pág. 2800
ZONAS AZULES Y LONGEVIDAD
CENTENARIA EN MÉXICO Y EL MUNDO:
UNA REVISIÓN SISTEMÁTICA

BLUE ZONES AND CENTENARIAN LONGEVITY IN MEXICO

AND AROUND THE WORLD: A SYSTEMATIC REVIEW

Alexa Adanae Quiroz Melendez

Universidad Autónoma del Estado de México

Arturo López Bravo

Centro Médico San José, Eloxochitlán Puebla.

Donovan Casas Patiño

Universidad Autónoma del Estado de México

Juliette Gamboa Castro

Universidad Hispanoamericana de Costa Rica

Leslie Suzet Parra Rivera

Universidad de Guadalajara
pág. 2801
DOI:
https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i4.18914
Zonas Azules y longevidad centenaria en México y el mundo: Una revisión
sistemática

Alexa Adanae Quiroz Melendez
1
adanaequiroz@gmail.com

https://orcid.org/0009-0000-6116-084X

Universidad Autónoma del Estado de México

Arturo López Bravo

centromedicosanjose0@gmail.com

https://orcid.org/0009-0007-1351-0332

Centro Médico San José, Eloxochitlán Puebla.

Donovan Casas Patiño

capo730211@yahoo.es

https://orcid.org/0000-0002-3129-9418

Universidad Autónoma del Estado de México

Juliette Gamboa Castro

juliette.gamboa0546@uhispano.ac.cr

https://orcid.org/0009
-0005-3276-5598
U
niversidad Hispanoamericana de Costa Rica
Leslie Suzet Parra Rivera

leslie.parra6105@alumnos.udg.mx

https://orcid.org/0009-0006-8735-4451

Universidad de Guadalajara

RESUMEN

Este artículo presenta una revisión sistemática de investigaciones publicadas entre 2015 y 2025 sobre
los factores asociados a la longevidad centenaria en humanos, con énfasis en las denominadas Zonas
Azules (Okinawa, Cerdeña, Nicoya, Ikaria y Loma Linda) y estudios relevantes de México. A través de
una búsqueda sistemática en PubMed, Scopus y Web of Science, se identificaron 402 artículos, de los
cuales 27 cumplieron con los criterios de inclusión definidos por la metodología PRISMA. Los estudios
seleccionados se organizaron en cuatro categorías temáticas; estilo de vida y actividad física, dieta y
nutrición, redes sociales y espiritualidad, e influencia genética y epigenética. Los hallazgos destacan la
importancia de una vida físicamente activa integrada a la rutina diaria, una dieta basada en plantas con
restricción calórica moderada, redes familiares y comunitarias sólidas, y prácticas espirituales regulares
como elementos comunes en las poblaciones longevas. Asimismo, si bien los factores genéticos (como
los genes APOE ε2 y FOXO3A) ofrecen una base biológica, su expresión está condicionada por factores
epigenéticos modulables por el entorno y el estilo de vida. Se concluye que la longevidad saludable es
un fenómeno multifactorial y contextual, cuyas implicaciones pueden orientar políticas públicas para un
envejecimiento activo y digno en México y en el mundo.

Palabras clave: longevidad, nutrición, redes sociales, epigenética

1
Autor principal
Correspondencia:
adanaequiroz@gmail.com
pág. 2802
Blue Zones and Centenarian Longevity in Mexico and Around the World: A

Systematic Review

ABSTRACT

This article presents a systematic review of research published between 2015 and 2025 on factors

associated with centenarian longevity in humans, with an emphasis on the so
-called Blue Zones
(Okinawa, Sardinia, Nicoya, Ikaria, and Loma Linda) and relevant
studies conducted in Mexico.
Through a structured search of PubMed, Scopus, and Web of Science, 402 articles were identified, of

which 27 met the inclusion criteria defined by the PRISMA methodology. The selected studies were

organized into four thematic c
ategories: lifestyle and physical activity, diet and nutrition, social
networks and spirituality, and genetic and epigenetic influence. The findings highlight the importance

of a physically active lifestyle integrated into daily routine, a plant
-based diet with moderate calorie
restriction, strong family and community networks, and regular spiritual practices as common elements

in long
-lived populations. Furthermore, while genetic factors (such as the APOE ε2 and FOXO3A
genes) provide a biological basis, th
eir expression is influenced by epigenetic factors modulated by
environment and lifestyle. It is concluded that healthy longevity is a multifactorial and contextual

phenomenon, the implications of which can guide public policies for active and dignified ag
ing in
Mexico and around the world.

Keywords:
longevity, nutrition, social networks, epigenetics
Artículo recibido 03 julio 2025

Aceptado para publicación: 07 agosto 2025
pág. 2803
INTRODUCCIÓN

El aumento sostenido de la esperanza de vida en las últimas décadas ha transformado radicalmente el
perfil demográfico global. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2022), la población
mundial de personas mayores de 60 años superará los 2 mil millones en 2050. Esto plantea desafíos
significativos para los sistemas de salud y seguridad social, pero también abre nuevas interrogantes
científicas sobre los factores que permiten alcanzar edades longevas en condiciones funcionales óptimas.
Ha surgido un interés creciente por las personas centenarias, es decir, aquellas que superan los 100 años,
especialmente por quienes lo logran conservando autonomía, bajo nivel de morbilidad y alto bienestar
subjetivo. Un caso interesante en el estudio de la longevidad saludable es el de las denominadas Zonas
Azules. Este término, acuñado por Michel Poulain y Gianni Pes y popularizado por Dan Buettner, se
refiere a regiones geográficas específicas con una concentración inusualmente alta de personas
centenarias funcionales (Poulain et al., 2013; Buettner, 2012). Las cinco Zonas Azules reconocidas
internacionalmente son; Ogliastra, en Cerdeña (Italia); Okinawa (Japón); la península de Nicoya (Costa
Rica); Ikaria (Grecia); y Loma Linda, en California (Estados Unidos). Cada una de estas regiones
presenta particularidades culturales, históricas y ambientales, pero comparten patrones asociados a la
longevidad, como una dieta basada en plantas, ejercicio físico moderado integrado cotidianamente,
relaciones sociales sólidas, sentido de propósito vital, bajo estrés crónico y participación en
comunidades espirituales (Willcox et al., 2008; Buettner et al., 2016). Tradicionalmente se consideraba
que la longevidad extrema tenía una base principalmente genética. Sin embargo, estudios recientes han
demostrado que los genes explican solo entre un 20% y 30% de la variación en la duración de la vida
humana, mientras que el resto depende de factores ambientales, conductuales y sociales (Brooks-
Wilson, 2013; Sebastiani y Perls, 2012). Así, el envejecimiento saludable se perfila como un fenómeno
multifactorial en el que convergen la epigenética, el estilo de vida, la alimentación, la actividad física,
el manejo del estrés y la calidad de los vínculos interpersonales (Franco et al., 2022; Horvath y Raj,
2018). Por ejemplo, se ha documentado que prácticas como el ayuno moderado, el consumo habitual de
leguminosas, la caminata diaria y la meditación tienen efectos epigenéticos que pueden modular la
inflamación crónica, el deterioro cognitivo y la senescencia celular (Lu et al., 2020; López-Otín et al.,
2013). Además, investigaciones en distintas Zonas Azules muestran que el bienestar emocional y el
pág. 2804
sentido de propósito vital conceptualizado en Okinawa como ikigai actúan como factores protectores
frente al deterioro funcional y cognitivo (Sone et al., 2008; García y Sáenz, 2021). A esto se agrega la
existencia de redes sociales cohesionadas y solidarias, que proveen soporte emocional y cuidados,
disminuyendo el impacto del aislamiento, un conocido factor de riesgo para el envejecimiento
patológico (Holt-Lunstad et al., 2015). En América Latina, el caso de México resulta particularmente
relevante, aunque poco documentado. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(INEGI, 2020), en el país se contabilizaban más de 14 000 personas centenarias en 2020, muchas de
ellas en contextos rurales o indígenas de estados como Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Guerrero. Si bien
el fenómeno ha sido poco estudiado, algunos trabajos señalan patrones similares a los observados en las
Zonas Azules como la baja prevalencia de enfermedades crónicas, dieta tradicional rica en maíz y
vegetales, trabajo físico continuo en el medio rural, fuerte espiritualidad y redes familiares
intergeneracionales (Valdés-Corchado et al., 2017; Rivera-Hernández et al., 2019). Estos datos
muestran la necesidad de una revisión sistemática que integre los hallazgos recientes sobre los
determinantes de la longevidad saludable, no solo en las regiones clásicas de Zonas Azules sino también
en contextos latinoamericanos. Por lo tanto, el objetivo de esta revisión es identificar y analizar estudios
científicos publicados entre 2015 y 2025 que aborden los factores asociados a la longevidad centenaria.
Se revisaron las cinco Zonas Azules reconocidas internacionalmente, así como en la evidencia
emergente sobre México. La revisión se realizó conforme a los lineamientos PRISMA 2020 (Page et
al., 2021), incluyendo artículos originales, revisiones sistemáticas y estudios observacionales centrados
en población de edad avanzada (≥ 90 años). Se examinaron variables como estilo de vida, dieta,
espiritualidad, redes sociales, genética y epigenética.

METODOLOGÍA

Se realizó una revisión sistemática cualitativa siguiendo la guía PRISMA 2020, garantizando la
transparencia y reproducibilidad en la búsqueda, selección y síntesis de estudios (Page et al., 2021). El
objetivo fue identificar investigaciones sobre factores asociados a la longevidad centenaria en humanos,
con especial énfasis en las cinco Zonas Azules internacionales (Okinawa, Cerdeña, Nicoya, Ikaria y
Loma Linda) y casos documentados en México y América Latina. Se incluyeron estudios publicados
entre enero de 2015 y abril de 2025 en bases de datos científicas internacionales de amplio alcance
pág. 2805
(PubMed, Scopus y Web of Science), considerando publicaciones en inglés o español con texto
completo disponible. Para la búsqueda se emplearon descriptores controlados (MeSH/Emtree)
combinados con palabras clave libres, adaptando las ecuaciones de búsqueda a cada base de datos. Una
estrategia general combinó términos como “Blue Zones” OR “longevity hotspots” OR “centenarians”
OR “healthy aging” AND términos geográficos (“Mexico” OR “Latin America” OR “global”) AND
factores de interés (“lifestyle” OR “diet” OR “social support” OR “genetics” OR “physical activity” OR
“rural aging”), limitando los resultados al periodo 20152025. Se definieron criterios de inclusión
orientados a la relevancia y rigor: se consideraron estudios con diseño metodológico explícito
(cuantitativos, cualitativos o mixtos, así como revisiones sistemáticas, metaanálisis, cohortes, casos y
controles o series de casos) enfocados en adultos mayores de 90 años (especialmente centenarios ≥ 100
años). Los estudios debían analizar uno o más factores asociados a la longevidad (estilo de vida,
actividad física, dieta, redes sociales, espiritualidad, genética, epigenética o determinantes sociales de la
salud). Se excluyeron publicaciones en modelos animales o in vitro, cartas al editor, ensayos de opinión,
comentarios sin análisis empírico, resúmenes de congresos sin texto completo disponible, duplicados y
estudios no revisados por pares. La selección de estudios se realizó en cuatro fases según PRISMA: se
identificaron 402 registros iniciales (PubMed = 150, Scopus = 128, WoS = 124); tras eliminar 92
duplicados quedaron 310 referencias únicas; luego se excluyeron 232 por irrelevancia tras leer títulos y
resúmenes; finalmente se evaluaron 78 textos completos, de los cuales 27 cumplieron con todos los
criterios de inclusión. Cada estudio incluido fue evaluado con herramientas de calidad según su diseño
metodológico: la lista STROBE para estudios observacionales (Von Elm et al., 2007), AMSTAR 2 para
revisiones sistemáticas (Shea et al., 2017) y COREQ para cualitativos (Tong et al., 2007). Solo se
retuvieron estudios de calidad metodológica media o alta, descartándose aquellos con sesgos graves o
deficiencias importantes de diseño. Los datos se sintetizaron de forma cualitativa mediante un análisis
temático, dada la heterogeneidad entre diseños, poblaciones y resultados, lo que impidió realizar un
metanálisis cuantitativo. Los hallazgos de los 27 estudios se organizaron en cuatro categorías de análisis
predefinidas: (1) Estilo de vida y actividad física, (2) Dieta y patrones alimentarios, (3) Redes sociales
y espiritualidad, y (4) Influencia genética y epigenética. Cada estudio fue clasificado en una o más de
pág. 2806
estas categorías según sus objetivos y resultados principales. Se elaboró además un cuadro resumen de
los estudios incluidos (Tabla 1) y un diagrama de flujo PRISMA para visualizar el proceso de selección.

RESULTADOS

CARACTERÍSTICAS DE LOS ESTUDIOS INCLUIDOS

Tras el proceso de selección, se incluyeron 27 estudios que cumplieron los criterios de calidad
(Diagrama 1). Estos abarcan investigaciones realizadas en las cinco Zonas Azules clásicas y estudios de
poblaciones longevas en México, así como algunas revisiones globales. La mayoría son estudios
observacionales (transversales o de cohorte) y revisiones, con muestras que van desde decenas hasta
cientos de participantes de edad muy avanzada.

Diagrama 1. PRISMA

Elaboración Fuente Propia

En México, Rosas-Carrasco et al. (2017) estudiaron a 393 personas centenarias residentes en la Ciudad
de México, encontrando una edad promedio de ~102 años, una relación mujer-hombre de 3.2:1 y solo
4.5% viviendo en instituciones. En esa muestra, 78.9% de los centenarios percibían su salud como
buena, con prevalencias muy bajas de diabetes (4.8%) y dislipidemia (1.8%). No obstante, se observó
pág. 2807
una elevada frecuencia de malnutrición y cerca del 24% de los individuos parecían “escapar” de las
enfermedades crónicas más comunes (Rosas-Carrasco et al., 2017). Por su parte, en Monterrey,
González-Cantú et al. (2024) realizaron un estudio observacional retrospectivo con 195 adultos de ≥ 90
años, encontrando que la atención geriátrica integrativa tuvo un impacto positivo en la longevidad. En
particular, las consultas geriátricas regulares se asociaron con reducción del riesgo de mortalidad (odds
ratio ≈ 0.95 por visita adicional, p = 0.002) y la participación social en actividades comunitarias mostró
también un efecto protector significativo (OR ≈ 0.34, p = 0.05). Estos hallazgos resaltan la importancia
del apoyo social estructurado y del acceso a cuidados geriátricos especializados para promover un
envejecimiento saludable en entornos urbanos de México (González-Cantú et al., 2024). A nivel
internacional, Sherwani et al. (2024) llevaron a cabo una revisión sistemática global que incluyó 34
estudios sobre centenarios y casi-centenarios. En promedio, solo ~7% de los centenarios había fumado
alguna vez y ~23% consumía alcohol, lo que sugiere estilos de vida muy saludables en esta población.
Además, se encontró que su ingesta dietética proporcionaba alrededor de 60% de la energía a partir de
carbohidratos, 18% de proteínas y 29% de grasas, y más del 60% seguía dietas variadas y balanceadas
(Sherwani et al., 2024). En la comunidad adventista de Loma Linda (California, EE. UU.), Kwon et al.
(2024) encuestaron a 350 adultos mayores y documentaron una alta adherencia a los principios de
longevidad conocidos como “Power 9”, incluyendo la observancia semanal del Sabbath, dieta basada
en plantas, ejercicio regular y socialización activa. Entre los factores asociados significativamente a
mejor salud oral y calidad de vida en estos ancianos destacaron el consumo habitual de frutos secos y la
práctica regular de actividad física (Kwon et al., 2024). En la Zona Azul de Cerdeña, Ruiu et al. (2021)
compararon ancianos rurales vs. urbanos y hallaron que los primeros mostraban niveles más altos de
optimismo y satisfacción con la vida, estos indicadores se correlacionaron positivamente con una mayor
frecuencia de prácticas religiosas, sugiriendo que la espiritualidad y la actitud positiva podrían jugar un
papel clave en el envejecimiento saludable. Por último, Herbert et al. (2022), en una revisión sobre la
actividad física de centenarios en Zonas Azules, reportaron que ~81% de las actividades realizadas por
estas personas eran de intensidad moderada, principalmente tareas agrícolas, oficios manuales,
pasatiempos al aire libre y labores domésticas incluso a edades muy avanzadas. Este patrón contrasta
pág. 2808
con el sedentarismo predominante entre adultos mayores en muchos países industrializados (Herbert et
al., 2022).

A continuación, se resumen las características de los estudios incluidos (Tabla 1) y se presenta un
análisis temático cualitativo en las cuatro categorías principales en el texto.
pág. 2809
Tabla 1. Resumen de estudios incluidos (autor, año, país, objetivo, metodología, principales hallazgos).

Autor (años)
País/Región Objetivo Metodología Hallazgos principales
Rosas-Carrasco et al.,
2017

México (CDMX)
Características
sociodemográficas y
clínicas de
centenarios

Estudio transversal (n=393
centenarios CDMX).
Evaluación geriátrica.

Centenarios CDMX: edad media ~102; 3.2:1
mujer:hombre; sólo 4.5% en residencias. 78.9%
autoconsideran buena salud; baja diabetes (4.8%) y
dislipidemia (1.8%); malnutrición alta; 24%
“escapan” de enfermedades comunes

González-Cantú et al.,
2024

México
(Monterrey)

Impacto de sistema de
salud integrativo en
longevidad

Estudio observacional
retrospectivo (n=195
noagenarios).

Más visitas regulares a consulta geriátrica (atención
primaria) se asocia a menor riesgo de mortalidad
(OR 0.953; p=0.002). Alta participación social en
actividades redujo el riesgo de muerte (OR 0.336;
p=0.05), destacando la importancia del apoyo social.

Sherwani et al., 2024
Global (diversos) Dieta y uso de
medicamentos en
centenarios

Revisión sistemática (34
estudios; n. búsq. hasta
2022).

Centenarios (~95118 años) llevan en general estilos
de vida saludables: sólo 7% fuma, 23% bebe alcohol.
Dieta: ~60% energía carbohidratos, ~18% proteínas,
~29% lípidos; >60% dieta variada; <20% prefieren
alimentos muy salados. Estas prácticas dietéticas,
junto con manejo adecuado de peso, contribuyen a la
longevidad.
pág. 2810
Kwon et al., 2024
EE.UU. (Loma
Linda)

Estilo de vida Power9
y salud bucal en zona
azul adventista

Estudio transversal (n=350
encuestas, escala OHIP-14
+ cuestionario de estilo).

Residentes de Loma Linda muestran alta adhesión al
estilo de vida “Power 9” (observancia del Sabbath,
vínculos sociales, dieta basada en plantas, frutos secos,
ejercicio, cena temprana, etc.). 96% comparte tiempo
con amigos, 71% cena temprano. El consumo regular
de frutos secos y la práctica de ejercicio predijeron
significativamente mejor calidad de vida oral.

Ruiu et al., 2021
Italia (Cerdeña) Optimismo,
satisfacción vital y
religiosidad en
ancianos

Estudio comparativo (BZ
rural vs urbano; n≈95 cada
grupo; cuestionarios
psicológicos).

En la zona azul de Cerdeña los ancianos rurales
reportaron mayor optimismo y satisfacción con la vida
que pares urbanos. La religiosidad (frecuencia de
prácticas religiosas, espiritualidad) se correlacionó
positivamente con la satisfacción vital y la resiliencia.
Estos hallazgos sugieren que el bienestar psicológico
y la espiritualidad favorecen un envejecimiento
óptimo.

Herbert et al., 2022
Global (Blue
Zones)

Modos de actividad
física en centenarios
de Zonas Azules

Revisión de alcance
(scoping review) de 236
artículos (18 incluidos).

El 81% de las actividades de centenarios en Zonas
Azules son de intensidad moderada. Los centenarios
azules mantienen alta actividad física: desempeñan
labores agrícolas y manuales, hobbies al aire libre y
actividades domésticas incluso en edades avanzadas.
En general realizan movimientos continuos diarios,
con hobbies diarios y trabajo más allá de la edad típica
de retiro. Esto contrasta con poblaciones occidentales,
donde gran proporción de mayores lleva vida
sedentaria.
pág. 2811
Pes et al., 2022
Internacional
(Blue Zones)

Dieta y longevidad en
Zonas Azules

Revisión narrativa
(Maturitas).

Las dietas varían según la región: en las Zonas Azules
mediterráneas (Cerdeña, Ikaria) predomina un patrón
estilo mediterráneo (alto en frutas, verduras, aceite de
oliva; grasas saludables, bajo en carne roja). En
Okinawa destaca la batata (orig. México) como base
dietaria. En Nicoya y Loma Linda se observa
igualmente dieta vegetal con frijoles, nueces, pescados
y moderación de carne. En general, las dietas son ricas
en plantas y diversificadas, con bajo consumo de
alimentos ultraprocesados y sal. Se infiere que estos
patrones contribuyen a la longevidad, aunque hay
variabilidad regional.

Govindaraju et al., 2015
Global Genética, estilo de
vida y longevidad

Revisión sobre longevidad
en centenarios (GEP-map).

La longevidad es un rasgo complejo: apenas ~1/3 de
su variación fenotípica es atribuible a la genética pura,
y ~2/3 al ambiente y factores epigenéticos. El resto
(epigenética, ambiente) incluye hábitos de vida
(nutrición, ejercicio, etc.), por lo que el estilo de vida
influye en la longevidad en todas las etapas de la vida
. Los centenarios difieren de la población general en
ciertas variantes genéticas: se destacan genes ligados
al metabolismo y estrés (p. ej. APOE, FOXO3A,
IGF1/GH, BPIFB4).
pág. 2812
Ciaglia et al., 2022
Internacional Factores genéticos y
epigenéticos en
envejecimiento
humano

Revisión sobre genética y
epigenética de la
longevidad.

Entre variantes asociadas a longevidad humana, se
resalta el alelo APOE ε2, más frecuente en centenarios
y protector contra enfermedades cardiovasculares y
neurodegenerativas, en contraste con ε4 (más
frecuente en población general). También se identifica
alto freq de genotipo FOXO3-A (p. ej. rs7895833)
entre longevos. Otras variantes (p. ej. del gen
GHR/IGF1, y el haplotipo “LAV” de BPIFB4) se
asocian con menor inflamación y mejor salud en edad
avanzada. En conjunto, aunque la genética contribuye,
los factores epigenéticos modulados por el ambiente
(ej. metilación del ADN influenciada por dieta y
estrés) juegan un rol clave en el envejecimiento
exitoso.
pág. 2813
ESTILO DE VIDA Y ACTIVIDAD FÍSICA

Los análisis sugieren que, en las Zonas Azules, así como entre los centenarios en general, un estilo de
vida físicamente activo es un elemento central de la longevidad (Herbert et al., 2022; Buettner, 2010).
A diferencia de muchas sociedades urbanizadas, donde la vejez suele asociarse al sedentarismo, en estas
comunidades longevas la actividad física está integrada de forma natural a la vida diaria: trabajar en el
campo o el jardín, caminar como medio de transporte y realizar tareas domésticas manuales como
cocinar, limpiar o cargar objetos (Buettner, 2010). No se trata de ejercicios estructurados de alta
intensidad en gimnasios, sino de mantener el cuerpo en movimiento de manera incidental pero constante
durante el día. Herbert et al. (2022) documentan que la mayoría de las actividades que realizan los
centenarios en las Zonas Azules son de intensidad moderada y están orientadas a funciones prácticas:
labores agrícolas, jardinería, manualidades y pasatiempos activos al aire libre. Incluso en edades muy
avanzadas, muchas de estas personas continúan realizando tareas productivas, lo cual contribuye a
preservar su movilidad e independencia funcional. Un ejemplo tradicional es Okinawa (Japón), donde
numerosos ancianos cultivan sus propios huertos incluso después de los 90 años, ejemplificando el
principio de “moverse naturalmente”, uno de los nueve pilares del modelo de longevidad propuesto por
Buettner (2010). Otro factor relacionado es la ausencia de hábitos nocivos y el mantenimiento de una
composición corporal saludable. Diversos estudios señalan que los centenarios tienden a tener un perfil
antropométrico más favorable que el promedio de su cohorte. Por ejemplo, Sherwani et al. (2024)
reportan que aproximadamente 52% de los centenarios analizados tenía un peso normal, mientras solo
~14% presentaba sobrepeso leve. Además, únicamente ~7% había sido fumador en algún momento de
su vida. Estos datos sugieren una trayectoria vital con menor exposición a factores de riesgo
conductuales y metabólicos en comparación con poblaciones más jóvenes contemporáneas. Sumado al
gasto energético continúo derivado de sus actividades cotidianas, esto favorece un envejecimiento con
menor probabilidad de discapacidades funcionales prematuras (Sherwani et al., 2024). En conjunto,
estos hallazgos refuerzan la relevancia de mantener una vida activa y evitar el sedentarismo en la vejez.
A diferencia de muchas poblaciones industrializadas, donde la inactividad física es común en adultos
mayores, en las Zonas Azules los ancianos se mantienen sorprendentemente funcionales incluso en
edades avanzadas. “No dejar de moverse” parece ser un lema implícito en estas comunidades: prefieren
pág. 2814
caminar en vez de usar vehículos motorizados, trabajar en el jardín y realizar las tareas domésticas sin
asistencia tecnológica. Este estilo de vida tradicional, con alta movilidad sostenida incluso durante la
cuarta edad, convierte al movimiento constante en un componente estructural de la rutina diaria y no en
una obligación aislada.

Dieta y nutrición

Otro factor clave en las Zonas Azules es la alimentación saludable, predominantemente basada en
plantas. Las dietas tradicionales de estas poblaciones longevas suelen incluir legumbres, verduras,
frutas, cereales integrales y grasas insaturadas de fuentes como frutos secos, semillas, aceite de oliva y
pescado, con muy poco consumo de carnes (especialmente rojas), azúcares refinados y alimentos
ultraprocesados (Buettner, 2010; Sherwani et al., 2024). En las Zonas Azules mediterráneas, como
Cerdeña e Ikaria, predomina un patrón alimentario clásico tipo mediterráneo: alta ingesta de vegetales
frescos, leguminosas, frutas, pan integral, aceite de oliva y consumo moderado de vino tinto. Este patrón
se ha asociado con menor riesgo cardiovascular y mayor esperanza de vida (Buettner, 2016; Sherwani
et al., 2024). En Okinawa (Japón), la dieta tradicional se ha centrado históricamente en la batata dulce
como fuente principal de carbohidratos, complementada con vegetales locales, productos de soya (tofu),
pescado, algas marinas y té verde. El consumo de carne roja es escaso y, cuando se come cerdo, se
prepara mediante cocciones prolongadas que reducen su contenido graso. Esta dieta es hipocalórica pero
rica en micronutrientes y compuestos antioxidantes (vitaminas A, C, E y polifenoles), lo que se ha
vinculado con menor riesgo de enfermedades crónicas y un envejecimiento saludable (Willcox et al.,
2007). De igual modo, en la comunidad adventista de Loma Linda (California), la mayoría de los adultos
mayores siguen dietas vegetarianas o pesco-vegetarianas y evitan sustancias nocivas como tabaco y
alcohol, prácticas alineadas con los preceptos de salud adventistas. Se ha observado que estos hábitos
se traducen en perfiles cardiometabólicos más favorables en los adventistas de Loma Linda en
comparación con la población general (Fraser, 2003; Kwon et al., 2024). Una revisión internacional
reciente sobre dietas de personas centenarias encontró que, en promedio, la distribución de la ingesta
energética en esta población es ~60% de carbohidratos (principalmente complejos de granos integrales,
tubérculos y legumbres), 18% de proteínas y 29% de grasas (mayormente insaturadas de fuentes
vegetales y pescado) (Sherwani et al., 2024). Más del 60% de los centenarios reportó seguir dietas
pág. 2815
diversas y equilibradas, con alta densidad de micronutrientes, mientras menos del 20% prefería
alimentos muy salados o con alto contenido de sodio (Sherwani et al., 2024). Estos patrones
nutricionales, junto con el bajo consumo de ultraprocesados, se asocian con menor prevalencia de
hipertensión arterial y enfermedades cardiovasculares en estas poblaciones longevas. Además, es común
observar prácticas tradicionales que implican cierta restricción calórica. Por ejemplo, en Okinawa se
practica el hara hachi bu, una regla cultural de dejar de comer al alcanzar ~80% de saciedad, evitando
la sobrealimentación. De forma similar, en Nicoya (Costa Rica) y otras comunidades longevas se
acostumbra cenar temprano y ligero, generando un ayuno nocturno prolongado que equivale a un ayuno
intermitente natural (Buettner, 2010; Willcox et al., 2007). Se ha propuesto que esta restricción calórica
moderada pero sostenida podría mejorar la funcionalidad metabólica y reducir procesos de daño celular
asociados al envejecimiento (Longo y Panda, 2016). En la Zona Azul de Nicoya, Costa Rica, diversos
estudios confirman que la longevidad de sus habitantes está estrechamente ligada a su patrón dietético
tradicional. Los adultos mayores de esta región consumen principalmente alimentos naturales y poco
procesados, muchos de origen local, como maíz (y sus derivados, como las tortillas), frijoles, arroz,
verduras, frutas tropicales, café y cantidades muy moderadas de carne y lácteos (Gómez-Salas et al.,
2024). En un estudio, Gómez-Salas et al. (2024) evaluaron la dieta y estado nutricional de centenarios
nicoyanos y sus descendientes, encontrando una adecuada diversidad alimentaria, perfiles inflamatorios
bajos y buen estado nutricional general. Estos hallazgos concuerdan con lo documentado por Pes et al.
(2022), quienes afirman que todas las Zonas Azules pese a sus diferencias regionales comparten un
patrón alimentario mayoritariamente vegetal, con elevado consumo de legumbres, cereales integrales,
frutas y verduras, y baja ingesta de ultraprocesados. Sin embargo, incluso dentro de una misma Zona
Azul, los cambios generacionales pueden modificar estos patrones y afectar la longevidad. Rosero-
Bixby (2023) observó que la ventaja histórica de longevidad de los hombres nicoyanos atribuida en
parte a su dieta rural rica en fibra, calcio y magnesio (provenientes del agua local) y a estilos de vida
activos se está reduciendo en las cohortes más jóvenes. Esto se debe a la urbanización acelerada y al
abandono de las dietas tradicionales en favor de patrones modernos menos saludables. El caso de Nicoya
sugiere que los beneficios asociados a la dieta ancestral podrían perderse si las nuevas generaciones se
alejan de esos hábitos alimentarios protectores.
pág. 2816
REDES SOCIALES Y ESPIRITUALIDAD

La integración social y la espiritualidad emergen como factores clave en los contextos de longevidad
saludable. Las Zonas Azules se caracterizan por fuertes lazos familiares y comunitarios, además de
prácticas religiosas o espirituales compartidas que brindan apoyo emocional, cohesión social y un
profundo sentido de propósito en la vida (Buettner, 2010; Pes et al., 2022). Uno de los hallazgos
consistentes es que la mayoría de las personas longevas no viven aisladas. En Okinawa y Cerdeña, por
ejemplo, es común que los adultos mayores residan con su familia o muy cerca de ella, participando
cotidianamente en la vida comunitaria. De modo similar, en México la gran mayoría de los centenarios
vive en hogares multigeneracionales y apenas una fracción mínima está institucionalizada (Rosas-
Carrasco et al., 2017). La co-residencia intergeneracional brinda asistencia práctica, compañía y un rol
activo dentro del hogar; muchos adultos mayores contribuyen al cuidado de nietos o a labores
domésticas, lo cual fortalece su autoestima y se ha asociado con mejores resultados de salud mental y
física (Sherwani et al., 2024; Gómez-Salas et al., 2024). Estos vínculos afectivos no solo protegen contra
el aislamiento y la depresión, sino que también modulan la respuesta al estrés, con posibles beneficios
para la salud inmunológica y cardiovascular a largo plazo. El apoyo social comunitario también
desempeña un papel crucial. En Okinawa existen los moais, grupos de amistad formados desde la
infancia que se mantienen de por vida para brindar apoyo mutuo (Buettner y Skemp, 2016). De manera
similar, en Nicoya (Costa Rica) se observa un fuerte sentido de comunidad y propósito vital compartido,
donde las personas mayores continúan sintiéndose útiles y valoradas por sus aportes a la familia o la
colectividad (Sherwani et al., 2024). La participación en redes sociales activas ya sea a través de
amistades, voluntariado, grupos religiosos u otras actividades comunitarias se asocia con menor estrés
crónico, mayor bienestar subjetivo y hábitos más saludables en la vejez (Gómez-Salas et al., 2024). En
efecto, una revisión meta-analítica mostró que las personas con vínculos sociales sólidos tienen ~50%
menos riesgo de mortalidad en el periodo estudiado comparadas con quienes sufren aislamiento, un
efecto protector de magnitud similar a dejar de fumar (Holt-Lunstad et al., 2010). Esto ilustra la enorme
influencia de las relaciones sociales sobre la salud física y la longevidad. La dimensión espiritual aparece
asimismo como un pilar en muchas comunidades longevas. No siempre se trata de religiosidad
institucionalizada, pero sí de mantener una práctica espiritual o filosófica que brinde paz mental,
pág. 2817
estructura diaria y un sentido de propósito. En Loma Linda, por ejemplo, 96% de los habitantes observan
estrictamente el Sabbath cada semana, dedicando ese día al descanso, la reflexión espiritual y la
convivencia familiar, lo cual se ha vinculado con menores niveles de estrés y mayor bienestar
psicológico (Buettner y Skemp, 2016). En Cerdeña, Ruiu et al. (2021) encontraron una fuerte correlación
entre la religiosidad medida por la frecuencia de la oración y participación en rituales y una mayor
satisfacción con la vida y resiliencia en adultos mayores, lo que sugiere que la fe y las actividades
religiosas comunitarias (como la misa o fiestas patronales) actúan como fuentes importantes de apoyo
emocional. Estudios internacionales también evidencian que la participación religiosa habitual se asocia
con menor prevalencia de depresión y mejor salud mental en la vejez, debido en parte a que la
espiritualidad ofrece un marco de significado ante la adversidad y conecta a los individuos con redes de
ayuda mutua en sus comunidades de fe. Estos factores sociales y espirituales fomentan un
envejecimiento más saludable al proporcionar entornos afectivos positivos, razones para permanecer
activos y mecanismos para afrontar el estrés. Muchos centenarios reportan sentir que “tienen razones
para vivir” sea su fe, sus seres queridos o su rol comunitario, lo que contribuye a mantener una actitud
vitalista y optimista (Sherwani et al., 2024; Gómez-Salas et al., 2024). Asimismo, la participación
regular en actividades grupales y el mantenimiento de un círculo social activo en la vejez se han
vinculado con menor incidencia de deterioro cognitivo y síntomas depresivos (Buettner y Skemp, 2016;
González-Cantú et al., 2024). En suma, mantenerse conectado, cultivar vínculos afectivos y nutrir una
espiritualidad significativa resulta tan importante como la dieta o el ejercicio en las comunidades con
alta concentración de longevos.

Influencia genética y epigenética

Si bien gran parte de la atención en las Zonas Azules recae sobre factores de entorno y estilo de vida, la
genética y la epigenética también desempeñan un papel en la longevidad humana. Se estima que ~30
35% de la variación en la longevidad extrema (edad ≥ 100 años) puede atribuirse a factores genéticos
heredables, mientras que el 6570% restante se vincula a influencias ambientales y epigenéticas
(Shadyab y LaCroix, 2015; Sarnowski et al., 2023). Esto implica que las personas longevas pueden
beneficiarse de ciertas variantes genéticas protectoras, pero estas raras veces bastan por sí solas para
alcanzar edades excepcionales sin un entorno favorable. Entre los genes más estudiados en centenarios
pág. 2818
destaca APOE, cuya variante APOE ε4 (asociada a mayor riesgo de Alzheimer y enfermedades
cardiovasculares) aparece con baja frecuencia en centenarios, mientras que el alelo protector APOE ε2
es más prevalente (Sebastiani et al., 2019). Otro gen clave es FOXO3A, involucrado en la regulación
del estrés oxidativo: ciertos polimorfismos (p. ej., rs2802292) se han asociado con mayor actividad de
este factor de transcripción, promoviendo la reparación celular y la resistencia al daño (Flachsbart et al.,
2009; Willcox et al., 2008). Asimismo, se han identificado variantes beneficiosas en otras vías
moleculares, como en el eje hormona de crecimiento/IGF-1 y en el gen BPIFB4 (haplotipo longevity-
associated variant, LAV), vinculadas a menor inflamación sistémica y mejor función vascular en
ancianos (Villa et al., 2015). No obstante, la expresión de todos estos genes está modulada por
mecanismos epigenéticos metilación del ADN, modificaciones de histonas, etc. que determinan qué
genes se activan o silencian a lo largo del tiempo. Evidencias recientes muestran que los centenarios
presentan perfiles únicos de metilación del ADN que reflejan su historia de exposición a factores
ambientales como dieta, estrés y toxinas (Fraga y Esteller, 2007; Horvath, 2013). Por ejemplo,
compuestos dietarios como el resveratrol (en el vino tinto) o el ácido oleico (del aceite de oliva),
comunes en dietas mediterráneas, pueden influir positivamente en la expresión de genes protectores
(Chung et al., 2022). Del mismo modo, la actividad física regular y el bajo estrés crónico se han
relacionado con patrones epigenéticos más “juveniles”. En este sentido, Horvath (2013) propuso el
concepto de “reloj epigenético” para estimar la edad biológica según la metilación del ADN;
notablemente, los centenarios suelen mostrar una edad epigenética inferior a su edad cronológica,
sugiriendo que sus tejidos han envejecido más lentamente de lo esperado. La interacción entre genética
y entorno queda patente en distintos estudios. Incluso gemelos monocigóticos pueden desarrollar
diferencias epigenéticas importantes con el tiempo si llevan estilos de vida distintos, lo que subraya
cuánto puede moldear el entorno la expresión genética en el nivel molecular (Fraga y Esteller, 2007).
En familias longevas de Okinawa se ha observado que los hermanos de centenarios tienen 23 veces
más probabilidad de alcanzar los 90 años que la población general (Willcox et al., 2006). Sin embargo,
esos mismos hermanos comparten la dieta tradicional rica en vegetales, el entorno social de apoyo y la
actividad física cotidiana, lo que indica que las ventajas genéticas solo se expresan plenamente en
contextos ambientales favorables. Como señalan Buettner y Skemp (2016), “la dotación genética
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establece el potencial, pero el estilo de vida lo activa”. En otras palabras, los genes favorables pueden
conferir la posibilidad de una vida larga, pero son los hábitos saludables y el entorno los que determinan
si esa posibilidad se realiza. En suma, la genética contribuye parcialmente a la longevidad, pero
únicamente combinada con un ambiente protector y estilos de vida saludables puede traducirse en una
vida excepcionalmente larga.

DISCUSIÓN

Los hallazgos de esta revisión confirman que las poblaciones centenarias de las Zonas Azules y otros
grupos longevos comparten un conjunto multifactorial de factores de protección. En términos generales
emergen cinco dimensiones clave que se repiten en los estudios analizados: (1) actividad física regular
integrada en la vida cotidiana, (2) dieta predominantemente basada en alimentos de origen vegetal, (3)
lazos sociales fuertes y apoyo comunitario, (4) espiritualidad activa o un claro sentido de propósito vital,
y (5) ciertos componentes genéticos/epigenéticos favorables (Buettner, 2010; Gómez-Salas et al., 2024;
Holt-Lunstad et al., 2010; Pes et al., 2022; Ruiu et al., 2021; Sarnowski et al., 2023). Estos factores no
actúan de forma aislada, sino que interactúan y se refuerzan mutuamente. Por ejemplo, un adulto mayor
que se mantiene físicamente activo a la vez que está rodeado de familia y amigos probablemente
experimente menos estrés crónico y tenga mejores hábitos alimenticios; esa combinación podría
potenciar los efectos beneficiosos de alguna variante genética longeva que posea (Buettner y Skemp,
2016; González-Cantú et al., 2024; Sarnowski et al., 2023). Nuestros resultados concuerdan con la
literatura previa sobre envejecimiento exitoso, que destaca la importancia de evitar conductas nocivas
(como tabaquismo, sedentarismo o dietas malsanas) y de fomentar estilos de vida saludables desde la
mediana edad, lo cual aumenta las probabilidades de llegar a la vejez en buenas condiciones (Fraga y
Esteller, 2007; Willcox et al., 2007). De hecho, las dietas ricas en nutrientes antiinflamatorios como;
frutas, verduras, nueces, granos integrales, pescado, aceite de oliva y bajas en componentes
proinflamatorios ultraprocesados, azúcares añadidos, exceso de sal y carnes rojas se han asociado con
menor incidencia de enfermedades crónicas y mayor supervivencia (Pes et al., 2022; Gómez-Salas et
al., 2024). Este patrón dietético saludable, combinado con actividad física moderada continua, puede
mitigar factores de riesgo como hipertensión, resistencia a la insulina e inflamación sistémica de bajo
grado, todos vinculados al envejecimiento patológico (López-Otín et al., 2013; Horvath, 2013). Por otro
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lado, los lazos sociales y la espiritualidad parecen reforzar la resiliencia psicológica en las personas
mayores. Como se observó en Loma Linda y Cerdeña, pertenecer a una comunidad de fe u otra red de
apoyo brinda no solo asistencia práctica sino también emocional, reduciendo la soledad y la depresión
(Buettner y Skemp, 2016; Ruiu et al., 2021). Un mejor estado mental se asocia a menor deterioro
cognitivo y a mayor adherencia a conductas saludables como dieta, ejercicio y seguimiento de
tratamientos médicos (Holt-Lunstad et al., 2010; Krause, 2006). En cuanto a la genética, esta revisión
reafirma que existen genes asociados a la longevidad (p. ej., APOE, FOXO3A), pero que su efecto solo
se manifiesta plenamente bajo condiciones de vida favorables, si una persona con predisposición
genética lleva una vida poco saludable, es posible que esa ventaja no se traduzca en más años de vida
(Garatachea et al., 2015; He et al., 2021). En conjunto, los factores biológicos y los del entorno coactúan
para moldear el curso del envejecimiento; la presencia de múltiples conductas protectoras parece ser
necesaria para que los “genes de longevidad” expresen todo su potencial. Esto concuerda con la
concepción actual de la longevidad como un rasgo complejo, resultado de la intersección entre la
biología y el contexto de vida (Govindaraju et al., 2015; Horvath, 2013). Un aporte particular de esta
revisión es la comparación entre hallazgos internacionales y el caso de México. A pesar de diferencias
culturales y socioeconómicas, los estudios mexicanos analizados sugieren que varios factores de
longevidad identificados en las Zonas Azules también están presentes en centenarios de México. Por
ejemplo, en la Ciudad de México, Rosas-Carrasco et al. (2017) reportaron en centenarios una
prevalencia sorprendentemente baja de enfermedades metabólicas como diabetes o dislipidemia, y más
del 95% vivía en casa con su familia en lugar de estar institucionalizado. Esto es paralelo a lo observado
en zonas longevas como Okinawa o Cerdeña, donde los ancianos permanecen integrados en la familia
y la comunidad y muestran menos enfermedades crónicas de lo esperado para su edad. Asimismo, en
Monterrey, González-Cantú et al. (2024) documentaron que intervenciones de salud como las consultas
geriátricas regulares, junto con la participación social en actividades comunitarias, se asociaron con
menor mortalidad en adultos ≥ 90 años. En otras palabras, cuando se brinda atención médica preventiva
y se promueve que los adultos mayores sigan activos y vinculados socialmente, incluso en entornos
urbanos de México se observa mejor supervivencia y calidad de vida en la vejez, replicando en cierta
medida la “fórmula” de las Zonas Azules. No obstante, la literatura nacional sobre centenarios sigue
pág. 2821
siendo limitada. México no cuenta oficialmente con una “Zona Azul”, pero algunas regiones rurales e
indígenas, por ejemplo, comunidades en Oaxaca o Veracruz podrían compartir características
beneficiosas: dietas tradicionales a base de maíz, frijoles y vegetales locales, vida físicamente activa en
el campo, familias extensas cohabitantes, prácticas espirituales sincréticas, etc. Sería valioso que futuras
investigaciones identifiquen y estudien a fondo estos posibles “bolsillos de longevidad” en el país, pues
podrían aportar conocimiento aplicable a nivel regional. De igual manera, es importante vigilar cómo
los cambios socioculturales en curso podrían estar afectando la longevidad. Un caso ilustrativo es
Nicoya en Costa Rica, durante décadas mostró una ventaja de longevidad respecto al resto del país,
atribuida a su estilo de vida tradicional; sin embargo, Rosero-Bixby (2023) advirtió que dicha ventaja
se está erosionando conforme las nuevas generaciones nicoyanas adoptan hábitos urbanos (menos
actividad física laboral, más comida procesada, debilitamiento de la vida comunitaria). Esto sugiere que
los factores protectores deben mantenerse activamente para que sus efectos perduren. En México, la
rápida urbanización y los cambios en la dieta, por ejemplo, el aumento en el consumo de alimentos
industrializados podría amenazar los beneficios que hoy tienen algunos adultos mayores longevos, por
lo que es prioritario proteger y reforzar las prácticas tradicionales y redes sociales que promueven un
envejecimiento saludable. Por último, si bien el concepto de “Zonas Azules” se ha popularizado, algunos
autores advierten sobre posibles sesgos o malentendidos al extrapolarlo. Marston y van Hoof (2021)
ofrecen una visión crítica, señalando que no todas las comunidades pueden simplemente adoptar las
características de las Zonas Azules debido a diferencias estructurales, y que existe el riesgo de idealizar
ciertas culturas sin atender problemas socioeconómicos subyacentes. Aun así, reconocen que dichas
zonas sirven de inspiración para diseñar comunidades más amigables con los adultos mayores,
promoviendo entornos que faciliten la actividad física, la interacción social y el acceso a alimentos
saludables. En el contexto mexicano donde la esperanza de vida ha ido en aumento, pero persisten
brechas de inequidad en salud nuestros hallazgos sugieren la necesidad de un enfoque integral: no se
trata de buscar “el secreto de la eterna juventud” en una pastilla, sino de aplicar conocimientos
multidisciplinarios como; (gerontología, salud pública, nutrición, sociología, etc.) para propiciar
condiciones de vida que permitan a más personas envejecer con bienestar.
pág. 2822
CONCLUSIONES

Los hallazgos de esta revisión indican que la longevidad excepcional observada en las Zonas Azules y
en algunos grupos longevos de México es resultado de una compleja interacción de factores biológicos,
conductuales, sociales y culturales. Si bien la genética proporciona una base importante, especialmente
en individuos con variantes protectoras como APOE ε2 o FOXO3A, por sí sola no explica la longevidad
sin un entorno que favorezca su expresión. En este sentido, el estilo de vida cobra un papel central.
Prácticas cotidianas como la actividad física moderada pero constante, una alimentación rica en
alimentos naturales de origen vegetal, una vida social activa y una espiritualidad significativa actúan
como pilares que sostienen una vejez saludable. Estas dimensiones no operan de manera aislada, sino
que se potencian entre sí. Por ejemplo, una dieta saludable y la convivencia social contribuyen a reducir
la inflamación sistémica y el estrés crónico, lo que puede retardar procesos biológicos asociados al
envejecimiento. Asimismo, la cohesión social, el apoyo emocional y la pertenencia a una red de cuidado
mutuo son constantes en las poblaciones centenarias. Tales vínculos brindan bienestar psicológico y se
asocian a menor incidencia de enfermedades crónicas y mayor adherencia a estilos de vida saludables.
En el caso de México, aunque no existen “Zonas Azules” oficialmente reconocidas, se observan
características similares en algunas poblaciones rurales e indígenas, donde persisten dietas tradicionales,
una fuerte vida comunitaria y la presencia activa de los adultos mayores en el entorno familiar. Sin
embargo, estas condiciones están en riesgo debido a cambios socioculturales como la urbanización
acelerada y la adopción de hábitos urbanos poco saludables. Finalmente, esta revisión respalda la idea
de que la longevidad no debe concebirse como una meta inalcanzable ni como un fenómeno
exclusivamente genético, sino como el resultado de decisiones individuales y condiciones sociales que
pueden promoverse desde edades tempranas.

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