidad social, donde la exposición a experiencias adversas en la infancia —como abuso físico,
emocional y sexual, negligencia y violencia intrafamiliar— es significativamente elevada. A través de
una revisión crítica de literatura científica, informes institucionales y modelos de intervención clínica,
se identificaron los tipos de traumas más estrechamente asociados al desarrollo de adicciones, así como
los mecanismos psicológicos y neurobiológicos que explican esta relación. Desde el enfoque de la
psicología clínica y la psicotraumatología, se destaca que las heridas emocionales no resueltas favorecen
patrones de automedicación, disfunciones en la regulación afectiva y alteraciones en los sistemas de
recompensa cerebral, incrementando el riesgo de consumo de sustancias como forma de alivio psíquico.
Los resultados también evidencian que factores contextuales como la pobreza, la marginación y la falta
de acceso a servicios de salud mental actúan como amplificadores del daño traumático. La investigación
concluye que abordar el trauma infantil en estas poblaciones es esencial para prevenir las adicciones y
propone líneas de acción orientadas a la detección temprana, el fortalecimiento de redes de apoyo
comunitario y la implementación de intervenciones culturalmente sensibles. Los hallazgos aportan
evidencia relevante para diseñar políticas públicas que rompan el ciclo trauma-adicción en jóvenes de
comunidades vulnerables de Quintana Roo.
Palabras clave: trauma infantil, conductas adictivas, jóvenes adultos, comunidades marginadas,
psicotraumatología
1 Autor principal
Correspondencia: marthasolis4156@gmail.com

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Childhood Trauma and Addictive Behaviors in Young Adults at Risk in
Quintana Roo
ABSTRACT
This documentary research analyzes the relationship between childhood trauma and addictive behaviors
in young adults from marginalized communities in Quintana Roo. The study is based on the recognition
of a growing public health issue: problematic substance use in contexts of high social vulnerability,
where exposure to adverse childhood experiences—such as physical, emotional, and sexual abuse,
neglect, and domestic violence—is significantly elevated. Through a critical review of scientific
literature, institutional reports, and clinical intervention models, the types of trauma most closely
associated with the development of addictions were identified, as well as the psychological and
neurobiological mechanisms that explain this relationship. From the perspective of clinical psychology
and psychotraumatology, the study highlights that unresolved emotional wounds favor patterns of self-
medication, affective regulation dysfunctions, and alterations in the brain's reward systems, thereby
increasing the risk of substance use as a form of psychological relief. The findings also show that
contextual factors such as poverty, marginalization, and lack of access to mental health services act as
amplifiers of traumatic damage. The research concludes that addressing childhood trauma in these
populations is essential for addiction prevention and proposes action lines aimed at early detection,
strengthening community support networks, and implementing culturally sensitive interventions. The
findings provide relevant evidence to design public policies aimed at breaking the trauma-addiction
cycle among young people from vulnerable communities in Quintana Roo.
Keywords: childhood trauma, addictive behaviors, young adults, marginalized communities,
psychotraumatology

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INTRODUCCIÓN
El consumo problemático de sustancias en jóvenes representa un desafío creciente de salud pública,
especialmente en contextos de vulnerabilidad social. Diversos trabajos han señalado que las experiencias
traumáticas durante la infancia contribuyen significativamente al riesgo de desarrollar adicciones en la
vida adulta. El término trauma infantil abarca una variedad de eventos adversos vividos antes de los 18
años, entre ellos maltrato físico, abuso sexual, maltrato emocional, negligencia, así como la exposición
a violencia familiar o comunitaria. Estas experiencias adversas en la infancia (EAI) son muy comunes;
se estima que aproximadamente entre el 46% y 66% de la población adulta ha vivido al menos una, cifra
que asciende al 75-85% en la población adolescente.
La evidencia científica acumulada desde el estudio clásico de Felitti et al. (1998) sobre Adverse
Childhood Experiences (ACE) ha demostrado una relación dosis-respuesta: a mayor número de
adversidades infantiles, mayor es la probabilidad de presentar conductas de riesgo, incluyendo uso de
sustancias, y trastornos de salud en la adultez. En particular, uno de los efectos más estudiados de haber
sufrido trauma en la niñez es la propensión a conductas adictivas posteriores.
En el estado de Quintana Roo, México, este problema adquiere matices preocupantes. Si bien la
entidad es conocida por su auge turístico, también alberga comunidades marginadas donde convergen
pobreza, violencia y falta de oportunidades, factores que pueden exacerbar la incidencia de traumas
infantiles. Datos recientes revelan que 2024 fue el peor año registrado en cuanto a maltrato infantil en
Quintana Roo, con más de 833 casos documentados. Gran parte de estos casos ocurrieron en colonias
populares y contextos de desamparo, frecuentemente ligados al consumo de drogas como la
metanfetamina por parte de los padres.
De hecho, alrededor del 10% de todos los incidentes de maltrato en el estado sucedieron bajo los
efectos del alcohol u otras sustancias, en una población donde la prevalencia de consumo de sustancias
es de las más altas del país. Estas estadísticas locales sugieren la existencia de un círculo vicioso
intergeneracional: entornos familiares con adicciones propician traumas en los niños, los cuales a su vez
pueden derivar en nuevas conductas adictivas cuando esos niños llegan a la juventud.
Desde la perspectiva de la psicología clínica y la psicotraumatología, comprender qué tipos
específicos de traumas infantiles están relacionados con el desarrollo de adicciones resulta fundamental.

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Diversos mecanismos psicológicos y neurobiológicos han sido propuestos para explicar este vínculo.
Por un lado, la teoría de la automedicación postula que algunas personas que sufrieron maltrato o eventos
traumáticos en su niñez recurren al consumo de sustancias como una forma de aliviar o entumecer el
sufrimiento psicológico residual.
Se ha observado que los trastornos por estrés postraumático (TEPT) y otros trastornos emocionales
derivados del trauma frecuentemente coexisten con la dependencia a sustancias, complicando el cuadro
clínico. Pese a la abundante evidencia internacional, en el contexto de comunidades marginadas de
Quintana Roo existen aún vacíos de conocimiento. Identificar los traumas infantiles más vinculados a
las adicciones en esta población podría ayudar a orientar programas de prevención y tratamiento más
sensibles al contexto sociocultural local. La justificación de este estudio radica en la necesidad de aportar
información que permita diseñar intervenciones psicológicas y comunitarias para romper el ciclo
trauma-adicción, protegiendo así a la niñez y juventud de estas comunidades en situación de riesgo.
Con base en lo anterior, la pregunta de investigación que guía este trabajo es: ¿Qué tipo de traumas
infantiles están relacionados con el desarrollo de adicciones en jóvenes adultos de comunidades
marginadas en Quintana Roo? A continuación, se detalla la metodología empleada en esta investigación
documental, seguida de los resultados de la revisión de la evidencia científica y su discusión, para
finalmente plantear conclusiones y recomendaciones orientadas al contexto de Quintana Roo.
METODOLOGÍA
El presente estudio se desarrolló bajo un diseño de investigación documental o revisión
bibliográfica, de enfoque cualitativo-descriptivo. Se llevó a cabo una búsqueda sistemática de fuentes
académicas confiables (artículos científicos, informes institucionales y textos especializados) que
abordaran la relación entre trauma infantil y conductas adictivas. Para garantizar la actualidad de la
evidencia, se delimitaron las publicaciones principalmente a los últimos 10 años (2013-2023),
incluyendo algunos trabajos clásicos esenciales previos (e.g., Felitti et al., 1998). Las bases de datos
consultadas incluyeron Scopus, Redalyc, SciELO, PubMed y Google Académico, utilizando
combinaciones de palabras clave en español e inglés: “trauma infantil”, “experiencias adversas en la
infancia”, “adicciones”, “abuso de sustancias”, “jóvenes adultos”, “comunidades marginadas”,
“Quintana Roo”, entre otras.

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Como criterios de inclusión se consideraron estudios cuantitativos (epidemiológicos, clínicos) y
cualitativos (entrevistas, estudios de caso) relevantes para la pregunta de investigación, con enfoque en
psicología clínica, psiquiatría o disciplinas afines. Se prestó especial atención a investigaciones
realizadas en contextos latinoamericanos o poblaciones similares a la de Quintana Roo, para mayor
pertinencia cultural, sin excluir evidencia internacional ampliamente citada. Adicionalmente, se
revisaron reportes de organismos especializados como el National Institute on Drug Abuse (NIDA) y
datos locales (por ejemplo, el Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones de la Secretaría
de Salud) para contextualizar la situación en Quintana Roo.
El procedimiento implicó la lectura crítica y síntesis de los hallazgos clave de las fuentes
seleccionadas. Se extrajeron datos sobre los tipos de trauma infantil estudiados, las medidas de consumo
de sustancias o trastornos adictivos evaluados, y las conclusiones acerca de su asociación. Estos
hallazgos se organizaron temáticamente para su análisis: primero, la identificación de las categorías de
trauma infantil más frecuentemente vinculadas a las adicciones; segundo, la discusión de los
mecanismos psicológicos propuestos en la literatura que expliquen dicha relación; y tercero, la
consideración de factores contextuales propios de comunidades marginadas que puedan mediar o
moderar esta relación (por ejemplo, pobreza, acceso a apoyo psicológico, normas culturales). La
información recopilada fue contrastada entre diferentes fuentes para asegurar la confiabilidad de las
conclusiones. En la siguiente sección se presentan los resultados integrados de esta revisión, junto con
su análisis a la luz de la problemática planteada.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Los hallazgos de la revisión confirman que prácticamente todas las formas de maltrato infantil se han
asociado con un mayor riesgo de desarrollar conductas adictivas en la juventud. En particular, destacan
los siguientes tipos de trauma infantil:
Abuso físico y emocional: Sufrir violencia física (golpes, castigos corporales severos) o maltrato
psicológico (insultos, humillaciones, amenazas) durante la infancia puede predisponer a conductas
disfuncionales posteriores, incluyendo el consumo de sustancias. El abuso y la violencia temprana
generan heridas psicológicas que afectan el desarrollo socioemocional del niño. Estudios en población

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clínica han encontrado que una proporción elevada de jóvenes con trastorno por uso de sustancias
reportan antecedentes de haber sido golpeados o cruelmente maltratados en su niñez. (Araujo, C. 2017).
El daño emocional acumulado (p. ej., baja autoestima, dificultades para regular la ira o la ansiedad)
puede llevar al individuo a buscar en las drogas un escape de esos sentimientos negativos. De hecho, el
consumo de sustancias suele interpretarse como una vía de evasión del malestar emocional, funcionando
como una “barrera química” que distancia al individuo del recuerdo del trauma. Esta teoría de la
automedicación sugiere que el alcohol, los tranquilizantes u otras drogas brindan un alivio temporario
al dolor psicológico causado por los abusos sufridos. (Araujo, C. 2017).
La violencia sexual contra niños y niñas –incluyendo cualquier forma de contacto sexual forzado o
explotación– es uno de los traumas más devastadores y con repercusiones profundas en la salud mental.
Numerosas investigaciones han documentado que el abuso sexual infantil se correlaciona fuertemente
con trastornos por consumo de sustancias en la vida posterior. Víctimas de abuso sexual presentan tasas
más altas de depresión, TEPT y disociación, condiciones que a su vez incrementan la vulnerabilidad al
abuso de drogas como mecanismo de afrontamiento.
Por ejemplo, un estudio sistemático reportó que entre las drogas más usadas por adultos jóvenes con
historia de maltrato infantil se incluyen el alcohol, tabaco, cannabis y fármacos no recetados, seguidos
de cocaína y anfetaminas. Esto sugiere que quienes sufrieron traumas severos, como abuso sexual,
podrían desarrollar patrones de consumo múltiples (polidrug use) en un intento de mitigar su intenso
malestar psíquico. Adicionalmente, existe evidencia de que el abuso sexual en la infancia está asociado
a conductas adictivas específicas; por ejemplo, ciertos estudios han encontrado una mayor probabilidad
de uso de drogas intravenosas en jóvenes que sufrieron maltrato infantil, en comparación con aquellos
sin dicho antecedente.
Negligencia y abandono: La negligencia infantil, sea física (desatención de necesidades básicas de
alimentación, higiene, supervisión) o emocional (falta de afecto, rechazo parental), constituye otra forma
de trauma que impacta el desarrollo. Niños criados en entornos gravemente negligentes crecen a menudo
con dificultades para confiar en los demás, pobre autocontrol y carencias afectivas. Estos déficits pueden
predisponer al consumo de sustancias en la adolescencia como una forma de llenar vacíos emocionales
o enfrentar el estrés. La literatura señala que la privación socio-afectiva temprana y el sentimiento de

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abandono se asocian con múltiples comportamientos de riesgo en la juventud, entre ellos el abuso de
alcohol y drogas.
En Quintana Roo, por ejemplo, se han documentado casos extremos de abandono donde niños pequeños
permanecían viviendo en condiciones insalubres y peligrosas debido a la omisión de cuidados por parte
de padres con adicciones. Estos niños no sólo sufren las consecuencias inmediatas de la desatención,
sino que quedan expuestos a entornos donde el consumo de drogas está normalizado, lo que incrementa
la probabilidad de que ellos mismos adopten esas conductas más adelante.
Violencia doméstica y conflictos familiares: Crecer en un hogar marcado por la violencia intrafamiliar
–por ejemplo, presenciar agresiones físicas entre los padres, ser testigo de abuso hacia la madre, o vivir
en un clima constante de peleas y temor– constituye una experiencia infantil adversa con repercusiones
duraderas. Incluso cuando el niño no es el blanco directo de la agresión, la exposición al terror y la
imprevisibilidad genera estrés tóxico. Estudios respaldados por el NIDA subrayan que la violencia en el
hogar y los conflictos familiares crónicos durante la infancia aumentan el riesgo de que ese menor
desarrolle un trastorno adictivo en la adolescencia o adultez. Esta asociación puede explicarse en parte
porque la violencia doméstica a menudo coexiste con otros factores de riesgo, como la inestabilidad
familiar, divorcios traumáticos, o padres con problemas de drogadicción; todos ellos componentes del
entorno adverso del niño.
Además, vivir en un estado de alerta permanente (hipervigilancia) debido a la violencia en casa puede
llevar a buscar alivio en sustancias depresoras del sistema nervioso central (como el alcohol o los
opiáceos) en etapas posteriores. Cabe mencionar que conflictos familiares no resueltos y relaciones
parentales disfuncionales forman parte de las categorías de adversidad infantil identificadas en estudios
latinoamericanos como relevantes para el inicio temprano de consumo de sustancias.
Otras experiencias adversas: Además de las anteriores, existen otras EAI que la literatura ha vinculado
a conductas adictivas. Entre ellas se incluye el duelo temprano (por la pérdida de uno o ambos padres
durante la infancia), el haber crecido con un familiar cercano con enfermedad mental severa o
encarcelamiento (lo que genera disrupción en la crianza), así como la exposición a violencia comunitaria
(vivir en vecindarios con alta criminalidad, narcotráfico o pandillas). Si bien estas experiencias pueden

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escapar de la definición estricta de “trauma” en algunos casos, contribuyen a un ambiente de estrés
crónico durante los años formativos.
Investigaciones señalan que la disfunción familiar crónica y la desventaja socioeconómica extrema son
elementos que, sumados al trauma directo, configuran un caldo de cultivo para futuros problemas de
abuso de sustancias. Por ejemplo, Benjet et al. (2013) reportaron que la adversidad acumulada
(combinando maltrato, inestabilidad familiar y pobreza) se asocia con una progresión más rápida y grave
en las etapas de implicación con sustancias durante la adolescencia. En síntesis, es la concurrencia de
múltiples traumas y carencias en la infancia lo que con mayor probabilidad empuja a los jóvenes hacia
las drogas, en comparación con una única experiencia adversa aislada.
Los resultados de la revisión no solo identifican los tipos de trauma, sino que también ayudan a entender
cómo dichas experiencias derivan en conductas adictivas. Desde el enfoque de la psicotraumatología,
destacan varios mecanismos y aspectos clínicos relevantes:
Automedicación del dolor psíquico: Tal como se mencionó, una de las teorías más respaldadas para
explicar la relación trauma-adicción es la de la automedicación. Los jóvenes adultos que arrastran
recuerdos traumáticos no elaborados pueden descubrir que ciertas sustancias les proporcionan alivio
temporal a síntomas emocionales intolerables (ansiedad, insomnio, flashbacks, depresión, culpa, etc.).
Este patrón de consumo con fin auto-terapéutico es especialmente común en quienes desarrollan
trastorno de estrés postraumático a raíz del trauma infantil. Por ejemplo, un joven con TEPT complejo
tras sufrir abuso prolongado podría usar alcohol o marihuana para amortiguar la hiperactivación y los
recuerdos intrusivos propios del trastorno. Sin embargo, aunque inicialmente esta estrategia parezca
efectiva para el individuo, con el tiempo el uso crónico de sustancias agrava los problemas originales y
añade nuevas dificultades (dependencia física, deterioro social, riesgos legales, etc.), conformando un
círculo autodestructivo.
Alteraciones neurobiológicas y regulación del estrés: La exposición temprana a trauma impacta el
desarrollo neurológico, incluyendo los sistemas de respuesta al estrés (eje hipotálamo-hipófisis-
suprarrenal) y los circuitos de recompensa cerebral. Niños que crecen bajo estrés constante pueden
desarrollar una hiperreactividad al estrés o, contrariamente, una atenuación emocional (entumecimiento

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afectivo). Estas adaptaciones, útiles para sobrevivir en entornos adversos, en la adolescencia y adultez
pueden traducirse en dificultades para regular las emociones y los impulsos. (Rojas-Jara. C. 2020)
Algunos estudios sugieren que los sobrevivientes de trauma muestran diferencias neuroquímicas que
podrían predisponer a buscar gratificación inmediata o alivio mediante sustancias psicoactivas. Por
ejemplo, desequilibrios en neurotransmisores como la dopamina y serotonina (vinculados al placer y al
estado de ánimo) han sido observados tanto en sujetos con TEPT como en personas con adicciones.
Aunque los mecanismos biológicos exactos siguen investigándose, la coincidencia de alteraciones en
áreas cerebrales comunes (como la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal) en trauma y adicción
sugiere un substrato neurofisiológico compartido que facilita su comorbilidad. (Rojas-Jara. C. 2020)
Trastornos concurrentes y vulnerabilidad psicológica: La relación entre trauma infantil y conductas
adictivas a menudo no es directa, sino mediada por otros trastornos. Como resultado del trauma, muchos
individuos desarrollan problemas de salud mental en la adolescencia –depresión, ansiedad generalizada,
trastornos de conducta, trastornos disociativos, etc.– que por sí mismos incrementan la probabilidad de
consumir sustancias.
En particular, el trastorno de estrés postraumático ha sido ampliamente vinculado con la adicción: se
estima que una proporción significativa de personas con trastorno por consumo de sustancias cumple
criterios de TEPT y viceversa. Esta comorbilidad puede formar una dinámica perniciosa: los síntomas
de TEPT (pesadillas, hipervigilancia, disociación, irritabilidad) motivan el consumo de drogas para
mitigarlos; a su vez, el abuso de sustancias empeora los síntomas y dificulta el tratamiento del TEPT,
perpetuando ambos problemas. Además, los traumas infantiles pueden interferir en el apego y la
capacidad de relacionamiento sano, llevando a aislamiento social o involucramiento en pares igualmente
problemáticos, lo que facilita el acceso a drogas y refuerza su uso como vía de aceptación o escape.
Factores de riesgo contextuales en comunidades marginadas: En el caso específico de jóvenes adultos
de comunidades marginadas, los efectos del trauma infantil se enmarcan en un contexto de
vulnerabilidad social que puede amplificar su impacto. La pobreza, la marginación y la falta de acceso
a apoyo profesional actúan como barreras para la resiliencia. Por ejemplo, en Quintana Roo se ha
señalado que la escasez de servicios de salud mental accesibles para niños y adolescentes con problemas
emocionales contribuye a que estos desarrollen conductas desadaptativas sin recibir ayuda a tiempo.

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Un adolescente de un barrio marginado que sufrió abuso puede carecer de redes de apoyo (familiares o
institucionales) para procesar su trauma, volviéndose más propenso a “tratarse” por su cuenta mediante
el alcohol o las drogas disponibles en su entorno. Asimismo, en comunidades con alta incidencia de
violencia y narcotráfico, los jóvenes traumatizados pueden ver en la cultura de las drogas una salida o
una forma de pertenencia. Esto resalta la importancia de considerar no solo el trauma individual, sino
también los factores socioeconómicos y culturales que median la transición de ese trauma hacia la
adicción.
Algunos estudios han encontrado variaciones en cómo el trauma infantil afecta a hombres y mujeres en
relación con las adicciones. Por ejemplo, la revisión sistemática de Rojas-Jara et al. (2021) identificó
que el consumo de drogas en adolescentes y adultos jóvenes expuestos a traumas infantiles se da
principalmente en varones. Esto podría indicar que los hombres jóvenes, ante experiencias traumáticas
en la infancia, externalizan su dolor recurriendo más al consumo de sustancias, mientras que las mujeres
pudieran manifestar con mayor frecuencia trastornos internalizantes (depresión, trastornos alimentarios)
u otras conductas.
No obstante, conviene interpretar estos hallazgos con cautela, ya que también existen sesgos en la
detección (p.ej., las mujeres con adicciones y trauma pueden estar subrepresentadas en ciertos estudios)
y diferencias en los tipos de sustancia: algunas investigaciones sugieren que las mujeres con historia de
trauma tienden más al abuso de medicamentos (ansiolíticos, analgésicos) mientras que los hombres a
drogas ilícitas, reflejando roles de género y disponibilidad. En cualquier caso, tanto hombres como
mujeres experimentan los efectos nocivos del trauma en su salud mental, y ambos grupos se benefician
de intervenciones enfocadas en el trauma subyacente a la adicción.
En conjunto, la evidencia revisada pinta un cuadro claro: el trauma infantil actúa como un factor
predisponente poderoso para las conductas adictivas, operando a través de múltiples vías (psicológicas,
biológicas y sociales). Sin embargo, es crucial reconocer que esta relación no es determinista. Muchos
niños que sufren adversidades no desarrollarán adicciones, especialmente si cuentan con factores de
protección como apoyo social, intervenciones terapéuticas tempranas, rasgos resilientes de personalidad,
o entornos posteriores saludables.

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Del mismo modo, no todos los jóvenes con problemas de adicción reportan historias de trauma, aunque
sí una proporción significativa. Para fines prácticos en Quintana Roo, identificar a aquellos jóvenes
adultos con antecedentes de trauma en la infancia debería ser una prioridad en los programas de atención
a adicciones, dado que su abordaje requerirá estrategias especializadas (por ejemplo, terapia de trauma,
acompañamiento psicopedagógico, reconstrucción de redes de apoyo) más allá del tratamiento
convencional de la dependencia química.
El documento revisado, titulado "Modelo Minnesota: Un método de tratamiento para las adicciones",
proporciona un panorama exhaustivo y riguroso sobre un modelo terapéutico ampliamente reconocido
en el ámbito del tratamiento de adicciones. Si bien el enfoque principal de dicho documento está
orientado a describir procedimientos terapéuticos y fundamentos filosóficos para abordar la dependencia
química, este análisis crítico y reflexivo permitirá establecer fundamentos teóricos relevantes para la
investigación documental que aborda el trauma infantil y las conductas adictivas en jóvenes adultos en
situación de riesgo en Quintana Roo. (Urbano, A. & García, B. 2011).
La literatura revisada enfatiza la complejidad multifactorial del fenómeno de las adicciones, destacando
aspectos fundamentales como la pérdida de control, la negación de la enfermedad, y la necesidad
imperante de un abordaje multidisciplinario para enfrentar los problemas subyacentes y concomitantes
que presentan los pacientes. Este planteamiento es particularmente valioso al explorar la relación entre
el trauma infantil y el desarrollo de conductas adictivas, ya que resalta la importancia de considerar las
adicciones no solo como síntomas aislados, sino como manifestaciones relacionadas con condiciones
previas, específicamente experiencias traumáticas durante la infancia. (Urbano, A. & García, B. 2011).
El Modelo Minnesota destaca especialmente por reconocer la necesidad de intervenciones integrales
que aborden simultáneamente los aspectos físicos, psicológicos, sociales y espirituales del individuo
afectado por la adicción. Este enfoque holístico resulta esencial en el contexto específico de jóvenes
adultos en comunidades marginadas de Quintana Roo, donde las experiencias traumáticas infantiles a
menudo se encuentran profundamente vinculadas con situaciones de violencia, abandono y pobreza,
condiciones que incrementan sustancialmente el riesgo de desarrollar adicciones como mecanismo de
afrontamiento. (Urbano, A. & García, B. 2011).

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La metodología y las fases del tratamiento descritas en el documento son relevantes al abordar procesos
terapéuticos orientados hacia la aceptación del problema, el reconocimiento de la necesidad de cambio
y la implementación de estrategias conductuales efectivas. Particularmente interesante es la
incorporación de estrategias familiares y comunitarias en la intervención, resaltando el papel de la
familia y el entorno cercano como agentes fundamentales en el proceso de recuperación. Esta
consideración es crucial al formular intervenciones en comunidades vulnerables, ya que promueve la
inclusión de redes sociales como recursos clave en la prevención y tratamiento de adicciones.
Sin embargo, uno de los puntos críticos identificados en el documento radica en la tendencia hacia una
visión de enfermedad crónica e incurable, que podría ser percibida como limitante desde una perspectiva
motivacional y resiliente, especialmente en jóvenes adultos. En contextos como Quintana Roo, donde
la población objetivo enfrenta estigmatización social, el enfoque hacia una condición incurable podría
afectar negativamente la percepción y autoeficacia de los individuos involucrados en procesos
terapéuticos.
Otro aspecto reflexivo relevante se vincula con la conceptualización del "coadicto". El documento
plantea adecuadamente cómo la adicción impacta significativamente a la familia y al entorno inmediato,
generando patrones de relación disfuncionales y dependencias emocionales complejas. Esta perspectiva
puede ser esencial para entender dinámicas familiares traumáticos que perpetúan ciclos de adicción,
especialmente en contextos de marginalidad y vulnerabilidad social. (Urbano, A. & García, B. 2011).
Finalmente, el modelo propuesto subraya el valor del "cuidado continuo", indicando que la recuperación
efectiva requiere no solo de tratamientos intensivos a corto plazo, sino de una red de apoyo constante.
Esta perspectiva ofrece una base importante para diseñar intervenciones sostenibles y de largo plazo en
comunidades vulnerables, donde la continuidad del apoyo es esencial para lograr cambios duraderos en
los estilos de vida.
El análisis del Modelo Minnesota provee elementos clave para fundamentar la investigación sobre
traumas infantiles y conductas adictivas en jóvenes adultos en comunidades marginadas de Quintana
Roo. Este modelo enfatiza la importancia del abordaje integral, multidimensional y continuo, adaptado
al contexto específico de vulnerabilidad social y psicológica en el cual se desarrolla esta problemática.

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El documento "Guía clínica de intervención psicológica en adicciones: Terapias centradas en la familia"
constituye un aporte sustantivo para comprender las dinámicas familiares en el tratamiento de
adicciones, y ofrece una base teórica y empírica pertinente para analizar el vínculo entre trauma infantil
y conductas adictivas en jóvenes adultos de comunidades marginadas en Quintana Roo. (Begoña, E., et.
al. 2015).
Desde una perspectiva crítica, el texto destaca que las terapias basadas en la familia, particularmente los
modelos sistémicos y cognitivo-conductuales, han demostrado su eficacia no solo en la reducción del
consumo de sustancias, sino en la mejora del funcionamiento familiar, la adherencia a tratamientos y la
incorporación social de los adolescentes. Este enfoque resulta fundamental para la problemática en
estudio, dado que el trauma infantil suele estar intrincadamente relacionado con entornos familiares
disfuncionales, caracterizados por dinámicas de violencia, negligencia o abandono.
La Terapia Familiar Breve Estratégica (BSFT), la Terapia Familiar Multidimensional (MDFT) y la
Terapia Familiar Multisistémica (MSFT) emergen como modalidades relevantes. En particular, la
MDFT destaca por considerar al joven dentro de un sistema de múltiples influencias —familia, escuela,
pares y comunidad—, lo que resulta especialmente pertinente para abordar las trayectorias adictivas de
jóvenes en comunidades vulnerables, donde los factores de riesgo son complejos y entrelazados.
(Begoña, E., et. al. 2015).
Un aspecto crítico que resalta en el análisis es la importancia de la estructura y las fronteras familiares.
La teoría sistémica sugiere que límites difusos o rígidos en las relaciones familiares predisponen a
patrones de disfunción que pueden traducirse en mecanismos de afrontamiento desadaptativos, como el
consumo de sustancias. La revisión muestra cómo las intervenciones que logran reestructurar
positivamente las interacciones familiares promueven no solo la reducción del consumo, sino también
la resiliencia en los jóvenes afectados.
Asimismo, se reconoce que el éxito terapéutico no depende únicamente de las técnicas empleadas, sino
también de la calidad de la alianza terapéutica y de la contextualización cultural de las intervenciones.
Esto resulta crucial para comunidades de Quintana Roo, donde los programas deben ser culturalmente
sensibles y adaptados a las realidades locales.

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El análisis de la "Guía clínica de intervención psicológica en adicciones" respalda la hipótesis de que
los traumas infantiles, al incidir en las dinámicas familiares disfuncionales, constituyen factores de
riesgo determinantes en el desarrollo de conductas adictivas. La evidencia presentada refuerza la
importancia de diseñar programas de intervención y prevención que trabajen de manera integral con las
familias y los entornos comunitarios en Quintana Roo, fortaleciendo factores protectores y reduciendo
las vulnerabilidades asociadas al trauma infantil.
El documento "Las adicciones: Definiciones y conceptos" de Beatriz Velasco (2020)., proporciona una
base conceptual sólida para entender la naturaleza multifactorial de las adicciones, ofreciendo elementos
fundamentales para la reflexión crítica en torno al problema del trauma infantil y su relación con las
conductas adictivas en jóvenes adultos en situación de riesgo en Quintana Roo.
Desde una perspectiva crítica, el texto reafirma que la adicción no puede entenderse como un fenómeno
aislado, sino como una enfermedad de etiología bio-psico-social, donde confluyen factores genéticos,
psicológicos y sociales. Este planteamiento resulta esencial para abordar la pregunta de investigación
sobre los tipos de traumas infantiles que se vinculan al desarrollo de adicciones, ya que el trauma
constituye un factor de riesgo que incide en las tres dimensiones señaladas.
En particular, el documento enfatiza el papel de los factores psicológicos, como la impulsividad, la baja
tolerancia a la frustración, la inmadurez emocional y la incapacidad para manejar la angustia,
características que suelen desarrollarse o agudizarse en contextos de trauma infantil. Los jóvenes adultos
provenientes de comunidades marginadas de Quintana Roo, expuestos desde edades tempranas a
violencia, abandono o negligencia, presentan perfiles de vulnerabilidad donde estos factores
psicológicos se manifiestan con alta frecuencia. (Velasco, B. 2020).
La descripción del proceso adictivo —desde la tolerancia hasta el síndrome de abstinencia— subraya
cómo la adicción afecta todas las esferas del individuo: física, emocional, mental, conductual, espiritual
y social. Esta visión holística permite entender que los efectos del trauma infantil no solo predisponen
al inicio del consumo, sino que también dificultan los procesos de recuperación, al perpetuar estados de
malestar emocional que los jóvenes intentan mitigar mediante el uso de sustancias.
Asimismo, el documento resalta la importancia del entorno social en la configuración de las adicciones.
La normalización del consumo en ciertos contextos comunitarios y la falta de recursos de apoyo y

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contención incrementan las probabilidades de que un trauma infantil no resuelto derive en conductas
adictivas. Esta observación es crítica para fundamentar la necesidad de diseñar programas de prevención
y tratamiento con enfoque comunitario, culturalmente pertinentes y sensibles a las condiciones
estructurales de las comunidades vulnerables de Quintana Roo.
Por otro lado, el reconocimiento de la farmacodependencia como un proceso previsible y tratable ofrece
un enfoque esperanzador, alineado con la justificación de la investigación: orientar estrategias de
intervención temprana que no solo atiendan al individuo, sino que transformen los entornos que
perpetúan el riesgo.
El análisis del documento "Las adicciones" refuerza la hipótesis de que los traumas infantiles actúan
como factores predisponentes esenciales en el desarrollo de adicciones en jóvenes adultos. El enfoque
biopsicosocial planteado invita a considerar que cualquier estrategia efectiva de prevención y
tratamiento debe abordar simultáneamente las heridas emocionales del trauma, las carencias del entorno
social y los factores individuales de vulnerabilidad, favoreciendo así un modelo integral de intervención
en salud pública en el estado de Quintana Roo.
El "Manual de adicciones para psicólogos especialistas en psicología clínica en formación", coordinado
por Elisardo Becoña Iglesias y Maite Cortés Tomás, (2020), constituye un referente fundamental para
el estudio de los factores psicológicos asociados a las conductas adictivas, proporcionando un marco
teórico esencial para abordar la relación entre trauma infantil y adicciones en jóvenes adultos de
comunidades vulnerables en Quintana Roo.
El análisis del texto revela que la adicción debe ser entendida como un fenómeno complejo que involucra
no solo la dimensión biológica, sino también factores psicológicos, sociales y conductuales que se
entrelazan a lo largo del ciclo vital. Esta visión integradora resulta especialmente relevante para el
problema investigado, dado que el trauma infantil impacta directamente en variables como el desarrollo
emocional, la capacidad de regulación afectiva y la construcción de vínculos sociales seguros.
Uno de los aspectos más destacados del manual es el énfasis en los factores de riesgo y protección
durante la adolescencia, una etapa crítica en la que las experiencias tempranas de abuso, negligencia o
violencia se traducen en una mayor vulnerabilidad hacia el consumo de sustancias. Se describe cómo la
impulsividad, los déficits en habilidades de afrontamiento y los patrones de búsqueda de gratificación

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inmediata —frecuentes en individuos con antecedentes de trauma— se convierten en facilitadores del
inicio y mantenimiento de conductas adictivas. (Becoña, E. & Cortés, M. 2020).
Además, el manual subraya la importancia de los factores familiares y comunitarios como elementos
protectores o de riesgo, lo que refuerza la necesidad de diseñar estrategias de prevención e intervención
que no solo se centren en el individuo, sino también en su entorno. En el caso de las comunidades
marginadas de Quintana Roo, la precariedad de los recursos familiares, educativos y comunitarios
agrava los efectos del trauma y limita las oportunidades de resiliencia. (Becoña, E. & Cortés, M. 2020).
Desde una perspectiva crítica, aunque el manual ofrece un abordaje amplio de los procesos psicológicos
involucrados en la adicción, podría profundizar aún más en la especificidad del trauma infantil como
antecedente de los trastornos adictivos, un vacío que señala la necesidad de investigaciones más
focalizadas en este vínculo.
El modelo de cambio basado en estadios, el enfoque de entrevista motivacional y las estrategias de
prevención primaria presentadas en el texto proporcionan herramientas concretas para intervenir en
jóvenes adultos que presentan conductas adictivas asociadas a experiencias traumáticas. Estos enfoques
promueven procesos de cambio sostenibles y respetuosos con el ritmo y la capacidad de cada individuo,
aspectos fundamentales para el éxito en poblaciones altamente vulnerables. (Becoña, E. & Cortés, M.
2020).
El "Manual de adicciones" ofrece un marco sólido para comprender las dinámicas de las conductas
adictivas y fundamenta la importancia de abordar el trauma infantil como un factor de riesgo primordial.
Su análisis respalda la hipótesis de que la exposición temprana a experiencias traumáticas incrementa
significativamente la probabilidad de desarrollar adicciones, reafirmando la urgencia de implementar
programas de intervención y prevención contextualizados a las realidades de jóvenes en situación de
riesgo en Quintana Roo.
El documento "Abuso de drogas en adolescentes y jóvenes y vulnerabilidad familiar" elaborado por
UNODC ofrece una comprensión profunda de los factores de riesgo familiares asociados al consumo de
sustancias en adolescentes y jóvenes. El estudio confirma que la presencia de conflictos familiares,
negligencia afectiva, rupturas parentales, y antecedentes de consumo en el núcleo familiar son factores
determinantes en la vulnerabilidad juvenil hacia las adicciones. Este hallazgo resulta altamente relevante

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para el análisis del trauma infantil en comunidades marginadas de Quintana Roo, donde estas
condiciones suelen estar presentes.
El texto destaca que las experiencias tempranas de disfunción familiar debilitan la construcción de la
autoestima, la capacidad de afrontamiento y la regulación emocional, facilitando que los jóvenes
recurran a las drogas como un mecanismo de evasión frente a la angustia y el dolor emocional.
Asimismo, la falta de modelos parentales positivos y la normalización del consumo en el entorno
inmediato refuerzan patrones de riesgo persistentes. (UNODC. 2019).
Este análisis respalda sólidamente la hipótesis de investigación al evidenciar que los traumas infantiles
relacionados con la disfunción familiar son factores predisponentes críticos en el desarrollo de conductas
adictivas. Se refuerza la necesidad de intervenciones integrales que consideren tanto el trabajo individual
con los jóvenes como el fortalecimiento de sus entornos familiares y comunitarios.
El libro "El consumo de drogas entre adolescentes: Prevención en la escuela y en la familia" de Alberto
Batllori proporciona una visión integral sobre las causas del consumo de drogas en jóvenes y la
necesidad de una prevención efectiva. El autor destaca que factores como la baja autoestima, la falta de
habilidades de afrontamiento, la presión social, la carencia de límites claros y la desestructuración
familiar son elementos centrales en la génesis del consumo de sustancias. (2017).
Este enfoque resulta altamente pertinente para la investigación sobre trauma infantil y conductas
adictivas en jóvenes adultos de comunidades vulnerables en Quintana Roo, ya que muchas de estas
condiciones son consecuencias directas de traumas en la infancia. La obra subraya que la adolescencia
es una etapa de alta vulnerabilidad, donde los vacíos afectivos y las carencias emocionales tienden a
buscar alivio inmediato en el consumo de drogas.
El autor también enfatiza la necesidad de una intervención educativa temprana y sistemática, donde
escuela y familia trabajen de manera coordinada para reforzar factores protectores como la autoestima,
la resiliencia y la toma de decisiones autónoma. Este análisis respalda la hipótesis de que los traumas
infantiles no resueltos, combinados con contextos familiares y comunitarios frágiles, incrementan
significativamente la probabilidad de desarrollar conductas adictivas. (Batllori, A. 2017).

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En libro fundamenta la importancia de diseñar estrategias de prevención y tratamiento que no solo
aborden el consumo, sino que también consideren el contexto emocional y social del individuo, eje
fundamental para la recuperación y el bienestar a largo plazo.
El informe Desafíos y Esperanzas: Abordando la Salud Mental y las Adicciones en la Actualidad (2024)
proporciona un diagnóstico relevante para comprender la complejidad de los fenómenos de salud mental
y consumo de sustancias en México, particularmente útil para abordar la relación entre trauma infantil
y conductas adictivas en jóvenes adultos de comunidades marginadas en Quintana Roo. Si bien el
documento ofrece datos actualizados sobre prevalencia de trastornos como la ansiedad, la depresión y
el consumo de sustancias, resalta una limitación significativa: la escasez de estudios recientes que
analicen la vinculación directa entre experiencias adversas tempranas y el desarrollo de adicciones en
etapas posteriores. (CONASAMA, 2024).
La información presentada enfatiza la necesidad de fortalecer los programas de salud mental con
enfoque comunitario, de género y basado en derechos humanos, lo cual resulta esencial para diseñar
estrategias de prevención y tratamiento en contextos de alta vulnerabilidad. Sin embargo, aunque se
reconocen factores estructurales como la pobreza, la violencia y la marginación, el informe no
profundiza en el análisis etiológico del trauma infantil como antecedente de adicciones, ni proporciona
datos desagregados que permitan comprender su manifestación específica en jóvenes adultos.
(CONASAMA, 2024).
Este vacío refuerza la pertinencia de investigaciones locales que exploren, de manera detallada, qué
tipos de traumas —como abuso, negligencia o violencia familiar— inciden en la adopción de conductas
adictivas. La presente investigación documental, por tanto, busca aportar evidencia que oriente
intervenciones preventivas y de atención temprana con sensibilidad cultural y perspectiva comunitaria
en Quintana Roo.
En el 2016, se realizaron una serie de acciones de asistencia social orientadas al fortalecimiento del
tejido comunitario en Quintana Roo, centradas en el acceso a servicios básicos, salud, educación y
protección social. Si bien ofrece un panorama integral de los esfuerzos estatales para reducir las
condiciones de vulnerabilidad, revela un vacío importante en el abordaje especializado del trauma
infantil como factor de riesgo en el desarrollo de conductas adictivas. (H. Congreso del Estado. 2016).

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Aunque se destacan programas dirigidos a menores en riesgo, madres adolescentes y personas con
discapacidad, la documentación no profundiza en el análisis de las experiencias adversas tempranas, ni
en su relación directa con patrones de consumo problemático en jóvenes adultos. La falta de
segmentación específica sobre los tipos de trauma (maltrato físico, abuso sexual, negligencia emocional,
entre otros) y su impacto psicosocial en comunidades marginadas limita la capacidad del documento
para orientar políticas públicas enfocadas en la prevención de adicciones. (H. Congreso del Estado.
2016).
Esta ausencia reafirma la pertinencia de realizar investigaciones locales que, desde la psicología clínica
y la psicotraumatología, examinen de manera sistemática las vivencias infantiles que predisponen al
consumo de sustancias en contextos de alta vulnerabilidad. El presente trabajo documental busca cubrir
esa necesidad, aportando evidencia que permita diseñar estrategias de intervención temprana,
culturalmente pertinentes, que favorezcan la resiliencia individual y comunitaria en Quintana Roo,
contribuyendo así a la transformación de las trayectorias de vida de los jóvenes en riesgo.
El artículo de Merino-Lorente (2023) aporta una base teórica robusta para entender la vinculación entre
el trauma infantil y el desarrollo de adicciones, enmarcándolo en un modelo biopsicosocial que resulta
particularmente pertinente para poblaciones vulnerables como las de Quintana Roo. A través de una
revisión crítica de modelos de intervención, el texto demuestra que el trauma temprano, incluyendo
abuso, negligencia y apegos inseguros, altera la autorregulación emocional y el desarrollo neurológico,
predisponiendo a conductas adictivas en etapas posteriores.
Uno de los principales aportes de la investigación es la integración de la perspectiva neurobiológica y
psicosocial, subrayando que las adicciones no son simplemente un trastorno cerebral aislado, sino el
resultado de una compleja interacción entre factores biológicos, psicológicos y sociales. Este enfoque
es esencial para comprender cómo los traumas infantiles no resueltos pueden conducir a patrones de
dependencia en comunidades marginadas. (Merino-Lorente. S. 2023).
Sin embargo, el artículo también revela la necesidad de profundizar en estudios contextuales específicos,
ya que, si bien presenta evidencia internacional sólida, no aborda de manera directa las particularidades
culturales, sociales y económicas de poblaciones como la de Quintana Roo. Este vacío confirma la

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importancia de investigaciones locales que, basadas en este marco teórico, permitan diseñar estrategias
de prevención y tratamiento sensibles al contexto. (Merino-Lorente. S. 2023).
La presente investigación documental se justifica en esta necesidad de trasladar el conocimiento global
a una realidad local, orientando políticas públicas efectivas y programas de intervención temprana en
jóvenes adultos afectados por traumas infantiles.
La obra Sujetos, consumos y aportes para la prevención y atención de adicciones (Robledo Marín,
Galeano Gasca & Herrera Piedrahita, 2021) ofrece una perspectiva amplia y crítica sobre los desafíos
que enfrenta la prevención y tratamiento de las adicciones, especialmente en contextos vulnerables. Su
abordaje interdisciplinario resulta altamente pertinente para el análisis de la relación entre trauma
infantil y conductas adictivas en jóvenes adultos de comunidades marginadas en Quintana Roo. El
documento evidencia que las experiencias adversas tempranas, como la violencia, el abandono y la
desintegración familiar, incrementan la susceptibilidad al consumo de sustancias, alterando los procesos
de regulación emocional y socialización. (Robledo. C. et. al. 2021).
Sin embargo, aunque la investigación aporta una valiosa revisión de programas y enfoques de
intervención, se advierte una limitación importante: la falta de estudios específicos que analicen
detalladamente el tipo de traumas infantiles que desencadenan adicciones en escenarios locales. Este
vacío destaca la necesidad de investigaciones situadas que permitan identificar patrones y
particularidades culturales, económicas y familiares en regiones específicas como Quintana Roo.
(Robledo. C. et. al. 2021).
La revisión también subraya la importancia de estrategias preventivas integrales que incluyan a la
familia, la comunidad y el sistema educativo, lo que confirma la necesidad de un enfoque biopsicosocial
en las acciones de intervención. De este modo, la presente investigación documental se justifica en su
propósito de profundizar en los vínculos entre trauma infantil y consumo problemático, contribuyendo
a la formulación de programas de prevención y atención ajustados a las realidades comunitarias.
La investigación Adicciones en el Adolescente: Prevención y atención desde un enfoque holístico (Tapia
Pancardo et al., 2016) ofrece un análisis integral que resulta altamente pertinente para abordar la relación
entre trauma infantil y conductas adictivas en jóvenes de comunidades vulnerables de Quintana Roo. El
texto aporta una visión comprensiva de los factores neurobiológicos, emocionales y sociales que

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intervienen en la génesis de las adicciones, subrayando cómo experiencias tempranas de disfunción
familiar, violencia y falta de vinculación afectiva incrementan el riesgo de consumo problemático de
sustancias.
Un aspecto valioso del documento es su énfasis en la adolescencia como etapa crítica para la prevención,
destacando la importancia de los factores de riesgo y protección relacionados con el entorno familiar,
escolar y comunitario. No obstante, aunque se señalan variables relevantes como la falta de identidad,
el bullying y las carencias afectivas, la obra carece de un análisis específico sobre los tipos de trauma
infantil más frecuentes y su correlación directa con las adicciones, lo que marca un área de oportunidad
para investigaciones más focalizadas. (Tapia, D. et al., 2016)
Refuerza la necesidad de generar evidencia local que profundice en las dinámicas familiares,
comunitarias y culturales de regiones como Quintana Roo, a fin de diseñar estrategias de intervención
sensibles y pertinentes. En este sentido, la presente investigación documental busca complementar este
enfoque, aportando elementos que contribuyan a la formulación de políticas preventivas basadas en un
conocimiento más preciso de las trayectorias de riesgo de los jóvenes afectados.
Los hallazgos de esta revisión documental evidencian con claridad la estrecha relación entre
experiencias adversas en la infancia y el desarrollo posterior de conductas adictivas en jóvenes adultos,
particularmente en contextos de alta vulnerabilidad como las comunidades marginadas de Quintana Roo.
La identificación de tipos específicos de trauma —como el abuso físico, emocional y sexual, la
negligencia, el abandono y la exposición a violencia intrafamiliar— permite comprender que no se trata
de factores aislados, sino de una constelación de eventos que alteran profundamente el desarrollo
psicológico, afectivo y neurobiológico del individuo.
Una de las aportaciones más relevantes de los estudios revisados es la conceptualización del consumo
de sustancias como una forma de automedicación del dolor psíquico generado por los traumas no
elaborados. Esta perspectiva permite desplazar la mirada del juicio moral hacia una comprensión
empática y clínica del comportamiento adictivo, reconociéndolo como una respuesta disfuncional a un
sufrimiento emocional acumulado desde la infancia. Asimismo, los modelos explicativos desde la
psicotraumatología, como el trastorno por estrés postraumático complejo, aportan marcos teóricos útiles
para comprender la comorbilidad entre trauma y adicción.

pág. 2898
Otro aspecto crucial de esta discusión es la influencia del entorno. Las comunidades marginadas de
Quintana Roo enfrentan condiciones estructurales —pobreza, violencia, carencia de servicios de salud
mental, y normalización del consumo— que no solo favorecen la aparición de traumas en la infancia,
sino que también dificultan las posibilidades de resiliencia y acceso a tratamientos eficaces. Por ello, los
resultados aquí expuestos demandan políticas públicas que integren enfoques preventivos con
perspectiva de derechos humanos, equidad y pertinencia cultural.
La evidencia también indica que las dinámicas familiares disfuncionales cumplen un papel mediador
central en la génesis de las conductas adictivas. Modelos como el Minnesota o la Terapia Familiar
Multidimensional ofrecen alternativas prometedoras para la intervención, al abordar tanto al individuo
como a su red de apoyo. Sin embargo, se requiere una mayor contextualización cultural de estos modelos
para su implementación efectiva en el ámbito local.
En suma, esta discusión refuerza la hipótesis central del estudio: los traumas infantiles son factores
predisponentes significativos en el desarrollo de adicciones. La comprensión profunda de sus causas y
mecanismos debe ser el eje rector de las estrategias de prevención y atención dirigidas a los jóvenes
adultos en situación de riesgo en Quintana Roo.
CONCLUSIONES
Esta investigación documental permitió responder la pregunta central planteada: ¿Qué tipo de
traumas infantiles están relacionados con el desarrollo de adicciones en jóvenes adultos de
comunidades marginadas en Quintana Roo? A partir del análisis sistemático de la evidencia científica
nacional e internacional, se identificaron cinco tipos principales de experiencias adversas en la infancia
que actúan como factores de riesgo significativos en la adopción de conductas adictivas: abuso físico,
abuso emocional, abuso sexual, negligencia (física y emocional), y exposición a violencia doméstica o
comunitaria. Asimismo, se incluyeron otras experiencias como el duelo temprano, la disfunción familiar
crónica, y el entorno comunitario adverso, las cuales también presentan correlación directa o indirecta
con el inicio y mantenimiento del consumo problemático de sustancias.
Los resultados permiten afirmar que estos traumas, en especial cuando son múltiples o se prolongan
en el tiempo, afectan de forma crítica los procesos de regulación emocional, la formación de vínculos
seguros, la autoestima, y la capacidad de afrontamiento del estrés. Desde la psicotraumatología, se

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identificaron mecanismos explicativos como la automedicación emocional, los trastornos comórbidos
como el TEPT, y las alteraciones neurobiológicas en los sistemas de recompensa y respuesta al estrés.
Estos factores contribuyen a que el consumo de drogas aparezca como un intento —fallido pero
funcional— de aliviar el sufrimiento psicológico generado por las experiencias traumáticas no resueltas.
Asimismo, la revisión permitió confirmar que los factores contextuales como la pobreza, la
marginación, la falta de acceso a servicios de salud mental, y la normalización del consumo en los
entornos familiares o comunitarios actúan como facilitadores de la transición del trauma infantil hacia
la conducta adictiva. Específicamente en el estado de Quintana Roo, donde convergen altos índices de
violencia intrafamiliar, desintegración comunitaria y consumo de sustancias, los jóvenes adultos
provenientes de entornos desfavorecidos presentan una mayor exposición tanto al trauma como a los
riesgos de desarrollar adicciones.
La metodología empleada —basada en la revisión crítica de estudios académicos, informes
institucionales y modelos de intervención— permitió cumplir los objetivos planteados: identificar los
tipos de trauma infantil más vinculados al consumo de sustancias, analizar los mecanismos de relación
entre ambos fenómenos y contextualizar los hallazgos a la realidad sociocultural de Quintana Roo. De
este modo, se generó una base sólida para fundamentar propuestas de intervención con enfoque
comunitario, centradas no solo en el tratamiento del consumo, sino en el abordaje integral del trauma
como antecedente central.
En síntesis, el presente estudio aporta evidencia relevante para el diseño de políticas públicas y
programas de prevención que consideren el trauma infantil como un componente estructural en el
fenómeno de las adicciones. Promover estrategias intersectoriales, culturalmente pertinentes y
sostenidas en el tiempo, centradas en la detección temprana, el fortalecimiento de redes familiares y el
acceso equitativo a servicios de salud mental, se vislumbra como el camino más eficaz para romper el
ciclo trauma-adicción en comunidades marginadas de Quintana Roo.
A partir de los resultados de esta investigación documental, se proponen las siguientes líneas de
acción para el diseño e implementación de políticas públicas, programas comunitarios y estrategias de
intervención psicosocial dirigidas a jóvenes adultos en situación de riesgo en Quintana Roo:

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Implementar programas de prevención del trauma infantil con enfoque interinstitucional; es urgente
desarrollar estrategias coordinadas entre los sectores salud, educación, justicia y desarrollo social que
prioricen la detección temprana de casos de maltrato, abuso, negligencia o exposición a violencia. Estos
programas deben incorporar protocolos de atención diferenciada por edad y género, así como
capacitación continua para personal docente, médico y comunitario.
Fortalecer el acceso a servicios de salud mental con enfoque comunitario y territorializado; se
recomienda ampliar la cobertura y pertinencia cultural de los servicios psicológicos en comunidades
marginadas, garantizando la atención gratuita, profesional y sostenida de niños, adolescentes y jóvenes
con historial de trauma. Es esencial integrar la perspectiva de la psicotraumatología en los centros de
atención primaria y en los programas de atención a las adicciones.
Desarrollar modelos de intervención psicosocial basados en el trauma;
las estrategias terapéuticas deben ir más allá del enfoque tradicional de tratamiento de adicciones. Se
propone incorporar modelos integrales como la terapia centrada en el trauma, la terapia familiar
multisistémica y programas comunitarios de resiliencia, adaptados al contexto de Quintana Roo.
Fomentar programas de acompañamiento familiar y parentalidad positiva;
atender la raíz familiar de los traumas infantiles implica capacitar a padres, madres y cuidadores en
habilidades de crianza no violenta, regulación emocional y resolución de conflictos. Esto puede
realizarse mediante talleres comunitarios, grupos psicoeducativos y redes de apoyo local.
Incluir la educación emocional y la prevención de adicciones en los planes escolares, se recomienda
institucionalizar programas de educación socioemocional y prevención de adicciones desde la educación
básica, con contenidos adaptados a los contextos de vulnerabilidad y participación activa de la
comunidad escolar.
Promover investigaciones locales y diagnósticos participativos; es necesario continuar generando
evidencia situada sobre la relación entre trauma infantil y consumo de sustancias en jóvenes de Quintana
Roo. Para ello, se sugiere impulsar proyectos de investigación comunitaria que integren la voz de los
jóvenes y organizaciones sociales como actores clave en la transformación del entorno.

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