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naturales (Escobar, 2016; de la Cadena, 2015). En ontologías relacionales propias de pueblos indígenas,
afrodescendientes y campesinos, la línea entre humano y no-humano se difumina: humanos, animales,
plantas, espíritus, paisaje, todo está interconectado en una comunidad de vida (Santos, 2014; Viveiros
de Castro, 2010). Desde esa visión, es natural pensar que la naturaleza “dio testimonio” en los relatos
de estas comunidades, porque los testigos humanos incorporaron al ambiente en sus narrativas. Un
ejemplo citado es el de una lideresa afro del Pacífico que dijo: “El manglar conocía nuestros pasos,
nuestras voces... no conocía el paso de la guerra; igual que nosotros, se confundió”. Esta metáfora, en
primera persona plural, equipara la experiencia del manglar con la de la comunidad: ambos eran
inocentes, ninguno entendía la irrupción de la violencia. Aquí la naturaleza deja de ser “el Otro” y
deviene un sujeto colectivo que comparte la memoria del sufrimiento.
Un estudio académico de Villegas & Castrillón (2020) analizó precisamente esta temática. Estos autores
concluyen que la CEV “no tuvo una comprensión homogénea sobre la naturaleza” –es decir, presenta
múltiples facetas– pero que “la más interesante es la que permite pensar a la naturaleza como testigo
del daño que le han infringido” (Villegas & Castrillón, 2020, p.95). Señalan además que esta
interpretación no es invención de la Comisión, sino que surge de: (i) el carácter relacional de las
ontologías de las comunidades que testificaron, (ii) el carácter político de dichas ontologías (es decir,
reivindicar a la naturaleza como testigo es un acto político de afirmación cultural) y (iii) la idea de que
la naturaleza en sí produce y emite signos, siendo la comunicación una propiedad inmanente de la vida.
En otras palabras, la Comisión de la Verdad recoge un saber local –que la naturaleza vio y recuerda– y
lo eleva a reconocimiento público, dotándolo de validez política y epistemológica. Este respaldo
académico sugiere que la idea de la naturaleza testigo tiene una profundidad filosófica y ética
importante: nos invita a considerar seriamente los signos del ambiente (desde árboles baleados hasta
silencios) como parte del acervo testimonial que debe integrar la memoria histórica.
En la práctica de la justicia transicional colombiana, esta concepción tuvo manifestaciones simbólicas.
Por ejemplo, la Comisión organizó actos de reconocimiento en sitios naturales afectados, como ríos y
montañas, donde se escuchaban sonidos de la naturaleza junto con relatos humanos, a modo de “relatos
sonoros de la memoria” (CEV, 2022a). Estos actos rituales buscaban honrar tanto a las víctimas
humanas como a la naturaleza herida, y permitían a las comunidades dialogar con el territorio en