TEJIDOS DE COMUNIDAD:
ETNOGRAFÍA CRÍTICA Y COMUNICACIÓN
POPULAR EN EL BARRIO JERUSALÉN
FABRICS OF COMMUNITY: CRITICAL ETHNOGRAPHY AND
POPULAR COMMUNICATION IN THE JERUSALEM
NEIGHBORHOOD
John Hames Cardona Martínez
Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia
pág. 5424
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i4.19167
Tejidos de Comunidad: Etnografía Crítica y Comunicación Popular en el
Barrio Jerusalén
John Hames Cardona Martínez
1
miradorespopulares@gmail.com
https://orcid.org/0009-0006-0374-3135
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Bogotá, Colombia
RESUMEN
Este artículo presenta una investigación etnográfica crítica sobre las prácticas comunicativas del barrio
Jerusalén, sector Paraíso (Ciudad Bolívar, Bogotá), desarrollada en el marco del Doctorado en Estudios
Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, en la línea de Comunicación, lenguajes
estéticos y cultura. A partir de una metodología colaborativa, situada y afectiva, se propone la categoría
de miradores populares como una herramienta analítico-sensorial para interpretar cómo las
comunidades populares producen memoria, agencia y resistencia desde sus propias formas de narrarse.
El trabajo articula múltiples herramientas cualitativas relatos de vida, caminatas de memoria, círculos
de diálogo, talleres performativos y análisis de archivos audiovisuales en estrecha colaboración con
tres comunidades base (niñez y juventud, adultos mayores y líderes locales), que confluyen en una
comunidad mixta de análisis colectivo. La investigación da cuenta de una genealogía comunicativa
barrial que transita desde tecnologías analógicas (voz, carteles, radio comunitaria) hasta plataformas
digitales (WhatsApp, TikTok, YouTube), evidenciando tanto apropiaciones creativas como tensiones
emergentes: brechas digitales, pérdida de arraigo territorial, manipulación informativa y apatía política.
Palabras clave: tejidos comunidad, etnografía crítica, comunicación, popular
1
Autor principal
Correspondencia: miradorespopulares@gmail.com
pág. 5425
Fabrics of Community: Critical Ethnography and Popular Communication
in the Jerusalem Neighborhood
ABSTRACT
This article presents a critical ethnographic investigation into the communicative practices of the
Jerusalén neighborhood, Paraíso sector (Ciudad Bolívar, Bogotá), developed within the framework of
the Doctorate in Social Studies at the Francisco José de Caldas District University, in the area of
Communication, Aesthetic Languages, and Culture. Using a collaborative, situated, and affective
methodology, the category of popular viewpoints is proposed as an analytical-sensory tool to interpret
how popular communities produce memory, agency, and resistance through their own narratives. The
work articulates multiple qualitative toolslife stories, memory walks, dialogue circles, performative
workshops, and analysis of audiovisual archivesin close collaboration with three grassroots
communities (children and youth, older adults, and local leaders), which come together in a mixed
community of collective analysis. The research reveals a genealogy of neighborhood communication
that ranges from analog technologies (voice, posters, community radio) to digital platforms (WhatsApp,
TikTok, YouTube), revealing both creative appropriations and emerging tensions: digital divides, loss
of territorial roots, information manipulation, and political apathy.
Keywords: community fabrics, critical ethnography, communication, popular
Artículo recibido 22 julio 2025
Aceptado para publicación: 26 agosto 2025
pág. 5426
INTRODUCCIÓN
Este artículo surge en el marco del Doctorado en Estudios Sociales de la Universidad Distrital Francisco
José de Caldas, específicamente dentro de la línea de investigación en Comunicación, lenguajes
estéticos y cultura. El texto se deriva de la tesis doctoral Miradores Populares, una etnografía crítica a
los procesos comunicativos en el barrio Jerusalén, en la localidad de Ciudad Bolívar (Bogotá,
Colombia). Allí confluyen memorias, prácticas y formas de comunicación propias, que emergen como
alternativas frente a la transformación mediática en red, tejidas en la cotidianidad de un territorio que
resiste siendo voz y cuerpo colectivo.
En este contexto, se propone la categoría de Miradores Populares como una estrategia analítico-
sensorial que invita a ver con otros ojos y desde otros lugares. No se trata simplemente de un punto
elevado en el paisaje urbano, sino de una posición epistémica, afectiva y política desde donde se siente,
se piensa y se nombra el mundo. El Mirador Popular es trinchera y faro; es memoria encarnada en las
cuestas del barrio y en las voces que no bajan la mirada. Este dispositivo conceptual articula
dimensiones sensoriales, espaciales y simbólicas para comprender cómo las comunidades populares
construyen una agencia colectiva, produciendo nuevos sentidos de pertenencia cargados de afecto,
historia y lucha en el territorio.
La propuesta metodológica se enmarca en una etnografía crítica de corte colaborativo. Como plantea
Madison (2012), “la etnografía crítica no observa a los otros desde lejos, sino que se implica en las
condiciones históricas que producen la injusticia, y toma posición ética en su contra” (p. 5). Aquí, la
comunicación no se asume como un canal neutro de transmisión, sino como una práctica insurgente,
una forma de hacer memoria, comunidad y política desde lo cotidiano. En esta propuesta, la
comunicación popular se comprende como una forma de resistencia y de construcción de lo común,
donde los lenguajes emergentes del territorio configuran sentidos colectivos frente a la desposesión, la
estigmatización y el olvido. Como afirmaba Martín-Barbero (1987), “el conflicto fundamental no está
entre medios y usuarios, sino entre distintas maneras de habitar la cultura y de producir sentido” (p. 32).
A través de la categoría Miradores Populares, se plantea que mirar no es un acto inocente ni pasivo: es
un gesto político, una forma de habitar críticamente el territorio y de resistir las lógicas del colonialismo
digital que impone modos hegemónicos de ver, nombrar y representar la vida en la ciudad.
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En este sentido, mirar desde el barrio es también reapropiarse de la posibilidad de narrarse, de producir
otros mapas, otras estéticas y otras memorias. En palabras de Berger (2000), “ver precede a las palabras.
El niño mira y reconoce antes de poder hablar” (p. 7); así, mirar desde abajo implica reconocer desde
otro lugar, antes de que la palabra hegemónica imponga su relato.
Este artículo reconstruye el camino metodológico, teórico y comunitario que dio forma a esta propuesta,
articulando voces, relatos y afectos que emergen desde el suelo barrial. Es así como se propone aquí un
marco para comprender cómo las prácticas comunicativas inscritas en los territorios marginados se
convierten en formas de lucha socioespacial por el reconocimiento, la justicia y la vida digna.
DESARROLLO
Tejer en comunidad: etnografía crítica y herramientas para un conocimiento situado
Tejer en comunidad no es solo entrelazar hilos, sino que se entrelazan vidas, memorias y resistencias.
Es una práctica ancestral en nuestro pueblo y hoy en esta investigación está presente, donde cada
símbolo comunica, cada palabra recuerda, cada imagen sostiene. En los barrios populares, tejer se
vuelve verbo colectivo: se tejen sueños en la esquina, se tejen amistades en la olla comunitaria, se tejen
relatos en los mensajes de WhatsApp, se tejen abrazos en los like y en los emoticones.
La investigación desde este enfoque es una apuesta metodológica comprometida con la transformación
social, el descentramiento epistémico y la coproducción del conocimiento junto a las comunidades. Se
asume una perspectiva situada, afectiva y política, donde la práctica investigativa no se concibe como
un ejercicio neutro de observación, sino como una implicación profunda con los territorios, sus historias
y sus lenguajes.
Para poder mirar desde los Miradores Populares se debe acudir a una etnografía crítica, comprometida,
reflexiva y colaborativa que interpela las formas tradicionales de la etnografía descriptiva.
No se trata de representar a los sujetos ni de hablar en su nombre, sino de construir con ellos una
interpretación encarnada del mundo social. Esta perspectiva, inspirada en los aportes de D. Soyini
Madison (2012) y Joanne Rappaport (2008), nos invita a descentrar la mirada hegemónica del
investigador para abrir paso a un diálogo de saberes desde la experiencia vivida, los cuerpos y el
territorio. En esta línea, el trabajo de campo en el barrio Jerusalén se configuró como un proceso de
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vinculación prolongada y afectiva, donde el acto de mirar no fue neutro, sino un posicionamiento
político.
Mirar desde los Miradores Populares no significó observar desde arriba, sino acompañar desde adentro:
caminar con otros, conversar en las esquinas, compartir silencios y participar en los temas cotidianos
que sostienen la vida del barrio.
La metodología se construyó desde la práctica, en constante tensión creativa con el territorio. Se usaron
herramientas, propias de la investigación cualitativa, fueron adaptadas y resignificadas desde las
dinámicas del barrio:
Relatos de vida: se compartió con los fundadores del barrio Jerusalén, reconstruyendo historias y
se escudriñando sobre su apropiación del territorio.
Entrevistas abiertas: fueron hechas a personas que han inspirado modos de vida alternativos al
modelo capitalista: apuestas artísticas, huertas comunitarias, economías solidarias y pedagogías
alternativas.
Círculos de diálogo: dentro de las herramientas más significativas en esta investigación, está el
dialogo de las comunidades mixtas de aprendizaje, fue un trabajo de análisis crítico de nuestra
historia con mujeres, jóvenes y adultos mayores, donde la ciudad, el cuerpo y la pertenencia
emergen como territorios de reflexión y disputa.
Caminatas de memoria y archivo oral junto al grupo de adultos mayores Pauminga, verdaderos
guardianes de la memoria y la resistencia se realizaron caminatas a la zona rural de Ciudad Bolívar
con el fin de incentivar el dialogo y generar un archivo oral de la memoria.
Talleres performativos se realizaron apuestas artísticas con el colectivo de niños y jóvenes
Melcocha, donde la palabra, el cuerpo y el juego fueron lenguajes que narran el barrio desde la
creación.
Análisis de archivos audiovisuales con el uso de las redes sociales se presentaron fotos y videos
que documentan la historia barrial, la autoconstrucción del territorio y las transformaciones del
barrio.
Una de las apuestas más significativas fue la creación del canal de YouTube BIOTK (bios vida y
tekhné técnica/arte), una plataforma colaborativa que articula archivo, creación y visibilización
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comunitaria. BIOTK no solo documenta, sino que activa procesos de memoria, identidad y enunciación
desde los propios actores del barrio.
El diseño metodológico emergió en el vínculo con los vecinos, en las conversaciones y en los afectos
compartidos. La investigación se volvió, así, una forma de hacer comunidad, de fortalecer procesos en
marcha y de imaginar futuros comunes.
Como advierte Haraway (1988), todo conocimiento está situado: encarnado, tejido por afectos, cuerpos,
geografías y memorias. En coherencia con esta mirada, la producción metodológica se concibe aquí
como un entramado de experiencias compartidas, donde el investigador no observa desde fuera, sino
que participa desde dentro, como cuerpo implicado en la construcción del sentido. Los miradores
populares, en este marco, no son simples metáforas analíticas: son lugares vivos donde se produce visión
crítica, memoria encarnada y agencia comunitaria.
Tejer es más fácil si lo hacemos juntos: comunidades de investigación en el barrio Jerusalén
Siguiendo esta perspectiva, la investigación se articuló a través de comunidades de investigación,
entendidas como espacios sociales y simbólicos donde emergen sentidos colectivos en torno a la
comunicación, el territorio y la vida barrial.
Estas comunidades no fueron objeto de estudio, sino sujetos coproductores del conocimiento. Como
señala Rappaport (2008), “el conocimiento no es algo que el investigador extrae, sino algo que se
construye en el diálogo y en la práctica compartida” (p. 20).
Bajo esta premisa, la indagación se configuró como un entramado metodológico colaborativo, ético y
situado, donde el análisis no se impuso desde fuera, sino que emergió en la conversación, la escucha y
la creación conjunta.
Se identificaron tres comunidades base, con las que se desarrollaron procesos diferenciados de escucha,
co-análisis y elaboración narrativa:
Comunidad 1 Melcocha: conformada por niños, niñas y jóvenes vinculados a prácticas artísticas,
expresivas y culturales. Este colectivo permitió explorar las estéticas juveniles, la apropiación
simbólica del barrio y las formas emergentes de enunciación desde el juego y la creatividad.
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Comunidad 2 Pauminga: grupo de adultos mayores que se reúne cotidianamente para realizar
actividades físicas y comunitarias. Son depositarios de una memoria barrial profunda y agentes de
resistencia afectiva, histórica y política.
Comunidad 3 Grupo de Referentes: habitantes del barrio que han liderado procesos organizativos,
culturales o políticos. Constituyen una clave para comprender las disputas simbólicas en torno al
sentido de lo común, la comunicación popular y la vida como forma de resistencia territorial.
A partir del diálogo sostenido con estas comunidades, se conformó una comunidad mixta, integrada por
representantes de los tres espacios. Este grupo funcionó como instancia de análisis colectivo, validación
de sentidos y elaboración compartida de hallazgos. La comunidad mixta no solo articuló saberes
diversos, sino que potenció nuevas formas de enunciación comunitaria, multiplicando las voces del
barrio y ampliando sus horizontes de visibilidad.
Figura 1. Esquema de comunidades de investigación en el proyecto “Miradores Populares”
Fuente: Elaboración propia con base en los fundamentos de la etnografía colaborativa
La figura anterior representa el entramado metodológico que sostiene esta investigación. En la parte
superior se ubica la noción de Miradores Populares como marco epistemológico y político que orienta
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el proceso investigativo. Desde allí se despliegan las tres comunidades base Melcocha, Pauminga y
Referentes que sostienen, nutren y diversifican la mirada crítica sobre el barrio.
En la base del esquema se sitúa la comunidad mixta, como punto de encuentro y articulación. Este
espacio híbrido no es simplemente un grupo de validación, sino una instancia viva de análisis, reflexión
y producción de sentido compartido. Las líneas que conectan las comunidades no son jerárquicas ni
unidireccionales: son flujos de sentido, puentes de diálogo, afectos en movimiento.
Miradores populares: El barrio Jerusalén y la comunicación (1982–2024)
Los miradores populares no son únicamente elevaciones físicas desde donde se contempla la ciudad.
Son lugares simbólicos, relacionales y políticos, desde los cuales las comunidades populares miran,
interpretan y narran su propio territorio.
En el barrio Jerusalén, estos dispositivos de enunciación situada se configuran como formas encarnadas
de producción de sentido, memoria y agencia colectiva. Como afirma Santos (2009), “no hay justicia
social global sin justicia cognitiva global” (p. 22); por ello, mirar desde los márgenes implica no solo
observar, sino también resistir, imaginar y disputar el significado del mundo desde otras coordenadas
epistémicas.
A partir del diálogo con los fundadores del barrio, fue posible reconstruir una historia comunitaria de la
comunicación, marcada por una transición tecnológica que no fue impuesta linealmente desde afuera,
sino que fue vivida, apropiada y resignificada desde lo cotidiano. Entre 1982 y 2024, el proceso
comunicativo del barrio ha transitado de lo analógico informal desde la voz, el cuaderno, el cartel, la
radio comunitaria; a lo digital descentralizado −redes sociales, plataformas, videos comunitarios−.
Esta transición no implicó una sustitución de formatos, sino una superposición de capas temporales,
afectivas y tecnológicas, donde lo viejo y lo nuevo conviven como texturas de una misma matriz
popular. Como lo plantea Huergo (2012), “la comunicación no es la transmisión de información, sino
una forma de vinculación entre sujetos que hacen sentido desde su lugar en el mundo” (p. 64), y en este
sentido, los procesos comunicativos del barrio han sido territorios de experiencia compartida, más que
de modernización tecnológica.
La historia puede leerse como una cartografía mediática, pero cobra mayor sentido cuando se recorre
desde los afectos y los vínculos que han tejido cada etapa. Más que una cronología de tecnologías se
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trata de un mapa de relaciones, memorias y prácticas compartidas. En el siguiente cuadro se sintetizan
las principales etapas de esta trayectoria comunicativa en el barrio Jerusalén.
Tabla 1. Trayectoria comunicativa en el barrio Jerusalén (1982–2024)
Etapa
histórica
Medios utilizados
Características principales
Tipo de vínculo social
19821995
Voz, carteles,
altoparlantes, libreta
Comunicación oral y corporal,
mensajes colectivos, decisiones a
mano alzada
Presencial, comunal, de
proximidad
19962010
Radio comunitaria,
televisión compartida
Emergencia de medios masivos,
prácticas compartidas de
visualización
Semi-colectiva, mediada,
ritualizada
20112017
Celulares, grupos de
WhatsApp
Transición digital, aparición de
brechas tecnológicas
Afectiva, segmentada,
intergeneracional
20182024
Redes sociales (TikTok,
YouTube), BIOTK
Uso masivo de plataformas digitales,
disputa por el sentido
Multipolar, tensionada entre
mercado y comunidad
Fuente: Elaboración propia con base en Martín-Barbero (1987).
Como lo referenciamos en el cuadro anterior cada paso histórico no solo implicó la adopción de nuevas
herramientas, sino también la reformulación del vínculo social y de las formas en que se construye el
sentido colectivo. Desde la comunicación oral de proximidad de los primeros años hasta la circulación
multipolar en plataformas digitales, el barrio ha transitado un camino comunicativo complejo, cargado
de tensiones entre lo comunitario y lo mercantil, entre el cuidado y el algoritmo. Mirar desde los
miradores populares permite comprender este tránsito no como una simple evolución técnica, sino como
una estrategia viva de resistencia, memoria y creación de un mundo propio.
En los primeros años del asentamiento, la comunicación era esencialmente corporal y oral. Las
decisiones colectivas se tomaban a mano alzada; los mensajes urgentes se gritaban por la loma; los
carteles pintados a brocha gorda anunciaban mingas, cortes de agua o celebraciones. El cartel en la
tienda, la lista en la libreta, la visita de vecinos, fueron tecnologías fundamentales de organización
barrial. Era una comunicación de cercanía, de rostro y de cuerpo presente.
Entre las muchas anécdotas que emergen de los relatos del barrio, hay una que resuena con fuerza: la
historia del único teléfono comunitario, aquel que conectaba más que voces. Su uso requería
planificación, paciencia y, sobre todo, organización colectiva.
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Para que las personas supieran cuándo les llamaban o cuándo debían acudir a responder, el barrio ideó
un canal propio: un altoparlante instalado en el salón comunal, desde el cual se hacía un llamado que
resonaba por toda la montaña. “¡Doña Luz Marina! ¡Tiene llamada!”, gritaba con voz clara don Pablo
Moreno, el vecino que asumió el rol de locutor comunitario, conectando voces, afectos y redes de
cuidado. Don Pablo fue, en palabras del barrio, el primer mirador sonoro, cuyo rol no solo era funcional,
sino profundamente simbólico.
Ver televisión también fue, en sus inicios, un privilegio compartido. Los niños se organizaban por
cuadras y se reunían en las casas donde había televisor. Era frecuente ver parches (grupos de niños)
congregados frente a una novela, una película o un noticiero, y luego comentar lo visto al día siguiente.
Estos encuentros no eran solo recreativos: eran espacios de socialización, aprendizaje y construcción
cultural colectiva. En palabras de Debord (1999), “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino
una relación social entre personas, mediatizada por imágenes” (p. 14). En ese entonces, mirar juntos no
era un acto pasivo: era una forma de pensar el mundo desde lo audiovisual y desde lo compartido.
Con el tiempo, la incorporación de nuevas tecnologías trajo consigo nuevas brechas. Tras la
generalización del acceso al teléfono, comenzó una nueva etapa: la de la interacción en red. Al principio,
solo unos pocos contaban con dispositivos adecuados y conocimientos técnicos. Las personas mayores,
especialmente, mostraban cierta resistencia a abandonar sus celulares básicos, conocidos popularmente
como la flecha. Sin embargo, con paciencia, humor y acompañamiento, no solo adoptaron el
smartphone, sino que se apropiaron de él, integrándolo a sus rutinas cotidianas como una nueva forma
de comunicarse, cuidar y estar presentes.
Es particularmente revelador cómo los adultos mayores convirtieron WhatsApp en un medio afectivo y
de cuidado del otro. Las cadenas de mensajes religiosos, los saludos matutinos y las oraciones
compartidas no fueron simples reenvíos: fueron tejidos de ternura, consuelo y presencia. Además, esta
población ha privilegiado el uso del mensaje de voz por encima de la escritura, transformando el canal
digital en una extensión oralizada del cuerpo.
Así, la tecnología no homogeneizó: fue resignificada en clave generacional y territorial. Como advierte
Zuboff (2019), “lo que se ofrece como una experiencia personalizada es en realidad una arquitectura de
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extracción” (p. 377), lo que obliga a pensar estas prácticas no solo como apropiaciones, sino también
como negociaciones dentro de un ecosistema diseñado para capturar y monetizar la vida cotidiana.
Mientras tanto, los jóvenes navegan con soltura lo digital. Plataformas como TikTok se convirtieron no
solo en espacios de entretenimiento, sino también de información y reconocimiento. Muchos sueñan
con convertirse en influencers, generar ingresos por visualizaciones y alcanzar visibilidad en escenarios
globales. Este deseo de reconocimiento reformula los referentes culturales: aprender bailes, retos virales
o canciones de moda desplaza a veces, el interés por los saberes tradicionales del barrio.
Este giro plantea interrogantes profundos: ¿qué ocurre con la memoria barrial cuando lo algorítmico se
vuelve aspiracional? ¿Cómo disputar sentido en un ecosistema donde el brillo de la pantalla tiende a
borrar el relato territorial?
Frente a esto, iniciativas como el canal comunitario BIOTK emergen como formas de contra-narración.
Más que una vitrina digital, BIOTK es un archivo vivo, una apuesta por contar la historia del barrio con
voz propia. Allí no se responde al algoritmo, sino al deseo de dejar huella. Es, como plantea Castells
(2009), “una forma de comunicación en la que los emisores son también receptores, y donde los
contenidos se autogeneran y autoseleccionan por quienes los producen” (p. 70). En este sentido, BIOTK
no solo documenta, sino que crea mundos, forja memoria y disputa sentido.
En suma, la historia de la comunicación en Jerusalén no puede entenderse al margen de sus luchas
territoriales. Cada etapa tecnológica ha sido leída, adaptada o resistida según las necesidades
organizativas del momento. Mirar desde los miradores populares permite comprender este tránsito no
como una simple evolución técnica, sino como una estrategia comunitaria de supervivencia,
reconocimiento y creación de un mundo propio.
Tejer con colores: Mutación y reconfiguración en la vida social del barrio
El recorrido por la genealogía comunicativa del barrio Jerusalén muestra que la vida social no
permanece fija: muta, se reconfigura y encuentra nuevas formas de sostenerse en medio de
transformaciones estructurales, tecnológicas y culturales. Estas mutaciones no son meras adaptaciones
técnicas, sino procesos profundos de resignificación en los modos, medios y sentidos a través de los
cuales se crean, mantienen y proyectan los vínculos sociales.
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La categoría de miradores populares permite comprender estas transformaciones no como pérdida ni
ruptura, sino como reacomodos simbólicos, políticos y sensoriales. Allí donde la ciudad impone
desplazamientos, despojos o digitalizaciones forzadas, el barrio inventa alternativas: reinventa la
conversación, despliega la memoria, resignifica la tecnología, reconstituye el vínculo. Mirar desde los
márgenes no es una posición periférica: es una forma de resistencia epistemológica.
La vida comunitaria ha mutado del grito al parlante, del cartel a la cadena de WhatsApp, del encuentro
cara a cara al mensaje de voz. Cada etapa comunicativa ha sido, simultáneamente, una forma de sostener
el lazo social. Pero estas transformaciones traen también tensiones nuevas, a veces sutiles, a veces
punzantes. La irrupción de plataformas como TikTok, con su lógica algorítmica de velocidad y
fugacidad, ha reconfigurado los referentes culturales de las nuevas generaciones. El deseo de ser
influencer convive con la memoria de la olla comunitaria, el mural y la asamblea.
Estas tensiones no son amenazas puras. Son síntomas de una vida barrial en constante negociación entre
lo heredado y lo emergente. La comunidad no opone lo nuevo a lo viejo: articula ambas temporalidades
en formas híbridas, donde la comunicación popular deviene campo de disputa simbólica, pero también
de creatividad cotidiana.
Casos como el canal BIOTK muestran mo las tecnologías digitales pueden ser reapropiadas como
estrategia política de memoria. Lo mismo ocurre con el uso de WhatsApp entre adultos mayores, o con
los círculos de diálogo intergeneracional que tejen puentes entre palabras analógicas y códigos digitales.
En todos los casos, lo que está en juego es la capacidad del barrio para narrarse desde sí mismo.
En este escenario emergen tensiones clave que marcan la vida social del presente:
Tensiones emergentes en la vida social del barrio
Niñez desconectada y exclusión digital: Ver niños jugando en la calle puede parecer una postal
nostálgica, pero también habla de desigualdad. Muchos están allí porque no hay conexión en casa,
lo que limita su alfabetización digital futura y profundiza brechas existentes.
Soledad en red: Algunos adultos relatan una extraña paradoja: estar más conectados, pero sentirse
más solos. Las conversaciones cara a cara han cedido espacio a los mensajes cortos y silencios
prolongados.
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Pérdida de tiempo en redes sociales: El uso excesivo de TikTok o Instagram genera rutinas de
consumo pasivo, donde las horas se esfuman en desplazamientos sin destino. Muchos reconocen
estar “desconectados del entorno” mientras están en línea.
Falta de identidad y arraigo territorial: Las nuevas generaciones, absorbidas por contenidos
globales, conocen poco sobre la historia del barrio, sus símbolos, sus luchas. El vínculo con el
territorio se diluye ante la sobreoferta de imágenes externas.
Infancias digitalizadas: Es común ver a bebés con pantallas en la mano. Aunque comprensible en
contextos de sobrecarga parental, esto plantea preguntas sobre el desarrollo del lenguaje, la atención
y la imaginación.
Apatía política: Se percibe una creciente indiferencia ante la realidad nacional. Las redes, lejos de
politizar, saturan con información trivial, generando una ciudadanía pasiva y fragmentada.
Manipulación y pérdida del pensamiento crítico: La velocidad y el volumen informativo debilitan
la capacidad de análisis. Las fake news, los discursos polarizantes y la información sensacionalista
circulan sin filtros, erosionando el pensamiento crítico.
Después de tener los primeros hallazgos proponemos leer estas tensiones a la luz de pensadores
contemporáneos del campo crítico para nuestra investigación tomamos a:
La Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Marcuse) ya había denunciado que la industria
cultural tiende a uniformar la conciencia y neutralizar la crítica. En contextos como Jerusalén, esta
advertencia resuena con fuerza: la cultura de masas penetra sin filtros, desplazando el relato propio.
Guy Debord (1999) alertó sobre la sociedad del espectáculo, donde la vida se convierte en
representación. El deseo de influenciar, la búsqueda de visibilidad y la apatía política juvenil son
síntomas de esa lógica espectacularizada que trivializa lo común.
Pierre Lévy (2007) propone que las tecnologías digitales pueden potenciar la inteligencia colectiva,
siempre que existan condiciones de participación justa. En Jerusalén, la brecha digital impide que
esa inteligencia se despliegue equitativamente.
Manuel Castells (2009) advierte que vivimos en una cultura de la virtualidad real, donde el poder
circula en los flujos simbólicos. La sobreexposición a redes y el aislamiento digital no son
anécdotas: son parte del diseño estructural del capitalismo informacional.
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Shoshana Zuboff (2019) plantea el concepto de capitalismo de la vigilancia, donde las plataformas
capturan datos y modelan comportamientos. La pérdida del pensamiento crítico, en este marco, no
es una falla: es un efecto planificado.
A modo de síntesis, el siguiente cuadro presenta los conceptos clave y los aportes principales de estos
autores, en diálogo con la experiencia comunicativa del barrio Jerusalén:
Figura 3. Aportes teóricos para comprender la mutación comunicativa en contextos populares
Autor / corriente
Escuela de Frankfurt (s. XX)
Paulo Freire (1970)
Guy Debord (1999)
Pierre Lévy (2007)
Manuel Castells (2009)
Shoshana Zuboff (2019)
Fuente: Elaboración propia a partir de los teóricos mencionados
Este marco teórico no busca imponer categorías externas, sino abrir un campo de interpretación crítica
que permita leer las prácticas comunicativas del barrio no como reacciones pasivas al cambio
tecnológico, sino como respuestas creativas y políticas frente a estructuras que intentan imponer
sentidos desde fuera. En esa tensión entre lo global y lo comunitario, entre el dato y la experiencia, entre
el algoritmo y el cuerpo, se gesta una comunicación otra: situada, sensible y profundamente humana.
Paulo Freire (1970) nos recuerda que “nadie educa a nadie, nadie se educa solo, los hombres se educan
entre con la mediación del mundo” (p. 73). Para Freire, nombrar el mundo no es un acto técnico, sino
político: una forma de resistencia frente a la opresión. En Jerusalén, mirar, hablar, grabar o compartir
no son actos inocentes: son prácticas de lectura crítica del territorio y de construcción colectiva del
sentido. La comunicación popular, en este sentido, se convierte en pedagogía liberadora, en una forma
de “decir su palabra” ante la historia. Los miradores populares son expresión de esa agencia: espacios
donde el territorio se piensa, se recuerda y se proyecta.
En este sentido, la mutación no es solo tecnológica: es también estética, afectiva y política. La vida del
barrio se reconfigura a partir de los modos de comunicar, en una tensión permanente entre lo que se
impone desde el mercado global y la potencia del nosotros. El reto, no es preservar lo antiguo por
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nostalgia ni celebrar lo nuevo por moda, sino construir lenguajes propios que hagan justicia a la
complejidad de la vida urbana y popular.
CONCLUSIONES
Mirar desde los márgenes, narrar desde adentro
Este recorrido por los procesos comunicativos del barrio Jerusalén, sector Paraíso, ha permitido
reconstruir una historia viva de mutaciones y reconfiguraciones en la vida barrial, leída desde la
sensibilidad etnográfica y la escucha situada. A lo largo de más de cuatro décadas (19822024), la
comunidad ha transitado desde formas analógicas de comunicación carteles, parlantes, radio
comunitaria hacia un ecosistema digital que, si bien abre nuevas posibilidades, también intensifica
desigualdades, brechas generacionales y disputas simbólicas.
Como advierte Castells (2009), “el poder reside en la capacidad de construir la realidad, de influir en la
mente de las personas a través de los flujos de comunicación” (p. 70).
En este tránsito, la categoría de miradores populares, construida en diálogo con el territorio, permitió
interpretar estas transformaciones no como rupturas tecnológicas aisladas, sino como procesos
relacionales donde la mirada, la memoria, la palabra y el vínculo se reconfiguran en medio de la
precariedad estructural. Los miradores no son solo puntos desde donde se observa: son posiciones
éticas, afectivas y políticas desde las cuales se enuncia, se resiste y se sueña colectivamente el derecho
a narrarse.
Entre los hallazgos más reveladores está la forma en que la comunidad resignifica la tecnología desde
sus propias prácticas. El uso de WhatsApp por parte de los adultos mayores se transforma en espacio
de sociabilidad oral y espiritual. El deseo juvenil de visibilidad en TikTok revela nuevas formas de
agencia simbólica, y el canal BIOTK demuestra que la tecnología puede ser archivo de memoria, y no
solo plataforma de consumo. Como plantea Zuboff (2019), “lo que está en juego es nada menos que la
naturaleza humana en la próxima fase del capitalismo” (p. 377).
Sin embargo, este mismo tránsito evidencia tensiones profundas: exclusión digital infantil, aislamiento
en red, pérdida de arraigo territorial, manipulación informativa y apatía política. Estas condiciones no
son síntomas individuales, sino expresiones de lógicas estructurales que fragmentan el tejido
comunitario y erosionan la capacidad crítica de los sectores populares. Como alertó Debord (1999), “el
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espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizada por
imágenes” (p. 14).
A pesar de ello, el barrio Jerusalén florece en resistencias mínimas pero poderosas. Wilson, artista
plástico, camina desde niño al margen del sistema capitalista, tejiendo su vida con los hilos del arte, la
autonomía y la dignidad. Milton, guitarrista y maestro, entrega su saber a niños y jóvenes, sembrando
en ellos la posibilidad de transformar el mundo a través de la música. Chepe, trompetista de alma alegre
y compromiso profundo, no solo celebra la vida con su instrumento, sino que convoca a la reflexn, al
cuidado mutuo, a una ética del buen vivir barrial. Estas vidas son miradores encarnados: formas
sensibles y resistentes de narrar otra posibilidad de mundo desde el sur.
Los aportes de esta investigación son múltiples. En lo teórico, se propone una categoría original
miradores populares que articula cuerpo, memoria y enunciación situada como claves para interpretar
la comunicación popular urbana. Como señala Huergo (2012), “la comunicación no es un puente entre
emisor y receptor, sino una práctica social situada” (p. 64). En lo metodológico, se valida la potencia
de una etnografía crítica, afectiva y colaborativa. Y en lo político, se visibilizan prácticas insurgentes
que, incluso en medio de la precariedad, sostienen la vida colectiva. Como bien expresó Kaplún (1998),
“comunicar es compartir vida”.
Finalmente, se abre un horizonte de interrogación frente a la incorporación creciente de tecnologías
emergentes como la inteligencia artificial en la vida cotidiana del barrio. ¿Qué relación se tejerá con
estos nuevos dispositivos? ¿Serán herramientas de autonomía o dispositivos de control más
sofisticados? Como advirtieron Adorno y Horkheimer (1944/2007), “la industria cultural perpetúa el
dominio disfrazándolo de entretenimiento”.
Aquí, Paulo Freire (1970) aporta una clave irrenunciable: “nombrar el mundo es un acto de
transformación” (p. 73). En Jerusalén, mirar, hablar, grabar o compartir no son actos técnicos, sino
formas de agencia popular frente a la invisibilización histórica. Los miradores populares, en este
sentido, son faros, grietas y umbrales desde los cuales se anuncia lo que ya está siendo: otra
comunicación, otra ciudad, otra historia posible.
pág. 5440
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
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