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INTRODUCCIÓN
La osteoartrosis (OA) de rodilla es una enfermedad articular degenerativa, de naturaleza inflamatoria y
progresiva, que afecta las superficies óseas articulares, produciendo desgaste de cartílago, deformidad
articular, dolor e inestabilidad funcional (1). Esta patología tiene una etiología multifactorial,
clasificándose en primaria y secundaria, con factores de riesgo reconocidos como edad avanzada, sexo
femenino, sobrepeso, traumatismos previos y predisposición genética (1,2).
Desde el punto de vista fisiopatológico, la OA resulta del desequilibrio entre la degradación y reparación
del cartílago, con pérdida progresiva de proteoglicanos, daño del colágeno y aumento de mediadores
inflamatorios, lo cual perpetúa la sinovitis y remodelación ósea anómala (3). Clínicamente, se
manifiesta con dolor mecánico progresivo, limitación funcional y signos físicos como crepitación,
sensibilidad ósea, deformidad y derrame articular (4). El diagnóstico se fundamenta en la evaluación
clínica, apoyada por escalas funcionales como el índice WOMAC y radiografía simple con clasificación
de Kellgren-Lawrence (5,6).
El tratamiento inicial de la OA de rodilla integra estrategias no farmacológicas, como fisioterapia,
ejercicio terapéutico, control de peso y dispositivos de asistencia, junto con manejo farmacológico,
siendo los AINEs tópicos preferidos en ancianos (7-9). En fases avanzadas, se consideran terapias
intraarticulares, agentes biológicos y, finalmente, procedimientos quirúrgicos como la artroplastia total
de rodilla (ATR), intervención altamente eficaz en control de síntomas y recuperación funcional (13-
15).
No obstante, a pesar de su eficacia, hasta un 60 % de los pacientes sometidos a ATR reportan dolor
moderado a intenso a los seis meses postoperatorios (21,22). De este dolor postquirúrgico, un porcentaje
relevante corresponde a dolor neuropático (DN), una condición caracterizada por síntomas como ardor,
alodinia, hiperalgesia y descargas eléctricas, resultado de daño o disfunción del sistema nervioso
somatosensorial (27,29). La prevalencia de DN tras cirugía ortopédica oscila entre 10-50 %, siendo
particularmente relevante tras ATR por su impacto en calidad de vida, función y rehabilitación
(29,36,44).
El DN pos-ATR persiste meses o años tras la cirugía, manifestándose de manera crónica, con
prevalencias entre 6 % y 21 % a lo largo del primer año postoperatorio, afectando significativamente la