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INTRODUCCIÓN
La psicomotricidad surge y se desarrolla como un intento de superar la visión dualista del ser humano,
entendido como una división entre mente y cuerpo (Mila, 2013). A lo largo del tiempo como disciplina,
su cuerpo teórico y sus prácticas de intervención han transitado por diversos enfoques, entre ellos,
reeducación, terapia, educación y psicoanálisis (Arnaiz, 1987, 1991, 2020).
Desde sus inicios, la psicomotricidad se ejecutó bajo técnicas instrumentales y reeducativas,
influenciadas por el modelo médico predominante de la época. Estas técnicas se centraban en evaluar,
mediante pruebas estandarizadas, el desarrollo psicomotor de los individuos con el fin de identificar
déficits y mejorarlos a través de intervenciones focalizadas en parámetros o contenidos psicomotores
específicos. Entre estos parámetros se encontraban la lateralidad, el esquema corporal y la estructuración
espacio-temporal, aspectos considerados fundamentales para el proceso de aprendizaje (Lapierre &
Aucouturier, 1977).
Sin embargo, a partir de 1974, la psicomotricidad experimentó un giro significativo al verse fuertemente
influenciada por el psicoanálisis, particularmente por medio de los trabajos de Lapierre & Aucouturier
(1977, 1980). Estos autores propusieron una visión más relacional y expresiva de la psicomotricidad,
enfocándose en la interacción entre el individuo y su entorno, así como en la libre expresión de
emociones y conflictos a través del movimiento y el juego (Arnaiz, 1987, 1991, 2020). Este enfoque
marcó un contraste con las técnicas instrumentales y reeducativas que priorizaban la corrección de
déficits desde una perspectiva más mecanicista y funcional.
Producto de lo anterior, la disciplina experimentó una fragmentación que la polarizó en dos líneas
psicomotrices, la psicomotricidad de corriente instrumental (Arnaiz, 1987, 1991, 2020; Pastor, 2002;
Arnaiz & Bolarín, 2016; Serrabona, 2016, 2019, 2023), psicopedagógica (Ballesteros, 1982), normativa
(Ballesteros, 1982; Ferre-Rey et al., 2021), directiva (Pastor, 2002; Hernández Fernández, 2021) o
funcional (Hernández Fernández, 2015), y la psicomotricidad de corriente relacional (Arnaiz, 1987,
1991, 2020; Pastor, 2002; Serrabona, 2016, 2019, 2023), dinámica (Ballesteros, 1982; Ferre-Rey et al.,
2021), vivencial (Pastor, 2002; Hernández Fernández, 2015), no directiva (Pastor, 2002; Hernández
Fernández, 2021) o vivencial-relacional (Arnaiz & Bolarín, 2016). Dicha polarización generó posturas
radicales y divisiones que, en algunos casos, parecían irreconciliables. No obstante, gracias a la voluntad