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La literatura reconoce que la universidad no solo es un espacio de formación profesional, sino
también un escenario privilegiado para la promoción del bienestar y la prevención de riesgos
psicosociales. El enfoque de promoción de la salud, planteado por la Carta de Ottawa (OMS, 1986),
establece que el entorno educativo constituye un lugar estratégico para fortalecer las capacidades de
las personas, fomentar la resiliencia y promover estilos de vida saludables. Aplicado al ámbito
universitario, esto implica que la institución, el currículo y los actores educativos deben articularse
para favorecer un ambiente que proteja la salud mental. En este marco, los docentes son considerados
agentes clave, dado que su interacción cotidiana con los estudiantes les permite detectar cambios en la
conducta, identificar señales tempranas de malestar y contribuir a la construcción de un clima de aula
favorable (Leflot et al., 2011).
Desde la perspectiva pedagógica, el rol docente en la promoción de la salud mental se vincula con
varias teorías educativas. Una de ellas es la teoría socio-constructivista de Vygotsky, que resalta la
importancia de la interacción social en los procesos de aprendizaje y desarrollo. El docente, en tanto
mediador, no solo facilita el acceso al conocimiento, del mismo modo influye en la regulación
emocional y social del estudiante (Vygotsky, 1978).
Asimismo, la teoría del aprendizaje social de Bandura subraya la relevancia del modelado: los
estudiantes aprenden no solo por instrucción, sino observando actitudes y comportamientos de sus
profesores, lo que implica que un docente que maneja adecuadamente el estrés, la comunicación y la
empatía se convierte en un referente positivo para sus alumnos (Bandura, 1986).
En el campo de la psicología de la educación, el concepto de clima escolar resulta fundamental para
comprender la relación entre la salud mental y la práctica docente. El clima se refiere al conjunto de
percepciones compartidas por los miembros de una institución respecto al ambiente de aprendizaje,
las relaciones interpersonales y las normas que lo rigen. Estudios recientes han demostrado que un
clima positivo, caracterizado por el apoyo del profesorado, la comunicación abierta y la valoración de
la diversidad, favorece la motivación académica y reduce la incidencia de síntomas de ansiedad y
depresión en estudiantes universitarios (Li, 2005; Harding et al., 2019). Por el contrario, un ambiente
percibido como hostil, competitivo o indiferente puede intensificar el malestar psicológico.