CONDUCTAS ANTISOCIALES Y DELICTIVAS
EN JÓVENES DE BACHILLERATO EN SINALOA:
IMPACTO DE LA VIOLENCIA, CAUSAS Y
ESTRATEGIAS DE PREVENCIÓN
ANTISOCIAL AND DELINQUENT BEHAVIOR IN HIGH
SCHOOL STUDENTS IN SINALOA: IMPACT OF VIOLENCE,
CAUSES, AND PREVENTION STRATEGIES
Alma Flor Martinez Soto
Universidad Autónoma de Sinaloa
Clara Emynick Cervantes
Universidad Autónoma de Sinaloa
Rosa Maria Zazueta Diaz
Centro de Actualización del Magisterio
Pamela Herrera Ríos
Universidad Autónoma de Sinaloa
Maria Elena González Díaz
Centro de Actualización del Magisterio
pág. 10359
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i5.20338
Conductas Antisociales y Delictivas en Jóvenes de Bachillerato en Sinaloa:
Impacto de la Violencia, Causas y Estrategias de Prevención
Alma Flor Martinez Soto1
flormartinezsoto@hotmail.com
https://orcid.org/0009-0000-5171-0991
Centro de Investigación e Innovación del Noroeste-
CIIEN
Universidad Autónoma de Sinaloa
Ciudad de Mazatlán Sinaloa
Clara Emynick Cervantes
maestraclaracervantes@uas.edu.mx
https://orcid.org/0009-0003-0526-7003
Escuela Normal de Sinaloa
Universidad Autónoma de Sinaloa
Ciudad de Mazatlán, Sinaloa
Rosa Maria Zazueta Diaz
zazuetadiaz@hotmail.com
https://orcid.org/0009-0005-5642-8422
Escuela Normal de Sinaloa
Centro de Actualización del Magisterio
Ciudad de Mazatlán, Sinaloa
Pamela Herrera Ríos
herrerapamela@uas.edu.mx
https://orcid.org/0009-0003-6669-1297
Centro de Investigación e Innovación Educativa
del Noroeste
Universidad Autónoma de Sinaloa
Ciudad de Culiacán, Sinaloa
Maria Elena González Díaz
mariaelena.glezdiaz@gmail.com
https://orcid.org/0009-0005-7386-4971
Centro de Actualización del Magisterio
RESUMEN
El presente artículo analiza cómo los contextos de violencia e inseguridad influyen en la aparición de
conductas de riesgo entre estudiantes de nivel medio superior. El objetivo principal es examinar la
relación entre la exposición a situaciones violentas y la manifestación de conductas antisociales o
delictivas, así como identificar posibles factores causales y estrategias de intervención. El estudio se
desarrolló bajo un enfoque cuantitativo, con un diseño descriptivo de tipo transversal. Se aplicó un
cuestionario estructurado a una muestra representativa de 384 estudiantes de bachillerato público en los
municipios de Guasave, Culiacán y Mazatlán, Sinaloa. Los hallazgos revelan una alta incidencia de
conductas como agresividad, consumo de sustancias y desobediencia a normas escolares, asociadas en
su mayoría a la vivencia directa o indirecta de hechos violentos. Se concluye que la violencia que se
vive en el contexto social, representa un factor determinante en el desarrollo de conductas problemáticas
en los jóvenes, por lo que se plantea la necesidad de implementar programas integrales de prevención
que fortalezcan la inteligencia emocional, la cultura de la legalidad y el tejido social en las comunidades
educativas.
Palabras clave: conductas antisociales, conductas delictivas, bachillerato
1
Autor principal
Correspondencia: flormartinezsoto@hotmail.com
pág. 10360
Antisocial and Delinquent Behavior in High School Students in Sinaloa:
Impact of Violence, Causes, and Prevention Strategies
ABSTRACT
The article examines how environments marked by violence and insecurity influence the emergence of
risk behaviors among upper secondary students. The main objective is to analyze the relationship
between exposure to violent situations and the development of antisocial or criminal behaviors, while
identifying underlying causes and proposing effective preventive strategies. The study followed a
quantitative approach with a descriptive cross-sectional design. A structured questionnaire was
administered to a representative sample of 384 students from public high schools in the municipalities
of Guasave, Culiacán, and Mazatlán, Sinaloa. The findings reveal a high prevalence of behaviors such
as aggression, substance use, and rule-breaking, mostly linked to the direct or indirect experience of
violence. The study concludes that violence is a determining factor in the development of problematic
behaviors among youth, highlighting the urgent need to implement comprehensive prevention programs
that promote emotional intelligence, a culture of lawfulness, and strong social ties within educational
communities.
Keywords: antisocial behavior, youth violence, high school
Artículo recibido 24 septiembre 2025
Aceptado para publicación: 27 octubre 2025
pág. 10361
INTRODUCCIÓN
En las últimas décadas, el fenómeno de la violencia ha cobrado una alarmante relevancia en el contexto
educativo de México, particularmente en regiones con altos índices de criminalidad como el estado de
Sinaloa. Las instituciones educativas, tradicionalmente concebidas como espacios de formación y
desarrollo integral, se ven hoy día expuestas a un entorno social caracterizado por la inseguridad, la
delincuencia y la normalización de conductas antisociales. Cano, Estrada & Jacobo (2014). Esta
realidad plantea desafíos significativos para el sistema educativo, especialmente en el nivel medio
superior, donde los adolescentes se encuentran en una etapa clave de construcción de identidad y
valores. Juárez-Lozano et al .(2024).
En este sentido, el presente estudio se centra en analizar la prevalencia de conductas antisociales y
delictivas entre los jóvenes que cursan el bachillerato en escuelas públicas de Sinaloa, así como
identificar los factores asociados a estas conductas y las posibles estrategias de prevención desde el
ámbito educativo. Para ello, se empleó como instrumento principal la prueba psicométrica A-D,
desarrollada por Nicolás Seisdedos Cubero en 2001, la cual ha sido ampliamente utilizada para detectar
predisposición a comportamientos de tipo antisocial y delictivo en adolescentes y jóvenes adultos.
La prueba A-D evalúa de manera objetiva una serie de dimensiones conductuales relacionadas con la
agresividad, el desafío a la autoridad, la tendencia a infringir normas, y otros indicadores de riesgo
psicosocial. Su aplicación en contextos escolares permite obtener un perfil general de los alumnos en
cuanto a su conducta social, facilitando la detección temprana de factores de riesgo que puedan derivar
en problemas mayores dentro y fuera del entorno educativo. Seisdedos (2001).
Con base a los datos de Estadística Educativa en Sinaloa 2023-2024, la población estudiantil de media
superior en los municipios donde se aplicaron los instrumentos, es de 171,690 alumnos
aproximadamente, de la cual se tomó una muestra que estuvo conformada por 384 estudiantes de
bachillerato pertenecientes a diversas instituciones públicas del estado de los municipios de Culiacán,
Mazatlán y Guasave, se aplicó un instrumento con adecuaciones basado en la prueba A-D.
La inquietud de investigar sobre este fenómeno se basa en el hecho de que Sinaloa ha sido durante años
uno de los estados más afectados por el narcotráfico y la violencia armada, situaciones que no solo
afectan la seguridad física de los habitantes, sino también su estabilidad emocional, social y psicológica.
pág. 10362
Los adolescentes, por su etapa de desarrollo y alta vulnerabilidad, son particularmente susceptibles a
las influencias del entorno, como lo señalan Alves et al. (2017) La exposición constante a contextos
violentos puede distorsionar su percepción sobre lo socialmente aceptable, debilitando los procesos de
socialización y promoviendo actitudes de desconfianza, hostilidad y transgresión. Sibalde-Vanderley
(2020).
Además de los factores estructurales y sociales, es necesario considerar los elementos subjetivos que
intervienen en la conducta juvenil. Las experiencias personales de violencia, la desintegración familiar,
la presión de grupo y la falta de espacios seguros y constructivos para la convivencia, son aspectos que
inciden en el comportamiento de los jóvenes como lo apuntan, Del Pino et al (2011). La combinación
de estos factores genera un clima propicio para la aparición de conductas antisociales, que en muchos
casos son la antesala de comportamientos delictivos más graves. Sanabria & Uribe (2009).
A partir de estos elementos, este artículo tiene como propósito principal visibilizar el impacto de la
violencia estructural y cotidiana en las conductas juveniles dentro del bachillerato, explorando las
causas que subyacen a estos comportamientos y proponiendo estrategias de intervención desde el
ámbito educativo y comunitario. La aplicación de la prueba A-D no solo permite conocer el estado
actual del alumnado respecto a estas conductas, sino también abre la posibilidad de diseñar programas
de prevención basados en evidencia, que atiendan las necesidades reales de los jóvenes en Sinaloa.
MARCO TEORICO
La violencia y la inseguridad son fenómenos sociales que han alcanzado niveles preocupantes en
diversas regiones de México, particularmente en estados como Sinaloa. Estos fenómenos no solo
afectan el ámbito económico y político, sino que también tienen un impacto profundo en la vida
cotidiana de la población, especialmente en sectores vulnerables como los adolescentes. En este
contexto, los estudiantes de nivel medio superior enfrentan múltiples retos derivados de su exposición
constante a escenarios violentos que pueden condicionar su desarrollo académico, emocional y social.
La exposición a entornos violentos tiene un efecto directo en el rendimiento escolar de los jóvenes. El
miedo constante, la incertidumbre y el estrés pueden generar dificultades para concentrarse, ausentismo
escolar e incluso deserción. Burdick-Will (2013).
pág. 10363
Esta situación se agrava cuando los centros educativos se ubican en zonas marcadas por altos índices
delictivos, donde los estudiantes deben enfrentarse diariamente a situaciones de riesgo tanto dentro
como fuera del aula. Cerda et al. (2019)
La teoría del desarrollo ecológico de Bronfenbrenner (1979), resulta útil para comprender cómo la
violencia impacta en los adolescentes. Esta teoría plantea que el desarrollo humano está influido por
diferentes sistemas que interactúan entre sí, desde el entorno s inmediato (familia, escuela) hasta
contextos más amplios (comunidad, sociedad). Así, la violencia que se vive en el entorno comunitario
penetra en los microsistemas donde los jóvenes se desenvuelven, afectando sus relaciones
interpersonales y su bienestar general.
Asimismo, desde una perspectiva psicosocial, la violencia puede generar en los jóvenes síntomas de
ansiedad, depresión, trastornos del sueño, retraimiento social y actitudes defensivas. Busby & Lalongo
(2013). Estas respuestas emocionales afectan su capacidad de aprendizaje y su interacción con los
demás. En muchos casos, de acuerdo con Cerda et al. (2019), los adolescentes desarrollan mecanismos
de afrontamiento que pueden ser poco saludables, como la normalización de la violencia, el uso de
sustancias o la vinculación con grupos delictivos como una forma de protección o búsqueda de
identidad.
En el ámbito educativo, los docentes también se ven afectados por la inseguridad. Su desempeño
profesional puede verse limitado por el temor a represalias, la falta de condiciones seguras para trabajar
o la presión para no denunciar situaciones de riesgo. Barragán et al. (2016). Esto genera un clima escolar
tenso, donde la prioridad ya no es solo la enseñanza-aprendizaje, sino también la protección física y
emocional de los actores escolares.
El capital social también se ve erosionado en contextos violentos. Rivera-González (2016). Cuando las
redes de apoyo comunitario y familiar se debilitan por la desconfianza, el miedo o el desplazamiento
forzado, los estudiantes pierden referentes sólidos que los acompañen en su proceso formativo.
Schneider (2015). La escuela, en estos casos, puede convertirse en el único espacio de contención
emocional y de reconstrucción del tejido social, siempre y cuando cuente con las herramientas
adecuadas para hacerlo.
pág. 10364
En este sentido, la educación emocional y la implementación de programas de prevención de la
violencia en las escuelas son estrategias clave. López & Pérez-Escoda (2019). Estos programas buscan
desarrollar habilidades socioemocionales en los jóvenes, fomentar la resiliencia y promover la
resolución pacífica de conflictos. A pesar de los esfuerzos institucionales, su impacto suele verse
limitado si no se abordan también las causas estructurales de la violencia, como la pobreza, la impunidad
y la corrupción. Galtung (1971) citado por Zamora (2019).
La perspectiva de género también resulta relevante en el análisis del impacto de la violencia en
estudiantes de bachillerato. Las adolescentes enfrentan riesgos específicos como el acoso, la violencia
sexual y la explotación, lo cual puede tener consecuencias aún más graves en su salud física y mental.
Vidal-Palacios et al. (2024). Además, Soltero y Loza-Vaqueiro (2021) señalan que la construcción de
masculinidades violentas en ciertos contextos fomenta comportamientos agresivos entre los varones,
reforzando los ciclos de violencia.
Por otro lado, la investigación en este campo ha señalado la importancia de escuchar la voz de los
propios jóvenes para entender cómo viven la violencia y qué estrategias consideran efectivas para
enfrentarla. Sus testimonios permiten visibilizar realidades que muchas veces quedan fuera del discurso
oficial, y pueden servir como base para el diseño de políticas públicas más sensibles y efectivas.
Para finalizar, el estudio de los efectos de la violencia e inseguridad en estudiantes de bachillerato en
Sinaloa debe abordarse desde un enfoque multidisciplinario que considere las dimensiones educativas,
psicológicas, sociales y culturales del fenómeno. Solo así será posible comprender la complejidad del
problema y proponer soluciones integrales que garanticen el derecho de los jóvenes a una vida digna,
segura y con acceso a una educación de calidad.
MATERIAL Y METODOS
Este estudio se llevó a cabo bajo un enfoque cuantitativo, con un diseño descriptivo y transversal,
orientado a analizar los efectos de la violencia e inseguridad en estudiantes de nivel medio superior en
el estado de Sinaloa. El objetivo fue obtener datos medibles y comparables que permitieran identificar
tendencias y patrones en las experiencias y percepciones de los jóvenes en relación con su entorno
social.
pág. 10365
La población objetivo estuvo conformada por estudiantes de bachillerato inscritos en instituciones
públicas del estado, con edades de 15 a 18 años. Para determinar el tamaño de la muestra se utilizó un
muestreo probabilístico aleatorio simple, que otorga igualdad de probabilidad a todos los individuos de
la población para ser seleccionados.
Se consideró un nivel de confianza del 95% y un margen de error del 5%, siguiendo la fórmula
estadística para poblaciones infinitas o grandes:
Con base en este cálculo, se determinó que el tamaño de muestra ideal era de 384 estudiantes de
bachillerato, lo cual garantiza la representatividad de los datos obtenidos. Los alumnos están
distribuidos en diversos planteles ubicados en zonas con alta incidencia delictiva en el Estado.
Para la recolección de datos se utilizó el instrumento de Seisdedos (2001), con algunas adaptaciones al
contexto actual (Ver Tabla 1), un cuestionario validado que evalúa variables asociadas con la ansiedad,
percepción del entorno y estrategias de afrontamiento en contextos de riesgo. Este instrumento contiene
34 reactivos con formato dicotómico de respuesta (Sí / No), lo que permite una codificación clara y
sencilla para su análisis estadístico.
Instrucciones: A continuación, se enumeran una serie de actividades seguidas cada una de ellas de las
palabras SI/NO. Lee con atención y responde sinceramente, en caso de que hayas realizado esta
actividad alguna vez en los últimos doce meses, responde SI de lo contrario responde NO.
pág. 10366
Tabla 1. Escala de conducta antisocial (ASB-R) de Seisdedos (1988)
Ítem
Respuestas
Asistir a reuniones o fiestas donde se consume droga
Si
No
Fumar en la escuela
Si
No
Escaparse del colegio
Si
No
Consumir pornografía
Si
No
Tener relación con personas que delinquen
Si
No
Hacer ruido en un lugar donde se debe guardar silencio
Si
No
Imitar personajes que pertenecen al crimen organizado
Si
No
Realizar actos inmorales
Si
No
Ir en pandilla y pelearse con gente más joven que tu
Si
No
Ir en moto por la banqueta
Si
No
Robar cosas dentro del plantel escolar
Si
No
Llevar un arma por si se necesita en una pelea
Si
No
Vender drogas
Si
No
Falsificar documentos escolares para entregarlos a mis padres
Si
No
Entrar a propiedad privada deshabitadas sin permiso
Si
No
Tirar basura en la calle
Si
No
Comprar artículos robados
Si
No
Decir malas palabras
Si
No
Quedarte con dinero que sobró que no es tuyo para comprar algo
Si
No
Entrar a propiedad privada para robar
Si
No
Ser mal educado con personas desconocidas
Si
No
Hacer desorden en lugares públicos
Si
No
Participar en peleas
Si
No
Portar armas
Si
No
Vestir inapropiadamente
Si
No
Copiar en un examen
Si
No
Robar dinero
Si
No
Apedrear personas
Si
No
Hacer bromas pesadas por teléfono
Si
No
Andar en malas compañías
Si
No
Comprar bebidas alcohólicas sin tener edad para comprar ni consumir
Si
No
Incursionar en actividades ilícitas
Si
No
Robar dinero o cosas en tu casa
Si
No
Fuente: Seisdedos (2001).
pág. 10367
El cuestionario fue adaptado y aplicado mediante la plataforma Google Forms, lo cual facilitó su
distribución electrónica entre los estudiantes y garantizó condiciones adecuadas de anonimato y
accesibilidad. La aplicación se realizó durante el mes de noviembre de 2024, con el apoyo de los
docentes y directivos de las instituciones participantes, quienes colaboraron en el envío del formulario
digital a los estudiantes mediante plataformas institucionales o grupos escolares de mensajería.
Antes de contestar el formulario, los alumnos fueron informados sobre el propósito de la investigación,
su carácter voluntario y confidencial, y el uso exclusivo académico de los resultados. Se garantizó el
derecho a no responder o abandonar el cuestionario en cualquier momento sin consecuencias.
Las respuestas fueron almacenadas automáticamente por la plataforma, exportadas en formato Excel, y
posteriormente analizadas mediante el programa estadístico SPSS (versión 25). Se aplicaron análisis
estadísticos descriptivos para identificar frecuencias, porcentajes y patrones en las respuestas, así como
comparaciones por género para observar posibles diferencias significativas entre subgrupos.
La implementación digital del instrumento permitió eficiencia en el manejo de los datos, reducción de
errores de captura, y un entorno más cómodo y seguro para los estudiantes, especialmente considerando
los contextos de riesgo e inseguridad en los que se encuentran inmersos.
Antes de aplicar el instrumento, se obtuvo la autorización correspondiente de las autoridades escolares,
y se explicó a los estudiantes el propósito del estudio, enfatizando que su participación era
completamente voluntaria, anónima y confidencial. Se garantizó que sus respuestas no tendrían ningún
impacto académico ni personal, y que podían abandonar el cuestionario en cualquier momento sin
consecuencias.
RESULTADOS
Se aplicó un cuestionario con 34 ítems de tipo dicotómico (Sí / No), adaptado del instrumento de
Seisdedos (2001), a una muestra de 384 estudiantes de bachillerato del estado de Sinaloa, con el objetivo
de identificar la prevalencia de ciertas conductas de riesgo, así como actitudes que pudieran estar
influenciadas por el contexto de violencia e inseguridad que atraviesa la región. (Ver gráfico 1)
pág. 10368
Gráfico 1. Mayores frecuencias registradas en el instrumento de conductas de riesgo en adolescentes
de bachillerato
Fuente: Propia
Los datos revelan que un porcentaje considerable de los estudiantes ha incurrido o ha estado expuesto
a conductas de riesgo o desvío social, muchas de las cuales están fuertemente normalizadas o
minimizadas socialmente, incluso cuando constituyen faltas graves o delitos.
Entre los hallazgos más alarmantes destacan:
Alta normalización de conductas como decir malas palabras (68.0%), tirar basura (55.7%) y copiar
en exámenes (53.6%).
Casi 4 de cada 10 estudiantes (36.7%) admiten imitar personajes del crimen organizado, lo que
apunta a un fenómeno de admiración o aspiración simbólica hacia figuras asociadas a la violencia
y el poder.
Un 27.3% ha asistido a fiestas donde se consume droga, y un 19.5% se ha relacionado con personas
que delinquen, lo cual sugiere contacto directo con redes de riesgo.
Aunque las conductas más extremas (como portar armas, vender drogas o cometer robos graves)
presentan porcentajes menores, su presencia en el entorno estudiantil no puede pasarse por alto.
Este panorama indica que existe una tendencia preocupante de naturalización de estas conductas,
posiblemente favorecida por el entorno de inseguridad estructural, violencia normalizada, y déficit de
control social y familiar en ciertas zonas de Sinaloa.
pág. 10369
Hernández & Finol (2011) señalan que la violencia y la inseguridad persistentes en ciertas regiones
pueden contribuir a la naturalización de conductas antisociales, especialmente cuando se combinan con
la ausencia de control social y familiar efectivo.
Asimismo, como lo menciona Atuesta (2016), la influencia cultural del crimen organizado a través
de medios, redes sociales o el narcocorrido moldea referentes juveniles que refuerzan estas actitudes,
en algunos casos bajo la percepción de que representan poder, respeto o éxito.
Los hallazgos de esta investigación deben ser comprendidos a la luz del concepto de violencia
estructural, propuesto por Johan Galtung, que hace referencia a aquellas condiciones sociales,
económicas, políticas y culturales que impiden la satisfacción de las necesidades básicas de las
personas, reproduciendo desigualdades e injusticias de manera sistemática. Zamora (2019).
En el contexto de Sinaloa, donde persisten altos niveles de inseguridad, marginación, impunidad y
presencia del crimen organizado, los estudiantes no solo están expuestos a la violencia directa (física o
verbal), sino también a formas más profundas e invisibles de violencia que se manifiestan en su entorno
social, escolar y familiar. Estas afirmaciones provienen de los datos del Sistema Nacional de Seguridad
Pública (2024), quien señala que Sinaloa mantiene índices elevados de delitos violentos, mientras que
México Evalúa (2024) menciona que existe una alta percepción de inseguridad y una normalización de
la violencia en la vida cotidiana de los habitantes del Estado.
Los resultados muestran que una proporción significativa de adolescentes normaliza conductas
desviadas como copiar en exámenes (53.6%), asistir a fiestas con consumo de drogas (27.3%) o imitar
figuras del crimen organizado (36.7%). Estas actitudes no pueden ser entendidas como meros actos
individuales, sino como síntomas de una estructura social debilitada que, en muchos casos, ha dejado
de proveer modelos alternativos positivos.
Con respecto a lo anterior, (Bauman 2003) menciona que "La conducta individual no puede desligarse
de su contexto social; cuando las estructuras sociales se debilitan, se reducen las oportunidades de
socialización positiva y aumentan las manifestaciones de conductas problemáticas" La elevada
frecuencia con la que los estudiantes reportan comportamientos disruptivos, deshonestos o incluso
delictivos, puede interpretarse como una respuesta adaptativa frente a un entorno donde las reglas
formales no garantizan justicia ni oportunidades equitativas.
pág. 10370
En este sentido, la violencia estructural genera un caldo de cultivo en el que florecen la desesperanza,
el cinismo social y la identificación con modelos antisociales, especialmente entre jóvenes que no ven
reflejadas sus aspiraciones en las instituciones escolares o familiares.
Asimismo, la presencia de discursos y símbolos relacionados con el crimen organizado en los entornos
juveniles refuerza esta forma de violencia, pues desplaza la autoridad legítima del Estado por figuras
que representan poder, riqueza o respeto a través de la transgresión. Saviano (2006) apunta que en
contextos donde el Estado pierde legitimidad, los grupos criminales llenan el vacío ofreciendo a los
jóvenes modelos de éxito y poder que se basan en la violencia y la transgresión. Esta realidad se refleja
en entornos juveniles de Sinaloa, donde el discurso, símbolos y aspiraciones asociados a este problema
social moldean las expectativas de éxito, pertenencia, profundizando la normalización de la violencia y
la crisis de autoridad.
La tendencia de muchos adolescentes a minimizar o justificar estas conductas también refleja una
erosión del tejido ético y normativo, consecuencia directa de una estructura social que ha fallado en
ofrecer protección, orientación y sentido de pertenencia a sus jóvenes.
En Sinaloa, la violencia no solo se vive, también se aprende y se admira. En un escenario donde el
Estado ha sido incapaz de garantizar seguridad y justicia, los jóvenes han encontrado en los símbolos
del crimen organizado no solo una vía de sobrevivencia, sino también un modelo aspiracional. Como
advierte Astorga (2015), el narcotráfico no solo comercia con drogas, sino también con sueños de poder
y prestigio, imponiendo una narrativa donde la transgresión es sinónimo de éxito. Del mismo modo,
Escalante (2009) señala que en muchos contextos mexicanos, la violencia dejó de ser una anomalía para
convertirse en una forma cotidiana de ordenar la vida social. Siguiendo a Saviano (2006), podemos
entender que cuando el Estado abdica de su papel como garante de futuro, otros actores llenan ese vacío,
y sus ofertas aunque violentas resultan profundamente seductoras para quienes han crecido entre
la marginación, la impunidad y el abandono.
A partir del análisis de los resultados y su vínculo con las condiciones de violencia estructural presentes
en el entorno de los estudiantes de bachillerato en Sinaloa, se proponen las siguientes líneas de acción:
pág. 10371
Fortalecimiento de programas de prevención en las escuelas: Se recomienda implementar
programas socioeducativos que aborden directamente temas como la resolución pacífica de
conflictos, la construcción de proyectos de vida, el manejo emocional y la toma de decisiones éticas.
Estos programas deben incorporar metodologías participativas y ser culturalmente sensibles al
contexto local.
Capacitación docente en competencias socioemocionales: Es fundamental formar al personal
educativo en habilidades para identificar y abordar señales tempranas de conductas de riesgo, así
como fomentar climas escolares seguros y resilientes que contrarresten los efectos del entorno
violento.
Fomento de referentes positivos: Se sugiere impulsar campañas y actividades que visibilicen
ejemplos de éxito juvenil basados en el esfuerzo, la creatividad y la contribución social. El objetivo
es contrarrestar la influencia simbólica del crimen organizado como modelo aspiracional.
Participación activa de las familias: Las instituciones deben crear espacios de diálogo y formación
con madres, padres y tutores, fortaleciendo su papel como agentes de contención, orientación y
apoyo afectivo. Esto implica también brindarles herramientas para enfrentar situaciones de riesgo
en el hogar.
Alianzas interinstitucionales: Se requiere una articulación más eficaz entre escuelas, autoridades
de seguridad, instituciones de salud mental, organizaciones comunitarias y medios de comunicación
para atender integralmente las causas y efectos de la violencia estructural sobre la juventud.
Investigación continua y monitoreo: Se recomienda mantener actualizados los diagnósticos sobre
las prácticas, percepciones y riesgos que enfrentan los estudiantes, a fin de evaluar la efectividad
de las intervenciones y ajustar las estrategias según la evolución del contexto.
Creación de espacios seguros y alternativas de desarrollo: Es clave promover actividades
extracurriculares, deportivas, artísticas y de participación juvenil como vías de expresión,
pertenencia y protección ante contextos de vulnerabilidad.
A partir de los resultados y considerando el contexto de violencia extrema que ha caracterizado al estado
de Sinaloa en las últimas décadas, se vuelve urgente generar espacios de reflexión crítica dirigidos a
pág. 10372
niños, adolescentes y jóvenes sobre las consecuencias individuales y colectivas de normalizar conductas
que promueven o hacen apología del delito. La presencia constante de violencia en el entorno cotidiano,
así como la exaltación de figuras asociadas al crimen organizado en los medios y redes sociales, ha
contribuido a la distorsión de referentes éticos entre las nuevas generaciones. Por ello, resulta
fundamental reforzar desde la escuela y la comunidad los valores morales, la empatía, el respeto y la
legalidad, al tiempo que se trabaja en el fortalecimiento del núcleo familiar como base del tejido social.
Este proceso debe ir acompañado de estrategias educativas integrales y de políticas públicas que brinden
alternativas reales de desarrollo para la juventud, en un entorno donde prevalezca la justicia, la equidad
y la seguridad.
CONCLUSIONES
Los resultados obtenidos a partir de la aplicación del instrumento de investigación a 384 estudiantes de
bachillerato en el estado de Sinaloa revelan una preocupante normalización de conductas transgresoras,
tanto en el ámbito escolar como en la vida cotidiana. La frecuencia con la que los adolescentes reportan
prácticas como copiar en exámenes, decir malas palabras, asistir a fiestas con drogas o imitar figuras
del crimen organizado, pone en evidencia no solo una crisis de valores, sino también una respuesta
adaptativa frente a un entorno social caracterizado por la violencia estructural.
Esta investigación permite confirmar que muchos jóvenes construyen su identidad y toman decisiones
bajo el influjo de un contexto que ofrece escasas oportunidades de desarrollo, escasa presencia
institucional y modelos sociales distorsionados. En consecuencia, las prácticas consideradas desviadas
o antisociales, lejos de ser casos aislados, forman parte de una cultura juvenil que refleja las fallas del
sistema educativo, familiar y social en general.
Asimismo, la falta de cuestionamiento frente a conductas de riesgo y la baja percepción de su gravedad
indican una ruptura entre los discursos normativos escolares y las realidades que viven los adolescentes
en sus comunidades. La naturalización de estas prácticas debe entenderse como una manifestación de
violencia estructural, en la medida en que la exclusión, la desigualdad y la inseguridad influyen
directamente en la manera en que los jóvenes interpretan y habitan su entorno.
pág. 10373
Frente a este panorama, resulta indispensable que las instituciones educativas no solo se limiten a aplicar
normas disciplinarias, sino que asuman un rol activo en la construcción de ciudadanía, el fortalecimiento
de la autoestima juvenil y la promoción de valores democráticos y solidarios.
Además, se requiere la colaboración de múltiples sectores sociales para diseñar políticas públicas que
atiendan integralmente las causas de la violencia y favorezcan entornos más justos, seguros y dignos
para el desarrollo de la juventud sinaloense.
Finalmente, este estudio subraya la urgencia de seguir investigando las formas en que los adolescentes
experimentan, reproducen o resisten las dinámicas de violencia en sus contextos. Solo a partir de una
comprensión profunda de estas realidades será posible diseñar intervenciones educativas y sociales que
respondan de manera eficaz y humana a sus necesidades.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
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