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En el caso de Quintana Roo, la riqueza gastronómica tradicional —como el tikinxic, los panuchos, la
cochinita pibil o los tamales de chaya— depende en gran medida de ingredientes locales frescos: maíz,
achiote, chile habanero, hojas de plátano, pescados del Caribe, entre otros.
Cuando se importa más del 60% de los alimentos, se dificulta la disponibilidad de productos frescos y
autóctonos, lo que altera los sabores, técnicas y saberes tradicionales de la cocina regional. La
gastronomía, especialmente la de alto nivel o la que se ofrece al turismo internacional (como sucede en
destinos como Cancún, Playa del Carmen o Tulum), requiere ingredientes de alta calidad y frescura, lo
cual se ve comprometido por la importación masiva. Los alimentos importados recorren largas
distancias, lo que afecta sus propiedades organolépticas (sabor, textura, aroma). La pérdida de frescura
limita la creatividad gastronómica y eleva los costos, ya que se necesita conservar o procesar más
intensamente los productos.
La dependencia de alimentos importados vuelve vulnerable a la oferta gastronómica ante; crisis
logísticas (como las provocadas por huracanes, pandemias o aumentos en combustibles), aumento de
precios en mercados globales y falta de abastecimiento de ingredientes esenciales. Esto puede forzar a
restaurantes y cocineros locales a modificar sus menús, alterar recetas tradicionales o incluso cerrar por
falta de insumos, debilitando así la gastronomía local.
El fomento de huertos urbanos, cooperativas y agricultura maya resiliente no solo combate la
inseguridad alimentaria, sino que enriquece la gastronomía, recupera especies endémicas (como el maíz
criollo, el chile mashito o la chaya), impulsa el uso de ingredientes frescos y de temporada y estimula
el diseño de menús con identidad local, favoreciendo el turismo gastronómico sustentable. (Ávila y
García, 2021).
Desde la formación académica en gastronomía, incluir la perspectiva de soberanía alimentaria permite
formar chefs conscientes de la trazabilidad de los productos, el comercio justo con productores locales
y el rescate de técnicas ancestrales de conservación, fermentación y cocción. Esto permite que la
gastronomía no solo sea arte o servicio, sino también una herramienta de transformación social,
económica y ecológica. (Barrionuevo, 2020).
La gastronomía no es ajena a los problemas alimentarios del estado, sino que sufre sus consecuencias
(desabasto, aumento de precios, pérdida de identidad).