pág. 588
INTELIGENCIA EMOCIONAL: EL HILO

CONDUCTOR QUE UNE LA MOTIVACIÓN

DE FAMILIAS, ESCUELAS Y

ESTUDIANTES.

EMOTIONAL INTELLIGENCE: THE COMMON THREAD THAT JOINS

THE MOTIVATION OF FAMILIES, SCHOOLS, AND STUDENTS

Nidia Adalia Sánchez Correa

Universidad de Panamá
pág. 589
DOI:
https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i5.19710
Inteligencia Emocional: El Hilo Conductor que Une la Motivación de
Familias, Escuelas y Estudiantes.

Nidia Adalia Sánchez Correa
1
julipanisan@hotmail.com

https://orcid.org/0000-0003-2626-069

Universidad de Panamá

Colombia

RESUMEN

El presente artículo reflexiona sobre el papel de la inteligencia emocional (IE) en el aprendizaje del
inglés como lengua extranjera, destacando cómo las emociones se configuran como un eje fundamental
que trasciende la enseñanza de estructuras gramaticales. Se analiza el rol del docente como arquitecto
de climas emocionales seguros y como guía compasivo que convierte la adversidad en resiliencia,
fortaleciendo la motivación y la participación estudiantil. Paralelamente, se examina la influencia de la
familia en la construcción de un “currículo no escrito” que, a través de la validación y el
acompañamiento cotidiano, fomenta la confianza y la disposición hacia el aprendizaje. Asimismo, se
presentan estrategias humanas que integran escuela y hogar en la formación de adolescentes capaces de
autorregularse, perseverar y enfrentar los desafíos propios del aprendizaje de un idioma global. La
interacción sinérgica entre ambos espacios permite que el inglés se viva no solo como herramienta
académica, sino como medio de desarrollo personal y social. En conclusión, invertir en la IE de
estudiantes, docentes y familias constituye una apuesta por una educación más integral y humanizado,
orientada a preparar a los jóvenes para un mundo globalizado con empatía, resiliencia y seguridad.

Palabras clave: inteligencia emocional; aprendizaje del inglés; resiliencia; vínculos emocionales;
educación significativa.

1 Autor principal

Correspondencia:
julipanisan@hotmail.com
pág. 590
Emotional Intelligenc
e: The Common Thread That Joins the Motivation of
Families, Schools, and Students

ABSTRACT

This article reflects on the role of emotional intelligence (EI) in learning English as a foreign language,

highlighting how emotions are a fundamental axis that transcends the teaching of grammatical

structures. It analyzes the role of the teacher as an a
rchitect of safe emotional climates and as a
compassionate guide who turns adversity into resilience, strengthening student motivation and

participation. At the same time, it examines the influence of the family in the construction of an

“unwritten curricu
lum” which, through validation and daily support, fosters confidence and a
willingness to learn.
It also presents human strategies that integrate school and home in the education of
adolescents capable of self
-regulation, perseverance, and facing the challenges of learning a global
language. The synergistic interaction between both spaces allows Engli
sh to be experienced not only as
an academic tool but also as a means of personal and social development. In conclusion, investing in the

EI of students, teachers, and families constitutes a commitment to a more comprehensive and humanized

education, aimed
at preparing young people for a globalized world with empathy, resilience, and
confidence.

Keywords
: emotional intelligence; English language learning; resilience; emotional bonds; meaningful
education.

Artículo recibido
09 agosto 2025
Aceptado para publicación:
13 septiembre 2025
pág. 591
INTRODUCCIÓN

En el corazón del proceso educativo no se encuentran únicamente las palabras, las estructuras sintácticas
o la repetición mecánica de fórmulas gramaticales. Lo que realmente determina el éxito académico y
personal de los estudiantes es un entramado complejo de emociones y vínculos humanos que se
construyen en la interacción cotidiana con sus docentes, compañeros y familias. En este sentido, la
inteligencia emocional (IE), entendida como la capacidad de reconocer, comprender y gestionar las
emociones propias y las de los demás (Mayer & Salovey, 1997), constituye un componente esencial
para alcanzar un aprendizaje significativo.

Particularmente en la adolescencia una etapa caracterizada por cambios emocionales, sociales y
cognitivos profundos la IE se convierte en un factor decisivo para el desarrollo académico y personal.
La investigación contemporánea ha demostrado que competencias como la autoconciencia, la
autorregulación, la motivación, la empatía y las habilidades sociales enriquecen no solo la adquisición
de una lengua extranjera, sino también la construcción de resiliencia y la interacción colaborativa
(González et. al, 2005; Díaz Herrero et al., 2015). Así, un adolescente que desarrolla adecuadamente sus
competencias emocionales es capaz de enfrentar con mayor serenidad el estrés, la frustración o la
ansiedad que conlleva aprender un nuevo idioma, transformando el error en una oportunidad de
crecimiento y no en un obstáculo insuperable (Sarmiento-Camelo, 2017; Tortosa, 2020).

El papel del docente de inglés se torna entonces fundamental. Lejos de ser un mero transmisor de
contenidos, el maestro se convierte en diseñador de climas emocionales seguros, en un guía que
acompaña con empatía y en un facilitador que transforma la adversidad en resiliencia (Valente et al.,
2020). Paralelamente, el hogar constituye un espacio de aprendizaje emocional: los padres y cuidadores,
mediante sus actitudes, gestos y formas de comunicación, transmiten un “currículo no escrito” que
moldea la confianza y la disposición de los adolescentes hacia el aprendizaje (Vargas-Saritama et al.,
2024; Ambarwati, 2018).

Por lo tanto, hablar del aprendizaje del inglés en contextos escolares no puede reducirse a la adquisición
de vocabulario o estructuras gramaticales. Implica comprender que este proceso se enriquece en la
medida en que familia y escuela construyen un ambiente conjunto de bienestar socioemocional. Desde
esta perspectiva, el inglés deja de ser una asignatura aislada para convertirse en un vehículo de
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crecimiento humano, social y cultural, que prepara a los adolescentes tanto para la comunicación en un
mundo globalizado como para enfrentar los desafíos de la vida con seguridad y sensibilidad.

DESARROLLO

Tejiendo Vínculos Emocionales en el Aula de Inglés: Más Allá de la Gramática

La enseñanza del inglés suele estar asociada a métodos estructuralistas donde la gramática, la sintaxis y
la corrección formal ocupan un lugar privilegiado. Sin embargo, múltiples investigaciones han
demostrado que el aprendizaje de una lengua extranjera va mucho más allá de la memorización de reglas.
En realidad, se trata de una experiencia integral en la que intervienen factores emocionales, sociales y
culturales. En este marco, la inteligencia emocional se revela como un eje estructural, pues dota a los
estudiantes de herramientas para enfrentar no solo los retos cognitivos propios de la lengua, sino también
las tensiones personales y sociales que emergen en el proceso (Lenesen, 2023; Sarmiento-Camelo,
2017).

La adolescencia representa un momento particularmente crítico. Los cambios hormonales, la búsqueda
de identidad y la necesidad de pertenencia generan fluctuaciones emocionales que repercuten en la
disposición al aprendizaje y en la forma de relacionarse con los pares. Aquí la IE adquiere un valor
central, ya que fortalece la capacidad de autorregularse, mantener la motivación y resignificar el error
como parte natural del proceso formativo. Un adolescente que percibe su aula de inglés como un espacio
emocionalmente seguro no solo se atreve a participar activamente, sino que desarrolla mayor
autoconfianza para enfrentar evaluaciones orales, exposiciones o actividades colaborativas.

Por ejemplo, en muchas aulas latinoamericanas es común que los estudiantes experimenten temor a
equivocarse al pronunciar en inglés, lo que deriva en silencio o evasión. En contraste, cuando el docente
integra estrategias de manejo emocional, como la práctica de mindfulness antes de una actividad de
speaking, el reconocimiento positivo de los intentos de participación o el uso de dramatizaciones
colectivas para relativizar el error, los estudiantes disminuyen sus niveles de ansiedad y se muestran más
dispuestos a practicar. Este tipo de dinámicas transforma el error en un peldaño hacia el aprendizaje, en
lugar de una amenaza a la autoestima.

Asimismo, el docente de inglés que comprende la dimensión socioemocional de su rol se convierte en
un referente afectivo. Implementar metodologías como el aprendizaje colaborativo o las dinámicas de
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role-play no solo promueve el desarrollo lingüístico, sino que también fortalece la empatía y la
cooperación entre pares (Alomoto et al., 2025). De esta manera, cada estudiante se siente acompañado
en el proceso y descubre que el idioma no es un fin en sí mismo, sino un medio para construir relaciones
significativas.

Los estudios demuestran que la IE del profesorado es un predictor directo del rendimiento académico
(Díaz Herrero et al., 2015). Esto se debe a que el profesor con alta IE identifica cuándo la frustración,
el miedo o la inseguridad bloquean la participación del alumno, y genera estrategias de acompañamiento
que convierten estas emociones en oportunidades de aprendizaje. Así, cuando un adolescente evita
participar por temor a la burla, el profesor puede asignarle un rol en pareja, ofrecerle retroalimentación
privada y gradualmente motivarlo a expresarse en público. De este modo, el estudiante logra superar
barreras emocionales que, en otro contexto, habrían significado su exclusión.

En este entramado, la familia también cumple un rol insustituible. Investigaciones recientes evidencian
que los padres que validan las emociones de sus hijos y los apoyan en el proceso de aprendizaje
fortalecen la autoconfianza y la disposición hacia el inglés (Vargas-Saritama et al., 2024). En la práctica,
esto puede expresarse en gestos sencillos: acompañar a los hijos en la preparación de presentaciones,
celebrar pequeños avances, como lograr presentarse en inglés ante la clase, o mostrar interés genuino
por las canciones o películas en el idioma. Tales acciones refuerzan la percepción de autoeficacia y crean
un círculo virtuoso entre el apoyo familiar y la motivación escolar.

Por lo tanto, tejer vínculos emocionales en el aula de inglés es apostar por un modelo de educación que
trascienda la instrucción técnica y se oriente hacia la formación integral. La sinergia entre escuela y
familia garantiza que los adolescentes desarrollen no solo competencias lingüísticas, sino también
habilidades socioemocionales que les permitan enfrentar la vida con resiliencia, empatía y apertura al
mundo. De esta manera, el inglés deja de ser únicamente un instrumento de comunicación global para
convertirse en un espacio de construcción de humanidad compartida.

El Docente: Arquitecto de un Clima Emocional Seguro

La figura del docente en el aprendizaje del inglés adquiere una relevancia singular, pues no se limita a
ser mediador del conocimiento lingüístico, sino que se configura como un arquitecto emocional que
diseña escenarios de seguridad, confianza y apertura. Los adolescentes, en particular, necesitan sentirse
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valorados y escuchados para atreverse a participar activamente en un aula de lengua extranjera. La
creación de este clima emocional seguro no es un añadido opcional: constituye el núcleo sobre el cual
se construye la disposición al aprendizaje.

En contextos escolares, es común que los estudiantes experimenten inseguridad frente a la exposición
oral en inglés. Las burlas de los compañeros, la presión por las calificaciones o el temor a equivocarse
suelen limitar la participación. En estas circunstancias, un maestro emocionalmente competente actúa
como regulador de tensiones, ofreciendo palabras de aliento, validando los intentos y estableciendo
normas claras de respeto en el aula. Cuando el profesor transforma el aula en un espacio donde
equivocarse no implica sanción ni burla, los adolescentes se sienten más libres de arriesgarse
lingüísticamente.

Los aportes de la teoría de la IE evidencian que los profesores que desarrollan competencias de
autoconciencia y autorregulación pueden manejar con mayor eficacia la diversidad de emociones que
emergen en el aula (Tortosa, 2020). Al reconocer y validar las experiencias emocionales de sus
estudiantes, el maestro reduce la ansiedad, favorece la motivación intrínseca y genera vínculos de
confianza. De este modo, un profesor que detecta la ansiedad de un alumno frente a una actividad de
speaking puede adaptar la tarea, ofreciendo la posibilidad de ensayar primero en pequeños grupos antes
de participar en público. Esta flexibilidad pedagógica refleja una actitud resiliente que, más allá de la
lengua, enseña a los estudiantes que sus emociones importan y que existen formas de gestionarlas.

En este sentido, el trabajo docente no se limita a responder a las emociones de sus alumnos, sino que
también consiste en modelar actitudes resilientes. Estudios como el de Rojas et al. (2021) muestran que
cuando los educadores integran actividades de reflexión emocional y estrategias colaborativas, los
estudiantes desarrollan competencias sociales que impactan positivamente en su desempeño académico.
Por ejemplo, en algunos colegios públicos de Colombia se han implementado actividades de
dramatización donde los estudiantes representan escenas cotidianas en inglés, reflexionando después
sobre cómo se sintieron al actuar y recibir retroalimentación. Esta práctica no solo fortalece la
competencia comunicativa, sino también la autorregulación y la empatía.

Asimismo, un profesor emocionalmente inteligente logra articular la dimensión académica con la
realidad socioemocional de los estudiantes. Este equilibrio le permite adaptar sus metodologías y
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contenidos a las necesidades particulares del grupo, creando un aprendizaje más inclusivo y activo
(Martín Velásquez, 2019). Un ejemplo se observa en comunidades rurales, donde el acceso a materiales
en inglés puede ser limitado: un docente que reconoce la frustración de sus estudiantes al no disponer
de recursos tecnológicos puede diseñar actividades creativas, como juegos de rol con situaciones
cotidianas, que no dependen de herramientas digitales, pero que promueven participación y confianza.

Además, el profesor se convierte en un puente entre la escuela y la familia. Al mantener canales de
comunicación abiertos con los padres, comparte observaciones sobre el desarrollo emocional de los
estudiantes, fomenta la continuidad del acompañamiento en casa y refuerza la red de apoyo
socioemocional (Vargas-Saritama et al., 2024). En países como Ecuador o Perú, algunos proyectos
educativos han demostrado que las reuniones periódicas entre docentes y familias para dialogar sobre la
motivación en inglés generan mejores resultados académicos y reducen la deserción escolar, pues los
adolescentes perciben coherencia y acompañamiento entre ambos entornos.

El impacto del docente emocionalmente competente trasciende el ámbito inmediato del aula. Según
Lenesen (2023) y Ruz (2025), los maestros que cultivan la IE se convierten en referentes de vida para
sus estudiantes, inspirándolos a desarrollar actitudes de cooperación, apertura y resiliencia. Un
adolescente que observa a su profesor afrontar con serenidad los imprevistos, validar las emociones del
grupo y mantener un ambiente de respeto interioriza estas prácticas y tiende a reproducirlas en sus
relaciones cotidianas. De esta manera, el aula se convierte en un microcosmos donde se ensayan formas
de convivencia constructiva que impactan más allá del dominio lingüístico.

En definitiva, el docente es el verdadero arquitecto del clima emocional que sustenta el aprendizaje del
inglés. Su capacidad de construir confianza, validar emociones y transformar la adversidad en
oportunidades de crecimiento no solo fortalece la adquisición lingüística, sino que también forma
ciudadanos capaces de desenvolverse en un mundo globalizado con sensibilidad y respeto. Así, cada
clase deja de ser una simple lección de gramática o vocabulario para convertirse en un espacio de
encuentro humano, donde la inteligencia emocional es tan importante como la competencia lingüística.

Motivación Frente a la Adversidad: La Compasión del Docente

La enseñanza del inglés en la adolescencia no puede desligarse de las tensiones emocionales y sociales
que los estudiantes enfrentan dentro y fuera de la escuela. En muchos casos, los adolescentes cargan con
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experiencias de ansiedad, frustración, inseguridad o incluso desarraigo familiar, que afectan de manera
directa su disposición hacia el aprendizaje. Ante estas realidades, la compasión docente se convierte en
una herramienta pedagógica y humana capaz de transformar el infortunio en resiliencia. Esta compasión
no debe entenderse como indulgencia o exceso de permisividad, sino como una práctica intencional que
reconoce las dificultades emocionales de los estudiantes y las convierte en oportunidades de
acompañamiento y crecimiento (Ruz, 2025).

El profesor compasivo transmite con su actitud el mensaje de: yo te veo, te escucho y creo en tu
potencial. Cuando muestra comprensión y cercanía frente a los desafíos de sus estudiantes, está
modelando una forma de gestión emocional que los adolescentes pueden replicar en su vida cotidiana.
La evidencia señala que los alumnos que se sienten escuchados y validados tienen mayores
probabilidades de mantener el ánimo y la persistencia, incluso en contextos adversos (Rojas et al., 2021).
Así, la compasión del educador actúa como un catalizador de la convicción interna expresada en frases
como: yo puedo, yo soy capaz.

Un ejemplo concreto se observa en aulas urbanas de países entre ellos Colombia, donde muchos
adolescentes deben combinar sus estudios con responsabilidades familiares o laborales. Ante un
estudiante que llega agotado a clases y se muestra reacio a participar, un profesor compasivo evita la
sanción inmediata y, en cambio, abre un espacio de diálogo para comprender la situación. Al ofrecerle
alternativas como: reprogramar la entrega de un trabajo o apoyarlo con materiales extra, no solo
facilita el aprendizaje, sino que también refuerza la percepción del estudiante de que su esfuerzo es
valorado y que la escuela puede adaptarse a su realidad.

La compasión también se refleja en la flexibilidad metodológica. Estrategias como la retroalimentación
positiva, la celebración de pequeños logros o la fijación de metas alcanzables fortalecen la percepción
de autoeficacia, indispensable para superar las dificultades (Sarmiento-Camelo, 2017). Por ejemplo, en
una actividad de speaking, un docente puede felicitar a un estudiante por su buena pronunciación de dos
palabras clave, aun cuando la estructura general de su discurso tenga errores. Este gesto de
reconocimiento ayuda al adolescente a concentrarse en sus avances en lugar de en sus carencias,
reduciendo la ansiedad y fortaleciendo su motivación.
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Asimismo, la compasión docente se nutre de la creación de entornos inclusivos, donde los estudiantes
puedan expresar sus emociones sin temor al juicio. Tortosa (2020) sostiene que la apertura a dialogar
sobre frustraciones o miedos disminuye la ansiedad y permite transformar el error en recurso
pedagógico. Un caso frecuente en aulas de inglés en Colombia ocurre cuando un adolescente se bloquea
en una evaluación oral. En lugar de presionarlo con una calificación inmediata, un profesor compasivo
le permite reorganizar sus ideas, darle un respiro o incluso postergar la intervención. Esta práctica enseña
que equivocarse no significa fracasar, sino que forma parte del proceso de aprendizaje.

La compasión también fomenta relaciones interpersonales sólidas, que resultan vitales para enfrentar el
aislamiento y la inseguridad propios de la adolescencia (Wan et al., 2023). Un vínculo positivo con el
profesor puede marcar la diferencia entre la perseverancia y la deserción escolar, especialmente en
estudiantes que carecen de apoyo familiar. En comunidades vulnerables de Centroamérica, por ejemplo,
varios proyectos educativos han demostrado que el acompañamiento emocional del docente reduce la
probabilidad de abandono escolar, ya que los adolescentes encuentran en el aula una figura de referencia
afectiva.

Ahora bien, esta compasión no surge de manera espontánea; debe ser concebida como una competencia
profesional a desarrollar en la formación de los maestros. Domínguez Alonso et al. (2022) señalan que
invertir en el fortalecimiento de la IE de los educadores les proporciona herramientas para gestionar
conflictos emocionales propios y acompañar con mayor eficacia a los estudiantes en sus dificultades.
De este modo, el impulso hacia la resiliencia no se limita al esfuerzo individual del adolescente, sino
que se construye dentro de un sistema de apoyo donde la empatía docente juega un rol central.

En suma, la compasión del profesor no es un añadido opcional a la práctica pedagógica, sino un pilar
fundamental para sostener la motivación en contextos adversos. Cuando los adolescentes perciben que
su docente reconoce sus luchas, valida sus emociones y ofrece apoyo genuino, desarrollan la seguridad
necesaria para perseverar en el aprendizaje del inglés. De este modo, la compasión docente se erige
como un puente entre la dificultad y la resiliencia, entre el error y la superación, entre el aula y la vida
misma.
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Cosechando Resiliencia: El Legado Parental en el Corazón de los Hijos

La influencia de los padres en el desarrollo emocional de sus hijos trasciende lo biológico y alcanza la
formación integral de la persona. El hogar se convierte en el lugar inicial de aprendizaje emocional,
donde se siembran las semillas de la inteligencia emocional (IE) que luego germinarán en el contexto
escolar y social (Ambarwati, 2018). La manera en que los adultos validan, regulan y expresan sus
emociones se transforma en el modelo más influyente para los adolescentes, quienes aprenden a
gestionar sus propios sentimientos a partir de esas experiencias cotidianas (Wan et al., 2023).

Durante la adolescencia, este legado se intensifica, pues los jóvenes atraviesan una etapa de búsqueda
de identidad, independencia y pertenencia. En este contexto, la presencia y el acompañamiento parental
ayudan a consolidar competencias fundamentales de la IE como el autoconocimiento, la autorregulación
y la empatía (Minga et al., 2024). La evidencia empírica indica que un entorno familiar positivo se
correlaciona con mayores niveles de regulación emocional y motivación en los adolescentes, mientras
que la ausencia de apoyo parental suele derivar en mayor vulnerabilidad académica y emocional
(Domínguez Alonso et al., 2022).

Lo anterior se observa en hogares de comunidades rurales, donde muchos adolescentes enfrentan
dificultades económicas y limitaciones tecnológicas para el aprendizaje del inglés. Cuando los padres
ofrecen apoyo emocional, aunque no dominen el idioma, fortalecen la perseverancia de sus hijos. El
simple gesto de interesarse por lo que aprendieron en clase o de animarlos después de una mala nota
transmite la idea de que los esfuerzos académicos son valiosos. Este acompañamiento, aunque parezca
pequeño, se traduce en resiliencia, pues permite que los estudiantes enfrenten las dificultades sin
abandonar sus objetivos.

La solidaridad fomentada desde casa también es clave para prevenir la exclusión y fortalecer las
relaciones de los adolescentes en el ámbito escolar. En familias que priorizan la comunicación y el
respeto, los jóvenes desarrollan motivación intrínseca y perseverancia frente a los retos académicos
(Alomoto et al., 2025). Por ejemplo, en hogares donde se promueve la práctica de leer juntos en voz alta
o ver películas en inglés subtituladas, los adolescentes no solo adquieren vocabulario, sino que también
interiorizan valores como la cooperación y la paciencia.
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El apoyo afectivo se manifiesta en múltiples formas: desde la atención a las preocupaciones escolares
hasta la celebración de pequeños logros. Chávez-Martínez y Salazar-Jiménez (2024) señalan que esta
presencia afectiva fortalece la seguridad personal y la disposición al aprendizaje. La evidencia
internacional respalda esta afirmación: investigaciones han encontrado una relación sólida entre una alta
IE parental y el mejor rendimiento académico de los hijos (Farooq et al., 2017; Lopez Asto & Vargas
Quispe, 2024; Rodríguez-Barboza, 2024). En el caso específico del aprendizaje del inglés, el
acompañamiento parental contribuye a que los adolescentes manejen la ansiedad frente al error,
reduzcan el miedo a la exposición oral y refuercen la creencia en sus propias capacidades.

Un ejemplo significativo se observa en adolescentes de sectores urbanos de Ecuador que, a pesar de
enfrentar contextos de violencia o precariedad, logran destacarse en competencias de inglés gracias al
respaldo constante de sus familias. Los padres, al acompañar a sus hijos en tareas, mostrar interés
genuino y reforzar su autoestima, actúan como andamios emocionales que amortiguan las presiones
externas. Este apoyo no solo fortalece el aprendizaje, sino que también prepara a los jóvenes para
enfrentar un mundo complejo y cambiante con mayor resiliencia.

En síntesis, la familia constituye el corazón de la resiliencia adolescente. Los padres, al validar
emociones, ofrecer seguridad y modelar formas de autorregulación, proporcionan un legado que se
proyecta mucho más allá de la escuela. Ese legado, cimentado en el amor y en la constancia cotidiana,
se traduce en adolescentes emocionalmente más seguros, capaces de persistir en el aprendizaje del inglés
y en los retos de la vida.

El Hogar y el Currículo No Escrito: Cómo los Padres Construyen la Confianza

El aprendizaje de una lengua extranjera, como el inglés, no se limita al espacio escolar. El hogar se
convierte en un escenario educativo invisible, donde se construye un currículo implícito que moldea
actitudes, emociones y disposiciones hacia el aprendizaje. A diferencia de los programas formales, este
currículo se teje a través de prácticas cotidianas y gestos aparentemente simples, pero profundamente
significativos: conversaciones informales, acompañamiento en las tareas, escucha activa y, sobre todo,
reconocimiento del esfuerzo antes que del resultado (Vargas-Saritama et al., 2024).

El valor de este currículo radica en que ofrece a los adolescentes un marco de referencia emocional para
interpretar sus experiencias académicas. Cuando los padres transmiten paciencia frente a los errores o
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celebran avances parciales, los estudiantes comprenden que aprender un idioma es un proceso gradual
y no una competencia de perfección inmediata. Ambarwati (2018) sostiene que este tipo de actitudes
comprensivas ayuda a los jóvenes a relativizar el miedo al fracaso, asumir el error como parte natural
del aprendizaje y perseverar con confianza.

En las aulas de inglés de varios colegios latinoamericanos, se observa que los adolescentes que reciben
este tipo de respaldo familiar tienden a participar con mayor seguridad en actividades de speaking o
dramatización. Por ejemplo, en Perú, algunos docentes reportan que los estudiantes cuyos padres
acostumbran a escucharlos practicar frases en casa o repasar diálogos muestran menos ansiedad en
evaluaciones orales. Así, el hogar se convierte en un laboratorio emocional donde se ensaya la tolerancia,
la perseverancia y la autoconfianza.

El impacto del currículo no escrito trasciende lo lingüístico. Domínguez Alonso et al. (2022) señalan
que la participación activa de los padres en la formación de sus hijos contribuye tanto a la consolidación
de habilidades socioemocionales como a la construcción de autonomía. Más allá de proveer recursos
materiales, la presencia constante de figuras parentales genera un ambiente de estabilidad y seguridad
que protege a los adolescentes frente a las presiones externas. En comunidades urbanas de Colombia,
por ejemplo, se ha encontrado que los estudiantes que cuentan con un acompañamiento cotidiano en
casa se muestran más resilientes frente a las exigencias escolares, incluso cuando las condiciones
socioeconómicas son desfavorables.

Este currículo no escrito es también dinámico, pues se adapta a las necesidades emocionales de cada
etapa. Durante la adolescencia caracterizada por el cuestionamiento de la autoridad y la búsqueda de
independencia, los padres que mantienen un estilo de comunicación abierto y respetuoso logran
favorecer no solo los aprendizajes académicos, sino también la relación mutua. En países como México,
algunos programas de orientación familiar han promovido el hábito de las “conversaciones de fin de
día”, donde padres e hijos dialogan sobre lo aprendido en la jornada escolar, incluyendo los logros y las
dificultades en inglés. Este espacio de diálogo reduce la ansiedad, fomenta la autocrítica constructiva y
fortalece la confianza.

El currículo del hogar también se proyecta hacia la construcción de valores compartidos. El respeto a la
diversidad, la calidez hacia los otros y la responsabilidad frente a los compromisos son aprendizajes que
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los adolescentes transfieren al ámbito escolar (Rojas et al., 2021). Así, lo que los padres modelan en
casa como escuchar con atención o validar las emociones de los demás se refleja en la interacción
entre pares dentro del aula. El estudiante que crece en un hogar donde la empatía es práctica cotidiana
suele mostrarse más dispuesto a colaborar en actividades grupales y a comprender la perspectiva de sus
compañeros.

En definitiva, el hogar no solo cumple una función de cuidado, sino que constituye un entorno formativo
esencial donde se gesta la confianza necesaria para enfrentar los desafíos académicos y vitales. A través
de este currículo no escrito, los padres transmiten seguridad, acompañamiento y resiliencia, dotando a
sus hijos de herramientas emocionales que les permiten vivir el aprendizaje del inglés, y la vida misma,
como una experiencia de crecimiento y no de amenaza.

Estrategias Humanas para un Aprendizaje Significativo

Concebir el aprendizaje del inglés como un proceso integral implica reconocer que no basta con
transmitir reglas gramaticales o vocabulario. Se requiere la implementación de estrategias humanas,
aquellas que trascienden los límites de los manuales escolares y se nutren de los vínculos emocionales
que se tejen tanto en el aula como en el hogar. Estas estrategias reconocen que los adolescentes aprenden
mejor cuando se sienten acompañados, validados y motivados en su dimensión socioemocional.

En el contexto escolar, los docentes pueden implementar metodologías que valoren explícitamente el
componente afectivo del aprendizaje. El aprendizaje colaborativo, por ejemplo, fomenta la cooperación
y la corresponsabilidad, reduciendo la ansiedad individual frente a los errores (Alomoto et al., 2025).
Asimismo, la dramatización de situaciones comunicativas permite a los estudiantes experimentar el
idioma en contextos significativos, conectando la lengua con sus propias vivencias. Otro recurso valioso
es la práctica reflexiva sobre las emociones que surgen en el uso del inglés: pedir a los adolescentes que
describan cómo se sintieron durante una exposición oral o qué emociones experimentaron al trabajar en
grupo fortalece tanto la autoconciencia como la resiliencia.

En varios colegios de Ecuador y Colombia, por ejemplo, algunos profesores han incorporado sesiones
de mindfulness antes de actividades de speaking, con el fin de reducir los niveles de ansiedad y aumentar
la concentración. Estos ejercicios sencillos: respiraciones profundas, breves visualizaciones o
estiramientos conscientes, preparan emocionalmente a los estudiantes y favorecen un ambiente más
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distendido. De igual forma, se han aplicado dinámicas como la rueda de la empatía, donde los
adolescentes expresan en inglés frases sencillas relacionadas con su estado de ánimo, promoviendo así
tanto la competencia lingüística como la regulación emocional.

Sin embargo, estas estrategias escolares alcanzan su máximo potencial cuando encuentran resonancia
en la vida familiar. El hogar constituye un espacio en el que se consolidan aprendizajes invisibles pero
determinantes a través de prácticas como la validación del esfuerzo, la escucha activa y la creación de
rutinas que promueven la autonomía. Ambarwati (2018) señala que la atención de los padres influye
directamente en los resultados académicos, pues otorga seguridad emocional, indispensable para
enfrentar los desafíos del aprendizaje de una lengua extranjera.

Un ejemplo concreto se observa en familias que, aunque no dominan el inglés, acompañan a sus hijos a
través de pequeñas prácticas cotidianas: ¿preguntarles en inglés frases simples como How are you?, ver
juntos una serie subtitulada o escuchar canciones en el idioma y comentarlas. Estas interacciones, lejos
de ser académicas en sentido estricto, fortalecen la motivación intrínseca de los adolescentes, quienes
perciben que su esfuerzo es valorado y compartido. Vargas-Saritama et al. (2024) han demostrado que
esta participación activa de los padres no solo impacta en el aprendizaje lingüístico, sino también en la
persistencia de los estudiantes frente a las dificultades.

Desde la escuela, otra estrategia clave consiste en incorporar espacios de reflexión emocional como
parte del currículo de inglés. Valente et al. (2020) subrayan que la IE del docente influye directamente
en la eficacia de su gestión pedagógica. Por ello, el profesorado que integra actividades como diarios
reflexivos, debates sobre experiencias personales o dinámicas de role-play centradas en emociones
fomenta una mirada más integral del aprendizaje. En comunidades educativas de México, se han
desarrollado proyectos donde los estudiantes escriben pequeños relatos en inglés acerca de situaciones
que les generaron alegría, miedo o frustración; luego, comparten sus textos con sus pares, aprendiendo
a validar sus propias emociones y las de los demás.

Los beneficios de estas prácticas se potencian cuando existe una alianza efectiva entre escuela y familia.
Domínguez Alonso et al. (2022) destacan que la IE de los adolescentes se fortalece en entornos de apoyo
coherentes, donde padres y docentes modelan conductas de autorregulación, empatía y motivación. En
este sentido, la comunicación fluida entre ambos actores resulta esencial: reuniones periódicas, talleres
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de formación parental y canales de retroalimentación permiten alinear los esfuerzos y garantizar que los
adolescentes encuentren un marco de referencia consistente en ambos espacios.

Finalmente, las estrategias humanas más efectivas son aquellas que reconocen la centralidad del vínculo
emocional en todo aprendizaje. Más allá de los contenidos lingüísticos, lo que los adolescentes recuerdan
y valoran con mayor fuerza son las experiencias en las que se sintieron acompañados, comprendidos y
motivados. Un profesor que reconoce el esfuerzo de un estudiante tímido, una madre que escucha con
paciencia una exposición ensayada o un padre que celebra el avance en una calificación, constituyen
experiencias que dejan huellas profundas. Así, el aprendizaje del inglés se convierte en un logro
académico, pero sobre todo en una vivencia de crecimiento personal y social que prepara a los jóvenes
para enfrentar la vida con mayor resiliencia y confianza.

CONCLUSIONES

Reflexionar sobre el papel de la inteligencia emocional (IE) en el aprendizaje del inglés permite
comprender que este proceso va mucho más allá de la repetición de estructuras gramaticales o de la
memorización mecánica de vocabulario. Las emociones constituyen un eje central de la experiencia
educativa, y la formación lingüística alcanza su verdadero sentido cuando se construye sobre un
andamiaje socioemocional sólido.

En el contexto escolar, los vínculos afectivos se convierten en el terreno fértil donde florecen la
perseverancia y la autoeficacia de los adolescentes. La IE del profesor, expresada en su capacidad para
autorregularse, reconocer emociones y manejar las dinámicas colectivas, no solo facilita el aprendizaje
de la lengua, sino que también contribuye a formar ciudadanos capaces de cultivar la resiliencia y la
cooperación en su vida diaria (Valente et al., 2020; Rojas et al., 2021). De este modo, la labor docente
se transforma en un ejercicio ético y humano que genera entornos de respeto y confianza.

El hogar, por su parte, constituye el primer espacio de alfabetización emocional, donde desde la infancia
se gestan la validación, la atención y el acompañamiento parental (Ambarwati, 2018; Vargas-Saritama
et al., 2024). A través de su ejemplo, los padres transmiten la manera de gestionar emociones, motivar
la perseverancia y transformar los errores en oportunidades de aprendizaje. Durante la adolescencia, este
acompañamiento es aún más decisivo, pues los jóvenes requieren figuras de referencia que refuercen su
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confianza y resiliencia frente a los retos académicos y vitales (Chávez-Martínez & Salazar-Jiménez,
2024).

La convergencia entre escuela y familia constituye la clave para que el aprendizaje del inglés se
transforme en una experiencia significativa. Cuando ambos espacios actúan de manera articulada, los
adolescentes encuentran coherencia y apoyo, lo cual se traduce en mayor motivación y persistencia. Así,
el idioma deja de ser una asignatura aislada para convertirse en un vehículo de construcción de identidad,
autosuficiencia y apertura cultural.

En contextos latinoamericanos, marcados por desafíos como la desigualdad educativa, la precariedad
tecnológica o las tensiones sociales, esta sinergia cobra especial relevancia. Los estudiantes que cuentan
con docentes emocionalmente competentes y familias comprometidas en su proceso formativo logran
trascender las limitaciones estructurales y desarrollan habilidades para comunicarse en un idioma global
al tiempo que fortalecen competencias socioemocionales fundamentales para la vida.

En conclusión, invertir en el desarrollo de la IE de los adolescentes, en la formación de educadores
emocionalmente inteligentes y en la participación activa de las familias es apostar por una educación
integral y humanizado, capaz de preparar a los jóvenes para enfrentar los retos de un mundo globalizado
con empatía, resiliencia y seguridad. El aprendizaje del inglés, bajo esta perspectiva, se revela como un
acto de encuentro humano, en el que cada palabra aprendida cobra sentido en la conexión afectiva con
los otros, del mismo modo que se aprende la lengua materna: a través del vínculo, la confianza y la
emoción compartida.

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