RESISTIR AL OLVIDO Y CUIDAR LA VIDA: EL
UNIVERSO DE LAS MUJERES CURANDERAS-
SANADORAS EN COLOMBIA
RESISTING OBLIVION AND CARING FOR LIFE: THE
UNIVERSE OF WOMEN HEALERS IN COLOMBIA
Alejandra Milena Valencia González
Universidad de Antioquia, Colombia
pág. 3400
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i3.17957
Resistir al Olvido y Cuidar la Vida: El Universo de las
Mujeres Curanderas-Sanadoras en Colombia
Alejandra Milena Valencia González1
alejandra.valencia@udea.edu.co
https://orcid.org/0000-0002-1517-2177
Universidad de Antioquia
Colombia
RESUMEN
El presente artículo se acerca al universo de las prácticas de las mujeres curanderas-sanadoras que han
tejido una red de saberes que, aún hoy, son relevantes para el cuidado de la vida. El objetivo se orienta
reconocer las expresiones del ser curandera-sanadora descritas en la producción académica como aporte
al debate del necesario reconocimiento del conocimiento situado que ellas producen desde la
diferenciacomunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas. Para allegar la información, se
siguen lineamientos de la investigación documental que, más que una revisión bibliográfica
convencional, implica un recorrido sistemático y reflexivo a través de archivos y memorias que abarcan
dos décadas. Entre los principales resultados se destacan las sabias, mujeres medicina y brujas. Mujeres
que muchas veces invisibles para la historia oficial, han sido un eje fundamental de sus comunidades.
Ellas poseen conocimientos especializados sobre plantas medicinales, rituales y prácticas que integran
lo físico y lo espiritual y actúan cuando la medicina moderna no es suficiente o no es accesible. Además,
su labor trasciende lo técnico, constituyéndose en un ejercicio cotidiano de resistencia y re-existencia
ante la desvalorización, la colonialidad y el olvido. Hoy, sus saberes enfrentan nuevos desafíos: la
apropiación comercial, la pérdida del legado cuando una matrona muere sin entregar su saber y las
exigencias de las dinámicas contemporáneas. Sin embargo, su contribución resulta incalculable.
Reconocer su existencia y valor es acto de justicia y esperanza orientado a la construcción de una
sociedad inclusiva y respetuosa de la diferencia y celebre el florecimiento de su sabiduría en lo cotidiano.
Palabras clave: mujeres sanadoras, brujas, conocimiento tradicional, conocimiento situado
1
Autor principal.
Correspondencia: alejandra.valencia@udea.edu.co
pág. 3401
Resisting Oblivion and Caring for Life: The Universe of Women Healers in
Colombia
ABSTRACT
This article approaches the universe of practices of women healers who have woven a network of
knowledge that remains relevant today for the care of life. The objective is to recognize the expressions
of being a healer as described in academic production, contributing to the debate on the necessary
recognition of the situated knowledge they produce from differenceindigenous, Afro-descendant, and
peasant communities. To gather information, documentary research guidelines are followed, which,
more than a simple search of academic texts and thesis, becomes a kind of journey through archives and
memories spanning two decades. Among the main results are the wise women, medicine women, and
witches. Women who are often invisible to official history, have been the heart of their communities.
They know the secret of a plant, the precise prayer, the ritual that reconciles body and spirit when modern
medicine falls short. Moreover, their work is not just technical; it is daily resistance and re-existence in
the face of devaluation, coloniality, and oblivion. Today, their knowledge faces new challenges:
commercial appropriation, the loss of legacy when wise woman dies without passing on her knowledge,
and the pressure of a fast-paced world. However, the truth is that their contribution is invaluable.
Recognizing their existence and value is an act of justice and hope to build a society that embraces their
difference and celebrates the flourishing of their wisdom in everyday life.
Keywords: women healers, witches, traditional knowledge, situated knowledge
Artículo recibido 22 abril 2025
Aceptado para publicación: 26 mayo 2025
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INTRODUCCIÓN
La humanidad desde tiempos remotos ha desarrollado un vasto repertorio de prácticas para abordar
cuidado de la vida y el sufrimiento físico, mental y espiritual. Estas formas de curación-sanación, lejos
de ser simples vestigios del pasado, se han consolidado como pilares fundamentales en la memoria
colectiva y la identidad de diferentes comunidades, persistiendo y adaptándose hasta la actualidad
(Basualdo y Ferrer, 2005). Por eso, esta exploración de saberes implica ampliar los alcances de la
medicina convencional, integrando otras formas de entender la salud-enfermedad y vida-existencia-
muerte, conocimientos que buscan dar sentido a los desafíos de la existencia.
En Colombia, las prácticas curanderiles han sido moldeadas por la confluencia de tradiciones indígenas,
africanas y europeas, dando lugar a un mosaico cultural de saberes y técnicas terapéuticas (Alarcón,
2021). Esta riqueza se ha trasmitido de manera intergeneracional a través de conocimientos, que ha
permitido la resistencia y adaptación de las tradiciones frente a procesos de modernización, marginación
y políticas de homogeneización cultural.
Por ejemplo, el uso de plantas medicinales constituye uno de los ejes centrales de estas prácticas. Ariza
(2014) documenta cómo, en el Nuevo Reino de Granada del siglo XVIII, la herbolaria constituía un
elemento esencial en la vida comunitaria y la atención de la salud, tradición que ha perdurado. Para
entonces, el conocimiento botánico, la recolección y preparación de las plantas correspondía a un plano
ritual y simbólico, lo que refuerza la dimensión sagrada de la sanación.
Otro elemento fundamental es la incorporación de cantos, danzas y ofrendas rituales. Ameigeiras (2014)
comparte la importancia de estos elementos en la construcción identitaria y en la cohesión social,
particularmente entre pueblos indígenas y afrodescendientes. En este sentido, los rituales no solo buscan
restablecer el equilibrio físico, sino también armonizar la dimensión espiritual y comunitaria de la
persona.
En este entretejido de saberes, la participación de las mujeres es fundamental. Ellas han sido,
históricamente, las principales depositarias y transmisoras de prácticas curanderiles en contextos
indígenas, afrodescendientes y campesinos (Caicedo y Agudelo, 2022). su función va más allá del
entorno doméstico; como parteras, curanderas y guardianas del conocimiento botánico y espiritual, las
mujeres sostienen la salud familiar y comunitaria, y contribuyen a la reproducción cultural de sus
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pueblos.
Pese a esto, estas prácticas curanderiles han sido históricamente objeto de marginación, persecución y
etnocidio, impulsados tanto por instituciones coloniales como por el avance de la biomedicina. Ejemplo
de ello, son las prácticas de partería que han sido objeto de políticas de eliminación, lo que representa
un riesgo tanto para la salud materno-infantil como para la preservación de un conocimiento invaluable.
Sin embargo, la resistencia y capacidad de adaptación de estas mujeres ha favorecido la continuidad y
transformación de sus prácticas, integrando elementos nuevos sin perder su esencia cultural (Basualdo
y Ferrer, 2005).
Por eso, las prácticas de curación-sanación de mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas
constituyen un patrimonio vivo y dinámico. Pues, no solo responden a las necesidades específicas de las
comunidades, sino que también reafirman identidades y desafían las fronteras entre lo tradicional y lo
moderno. De ahí que sea fundamental reconocer y valorar estas prácticas de curación-sanación como un
acto de justicia epistémica y cultural, fundamental para la construcción de sociedades más inclusivas y
respetuosas de la diversidad.
Esas mujeres que se dedican a otras formas de salud y que producen las prácticas y las ponen en marcha
desde y con su cuerpo, han experimentado procesos de deshumanización y negación de su existencia,
producto de la colonialidad del ser, entendida como “violación a la alteridad humana” que niega la
posibilidad de la otredad (Maldonado-Torres 2007, p.150) que ellas representan. También en ellas recae
la negación de sus epistemes y el borramiento de sus saberes, en la cual opera la colonialidad del saber
que privilegia el conocimiento eurocentrado y descalifica formas otras de pensar y existir (Quijano
2000).
Sin embargo, las mujeres curanderas-sanadoras desde esa realidad estructural opresora, reivindican y
visibilizan sus saberes subalternizados de producción de curación-sanación. Entre ellas están las mujeres
indígenas reconocidas como médicas tradicionales en los territorios indígenas. Allí, ellas salvaguardan
sus sitios sagrados que es donde tienen todas las plantas medicinales y espíritus favorables para los
tratamientos, rituales y la salud. Estos sitios celosamente custodiados por los sabedores, las sabedoras y
comunidades, son de una riqueza biodiversa importante, por ello, este sistema de protección garantiza
el cuidado de la casa común.
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de igual manera, se encuentran las mujeres curanderas-sanadoras afrodescendientes, reconocidas como
yerbateras, cantaoras, remedieras. Álvarez y su equipo consideran que estas mujeres se dedican a oficios
que cuidan la vida desde un estudio en el pacífico colombiano en el que describe como ellas ayudan a
las personas, las protegen, consuelan y tranquilizan (Álvarez, Miranda, y Correa 2014, p. 149). Entre
las prácticas de estas mujeres, están los baños, ampliamente empleados para aprovechar las propiedades
terapéuticas, asunto compartido con otros pueblos. Quintero en su trabajo sobre rituales
afrodescendientes dice que los baños: son efectivos en el tratamiento de los males del cuerpo y del
espíritu, ya sea generado por la misma persona o por malquerencias ajenas(Quintero 2012, p. 120).
Asimismo, existen otras especialidades que también están en riesgo como la partería, pese a que han
ganado un espacio político en el sistema de salud, debido a sus luchas y resistencias por traer vidas a
esta tierra.
También, las mujeres curanderas-sanadoras campesinas se enuncian: yerbateras, sanadoras, tabaqueras,
mujeres medicina, entre otras, que alimentan sus prácticas con elementos ancestrales y tradicionales
nutridos de matrices campesinas, indígenas y afrodescendientes. En el caso de ellas, una manera de dar
cuenta de su diversidad de prácticas y rastrear cimientos en otros saberes. Ejemplo de ello es el estudio
de artesanos de la salud y prácticas del cuidado de la vida en Antioquia que se enfoca en los campesinos
y campesinas que curan. Una de las mujeres de su estudio conocida como yerbatera, dice que aprendió
en su casa porque era habitual y por ello destaca la necesidad de conectar con las plantas para aprender
a utilizarlas de manera adecuada (Múnera, 2018, p. 66).
En este orden de ideas, las curanderas-sanadoras utilizan una terapéutica amplia que de manera
diferencial destaca para las indígenas su orgánica relación con la madre tierra, los sitios sagrados y lo
ancestral. Para las afrodescendientes los cantos, los espíritus, el territorio, lo comunitario; y para las
campesinas, las plantas, los rezos y la hibridación de saberes. Estas mujeres comparten la trasgresión de
la dicotomía de lo físico y lo espiritual, y de la vida y la muerte.
Debido a la diversidad de sus prácticas y la riqueza de sus aportes al cuidado de la vida, el presente texto
tiene como objetivo profundizar en algunas expresiones del ser del ser curandera-sanadora que se
describen en la producción académica y aportar al debate del necesario reconocimiento del conocimiento
situado que ellas producen como aporte a la justicia epistémica.
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METODOLOGÍA
Para comprender en detalle lo que se ha escrito sobre las mujeres curanderas-sanadoras y sus prácticas,
se optó por una metodología de investigación documental, orientada a recuperar y analizar críticamente
aquellas voces y relatos que históricamente han sido marginados por los discursos dominantes. En este
sentido, Gorbach y Rufer (2016) en su reflexión sobre la indisciplina investigativa, consideran que el
archivo no constituye un espacio neutral, sino un terreno de disputa donde emergen memorias
silenciadas y se desafía la autoridad epistémica colonial.
Desde este punto de vista, la búsqueda bibliográfica fue delimitada utilizando el metabuscador lib.steps,
que integra bases de datos como LILACS, ProQuest y JSTOR, así como el repositorio Dialnet. Al
tiempo, se realizó una exploración en los repositorios institucionales de universidades colombianas
reconocidas por su producción en temas afines, tales como la Universidad Javeriana, Universidad de los
Andes, Universidad Nacional de Colombia, Universidad del Valle, Universidad del Cauca y Universidad
de Antioquia.
La búsqueda fue orientada por descriptores específicos que permitieran captar la diversidad y riqueza
de los saberes femeninos: mujeres, indígenas, afrodescendientes, campesinas, curanderas, sanadoras,
saberes propios, conocimientos propios, medicina popular, medicina indígena, medicina
afrodescendiente, medicina tradicional, rituales, prácticas de sanación y prácticas de curación. Dichas
búsquedas se enfocaron en el contexto colombiano y en el periodo comprendido entre 2001 y 2022,
incluyendo materiales en español, portugués e inglés.
Como primer filtro, se realizó una lectura detallada de los resúmenes de los materiales recuperados,
evaluando su pertinencia temática y su alineación con los enfoques de sanación-curación y las
representaciones de las mujeres curanderas-sanadoras. Posteriormente, se seleccionaron de manera
cualitativa 28 artículos y 5 tesis, atendiendo a criterios de relevancia teórica y profundidad descriptiva
respecto a las prácticas curanderiles femeninas. Los textos seleccionados fueron sometidos a un proceso
de codificación multidimensional y organizados en torno a ejes estructurales: identificación
bibliográfica, estructura teórico-conceptual (nociones de curación-sanación, caracterización de las
mujeres curanderas-sanadoras) y vinculación con elementos analíticos como feminismos, luchas,
resistencias y colonialidad del saber. Finalmente, y especialmente para este escrito se priorizó la
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extracción y síntesis de las nociones de curación-sanación y de las formas en que se describen y
representan a las mujeres curanderas-sanadoras, aspectos que constituyen el núcleo analítico de este
trabajo y que se presentan de manera visual en la tabla 1.
Tabla 1. Muestra de síntesis analítica para las categorías curación-sanación y curandera-sanadora
Año
Autores
Nombre del
Artículo
Curanderas-
Sanadoras
2011
Aguilar,
Yolanda
Sanar nuestros
cuerpos,
reconstruir nuestra
memoria
Mujeres sobrevivientes
de violencia sexual,
terapeutas feministas,
sanadoras ancestrales.
2013
Fonnegra,
Ramiro y
otros
Medicina
tradicional en los
corregimientos de
Medellín
Yerbateros, sobanderos,
parteras.
2015
López,
Lucero y
otras
Diversidad cultural
de sanadores
tradicionales
afrocolombianos
Remedieros y parteras
afrocolombianas de
Guapi, Cauca.
2016
Quintana
Arias,
Ronald
Fernando
Medicina
tradicional en la
comunidad de San
Basilio de
Palenque
Sabedoras de San
Basilio de Palenque:
Encarnación Padilla,
Adriana Márquez,
Concepción Hernández.
2017
Acosta,
Valeria y
González,
Diana
Las brujas como
subjetividad
política y
reivindicación
feminista
Mujeres sabias, abuelas,
curanderas, sanadoras,
yerbateras, herbolarias,
chamanas, hechiceras,
parteras, aborteras.
2017
Múnera,
Mauricio
Saberes y prácticas
campesinas de
sanación
Mujeres campesinas
sanadoras: Argemira
Echeverry, Bertha
Avendaño, Martha
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Año
Autores
Nombre del
Artículo
Curanderas-
Sanadoras
Osorno, Blasina Mery
Arboleda.
2018
Cruz, Alba
Lucía
Alabaos: El papel
del cuidado en la
sanación del dolor
Mujeres
afrocolombianas
víctimas de violencia
sexual, integrantes de
Afromupaz.
2019
Bohórquez-
Castellanos,
Marcela
Brujas
contemporáneas:
entre mundos y
devenires
espirituales
Brujas contemporáneas,
mujeres medicina, guías
espirituales, terapeutas,
chamanas.
2019
Domicó-
Murillo,
Nataly
Guardianas de la
sabiduría:
Pedagogía de los
cantos ancestrales
Mujeres Embera
Eyabida, abuelas
sabedoras,
Jaibanaweras.
Fuente: Elaboración propia
El proceso analítico derivado de la lectura en detalle de los ejes de interés llevó a la concreción y
desarrollo de las categorías de sabias, mujeres medicina y brujas. Ellas tan diversas, tan otras y ajenas
son la punta de lanza de unos saberes que se han mantenido pese a las violencias epistémicas y el sistema
moderno colonial.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Las mujeres curanderas-sanadoras, desde tiempos inmemoriales, han estado presentes en la historia de
la humanidad. Algunas destacaron como pioneras, desafiando los límites de su época con conocimientos
que parecían casi mágicos. Otras, caminaron por la vida en silencio, transmitiendo su sabiduría de
generación en generación, para permitir la pervivencia de saberes y practicas pertinentes para el cuidado
de la vida. Y aunque muchas veces sus nombres se perdieron en la memoria colectiva, su huella sigue
viva en la forma en que cuidamos, sanamos y entendemos el mundo.
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Algunas de ellas fueron las primeras médicas, anatomistas y farmacólogas de la historia occidental
(Acosta y González 2017, p. 73). Sabían cómo aliviar el dolor, cómo acompañar a otras mujeres en el
trance de un aborto, cómo mezclar hierbas para hacer de la naturaleza una aliada. No obstante, es cierto
que rara vez recibieron títulos o reconocimientos. Sus saberes y prácticas viajaron en la tradición oral,
de boca en boca, de madre a hija, de abuela a nieta. Tal falta de reconocimiento no solo es una injusticia,
sino también una forma sutil de negar su papel esencial en el cuidado de la vida y en el equilibrio con
la naturaleza.
Lo que llama la atención, es el camino tan particular que recorren para convertirse en curanderas-
sanadoras. Muchas veces, este viaje comienza al interior de la familia, en la que se hace habitual crece
al calor de los relatos, los remedios caseros y los rituales compartidos. En comunidades indígenas o
afrodescendientes, por ejemplo, el linaje es casi un destino: el saber se hereda como un mandato, y cada
generación lo enriquece con su propia experiencia. Pero no siempre es así. Hay quienes encuentran su
vocación en los sueños, en visiones nocturnas que parecen dictadas por fuerzas misteriosas (Serrano,
2020). Otras, encuentran un maestro o una maestra que reconoce esa chispa de curiosidad y les abre las
puertas de un mundo nuevo.
Además, hay algo que parece unir a todas estas mujeres, más allá de sus diferencias: el dolor. Ya sea en
su propio cuerpo o en el de alguien querido, el sufrimiento suele ser el punto de partida. De esta forma,
desarrollan una sensibilidad especial para acompañar a otros en sus propios procesos de sanación. Así,
tejen relaciones de compasión y reciprocidad, y mantienen un vínculo profundo con la espiritualidad.
No es raro que muchas relaten cómo una enfermedad, la muerte de un ser querido o una crisis existencial
marcaron un antes y un después en su vida. Son momentos de ruptura, , pero también de
transformación, guiados por fuerzas que a veces no se pueden nombrar, pero que se sienten en lo más
hondo (Bohórquez-Castellanos, 2019).
Y es que, cuando hablamos de mujeres que curan-sanan, también hablamos de resistencia. Muchas de
ellas han trabajado y siguen trabajando con mujeres víctimas de violencia, enfrentándose a
relaciones de poder, miedo y dominación que parecen estar escritas en la piel de la sociedad (Aguilar,
2012). Sin embargo, en medio de ese dolor, encuentran la fuerza para seguir adelante, para transformar
el sufrimiento en cuidado y, sobre todo, en esperanza.
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Las sabias y sus especialidades , los riesgos y las estrategias de pervivencia
Las mujeres curanderas-sanadoras en su categoría de sabias ancestrales (López et al, 2011), invitan a
sumergirse en un mundo donde la ciencia, la memoria y la ternura se entrelazan de formas inesperadas.
No es solo cuestión de plantas y remedios; hablamos de mujeres que, día tras día, han tejido su vida-
existencia con sus comunidades, sosteniéndolas en los momentos más vulnerables y celebrando junto a
ellas los ciclos de la naturaleza. A veces, su presencia pasa desapercibida para quienes miran desde
afuera, pero basta un dolor de parto, una fiebre repentina o una muerte inesperada para que todos
recuerden quién guarda el verdadero saber: la abuela que conoce las plantas, la vecina que “sabe de
rezos”, la partera que no duerme cuando alguien la necesita. Y es que su papel va mucho más allá de lo
que suele decirse en los libros: ellas son un importante soporte de la medicina tradicional y, sin exagerar,
el refugio del cuidado en muchos rincones de Colombia.
Cabe indicar que la historia de estas mujeres está marcada por la resistencia y re-existencia, pero no una
resistencia grandilocuente, sino esa que se vive en silencio, entre la cocina y el monte, entre el fogón y
la palma de la mano. Desde la colonia, cuando la medicina oficial llegó con su saber letrado occidental,
las curanderas-sanadoras han defendido sus prácticas a punta de intuición, observación y, sobre todo,
una conexión profunda con la naturaleza y los suyos que fue incorporando nuevas formas para pervivir
(Ariza, 2014; Marcos, 2006) . No es casualidad que, en tantas comunidades indígenas y
afrodescendientes, el estatus de estas sabias sea tan alto.
Cuando estas mujeres sabias pertenecen a pueblos indígenas, hay una amplia gama de posibilidades para
nombrarlas, puesto que en Colombia hay alrededor de 105 pueblos según registros de la Organización
Indígena de Colombia ONIC, y cada uno tiene maneras de reconocerlas. Aunque hay unas
confluencias en dos vertientes, las que se dedican a las plantas y el cuerpo y las que se dedican a la
mediación espiritual. Las primeras más afines con la herbolaria y el conocimiento del cuerpo en las que
se inscriben yerbateras, sobanderas, hueseras y parteras. Especialmente cuando se trata de las plantas
reconoce en ellas su fuerza espiritual:
Las especialistas en plantas medicinales reconocen que su potencial, por un lado, se manifiesta a
través de su fisiología, pero que, por el otro, tiene mucho que ver con su fuerza mística. Esta doble
potencialidad condiciona sin lugar a duda el tipo de relaciones que se mantienen con ellas
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(Martínez y Halbmayer 2020, p. 27).
Las otras, las que hacen una mediación con el mundo espiritual, que pertenecen al chamanismo son más
escasas. O se conoce menos de ellas. Existen jaibanas en el pueblo Embera y maimas en los pueblos del
sur kämsa, Inga y Pastos. Aunque son muy poco conocidas. Aunque en otros casos, como el de la outsü
en los Wayuu si son muy valoradas y reconocidas como guías espirituales:
La outse comunica con el mundo-otro, el mundo de los espíritus pülasü. A ese mundo
pertenece su espíritu auxiliar y de ese mundo provienen los espíritus que causan muchas
enfermedades e incluso la muerte […] En ese sentido, la mujer curadora wayuu mantiene un
diálogo constante entre dos mundos: el que vivimos anasü y el de los espíritus pülasü. El
resultado de esa comunicación, en el que ella se presenta como un medio por el cual recuperar
la energía vital perdida (Serrano 2020, p. 268).
Por su parte, en los pueblos afrodescendientes, negros y palenqueros, sus saberes tienen un anclaje al
universo mágico-religioso de sus ancestros africanos y de las plantas que utilizan para las curas. Entre
ellos hay un amplio abanico de especialistas en las que tanto hombres como mujeres entran en ejercicio.
Algunas de sus especialidades dependen de su ubicación geográfica y particularidad cultural del pueblo.
Por ejemplo, en el pacífico en un proceso de recuperación de saberes, coinciden en nombrarlas sabias y
representan sus saberes por sus prácticas respectivas:
[…] los denomina como “sabios ancestrales” y los subdivide en: curanderos (sana mordeduras
y picaduras venenosas), comadronas o parteras (encargadas de la gestación, el parto y el
posparto), sobanderos (quinesiólogo), y remedieros (sana enfermedades, heridas e infecciones)
(32). Estos hombres y mujeres son reconocidos como conocedores de la enfermedad y la salud
sabios (López et al. 2011, p. 292).
También están las yerbateras dedicadas a los preparados ancestrales tal como lo describe Araujo y
colaboradores, “desarrollan mucho las bebidas ancestrales […] Manejan varios conocimientos, el de las
bebidas, los baños, las plantas medicinales” (Araujo, Bermúdez, y Vega 2018, p. 118). Lo cual también
está documentado por López quien además considera que tienen capacidad de sanar con “oraciones
secretas, actos de hechicería y adivinación, entre otros (López et al. 2011, p. 293).
Otra especialidad muy bella de los pueblos afrodescendientes que cohesiona a la comunidad son las
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cantaoras, especialistas en el acompañamiento de rituales fúnebres y festejos santorales. Las mujeres
cantaoras también reconocidas como alabaoras son vitales para acompañar los procesos de duelo y
permitir la elaboración del padecimiento de la pérdida en transformación de entrega. Este proceso
colectivo es un tejido de confianza entre mujeres para armonizar las relaciones entre vivos y muertos,
propiciar la continuidad de la vida en comunidad y mantener ejercicios de resistencia (Quiceno, Ochoa
y Villamizar 2017, pp.177-181).
Aunque no vienen de pueblos ancestrales, las mujeres de pueblos campesinos o que han surgido de allí
también las incluyo en el nivel de sabias por la naturaleza comunitaria y popular de su práctica, la cual
también se ha aprendido de generación en generación. Ellas se dedican a saberes muy diversos, por
ejemplo, están la yerbatería, partería sobanderismo, la canalización de santos, oración con imposición
de manos, entre otras (Múnera 2017, p.20). Se han encontrado casos que algunas de ellas saben secretos
y los aplican para las sanaciones (Fonnegra et al. 2013).
Aunque las mujeres curanderas-sanadoras han ido cambiando en el tiempo para mantener sus saberes y
prácticas. En las últimas décadas advierten amenazas para la pervivencia de sus saberes, territorios y de
ellas mismas. Por un lado, están las relaciones interétnicas mediadas por un ideal citadino, de acceso a
redes sociales y el universo que propone la modernidad, lo cual moviliza a los más jóvenes indígenas,
afrodescendientes y campesinos de comunidades rurales, a preponderar otros modos de vivir en
distancia o mixtura con los cánones de sus pueblos o comunidades. La desvalorización de las sabias y
la rdida de sus conocimientos se han vuelto cada vez más evidentes y da cuenta de cómo el
fallecimiento de las matronas y mujeres mayores genera un vacío difícil de suplir y pone en riesgo la
continuidad de estos saberes ancestrales. Como lo señala Araujo y su equipo (2018):
“la valoración de lo que fueron antes, de lo que son ahora, la comprensión de cómo está cambiando
el territorio, de cómo han venido siendo cada vez más vulnerables frente a la pérdida [...] de todos
los saberes que han retrocedido al ir muriendo las mujeres mayores, las matronas” (p. 118)
La posibilidad de extinción de los saberes y prácticas de las comunidades, y de las mujeres curanderas-
sanadoras, las ha llevado a crear algunas estrategias para la recuperación de los saberes propios. Para
ello investigan con sabios que aún viven, hacen un inventario de lo que tienen y así a través de la oralidad
reconstruyen y preservan sus conocimientos ancestrales en el presente. Por ejemplo, en algunos pueblos
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indígenas del sur del país suelen sus sabedores, entre ellos algunas mujeres, abrirse a territorios urbanos
bajo “una modalidad de prácticas de curación popular de tradición indígena” (Garzón 2015, p. 162) que
genera una dinámica muy diferente a la territorial y ahí aparecen otras lógicas culturales.
Asimismo, las afrodescendientes curanderas-sanadoras del pacífico se organizan en grupos para enseñar,
siguiendo a las mayoras. Tanto así que una mujer curandera octogenaria insiste en entregar sus saberes
antes de morir (Araujo, Bermúdez, y Vega 2018, p. 119). Las mujeres sabias están muriendo y están
clamando porque otras tomen su legado. Asunto que entre las propias comunidades genera
preocupaciones, dado que cada vez más se están perdiendo estos saberes.
Además de lo anterior, la desvalorización de sus conocimientos es un asunto frecuente. Muchas jóvenes
sienten vergüenza de aprender, temen ser vistas como “ignorantes” o “anticuadas”. En este caso se da
cuenta de que la racialización epistémica pesa: se sigue creyendo que el saber legítimo es el de la
academia, el de los libros, y no el que se aprende de la abuela o en el monte (Martínez y Halbmayer,
2020). Además, la apropiación indebida de sus saberes por parte de personas externas, que muchas veces
buscan lucrar o “exotizar” sus prácticas, es una amenaza constante.
Aun así, las mujeres curanderas-sanadoras no se rinden. Se organizan en grupos, se apoyan entre ellas,
crean espacios donde pueden compartir lo que saben sin miedo. Algunas han llevado sus conocimientos
a la ciudad, participando en ferias, mercados o talleres. Allí encuentran nuevas formas de resistir, de
adaptarse, de mostrar que su medicina también tiene un lugar en el mundo moderno. La transmisión
intergeneracional sigue siendo clave: abuelas, madres e hijas se reúnen para preparar remedios, contar
historias, celebrar rituales. Así, entre risas y silencios, el saber sigue vivo.
La investigación colaborativa con universidades y organizaciones sociales ha ayudado a documentar y
visibilizar estos conocimientos. Pero, claro, siempre con el cuidado de que sean las comunidades las
protagonistas, no simples objetos de estudio. Es importante proteger estos saberes de la apropiación y
garantizar que sigan siendo patrimonio de quienes los han creado y sostenido.
En el fondo, lo que está en juego es mucho más que la salud física. Es la memoria, la identidad, la
posibilidad de imaginar otros futuros. Las mujeres curanderas-sanadoras no son solo figuras del pasado;
son una fuente viva de resistencia y esperanza. Reconocerlas, valorarlas y proteger sus saberes es una
tarea urgente, no solo para ellas, sino para todos. Porque, en un mundo que a veces parece olvidar sus
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raíces, ellas nos recuerdan que sanar no es solo curar el cuerpo, sino también cuidar el alma y la tierra.
Saberes en tensión: luces y sombras de la mujer medicina contemporánea
En los últimos años, ha empezado a presentarse con fuerza la expresión “mujer medicina”. No es solo
una etiqueta bonita: nombra a esas mujeres que, desde su lugar mestizo e intercultural, han abrazado
saberes de muchos orígenes. Los hacen suyos, los practican, los reinventan y los comparten. Este
fenómeno no surge de la nada; crece en medio de encuentros interculturales, de los lazos que se tejen en
territorios rurales donde conviven pueblos indígenas y afrodescendientes, y también en las ciudades,
donde las búsquedas personales se vuelven colectivas.
En medio de este movimiento de recuperar, cuidar y multiplicar saberes, cada vez se ven más mujeres
mestizas de ciudad que buscan, con una mezcla de curiosidad y respeto, las enseñanzas de curanderos y
curanderas que llevan años a veces toda una vida dedicados a sanar y guiar a sus comunidades.
Muchas llegan a estos caminos porque sienten una necesidad profunda de sanar, de encontrar respuestas
más allá de lo que ofrece la medicina convencional. Y es que, cuando experimentan en carne propia los
efectos de estos saberes, algo en ellas se enciende: sienten el llamado de seguir aprendiendo, de
comprometerse, de compartir con otras lo que van descubriendo.
Además, este florecimiento de mujeres medicina responde a un deseo muy sentido de los propios
curanderos y curanderas tradicionales. Ellos quieren dejar huella, transmitir lo que saben antes de que
se pierda en el olvido. Y encuentran en estas mujeres una disposición genuina para aprender, para dejarse
guiar, para honrar la tradición. Bohórquez-Castellanos (2019, p. 146) lo relata muy bien en su estudio
sobre brujas contemporáneas: habla de cómo estas mujeres mestizas se entregan de lleno a la experiencia
espiritual, guiadas por abuelos, abuelas, chamanes y chamanas indígenas, y cómo responden a ese
llamado de conexión con la madre tierra usando los elementos y rituales que han aprendido.
En el fondo, la figura de la “mujer medicina” es mucho más que una moda o una tendencia. Es un puente
vivo entre tradiciones, territorios y generaciones. Su existencia nos recuerda que los saberes ancestrales
no solo resisten, sino que se adaptan con fuerza en medio de los cambios y las búsquedas de nuestro
tiempo.
Esta vivencia de las mujeres mestizas en las prácticas de curación-sanación, las lleva por un camino de
autoafirmación, resignificación de la propia vida y seguridad en para enunciarse como mujer medicina
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en la que se conjuga el vínculo con la tierra, las fuerzas de la naturaleza la unión entre el cielo y la tierra
y el canal entre lo divino y lo humano (Bohórquez-Castellanos 2019). Esta mujer reconocer los orígenes
de sus saberes, hace un mestizaje consciente, reciproco con las comunidades de las que bebe su saber y
reconoce sus cosmovisiones como fuente epistémica.
Sin embargo, hay una tendencia en estas mujeres medicina que se distancia de las matrices originarias
y se acerca al extractivismo cultural. Por lo general, mujeres mestizas, muchas veces citadinas, con
estudios universitarios y, casi siempre, de clase media. Ellas se acercan con curiosidad y cierta
fascinación, a las curanderas y curanderos de linaje, buscando aprender de quienes guardan en su
memoria y en sus manos la medicina ancestral. Al principio, se muestra humildes aprendices. Pero,
pasado un tiempo, algunas de ellas se presentan ante el mundo como “mujer medicina”, diciendo que
han sido avaladas por sus maestras y maestros. Y es aquí donde se corre el riesgo del vaciamiento de la
cosmovisión de origen y el sentido histórico de la resistencia de estos saberes. A veces, lo que era
sagrado y profundo se convierte en una receta, una lista de pasos para lograr la sanación. Se pierde el
misterio y el arraigo propio a la ancestralidad y cosmovisiones.
De alguna forma, cuando el aprendizaje se toma de esta manera, ocurre una desconexión de la matriz
epistémica y cultural originaria. No es solo que se repitan técnicas; es que se desarticula el sentido
profundo de ese saber, el que está tejido con la cosmovisión, la organización social y la vida comunitaria
del pueblo que lo creó. Detrás de la pantalla, en redes sociales, la medicina ancestral se vuelve un
servicio más, listo para ser comprado. Este tipo de apropiación cultural, además del lucro, esconde una
instrumentalización étnica: se toma lo indígena, lo afrodescendiente y lo campesino; y se usa como
marca, como adorno. Es otra forma más sutil, pero igual de hiriente de colonialidad. Se usurpan
conocimientos, se instrumentalizan, y alguien se beneficia.
Grosfoguel (2016) lo llama extractivismo epistémico. No es solo un término académico; es una herida
abierta. Porque en esa mentalidad extractivista, lo que se busca es apropiarse de los saberes, arrancarlos
de su tierra, de su historia, y convertirlos en mercancía. “En la ‘mentalidad extractivista’ se busca la
apropiación de saberes y conocimientos, despojándolos de su contexto y significado original, lo que
constituye una forma de violencia epistémica y ontológica” (33). Aunque algunos validan estas formas,
vale la pena hacer una reflexión crítica sobre la apropiación del conocimiento, el vaciamiento cultural y
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la ética en ello.
En este orden de ideas, Ulloa (2012) también lo advierte. Ella señala que las políticas globales y públicas
sobre lo ambiental y el cambio climático “han naturalizado relaciones de género y localizado
conocimientos e identidades, generando unas geopolíticas de lo ambiental de
desterritorialización/territorialización y de descontextualización de saberes en torno al clima, que
conllevan a la generación y mantenimiento de desigualdades y exclusiones” (4). Y sí, eso se siente: el
saber se arranca de raíz, se exhibe, y queda vacío.
No todo es blanco o negro
La mujer medicina puede tender puentes entre mundos. Pero, honestamente, tiene que ser cuidadosa.
Porque el riesgo de vaciar de contenido las prácticas de curación-sanación es real, aunque funcionen,
aunque alivien. Aquí hay un dilema ético, uno de esos que pesan en el pecho: ¿cómo honrar el valor de
los saberes originarios y campesinos? ¿Cómo respetar esa sabiduría que vive en los cuerpos-territorios
y las memorias de las mujeres, de las comunidades, y que, poco a poco, se desvanece si no la cuidamos?
La responsabilidad es enorme. No se trata solo de aprender y repetir. Se trata de sostener el vínculo, de
reconocer el origen, de defender la vida colectiva y la dignidad de los pueblos. Porque, al final, lo que
está en juego es mucho más que una práctica de sanación: es la memoria, la identidad y la esperanza de
quienes aún resguardan estos saberes.
La bruja: memoria, poder y resistencia
La figura de la bruja es, sin duda, una de esas presencias que nos atraviesan y nos inquietan. No es solo
un personaje de cuentos o una sombra del pasado. Es una mujer que, todavía hoy, provoca temor y
admiración a partes iguales. Quizás porque, desde hace siglos, la palabra “bruja” ha servido para
nombrar a las mujeres que se atreven a salirse del guion: rebeldes, buscadoras, sanadoras y transgresoras.
No es una moda reciente. Sus huellas, aunque envueltas en mito, se pueden rastrear hasta el siglo XIII.
Y lo cierto es que, aunque el mundo ha cambiado, la esencia desafiante y libre de la bruja sigue intacta.
La bruja, tanto antes como ahora, incomoda a quienes detentan el poder. Perseguida por unos, celebrada
por otros, siempre está cuestionando el orden establecido. Se mueve en los márgenes y, desde ahí,
construye su propio espacio de poder. Los relatos y testimonios recogidos en este trabajo muestran que,
cuando preguntamos por el papel de las brujas en los procesos de curación-sanación, aparece una historia
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de resistencia, de supervivencia y de vigencia sorprendente (Acosta y González, 2017).
No es casualidad. Las brujas, como figuras históricas, rompieron el molde de lo que se esperaba de una
mujer. Muchas eran verdaderas científicas de su tiempo: conocían plantas, remedios, secretos para
aliviar el dolor. Otras, simplemente, se atrevieron a desafiar las reglas, a decir “no” cuando todas
callaban. El poder respondió con miedo. Y es que, en una época de carencias y necesidades, cualquier
mujer que supiera sanar, liderar o pensar diferente era vista como amenaza. Como señala Sánchez (2023)
al respecto de la “bruja negra” en el Caribe colonial que fue mucho más que un estereotipo siniestro:
“Estas mujeres, asociadas a prácticas mágicas y curativas, encarnaban una amenaza al orden
colonial por su capacidad de subvertir las jerarquías raciales y de género. Su persecución reflejaba
el miedo de las élites a la agencia política y cultural de las comunidades afrodescendientes” (p.
263).
Pero la bruja no es solo pasado. Hoy, como destaca Bohórquez- Castellanos (1919), la bruja
contemporánea es “una posición espiritual-política capaz de agenciar cruces y modos sensibles e
intuitivos que acompañen transformaciones vitales, personales y colectivas”. Es decir, la bruja no solo
resiste, sino que teje puentes entre mundos, saberes y generaciones. Se convierte en un “conocimiento
puente” que desafía la separación entre lo espiritual y lo político, y acompaña procesos de sanación tanto
individual como colectiva.
La historia de la bruja está marcada por la violencia y el control. El miedo se convirtió en persecución
por las instituciones de la modernidad.
Iglesia y ciencia moderna, aunque a veces parezcan opuestas, se aliaron para crear una imagen temible
de la bruja y de sus saberes. Por un lado, la iglesia diseñó estrategias para desprestigiarla, perseguirla,
cazarla y, muchas veces, asesinarla. Así nació la Inquisición, ese capítulo oscuro donde el clero
representó a las brujas como aliadas del demonio, sembrando desconfianza y odio hacia lo femenino. El
control espiritual era, en el fondo, una lucha por el poder sobre los cuerpos y las almas de las mujeres
(Acosta y González 2017).
De alguna forma, la violencia y la persecución no son solo recuerdos lejanos. Como advierte Uribe
(2002), en Colombia la brujería sigue siendo un terreno donde se cruzan el dolor, la culpa y la violencia
social.
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La magia y la brujería, se arguye, nos ofrecen una vía regia para adentrarnos por los vericuetos
del sufrimiento, la renuncia y la culpa (el pathos) en nuestra cultura… un camino analítico para
explicar lo que Sigmund Freud denominara el ‘malestar en la cultura’. (p. 24).
En contextos de conflicto, la brujería aparece como una respuesta a la crisis, pero también como una
forma de resistencia ante el caos y el desarraigo. A pesar de todo, la bruja no desapareció. Resistió. Se
adaptó. Aunque la alianza entre iglesia, ciencia y patriarcado buscó domesticarla y someterla, muchas
sobrevivieron ocultándose, transmitiendo sus saberes en silencio, reinventándose una y otra vez. Y, con
el tiempo, la bruja se transformó en símbolo de autodeterminación y coraje, según Aguilar (2012) las
brujas son sinónimo de experiencia y madurez que las hace elegir desde el corazón, igualmente, “poseen
la fiereza del que defiende lo que más le importa. Dicen la verdad con compasión. Escuchan su cuerpo,
se reinventan a sí mismas en función de sus necesidades y saborean la parte positiva de sus vidas” (25).
Hoy, la bruja ha recuperado su voz. Ha tejido una conciencia corpo-espiritual que la conecta
profundamente con el mundo y con su propia historia. Ha aprendido a escuchar su corazón y a romper
la vieja separación entre lo espiritual y lo político. Ahora, lo espiritual es, también, un acto político.
Las brujas contemporáneas, como dice Bohórquez-Castellanos (2019), “acompañan transformaciones
vitales, personales y colectivas”, y encarnan una resistencia que ya no es solo subterránea, sino también
visible y orgullosa. Muchas mujeres, inspiradas por los feminismos, se reconocen en esa brujedad
milenaria y honran a sus ancestras desde la resistencia y la sororidad. Como se escucha en los círculos
de mujeres: “Nuestra brujedad es milenaria y honra a nuestras ancestras” (Bohórquez-Castellanos 2019,
p. 147).
En definitiva, la figura de la bruja sigue viva. Es memoria, es poder, es resistencia. Y, sobre todo, es un
recordatorio de que el conocimiento, la autonomía y la valentía de las mujeres siempre encuentran la
forma de florecer, incluso en los terrenos más difíciles.
CONCLUSIONES
Después de recorrer este entramado de saberes, prácticas y resistencias, se reconoce que las mujeres
curanderas-sanadoras que han sostenido y siguen sosteniendo la vida en sus comunidades. Lo que
se ha intentado mostrar aquí es mucho más que una simple recopilación de prácticas ancestrales. Es,
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sobre todo, un reconocimiento a la fuerza y la dignidad de quienes, a pesar de la persecución, el olvido
y la marginación, han persistido en cuidar, sanar y transmitir sus conocimientos.
Tantas versiones de ellas: abuelas, parteras, yerbateras y sabias que, con sus manos y su palabra, han
tejido puentes entre generaciones. Ellas no solo curan cuerpos; también sanan memorias, restauran
vínculos y reafirman identidades. Sus cantos, sus plantas, sus rituales… todo eso forma parte de un
patrimonio vivo que desafía el paso del tiempo y las imposiciones externas. No es poca cosa: en cada
baño ritual, en cada parto atendido, en cada remedio preparado, hay una historia de resistencia y de amor
por la vida.
El camino no ha sido fácil. Las políticas de erradicación, la violencia simbólica y la colonialidad del
saber han intentado borrar estos conocimientos, relegarlos a la sombra, negarles su valor. Pero las
mujeres curanderas-sanadoras no se han rendido. Han sabido adaptarse, reinventarse, integrar elementos
nuevos sin perder su esencia. Han convertido el dolor en fortaleza y la discriminación en motivo de
lucha.
De ahí la importancia de reconocer y valorar estos saberes y prácticas no solo como un acto académico
o intelectual. Sino, ante todo, como un acto de justicia epistémica y de gratitud. Lo cual invita a mirar
la salud y la sanación desde una perspectiva más amplia, más humana y más respetuosa de la diferencia.
Desafía a cuestionar el privilegio del conocimiento eurocéntrico y a abrirnos al diálogo con otras formas
de entender y cuidar la vida.
Si algo puede quedar claro, es la certeza de que las prácticas de curación-sanación lideradas por mujeres
siguen vivas, transformándose y resistiendo. Son un legado y una apuesta por el presente y el futuro.
Ojalá la sociedad sepa escuchar, aprender y acompañar a estas mujeres en su caminar. Porque, al final,
su lucha es también la nuestra: la de defender la dignidad, la memoria y la posibilidad de otros mundos
posibles.
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