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partir de prácticas reflexivas y colaborativas que se desarrollan en el cotidiano escolar. La conjunción
de esos espacios de formación informal dentro de comunidades de aprendizaje cimenta la
autoevaluación profesional y propicia un proceso de mejora que se retroalimenta continuamente.
Planteamiento del problema
En el día a día de la enseñanza, uno de los mayores desafíos consiste en programar un tiempo fijo, y casi
sagrado, para revisar lo que se hace en el aula. Larrivee (2020) propone que la práctica reflexiva
empodera al docente para interrogar sus propios procedimientos y avanzar de modo permanente, aunque
esa reflexión, rara vez, se convierte en un hábito. Cuando no entra en la agenda cotidiana, el crecimiento
profesional se empanta y la posibilidad de ajustar, al vuelo, el trabajo a las nuevas exigencias del grupo
se esfuma, lo que a la larga menoscaba la calidad del aprendizaje.
La autoevaluación, complementaria a la reflexión, constituye la brújula que permite al docente
identificar lo que hace bien y lo que puede afinar. Hargreaves y Fullan (2020) lo subrayan: la
autoevaluación bien diseñada desarrolla, a la vez, autonomía profesional y un sentido de responsabilidad
hacia la propia formación. Por desgracia, en numerosas instituciones, este ejercicio no se
institucionaliza, y al no hacerlo sistemático, pierde la capacidad para activar transformaciones profundas
en el ejercicio docente.
El trabajo conjunto en comunidades de aprendizaje, por sí mismo, se convierte en un motor potente para
generar saber compartido e innovación en la práctica pedagógica. Tal como advierten Wenger-Trayner
y Wenger-Trayner (2020), el aprendizaje se enmarca aquí en lo social, y el apoyo recíproco, al que se
accede de manera informal, nutre el desarrollo de cada docente. Sin embargo, la carencia de espacios
institucionalizados donde se pueda dialogar y colaborar de manera sistemática limita el crecimiento
orgánico de estas redes, dejándolas a la merced de la voluntad individual.
Para superar esta disyuntiva, es urgente indagar en la conexión que puede establecerse entre una práctica
reflexiva sistemática, la autoevaluación continua y la constitución de comunidades de aprendizaje que
operen en un marco de colaboración real. Al desmenuzar dicha relación, se hará posible concebir rutas
que alimenten una enseñanza crítica, autónoma y, a la vez, fuertemente enraizada en la comunidad,
maximizando el impacto sobre los procesos de aprendizaje que se desarrollan en el aula cada día.
El problema central se encuentra en cómo articular la práctica reflexiva, la autoevaluación y las