Algoritmos, democracias y
ciudadan�as.
Democracias 4.0 y
gubernamentalidad algor�tmica
Florencia Muriel Gonz�lez Biondo
Aldana Virginia Linardelli Blotta
Universidad Nacional de Cuyo
Mendoza �Argentina
RESUMEN
El advenimiento de la cuarta Revoluci�n Industrial ha transformado
la relaci�n de los ciudadanos con la
pol�tica y viceversa. Mientras los algoritmos edifican pueblos infod�micos con
due�os que vigilan desde el Norte global, la ciudadan�a Latinoamericana se pregunta s� las pantallas, bien
utilizadas, pueden ser el puntapi� de defensa y construcci�n de una red
democr�tica y comprometida. La corriente forma de representaci�n democr�tica se
enfrenta, una vez m�s, a posibles vulneraciones y desaf�os que abordaremos
sobre la base de la construcci�n de la esfera p�blica contempor�nea. En este
sentido, los programas ideol�gicos y de acci�n son acompa�ados por cuantiosos
mecanismos e interfaces adecuados a lo que diferentes estratos de la sociedad
desean percibir de los candidatos y referentes pol�ticos. Se apuntar� a
evidenciar como gustos y preferencias individuales se aglomeran d�a a d�a para
desarrollar campa�as, discursos e incluso ganar elecciones sobre una l�gica
algor�tmica presentada como neutral.
Palabras
clave: democracia; algoritmos; ciudadan�a
digital; gubernamentalidad; �redes sociales.
Algorithms, democracies and citizenships.
Democracies 4.0 and algorithmic governmentality
ABSTRACT
The advent of the
fourth Industrial Revolution has transformed the relationship of citizens with
politics and vice versa. While algorithms build infodramatic towns with owners
who watch from the global North, Latin American citizens wonder if the screens,
well used, can be the kick of defense and construction of a democratic and
committed network. The current form of democratic representation faces, once
again, possible violations and challenges that we will address on the basis of
the construction of the contemporary public sphere. In this sense, the
ideological and action programs are accompanied by numerous mechanisms and
interfaces appropriate to what different strata of society wish to perceive
from the political candidates and referents. It will aim to show how individual
tastes and preferences agglomerate day by day to develop campaigns, speeches
and even win elections on an algorithmic logic presented as neutral.
Keywords: democracy;
algorithms; digital citizenship; governmentality; social networks
Art�culo
recibido:� 05 febrero 2022
Aceptado para
publicaci�n: 28 febrero 2022
Correspondencia: [email protected]
Conflictos de
Inter�s: Ninguna que declarar
INTRODUCCI�N
En el a�o 2018 el valor de los datos super� al valor del petr�leo en todo el mundo, dejando en evidencia la importancia de la informaci�n de
los usuarios
en la concentraci�n de los gigantes tecnol�gicos de Silicon Valley. En
este contexto, �qu� lugar queda para la cl�sica democracia nacida en el �gora? si el
espacio p�blico ha sido resignificado por plataformas digitales donde se
construye gran parte de la cotidianeidad y la producci�n de sentido de
la ciudadan�a.
Las aplicaciones l�deres en Occidente inauguraron, mediante la
acumulaci�n de datos, un r�gimen que limita a los sujetos a una sumatoria de informaci�n que hace calculable todos sus
comportamientos. Este proceso de automatizaci�n permite impulsar estrategias de
marketing a partir de modelos algor�tmicos que se centran en predecir
futuras conductas o tendencias. Es decir, a partir de
datos personales recolectados mediante la interacci�n con Facebook �por
ejemplo- se elaboran campa�as direccionadas que venden un producto, una
propuesta o un candidato pol�tico con, cada vez, mayor margen de eficacia.
La diversidad que
esgrime la ideolog�a neoliberal no es m�s que la reducci�n de los usuarios al
nivel de los datos que generan y una agregaci�n matem�tica que termina
privilegiando la mismidad novedosa. Podemos pensar que se trata de un
perfeccionamiento del mecanismo de sondeo que seca la fertilidad de los intercambios,
que vuelve predecible los resultados, (...) se confirman los mundos ya
consagrados, se reiteran los horizontes.
(Caletti, 2006, p.26).
Si nos enfocamos en el impacto que esto tiene en la esfera
sociopol�tica, y particularmente en las democracias, podemos observar el
crecimiento y concentraci�n de un pu�ado de empresas oligop�licas que modifican
e interfieren en los procesos.
Las corporaciones globales de tecnolog�a funcionan como �cleptocracias digitales� (Noujaim y
Amer, 2019); es decir establecen y desarrollan un
sistema de poder basado en el robo de capital humano codificado, que facilita
la coacci�n y manipulaci�n de quienes se hacen de esos datos hacia los usuarios.
Facebook Inc., que recientemente cambi� su nombre a �Meta� para introducir sus nuevos
servicios de realidad inmersiva, es un
conglomerado medi�tico presuntamente orientado al
entretenimiento y conectividad de su comunidad, sin embargo, act�a hoy como un organismo de gobernanza global. El modelo
de negocio de las redes sociales promueve la interacci�n de los usuarios con su
interfaz, recopila los datos resultantes, los codifica mediante algoritmos y
almacena en bases de datos privadas puestas a su disposici�n y susceptibles a
negociaci�n.
Caso Cambridge Analytica
El caso m�s resonante de los �ltimos a�os confirm� la existencia
de campa�as electorales manipuladas a partir de estrategias asentadas en la
segmentaci�n y �clasificaci�n de p�blicos a partir de un enorme nivel de
detalle y en una escala tan grande como poblaciones enteras� (European Data
Protection Supervisor, 2018).
Cambridge Analytica, la empresa
brit�nica de an�lisis de datos, irrumpi� en escena en 2016 tras conocerse que
habr�a incidido en diversos procesos electorales, especialmente en la campa�a
norteamericana en 2016. La compa��a admiti� poseer m�s de cinco mil puntos de
datos para 220 millones de norteamericanos, consistentes en datos psicol�gicos
de Facebook combinados con grandes cantidades de informaci�n de consumo
obtenidas de empresas de procesamiento de datos. En esencia, empresas como
Cambridge Analytica recogen enormes cantidades de datos individuales, los
procesan para estimar a�n m�s detalles individuales y utilizan esos perfiles y
pron�sticos para personalizar los mensajes pol�ticos a trav�s de publicidad en
redes sociales para guiar decisiones t�cticas de campa�a. (Magrani, 2020, p.58)
Esta agencia de cambio de conducta defini� mediante el poder de
los macro-datos obtenidos de Facebook, campa�as personalizadas para aquellos
sectores poblacionales indecisos; es decir reconoci� usuarios susceptibles
a cambiar su voto y apunt� su estrategia hacia ese target de la
sociedad. Este tipo de operaciones
posibilit�, por ejemplo, el inaudito triunfo de
Donald Trump en Estados Unidos, o la
instauraci�n de mensajes anti-europeos dirigidos a la poblaci�n brit�nica con el fin de instituir el Brexit en la
regi�n (ambos casos en 2016).
Un ex empleado de la empresa afirm�, en este sentido, que la base
sobre la cual se fund� la compa��a fue �explotar
Facebook para acceder a millones de perfiles de usuarios�. Con esa fuente de
datos se construyeron modelos de conducta que apuntaron a utilizar esta
informaci�n en base a los demonios internos de cada uno. De este modo, el objetivo fue gestionar campa�as
que apelasen a las emociones individuales
sustentadas en datos personales, generando una competencia desigual en los
procesos democr�ticos.
Desde
esta perspectiva, lo expuesto da lugar a un tipo de
gubernamentalidad espec�fica denominada algor�tmica, definida como:
Un cierto tipo de
racionalidad (a)normativa, o (a)pol�tica que reposa sobre la recolecci�n,
agregaci�n y an�lisis automatizado de datos en cantidades masivas, de modo de
modelizar, anticipar y afectar por anticipado, comportamientos posibles [...] la
gubernamentalidad algor�tmica no produce cualquier subjetivaci�n, sino una que
crea modelos de comportamiento (perfiles) supraindividuales a base de datos
infraindividuales. (Rouvroy y Berns, 2015,
p.42)
Cuando hablamos de gubernamentalidad algor�tmica no nos referimos
a un Estado tecn�crata que se auxilia de herramientas tecnol�gicas mediante la
aplicaci�n de algoritmos en la resoluci�n de ciertos problemas, lo cual
permitir�a la desburocratizaci�n de procesos estatales y transparencia en los
organismos p�blicos. El oligopolio corporativo de bases de datos y algoritmos
como herramientas de poder que detentan las redes sociales, representa un fuerte avance de las
plataformas sobre el control de nuestras democracias y una latente amenaza a la
integridad de las mismas.
Cambridge Analytica ya no existe como tal, sin embargo, la
din�mica de recolecci�n de informaci�n que llevan adelante las plataformas
digitales siguen representando un peligro inminente en el caso de ser utilizadas en pos
de la ingenier�a social. �Los partidos liberales, aun los socialdem�cratas, no
logran generar leyes, un orden p�blico actualizado, para regular los atropellos
de corporaciones nacionales y transnacionales sobre los derechos de los
espectadores-usuarios.� (G. Canclini, 2019, p.19)
La creciente posici�n de dominio de las Big Tech no ha sido hasta
el momento contenida por regulaciones o leyes a pesar de haber interferido en
una considerable cantidad de procesos democr�ticos y posicionarse como actor
central en la construcci�n de sentido com�n. No tenemos conocimiento de que en
la actualidad se mercantilicen datos con fines pol�ticos, pero s� se valen de otras estrategias.
Los l�deres m�s conservadores de la �poca se reflejan en las redes
a trav�s de discursos donde:
[...]las
meteduras de pata, las bufonadas y los excesos (de Trump, Bolsonaro, Salvini,
Orban y otros) no son deslices. Surgen de una estrategia dirigida a la
amplificaci�n por redes, y a la m�xima resonancia en peque�as comunidades
aisladas por filtros burbuja. El algoritmo es el ferviente colaborador del
demagogo. (Missika y Verdier, 2021)
No obstante, no solo son los algoritmos los que definen la circulaci�n de contenido en el conglomerado Facebook;
adem�s encontramos en el �ltimo tiempo una serie de decisiones corporativas
donde el l�mite entre control y censura es muy delgado.
Entre el control y la
censura
El
conglomerado Facebook trabaja desde 2015 en conjunto
con la International Fact-Checking
Network (Red Internacional de Verificaci�n
de Hechos). La IFCN funciona, desde ese
mismo a�o, en el Instituto Poynter como una red period�stica
que nuclea y certifica a verificadores de hechos a
nivel internacional en pos de combatir la circulaci�n de informaci�n
falsa y la consecuente propagaci�n de desinformaci�n.
Las organizaciones -independientes del grupo de
Zuckerberg pero con aval exclusivo de la IFCN- �no se
encargan de eliminar contenido, cuentas o p�ginas. Facebook es quien elimina
contenido cuando se infringen sus normas comunitarias� (Facebook Journalism
Proyect, 2021).
Las normas comunitarias de la compa��a
aseveran que el contenido que vulnera su pol�tica empresarial es todo aquel que
incluya �lenguaje que incita al odio, cuentas falsas y contenido relacionado
con terrorismo� (Facebook Journalism Proyect, 2021). Estas variables controversiales, confusas y poco rigurosas, son las que se eval�an a la
hora de eliminar publicaciones de sus plataformas.
Cabe cuestionar la construcci�n de la direccionalidad de una �tica
global que eval�a temas delicados y particulares para cada Naci�n como lo son
el lenguaje de odio y las �organizaciones terroristas�. Sumado a esto, las
decisiones est�n dispuestas por reducidos puntos de vista disfrazados de
a-pol�ticos, neutrales y transparentes, que buscan pasar por
alto el impacto directo en las gobernanzas y
ciudadan�as. Tal es el caso de la censura generalizada a los grupos talibanes
en el �ltimo episodio que vivi� Afganist�n luego de que EEUU retirara sus
tropas y este sector tomara el poder.
"Los talibanes
est�n sancionados como organizaci�n terrorista seg�n la legislaci�n
estadounidense y les hemos prohibido nuestros servicios en virtud de nuestras
pol�ticas de organizaciones peligrosas. Esto significa que eliminamos las
cuentas mantenidas por los talibanes o en su nombre y prohibimos elogios, el
apoyo y la representaci�n de ellos." (Facebook, 2021)
No con esto se busca sentar posici�n para con el conflicto en
Afganist�n sino vislumbrar el poder intr�nseco de los medios sociales en relaci�n con las
problem�ticas geopol�ticas evaluadas desde su casa matriz y no desde la
generaci�n de espacios paraestatales que propongan l�mites para cada regi�n.
Cabe preguntarse: �es acaso tarea de los espacios p�blicos digitales el control
de la circulaci�n del debate p�blico? �Cu�les son los l�mites y qui�nes son lxs que los
determinan? Y en �ltima instancia, �cu�l es el triunfo de los bloqueos
medi�ticos digitales? Si las sociedades siguen
sufriendo atrocidades y desde el conocimiento global de la situaci�n lo �nico
que pone a disposici�n la tecnolog�a es la censura de discursos catalogados
como terroristas, mientras de fondo se siguen reproduciendo las mismas
pr�cticas violentas y genocidas.
A su vez, el ex presidente estadounidense, Donald Trump, tambi�n
marc� un antecedente
en la censura digital (de todas sus cuentas en
redes en simult�neo) tras promover discursos de odio
y desinformaci�n que generaron una considerable desestabilizaci�n democr�tica
en su pa�s. M�s all� de las consecuencias que tiene cuestionar la legitimidad
de los procesos electorales en cualquier regi�n del mundo -y a su vez incitar a
la acci�n violenta- la cancelaci�n medi�tica que se estableci� ante una
denuncia netamente pol�tica del mandatario, deja la puerta abierta a futuras
intromisiones corporativas en la circulaci�n de los discursos pol�ticos. Los
l�mites de lo permitido en el �Metaverso� de Mark Zuckerberg es algo que no est� claro ni puesto en consideraci�n a pesar
de estar construyendo una esfera de discusi�n
p�blica sin precedentes.
El espacio p�blico virtual y los mensajes que en �l se
desenvuelven son inconsistentes, discontinuos, polarizantes y disgregadores. El
p�blico ya no se concibe como un espacio de congregaci�n sino como un espacio
l�bil, de concentraci�n ef�mera, en una sociedad de la indignaci�n o del esc�ndalo,
pero no en una sociedad dialogante, fraterna y solidaria. �En las redes, el
enjambre-p�blico, dir�a Han, se alimenta de eventualidades escandalosas, cuya
eficacia se expresa en momentos coyunturales regidos por oleadas de opiniones
que pueden provocar cambios o extinguirse, hacerse espuma, eventual y velozmente�
(Serrano, 2014,
p. 6).
Es indispensable trabajar en direcciones que promuevan la
construcci�n de un c�digo de �tica p�blico que especifique cu�les son los
l�mites del discurso medi�tico para los usuarios en pos de proteger la libertad
de expresi�n. Creemos que delimitar las tem�ticas y formas de comunicaci�n
permitidas, acompa�adas por pol�ticas p�blicas de educaci�n medi�tica y por
acuerdos entre los organismos de prensa, facilitar�a el esclarecimiento y
democratizaci�n del manejo regulatorio de contenido. A su vez fomentar� la
apertura de canales de discusi�n social sobre la libertad de expresi�n, sus
desaf�os e implicancias.
Por otro lado, es preciso definir si las decisiones sobre la
regulaci�n de contenido ser�n corporativas, estatales, paraestatales o supraestatales, y a su
vez si responder�n a los intereses de las
regiones con la designaci�n de representantes locales o se tratar� de propiciar
un pensamiento �nico que reduzca las cosmovisiones sociales y
pol�ticas particulares.
Que la libertad de los medios sociales digitales descanse sobre la
libertad empresarial corporativista estadounidense es un riesgo, como tambi�n
lo supondr�a la neta regulaci�n estatal del contenido. Entendemos, desde la
responsabilidad de la tradici�n period�stica en nuestro pa�s, que la censura
del discurso debe tratarse con suma precauci�n y desde organismos que promuevan
la pluralidad, la democratizaci�n y una perspectiva regional
aut�rquica.
Del Estado a las
corporaciones
La cuarta Revoluci�n Industrial ha llegado con la fuerza
prometedora de restablecer las maneras de ejercer dominio mediante la
transici�n hacia sistemas digitales y la automatizaci�n artificial de procesos, que comienzan a desplazar
a los Estados en muchas de sus funciones legitimadas. Hay que tener en cuenta,
a ra�z de lo desarrollado, que el poder no es una estructura piramidal, sino
que se trata de una situaci�n estrat�gica donde un
conjunto de actores disputan su lugar e influencia en la estructura social.
Desde
esta investigaci�n entendemos que:
��ser ciudadano no significa ya lo que fue o se
imagin� en etapas anteriores del capitalismo. Vivimos hoy otro modo de entender
la pol�tica al deshacerse de los acuerdos entre Estados, empresas y derechos
sociales que daban sentido a la concepci�n moderna y democr�tica de la
ciudadan�a. Se trata de una descomposici�n de la idea de democracia, lo que
seg�n Wendy Brown (2005) se llama �desdemocratizaci�n� (G.
Canclini, 2019, p.36).
La gubernamentalidad se ha visto modificada en tanto la
interacci�n de los poderes cl�sicos, los medios de comunicaci�n, las
plataformas digitales y los actores sociales, se han transformado. El paso de
sociedad de la disciplina a la del control o �autocontrol� elimin� la
vigilancia externa hacia las personas y a su vez plante� la posibilidad de
implementaci�n del modelo multistakeholder, como bien se conoce, o
en castellano: "m�ltiples partes interesadas". As�, las decisiones
intergubernamentales se reemplazan por una din�mica en la que se mezclan la
esfera corporativa, gubernamental, acad�mica, religiosa, organizaciones civiles
y medios de comunicaci�n.
Si bien esta interrelaci�n se acerca al concepto de �poliarqu�a�
(democracias avanzadas) en lo que refiere a la pluralidad de grupos en interacci�n, desarrollado
por Robert Dahl (1956); en este caso la competencia
de los poderes en disputa se concentra en
virtud de ejecutivos y empresarios transnacionales. El modelo multistakeholder
se ofrece como alternativa de redistribuci�n de poder, es decir, plantea un
nuevo modelo de gubernamentalidad donde �el Estado ya no es el actor principal
sino uno m�s entre otros implicados� (Pisanty, 2007; Aguerre, 2015). Es
decir, se trata de dar m�s poder a las corporaciones sobre la sociedad y menos
a las instituciones democr�ticas.
Por
su parte, los medios
de comunicaci�n tradicionales han cumplido
hist�ricamente un rol importante como formadores de opini�n, pero la
concentraci�n de las corporaciones tecnol�gicas insertas en un nuevo paradigma
de gobernanza mundial, podr�a resultar en un
peligro sin precedentes si no se trabaja por la pronta regulaci�n y
democratizaci�n de las empresas de Silicon Valley y el flujo de datos que
obtienen de las interacciones individuales y colectivas a nivel global.
El modelo de partes m�ltiples ya est� en
marcha y se propone dentro de un sistema con nuevas aristas que lo complejizan
y prometen mutaciones. A pesar de que no son pocos los detractores del sistema
capitalista en tanto este sigue perpetuando la desigualdad y el deterioro del
planeta, el Foro de Davos no ha mostrado predisposici�n alguna en cuestionarlo.
En sus dos �ltimos encuentros ha hecho foco en el capitalismo de las partes
interesadas como una nueva manera de organizaci�n social bajo el lema
�Stakeholders para un mundo cohesionado y sostenible�. Pero:
�Qui�nes son los
interesados no gubernamentales de esta nueva din�mica? El WEF, es
decir las personas de alto patrimonio que se re�nen en Davos, Suiza. Los socios del WEF incluye algunas de las
empresas m�s grandes de petr�leo (Saudi Aramco, Shell, Chevron, BP), alimentos
(Unilever, The Coca-Cola Company, Nestl�), tecnolog�a (Facebook, Google,
Amazon, Microsoft, Apple) y productos farmac�uticos (AstraZeneca, Pfizer,
Moderna). (Wecke, 2021)
Adem�s, en este esquema, la implosi�n de la pandemia Covid-19
posibilit� a los due�os de internet ampliar sus implicancias y patrimonios. El
empuje coyuntural oblig� a volcar una gran cantidad de costumbres y
obligaciones ciudadanas del mundo offline hacia lo digital facilitando m�s y
mejores datos.
La propuesta post-pand�mica de los grupos
empresarios de poder plantea disfrazar una vieja discusi�n con un mismo
trasfondo. Se trata de si las decisiones las toman los Estados Nacionales o son delegadas a corporaciones
transnacionales que ahora prometen tener perspectivas ecologistas y bregar por la igualdad,
sobre las bases de un mundo que negocia sus condiciones de existencia impulsado
por el capital privado a cualquier costo.
Desde Am�rica Latina entendemos que las partes involucradas en
este nuevo esquema de gobernanza no son entes que bregan por las necesidades
particulares de la regi�n, sino que se trata de conglomerados que debilitan la
autonom�a de nuestros pueblos y delegan el poder de decisi�n a intereses
extranjeros, condenando las m�s de las veces, a la dependencia a nuestras naciones. Analizar el conflicto desde una
epistemolog�a del Sur que defienda nuestras potencialidades, pero a su vez
plantee las carencias estructurales es lo que permitir� no caer en soluciones
simplistas y extranjerizantes que poco tienen que ver con las crisis
particulares y cotidianas que nos atraviesan.
Jacques Attali, economista franc�s, se�al� en su libro �La voie
humaine� (2019) que solo en 22 pa�ses se concentra la mitad del comercio
mundial y m�s de la mitad de las inversiones globales. En ese listado el �nico
pa�s Suramericano que figura es Brasil. La verdadera polarizaci�n radica en que
el 90% de la riqueza total del planeta queda en manos de menos del 1% de sus
habitantes y se ha visto considerablemente agravada en los �ltimos a�os.
La
pandemia por Covid-19 trajo bajo el brazo un millar
de promesas de transici�n hacia una nueva normalidad. Pero si nos detenemos en el crecimiento espec�fico de los
patrimonios estadounidenses -por ejemplo- se cae el velo estructural que
permite la concentraci�n, nunca la redistribuci�n.
Como se puede observar, el capitalismo de las partes interesadas
se comienza a construir sobre un contexto que beneficia ampliamente a los CEOs
de Silicon Valley. Las fortunas de estos magnates han crecido de manera
desmedida y grotesca mientras el poder adquisitivo de las ciudadan�as se ha
visto desmejorado a lo largo y ancho del mundo. Es muy sencillo construir
promesas de igualdad y mejores porvenires sin cuestionar la concentraci�n
desigual del capital de los individuos y las regiones.
Desconcentrar el poder estatal en pos de la autorregulaci�n de
empresas estadounidenses y la penetraci�n de estas en las econom�as emergentes
no s�lo es un discurso poco original sino que, adem�s, ya se ha propuesto y fracasado
en m�ltiples ocasiones. La conciencia pol�tica nos dicta que cada vez que se
intentan soltar las riendas econ�micas para ponerlas a merced de los mercados,
los latinoamericanos tenemos m�s hambre y menos oportunidades.
La
democracia, un invento de la burgues�a del siglo XIX, y muy vinculada al
individuo, retroceder� ante el avance de la tecnocracia y la conveniencia en la
aplicaci�n de normas que, en numerosas ocasiones, supondr�n la disminuci�n de
la libertad y la privacidad personales� (Becerra, 2020, p. 114)
Los gigantes tecnol�gicos y su potente mercado de comportamientos
futuros, construido a partir de nuestros datos personales, representan un
sector fundamental para esta lavada de cara refundacional del capitalismo,
donde el dato permite construir imaginarios en los que
todxs somos parte pero solo unos pocos toman
las decisiones.
No planteamos una distop�a donde las corporaciones tecnol�gicas
reemplacen a los Estados, es m�s, consideramos que nadie gobierna con datos
sino interpret�ndolos, pero en esta manera de obrar no ser�n los datos y
algoritmos los que definen el devenir de la
historia. La informaci�n recolectada no tomar� el poder per se, pero sin duda
es y ser� una herramienta muy valiosa para el acceso al poder, su ejercicio y
presunta legitimaci�n.
�Y es que por m�s que la
econom�a de las comunicaciones muestre el crecimiento de Facebook o Amazon, no
son esas compa��as (menos a�n el se�or Zuckerberg) los �nicos responsables de
sustraer la informaci�n para dominar, sino estructuras de intercambio de datos
y de usos de esos datos en las que participamos voluntariamente miles de
millones de usuarios: una din�mica que nos hace servidores de los servidores.
La clave de este giro es que ha cambiado el papel del Estado, que Foucault
coloc� en el centro de su cr�tica biopol�tica, a la dispersi�n de la
gubernamentalidad algor�tmica� (G. G. Canclini, 2019, p.118)
A lo que queremos llegar es a que si los Estados no comienzan a
trabajar en regulaciones estrictas a las corporaciones en general y al mundo
digital en particular nos dirigimos no solo hacia una econom�a de mercado
neoliberal m�s violenta, sino, a un nuevo modo de organizaci�n social que
trasciende la gubernamentalidad algor�tmica en sentido electoral e impacta en
la ponderaci�n de la toma de decisiones.
Si los oligopolios manejan hoy en d�a mayor presupuesto anual que
los Estados Naciones, dentro de los par�metros de la legalidad institucional,
entonces suena l�gico que ellos sean quienes planteen la agenda pol�tica de las
naciones, en un sistema que privilegia el capital econ�mico sobre el resto de
las variables en disputa.
Aunque no podemos adivinar el tiempo que ser�, s� que
tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en
1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero
la inmensa mayor�a de la humanidad no tiene m�s que el derecho de ver, o�r y
callar. �Qu� tal si empezamos a ejercer el jam�s proclamado derecho de so�ar?
�Qu� tal si deliramos un ratito? Vamos a clavar los ojos m�s all� de la
infamia, para adivinar otro mundo posible� (Galeano, 1996)
Porque a�n creemos que es
posible.
Una reflexi�n sin
respuestas
El escepticismo envolvi� a la ciudadan�a, sus derechos y deberes.
Los horizontes se desdibujan en un presente donde todas las opciones que se nos
ocurren pueden suceder: no genera exaltaci�n la posibilidad de dominaci�n
rob�tica, ni la destrucci�n de los Estados, ni tampoco aterra el accionar de la
invenci�n desmedida sobre las estructuras incuestionadas del sistema
capitalista. La hiperconexi�n nos revela que no estamos solos pero
tampoco juntos, mientras que la
sobreinformaci�n proporciona saberes al alcance de nuestras manos sin ning�n
instructivo de uso o desuso.
Cabe preguntarse qu� lugar queda para las ciudadan�as en un
contexto donde la digitalizaci�n causa un estado de ansiedad global paralizante
y pone en juego la privacidad, la libertad y la vigilancia. No buscamos caer en
reclamos simplistas que avanzan sobre la protecci�n de los datos de car�cter
personal y de la vida privada; entendemos que concentrarnos s�lo en aquello que
cuestiona nuestras libertades individuales enmarca la problem�tica en una
matriz de pensamiento liberal de construcci�n de sentido del sujeto que niega
las oportunidades colectivas de la �poca.
El debate sobre la propiedad de nuestros cuerpos de datos debe
tener car�cter p�blico y pol�tico en tanto es esta informaci�n la que, por
ejemplo, permite a diferentes empresas funcionar con el enfoque data-driven; es decir examinar y
organizar estrategias de ventas con el fin de ser m�s productivas. Entendemos,
a su vez, que si se libera la propiedad de los datos ser�a posible resignificar
el data-driven en pos de pactos
sociales comunes y utilizar el potencial del flujo estad�stico al servicio de
la ciencia, educaci�n o cualquier sector que as� lo requiera:
�Si, por ejemplo, hoy se
quiere hacer investigaci�n en Big Data o en dise�o de algoritmos, se recopilan
los datos y la investigaci�n se hace en una universidad, habr� que pedir
permiso y la aprobaci�n del comit� de �tica de la universidad. Pero si haces
esta misma investigaci�n para una compa��a privada, no tienes que pedir permiso
a nadie. Se pueden hacer cosas en el sector privado que ni se pueden so�ar
poder hacer en la academia. No se puede saber qu� es lo correcto o incorrecto
-�ticamente hablando- pero que un grupo de gente se dedique a obtener el mayor
conocimiento posible para beneficiar a la sociedad y que otro grupo de gente se
dedique a obtener el mayor beneficio econ�mico de la gente y el primer grupo
este sujeto a normas y regulaciones estrictas y el segundo no, realmente es
parad�jico� (Monasterio, 2017, p. 215)
La reconstrucci�n de las ciudadan�as debe apartarse del
desasosiego individual y la preponderancia empresarial en pos de comprender la
heterogeneidad social y mundial y crear desde lo colectivo �acciones llamadas a
ejercerse en el territorio, ah� donde las cosas pasan, ah� donde se cometen los
abusos, ah� donde las indignidades de cada d�a se despliegan en la sombra�
(Sadin, 2020,
p. 289)
Apuntalar lo colectivo en un presente donde los focos de conflicto
se difuminan y la organizaci�n social es cada vez m�s fluctuante requiere de
compromisos fijos que nos inviten a �reconocer que necesitamos tener algo para
esperar; y saber que los contenidos de esa esperanza, as� como las v�as para
cumplirla, son m�ltiples, est�n construy�ndose y exigen pruebas racionales y
demostrables� (G.
Canclini, 2019, p.157)
Las plataformas digitales tienen a la individuaci�n, por un lado,
y a la libertad de valoraci�n de los usuarios en el proceso de interacci�n con el contenido por otro.
No hay distinci�n entre el dato riguroso, el discurso fr�volo, la teor�a
conspiranoide, la cifra falsa o la reflexi�n mentirosa. Quiz� la potencialidad
surge en la posibilidad de colectivizar el discurso para desprogramar lo que
los algoritmos parecen ordenar y colarse entre los surcos del sentido com�n
proponiendo nuevos sentidos en las agendas p�blicas.
Los pueblos ind�genas, afroamericanos, feminismos, ecologistas y
otros actores sociales relegados a lo largo de la historia contribuyen hoy a
reescribir las preguntas y devenires sobre las ciudadan�as en el �mbito
digital. Sin embargo, la �falta de organismos globales y acuerdos que provean
reglas y sanciones para garantizar pol�ticas espec�ficas, sumado a la ruda
competencia de econom�as financiarizadas y despreocupadas del sentido social� (G. Canclini, 2019, p.159) hacen dif�cil encauzar la fuerza de las necesidades de
sectores invisibilizados en regiones como Latinoam�rica.
La p�rdida del sentido que envuelve a los sujetos se sostiene en la desciudadanizaci�n que introdujo y
consolid� la explosi�n de la cuarta revoluci�n industrial. La rapidez con la
que cambiaron las estructuras de poder nos encontr� desprevenidos, abriendo cuentas en un pu�ado de Redes Sociales con sede
en Silicon Valley a las que nunca tuvimos la oportunidad de elegir en los
t�rminos que dictan las democracias, pero, sin embargo, atravesaron -en gran
medida- el rumbo global, regional e individual, nuestras costumbres y modos de
atravesar, entre otras situaciones, la pandemia vigente.
Es necesario recuperar las riendas de nuestras intenciones
ciudadanas, empezar a profundizar en el funcionamiento de las nuevas
estructuras de dominaci�n de las que se valen las corporaciones y crear formas
de resistencias que propongan la reinvenci�n de lo digital enfocado en lo
social. Hay que correr el velo de la abstracci�n que impera en la web y
desvanece tanto la discusi�n como los espacios de participaci�n, segrega los
discursos y profundiza la liquidez de sociedades que simulan no ir a ninguna
parte mientras siguen siendo condenadas al manejo imperialista de sus
voluntades.
Si bien es cierto que las Redes Sociales permiten el encuentro,
tambi�n facilitan el desencuentro con la misma fuerza.
Pol�ticos y economistas
avisan de los riesgos de esta disgregaci�n. No se sabe qui�n toma las
decisiones ni cu�nto tiempo se sostendr�n, qui�n nos asigna un lugar y un
salario en el mercado de trabajo, qui�n nos perjudica y contra qui�n
revelarnos, qui�n nos habla en los medios y las redes. La incertidumbre se
refuerza, ya vimos, cuando los circuitos algor�tmicos nos despersonalizan. El
uso mercadot�cnico y lejano de sus saberes genera ilusiones de agruparnos como
usuarios y nos decepciona cuando intentamos hacer valer derechos. (G.
Canclini, 2019, p.163)
La despersonalizaci�n ciudadana dentro de las plataformas
digitales genera una alienaci�n basada en el desconocimiento parcial de sus
l�gicas de funcionamiento. Los usuarios nos encontramos en estado de privaci�n y desposesi�n en
tanto no recogemos el valor de los datos que producimos, es decir ignoramos -en
mayor o menor medida- lo que con nuestra interacci�n se est� gestando: los usuarios no tenemos
acceso a nuestros cuerpos de datos.
Apropiarnos de la dimensi�n digital puede ser el puntapi�
propositivo de las ciberciudadan�as despose�das de sus propios datos en vistas
a ensayar otros modos de acci�n. Seguir pensando que nuestro cuerpo es solo
materia ya no lleva a ning�n puerto. Es preciso seguir vali�ndonos de las
herramientas anal�gicas que nos dicta la tradici�n ciudadana; no abandonar el
voto, la militancia, la asamblea, el encuentro, a sabiendas que son espacios
que nos han tra�do triunfos hist�ricos estrat�gicos en materia de comunicaci�n
como lo fue, en su
momento, la elaboraci�n colectiva y democr�tica de una Ley de Servicios de Comunicaci�n
Audiovisual pionera en nuestro pa�s. No obstante, los tiempos dictan nuevas
necesidades en direcci�n a la recuperaci�n de la dimensi�n digital ciudadana en
tanto es la que propici� el nacimiento de un segundo cuerpo cada vez m�s
grande, complejo y privatizado.
Recuperar la propiedad de nuestros cuerpos de datos es una
cuesti�n intr�nsecamente pol�tica. Son ellos los que por fuera de nosotros mismos est�n promoviendo consumos y comportamientos, productos y
candidatos. La privatizaci�n de esta dimensi�n del ser expropi� las antiguas
respuestas, pero entendemos que el momento hist�rico invita a proponer nuevas
preguntas, desde lo colectivo, que apunten a construir nuevas y mejores
soberan�as ciudadanas en el Sur, para el Sur.
Sino, solo nos quedar� resistir.
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