EL PAPEL DE LA FAMILIA Y LOS
CUIDADORES EN EL BIENESTAR
DEL ADULTO MAYOR
THE ROLE OF FAMILY AND CAREGIVERS IN
THE WELL-BEING OF OLDER ADULTS
Alicia Morales Iturio
Universidad Autónoma del Estado de Guerrero, México
Blanca Estela Sánchez Jaimes
Universidad Autónoma del Estado de Guerrero, México
pág. 11239
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i4.19707
El Papel de la Familia y los Cuidadores en el Bienestar del Adulto Mayor
Alicia Morales Iturio1
profesmx2023@outlook.es
https://orcid.org/0000-0002-4428-5998
Universidad Autónoma del Estado de Guerrero
México
Blanca Estela Sánchez Jaimes
blancasanchezjaimes@hotmail.com
https://orcid.org/0009-0007-7939-0193
Universidad Autónoma del Estado de Guerrero
México
RESUMEN
El envejecimiento poblacional constituye uno de los desafíos sociales y sanitarios más relevantes del
siglo XXI, lo que exige repensar el papel de la familia y los cuidadores en la promoción del bienestar
integral del adulto mayor. Este estudio cualitativo, realizado en el municipio de Taxco, Guerrero,
exploró las experiencias y percepciones de adultos mayores y sus cuidadores, identificando las
dimensiones físicas, emocionales, sociales y cognitivas que conforman el bienestar en la vejez. Los
resultados evidencian que la familia y los cuidadores representan el principal soporte en la vida
cotidiana de las personas mayores, favoreciendo la adherencia a tratamientos médicos, el
acompañamiento afectivo y la integración social. También se constató la presencia de sobrecarga,
desgaste físico y emocional en los cuidadores, especialmente en contextos donde los recursos
familiares y comunitarios son limitados. Los hallazgos confirman que el bienestar del adulto mayor y
el de los cuidadores son interdependientes, y que la calidad del cuidado depende de la fortaleza de las
redes familiares y comunitarias. Se concluye que el cuidado debe ser concebido como un derecho
social y una responsabilidad compartida entre la familia, la comunidad y el Estado, en consonancia
con los enfoques contemporáneos de envejecimiento activo y cuidados de larga duración.
Palabras clave: adulto mayor, bienestar, cuidadores, envejecimiento activo, apoyo social
1
Autor principal
Correspondencia: profesmx2023@outlook.es
pág. 11240
The role of Family and Caregivers in the Well-Being of Older Adults
ABSTRACT
Population aging is one of the most significant social and health challenges of the 21st century,
requiring a rethinking of the role of family and caregivers in promoting the overall well-being of older
adults. This qualitative study, conducted in the municipality of Taxco, Guerrero, explored the
experiences and perceptions of older adults and their caregivers, identifying the physical, emotional,
social, and cognitive dimensions that shape well-being in later life. Findings reveal that families and
caregivers are the primary source of support in the daily lives of older adults, fostering adherence to
medical treatments, emotional companionship, and social integration. The study also identified
caregiver burden, physical and emotional exhaustion, especially in contexts where family and
community resources are limited. Results confirm that the well-being of older adults and caregivers is
interdependent, and that the quality of care depends on the strength of family and community
networks. It is concluded that care should be conceived as a social right and a shared responsibility
among families, communities, and the State, in line with contemporary approaches to active aging and
long-term care.
Keywords: older adults, well-being, caregivers, active aging, social support
Artículo recibido 22 julio 2025
Aceptado para publicación: 25 agosto 2025
pág. 11241
INTRODUCCIÓN
Antecedentes
El envejecimiento poblacional constituye uno de los fenómenos demográficos y sociales más
significativos del siglo XXI. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que, para el año
2050, una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años, lo cual plantea retos sin
precedentes en los sistemas de salud, en las estructuras sociales y en la dinámica familiar (World
Health Organization [WHO], 2021). Este cambio demográfico no solo representa un incremento en la
esperanza de vida, sino que exige repensar la manera en que las sociedades responden a las
necesidades físicas, emocionales y sociales de las personas mayores. Como señala Harper (2019), el
envejecimiento es un triunfo de la humanidad en términos de longevidad, pero también un desafío
para garantizar calidad de vida en la vejez.
En este contexto, el papel de la familia y los cuidadores adquiere un lugar central. Tradicionalmente,
la familia ha sido considerada el principal soporte del adulto mayor, garantizando no solo su cuidado
físico, sino también su integración social, su sentido de pertenencia y su bienestar emocional
(Arriagada, 2018). Las transformaciones socioculturales actuales como la reducción del tamaño de los
hogares, la migración, el aumento de mujeres en la fuerza laboral y la diversificación de modelos
familiares han modificado de manera significativa las formas de cuidado (Comisión Económica para
América Latina y el Caribe [CEPAL], 2020). Según Bengtson y Settersten (2016), los vínculos
intergeneracionales son hoy más frágiles, lo que reconfigura la manera en que los mayores reciben
apoyo en diferentes contextos culturales.
El bienestar del adulto mayor, entendido desde una perspectiva integral, implica mucho más que la
ausencia de enfermedad. Comprende dimensiones emocionales, sociales, espirituales y económicas,
todas ellas influenciadas por la red de apoyo que rodea a la persona (Fernández-Ballesteros, 2019). La
familia y los cuidadores, ya sean formales o informales, representan los pilares fundamentales en la
construcción de estas redes. No obstante, el grado de involucramiento, la calidad de las interacciones
y los recursos disponibles pueden marcar la diferencia entre un envejecimiento activo y satisfactorio o
un proceso asociado a la dependencia, el aislamiento y la vulnerabilidad (Torres & Garrido, 2017).
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Desde mi perspectiva, el reto principal no radica únicamente en la provisión de cuidados, sino en la
capacidad de las familias y comunidades para reconocer al adulto mayor como sujeto de derechos y
no solo como receptor de asistencia.
El cuidado a las personas mayores no es un fenómeno nuevo. A lo largo de la historia, diversas
culturas han desarrollado formas específicas de atender y acompañar a sus adultos mayores. En
sociedades tradicionales, se reconocía a las personas de edad avanzada como portadoras de sabiduría
y experiencia, ocupando un lugar privilegiado dentro de la familia y la comunidad (Levy, 2017). En
estos contextos, el cuidado era una responsabilidad natural de los hijos y nietos, quienes veían en la
atención a los mayores no solo un deber moral, sino también un acto de reciprocidad y gratitud. No
obstante, estudios recientes muestran que la modernidad ha generado tensiones entre estas prácticas
tradicionales y las nuevas realidades familiares (Phillipson, 2020).
En contraste, las sociedades modernas han experimentado cambios estructurales que impactan
directamente en el rol de la familia. El proceso de urbanización, la migración hacia centros urbanos y
la inserción de las mujeres en el mercado laboral han reducido la capacidad de las familias para
brindar cuidado directo y permanente (Arriagada, 2018). Esto ha favorecido la emergencia de
cuidadores formales, instituciones de atención geriátrica y redes comunitarias de apoyo. En muchos
países, particularmente en América Latina, la familia sigue siendo la principal fuente de cuidado, lo
que genera tensiones y retos importantes en la distribución de responsabilidades y en el acceso a
recursos (CEPAL, 2020). A esto se suma que, como advierten Stone y Bryant (2019), la falta de
políticas de apoyo genera un escenario de desigualdad, donde las mujeres suelen cargar con la mayor
parte de las tareas de cuidado.
En el presente, el envejecimiento ya no puede abordarse únicamente desde una visión biomédica. La
OMS y otros organismos internacionales han promovido el concepto de “envejecimiento activo”, el
cual subraya la importancia de mantener la autonomía, la participación social y la calidad de vida de
las personas mayores (WHO, 2015).
Dentro de este enfoque, la familia y los cuidadores son actores clave, pues facilitan o limitan la
posibilidad de alcanzar estas metas.
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En mi opinión, el gran desafío es encontrar un equilibrio entre los apoyos institucionales y el rol de la
familia, de modo que el cuidado no recaiga de manera exclusiva sobre los hogares, sino que sea
compartido como una responsabilidad social colectiva.
La literatura científica resalta que el apoyo familiar influye en múltiples dimensiones del bienestar. A
nivel físico, los cuidadores ayudan en actividades de la vida diaria, administración de medicamentos y
asistencia en citas médicas. A nivel emocional, constituyen una fuente de compañía, seguridad
afectiva y motivación. En el ámbito social, fomentan la integración del adulto mayor en actividades
comunitarias, evitando el aislamiento y la soledad (Pinquart & Sörensen, 2019). Finalmente, desde
una perspectiva económica, la familia frecuentemente asume los costos asociados al cuidado, lo que
en ocasiones genera cargas financieras significativas (Organisation for Economic Co-operation and
Development [OECD], 2021).
Este papel no está exento de dificultades. El cuidado prolongado puede provocar desgaste físico y
emocional en los cuidadores, conocido como “síndrome del cuidador”, caracterizado por estrés,
ansiedad, depresión y problemas de salud (Zarit, 2018). Además, cuando los recursos familiares son
limitados, pueden presentarse situaciones de negligencia, maltrato o abandono del adulto mayor
(Organización de las Naciones Unidas [ONU], 2020). Estos desafíos evidencian la necesidad de
generar políticas públicas que fortalezcan las capacidades de las familias y reconozcan el valor social
del cuidado. Coincido con Walker (2021) en que el futuro de las sociedades longevas dependerá de la
capacidad de articular estrategias integrales de cuidado que incluyan tanto el ámbito familiar como el
institucional.
Hablar de bienestar en la vejez implica reconocer que las necesidades de los adultos mayores no se
limitan a la atención médica. La dimensión psicosocial desempeña un papel central en esta etapa de la
vida. Factores como la autoestima, la autonomía, la percepción de utilidad, las redes de apoyo social y
el acceso a espacios de recreación son determinantes para un envejecimiento saludable (Fernández-
Ballesteros, 2019). La familia y los cuidadores, al brindar acompañamiento cotidiano, tienen la
posibilidad de reforzar estos aspectos. El reconocimiento, el respeto a las decisiones del adulto mayor
y la promoción de su independencia son elementos fundamentales para preservar su dignidad.
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Del mismo modo, la calidad de la relación cuidadoradulto mayor influye directamente en el estado
emocional de ambas partes. Cuando existe comunicación efectiva, empatía y afecto, se genera un
entorno protector que favorece la salud mental y emocional (Pinquart & Sörensen, 2019).
A pesar de los avances en políticas públicas y servicios geriátricos, en muchos países, especialmente
en contextos en desarrollo, el cuidado del adulto mayor continúa recayendo de manera
desproporcionada en la familia (CEPAL, 2020). Esta realidad plantea múltiples interrogantes: ¿Cómo
se distribuyen las responsabilidades entre los miembros de la familia? ¿Qué impacto tiene esta carga
en la dinámica familiar y en la salud de los cuidadores? ¿De qué manera influye el apoyo familiar en
el bienestar físico y emocional del adulto mayor? Responder a estas preguntas es fundamental para
comprender la complejidad del fenómeno y para diseñar estrategias de intervención que fortalezcan
tanto al adulto mayor como a quienes lo cuidan. Reconocer el papel de la familia y de los cuidadores
no solo es un ejercicio de justicia social, sino también una condición necesaria para construir
sociedades más inclusivas y solidarias (ONU, 2020).
Aspectos teóricos
El estudio del papel de la familia y los cuidadores en el bienestar del adulto mayor se sustenta en
diversos marcos conceptuales provenientes de la psicología, la sociología, la gerontología y el trabajo
social, que permiten comprender la complejidad del envejecimiento, la dinámica del cuidado y la
importancia de las redes de apoyo. El bienestar en la vejez ha sido abordado desde el enfoque de
envejecimiento activo propuesto por la OMS, que resalta la necesidad de optimizar la salud, la
participación y la seguridad para mejorar la calidad de vida (World Health Organization [WHO],
2015). En esta misma línea, Fernández-Ballesteros (2019) señala que el bienestar integra dimensiones
físicas, cognitivas, emocionales y sociales, en las que la familia y los cuidadores actúan como
mediadores fundamentales. Del mismo modo, Bowling (2017) sostiene que el bienestar subjetivo en
la vejez está fuertemente condicionado por la percepción de apoyo social y la capacidad de mantener
roles significativos.
Diversas teorías psicosociales del envejecimiento permiten profundizar en la relación entre el adulto
mayor y su entorno.
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La teoría de la desvinculación (Cumming & Henry, 1961) describe un retiro progresivo de la vida
social como parte del proceso de envejecimiento; en contraste, la teoría de la actividad (Havighurst,
1961) enfatiza que la satisfacción vital se vincula con la participación continua en roles sociales. Por
su parte, la teoría de la continuidad (Atchley, 1989) plantea que las personas tienden a mantener
patrones de comportamiento, relaciones y valores previos, lo que otorga estabilidad al proceso de
envejecer. Finalmente, la teoría de la selectividad socioemocional (Carstensen, 1999) sostiene que,
con la percepción del tiempo de vida más limitado, los adultos mayores priorizan nculos
emocionales significativos, en los que la familia adquiere un rol central. Estas perspectivas coinciden
en que el bienestar depende, en gran medida, de la calidad de los vínculos sociales, con la familia y
los cuidadores como protagonistas.
El apoyo social constituye un eje explicativo fundamental. Lin et al. (1986) lo definen como los
recursos instrumentales y expresivos disponibles en las redes sociales que permiten afrontar el estrés,
mientras que House (1981) distinguió funciones específicas: apoyo emocional, instrumental,
informativo y de valoración. Investigaciones recientes confirman que las personas mayores con redes
de apoyo sólidas presentan mejores indicadores de salud física, cognitiva y emocional (Pinquart &
Sörensen, 2019; Uchino, 2009). Desde una perspectiva estructural, las redes de cuidado incluyen
cuidadores formales (profesionales remunerados) e informales (familiares y allegados), siendo estos
últimos predominantes en América Latina. Esta situación genera retos vinculados a la sobrecarga, la
inequidad de género y la sostenibilidad del cuidado (Arriagada, 2018; Comisión Económica para
América Latina y el Caribe [CEPAL], 2020).
La teoría del rol social (Biddle, 1986) contribuye a comprender cómo el adulto mayor redefine sus
papeles en la familia y la comunidad, enfrentando tensiones entre la pérdida de roles productivos y la
necesidad de mantener un sentido de utilidad. Para los cuidadores, asumir este rol implica beneficios
emocionales asociados al afecto y la reciprocidad, pero también costos en términos de estrés,
conflictos familiares y desgaste (Zarit, 2018). Desde esta perspectiva, el cuidado debe entenderse no
solo como una práctica, sino como una construcción social y cultural que organiza expectativas y
responsabilidades entre generaciones (Finch, 1989).
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En relación con el impacto psicológico del cuidado, el modelo de estrés y afrontamiento de Lazarus y
Folkman (1984) ha sido ampliamente utilizado para explicar cómo los cuidadores enfrentan las
demandas físicas, emocionales y económicas derivadas del acompañamiento prolongado. Este modelo
sostiene que la valoración cognitiva del evento y los recursos disponibles determinan la forma de
afrontamiento. Cuando los recursos percibidos son insuficientes, se incrementa la probabilidad de
sobrecarga y síndrome del cuidador (Zarit, 2018). No obstante, la presencia de apoyo social, el acceso
a capacitación y la distribución equitativa de responsabilidades familiares pueden mitigar los efectos
negativos (Pearlin et al., 1990).
Los enfoques contemporáneos de envejecimiento activo y cuidados de larga duración también se
inscriben en una perspectiva de derechos humanos. El cuidado, lejos de ser una cuestión meramente
privada, debe concebirse como un derecho social y una responsabilidad compartida entre el Estado, la
comunidad y la familia (Daly, 2020). Iniciativas como el Decenio del Envejecimiento Saludable
2021-2030 de la OMS (WHO, 2021) y las propuestas de corresponsabilidad impulsadas por la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD, 2021) refuerzan la necesidad
de políticas públicas integrales que fortalezcan los sistemas de cuidados y garanticen la dignidad de
las personas mayores, al mismo tiempo que reconocen el valor social de la labor de los cuidadores.
El reto teórico y práctico radica en articular estas perspectivas, logrando un modelo en el que la
familia siga siendo un eje de apoyo, pero dentro de un entramado más amplio de corresponsabilidad
social e institucional.
Pregunta de investigación
¿Cuál es el papel de la familia y los cuidadores en la promoción del bienestar integral del adulto
mayor?
Objetivo general
Analizar el papel de la familia y los cuidadores en la promoción del bienestar integral del adulto
mayor, considerando sus dimensiones físicas, emocionales, sociales y cognitivas.
Objetivos específicos
Identificar las principales dimensiones del bienestar en la vejez y su relación con el entorno
familiar y de cuidado.
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Describir las funciones y aportaciones de los cuidadores formales e informales en la atención al
adulto mayor.
Examinar el impacto del apoyo social y las dinámicas familiares en la calidad de vida de los
adultos mayores.
Explorar los retos y tensiones que enfrentan los cuidadores en el desempeño de su rol, incluyendo
la sobrecarga emocional y física.
Revisar los enfoques contemporáneos y políticas públicas relacionadas con el envejecimiento
activo y los cuidados de larga duración.
METODOLOGÍA
Tipo de estudio
El estudio fue de tipo cualitativo con un diseño descriptivo-interpretativo. Se centró en comprender,
desde las experiencias y percepciones de los participantes, el papel de la familia y de los cuidadores
en el bienestar del adulto mayor en el municipio de Taxco, Guerrero.
Este diseño permitió explorar en profundidad las dimensiones físicas, emocionales, sociales y
cognitivas del bienestar, así como las prácticas, significados y estrategias de cuidado desplegadas en
el contexto familiar y comunitario. La aproximación cualitativa resultó pertinente porque buscó
rescatar los relatos subjetivos y la diversidad de experiencias vividas, en lugar de establecer
generalizaciones estadísticas.
Participantes y muestreo
La población de estudio estuvo conformada por adultos mayores de 60 años y más residentes en
Taxco, Guerrero, así como por sus familiares o cuidadores principales. Para garantizar la pertinencia y
validez de la información, se establecieron criterios de inclusión específicos. En el caso de los adultos
mayores, se consideró indispensable que hubieran residido al menos un año en la localidad, con el fin
de asegurar la existencia de vínculos comunitarios estables y experiencias significativas en su entorno
social.
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Se incluyó únicamente a personas con capacidad de comunicación verbal suficiente para expresar sus
percepciones y vivencias, ya que el objetivo central de la investigación era explorar el bienestar desde
una perspectiva subjetiva.
Igualmente, se requirió el otorgamiento del consentimiento informado, en consonancia con los
principios éticos de respeto a la autonomía y dignidad de los participantes (ONU, 2020; WHO, 2015).
En cuanto a los cuidadores, se incluyó a personas mayores de 18 años que participaran de manera
regular en las tareas de cuidado, pues este grupo desempeña un rol clave en la dinámica de apoyo y
bienestar del adulto mayor (Zarit, 2018; Pinquart & Sörensen, 2019). Se excluyeron los casos en los
que los adultos mayores se encontraban en crisis de salud aguda o no podían otorgar consentimiento,
con el propósito de evitar riesgos éticos y garantizar la fiabilidad de la información obtenida.
El muestreo fue intencional y heterogéneo, estrategia pertinente en investigaciones cualitativas, ya
que permite seleccionar a los participantes según su potencial para aportar diversidad de experiencias
y perspectivas relevantes para el fenómeno estudiado (Creswell & Poth, 2018).
Se empleó la lógica de saturación teórica como criterio de cierre, es decir, se continuó la recolección
de datos hasta que las entrevistas no aportaron información novedosa (Glaser & Strauss, 1967). En
total, se entrevistaron 20 adultos mayores y 20 cuidadores/familiares, conformando un corpus robusto
de 40 entrevistas.
Los participantes fueron contactados mediante una estrategia de vinculación comunitaria que incluyó
centros comunitarios, servicios de salud, líderes locales y el DIF municipal de Taxco. Esta a de
acceso garantizó tanto la confianza de los participantes como la diversidad del grupo de estudio.
Las entrevistas se realizaron en domicilios particulares o espacios comunitarios, según la preferencia
de cada participante, lo que contribuyó a crear un ambiente de comodidad y confianza. Previo a cada
entrevista, se explicó de manera clara el propósito del estudio, se resolvieron dudas y se obtuvo el
consentimiento informado por escrito, en apego a los principios éticos de investigación social y de
salud (WHO, 2021).
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Instrumentos
Se emplearon dos herramientas principales
Cuestionario sociodemográfico aplicado al inicio de cada entrevista, con el fin de recopilar
información básica como edad, sexo, estado civil, nivel educativo, ocupación, enfermedades crónicas,
tipo de vivienda, tiempo dedicado al cuidado y nivel de apoyo recibido.
Guías de entrevista semiestructurada diferenciadas para adultos mayores y para
cuidadores/familiares.
En el caso de los adultos mayores, las preguntas se enfocaron en la rutina diaria, los apoyos
recibidos, el estado de salud físico y emocional, la percepción de autonomía, el papel de la familia
en su bienestar y los cambios deseados en la atención.
En el caso de los cuidadores, se indagó sobre las tareas de cuidado, las dificultades enfrentadas, la
percepción del bienestar del adulto mayor, las fuentes de apoyo, la sobrecarga emocional y física,
la toma de decisiones y las necesidades de capacitación o servicios comunitarios.
Ambas guías permitieron el uso de preguntas de sondeo para profundizar en los relatos.
Procedimientos
Antes de iniciar la recolección de datos, se llevó a cabo un proceso de capacitación dirigido a los
entrevistadores con el fin de asegurar la calidad metodológica y el respeto a los principios éticos de la
investigación. La formación incluyó tres ejes principales: lineamientos éticos en investigación con
personas mayores, técnicas de entrevista cualitativa y estrategias de manejo de situaciones
emocionales potencialmente sensibles, dado que los temas abordados podían despertar recuerdos
difíciles o experiencias de vulnerabilidad (WHO, 2015; ONU, 2020). Esta preparación permitió a los
entrevistadores establecer un clima de confianza, mostrar empatía y garantizar un abordaje cuidadoso.
Posteriormente, se realizó un piloto con cuatro entrevistas (dos adultos mayores y dos cuidadores).
Este ejercicio de prueba cumplió la función de evaluar la pertinencia y claridad de las guías de
entrevista, así como la duración de las sesiones y la comprensión del lenguaje utilizado. Gracias a este
piloto fue posible realizar ajustes que optimizaron la coherencia temática y la profundidad de las
preguntas, asegurando que se recogiera información significativa y relevante para los objetivos del
estudio (Creswell & Poth, 2018).
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Las entrevistas definitivas se efectuaron entre los meses de abril y junio de 2025, en domicilios
particulares y en espacios comunitarios de fácil acceso para los participantes. Se buscó que los lugares
fueran familiares y cómodos, lo cual favoreció la disposición de los entrevistados y redujo el posible
sesgo asociado a contextos formales (Seidman, 2019).
Cada sesión tuvo una duración aproximada de entre 45 y 80 minutos, lo que permitió un equilibrio
entre la profundidad de la información y la prevención de fatiga en los participantes.
Todas las entrevistas fueron grabadas en audio con autorización previa, respetando los principios de
consentimiento informado y confidencialidad. En los casos en que los participantes no autorizaron la
grabación, se recurrió a la elaboración de notas de campo detalladas, registrando tanto el contenido
verbal como observaciones contextuales y no verbales.
Posteriormente, los audios fueron transcritos de manera literal para preservar la fidelidad del discurso.
Durante este proceso se eliminaron todos los datos identificativos (nombres propios, lugares
específicos, referencias personales), garantizando el anonimato y la privacidad de los participantes.
Con el fin de organizar la información de forma sistemática, cada entrevista fue codificada mediante
un sistema alfanumérico (por ejemplo, AM01 para adultos mayores y C01 para cuidadores).
Esta estrategia permitió mantener la trazabilidad de la información sin comprometer la identidad de
los entrevistados, en concordancia con las normas internacionales de ética en investigación social
(ONU, 2020; WHO, 2021).
Consideraciones éticas
El estudio contó con la aprobación del Comité de Ética de Taxco, Guerrero, lo que garantizó la
revisión y validación del protocolo de investigación conforme a los lineamientos nacionales e
internacionales en materia de investigación social y de salud (ONU, 2020; WHO, 2021). Esta
aprobación resultó particularmente relevante al tratarse de un grupo considerado vulnerable, como son
los adultos mayores, quienes requieren protección especial frente a posibles riesgos de
estigmatización, revictimización o invasión de su privacidad (Belmont Report, 1979).
Todos los participantes fueron informados de manera clara y comprensible acerca de los objetivos del
estudio, la voluntariedad de su participación, los posibles riesgos y beneficios, así como de las
medidas adoptadas para garantizar la confidencialidad en el manejo de la información. Se procuró que
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el proceso de consentimiento informado no se limitara a un trámite formal, sino que constituyera un
espacio de diálogo en el que se resolvieron dudas y se reforzó la autonomía de los participantes
(Beauchamp & Childress, 2019).
El consentimiento informado se obtuvo de forma escrita en la mayoría de los casos, aunque se aceptó
en modalidad verbal cuando las condiciones de alfabetización, salud o preferencia de los participantes
lo hicieron necesario, documentando cuidadosamente este procedimiento. Por otra parte, se recordó a
los entrevistados que tenían el derecho de interrumpir la entrevista en cualquier momento sin
consecuencias negativas.
Para preservar la confidencialidad, toda la información personal fue anonimizada mediante un sistema
de códigos alfanuméricos, y los archivos digitales se resguardaron en equipos protegidos con acceso
restringido únicamente al equipo investigador. Estas medidas se adoptaron en consonancia con los
principios éticos de respeto, beneficencia y justicia, fundamentales en toda investigación con seres
humanos (Beauchamp & Childress, 2019).
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
El análisis de las 40 entrevistas realizadas a adultos mayores y cuidadores en el municipio de Taxco
permitió identificar una serie de dimensiones centrales en torno al papel de la familia y los cuidadores
en el bienestar de los adultos mayores. A través de la codificación temática emergieron cuatro
categorías principales: bienestar físico y salud, dimensión emocional y afectiva, apoyo social y
comunitario, y percepción de autonomía y dignidad.
Los adultos mayores entrevistados señalaron que su estado de salud estaba fuertemente vinculado al
acompañamiento de la familia. Aquellos que contaban con un cuidador principal reportaron una mejor
adherencia al tratamiento médico, asistencia regular a consultas y cumplimiento de dietas o rutinas de
ejercicios. En contraste, quienes carecían de apoyo constante manifestaron mayores dificultades para
acceder a los servicios de salud y un sentimiento de vulnerabilidad.
Los cuidadores coincidieron en que su rol implicaba asumir la responsabilidad de organizar
medicación, preparar alimentos adecuados y acompañar a los adultos mayores en sus actividades
cotidianas.También expresaron cansancio físico y desgaste debido a la sobrecarga de tareas, lo cual en
algunos casos generaba descuido en su propia salud. Estos hallazgos muestran la interdependencia
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entre el bienestar del adulto mayor y el autocuidado del cuidador, confirmando que el cuidado es un
proceso relacional y no individual.
Una de las categorías más recurrentes fue la importancia del acompañamiento afectivo. Los adultos
mayores que convivían con familiares cercanos reportaron sentirse más valorados, motivados y con
un mayor sentido de pertenencia. En sus relatos, expresaron que la compañía diaria, las
conversaciones y las muestras de cariño eran tan significativas como el apoyo material.
Algunos adultos mayores refirieron sentimientos de soledad, especialmente quienes habían
experimentado la migración de sus hijos o la pérdida de la pareja. En estos casos, la ausencia de
vínculos afectivos estrechos repercutió negativamente en su bienestar emocional, generando tristeza,
ansiedad y en algunos casos depresión.
Los cuidadores expresaron, por su parte, que el nculo afectivo era la principal motivación para
asumir el rol, pero también reconocieron que las tensiones familiares, la falta de apoyo económico y
la distribución desigual de responsabilidades podían debilitar la relación. Este contraste evidencia que
el cuidado no solo fortalece vínculos, sino que también puede generar conflictos si no existen redes de
apoyo complementarias.
Los discursos de adultos mayores y cuidadores coincidieron en señalar que la red de apoyo
comunitario en Taxco es limitada. Si bien algunos mencionaron el apoyo ocasional de vecinos,
organizaciones religiosas o programas del DIF municipal, la mayoría resaltó la ausencia de servicios
continuos de acompañamiento o respiro para el cuidador.
En particular, los cuidadores manifestaron que el aislamiento social era uno de los principales
desafíos, ya que sus responsabilidades les impedían participar en actividades comunitarias o laborales.
Esta situación, además de afectar su calidad de vida, repercutía en el adulto mayor al limitar sus
oportunidades de interacción social.
Estos hallazgos confirman la importancia de fortalecer políticas públicas locales que fomenten
espacios de socialización, capacitación para cuidadores y servicios de atención integral que reduzcan
la carga exclusiva de las familias.
Un descubrimiento clave fue que los adultos mayores valoraban altamente el mantenimiento de su
autonomía en la vida diaria. Relataron que poder realizar actividades básicas como decidir qué ropa
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usar, participar en la preparación de alimentos o manejar dinero propio contribuía a preservar su
dignidad y autoestima.
Varios cuidadores reconocieron que, en su afán de “proteger” a los adultos mayores, tendían a limitar
su autonomía, generando tensiones en la relación. Algunos adultos mayores interpretaron este
comportamiento como una forma de control que los hacía sentir infantilizados. Este contraste subraya
la necesidad de sensibilizar a las familias sobre el equilibrio entre apoyo y autonomía, evitando
prácticas de sobreprotección que deterioren la percepción de dignidad en la vejez.
Los resultados muestran que el bienestar del adulto mayor en Taxco está profundamente mediado por
el rol de la familia y los cuidadores, quienes constituyen el principal sostén físico y emocional.
También se evidenció que el cuidado implica costos significativos en términos de carga emocional,
desgaste físico y aislamiento social para los cuidadores.
El análisis revela que el bienestar del adulto mayor no puede entenderse de manera aislada, sino como
un fenómeno interdependiente y bidireccional, donde la calidad del cuidado depende, en gran medida,
del bienestar del propio cuidador. Se identificó la necesidad de políticas comunitarias que fortalezcan
las redes de apoyo y promuevan la autonomía de los adultos mayores, evitando prácticas que, aunque
bien intencionadas, puedan vulnerar su dignidad.
CONCLUSIONES
El análisis realizado permite afirmar que la familia y los cuidadores desempeñan un papel
fundamental en la promoción del bienestar integral del adulto mayor, entendido este como un proceso
complejo que abarca dimensiones físicas, emocionales, sociales y cognitivas. La salud y la calidad de
vida en la vejez no dependen únicamente de la ausencia de enfermedad, sino también de factores
como la autonomía, el sentido de utilidad y la calidad de los vínculos afectivos.
Los hallazgos muestran que los cuidadores formales aportan conocimientos técnicos y atención
especializada, mientras que los cuidadores informales, en su mayoría familiares, constituyen el
principal soporte cotidiano. Ambos roles resultan complementarios, ya que uno asegura la atención
profesional y el otro brinda compañía, afecto y apoyo en la vida diaria. Esta combinación resulta
decisiva para que los adultos mayores mantengan su bienestar integral.
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El estudio confirma que las redes de apoyo y las dinámicas familiares influyen directamente en la
calidad de vida de las personas mayores.
Quienes cuentan con vínculos sólidos experimentan mayor seguridad, adherencia a tratamientos
médicos y satisfacción vital, mientras que la falta de relaciones significativas suele asociarse a
sentimientos de soledad, tristeza y depresión.
El cuidado prolongado también conlleva retos importantes. Los cuidadores enfrentan una sobrecarga
emocional y sica que, en ausencia de apoyos externos, puede derivar en desgaste, conflictos
familiares y síndrome del cuidador. Aunque el vínculo afectivo suele ser la principal motivación para
asumir esta tarea, las tensiones generadas por la distribución desigual de responsabilidades y la falta
de servicios de apoyo refuerzan la necesidad de soluciones más amplias.
Desde una perspectiva contemporánea, el cuidado no debe entenderse como un asunto exclusivo de la
familia, sino como un derecho social y una responsabilidad compartida entre el hogar, la comunidad y
el Estado. De ahí la importancia de fortalecer políticas públicas y redes de apoyo que reconozcan el
valor social de la labor de los cuidadores y, al mismo tiempo, garanticen la dignidad y autonomía de
las personas mayores.
El bienestar en la vejez es el resultado de un entramado relacional que articula el cuidado físico con el
apoyo emocional y social. La familia y los cuidadores son protagonistas indiscutibles en este proceso,
pero su labor requiere ser acompañada y respaldada mediante estrategias de corresponsabilidad social
que promuevan un envejecimiento activo, digno y con sentido.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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