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su defecto, la entrega correspondiente del trabajo asignado para compensar la inasistencia. Estos
elementos permiten evaluar de forma objetiva el nivel de participación activa del estudiante.
La participación ha sido entendida, desde la teoría de campo de Kurt Lewin (1936), como una expresión
directa de la interacción entre el individuo y su entorno inmediato. En el contexto educativo, esta
interacción se traduce en el involucramiento activo del estudiante en las dinámicas del grupo y en las
actividades propuestas por el facilitador. Operacionalmente, se concibe como la disposición del alumno
para integrarse de forma significativa en el desarrollo de la sesión. Esto puede observarse mediante
conductas específicas, como el levantamiento de la mano para solicitar la palabra o la realización de
intervenciones pertinentes, ya sea a través de preguntas o comentarios que se vinculen de manera clara
con el tema en discusión. Tales conductas permiten valorar no solo la presencia física, sino la calidad
del compromiso cognitivo y social del estudiante.
Los logros, desde la perspectiva de la teoría de fijación de metas de Edwin Locke (1968), representan
la manifestación concreta de la motivación orientada hacia objetivos. Según esta teoría, la intención de
alcanzar una meta específica actúa como un motor central del comportamiento humano. En el ámbito
educativo, los logros se entienden operacionalmente como la obtención de resultados satisfactorios en
las tareas asignadas, reflejando tanto el esfuerzo como la dirección intencionada de la actividad del
estudiante. Estos logros pueden identificarse mediante la evaluación de los productos o desempeños
esperados en las distintas actividades, así como a través del uso de instrumentos de autoevaluación,
como una rúbrica, que permiten al propio estudiante verificar de forma estructurada el cumplimiento de
los objetivos establecidos. Así, se proporciona una evidencia clara del nivel de desempeño alcanzado.
El clima de aprendizaje, desde la perspectiva de la teoría motivación-higiene de Frederick Herzberg
(1959), resalta el papel del entorno como un factor crucial en la satisfacción y el compromiso de las
personas. En el contexto educativo, este clima se refleja en la calidad de las interacciones y de la
comunicación que se establecen durante el proceso de enseñanza-aprendizaje, especialmente en la
relación entre el profesor y los estudiantes. Operacionalmente, el clima de aprendizaje se refiere al
ambiente generado a partir del respeto, la colaboración y la coherencia en las dinámicas grupales. Un
indicador observable de este clima es el seguimiento efectivo de las reglas colectivas previamente