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La calidad educativa, definida como la capacidad de los sistemas para generar aprendizajes
significativos y pertinentes, ha sido objeto de amplias discusiones en el ámbito académico. Harvey y
Green (1993) proponen que la calidad educativa debe entenderse como un concepto multidimensional
que abarca no solo la excelencia académica, sino también la satisfacción de las necesidades y
expectativas de los estudiantes. Esto implica garantizar procesos de enseñanza-aprendizaje innovadores,
formación docente continua y evaluación constante de los resultados.
En el marco de los desafíos ambientales y sociales contemporáneos, la dimensión de la sustentabilidad
se convierte en un componente indispensable de la educación. Sterling (2001) sostiene que la educación
sustentable debe promover un equilibrio entre las dimensiones ecológica, social y económica, formando
ciudadanos críticos y comprometidos con la conservación ambiental y el bienestar colectivo. Este
enfoque trasciende la simple incorporación de contenidos ambientales, proponiendo una reconfiguración
profunda de las finalidades educativas.
Asimismo, la responsabilidad social universitaria emerge como un eje fundamental que orienta a las
instituciones educativas a contribuir activamente a la solución de los problemas que aquejan a las
comunidades. Según McIlrath y MacLabhrainn (2007), las universidades y centros educativos deben
asumir un compromiso ético con su entorno, generando conocimiento y desarrollando prácticas que
favorezcan la equidad, la inclusión y la justicia social.
La accesibilidad y la inclusión son dimensiones indispensables para asegurar el derecho universal a la
educación. Ainscow (2020) destaca que la inclusión no se limita a la eliminación de barreras físicas o
económicas, sino que implica la construcción de culturas escolares que valoren la diversidad y
promuevan la participación de todos los estudiantes. En este sentido, la educación debe ser flexible y
adaptativa para responder a las necesidades de grupos tradicionalmente marginados, como personas con
discapacidad, comunidades indígenas o estudiantes en situación de vulnerabilidad.
La integración de estas dimensiones—actualización, contextualización, calidad, sustentabilidad,
responsabilidad social, accesibilidad e inclusión—no solo contribuye a la formación integral de los
individuos, sino que fortalece la capacidad de la educación para incidir en el desarrollo humano y la
cohesión social. En instituciones como la Universidad Autónoma de Guerrero, la atención a estas aristas
se presenta como un desafío y, al mismo tiempo, como una oportunidad para consolidar su compromiso