Covid-19:
implicancias y desafíos para la salud mental
de las
personas mayores
Fabiano de Abreu Agrela Rodrigues[1]
Maria Clea Marinho Lima[2]
RESUMEN
La pandemia causó factores que favorecen
alteraciones en el estado de salud mental, como la propagación de noticias
falsas, el exceso de información, el distanciamiento social y sus repercusiones
incluso la empleabilidad y el sustento. La asociación establecida entre el
aumento de la edad y el mal pronóstico en el COVID-19, sería sensato plantear
la hipótesis de que la angustia emocional evolucionaría de la misma manera,
colocando a los ancianos en una situación de vulnerabilidad al virus, así como
a los efectos psicológicos de la pandemia y la cuarentena. Sin embargo, la
información sobre el impacto y el estado de salud mental de los ancianos es
incipiente, y los datos que abordan el impacto de epidemias anteriores en este
grupo de edad también son escasos. Para responder a esta necesidad, el presente
estudio se realizó para evaluar las implicaciones y los desafíos de la salud
mental de los ancianos. Para hacer frente al envejecimiento de la población y a
la creciente demanda de servicios adecuados es necesario cualificar a los
profesionales sanitarios y aplicar un enfoque multifacético (equipo
multidisciplinar). Dichas estrategias se consideran importantes para el
mantenimiento de la funcionalidad, la preservación y mejora del rendimiento
cognitivo y la calidad de vida, respetando la singularidad de cada persona y la
atención sanitaria integral, sin infringir los principios del Servicio Nacional
de Salud (SNS). También se enfatiza la necesidad de observar al apoyo y soporte
familiar, requiriendo que la familia, junto con el anciano, reflexione y
discuta las estrategias necesarias.
Palabras
clave: covid-19; salud
mental; ancianos.
Covid-19: Implications and
challenges for elderly mental health
ABSTRACT
The pandemic
has brought several factors that can favor changes in the mental health
condition, such as misinformation or fake news, excess information, social
distance, and its repercussions, including the employability and livelihood of
many. Given the established association between increasing age and poor
prognosis in COVID-19, it would be sensible to hypothesize that emotional
distress would evolve in the same way, placing the elderly in a situation of
vulnerability to the virus, as well as to the psychological effects of the
pandemic and quarantine. However, information on the impact and mental health
status of the elderly during the COVID-19 outbreak is incipient, and data
addressing the impact of previous epidemics in this age group are also scarce. To
meet this need, the present study was carried out to assess the implications
and challenges of the mental health of the elderly. Therefore, to deal with the
aging population and the growing demand for adequate services, there is a need
for the qualification of health professionals, and the implementation of a
multifaceted approach (multidisciplinary team). Such strategies are considered
important for maintaining functionality, preserving and improving cognitive
performance and quality of life, respecting the uniqueness of each elderly
person, and comprehensive health care, not violating the doctrinal principles
of the National Health Service (NHS). It also emphasized the need to look at
family support and support, requiring the family, together with the elderly, to
reflect and discuss the necessary strategies.
Keywords: covid
19; mental health; elderly.
Artículo
recibido: 03 marzo 2022
Aceptado para
publicación: 20 marzo 2022
Correspondencia: deabreu.fabiano@gmail.com
Conflictos de
Interés: Ninguna que declarar
INTRODUCCIÓN
La pandemia causó varios factores que pueden
favorecer los cambios en el estado de salud mental, como la desinformación o
las noticias falsas, el exceso de información, el distanciamiento social y sus
repercusiones, incluso en la empleabilidad y el sustento de muchos (RANSING et
al., 2020).
Además, cabe destacar que, en el contexto de la
actual pandemia, la población de edad avanzada está incluida en el grupo de
riesgo de infección por Covid-19, factor que puede considerarse de riesgo para
el desarrollo de cambios emocionales motivados por la ansiedad y el miedo a la
contaminación y también a lo desconocido. La pandemia se presenta como una
situación estresante durante el periodo de alejamiento, que puede provocar
cambios en las condiciones de salud mental, así como empeorar las condiciones
de los que ya están afectados (BROOKS et al., 2020).
Según Morens, Folkers y Fauci (2009), las
pandemias se conocen como epidemias que se propagan rápidamente por varios
países y afectan a un número relativamente grande de personas. Según datos de
la Organización Mundial de la Salud (OMS), el brote de COVID-19 comenzó en
China el 31 de diciembre de
2019 y desde entonces se ha extendido por múltiples lugares y
poblaciones. En el último informe de la OMS, publicado el 20 de agosto de 2021,
se documentan 209.876.613 casos
confirmados y 4.400.284 muertes, con
registros en países de todas las regiones del mundo (OMS, 2020). En Brasil, el
primer caso de la enfermedad se notificó el 25 de febrero de 2020 y el número
de personas afectadas por el virus ha ido aumentando gradualmente desde
entonces (MARSON, 2020).
Primeros
casos en Bolivia, Portugal y Brasil
Una mujer de 78 años residente en la ciudad de Santa
Cruz de la Sierra fue la primera víctima del coronavirus COVID-19 en Bolivia,
un caso que se detectó el 26 de marzo de 2020. La autoridad ministerial indicó
que la mujer falleció por dificultad respiratoria severa, neumonía típica y
coronavirus positivo. La víctima contrajo el virus a través del contacto con un
familiar que llegó de fuera del país (Ministerio de Salud, 2020).
En Portugal, la contaminación por SARS-CoV-2 comenzó
el 2 de marzo de 2020, con dos casos importados de España e Italia. En regiones
muy pobladas, han aparecido varios brotes principalmente en grupos de riesgo,
sobre todo en la población de edad avanzada que reside en residencias de
ancianos, en algunos sectores de la construcción y asociados a cuestiones
laborales (Ministério da Saúde,
2020).
En Brasil, se confirmó el primer caso de Covid-19 en
São Paulo. El hombre de 61 años ingresó en el Hospital Israelita Albert
Einstein el 25 de febrero con antecedentes de viaje a Italia, región de
Lombardía (Ministerio da Saúde, 2020).
Dada la asociación establecida entre el aumento de
la edad y el mal pronóstico en el COVID-19, sería sensato plantear la hipótesis
de que la angustia emocional evolucionaría de la misma manera, colocando a los
ancianos en una situación de vulnerabilidad al virus, así como a los efectos
psicológicos de la pandemia y la cuarentena. Sin embargo, hay poca información
sobre el impacto de la pandemia de COVID-19 en la salud mental de los ancianos
fuera de China (ARMITAGE & NELLUMS, 2020).
Los estudios realizados con la población de China,
el primer país que adoptó la cuarentena y el aislamiento social como medidas de
protección contra la propagación del nuevo coronavirus, indican que existen
posibles consecuencias psicológicas de este confinamiento masivo (LUO et al,
2020). Los resultados mostraron tasas más elevadas de ansiedad, depresión,
consumo nocivo de alcohol y menor bienestar mental que las tasas habituales de
la población (AHMED et al, 2020). En general, los pacientes con COVID-19
confirmado o sospechoso pueden sentir miedo a las consecuencias de la infección,
potencialmente mortales, y los que están en cuarentena pueden sentir
aburrimiento, soledad y rabia (XIANG et al., 2020). Además, los síntomas de la
infección, como la fiebre, la hipoxia y la tos, así como los efectos adversos
del tratamiento, como el insomnio causado por los corticosteroides,
pueden provocar un empeoramiento de la ansiedad y la angustia mental (LIU et
al., 2003).
El estrés mental y la ansiedad pueden servir de
ignición a las enfermedades cardiovasculares, tanto en su forma crónica como aguda.
Las alteraciones fisiológicas que pueden causar, principalmente en la
hemostasia y el metabolismo intermediario nos revelan esta característica.
También es pertinente referirse a la hiperactividad simpática y a la inhibición
vagal que desencadena el estrés. En este caso y
cuando se observa, provoca un desequilibrio en la actuación del sistema
nervioso autónomo que puede ser responsable de causar isquemia y eventos
arrítmicos, más importantes en presencia de disfunción (YANO y RODRIGUES, 2021,
p 44264).
El aumento de la esperanza de vida de la población y
el descenso de las tasas de fecundidad y mortalidad han provocado el
crecimiento de la proporción de personas mayores en Brasil. Según el Instituto
Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), el número de personas mayores debe
pasar de 14,9 millones (7,4% de la población) en 2013 a 58,4 millones en 2060,
lo que corresponde al 26,7% de la población (MAGALHÃES et al, 2016). El
crecimiento de la población de edad avanzada provoca un aumento de las personas
con riesgo de adquirir enfermedades neurológicas y psiquiátricas. Dichas
enfermedades constituyen un grave problema de salud pública y están asociadas a
un empeoramiento de la calidad de vida (SANTOS, 2015).
Así, la Política Nacional de Salud del Adulto Mayor
recomienda la formación de profesionales de la salud para la atención integral
y señala que ésta debe permitir la sistematización de la atención, con énfasis
en las acciones dirigidas a la promoción de la salud, la prevención de
discapacidades y el mantenimiento del desempeño cognitivo de los adultos y
adultos mayores que viven en la comunidad (FALCÃO & ARAÚJO, 2018). Sin
embargo, las personas mayores siguen sin tener garantizada una participación
activa en su proceso de salud-enfermedad y no tienen garantizada la salud, lo
que dificulta el mantenimiento de la salud mental y la adherencia al
tratamiento.
Los ancianos
de Bolivia pasarán del 8,1% de la población total en 2012, al 9,5% en 2020 y al
11,5% en 2030, una tendencia que refleja el inicio del proceso de
envejecimiento de la población en el Estado Plurinacional de Bolivia. En 2020,
la esperanza de vida de los hombres aumentará a 70,5 años y la de las mujeres a
77,5 años. La transformación de la pirámide poblacional se manifiesta también
en la actual esperanza de vida media, que alcanza los 72,5 años: 69,1 años para
los hombres y 75,9 años para las mujeres (Instituto Nacional de
Estadística,2017).
Con el mayor porcentaje de población de edad
avanzada (más de 65 años), Portugal es el cuarto país más envejecido de la
Unión Europea, siendo el Alentejo la región con más ancianos, según los datos
publicados por la oficina europea de estadística, Eurostat.
Según Eurostat, Portugal registró un porcentaje del
22,1% de personas mayores de 65 años en 2020, el cuarto más alto de la UE, por
encima de la media europea del 20,6%. En 2011 (el primero del que se dispone de
datos), había alrededor de un 18,7% de portugueses mayores de 65 años, una
cifra que ha ido aumentando con el tiempo, registrando un 21,8% en 2019 (Eurostat, 2020).
Cabe destacar que el proceso de envejecimiento está
impregnado de acumulaciones de pérdidas simbólicas y reales, teniendo en cuenta
que en esta etapa de la vida se produce una importante disminución del vigor
físico y del sentido de la productividad. Las pérdidas de seres queridos son
frecuentes, lo que conlleva el debilitamiento de las relaciones afectivas y la
disminución de la interacción social, ya que la viudez carga a la vejez con el
peso de la soledad y el sentimiento de pérdida de la fuente de apoyo social
(DOS SANTOS RIBEIRO, 2018).
La ansiedad y el miedo inherentes a toda situación
de pandemia, a nivel de salud mental, desarrollarán respuestas a nivel cerebral
con mucha variación en el orden de escala de complejidad. La sensación de
inseguridad es constante, así como el miedo a contraer la enfermedad, unido a
la insuficiencia de recursos para combatir la pandemia con eficacia. Además, la
privación del contacto con los miembros de la familia y la distancia social
contribuyen con un impacto en la sociedad y en la forma de construirla y
gestionarla (YANO y RODRIGUES, 2021,p 44264).
La pérdida del olfato, o anosmia, es otro síntoma
que se da con frecuencia, así como la posibilidad de pérdida de memoria porque
la proteína Covid-19 se adhiere a los astrocitos,
células de la glía de soporte neuronal, perjudicando su función con la neurona
de alimentación, suministro de energía y limpieza de la célula, perjudicando la
memoria. El origen de la pérdida de la capacidad de percibir y distinguir los
olores puede deberse a cambios en las neuronas sin que éstas se infecten. Las
neuronas olfativas son las células que transmiten los olores al cerebro, ya que
carecen del sitio de acoplamiento primario, que es un receptor para el SARS-CoV 2, y hasta la fecha no hay pruebas científicas que
demuestren su capacidad para sufrir la infección. La pérdida de olfato puede
ser el resultado de una interacción entre el virus y otro receptor de las
neuronas olfativas o del contacto con las células no neuronales que forman el
revestimiento de la nariz es objeto de investigación por parte de la comunidad
científica. En este sentido, podemos concluir que el virus no necesita
propagarse dentro de las neuronas para causar estos misteriosos síntomas
neurológicos que ahora surgen de la enfermedad (YANO y RODRIGUES, 2021, p
44262).
A medida que avanza la edad, existe entonces la
posibilidad de la aparición de algún deterioro psicológico, que es más
frecuente en las personas mayores de sexo femenino (SILVA et al., 2018; MARTINS
et al., 2016; NOORBALA et al., 2017), las personas mayores insatisfechas con la
vida, que presentan alteraciones mentales (SILVA et al., 2018) o físicas, que
consumen habitualmente bebidas alcohólicas y las que han declarado haber fumado
en algún momento de su vida (NOORBALA et al., 2017). La insatisfacción de los
ancianos con la vida se produce por varias razones, una de ellas es el cerebro
formateado por medio de los problemas a lo largo de la vida, saturado y
moldeado a un ambiente más negativo debido a las circunstancias de la
experiencia. La percepción de la proximidad de la muerte también afecta, ya que
somos organismos con instintos de supervivencia. Covid-19 aumenta los riesgos
de enfermedades neurodegenerativas, especialmente en los casos con precursores
genéticos, debido a este daño en el sistema nervioso en relación con las
células neuronales y de soporte. Es necesario prestar más atención a los
ancianos que han adquirido la enfermedad con terapias cognitivas y para
desarrollar la plasticidad cerebral.
Los aspectos de comportamiento y de la salud mental
de los brasileños se vieron afectados por la pandemia. Entre mayo y junio de
2020, se realizó un estudio con hombres y mujeres de varias regiones del país
(Distrito Federal y 26 estados brasileños), que mostró que un gran número de
personas presentaba síntomas de ansiedad, estrés y depresión (Serafim AP, Durães RSS, Rocca CCA, Gonçalves PD, Saffi F, Cappellozza A, et al,
2021). También hubo un mayor consumo de alimentos, medicamentos, cigarrillos y
drogas ilícitas. Las mujeres se vieron más afectadas emocionalmente, con un
40,5% de síntomas de depresión, un 34,9% de ansiedad y un 37,3% de estrés. La
investigación se realizó con 3 mil voluntarios y fue dirigida por el neuropsicólogo Antônio de Pádua Serafim, del Instituto de
Psiquiatría (IPq) del Hospital das Clínicas (HC) de
la Facultad de Medicina de la USP (FMUSP).
Otro dato interesante reveló otra cara de la
cuestión de género, además del perfil de una mujer multitarea que concilia el
trabajo doméstico y la vida profesional. Los que vivían solos y no tenían hijos
también se veían afectados por la angustia emocional. Las mujeres que se
encuentran en esta situación presentan niveles más altos de estrés, depresión y
ansiedad. Según el estudio, es probable que se asocien otras variables que
contribuyen a la enfermedad de los entrevistados. Muchos tenían antecedentes de
enfermedades crónicas (25,9%), estaban en contacto con personas diagnosticadas
de Covid-19 (35,2%) y estaban desempleados. La falta de perspectivas e
incertidumbre sobre el futuro, que habría causado más sentimientos de
impotencia, ansiedad, angustia, causando más sentimientos de malestar y falta
de perspectivas e incertidumbre sobre el futuro, fue una de las hipótesis
planteadas por el investigador (Serafim AP, Durães RSS, Rocca CCA, Gonçalves PD, Saffi F, Cappellozza A, et al. (2021).
En cuanto al arreglo familiar, el estudio realizado
con personas mayores en Paraná por Lentsck et al.
(2015), señala que el cambio en la estructura familiar, caracterizado por el
aumento de personas mayores viudas o divorciadas y que viven solas, asociado a
los desafíos de la sociedad contemporánea, puede justificar la mayor
prevalencia para la aparición de síntomas depresivos.
También son frecuentes los trastornos relacionados
con el abuso de alcohol y otras drogas lícitas. La demencia afecta a entre el
1% y el 8% de la población mayor, convirtiéndose en un importante problema de
salud pública y promoviendo cambios de comportamiento y psicológicos en esta
población (MALTA, 2017).
En los grupos vulnerables al desarrollo de
alteraciones en el estado de salud mental se encuentran las personas mayores,
especialmente aquellas que ya tienen algún deterioro cognitivo, ya que las
pérdidas cognitivas y afectivas y el desapego pueden ser factores de riesgo
para la aparición de trastornos mentales y para producir un impacto directo en
la calidad de vida (CASTRO & MACHADO, 2020).
Un estudio realizado en el interior de São Paulo por
JÚNIOR, MARTINS y MARIN (2016) mostró que la tercera causa más frecuente de
demanda de los ancianos por parte de la Estrategia de Salud de la Familia (ESF)
estaba relacionada con los trastornos del comportamiento. Entre ellos, el 55%
recibió prescripciones de medicamentos para ansiolíticos y el 29,7% para
antidepresivos. Dado que la Atención Primaria se considera la puerta de entrada
a la asistencia sanitaria, cabe destacar la necesidad de invertir más en la
promoción de la salud mental y la prevención de los trastornos mentales.
Las alteraciones del envejecimiento pueden influir
en el deterioro cognitivo y contribuir a la aparición de manifestaciones
físicas, psicológicas y sociales. Este declive cognitivo puede evaluarse como
un factor de riesgo para la aparición de síntomas depresivos y demencia. Muchas
veces, debido al olvido de los familiares, los ancianos quedan al margen de la
sociedad, sin apoyo emocional y psicológico, lo que acaba dificultando el
establecimiento de relaciones afectivas, familiares y sociales tan importantes
para la convivencia del ser humano en sociedad (RIBEIRO et al., 2017).
La adaptación de las estrategias de las diferentes
fases de pre-crisis, intra-crisis y post-crisis debe
ser construida en consecuencia para la gestión de este problema. Los efectos
más reportados de la cuarentena y el aislamiento social, diez meses después del
inicio de la crisis sanitaria, incluyen síntomas como la confusión y la ira, el
estrés postraumático, la apatía y los sentimientos de soledad en relación con
la realidad, causando enormes pérdidas de bienestar psicológico (YANO y
RODRIGUES, 2021, p 44264). La intervención pública es necesaria, ya que en
muchos casos los ancianos son olvidados por sus familias, es necesaria una
atención especial a aquellos que sirvieron como seres humanos a un país pagando
sus impuestos y trabajando. El gobierno debería prestarles atención y no
esperar a la familia.
Entre los principales trastornos mentales, los más
comunes incluyen la depresión y los trastornos mentales comunes, caracterizados
por síntomas de ansiedad, insomnio, fatiga, irritabilidad, olvido, dificultad
de concentración y quejas somáticas, presentando un impacto negativo y
limitante, considerado un grave problema de salud pública (YIMAM, KEBEDE &
AZALE, 2014).
Los síntomas
neurológicos que más persisten en los pacientes afectados por el SARS-CoV2
suelen ser de menor gravedad, aunque no es fácil descubrir el diagnóstico y
cerrar un cuadro clínico único. Incluso después del alta, muchos pacientes
pueden sufrir síntomas físicos, experimentando una serie de indicadores
relevantes, y muchos experimentan pérdida de memoria (de duración variable),
confusión y otras desorientaciones mentales. El desarrollo de la fatiga
muscular y la confusión mental puede durar meses, experimentada por muchas
personas incluso después de un caso leve, no necesariamente estimulando el
sistema inmunológico para salirse de control (YANO y RODRIGUES, 2021, p 44262).
Puede haber
muchos efectos relacionados con el dolor derivados de un ataque a las neuronas
sensoriales, así como a los nervios que se extienden desde la médula espinal,
que reciben información de los procesos internos del cuerpo y del propio
entorno. Existe una comprensión progresiva por parte de los investigadores
sobre el SARS-CoV-2 de cómo podría secuestrar las neuronas llamadas nociceptores o neuronas sensibles al dolor con el fin de
producir algunos síntomas característicos del COVID-19 (YANO y RODRIGUES,2021,p 4426 ).
La depresión y
la ansiedad son comúnmente atribuidas al proceso natural de envejecimiento,
siendo acompañadas por pérdidas de trabajo, pérdidas sociales, cambio de roles
y nuevas condiciones de salud (DE MEDEIROS POSSATTO & RABELO, 2017). Por
ello, al estar interconectados con hechos comunes de la vida cotidiana, existe
una falta de diagnóstico y tratamiento adecuado, así como una escasez de
acciones dirigidas a promover la salud mental de la población en cuestión.
Según Matos (2016), es la asociación de la depresión
a cambios a nivel estructural y funcional del cerebro, que se expresan de forma
demostrable por la disminución de áreas, como el hipocampo, el cerebelo y la
corteza prefrontal, originando así cambios en el procesamiento de la
información, la percepción el aprendizaje, la memoria, la atención, la
vigilancia, el razonamiento y la capacidad de resolución de problemas, además
de las implicaciones en el tiempo de reacción, el tiempo de movimiento y la
velocidad de ejecución, produciendo, por tanto, un intenso impacto en la vida
cotidiana, el bienestar y, sobre todo, la calidad de vida de la persona que envejece.
La investigación sobre el estado de salud mental de
los ancianos durante el brote de Covid-19 es incipiente, y los datos que
abordan el impacto de las epidemias anteriores en este grupo de edad también
son escasos (EL HAYEK et al., 2020), se observa que hubo una exclusión de los
pacientes mayores de los ensayos clínicos (Lithander et al., 2020). Se estima
que pasarán años antes de que comprendamos el alcance total del desastre de
Covid-19, pero un aspecto de la destrucción está claro: los adultos mayores
constituyeron el grupo de edad más afectado. El ochenta por ciento de las
muertes en Estados Unidos se produjo entre personas de sesenta y cinco años o
más (CDC, 2020; MONAHAN et
al, 2020).
Un porcentaje importante de la población puede
sufrir las consecuencias del COVID-19 a corto o largo plazo. Por lo tanto, se
considera importante implementar acciones que incluyan la atención a la salud
mental de los ancianos, como el acceso a los medicamentos y el asesoramiento
psicológico en el período de la pandemia y posteriormente. Se destaca la
importancia de garantizar a esta población una información precisa como forma
de contener el miedo y la ansiedad, además de poner a su disposición canales de
escucha que aporten información práctica sobre cómo afrontar y gestionar las
situaciones de estrés (BROOKS et al., 2020).
Tener una renta familiar reducida debido a los
impactos de la enfermedad en el escenario económico local y la exposición a
información negativa sobre el COVID-19 (como el número de muertos e
infectados), por ejemplo, pueden ofrecer más riesgo para la salud mental. De
este modo, los factores económicos y la pérdida de ingresos de las familias
requieren una atención especial, lo que puede reforzar la necesidad de
políticas públicas y prestaciones de ayuda financiera en este periodo (LI & MUTCHLER, 2020). También
es importante desarrollar intervenciones en atención primaria dirigidas a la
prevención, como campañas y acciones sanitarias (TULLY ET AL., 2019).
Aunque la depresión es una patología mental
incapacitante responsable de la pérdida de autonomía, funcionalidad y
agravamiento de otras patologías, además de afectar directamente a la calidad
de vida, sigue estando muy infradiagnosticada porque
los profesionales sanitarios creen que sus síntomas están relacionados con el
proceso de envejecimiento (RIBEIRO
et al., 2017). El conocimiento de tales hechos por parte de los
profesionales sanitarios es necesario, ya que existe un elevado número de
personas mayores deprimidas que llegan a los servicios sanitarios a través de
las urgencias, en ocasiones con otras dolencias (LIMA et al., 2016). En cierto
modo, existe una relación entre la vejez y la depresión, debido a los cambios
anatómicos en el cerebro como consecuencia de una vida con muchos problemas
como la ansiedad y el estrés, lo que facilita la aparición de la depresión.
Además, según (Lima et al., 2016), la depresión se
relaciona con otras numerosas comorbilidades, interfiriendo tanto en la
adherencia al tratamiento como en los procesos inflamatorios y degenerativos a
menudo relacionados con alteraciones cerebelosas y
cerebrales, además de ser, para (Silva et al., 2018), considerada un factor de
riesgo para un peor pronóstico de enfermedades crónicas, como la diabetes y el
síndrome coronario.
Hasta que no podamos medir la tasa de infección de
toda la población, no sabremos si los adultos mayores son más susceptibles que
los jóvenes a las infecciones por Covid-19. Sin embargo, sabemos que los
adultos mayores con Covid-19 son más propensos a desarrollar síntomas graves,
como enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) (MALTA et al., 2017).
Este escenario se presenta como consecuencia de la
disminución de las tasas de fecundidad y el aumento de la esperanza de vida de
la población, lo que se refleja en cambios en el perfil de las causas de
muerte, en el que, anteriormente, estaba marcado por las enfermedades
transmisibles y actualmente prevalecen las Enfermedades Crónicas No
Transmisibles (ECNT) (MALTA et al., 2017).
Formar parte del grupo de riesgo del nuevo
coronavirus, es decir, estar embarazada, tener más de 60 años o padecer
enfermedades preexistentes como la diabetes y las cardiopatías, supone un mayor
riesgo de padecer la enfermedad en su forma agravada (OMS, 2020).
En este contexto, un estudio descriptivo realizado
con pacientes ancianos de la Consulta Externa de Geriatría/HC-UNICAMP señala
que la resiliencia es un factor de protección emocional en los ancianos
afectados por enfermedades crónicas, ya que se asocia a la preservación de la
funcionalidad de los individuos, así como a una menor predisposición a los
síntomas depresivos (PORTELLA, 2015).
Koenig (2020) analiza cómo la religión y la espiritualidad
pueden desempeñar un papel como factor de riesgo o de protección. Por otro
lado, las personas mayores religiosas pueden sentir una tensión adicional por
no poder asistir a los servicios. Al mismo tiempo, para estas personas mayores,
su fe también puede servir como un importante mecanismo de afrontamiento,
además, estamos aprendiendo cómo COVID-19 puede impactar también en el personal
que las cuida.
Además, hay que tener en cuenta las consecuencias
sociales de la cuarentena. La desconexión social es especialmente importante
para este grupo de edad menos acostumbrado a las tecnologías digitales, ya que
pueden limitar el compromiso social, interferir en las rutinas diarias,
aumentar la inactividad, incrementar el consumo de drogas y disminuir la
estimulación sensorial. Todas estas circunstancias, junto con el aislamiento,
pueden tener un impacto negativo en la salud mental de la población mayor
(ARMITAGE & NELLUMS, 2020). Por otro lado, el aumento del uso de las redes
sociales por parte de niños, jóvenes y adultos está trayendo graves
consecuencias a la sociedad, como el aumento del trastorno por déficit de
atención e hiperactividad (TDAH), trastornos enmarcados en los de personalidad
histriónica, adicciones, depresión y trastornos de ansiedad. El ciclo de
dopamina relacionado con las redes sociales y el "secuestro de la
amígdala" se han convertido en factores que han desencadenado graves
problemas que afectan a la sociedad en el presente y que traerán consecuencias
para el futuro.
Finalmente, la pandemia trajo a la luz la necesidad
de atención gerontológica de forma calificada y segura, también la importante
acción de educación y formación profesional para atender las demandas del
público objetivo (DE ALMEIDA & SANTANA, 2020) respetando la singularidad de
cada anciano y la atención integral de la salud, no infringiendo los principios
doctrinarios del Servicio Nacional de Salud (SNS).
La comunidad científica debe considerar, a nivel
neurológico, que ya se ha demostrado el daño a las células de soporte que
afectan al sistema nervioso central. La entrada directa del virus en las
células nerviosas es el principal mecanismo que provoca daños a nivel celular.
Las células nerviosas alteran su actividad debido a condiciones inflamatorias
externas y pueden causar daños permanentes (YANO y RODRIGUES, 2021, p 44262).
CONCLUSIÓN
Por lo tanto,
para hacer frente a la crisis de salud mental, al envejecimiento de la
población y a la creciente demanda de servicios adecuados, es necesaria la
cualificación de los profesionales sanitarios, la aplicación de un enfoque
multifacético (equipo multidisciplinar), la prestación de tratamientos
psiquiátricos, el uso de plataformas de asesoramiento en línea y los programas
de rehabilitación. Dichas estrategias se consideran importantes para el
mantenimiento de la funcionalidad, la preservación y la mejora del rendimiento
cognitivo y la calidad de vida (LIMA et al., 2016), respetando la singularidad
de cada persona mayor y la atención sanitaria integral, no vulnerando los
principios doctrinales del Sistema
Nacional de Salud (SNS). También se enfatiza la necesidad de mirar a este grupo
en cuanto al apoyo y soporte
familiar, ya que la distancia social no justifica ni caracteriza el abandono,
requiriendo que la familia, junto con el anciano, reflexione y discuta las
estrategias necesarias para el momento oportuno, existiendo también la
necesidad de que el gobierno intervenga en este cuidado, no dependiendo sólo de
la familia. (DE ALMEIDA
& SANTANA, 2020).
En este sentido, cabe destacar la importancia de las
terapias de rehabilitación cognitiva que ayudan a la neuroplasticidad.
La rehabilitación neuropsicológica, la terapia cognitivo-conductual (TCC), la
terapia ocupacional y el análisis del comportamiento son algunos ejemplos de
herramientas valiosas para ayudar a la modificación del cerebro y al desarrollo
de nuevas habilidades cognitivas.
REFERENCIAS
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[1] PhD, neurocientista, mestre em psicologia, biólogo,
historiador, antropólogo, com formações também em neuropsicologia,
neurolinguística, inteligência artificial, neurociência aplicada à
aprendizagem, filosofia, jornalismo, programação em python e formação
profissional em nutrição clínica - Diretor do Centro de Pesquisas e Análises
Heráclito; Chefe do Departamento de Ciências e Tecnologia da Logos University
International, Professor e investigador na Universidad Santander de México;
Cientista no Hospital Universitário Martin Dockweiler; Membro da SFN - Society
for Neuroscience, Membro ativo Redilat.
[2] Estudiante
de pregrado de medicina en la Universidad de Aquino Bolivia (UDABOL), psicóloga
con especialización en neurociencias, neuropsicología y análisis del
comportamiento aplicado (ABA).
Hospital Universitário Martin Dockweiler