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solo transforma las dinámicas comunicativas, sino que también reestructura las formas de autoridad y
legitimidad en las organizaciones del conocimiento. Las bodegas políticas, en tanto agentes
tecnoculturales, representan una forma de organización híbrida que combina algoritmos, emociones,
repertorios ideológicos y recursos económicos para intervenir en la escena pública. Según Soto-Molina,
comprender la cibersociedad implica asumir que el conflicto simbólico se ha desplazado al terreno
digital, donde los discursos circulan con velocidad, pero sin filtros éticos ni epistemológicos sólidos.
Por otra parte, el estallido social en Colombia, iniciado en abril de 2021, marcó un punto de inflexión
no solo en las dinámicas de protesta, sino también en la manera como los jóvenes construyen discurso
político, generan opinión pública y disputan el poder simbólico a través de las redes digitales. En un
país históricamente atravesado por desigualdades estructurales, exclusión juvenil y represión del
disenso, la juventud urbana —especialmente en sectores populares— encontró en las plataformas
digitales un campo fértil para la producción de contra narrativas y la resignificación del espacio público.
La juventud colombiana ha hecho de las redes sociales (Twitter, Instagram, TikTok, YouTube,
WhatsApp) más que simples espacios de entretenimiento: las ha transformado en medios de denuncia,
documentación y performance político. Los videos de abusos policiales, las arengas grabadas en vivo,
los hilos explicativos sobre reformas impopulares y las producciones gráficas de colectivos activistas
circulan viralmente, rompiendo el cerco de los medios tradicionales.
Desde un enfoque de la tecnopolítica (Toret, 2015; Castells, 2012), la comunicación juvenil ha pasado
de ser instrumental a ser estructural: no solo convoca, sino que configura identidades políticas. En este
nuevo ecosistema comunicativo, el lenguaje se mixtura con el meme, la estética del barrio con el
discurso de derechos humanos, y la denuncia individual con el clamor colectivo. (Soto, & Molina, 2020).
A diferencia de los modelos clásicos de opinión pública basados en la deliberación racional en medios
masivos (Habermas), lo ocurrido tras el estallido muestra la emergencia de una opinión pública
distribuida, fragmentada, pero altamente conectada, en la que la juventud tiene un protagonismo inédito.
Este tipo de opinión pública es más emocional, performativa y visual, lo que ha permitido construir
relatos alternativos sobre lo político, desde los territorios, las emociones y la memoria colectiva. (Rivera,
2017).