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maneras, y no todas son iguales, ya que no siempre es lo mismo para cada persona. Esto se da porque
depende mucho del contexto donde nos desarrollamos, teniendo en cuenta factores culturales y sociales.
En el entorno académico, la violencia escolar ha sido definida como un conjunto de acciones agresivas
que ocurren dentro del entorno educativo, y que incluyen manifestaciones físicas, verbales, psicológicas
y sociales entre los estudiantes. Estas conductas generan un clima de inseguridad, afectan el bienestar
emocional, y dificultan el proceso de aprendizaje (Sánchez, 2020). En el entorno escolar, la violencia
surge desde las víctimas, los testigos, las relaciones entre compañeros, la familia y el entorno social.
Así mismo, Gómez et al, (2020), menciona que, se puede clasificar en violencia escolar física, y
violencia escolar psicológica. Es por ello, que nos centramos en la terapia cognitivo conductual (TCC),
que ha demostrado ser una herramienta eficaz para modificar las conductas disruptivas en los alumnos.
Para Bocanegra (2024), la TCC, se basa en los pensamientos o creencias irracionales que influyen la
manera en cómo se percibe la situación en la que nos encontramos. Implementar esta teoría para
identificar pensamientos disfuncionales y modificar las conductas, nos guiará a crear relaciones
interpersonales de manera saludable. Orozco, et al. (2021), explican que desde el enfoque del aprendizaje
social los estudiantes pueden incorporar conductas violentas al observar modelos en su entorno familiar
o escolar. La TCC, por su parte, aplica técnicas como el modelado, el role-playing y el refuerzo positivo,
con el objetivo de enseñar habilidades sociales y estrategias de afrontamiento. De este modo, ambas
corrientes coinciden en que el comportamiento humano es producto de la interacción entre el
ambiente, procesos mentales y acciones observables, lo que permite abordar las conductas problemáticas
desde un enfoque integral (Bandura, 1986; Orozco, et al., 2021).
Para abordar esta problemática, el presente estudio se sustenta en la teoría del aprendizaje social de
Albert Bandura, la cual sostiene, la violencia escolar puede entenderse como una conducta aprendida
mediante la interacción con figuras de su entorno, en ese sentido los estudiantes interiorizan conductas
desfavorables al ver los actos de otras personas dentro del entorno. Mora (2021) afirma que, dentro del
ámbito educativo, los alumnos están constantemente expuestos a diferentes figuras que influyen en su
manera de actuar como los docentes, compañeros o personal administrativo. Las actitudes de estos
modelos pueden ser fácilmente imitadas, especialmente si son vistas como exitosas o no conllevan a
consecuencias negativas. Este tipo de aprendizaje no solo promueve la repetición de conductas violentas,