Algoritmos, democracias y ciudadanías.

Democracias 4.0 y gubernamentalidad algorítmica

 

Florencia Muriel González Biondo

florenciamgb@gmail.com

 

Aldana Virginia Linardelli Blotta

aldanalinardelli93@gmail.com

Universidad Nacional de Cuyo

Mendoza –Argentina

 

RESUMEN

El advenimiento de la cuarta Revolución Industrial ha transformado la relación de los ciudadanos con la política y viceversa. Mientras los algoritmos edifican pueblos infodémicos con dueños que vigilan desde el Norte global, la ciudadanía Latinoamericana se pregunta sí las pantallas, bien utilizadas, pueden ser el puntapié de defensa y construcción de una red democrática y comprometida. La corriente forma de representación democrática se enfrenta, una vez más, a posibles vulneraciones y desafíos que abordaremos sobre la base de la construcción de la esfera pública contemporánea. En este sentido, los programas ideológicos y de acción son acompañados por cuantiosos mecanismos e interfaces adecuados a lo que diferentes estratos de la sociedad desean percibir de los candidatos y referentes políticos. Se apuntará a evidenciar como gustos y preferencias individuales se aglomeran día a día para desarrollar campañas, discursos e incluso ganar elecciones sobre una lógica algorítmica presentada como neutral.


Palabras clave: democracia; algoritmos; ciudadanía digital; gubernamentalidad;  redes sociales.


 

Algorithms, democracies and citizenships.

Democracies 4.0 and algorithmic governmentality

 

ABSTRACT

The advent of the fourth Industrial Revolution has transformed the relationship of citizens with politics and vice versa. While algorithms build infodramatic towns with owners who watch from the global North, Latin American citizens wonder if the screens, well used, can be the kick of defense and construction of a democratic and committed network. The current form of democratic representation faces, once again, possible violations and challenges that we will address on the basis of the construction of the contemporary public sphere. In this sense, the ideological and action programs are accompanied by numerous mechanisms and interfaces appropriate to what different strata of society wish to perceive from the political candidates and referents. It will aim to show how individual tastes and preferences agglomerate day by day to develop campaigns, speeches and even win elections on an algorithmic logic presented as neutral.

 

Keywords: democracy; algorithms; digital citizenship; governmentality; social networks

 

 

 

Artículo recibido:  05 febrero 2022

Aceptado para publicación: 28 febrero 2022

Correspondencia: florenciamgb@gmail.com

Conflictos de Interés: Ninguna que declarar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

En el año 2018 el valor de los datos superó al valor del petróleo en todo el mundo, dejando en evidencia la importancia de la información de los usuarios en la concentración de los gigantes tecnológicos de Silicon Valley. En este contexto, ¿qué lugar queda para la clásica democracia nacida en el ágora? si el espacio público ha sido resignificado por plataformas digitales donde se construye gran parte de la cotidianeidad y la producción de sentido de la ciudadanía.

Las aplicaciones líderes en Occidente inauguraron, mediante la acumulación de datos, un régimen que limita a los sujetos a una sumatoria de información que hace calculable todos sus comportamientos. Este proceso de automatización permite impulsar estrategias de marketing a partir de modelos algorítmicos que se centran en predecir futuras conductas o tendencias. Es decir, a partir de datos personales recolectados mediante la interacción con Facebook –por ejemplo- se elaboran campañas direccionadas que venden un producto, una propuesta o un candidato político con, cada vez, mayor margen de eficacia.

La diversidad que esgrime la ideología neoliberal no es más que la reducción de los usuarios al nivel de los datos que generan y una agregación matemática que termina privilegiando la mismidad novedosa. Podemos pensar que se trata de un perfeccionamiento del mecanismo de sondeo que seca la fertilidad de los intercambios, que vuelve predecible los resultados, (...) se confirman los mundos ya consagrados, se reiteran los horizontes. (Caletti, 2006, p.26).

Si nos enfocamos en el impacto que esto tiene en la esfera sociopolítica, y particularmente en las democracias, podemos observar el crecimiento y concentración de un puñado de empresas oligopólicas que modifican e interfieren en los procesos.

Las corporaciones globales de tecnología funcionan como “cleptocracias digitales” (Noujaim y Amer, 2019); es decir establecen y desarrollan un sistema de poder basado en el robo de capital humano codificado, que facilita la coacción y manipulación de quienes se hacen de esos datos hacia los usuarios.

Facebook Inc., que recientemente cambió su nombre a “Meta” para introducir sus nuevos servicios de realidad inmersiva, es un conglomerado mediático presuntamente orientado al entretenimiento y conectividad de su comunidad, sin embargo, actúa hoy como un organismo de gobernanza global. El modelo de negocio de las redes sociales promueve la interacción de los usuarios con su interfaz, recopila los datos resultantes, los codifica mediante algoritmos y almacena en bases de datos privadas puestas a su disposición y susceptibles a negociación.

Caso Cambridge Analytica

El caso más resonante de los últimos años confirmó la existencia de campañas electorales manipuladas a partir de estrategias asentadas en la segmentación y “clasificación de públicos a partir de un enorme nivel de detalle y en una escala tan grande como poblaciones enteras” (European Data Protection Supervisor, 2018).  

Cambridge Analytica, la empresa británica de análisis de datos, irrumpió en escena en 2016 tras conocerse que habría incidido en diversos procesos electorales, especialmente en la campaña norteamericana en 2016. La compañía admitió poseer más de cinco mil puntos de datos para 220 millones de norteamericanos, consistentes en datos psicológicos de Facebook combinados con grandes cantidades de información de consumo obtenidas de empresas de procesamiento de datos. En esencia, empresas como Cambridge Analytica recogen enormes cantidades de datos individuales, los procesan para estimar aún más detalles individuales y utilizan esos perfiles y pronósticos para personalizar los mensajes políticos a través de publicidad en redes sociales para guiar decisiones tácticas de campaña. (Magrani, 2020, p.58)

Esta agencia de cambio de conducta definió mediante el poder de los macro-datos obtenidos de Facebook, campañas personalizadas para aquellos sectores poblacionales indecisos; es decir reconoció usuarios susceptibles a cambiar su voto y apuntó su estrategia hacia ese target de la sociedad. Este tipo de operaciones posibilitó, por ejemplo, el inaudito triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, o la instauración de mensajes anti-europeos dirigidos a la población británica con el fin de instituir el Brexit en la región (ambos casos en 2016).

Un ex empleado de la empresa afirmó, en este sentido, que la base sobre la cual se fundó la compañía fue explotar Facebook para acceder a millones de perfiles de usuarios”. Con esa fuente de datos se construyeron modelos de conducta que apuntaron a utilizar esta información en base a los demonios internos de cada uno. De este modo, el objetivo fue gestionar campañas que apelasen a las emociones individuales sustentadas en datos personales, generando una competencia desigual en los procesos democráticos. 

Desde esta perspectiva, lo expuesto da lugar a un tipo de gubernamentalidad específica denominada algorítmica, definida como:

Un cierto tipo de racionalidad (a)normativa, o (a)política que reposa sobre la recolección, agregación y análisis automatizado de datos en cantidades masivas, de modo de modelizar, anticipar y afectar por anticipado, comportamientos posibles [...] la gubernamentalidad algorítmica no produce cualquier subjetivación, sino una que crea modelos de comportamiento (perfiles) supraindividuales a base de datos infraindividuales. (Rouvroy y Berns, 2015, p.42)

Cuando hablamos de gubernamentalidad algorítmica no nos referimos a un Estado tecnócrata que se auxilia de herramientas tecnológicas mediante la aplicación de algoritmos en la resolución de ciertos problemas, lo cual permitiría la desburocratización de procesos estatales y transparencia en los organismos públicos. El oligopolio corporativo de bases de datos y algoritmos como herramientas de poder que detentan las redes sociales, representa un fuerte avance de las plataformas sobre el control de nuestras democracias y una latente amenaza a la integridad de las mismas.

Cambridge Analytica ya no existe como tal, sin embargo, la dinámica de recolección de información que llevan adelante las plataformas digitales siguen representando un peligro inminente en el caso de ser utilizadas en pos de la ingeniería social. “Los partidos liberales, aun los socialdemócratas, no logran generar leyes, un orden público actualizado, para regular los atropellos de corporaciones nacionales y transnacionales sobre los derechos de los espectadores-usuarios.” (G. Canclini, 2019, p.19)

La creciente posición de dominio de las Big Tech no ha sido hasta el momento contenida por regulaciones o leyes a pesar de haber interferido en una considerable cantidad de procesos democráticos y posicionarse como actor central en la construcción de sentido común. No tenemos conocimiento de que en la actualidad se mercantilicen datos con fines políticos, pero sí se valen de otras estrategias.

Los líderes más conservadores de la época se reflejan en las redes a través de discursos donde:

[...]las meteduras de pata, las bufonadas y los excesos (de Trump, Bolsonaro, Salvini, Orban y otros) no son deslices. Surgen de una estrategia dirigida a la amplificación por redes, y a la máxima resonancia en pequeñas comunidades aisladas por filtros burbuja. El algoritmo es el ferviente colaborador del demagogo. (Missika y Verdier, 2021)

No obstante, no solo son los algoritmos los que definen la circulación de contenido en el conglomerado Facebook; además encontramos en el último tiempo una serie de decisiones corporativas donde el límite entre control y censura es muy delgado. 

Entre el control y la censura

El conglomerado Facebook trabaja desde 2015 en conjunto con la International Fact-Checking Network (Red Internacional de Verificación de Hechos). La IFCN funciona, desde ese mismo año, en el Instituto Poynter como una red periodística que nuclea y certifica a verificadores de hechos a nivel internacional en pos de combatir la circulación de información falsa y la consecuente propagación de desinformación. Las organizaciones -independientes del grupo de Zuckerberg pero con aval exclusivo de la IFCN- “no se encargan de eliminar contenido, cuentas o páginas. Facebook es quien elimina contenido cuando se infringen sus normas comunitarias” (Facebook Journalism Proyect, 2021).

Las normas comunitarias de la compañía aseveran que el contenido que vulnera su política empresarial es todo aquel que incluya “lenguaje que incita al odio, cuentas falsas y contenido relacionado con terrorismo” (Facebook Journalism Proyect, 2021). Estas variables controversiales, confusas y poco rigurosas, son las que se evalúan a la hora de eliminar publicaciones de sus plataformas.

Cabe cuestionar la construcción de la direccionalidad de una ética global que evalúa temas delicados y particulares para cada Nación como lo son el lenguaje de odio y las “organizaciones terroristas”. Sumado a esto, las decisiones están dispuestas por reducidos puntos de vista disfrazados de a-políticos, neutrales y transparentes, que buscan pasar por alto el impacto directo en las gobernanzas y ciudadanías. Tal es el caso de la censura generalizada a los grupos talibanes en el último episodio que vivió Afganistán luego de que EEUU retirara sus tropas y este sector tomara el poder. 

"Los talibanes están sancionados como organización terrorista según la legislación estadounidense y les hemos prohibido nuestros servicios en virtud de nuestras políticas de organizaciones peligrosas. Esto significa que eliminamos las cuentas mantenidas por los talibanes o en su nombre y prohibimos elogios, el apoyo y la representación de ellos." (Facebook, 2021)

No con esto se busca sentar posición para con el conflicto en Afganistán sino vislumbrar el poder intrínseco de los medios sociales en relación con las problemáticas geopolíticas evaluadas desde su casa matriz y no desde la generación de espacios paraestatales que propongan límites para cada región. Cabe preguntarse: ¿es acaso tarea de los espacios públicos digitales el control de la circulación del debate público? ¿Cuáles son los límites y quiénes son lxs que los determinan? Y en última instancia, ¿cuál es el triunfo de los bloqueos mediáticos digitales? Si las sociedades siguen sufriendo atrocidades y desde el conocimiento global de la situación lo único que pone a disposición la tecnología es la censura de discursos catalogados como terroristas, mientras de fondo se siguen reproduciendo las mismas prácticas violentas y genocidas. 

A su vez, el ex presidente estadounidense, Donald Trump, también marcó un antecedente en la censura digital (de todas sus cuentas en redes en simultáneo) tras promover discursos de odio y desinformación que generaron una considerable desestabilización democrática en su país. Más allá de las consecuencias que tiene cuestionar la legitimidad de los procesos electorales en cualquier región del mundo -y a su vez incitar a la acción violenta- la cancelación mediática que se estableció ante una denuncia netamente política del mandatario, deja la puerta abierta a futuras intromisiones corporativas en la circulación de los discursos políticos. Los límites de lo permitido en el “Metaverso” de Mark Zuckerberg es algo que no está claro ni puesto en consideración a pesar de estar construyendo una esfera de discusión pública sin precedentes. 

El espacio público virtual y los mensajes que en él se desenvuelven son inconsistentes, discontinuos, polarizantes y disgregadores. El público ya no se concibe como un espacio de congregación sino como un espacio lábil, de concentración efímera, en una sociedad de la indignación o del escándalo, pero no en una sociedad dialogante, fraterna y solidaria. “En las redes, el enjambre-público, diría Han, se alimenta de eventualidades escandalosas, cuya eficacia se expresa en momentos coyunturales regidos por oleadas de opiniones que pueden provocar cambios o extinguirse, hacerse espuma, eventual y velozmente” (Serrano, 2014, p. 6).

Es indispensable trabajar en direcciones que promuevan la construcción de un código de ética público que especifique cuáles son los límites del discurso mediático para los usuarios en pos de proteger la libertad de expresión. Creemos que delimitar las temáticas y formas de comunicación permitidas, acompañadas por políticas públicas de educación mediática y por acuerdos entre los organismos de prensa, facilitaría el esclarecimiento y democratización del manejo regulatorio de contenido. A su vez fomentará la apertura de canales de discusión social sobre la libertad de expresión, sus desafíos e implicancias.

Por otro lado, es preciso definir si las decisiones sobre la regulación de contenido serán corporativas, estatales, paraestatales o supraestatales, y a su vez si responderán a los intereses de las regiones con la designación de representantes locales o se tratará de propiciar un pensamiento único que reduzca las cosmovisiones sociales y políticas particulares

Que la libertad de los medios sociales digitales descanse sobre la libertad empresarial corporativista estadounidense es un riesgo, como también lo supondría la neta regulación estatal del contenido. Entendemos, desde la responsabilidad de la tradición periodística en nuestro país, que la censura del discurso debe tratarse con suma precaución y desde organismos que promuevan la pluralidad, la democratización y una perspectiva regional autárquica. 

Del Estado a las corporaciones 

La cuarta Revolución Industrial ha llegado con la fuerza prometedora de restablecer las maneras de ejercer dominio mediante la transición hacia sistemas digitales y la automatización artificial de procesos, que comienzan a desplazar a los Estados en muchas de sus funciones legitimadas. Hay que tener en cuenta, a raíz de lo desarrollado, que el poder no es una estructura piramidal, sino que se trata de una situación estratégica donde un conjunto de actores disputan su lugar e influencia en la estructura social.

Desde esta investigación entendemos que:

 “ser ciudadano no significa ya lo que fue o se imaginó en etapas anteriores del capitalismo. Vivimos hoy otro modo de entender la política al deshacerse de los acuerdos entre Estados, empresas y derechos sociales que daban sentido a la concepción moderna y democrática de la ciudadanía. Se trata de una descomposición de la idea de democracia, lo que según Wendy Brown (2005) se llama “desdemocratización” (G. Canclini, 2019, p.36).

La gubernamentalidad se ha visto modificada en tanto la interacción de los poderes clásicos, los medios de comunicación, las plataformas digitales y los actores sociales, se han transformado. El paso de sociedad de la disciplina a la del control o “autocontrol” eliminó la vigilancia externa hacia las personas y a su vez planteó la posibilidad de implementación del modelo multistakeholder, como bien se conoce, o en castellano: "múltiples partes interesadas". Así, las decisiones intergubernamentales se reemplazan por una dinámica en la que se mezclan la esfera corporativa, gubernamental, académica, religiosa, organizaciones civiles y medios de comunicación.

Si bien esta interrelación se acerca al concepto de poliarquía” (democracias avanzadas) en lo que refiere a la pluralidad de grupos en interacción, desarrollado por Robert Dahl (1956); en este caso la competencia de los poderes en disputa se concentra en virtud de ejecutivos y empresarios transnacionales. El modelo multistakeholder se ofrece como alternativa de redistribución de poder, es decir, plantea un nuevo modelo de gubernamentalidad donde “el Estado ya no es el actor principal sino uno más entre otros implicados” (Pisanty, 2007; Aguerre, 2015).  Es decir, se trata de dar más poder a las corporaciones sobre la sociedad y menos a las instituciones democráticas.

Por su parte, los medios de comunicación tradicionales han cumplido históricamente un rol importante como formadores de opinión, pero la concentración de las corporaciones tecnológicas insertas en un nuevo paradigma de gobernanza mundial, podría resultar en un peligro sin precedentes si no se trabaja por la pronta regulación y democratización de las empresas de Silicon Valley y el flujo de datos que obtienen de las interacciones individuales y colectivas a nivel global. 

El modelo de partes múltiples ya está en marcha y se propone dentro de un sistema con nuevas aristas que lo complejizan y prometen mutaciones. A pesar de que no son pocos los detractores del sistema capitalista en tanto este sigue perpetuando la desigualdad y el deterioro del planeta, el Foro de Davos no ha mostrado predisposición alguna en cuestionarlo. En sus dos últimos encuentros ha hecho foco en el capitalismo de las partes interesadas como una nueva manera de organización social bajo el lema “Stakeholders para un mundo cohesionado y sostenible”. Pero:

¿Quiénes son los interesados ​​no gubernamentales de esta nueva dinámica? El WEF, es decir las personas de alto patrimonio que se reúnen en Davos, Suiza. Los socios del WEF incluye algunas de las empresas más grandes de petróleo (Saudi Aramco, Shell, Chevron, BP), alimentos (Unilever, The Coca-Cola Company, Nestlé), tecnología (Facebook, Google, Amazon, Microsoft, Apple) y productos farmacéuticos (AstraZeneca, Pfizer, Moderna). (Wecke, 2021)

Además, en este esquema, la implosión de la pandemia Covid-19 posibilitó a los dueños de internet ampliar sus implicancias y patrimonios. El empuje coyuntural obligó a volcar una gran cantidad de costumbres y obligaciones ciudadanas del mundo offline hacia lo digital facilitando más y mejores datos. 

La propuesta post-pandémica de los grupos empresarios de poder plantea disfrazar una vieja discusión con un mismo trasfondo. Se trata de si las decisiones las toman los Estados Nacionales o son delegadas a corporaciones transnacionales que ahora prometen tener perspectivas ecologistas y bregar por la igualdad, sobre las bases de un mundo que negocia sus condiciones de existencia impulsado por el capital privado a cualquier costo.

Desde América Latina entendemos que las partes involucradas en este nuevo esquema de gobernanza no son entes que bregan por las necesidades particulares de la región, sino que se trata de conglomerados que debilitan la autonomía de nuestros pueblos y delegan el poder de decisión a intereses extranjeros, condenando las más de las veces, a la dependencia a nuestras naciones. Analizar el conflicto desde una epistemología del Sur que defienda nuestras potencialidades, pero a su vez plantee las carencias estructurales es lo que permitirá no caer en soluciones simplistas y extranjerizantes que poco tienen que ver con las crisis particulares y cotidianas que nos atraviesan.

Jacques Attali, economista francés, señaló en su libro “La voie humaine” (2019) que solo en 22 países se concentra la mitad del comercio mundial y más de la mitad de las inversiones globales. En ese listado el único país Suramericano que figura es Brasil. La verdadera polarización radica en que el 90% de la riqueza total del planeta queda en manos de menos del 1% de sus habitantes y se ha visto considerablemente agravada en los últimos años.

La pandemia por Covid-19 trajo bajo el brazo un millar de promesas de transición hacia una nueva normalidad. Pero si nos detenemos en el crecimiento específico de los patrimonios estadounidenses -por ejemplo- se cae el velo estructural que permite la concentración, nunca la redistribución.

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Como se puede observar, el capitalismo de las partes interesadas se comienza a construir sobre un contexto que beneficia ampliamente a los CEOs de Silicon Valley. Las fortunas de estos magnates han crecido de manera desmedida y grotesca mientras el poder adquisitivo de las ciudadanías se ha visto desmejorado a lo largo y ancho del mundo. Es muy sencillo construir promesas de igualdad y mejores porvenires sin cuestionar la concentración desigual del capital de los individuos y las regiones. 

Desconcentrar el poder estatal en pos de la autorregulación de empresas estadounidenses y la penetración de estas en las economías emergentes no sólo es un discurso poco original sino que, además, ya se ha propuesto y fracasado en múltiples ocasiones. La conciencia política nos dicta que cada vez que se intentan soltar las riendas económicas para ponerlas a merced de los mercados, los latinoamericanos tenemos más hambre y menos oportunidades.

La democracia, un invento de la burguesía del siglo XIX, y muy vinculada al individuo, retrocederá ante el avance de la tecnocracia y la conveniencia en la aplicación de normas que, en numerosas ocasiones, supondrán la disminución de la libertad y la privacidad personales” (Becerra, 2020, p. 114)

Los gigantes tecnológicos y su potente mercado de comportamientos futuros, construido a partir de nuestros datos personales, representan un sector fundamental para esta lavada de cara refundacional del capitalismo, donde el dato permite construir imaginarios en los que todxs somos parte pero solo unos pocos toman las decisiones. 

No planteamos una distopía donde las corporaciones tecnológicas reemplacen a los Estados, es más, consideramos que nadie gobierna con datos sino interpretándolos, pero en esta manera de obrar no serán los datos y algoritmos los que definen el devenir de la historia. La información recolectada no tomará el poder per se, pero sin duda es y será una herramienta muy valiosa para el acceso al poder, su ejercicio y presunta legitimación.

“Y es que por más que la economía de las comunicaciones muestre el crecimiento de Facebook o Amazon, no son esas compañías (menos aún el señor Zuckerberg) los únicos responsables de sustraer la información para dominar, sino estructuras de intercambio de datos y de usos de esos datos en las que participamos voluntariamente miles de millones de usuarios: una dinámica que nos hace servidores de los servidores. La clave de este giro es que ha cambiado el papel del Estado, que Foucault colocó en el centro de su crítica biopolítica, a la dispersión de la gubernamentalidad algorítmica” (G. G. Canclini, 2019, p.118)

A lo que queremos llegar es a que si los Estados no comienzan a trabajar en regulaciones estrictas a las corporaciones en general y al mundo digital en particular nos dirigimos no solo hacia una economía de mercado neoliberal más violenta, sino, a un nuevo modo de organización social que trasciende la gubernamentalidad algorítmica en sentido electoral e impacta en la ponderación de la toma de decisiones. 

Si los oligopolios manejan hoy en día mayor presupuesto anual que los Estados Naciones, dentro de los parámetros de la legalidad institucional, entonces suena lógico que ellos sean quienes planteen la agenda política de las naciones, en un sistema que privilegia el capital económico sobre el resto de las variables en disputa. 

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible” (Galeano, 1996)

Porque aún creemos que es posible.

Una reflexión sin respuestas

El escepticismo envolvió a la ciudadanía, sus derechos y deberes. Los horizontes se desdibujan en un presente donde todas las opciones que se nos ocurren pueden suceder: no genera exaltación la posibilidad de dominación robótica, ni la destrucción de los Estados, ni tampoco aterra el accionar de la invención desmedida sobre las estructuras incuestionadas del sistema capitalista. La hiperconexión nos revela que no estamos solos pero tampoco juntos, mientras que la sobreinformación proporciona saberes al alcance de nuestras manos sin ningún instructivo de uso o desuso. 

Cabe preguntarse qué lugar queda para las ciudadanías en un contexto donde la digitalización causa un estado de ansiedad global paralizante y pone en juego la privacidad, la libertad y la vigilancia. No buscamos caer en reclamos simplistas que avanzan sobre la protección de los datos de carácter personal y de la vida privada; entendemos que concentrarnos sólo en aquello que cuestiona nuestras libertades individuales enmarca la problemática en una matriz de pensamiento liberal de construcción de sentido del sujeto que niega las oportunidades colectivas de la época.

El debate sobre la propiedad de nuestros cuerpos de datos debe tener carácter público y político en tanto es esta información la que, por ejemplo, permite a diferentes empresas funcionar con el enfoque data-driven; es decir examinar y organizar estrategias de ventas con el fin de ser más productivas. Entendemos, a su vez, que si se libera la propiedad de los datos sería posible resignificar el data-driven en pos de pactos sociales comunes y utilizar el potencial del flujo estadístico al servicio de la ciencia, educación o cualquier sector que así lo requiera:

“Si, por ejemplo, hoy se quiere hacer investigación en Big Data o en diseño de algoritmos, se recopilan los datos y la investigación se hace en una universidad, habrá que pedir permiso y la aprobación del comité de ética de la universidad. Pero si haces esta misma investigación para una compañía privada, no tienes que pedir permiso a nadie. Se pueden hacer cosas en el sector privado que ni se pueden soñar poder hacer en la academia. No se puede saber qué es lo correcto o incorrecto -éticamente hablando- pero que un grupo de gente se dedique a obtener el mayor conocimiento posible para beneficiar a la sociedad y que otro grupo de gente se dedique a obtener el mayor beneficio económico de la gente y el primer grupo este sujeto a normas y regulaciones estrictas y el segundo no, realmente es paradójico” (Monasterio, 2017, p. 215)

La reconstrucción de las ciudadanías debe apartarse del desasosiego individual y la preponderancia empresarial en pos de comprender la heterogeneidad social y mundial y crear desde lo colectivo “acciones llamadas a ejercerse en el territorio, ahí donde las cosas pasan, ahí donde se cometen los abusos, ahí donde las indignidades de cada día se despliegan en la sombra” (Sadin, 2020, p. 289)

Apuntalar lo colectivo en un presente donde los focos de conflicto se difuminan y la organización social es cada vez más fluctuante requiere de compromisos fijos que nos inviten a “reconocer que necesitamos tener algo para esperar; y saber que los contenidos de esa esperanza, así como las vías para cumplirla, son múltiples, están construyéndose y exigen pruebas racionales y demostrables” (G. Canclini, 2019, p.157) 

Las plataformas digitales tienen a la individuación, por un lado, y a la libertad de valoración de los usuarios en el proceso de interacción con el contenido por otro. No hay distinción entre el dato riguroso, el discurso frívolo, la teoría conspiranoide, la cifra falsa o la reflexión mentirosa. Quizá la potencialidad surge en la posibilidad de colectivizar el discurso para desprogramar lo que los algoritmos parecen ordenar y colarse entre los surcos del sentido común proponiendo nuevos sentidos en las agendas públicas.

Los pueblos indígenas, afroamericanos, feminismos, ecologistas y otros actores sociales relegados a lo largo de la historia contribuyen hoy a reescribir las preguntas y devenires sobre las ciudadanías en el ámbito digital. Sin embargo, la “falta de organismos globales y acuerdos que provean reglas y sanciones para garantizar políticas específicas, sumado a la ruda competencia de economías financiarizadas y despreocupadas del sentido social” (G. Canclini, 2019, p.159) hacen difícil encauzar la fuerza de las necesidades de sectores invisibilizados en regiones como Latinoamérica.

La pérdida del sentido que envuelve a los sujetos se sostiene en la desciudadanización que introdujo y consolidó la explosión de la cuarta revolución industrial. La rapidez con la que cambiaron las estructuras de poder nos encontró desprevenidos, abriendo cuentas en un puñado de Redes Sociales con sede en Silicon Valley a las que nunca tuvimos la oportunidad de elegir en los términos que dictan las democracias, pero, sin embargo, atravesaron -en gran medida- el rumbo global, regional e individual, nuestras costumbres y modos de atravesar, entre otras situaciones, la pandemia vigente.

Es necesario recuperar las riendas de nuestras intenciones ciudadanas, empezar a profundizar en el funcionamiento de las nuevas estructuras de dominación de las que se valen las corporaciones y crear formas de resistencias que propongan la reinvención de lo digital enfocado en lo social. Hay que correr el velo de la abstracción que impera en la web y desvanece tanto la discusión como los espacios de participación, segrega los discursos y profundiza la liquidez de sociedades que simulan no ir a ninguna parte mientras siguen siendo condenadas al manejo imperialista de sus voluntades. 

Si bien es cierto que las Redes Sociales permiten el encuentro, también facilitan el desencuentro con la misma fuerza. 

Políticos y economistas avisan de los riesgos de esta disgregación. No se sabe quién toma las decisiones ni cuánto tiempo se sostendrán, quién nos asigna un lugar y un salario en el mercado de trabajo, quién nos perjudica y contra quién revelarnos, quién nos habla en los medios y las redes. La incertidumbre se refuerza, ya vimos, cuando los circuitos algorítmicos nos despersonalizan. El uso mercadotécnico y lejano de sus saberes genera ilusiones de agruparnos como usuarios y nos decepciona cuando intentamos hacer valer derechos. (G. Canclini, 2019, p.163)

La despersonalización ciudadana dentro de las plataformas digitales genera una alienación basada en el desconocimiento parcial de sus lógicas de funcionamiento. Los usuarios nos encontramos en estado de privación y desposesión en tanto no recogemos el valor de los datos que producimos, es decir ignoramos -en mayor o menor medida- lo que con nuestra interacción se está gestando: los usuarios no tenemos acceso a nuestros cuerpos de datos.

Apropiarnos de la dimensión digital puede ser el puntapié propositivo de las ciberciudadanías desposeídas de sus propios datos en vistas a ensayar otros modos de acción. Seguir pensando que nuestro cuerpo es solo materia ya no lleva a ningún puerto. Es preciso seguir valiéndonos de las herramientas analógicas que nos dicta la tradición ciudadana; no abandonar el voto, la militancia, la asamblea, el encuentro, a sabiendas que son espacios que nos han traído triunfos históricos estratégicos en materia de comunicación como lo fue, en su momento, la elaboración colectiva y democrática de una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual pionera en nuestro país. No obstante, los tiempos dictan nuevas necesidades en dirección a la recuperación de la dimensión digital ciudadana en tanto es la que propició el nacimiento de un segundo cuerpo cada vez más grande, complejo y privatizado.

Recuperar la propiedad de nuestros cuerpos de datos es una cuestión intrínsecamente política. Son ellos los que por fuera de nosotros mismos están promoviendo consumos y comportamientos, productos y candidatos. La privatización de esta dimensión del ser expropió las antiguas respuestas, pero entendemos que el momento histórico invita a proponer nuevas preguntas, desde lo colectivo, que apunten a construir nuevas y mejores soberanías ciudadanas en el Sur, para el Sur. 

Sino, solo nos quedará resistir.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

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