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facilita la obtención de certificaciones internacionales y el acceso a programas de formación posgradual,
consolidando ventajas competitivas en el mercado laboral (Dearden, 2020). La teoría del capital
lingüístico (Bourdieu, 1991) explica que el inglés, como recurso simbólico, otorga prestigio y
legitimidad en contextos profesionales, incrementando la percepción de competencia y confiabilidad
por parte de empleadores y colegas internacionales.
Sin embargo, no todos los trabajadores se benefician de manera uniforme. Las brechas socioeconómicas,
el acceso desigual a educación de calidad y la concentración de programas de formación en inglés en
sectores privilegiados generan desigualdades en la posibilidad de aprovechar estas oportunidades (Erling
& Seargeant, 2013). Esto evidencia que, aunque el inglés es un habilitador profesional, su impacto
depende de condiciones estructurales y contextuales.
En términos prácticos, esta categoría sugiere que las políticas educativas y corporativas deben orientarse
a democratizar el acceso a la formación en inglés y combinarla con desarrollo de habilidades técnicas y
socioemocionales, para maximizar la transferencia de competencias al desempeño profesional.
Competitividad empresarial
El inglés no solo beneficia a los individuos sino también a las organizaciones. La competencia en inglés
facilita la comunicación con clientes, proveedores y socios internacionales, permitiendo la expansión
hacia nuevos mercados (Neeley, 2017). Según el modelo de capacidades dinámicas (Teece, 2007), las
empresas que integran habilidades lingüísticas en su capital humano pueden adaptarse más rápidamente
a cambios del mercado, innovar y coordinar operaciones transnacionales con mayor eficiencia.
Estudios de casos en empresas multinacionales muestran que adoptar el inglés como lengua corporativa
mejora la coordinación interdepartamental y reduce errores en proyectos globales (Erling & Seargeant,
2013). Asimismo, en sectores tecnológicos y financieros, el inglés es el idioma predominante de
documentación técnica, normas y regulaciones, lo que convierte la competencia lingüística en un factor
clave para mantener la competitividad frente a rivales internacionales (Graddol, 2021).
No obstante, el énfasis excesivo en el inglés puede generar desafíos internos, como exclusión de
empleados con menor dominio de la lengua o dependencia de contrataciones internacionales, lo que
implica costos adicionales de capacitación y gestión de diversidad lingüística. La literatura sugiere que