Algoritmos, democracias y ciudadan�as.

Democracias 4.0 y gubernamentalidad algor�tmica

 

Florencia Muriel Gonz�lez Biondo

[email protected]

 

Aldana Virginia Linardelli Blotta

[email protected]

Universidad Nacional de Cuyo

Mendoza �Argentina

 

RESUMEN

El advenimiento de la cuarta Revoluci�n Industrial ha transformado la relaci�n de los ciudadanos con la pol�tica y viceversa. Mientras los algoritmos edifican pueblos infod�micos con due�os que vigilan desde el Norte global, la ciudadan�a Latinoamericana se pregunta s� las pantallas, bien utilizadas, pueden ser el puntapi� de defensa y construcci�n de una red democr�tica y comprometida. La corriente forma de representaci�n democr�tica se enfrenta, una vez m�s, a posibles vulneraciones y desaf�os que abordaremos sobre la base de la construcci�n de la esfera p�blica contempor�nea. En este sentido, los programas ideol�gicos y de acci�n son acompa�ados por cuantiosos mecanismos e interfaces adecuados a lo que diferentes estratos de la sociedad desean percibir de los candidatos y referentes pol�ticos. Se apuntar� a evidenciar como gustos y preferencias individuales se aglomeran d�a a d�a para desarrollar campa�as, discursos e incluso ganar elecciones sobre una l�gica algor�tmica presentada como neutral.


Palabras clave: democracia; algoritmos; ciudadan�a digital; gubernamentalidad; redes sociales.


 

Algorithms, democracies and citizenships.

Democracies 4.0 and algorithmic governmentality

 

ABSTRACT

The advent of the fourth Industrial Revolution has transformed the relationship of citizens with politics and vice versa. While algorithms build infodramatic towns with owners who watch from the global North, Latin American citizens wonder if the screens, well used, can be the kick of defense and construction of a democratic and committed network. The current form of democratic representation faces, once again, possible violations and challenges that we will address on the basis of the construction of the contemporary public sphere. In this sense, the ideological and action programs are accompanied by numerous mechanisms and interfaces appropriate to what different strata of society wish to perceive from the political candidates and referents. It will aim to show how individual tastes and preferences agglomerate day by day to develop campaigns, speeches and even win elections on an algorithmic logic presented as neutral.

 

Keywords: democracy; algorithms; digital citizenship; governmentality; social networks

 

 

 

Art�culo recibido:05 febrero 2022

Aceptado para publicaci�n: 28 febrero 2022

Correspondencia: [email protected]

Conflictos de Inter�s: Ninguna que declarar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCI�N

En el a�o 2018 el valor de los datos super� al valor del petr�leo en todo el mundo, dejando en evidencia la importancia de la informaci�n de los usuarios en la concentraci�n de los gigantes tecnol�gicos de Silicon Valley. En este contexto, �qu� lugar queda para la cl�sica democracia nacida en el �gora? si el espacio p�blico ha sido resignificado por plataformas digitales donde se construye gran parte de la cotidianeidad y la producci�n de sentido de la ciudadan�a.

Las aplicaciones l�deres en Occidente inauguraron, mediante la acumulaci�n de datos, un r�gimen que limita a los sujetos a una sumatoria de informaci�n que hace calculable todos sus comportamientos. Este proceso de automatizaci�n permite impulsar estrategias de marketing a partir de modelos algor�tmicos que se centran en predecir futuras conductas o tendencias. Es decir, a partir de datos personales recolectados mediante la interacci�n con Facebook �por ejemplo- se elaboran campa�as direccionadas que venden un producto, una propuesta o un candidato pol�tico con, cada vez, mayor margen de eficacia.

La diversidad que esgrime la ideolog�a neoliberal no es m�s que la reducci�n de los usuarios al nivel de los datos que generan y una agregaci�n matem�tica que termina privilegiando la mismidad novedosa. Podemos pensar que se trata de un perfeccionamiento del mecanismo de sondeo que seca la fertilidad de los intercambios, que vuelve predecible los resultados, (...) se confirman los mundos ya consagrados, se reiteran los horizontes. (Caletti, 2006, p.26).

Si nos enfocamos en el impacto que esto tiene en la esfera sociopol�tica, y particularmente en las democracias, podemos observar el crecimiento y concentraci�n de un pu�ado de empresas oligop�licas que modifican e interfieren en los procesos.

Las corporaciones globales de tecnolog�a funcionan como �cleptocracias digitales� (Noujaim y Amer, 2019); es decir establecen y desarrollan un sistema de poder basado en el robo de capital humano codificado, que facilita la coacci�n y manipulaci�n de quienes se hacen de esos datos hacia los usuarios.

Facebook Inc., que recientemente cambi� su nombre a �Meta� para introducir sus nuevos servicios de realidad inmersiva, es un conglomerado medi�tico presuntamente orientado al entretenimiento y conectividad de su comunidad, sin embargo, act�a hoy como un organismo de gobernanza global. El modelo de negocio de las redes sociales promueve la interacci�n de los usuarios con su interfaz, recopila los datos resultantes, los codifica mediante algoritmos y almacena en bases de datos privadas puestas a su disposici�n y susceptibles a negociaci�n.

Caso Cambridge Analytica

El caso m�s resonante de los �ltimos a�os confirm� la existencia de campa�as electorales manipuladas a partir de estrategias asentadas en la segmentaci�n y �clasificaci�n de p�blicos a partir de un enorme nivel de detalle y en una escala tan grande como poblaciones enteras� (European Data Protection Supervisor, 2018).  

Cambridge Analytica, la empresa brit�nica de an�lisis de datos, irrumpi� en escena en 2016 tras conocerse que habr�a incidido en diversos procesos electorales, especialmente en la campa�a norteamericana en 2016. La compa��a admiti� poseer m�s de cinco mil puntos de datos para 220 millones de norteamericanos, consistentes en datos psicol�gicos de Facebook combinados con grandes cantidades de informaci�n de consumo obtenidas de empresas de procesamiento de datos. En esencia, empresas como Cambridge Analytica recogen enormes cantidades de datos individuales, los procesan para estimar a�n m�s detalles individuales y utilizan esos perfiles y pron�sticos para personalizar los mensajes pol�ticos a trav�s de publicidad en redes sociales para guiar decisiones t�cticas de campa�a. (Magrani, 2020, p.58)

Esta agencia de cambio de conducta defini� mediante el poder de los macro-datos obtenidos de Facebook, campa�as personalizadas para aquellos sectores poblacionales indecisos; es decir reconoci� usuarios susceptibles a cambiar su voto y apunt� su estrategia hacia ese target de la sociedad. Este tipo de operaciones posibilit�, por ejemplo, el inaudito triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, o la instauraci�n de mensajes anti-europeos dirigidos a la poblaci�n brit�nica con el fin de instituir el Brexit en la regi�n (ambos casos en 2016).

Un ex empleado de la empresa afirm�, en este sentido, que la base sobre la cual se fund� la compa��a fue explotar Facebook para acceder a millones de perfiles de usuarios�. Con esa fuente de datos se construyeron modelos de conducta que apuntaron a utilizar esta informaci�n en base a los demonios internos de cada uno. De este modo, el objetivo fue gestionar campa�as que apelasen a las emociones individuales sustentadas en datos personales, generando una competencia desigual en los procesos democr�ticos. 

Desde esta perspectiva, lo expuesto da lugar a un tipo de gubernamentalidad espec�fica denominada algor�tmica, definida como:

Un cierto tipo de racionalidad (a)normativa, o (a)pol�tica que reposa sobre la recolecci�n, agregaci�n y an�lisis automatizado de datos en cantidades masivas, de modo de modelizar, anticipar y afectar por anticipado, comportamientos posibles [...] la gubernamentalidad algor�tmica no produce cualquier subjetivaci�n, sino una que crea modelos de comportamiento (perfiles) supraindividuales a base de datos infraindividuales. (Rouvroy y Berns, 2015, p.42)

Cuando hablamos de gubernamentalidad algor�tmica no nos referimos a un Estado tecn�crata que se auxilia de herramientas tecnol�gicas mediante la aplicaci�n de algoritmos en la resoluci�n de ciertos problemas, lo cual permitir�a la desburocratizaci�n de procesos estatales y transparencia en los organismos p�blicos. El oligopolio corporativo de bases de datos y algoritmos como herramientas de poder que detentan las redes sociales, representa un fuerte avance de las plataformas sobre el control de nuestras democracias y una latente amenaza a la integridad de las mismas.

Cambridge Analytica ya no existe como tal, sin embargo, la din�mica de recolecci�n de informaci�n que llevan adelante las plataformas digitales siguen representando un peligro inminente en el caso de ser utilizadas en pos de la ingenier�a social. �Los partidos liberales, aun los socialdem�cratas, no logran generar leyes, un orden p�blico actualizado, para regular los atropellos de corporaciones nacionales y transnacionales sobre los derechos de los espectadores-usuarios.� (G. Canclini, 2019, p.19)

La creciente posici�n de dominio de las Big Tech no ha sido hasta el momento contenida por regulaciones o leyes a pesar de haber interferido en una considerable cantidad de procesos democr�ticos y posicionarse como actor central en la construcci�n de sentido com�n. No tenemos conocimiento de que en la actualidad se mercantilicen datos con fines pol�ticos, pero s� se valen de otras estrategias.

Los l�deres m�s conservadores de la �poca se reflejan en las redes a trav�s de discursos donde:

[...]las meteduras de pata, las bufonadas y los excesos (de Trump, Bolsonaro, Salvini, Orban y otros) no son deslices. Surgen de una estrategia dirigida a la amplificaci�n por redes, y a la m�xima resonancia en peque�as comunidades aisladas por filtros burbuja. El algoritmo es el ferviente colaborador del demagogo. (Missika y Verdier, 2021)

No obstante, no solo son los algoritmos los que definen la circulaci�n de contenido en el conglomerado Facebook; adem�s encontramos en el �ltimo tiempo una serie de decisiones corporativas donde el l�mite entre control y censura es muy delgado. 

Entre el control y la censura

El conglomerado Facebook trabaja desde 2015 en conjunto con la International Fact-Checking Network (Red Internacional de Verificaci�n de Hechos). La IFCN funciona, desde ese mismo a�o, en el Instituto Poynter como una red period�stica que nuclea y certifica a verificadores de hechos a nivel internacional en pos de combatir la circulaci�n de informaci�n falsa y la consecuente propagaci�n de desinformaci�n. Las organizaciones -independientes del grupo de Zuckerberg pero con aval exclusivo de la IFCN- �no se encargan de eliminar contenido, cuentas o p�ginas. Facebook es quien elimina contenido cuando se infringen sus normas comunitarias� (Facebook Journalism Proyect, 2021).

Las normas comunitarias de la compa��a aseveran que el contenido que vulnera su pol�tica empresarial es todo aquel que incluya �lenguaje que incita al odio, cuentas falsas y contenido relacionado con terrorismo� (Facebook Journalism Proyect, 2021). Estas variables controversiales, confusas y poco rigurosas, son las que se eval�an a la hora de eliminar publicaciones de sus plataformas.

Cabe cuestionar la construcci�n de la direccionalidad de una �tica global que eval�a temas delicados y particulares para cada Naci�n como lo son el lenguaje de odio y las �organizaciones terroristas�. Sumado a esto, las decisiones est�n dispuestas por reducidos puntos de vista disfrazados de a-pol�ticos, neutrales y transparentes, que buscan pasar por alto el impacto directo en las gobernanzas y ciudadan�as. Tal es el caso de la censura generalizada a los grupos talibanes en el �ltimo episodio que vivi� Afganist�n luego de que EEUU retirara sus tropas y este sector tomara el poder. 

"Los talibanes est�n sancionados como organizaci�n terrorista seg�n la legislaci�n estadounidense y les hemos prohibido nuestros servicios en virtud de nuestras pol�ticas de organizaciones peligrosas. Esto significa que eliminamos las cuentas mantenidas por los talibanes o en su nombre y prohibimos elogios, el apoyo y la representaci�n de ellos." (Facebook, 2021)

No con esto se busca sentar posici�n para con el conflicto en Afganist�n sino vislumbrar el poder intr�nseco de los medios sociales en relaci�n con las problem�ticas geopol�ticas evaluadas desde su casa matriz y no desde la generaci�n de espacios paraestatales que propongan l�mites para cada regi�n. Cabe preguntarse:es acaso tarea de los espacios p�blicos digitales el control de la circulaci�n del debate p�blico? �Cu�les son los l�mites y qui�nes son lxs que los determinan? Y en �ltima instancia, �cu�l es el triunfo de los bloqueos medi�ticos digitales? Si las sociedades siguen sufriendo atrocidades y desde el conocimiento global de la situaci�n lo �nico que pone a disposici�n la tecnolog�a es la censura de discursos catalogados como terroristas, mientras de fondo se siguen reproduciendo las mismas pr�cticas violentas y genocidas. 

A su vez, el ex presidente estadounidense, Donald Trump, tambi�n marc� un antecedente en la censura digital (de todas sus cuentas en redes en simult�neo) tras promover discursos de odio y desinformaci�n que generaron una considerable desestabilizaci�n democr�tica en su pa�s. M�s all� de las consecuencias que tiene cuestionar la legitimidad de los procesos electorales en cualquier regi�n del mundo -y a su vez incitar a la acci�n violenta- la cancelaci�n medi�tica que se estableci� ante una denuncia netamente pol�tica del mandatario, deja la puerta abierta a futuras intromisiones corporativas en la circulaci�n de los discursos pol�ticos. Los l�mites de lo permitido en el �Metaverso� de Mark Zuckerberg es algo que no est� claro ni puesto en consideraci�n a pesar de estar construyendo una esfera de discusi�n p�blica sin precedentes. 

El espacio p�blico virtual y los mensajes que en �l se desenvuelven son inconsistentes, discontinuos, polarizantes y disgregadores. El p�blico ya no se concibe como un espacio de congregaci�n sino como un espacio l�bil, de concentraci�n ef�mera, en una sociedad de la indignaci�n o del esc�ndalo, pero no en una sociedad dialogante, fraterna y solidaria. �En las redes, el enjambre-p�blico, dir�a Han, se alimenta de eventualidades escandalosas, cuya eficacia se expresa en momentos coyunturales regidos por oleadas de opiniones que pueden provocar cambios o extinguirse, hacerse espuma, eventual y velozmente� (Serrano, 2014, p. 6).

Es indispensable trabajar en direcciones que promuevan la construcci�n de un c�digo de �tica p�blico que especifique cu�les son los l�mites del discurso medi�tico para los usuarios en pos de proteger la libertad de expresi�n. Creemos que delimitar las tem�ticas y formas de comunicaci�n permitidas, acompa�adas por pol�ticas p�blicas de educaci�n medi�tica y por acuerdos entre los organismos de prensa, facilitar�a el esclarecimiento y democratizaci�n del manejo regulatorio de contenido. A su vez fomentar� la apertura de canales de discusi�n social sobre la libertad de expresi�n, sus desaf�os e implicancias.

Por otro lado, es preciso definir si las decisiones sobre la regulaci�n de contenido ser�n corporativas, estatales, paraestatales o supraestatales, y a su vez si respondern a los intereses de las regiones con la designaci�n de representantes locales o se tratar� de propiciar un pensamiento �nico que reduzca las cosmovisiones sociales y pol�ticas particulares

Que la libertad de los medios sociales digitales descanse sobre la libertad empresarial corporativista estadounidense es un riesgo, como tambi�n lo supondr�a la neta regulaci�n estatal del contenido. Entendemos, desde la responsabilidad de la tradici�n period�stica en nuestro pa�s, que la censura del discurso debe tratarse con suma precauci�n y desde organismos que promuevan la pluralidad, la democratizaci�n y una perspectiva regional aut�rquica. 

Del Estado a las corporaciones 

La cuarta Revoluci�n Industrial ha llegado con la fuerza prometedora de restablecer las maneras de ejercer dominio mediante la transici�n hacia sistemas digitales y la automatizaci�n artificial de procesos, que comienzan a desplazar a los Estados en muchas de sus funciones legitimadas. Hay que tener en cuenta, a ra�z de lo desarrollado, que el poder no es una estructura piramidal, sino que se trata de una situaci�n estrat�gica donde un conjunto de actores disputan su lugar e influencia en la estructura social.

Desde esta investigaci�n entendemos que:

�ser ciudadano no significa ya lo que fue o se imagin� en etapas anteriores del capitalismo. Vivimos hoy otro modo de entender la pol�tica al deshacerse de los acuerdos entre Estados, empresas y derechos sociales que daban sentido a la concepci�n moderna y democr�tica de la ciudadan�a. Se trata de una descomposici�n de la idea de democracia, lo que seg�n Wendy Brown (2005) se llama �desdemocratizaci�n� (G. Canclini, 2019, p.36).

La gubernamentalidad se ha visto modificada en tanto la interacci�n de los poderes cl�sicos, los medios de comunicaci�n, las plataformas digitales y los actores sociales, se han transformado. El paso de sociedad de la disciplina a la del control o �autocontrol� elimin� la vigilancia externa hacia las personas y a su vez plante� la posibilidad de implementaci�n del modelo multistakeholder, como bien se conoce, o en castellano: "m�ltiples partes interesadas". As�, las decisiones intergubernamentales se reemplazan por una din�mica en la que se mezclan la esfera corporativa, gubernamental, acad�mica, religiosa, organizaciones civiles y medios de comunicaci�n.

Si bien esta interrelaci�n se acerca al concepto de poliarqu�a� (democracias avanzadas) en lo que refiere a la pluralidad de grupos en interacci�n, desarrollado por Robert Dahl (1956); en este caso la competencia de los poderes en disputa se concentra en virtud de ejecutivos y empresarios transnacionales. El modelo multistakeholder se ofrece como alternativa de redistribuci�n de poder, es decir, plantea un nuevo modelo de gubernamentalidad donde �el Estado ya no es el actor principal sino uno m�s entre otros implicados� (Pisanty, 2007; Aguerre, 2015).  Es decir, se trata de dar m�s poder a las corporaciones sobre la sociedad y menos a las instituciones democr�ticas.

Por su parte, los medios de comunicaci�n tradicionales han cumplido hist�ricamente un rol importante como formadores de opini�n, pero la concentraci�n de las corporaciones tecnol�gicas insertas en un nuevo paradigma de gobernanza mundial, podr�a resultar en un peligro sin precedentes si no se trabaja por la pronta regulaci�n y democratizaci�n de las empresas de Silicon Valley y el flujo de datos que obtienen de las interacciones individuales y colectivas a nivel global. 

El modelo de partes m�ltiples ya est� en marcha y se propone dentro de un sistema con nuevas aristas que lo complejizan y prometen mutaciones. A pesar de que no son pocos los detractores del sistema capitalista en tanto este sigue perpetuando la desigualdad y el deterioro del planeta, el Foro de Davos no ha mostrado predisposici�n alguna en cuestionarlo. En sus dos �ltimos encuentros ha hecho foco en el capitalismo de las partes interesadas como una nueva manera de organizaci�n social bajo el lema �Stakeholders para un mundo cohesionado y sostenible�. Pero:

�Qui�nes son los interesados ​​no gubernamentales de esta nueva din�mica? El WEF, es decir las personas de alto patrimonio que se re�nen en Davos, Suiza. Los socios del WEF incluye algunas de las empresas m�s grandes de petr�leo (Saudi Aramco, Shell, Chevron, BP), alimentos (Unilever, The Coca-Cola Company, Nestl�), tecnolog�a (Facebook, Google, Amazon, Microsoft, Apple) y productos farmac�uticos (AstraZeneca, Pfizer, Moderna). (Wecke, 2021)

Adem�s, en este esquema, la implosi�n de la pandemia Covid-19 posibilit� a los due�os de internet ampliar sus implicancias y patrimonios. El empuje coyuntural oblig� a volcar una gran cantidad de costumbres y obligaciones ciudadanas del mundo offline hacia lo digital facilitando m�s y mejores datos. 

La propuesta post-pand�mica de los grupos empresarios de poder plantea disfrazar una vieja discusi�n con un mismo trasfondo. Se trata de si las decisiones las toman los Estados Nacionales o son delegadas a corporaciones transnacionales que ahora prometen tener perspectivas ecologistas y bregar por la igualdad, sobre las bases de un mundo que negocia sus condiciones de existencia impulsado por el capital privado a cualquier costo.

Desde Am�rica Latina entendemos que las partes involucradas en este nuevo esquema de gobernanza no son entes que bregan por las necesidades particulares de la regi�n, sino que se trata de conglomerados que debilitan la autonom�a de nuestros pueblos y delegan el poder de decisi�n a intereses extranjeros, condenando las m�s de las veces, a la dependencia a nuestras naciones. Analizar el conflicto desde una epistemolog�a del Sur que defienda nuestras potencialidades, pero a su vez plantee las carencias estructurales es lo que permitir� no caer en soluciones simplistas y extranjerizantes que poco tienen que ver con las crisis particulares y cotidianas que nos atraviesan.

Jacques Attali, economista franc�s, se�al� en su libro �La voie humaine� (2019) que solo en 22 pa�ses se concentra la mitad del comercio mundial y m�s de la mitad de las inversiones globales. En ese listado el �nico pa�s Suramericano que figura es Brasil. La verdadera polarizaci�n radica en que el 90% de la riqueza total del planeta queda en manos de menos del 1% de sus habitantes y se ha visto considerablemente agravada en los �ltimos a�os.

La pandemia por Covid-19 trajo bajo el brazo un millar de promesas de transici�n hacia una nueva normalidad. Pero si nos detenemos en el crecimiento espec�fico de los patrimonios estadounidenses -por ejemplo- se cae el velo estructural que permite la concentraci�n, nunca la redistribuci�n.

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Como se puede observar, el capitalismo de las partes interesadas se comienza a construir sobre un contexto que beneficia ampliamente a los CEOs de Silicon Valley. Las fortunas de estos magnates han crecido de manera desmedida y grotesca mientras el poder adquisitivo de las ciudadan�as se ha visto desmejorado a lo largo y ancho del mundo. Es muy sencillo construir promesas de igualdad y mejores porvenires sin cuestionar la concentraci�n desigual del capital de los individuos y las regiones. 

Desconcentrar el poder estatal en pos de la autorregulaci�n de empresas estadounidenses y la penetraci�n de estas en las econom�as emergentes no s�lo es un discurso poco original sino que, adem�s, ya se ha propuesto y fracasado en m�ltiples ocasiones. La conciencia pol�tica nos dicta que cada vez que se intentan soltar las riendas econ�micas para ponerlas a merced de los mercados, los latinoamericanos tenemos m�s hambre y menos oportunidades.

La democracia, un invento de la burgues�a del siglo XIX, y muy vinculada al individuo, retroceder� ante el avance de la tecnocracia y la conveniencia en la aplicaci�n de normas que, en numerosas ocasiones, supondr�n la disminuci�n de la libertad y la privacidad personales� (Becerra, 2020, p. 114)

Los gigantes tecnol�gicos y su potente mercado de comportamientos futuros, construido a partir de nuestros datos personales, representan un sector fundamental para esta lavada de cara refundacional del capitalismo, donde el dato permite construir imaginarios en los que todxs somos parte pero solo unos pocos toman las decisiones. 

No planteamos una distop�a donde las corporaciones tecnol�gicas reemplacen a los Estados, es m�s, consideramos que nadie gobierna con datos sino interpret�ndolos, pero en esta manera de obrar no ser�n los datos y algoritmos los que definen el devenir de la historia. La informaci�n recolectada no tomar� el poder per se, pero sin duda es y ser� una herramienta muy valiosa para el acceso al poder, su ejercicio y presunta legitimaci�n.

�Y es que por m�s que la econom�a de las comunicaciones muestre el crecimiento de Facebook o Amazon, no son esas compa��as (menos a�n el se�or Zuckerberg) los �nicos responsables de sustraer la informaci�n para dominar, sino estructuras de intercambio de datos y de usos de esos datos en las que participamos voluntariamente miles de millones de usuarios: una din�mica que nos hace servidores de los servidores. La clave de este giro es que ha cambiado el papel del Estado, que Foucault coloc� en el centro de su cr�tica biopol�tica, a la dispersi�n de la gubernamentalidad algor�tmica� (G. G. Canclini, 2019, p.118)

A lo que queremos llegar es a que si los Estados no comienzan a trabajar en regulaciones estrictas a las corporaciones en general y al mundo digital en particular nos dirigimos no solo hacia una econom�a de mercado neoliberal m�s violenta, sino, a un nuevo modo de organizaci�n social que trasciende la gubernamentalidad algor�tmica en sentido electoral e impacta en la ponderaci�n de la toma de decisiones. 

Si los oligopolios manejan hoy en d�a mayor presupuesto anual que los Estados Naciones, dentro de los par�metros de la legalidad institucional, entonces suena l�gico que ellos sean quienes planteen la agenda pol�tica de las naciones, en un sistema que privilegia el capital econ�mico sobre el resto de las variables en disputa. 

Aunque no podemos adivinar el tiempo que ser�, s� que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayor�a de la humanidad no tiene m�s que el derecho de ver, o�r y callar. �Qu� tal si empezamos a ejercer el jam�s proclamado derecho de so�ar? �Qu� tal si deliramos un ratito? Vamos a clavar los ojos m�s all� de la infamia, para adivinar otro mundo posible� (Galeano, 1996)

Porque a�n creemos que es posible.

Una reflexi�n sin respuestas

El escepticismo envolvi� a la ciudadan�a, sus derechos y deberes. Los horizontes se desdibujan en un presente donde todas las opciones que se nos ocurren pueden suceder: no genera exaltaci�n la posibilidad de dominaci�n rob�tica, ni la destrucci�n de los Estados, ni tampoco aterra el accionar de la invenci�n desmedida sobre las estructuras incuestionadas del sistema capitalista. La hiperconexi�n nos revela que no estamos solos pero tampoco juntos, mientras que la sobreinformaci�n proporciona saberes al alcance de nuestras manos sin ning�n instructivo de uso o desuso. 

Cabe preguntarse qu� lugar queda para las ciudadan�as en un contexto donde la digitalizaci�n causa un estado de ansiedad global paralizante y pone en juego la privacidad, la libertad y la vigilancia. No buscamos caer en reclamos simplistas que avanzan sobre la protecci�n de los datos de car�cter personal y de la vida privada; entendemos que concentrarnos s�lo en aquello que cuestiona nuestras libertades individuales enmarca la problem�tica en una matriz de pensamiento liberal de construcci�n de sentido del sujeto que niega las oportunidades colectivas de la �poca.

El debate sobre la propiedad de nuestros cuerpos de datos debe tener car�cter p�blico y pol�tico en tanto es esta informaci�n la que, por ejemplo, permite a diferentes empresas funcionar con el enfoque data-driven; es decir examinar y organizar estrategias de ventas con el fin de ser m�s productivas. Entendemos, a su vez, que si se libera la propiedad de los datos ser�a posible resignificar el data-driven en pos de pactos sociales comunes y utilizar el potencial del flujo estad�stico al servicio de la ciencia, educaci�n o cualquier sector que as� lo requiera:

�Si, por ejemplo, hoy se quiere hacer investigaci�n en Big Data o en dise�o de algoritmos, se recopilan los datos y la investigaci�n se hace en una universidad, habr� que pedir permiso y la aprobaci�n del comit� de �tica de la universidad. Pero si haces esta misma investigaci�n para una compa��a privada, no tienes que pedir permiso a nadie. Se pueden hacer cosas en el sector privado que ni se pueden so�ar poder hacer en la academia. No se puede saber qu� es lo correcto o incorrecto -�ticamente hablando- pero que un grupo de gente se dedique a obtener el mayor conocimiento posible para beneficiar a la sociedad y que otro grupo de gente se dedique a obtener el mayor beneficio econ�mico de la gente y el primer grupo este sujeto a normas y regulaciones estrictas y el segundo no, realmente es parad�jico� (Monasterio, 2017, p. 215)

La reconstrucci�n de las ciudadan�as debe apartarse del desasosiego individual y la preponderancia empresarial en pos de comprender la heterogeneidad social y mundial y crear desde lo colectivo �acciones llamadas a ejercerse en el territorio, ah� donde las cosas pasan, ah� donde se cometen los abusos, ah� donde las indignidades de cada d�a se despliegan en la sombra� (Sadin, 2020, p. 289)

Apuntalar lo colectivo en un presente donde los focos de conflicto se difuminan y la organizaci�n social es cada vez m�s fluctuante requiere de compromisos fijos que nos inviten a �reconocer que necesitamos tener algo para esperar; y saber que los contenidos de esa esperanza, as� como las v�as para cumplirla, son m�ltiples, est�n construy�ndose y exigen pruebas racionales y demostrables� (G. Canclini, 2019, p.157) 

Las plataformas digitales tienen a la individuaci�n, por un lado, y a la libertad de valoraci�n de los usuarios en el proceso de interacci�n con el contenido por otro. No hay distinci�n entre el dato riguroso, el discurso fr�volo, la teor�a conspiranoide, la cifra falsa o la reflexi�n mentirosa. Quiz� la potencialidad surge en la posibilidad de colectivizar el discurso para desprogramar lo que los algoritmos parecen ordenar y colarse entre los surcos del sentido com�n proponiendo nuevos sentidos en las agendas p�blicas.

Los pueblos ind�genas, afroamericanos, feminismos, ecologistas y otros actores sociales relegados a lo largo de la historia contribuyen hoy a reescribir las preguntas y devenires sobre las ciudadan�as en el �mbito digital. Sin embargo, la �falta de organismos globales y acuerdos que provean reglas y sanciones para garantizar pol�ticas espec�ficas, sumado a la ruda competencia de econom�as financiarizadas y despreocupadas del sentido social� (G. Canclini, 2019, p.159) hacen dif�cil encauzar la fuerza de las necesidades de sectores invisibilizados en regiones como Latinoam�rica.

La p�rdida del sentido que envuelve a los sujetos se sostiene en la desciudadanizaci�n que introdujo y consolid� la explosi�n de la cuarta revoluci�n industrial. La rapidez con la que cambiaron las estructuras de poder nos encontr� desprevenidos, abriendo cuentas en un pu�ado de Redes Sociales con sede en Silicon Valley a las que nunca tuvimos la oportunidad de elegir en los t�rminos que dictan las democracias, pero, sin embargo, atravesaron -en gran medida- el rumbo global, regional e individual, nuestras costumbres y modos de atravesar, entre otras situaciones, la pandemia vigente.

Es necesario recuperar las riendas de nuestras intenciones ciudadanas, empezar a profundizar en el funcionamiento de las nuevas estructuras de dominaci�n de las que se valen las corporaciones y crear formas de resistencias que propongan la reinvenci�n de lo digital enfocado en lo social. Hay que correr el velo de la abstracci�n que impera en la web y desvanece tanto la discusi�n como los espacios de participaci�n, segrega los discursos y profundiza la liquidez de sociedades que simulan no ir a ninguna parte mientras siguen siendo condenadas al manejo imperialista de sus voluntades. 

Si bien es cierto que las Redes Sociales permiten el encuentro, tambi�n facilitan el desencuentro con la misma fuerza. 

Pol�ticos y economistas avisan de los riesgos de esta disgregaci�n. No se sabe qui�n toma las decisiones ni cu�nto tiempo se sostendr�n, qui�n nos asigna un lugar y un salario en el mercado de trabajo, qui�n nos perjudica y contra qui�n revelarnos, qui�n nos habla en los medios y las redes. La incertidumbre se refuerza, ya vimos, cuando los circuitos algor�tmicos nos despersonalizan. El uso mercadot�cnico y lejano de sus saberes genera ilusiones de agruparnos como usuarios y nos decepciona cuando intentamos hacer valer derechos. (G. Canclini, 2019, p.163)

La despersonalizaci�n ciudadana dentro de las plataformas digitales genera una alienaci�n basada en el desconocimiento parcial de sus l�gicas de funcionamiento. Los usuarios nos encontramos en estado de privaci�n y desposesi�n en tanto no recogemos el valor de los datos que producimos, es decir ignoramos -en mayor o menor medida- lo que con nuestra interacci�n se est� gestando: los usuarios no tenemos acceso a nuestros cuerpos de datos.

Apropiarnos de la dimensi�n digital puede ser el puntapi� propositivo de las ciberciudadan�as despose�das de sus propios datos en vistas a ensayar otros modos de acci�n. Seguir pensando que nuestro cuerpo es solo materia ya no lleva a ning�n puerto. Es preciso seguir vali�ndonos de las herramientas anal�gicas que nos dicta la tradici�n ciudadana; no abandonar el voto, la militancia, la asamblea, el encuentro, a sabiendas que son espacios que nos han tra�do triunfos hist�ricos estrat�gicos en materia de comunicaci�n como lo fue, en su momento, la elaboraci�n colectiva y democr�tica de una Ley de Servicios de Comunicaci�n Audiovisual pionera en nuestro pa�s. No obstante, los tiempos dictan nuevas necesidades en direcci�n a la recuperaci�n de la dimensi�n digital ciudadana en tanto es la que propici� el nacimiento de un segundo cuerpo cada vez m�s grande, complejo y privatizado.

Recuperar la propiedad de nuestros cuerpos de datos es una cuesti�n intr�nsecamente pol�tica. Son ellos los que por fuera de nosotros mismos est�n promoviendo consumos y comportamientos, productos y candidatos. La privatizaci�n de esta dimensi�n del ser expropi� las antiguas respuestas, pero entendemos que el momento hist�rico invita a proponer nuevas preguntas, desde lo colectivo, que apunten a construir nuevas y mejores soberan�as ciudadanas en el Sur, para el Sur. 

Sino, solo nos quedar� resistir.

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