DE BÁRBARO A INDIO DE PAZ.
HISTORIOGRAFÍA DEL NORTE NOVOHISPANO
DESDE LA HISTORIA CONCEPTUAL

FROM BARBARIAN TO INDIAN LORD, A
HISTORIOGRAPHICAL REVIEW OF NORTHERN

NEW SPAIN

Tania Libertad Zapata Ramírez

Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México
pág. 15678
DOI:
https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i5.20800
De Bárbaro a indio de Paz. Historiografía del Norte Novohispano desde la
Historia Conceptual

Tania Libertad Zapata Ramírez
1
tania.zapata.r
@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-2359-6682

Universidad Autónoma de San Luis Potosí

México

RESUMEN

El objetivo del presente trabajo es analizar el concepto de barbarie en las corrientes historigráficas
méxicanas sobre el indio norteño novohispano. Se muestra que se ha transitado desde una perspectiva
mesoamericanista dicotómica clásica hasta posturas recientes posmodernas que enfatizan en aspectos
políticos, agenciales, antropológicos y filosóficos. Se observa que estas historiografías enfatizan los
procesos interétnicos, la participación política y los procesos de pacificación, alejandose de conceptos
clásicos como la barbarie, la desnudez y la guerra. El trabajo se basa en una metodología de analisis de
fuentes históricas secundarias recientes que van de 1970 a la actualidad. Se analizan los cambios
discursivos sobre el bárbaro del norte a partir de las narrativas usadas por los autores (as) para trazar
procesos historicos de estos grupos conocidos como chichimecas. Se analiza el potencial que tiene la
historia conceptual como recurso pertienente para desbarbarizar al indio norteño novohispano y se
demuestra que las perspectivas posmodernas están siguiendo esta tendencia.

Palabras clave: barbarie, chichimecas, indios novohispanos, historia conceptual, posmodernismo

1
Autor principal
Correspondencia:
tania.zapata.r@gmail.com
pág. 15679
From
Barbarian to Indian Lord, a Historiographical Review of Northern
New Spain

ABSTRACT

The aim of this paper is to analyze the concept of barbarism in Mexican historiographical currents

concerning the northern indigenous population of colonial Mexico. It demonstrates a shift from a

classic, dichotomous Mesoamerican perspective to recent post
modern positions that emphasize
political, agency
-related, anthropological, and philosophical aspects. These historiographies highlight
interethnic processes, political participation, and pacification processes, moving away from classical

concepts such as
barbarism, nudity, and war. The study employs a methodology of analyzing recent
secondary historical sources from 1970 to the present. It examines the discursive changes regarding the

northern "barbarian" based on the narratives used by authors to describe
the historical processes of these
groups known as Chichimecas. The potential of conceptual history as a relevant resource for de
-
barbarizing the northern Indian of New Spain is analyzed, and it is shown that postmodern perspectives

are following this tren
d.
Keywords
: barbarism, chichimecas, new spain indians, conceptual history, postmodernism
Artículo recibido 02 setiembre 2025

Aceptado para publicación: 29 setiembre 2025
pág. 15680
INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo se centra en el análisis de la historiográfica sobre los indios del norte novohispano
conocidos como chichimecas. Estos indios aparecen en las informaciones de los españoles desde
mediados del siglo XVI en contextos de expansión de la monarquía hispana y generalmente se les
atribuyó el ser indios desnudos, barbaros, de guerra. Se ubicaron en el norte del territorio novohispano
(actualmente territorio mexicano) destacando fundaciones como Zacatecas (1548), Durango (1563),
Aguascalientes (1575) y San Luis Potosí (1592). Sin embargo, poblados cercanos al entonces centro
político novohispano como Querétaro (fundada en 1531) también aparecen en descripciones de la época
como parte de la Gran Chichimeca (Jiménez Gómez, 2009).

Figura 1. El Camino Real de Tierra Adentro y la fundación de sus sitios.

Elaboración propia, con base en Gómez Arriola, L. I., & Durazo Álvarez, R. (2012). Plan de manejo y gestión del Camino
Real de Tierra Adentro (Gómez Arriola & Durazo Álvarez, 2012)

Para ubicar mejor el extenso territorio que en tiempos novohispanos fue conocido como “gran
chichimeca” se muestra el mapa del Camino Real de Tierra Adentro (CRTA). En la figura 1 pueden
ubicarse las diferentes fundaciones hispanas hacia el norte. Aquellas a partir de Querétaro, fueron
consideradas en su tiempo como parte de la gran chichimeca o de la tierra adentro.
pág. 15681
Estas descripciones de la época tienen notable continuidad en la historiografía reciente sobre los indios
chichimecas lo que ha generado explicaciones históricas basadas en el contraste entre lo bárbaro y lo
civilizado. De tal suerte, los informes militares, las correspondencias al rey, las relaciones de méritos y
servicios, las pinturas y otros muchos documentos de la época nos heredaron un indio de guerra, salvaje
o bárbaro, silvestre, sin casa fija, oficio, ni dios ni ídolo, un indio si acaso parte de un vasto territorio
era descrito por los oficiales reales como despoblado.

El problema que emerge de tal continuidad discursiva entre el barbado del siglo XVI y la historiografía
clásica es el distanciamiento de los contextos de estos informes que fueron siempre posturas políticas,
buscaban licencias para hacer la guerra a los indios e implementar así, la actividad minera. Pese a las
prohibiciones jurídicas, sus autores - en general oidores y vecinos de ciudades mineras- pretendían
implementar la esclavitud y ampliar su jurisdicción administrativa, hacendaria y territorial.

Los bárbaros de guerra fueron parte de narrativas asociadas a la justicia de la guerra contra los indios,
basadas principalmente en posturas filosóficas que aceptaban la esclavitud y la inferioridad de las gentes
en Indias como la del jurista Ginés de Sepúlveda en su “Tratado sobre las justas causas de la guerra
contra los indios” (Ginés de Sepúlveda, 1941).

Es importante abordar la historiografía sobre estos indios chichimecas porque cada vez son más las
posturas historiográficas que ponen su foco en la pretensión de los oficiales reales cuando escribían
sobre estos indios y consideran que la barbarie fue más retórica de carestía y hazaña que veracidad de
dominio indio de gentes y territorios mediante el recurso de la guerra. Las semánticas del despoblado
son contextualizadas bajo la urdimbre de su fin persuasivo. Analizar este cambio de rumbo es
importante porque representa un giro intelectual hacia una historiografía crítica, que restaure la historia
de los indios no contada como su participación política en los proyectos de la monarquía, sus cambios
en el tiempo, el reconocimiento de su gobierno y dominio de territorios.

Y es que en el s. XVI, la guerra chichimeca fue una expresión común para referirse a un conflicto de
mucho menor envergadura, durante este tiempo no hubo licencia del rey para tal fin, ni para hacer
esclavos a los indios, al contrario, la paz fue el proyecto del rey y del Consejo de Indias desde mediados
del s. XVI.
pág. 15682
Esta paz se incentivaba desde las Leyes Nuevas que favorecían la integración a la monarquía por buenos
medios, haciendo acuerdos de donación entre gobernantes indios reconocidos como señor natural con
dominio sobre ciertos territorios antiguos (Aguilar y Acuña et al., 1994).

La historia conceptual es una reciente postura historiográfica y filosófica que surge en la Alemania de
posguerra con Reinhart Koselleck
(Koselleck, s. f., 1993b, 1993a; Koselleck et al., 1997; Koselleck &
Fernández Torres, 2012)
. También hay una corriente inglesa cuyo representante más conocido en J.G.A
Pocock (Pocock, 2003, 2003, 2012). Aunque ambas corrientes tienen algunas diferencias, coinciden en
que es posible reconstruir el pensamiento de una época a partir del análisis lingüístico/conceptual de los
discursos, situándolos en su contexto político, intelectual y agencial.

El presente trabajo tiene por objetivo mostrar el tránsito del concepto de bárbaro al de señor indios en
la historiografía del norte novohispano y subrayar los rendimientos que tiene la historia conceptual en
este esfuerzo historiográfico de reconstrucción histórica del indio chichimeca.

La aproximación metodológica. El análisis historiográfico desde la historia conceptual

Los estudios recientes sobre los indios chichimecas muestran la importancia de analizar con detalle los
contextos políticos en los que alguien dice algo sobre ellos, sobre todo porque hacia el siglo XVI
encontramos esta disputa entre que fueron considerados indios de guerra, pero terminan integrándose
mediante el discurso opuesto, el de señores legítimos que pueden pactar. Muestran la profunda
interacción que había entre el interés de los oficiales reales y las elecciones intencionadas del lenguaje.

Para el s. XVI, la asociación de indios de guerra con chichimeca dificulta la interpretación histórica de
procesos sociales complejos como, por ejemplo, su integración a la monarquía hispana o la pacificación
como pacto con los indios. Sin lugar a dudas este fue el proyecto político de verificable envergadura y
no la guerra chichimeca. Las respuestas sobre la pacificación se dificultan al asumir la premisa de los
indios de guerra, porque de otra forma, ¿cómo de bárbaro se reconoció un señor natural? ¿Cómo de
silvestre pasó a donante? ¿cómo pasó de no poseer sementera ni ciudad a tener dominio de un vasto
territorio de rancherías? Los discursos oficiales sobre los indios son como una madeja enredada que
conviene situar en un tiempo histórico, a sus autores como personas con intereses específicos, que eligen
lenguajes, enunciados, retóricas para referirse a algo, y todo ello en un espacio de polémica sobre la
manera de integrar estos indios a la monarquía hispana.
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Paul Ricoeur parte de la idea de que no podemos acceder al conocimiento del pasado de una manera
objetiva sin al menos proponernos un alejamiento de nuestras formas de ordenar el mundo. En su texto
“La realidad del pasado histórico” expone que “la cosa en sí es completamente incognoscible y su
postulación por parte del pensamiento debe entenderse como un límite a las pretensiones del
pensamiento mediante representaciones o mediante objetos”
(Valdés & Valdez, 2019, p. 7)
El autor busca ingresar en el mundo del pasado, reduciendo las propias categorías adquiridas en el
presente; para tal alejamiento, Ricoeur propone: a) la recreación de la imaginación histórica de aquel
tiempo: introducirse, mediante el pensamiento, en la acción y discernir el pensamiento del agente;
b)
un distanciamiento temporal: ser extraño frente a actitudes en épocas pasadas, pero donde lo “otro” no
se vuelva algo antagónico, cosificado, sino que sea algo que está unido al presente como desviación, y
es que la diferencia lógica no tiene por qué ser una diferencia temporal; c) la analogía mediante la
elucidación de los tropos fundamentales.
No debe entenderse pensamiento en un sentido meramente
racional, es deseo, verdad, o premisa válida en aquel tiempo y en situaciones específicas.

En su teoría de la narración en la compresión histórica, propone situarse en-lugar-de donde se inscribe
el pensamiento histórico, concretamente: a) considerar el lugar y papel de la narración histórica en el
pasado por sí mismo; b) el lugar y papel de la ficción en el relato histórico (identificar usos y contextos
de producción de un documento); c) la verdad del relato histórico en términos de la intencionalidad de
la ficción y de la historiografía
(Ricoeur, 1995, pp. 81-108).
A finales de 1970 y durante la década de 1980, en Alemania se estaba planteando el mismo problema
de la interpretación histórica y de las dificultades de acceder al conocimiento del pasado. El principal
exponente
es Reinhardt Koselleck, su propuesta para hacer historia es profundamente filosófica en tanto
que enuncia que para conocer el pasado es necesario situarse en el tiempo histórico de los autores, en
sus mundos de la vida. Koselleck está interesado en encontrar el tiempo histórico, que está en la tensión
entre la experiencia y la expectativa de quienes escribieron los textos que son nuestras fuentes. Dicho
de otro modo, para este autor no existe ninguna historia que no haya sido constituida mediante las
experiencias y esperanzas de personas que actuaron o sufrieron su tiempo
(Koselleck, 1993b, p. 335).
La historia debe reconstruir el pasado situándose en los textos (fuentes) y acercándonos a priori a dos
meta-categorías: “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativas”. Experiencia y expectativa son
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el sustrato, la categoría a priori de quien investiga el pasado, pero no es el objetivo de la investigación
histórica el definir que era una u otra en determinado tiempo, sino que son formas de acercarnos al
pasado. Mediante el estudio de otros conceptos concretos es que estaremos en posibilidad de hablar
sobre la experiencia y la expectativa de nuestros autores. Koselleck considera que la dicotomía de los
conceptos es la condición de conocimiento de la historia real o del tiempo histórico que pensaron y
sobre la que escribieron los documentos que hoy leemos. Expectativa y experiencia se necesitan en su
definición y muestran la relación interna entre el pasado y el futuro antes, hoy o mañana. La tesis del
autor es que ambas son categorías adecuadas para tematizar el tiempo histórico por entrecruzar el pasado
y el futuro.

La expectativa está ligada a personas, siendo a la vez impersonal, también la expectativa se efectúa en
el hoy, es futuro hecho presente, apunta al todavía - no, a lo no experimentado, a lo que sólo se puede
descubrir. Esperanza y tiempo, deseo y voluntad, la inquietud, pero también el análisis racional, la visión
receptiva o la curiosidad forman parte de la expectativa y la constituyen. No se trata de conceptos
simétricos complementarios que coordinan el pasado y el futuro, como si fueran espejismos (Koselleck,
1993b, p. 338).

La experiencia procede del pasado, es espacial porque está reunida formando una totalidad en la que
están simultáneamente presentes muchos estratos de tiempos anteriores, sin dar referencias de sus antes
ni de sus después. No hay una experiencia cronológicamente mesurable aunque si fechable según su
motivo- porque en cualquier momento se compone de todo lo que se puede evocar del recuerdo de la
propia vida o del saber de otra vida. No crea continuidad aditiva (Koselleck, 1993b, pp. 337-338).

Denomina horizonte a la línea tras de la cual se abre en el futuro un nuevo espacio de experiencia,
aunque aún no se puede contemplar. La posibilidad de descubrir el futuro choca, a pesar de los
pronósticos posibles, contra un límite absoluto, porque no es posible llegar a experimentarla. De las
experiencias se puede esperar hoy que se repitan y confirmen en el futuro. Pero una expectativa no se
puede experimentar hoy ya en el mismo modo. Por supuesto, la impaciencia por el futuro, esperanzada
o angustiosa, previsora o planificadora, se puede reflejar en la conciencia.

Pero las circunstancias, situaciones o consecuencias de las acciones que pretendía la expectativa, ésas
no son contenidos de la experiencia
.
pág. 15685
Todo deseo encierra una previsión (dudosa o cierta) de lo que por medio de estas fuerzas es posible. El
volver a la vista a lo pasado (recordar) se hace tan solo con el designio de hacer posible la previsión de
lo futuro: miramos en torno nuestro en la situación presente para resolver algo o apercibirnos a algo
(Koselleck, 1993b, p. 341).

Lo que caracteriza a la experiencia es que ha elaborado acontecimientos pasados, que puede tenerlos
presentes, que está saturada de realidad, que vincula a su propio comportamiento las posibilidades
cumplidas o erradas de espacio de experiencia y de horizonte de expectativa se puede deducir algo así
como el tiempo histórico (Koselleck, 1993b, p. 341).

Para el autor, el futuro histórico no puede deducirse del pasado histórico. Las experiencias se
superponen, se impregnan unas de otras. Aún más, nuevas esperanzas o desengaños. Nuevas
expectativas, abren brechas y repercuten en ellas. Así pues, también las experiencias se modifican, aun
cuando, consideradas como lo que se hizo en una ocasión, son siempre las mismas. Esta es la estructura
temporal de la experiencia, que no se puede reunir sin una expectativa retroactiva (Koselleck, 1993b,
p. 341).

En Inglaterra, el problema posmoderno del conocimiento del pasado tomó un cause menos filosófico y
más contextual. La escuela de Cambridge pone énfasis en el análisis de los contextos en lo que algo se
dice, en cómo se dice y cómo estos matices del habla pueden influir en el lenguaje.

El iniciador fue Quentin Skinner. Retoma la distinción desarrollada por J. Austin en How to do Things
with Words entre el nivel locutivo de un determinado enunciado y su fuerza ilocutiva, esto es, entre lo
que se dice y lo que se hace al decirlo, estos son los actos del habla. (Austin, 1962). Elias Palti menciona
que para comprender históricamente un acto del habla no bastaría con entender lo que por él mismo
dice (su sentido locutivo) sino que resulta necesario situar su contenido proposicional en la trama de
relaciones lingüísticas en el que éste se inserta. El esfuerzo debe focalizarse en descubrir lo que hay
detrás de tales actos del habla, la intencionalidad (consciente o no) del agente (su fuerza ilocutiva) es
decir, qué hacía éste al afirmar lo que afirmó en el contexto en que lo hizo (Palti, 2006, p. 68).

Lo que busca esta postura es hallar aquello que hacen particulares los discursos o doctrinas y que sólo
resulta asequible en el marco más amplio del peculiar contexto histórico en que se inscriben. Para poder
acceder a este contexto es necesario hacer un análisis lingüístico, hacerse del conjunto de convenciones
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que delimitan el rango de las afirmaciones disponibles a un autor determinado, o dicho de otro modo,
podemos conocer las condiciones semánticas de producción de un texto dado Palti, 2006, p. 69).

Entonces hay que pensar las condiciones que hicieron posible que se pudiese enunciar tal o cual cosa,
desde la lingüística, la semántica y la doctrina vigente sobre el mundo. Pero esta es sólo una parte del
análisis, la historia conceptual no pretende enfocarse en el lenguaje, sino encontrar los aspectos
agenciales del habla, o si se prefiere, del uso del lenguaje en su sentido político. Esto requiere
comprender el plano político del habla, quien plasmó su pensamiento tenía planteamientos específicos,
y el lenguaje fue solo un medio para lograr un fin.

Es el mismo quien Palti menciona que, desde la perspectiva de una historia de los lenguajes políticos,
un texto no es un conjunto de enunciados, sino un modo característico de producir enunciados. Los
lenguajes son indeterminados semánticamente: uno puede afirmar lo mismo desde matrices
conceptuales muy diversas, e, inversamente, decir cosas muy distintas, y aun opuestas entre sí, desde
una misma matriz conceptual (Palti, 2006, p. 70). Las ideas son intemporales, por definición. Ellas
aparecen o no en contextos particulares, pero no son ellas mismas objetos propiamente históricos. Lo
que las historiza es su eventual aplicación a un contexto particular. La contingencia de los discursos
remite aquí a una instancia externa, a las circunstancias o el contexto de su aplicación (Palti, 2006, p.
71).

Y es en este sentido en donde la propuesta de J.G.A Pocock se vuelve un referente necesario. Para este
autor es indispensable dotar de historia a los autores y a su pensamiento adscribiéndoles una actividad
o una acción continuada que conste de cosas que han ocurrido y cosas que se han hecho, de acciones y
formas de actuar incluidas las condiciones en las que se actuó. Condiciones que, por demás, se ven
directa o indirectamente modificadas por los actos realizados en ellas y sobre ellas. Según Pocock, el
campo de estudio de la historia son los actos de habla (orales, escritos o tipográficos) y las condiciones
o contextos en los que se llevaron a cabo estos actos.

El enfoque de esta historia será marcadamente acotada a eventos (evenmentielle) porque lo que interesa
son los actos del habla realizados, así como los contextos en lo que tuvieron lugar y que se intentaron
modificar. La historia resultante estará basada en textos, en enunciados impresos o escritos y las
respuestas que suscitan.
pág. 15687
Se trata de una historia retórica más que gramática, que analiza el contenido efectivo y eficaz del
discurso y no su estructura. Se trata de una cuestión de prioridad y de énfasis. Puede que el historiador
tenga que analizar la gramática y la estructura del discurso, aunque sepa que, a otro nivel, podemos
reconocer las estructuras latentes que se utilizan en la retórica o se discuten en la teoría. (Pocock, 2012,
p. 104).

Algunos de estos lenguajes están muy institucionalizados, se aprecia inmediatamente que los utilizan
comunidades concretas en el ejercicio de su profesión y que articulan sus actividades y prácticas
institucionales en torno a ellos. Eran lenguajes que se imponían a una comunidad pero que la comunidad
los usaba también (Pocock, 2012, p. 105). Es decir, de nada sirve clasificar lenguajes por comunidades,
sino tener en cuenta que el lenguaje es ampliamente usado, pero de manera muy diversa, algunos
hablarán por ejemplo de salvajismo en un discurso a favor de la guerra, otros para una postura contraria.

Según Pocock, podemos identificar una única comunidad de discurso múltiple que practica una
actividad a la que sólo podemos calificar de retórica o literatura. También sabemos que toma elementos
prestados y se ve invadido por el discurso de comunidades ajenas. El autor pone atención en los usos
específicos del lenguaje y las modificaciones en el tiempo, es decir, la interacción entre langue y parole
(Pocock, 2012, p. 105).

Quijano recupera la categoría de espacio controversial propuesta por Oscar Nudler como otra
herramienta analítica para examinar el contexto polémico en el que se desarrolla el pensamiento político
de los autores. Nudler propone abordar la historia del pensamiento a partir del estudio de los espacios
en los que confluyen discusiones en torno a temas puntuales que, precisamente por su carácter polémico,
se presentan como algo dinámico y en continuo movimiento. Para Nudler, tanto el foco del debate como
los lenguajes y las teorías empleadas en los espacios controversiales se van transformando conforme se
desarrollan y es en este movimiento en el que se gestan los cambios conceptuales y teóricos de la
filosofía y de la ciencia. Específicamente a Quijano le interesa analizar lo que dijeron los autores de los
documentos que consulta, cómo lo dijeron y, a partir de esto, comprender lo que estaba en disputa en el
terreno de lo político en la Nueva España de su tiempo y qué era lo que se podía decir y pensar en torno
a ello (Quijano Velasco, 2017, pp. 18-19).
pág. 15688
RESULTADOS Y DISCUSIÓN

El bárabaro de Tierra Adentro.

La Gran Chichimeca y la dicotomía con el indio norteño novohispano.

Las explicaciones sobre la conquista del centro de México y sus intentos por rescatar las civilizaciones
prehispánicas antiguas, sin duda fueron un parteaguas para la incursión del concepto de barbarie en la
historiografía académica sobre los indios del norte.

El tema de los indios chichimecas tuvo su efervescencia en la década de 1960 cuando arqueólogos,
antropólogos e historiadores de México y Estados Unidos pusieron atención a los pueblos indios del
norte. Desde principios del s. XX, la historiografía estadounidense buscaba distanciarse de las
explicaciones históricas de corte europeo que tenían por marco teórico algún modelo filosófico,
particularmente el idealismo alemán. Esta historiografía americana estaba tras la construcción de una
explicación histórica racional y positiva, que condujo la discusión de las culturas chichimecas hacia dos
sendas sutilmente distintas: el culturalismo y la ecología cultural.

Ya hacia finales del siglo XIX, la historiografía americana se planteaba la pregunta de ¿cómo explicar
la diversidad étnica y cultural de la nación de modo plausible y acorde al modelo económico que se
perseguía? El desafío se redujo cargando las tintas hacia la explicación histórica en términos
económicos que entenderían la cultura como formas de producción y subsistencia, comercio e
intercambio, y de la relación hombre - medio.

Este discurso pudo sintonizarse con las descripciones del s. XVI respecto a los indios chichimecas
porque se les había descrito en relación a su forma de vida silvestre y a su costumbre fuera del reino,
de la civitas hispana. Este tipo de trabajos de la corriente académica del culturalismo culturalistas
proponen explicar las diferencias entre los pueblos a partir de las manifestaciones observables:
artefactos, rituales, códigos morales de conducta, relatos, el idioma, el intercambio y el comercio, entre
otros más aspectos de los pueblos que pudieran ser verificables de algún modo. Es una interpretación
sociológica que pretende sopesar la importancia de la cultura en el individuo.

La ecología cultural escuela que tuvo auge hacia 1970 entiende la cultura como producto de la
relación cultura y ambiente. Aborda las sociedades desde la economía, la producción de insumos, el
pág. 15689
aprovechamiento del medio por la mano humana, aspectos que intervienen en buena medida en la
cultura y en la historia de los pueblos (Breisach, 2007).

Los indios chichimecas en la historiografía llevan la pesada carga de ser indios belicosos, silvestres,
bárbaros, salvajes, desnudos, todos estos atributos caben en los conceptos clasificatorios y cientificistas
como lo son el nomadismo o pueblos cazadores recolectores.

Pero desde diferentes frentes ha surgido el problema del indio norteño novohispano como una sociedad
más dinámica que la atribución antagónica. La arqueología ha hecho aportes sustanciales al
entendimiento de los grupos chichimecas con aproximaciones al nomadismo. Charles Di Peso creó el
concepto de Gran Chichimeca para advertir un espacio amplio antagónico al área del centro de México
o la Mesoamérica de Kirchoff. La arqueóloga Beatriz Braniff estaba convencida que los grupos
chichimecas tuvieron una dinámica histórica compleja, vinculada a su medio, definida por procesos
políticos que hicieron una frontera con Mesoamérica que era fluctuante(Aboites, 2000).

No obstante, fueron Phill y Acelia Weigand, quienes impulsaron estos principios, sosteniendo la tesis
de que los indios chichimecas prehispánicos eran ya mineros, comerciantes y guerreros, aspectos que
tuvieron continuidad en tiempos posteriores a la ocupación hispana (Weigand & de Weigand, 1996).
Franҁois Rodríguez Loubet (2016) fortalece estos planteamientos en su texto titulado San Luis Potosí
y el gran Tunal en el Chichimecatlán del México Antiguo. En él se ofrece una interpretación
arqueológica y etnohistórica del nomadismo de los habitantes de aquel territorio, los indios
guachichiles, pero su metodología logra aportar a la tradición americana porque hace un contraste entre
las fuente históricas antiguas (documentos antiguos) y las evidencia arqueológicas y etnohistóricas.

El mismo Rodríguez Loubet delimita la zona del Gran Tunal de la siguiente manera: la ciudad de San
Luis Potosí al oeste, Guadalcázar el norte, Río Verde al este y el estado de Guanajuato al sur. La
catalogación de la lítica que consiguió cerca de 260 000 muestras entre puntas de flecha, morteros,
rocas talladas o moldeadas le permitió definir los siguientes periodos: Venadito 1000 ac - 200 d.c,
Huerta (200 1200 d.c) y Gran Tunal (1200 1800 d.c) Para el autor, la crueldad de estos indios no
tiene evidencia arqueológica; lo mismo ocurre con la desnudez, que considera improbable debido a las
condiciones climáticas del Tunal Grande.
pág. 15690
Lo mismo con el “nomadismo azaroso” que según indica el autor, se trata más bien de un semi
nomadismo estacional vinculado a los climas anuales y a la existencia de insumos para alimentos y
artefactos. Estas anotaciones todavía mantienen el sesgo de la dicotomía del nómada frente al agricultor,
considerando este como el único capaz de generar procesos civilizatorios. Para Loubet, la desaparición
de los guachichiles se explica con la tradicional premisa de la migración al norte ante la inminente
sedentarización de la vida en el Tunal Grande, iniciada en el s. XVI (Rodríguez Loubet, 2016).

En la imagen siguiente se muestra una elaboración propia del Tunal Grande elaborada con base en una
pintura elaborade cerca del año de 1580 llamada “Mapa de las Villas de San Miguel y San Felipe..”
(desconocido, 1579). En ella se ubican las rancherías indias chichimecas en un Sistema de Información
Geográfica (SIG). Esta informacion es de utilidad para mostrar el territorio al que se refería Laubet y al
que nos referiremos en el siguiente apartado.

Figura 2

Fuente: Elaboración de Tania L. Zapata Ramírez con base en autor desconocido, “Mapa de las villas de

San Miguel y San Felipe de los Chichimecas...”, Biblioteca de la Real Academia de la Historia, España,

Biblioteca Digital, Cartografía y Artes Gráficas, ca. 1579-1580.
pág. 15691
Las historiografías latinoamericanas sobre el norte novohispano

En la historiografía sobre los indios chichimecas encontramos de manera recurrente un énfasis en los
procesos de lucha y resistencia atendiendo los relatos del s. XVI, tipificando a los indios en un campo
semántico de crímenes como el robo y asesinato. En un actualizado discurso de guerra, aquellos indios
llegan a nosotros como guerreros indomables que resistieron un conflicto bélico de casi medio siglo.
Philip Wayne Powell es el autor más conocido de este tipo de relatos historiográficos.

En sus obras Capitán Mestizo y La guerra chichimeca inauguró esta perspectiva culturalista enfocada
en la guerra, describe a profundidad la administración, militarización, y eventual pacificación de este
territorio de frontera. Hay poca información sobre la guerra “del otro lado”, la de los pueblos
chichimecas, que para Powell nunca pierden su carácter salvaje, silvestre, desnudo. Los indios del autor
son los indios de los oidores, pero sin los contextos necesarios para entender las pretensiones bélicas.
Para Powell la guerra existió, y la pacificación fue obra misteriosa de un capitán mestizo, una figura
llevada al plano de la hazaña, Miguel Caldera (Powell, 1977; Powell & Utrilla, 1980).

La historiografía mexicana tiene mucha herencia de esta fórmula de Powell y logra integrar estas dos
historias bajo conceptos civilizatorios, ante el problema de ¿cómo cambió y desapareció el indio
chichimeca? se recurre al mestizaje, la integración cultural y la extinción de estos pueblos chichimecas.
En el texto Los Colonizadores Tlaxcaltecas (2014), Ramos Galicia describe el proceso migratorio de
cerca de 400 familias de las cuatro diferentes cabeceras de Tlaxcala (Ramos Galicia & De la Mora,
2015)

Basándose en la interpretación de Powell en Capitán Mestizo, indica que los tlaxcaltecas fueron
llevados a la frontera para agregar, de manera definitiva, a los grupos guachichiles al orden hispano
(Ramos Galicia & De la Mora, 2015, p. 83). Identifica el importante proceso de negociación entre el
virrey y los principales guachichiles, pero centra su análisis en las características de la migración
tlaxcalteca al Tunal Grande, espacio que describe en proceso claro de pacificación desde el año de 1589,
cuando varios indios chichimecas fueron presentados al virrey. El estudio centra su atención en el éxito
de la política migratoria, pero queda al aire la pregunta de ¿cómo fue que esta pacificación se logró
súbitamente después de décadas de fracasos en el poblamiento?
pág. 15692
Un acercamiento más detallado a las relaciones interétnicas en este pueblo de indios, lo hallamos en el
texto Aliados y Adversarios de Eugene B. Sego (1998). Analiza la dinámica social en los poblados
indios de Mexquitic y Tlaxcalilla lugares donde los tlaxcaltecas y algunas parcialidades guachichiles
comenzaron a relacionarse mediante alianzas, conflictos y negociaciones, en el marco de una sociedad
de frontera y un territorio con vocación minera. Su análisis abarca los siglos XVI y hasta el XIX y está
ampliamente documentado con fuentes primarias y secundarias.

Sostiene que alrededor del año de 1593 se estableció en el pueblo y minas de San Luis un gobierno
similar a un cabildo, pero se trataba de una alcaldía mayor, encabezada por el alcalde y dos o tres
alguaciles o regidores, conformando un Concejo; en tanto que en Mexquitic y Tlaxcalilla se estableció
una república de indios. En el primer poblado, los indios estuvieron bajo el gobierno indio de Francisco
Vázquez y Joaquín Paredes. Ambos eran indios tlaxcaltecas y fueron antes los capitanes que se
colocaron al frente de la migración de las cien familias que provenían del señorío de Tepetícpac. La
participación guachichil en el gobierno hispano es poco tratada por Sego, que retoma un documento de
Joaquín Meade, en donde se observa que el virrey otorgó un salvoconducto a Francisco Vázquez y se
refiere a él como indio principal de la ciudad de Tlaxcala, gobernador de los amigos y chichimecos de
la parte de Mexquitic (Sego, 1998, p. 163).

En su obra, Sego muestra con sencillez un aspecto fundamental y es que la corporación india de
Mexquitic y Tlaxcalilla fue dominada por los migrantes de Tlaxcala, comprometiendo jurídicamente el
derecho natural de los guachichiles sobre el pueblo de indios que ellos mismos donaron en 1591. Su
trabajo pone en perspectiva las relaciones sociales complejas entre migrantes tlaxcaltecas y las otras
familias de indios ya asentadas.

El autor ofrece un análisis muy interesante de lo que sucedió en la comunidad interétnica de los poblados
de Venado y la Hedionda. Para 1592, el capitán Juan de la Hija era el encargado de hacer el reparto de
los bienes de paz entre los indios de Venado y La Hedionda, y se arreglaba con los capitanes y jefes de
parcialidad como Juan Escanamé, Francisco Tomaqui, Bartolomé Canalá y Juan Pedro (Sego, 1998, p.
207). Éste y el caso de los jefes guachichiles Juan Francisco y Guaimatinaes, asentados en Santa Elena
del Río Grande (Zacatecas) son muestra de cómo, para 1592, algunos capitanes guachichiles estaban
agregándose al orden novohispano mediante negociaciones directas con los funcionarios españoles.
pág. 15693
Por ejemplo, Juan Francisco y Guaimatinaes habían hecho arreglos con Francisco de Urdiñola para
fundar Santa Elena, y nueve años después, para abandonarla e irse a vivir a Venado (Sego, 1998, p.
208). Con esta nutrida información, Sego resalta la importancia de ir reconstruyendo el complejo
entramado de relaciones sociales que tuvieron los indios, las capitulaciones no siempre fueron posibles
de ejercer, por eso las alianzas de los tlaxcaltecas y los guachichiles se volvieron aspecto de importancia
para ambos.

El autor, otorga a los indios un carácter político y agencial en el orden social. Al menos en algunas
ocasiones, los pleitos se resolvieron a favor de los guachichiles, porque las autoridades indias y los
funcionarios españoles parecieron entretejer sus alianzas de manera que las capitulaciones de los
tlaxcaltecas no se cumplieran en todos los casos. En 1679, los negritos presentaron querella formal en
contra de los tlaxcaltecas, ésta fue presentada por el funcionario español capitán Alonso de la Cruz y
los indios Mathias de la Cruz -alcalde ordinario- y dos principales de San Cayetano.

Ellos acudieron ante el “justicia mayor” Toribio González de Escalante. El alcalde ordinario de los
tlaxcaltecas, Nicolás Esteban, indicó afirmativamente que los tlaxcaltecas habían tomado tierras
originalmente de guachichiles. Pero dijo que si los tlaxcaltecas habían tomado posesión de las tierras
había sido por medios legales. El justicia mayor no favoreció a los tlaxcaltecas, y dio orden de restituir
a los guachichiles sus tierras y remunerarlos con 400 pesos como restitución parcial por las rentas
perdidas y restitución de grano (Sego, 1998, pp. 222-224).

A no pocos años de distancia de haberse puesto en escena la complejidad del noreste novohispano desde
una perspectiva de las relaciones interétnicas surgió, en 2003, el seminario permanente de estudios de
la Gran Chichimeca. Con un planteamiento interdisciplinario donde han confluido estudios históricos,
arqueológicos, lingüísticos y antropológicos. El seminario ha contribuido a visualizar a los grupos
chichimecas en los diferentes procesos de territorialización y gobierno en la frontera. El seminario ha
promovido interpretaciones vinculadas a la ecología cultural que recurren a la explicación clásica de la
vida de los indios chichimecas en términos de nomadismo, subsistencia, migración, epidemias, por
ejemplo el texto de José Arturo Chamorro Escalante “La presencia tlaxcalteca en la cultura wixarrica
posibles referentes de las familias colonizadoras procedentes del señorío de Quiahuiztlán en el
Occidente la de gran Chichimeca” (Chamorro Escalante, 2017).
pág. 15694
El seminario también continúa la tendencia inaugurada por Braniff y Aretti de entender los procesos de
la frontera en relación a la expansión de la agricultura y tradiciones mesoamericanas, pero al ser
interdiciplinario, ha dado pie a estudios históricos con propuestas novedosas basadas en el aspecto
jurídico, simbólico y lingüístico.

Uno de los planteamientos que me parecen más novedosos sobre la participación de estos indios en la
estructura profunda de la sociedad de frontera la ofrece Francisco Román (2005) en “Comerciantes y
minería en Nueva Galicia”. Demuestra que las actividades mineras, de metalurgia y comerciales no
estuvieron formalmente prohibidas a los indios, y que, en la mayoría de los casos, la tradición minera y
comercial prexistente fue aprovechada por la autoridad hispana.

Francisco Román encuentra un registro de viudas que solicitaron y aprovecharon el permiso de trabajar
las minas, que originalmente había sido otorgada al cónyuge. El ciclo de la minería impulsaba el
comercio indígena, que en opinión del autor ha sido subestimado. Encuentra que el registro de
comerciantes quizá no refleja las verdaderas dimensiones del comercio indígena porque Zacatecas era
un campamento minero muy importante y requería del comercio efectivo, por lo que es válido pensar
que existían amplias organizaciones de comercio informal.

Para Román Gutiérrez la guerra chichimeca impactó en los poblados mineros aledaños a Zacatecas,
pero su versión, que es muy apegada a Powell, plantea como premisa que los indios guachichiles y
zacatecos fueron salteadores de caminos (Román Gutiérrez, 2005)

El
trabajo de Pedro Tomé (2017) titulado “Los Chichimecas: encabalgamiento de imaginarios”, es un
planteamiento lingüístico muy necesario. El autor propone un análisis hermenéutico del término
chichimeca como categoría jurídica, étnica y cultural, con amplio espectro de auto reproducción por su
versatilidad política y discursiva.

Encuentra que, durante los primeros años de la intervención hispana, “chichimeca” era usado por los
grupos nahuas para referirse a los orígenes de sus linajes; el desplazamiento semántico se dio cuando
los europeos expedicionarios y conquistadores tempranos le asociaron atributos de barbarie,
imaginarios que tenían tradición medieval. Explica el autor que este desplazamiento se dio por motivos
militares, porque el discurso de la barbarie justificaba a su vez el discurso civilizatorio, la guerra y la
avanzada del cristianismo.
pág. 15695
El autor encuentra que, en una carta de relación de Hernán Cortés al emperador Carlos V, el
conquistador afirmaba que sólo debían considerarse “salvajes” a los indios chichimecas que no
aceptaran una vía pacífica de agregación
(Tomé Martín, 2017).
Además, encuentra que, durante estos primeros años, no había una asociación clara entre chichimeca
salvajismo crueldad,
lo que vendrá en otro momento, cuando el conflicto conocido como “guerra
chichimeca” (1550-1580) adquiriera mayor seriedad, recursos y tiempo por parte de la monarquía.
Durante estos años, el término chichimeca tuvo una suerte de añadiduras que lo ligaron a aspectos
culturales propios de una vida nómada. Ejemplos de ello es la crónica militar de Ahumada Sámano
(1562) y el parecer de fray Guillermo de Santa María (1575-1580). Apunta el autor que este énfasis en
descifrar lo chichimeca con la cultura de estos indios coincide con que el conflicto estaba en declive,
aunado a que los años de contacto habían servido para conocer la diversidad de la vida de estos indios.

(Tomé Martín, 2017)
.
El uso jurídico de chichimeca se dio posterior al conflicto; a finales del s. XVI y comienzos del XVII,
donde la asociación que prevalecía era resistencia delincuencia y es aquí en donde se da el carácter
auto reproductor del término porque, por mucho tiempo, ser apostata o vago se nombró con el termino
chichimeca. El trabajo de Tomé cuestiona los fundamentos sobre los que comúnmente se cimientan las
explicaciones históricas de los grupos chichimecas porque considera que los campos semánticos de la
denominación se han modificado con el tiempo. Abre con ello la puerta a los abordajes desde la
antropología histórica, porque al considerar que chichimeca es un discurso relacional, obliga a traer a
escena a los indios guachichiles participando en la sociedad hispana de las maneras posibles,
estratégicas, creadas o inventadas
(Tomé Martín, 2017).
La agencia del indio chichimeca

Cada vez son más frecuentes los trabajos que dan agencia a los indios chichimecos y guachichiles en la
frontera novohispana. Ruíz Medrano ofrece una interpretación de los procesos sociales que
construyeron las fronteras novohispanas del virreinato en México, pero poniendo el acento en el marco
del conflicto interétnico. Basa su análisis en la situación fronteriza de la parte norte de Tlatenango, en
la sierra de Tepeque, hacia finales del s. XVI, encuentra que la identidad étnica fue revivalista y dio
pauta para la resistencia a la agregación hispana.
pág. 15696
La unidad cultural de tepeques, huicholes y coras fue sólida hasta muy entrado el s. XVIII porque se
hallaban relegados respecto a las congregaciones tlaxcaltecas, se notaba precariedad de los canales de
negociación con los capitanes de frontera, y las colaboraciones que hicieron entre sí (Medrano, 2011,
pp. 81-112) . Encuentra que la migración tlaxcalteca emprendida por Velasco II no fue exitosa en las
fronteras de San Luis Colotlán. En 1592 se dio una amplia rebelión indígena en la población de la Nueva
Tlaxcala, que era la cabecera de la nueva circunspección. En sus cartas al rey, el virrey informó lo
sucedido a manos de grupos de “bárbaros y gentiles”(Medrano, 2011, p. 88).

El capitán Miguel Caldera fue el encargado de acudir al lugar a negociar y pacificar, se acompañó de
numerosos capitanes de frontera e indios guachichiles y zacatecos esto porque se tenía sospecha de que
algunas parcialidades indias habían participado en la revuelta. Ruiz Medrano hace una interesante
observación respecto al patrón de poblamiento en el lugar.

Mientras los tlaxcaltecos diversificaban sus poblaciones, colaborando al hacer nuevas congregaciones
y buscando el estatus jurídico de pueblo, los casos particulares de los pueblos Tepeques de la cuenca
baja del río Bolaños y de los huicholes de la Sierra de San Andrés, presentaban un patrón muy dispar y
un asincrónico crecimiento de comunidades.

Este patrón de territorialización hispano no tuvo la profundidad y amplitud para modificar o colapsar
su unidad cultural y les permitió conservar un sentido de identidad étnica (Medrano, 2011, p. 96). El
autor considera que el proceso de congregación tardío y de reorganización territorial en las fronteras a
lo largo del s. XVIII estuvo acompañado de oposición y resistencias, particularmente por los grupos
huicholes de San Andrés y de la cuenca inferior del río Bolaños identificándose movimientos
revivalistas y de rechazo abierto a la congregación forzada. La unidad lingüística y cultural de estos
grupos era aún muy sólida frente a la evangelización y la hispanización (Medrano, 2011, p. 104)

Un caso semejante lo aborda Rangel Silva (2015), en su trabajo titulado “La resistencia de los pames
de la Divina Pastora”, donde hace un tratamiento de los usos de “chichimeca” en la frontera de Río
Verde que, para 1600 1750 se ubicaba entre el Real de Minas (de cerro de San Pedro) y Ciudad de
San Luis Potosí (cuyo título ganó en 1656) y la Villa de los Valles en la Huasteca. El dominio se articuló
mediante el otorgamiento de mercedes, situación que dio pie a estancias ganaderas y haciendas que,
junto con las misiones franciscanas, coadyuvaron a un moderado asentamiento de los pames.
pág. 15697
Estos grupos se insertaron en esta dinámica social como mano de obra en las estancias, haciendas o en
las misiones franciscanas, que se hallaron en desventaja respecto de las primeras (Rangel Silva, 2015,
p. 42).

Rangel muestra que la noción de “chichimeca” era una posibilidad de interacción social y de
empoderamiento y definía el proceso de incorporación de estos grupos al orden hispano. Para los
estancieros, los chichimecos eran un peligro y debían ser tratados a la fuerza, exterminados o explotados
para el servicio. En contraparte, los frailes buscaban recursos para ejecutar un proceso civilizador que
significaba fortalecer las misiones que, en esta arena, estaban siendo relegadas por los estancieros y
hacendados. El comisario general de los franciscanos en Nueva España, fray Hernando de la Rúa,
buscaba dotar de tierras a las conversiones en Río Verde, Pánuco y Tampico (Rangel Silva, 2015, pp.
44-46).

Los recursos de dominio de los estancieros eran distintos. Obligaban a los indios pame y otomí al trabajo
haciendo entradas a sus rancherías y les quitaban sus hijos y mujeres. Los que se resistían eran llevados
a Querétaro o México, para venderlos como esclavos de guerra (Rangel Silva, 2015, p. 47) Esta
situación ocasionaba que los indios despoblaran las rancherías, o bien, huyeran temporalmente a los
montes (Rangel Silva, 2015, pp. 47-48). Pero despoblar las rancherías era ocasión para que se los
hacendados les acusaran de haber vuelto a su “vida salvaje”, dando argumentos para continuar su
dominio por este medio.

Los frailes, que proponían un proyecto civilizatorio mediante misiones, hicieron frente a esta situación
respaldando a los indios en sus reclamos contra los hacendados. Fray Martín de Herrán detalló los
abusos registrados en todas las misiones de la custodia de Santa Catarina Mártir del Río Verde e incluso,
para 1689, llevó a los gobernadores y caciques pames ante el virrey Conde de la Monclova. Los indios
expusieron sus varas de gobierno a los pies del virrey y amenazaron con dejar las misiones si no les
amparaban las tierras. Sin embargo, el virrey no intervino (Rangel Silva, 2015, p. 49).

Los estudios sobre los indios chichimecas y guachichiles han tomado un rumbo antropológico con los
trabajos de Carlos Manuel Valdés. En su texto Los bárbaros, el rey y la iglesia hace un vínculo muy
importante entre los discursos oficiales del indio chichimeca y el tema de la esclavitud de los indios, la
apropiación forzada de los recursos y mano de obra (Valdés, 2017).
pág. 15698
Da agencia a los indios porque busca explicar los posibles motivos de sus acciones subversivas. En otro
texto del autor, pero en coautoría con Celso Carrillo, nos habla del caso del indio Dieguillo, que fue
gobernador del pueblo de Indios de Santa Rosa de Nadadores hacia 1692. Su libro titulado
Entre los
ríos Nazas y Nadadores: don Dieguillo y otros dirigentes indios frente al poderío español, hacen un
análisis de las fuentes que desde las primeras páginas nos alertan sobre la intención con la que los
oficiales reales escribieron sus informaciones.

Este indio aparece en dos documentos de forma distinta, para el fondo Colonial del Archivo General
del Estado de Coahuila hay un expediente formado a consecuencia de la destrucción total de las
misiones de Nadadores y San Buenaventura por los indios tripas blancas comandados por Diego de
Valdés. Esto en el año de 1718, con una narrativa que sugiere que los hechos estuvieran sucediendo en
el momento.

En el Archivo General de Indias, se encuentran estos mismos hechos, pero “contados al revés”, es decir
comenzando con un general (Juan Fernández de Ratana, capitán del presidio de San Francisco de
Concho) que atacó a un grupo indios, matándolos y quitándoles sus pertenencias con argumento de que
eran robados. Estos hechos son de una fecha más temprana: 1690. El análisis de ambas fuentes es
concluyente, se trata del mismo conflicto, pero contado desde dos autores distintos y no sólo eso, el
documento de 1718 es anacrónico porque narra hechos pasados como si fueran presentes, el motivo era
desaparecer la misión y después ponerla en venta, “todos, empezando por el gobernador de la provincia
cometieron perjurio”
(Valdés & Valdez, 2019, p. 7).
Los autores hacen su análisis más profundo cada vez, porque a partir de las fuentes comienzan a analizar
temas tan difíciles como el imaginario de los indios y sus sistemas de representación. Sin bien advierten
los peligros de extrapolar las fuentes, no se detienen en su marcha e insisten en que los sistemas de
representaciones e imaginarios indios debieron tener respuesta ante la religión cristiana. Encuentran
que, en 1681, don Diego declaró ante el protector de indios un suceso subversivo muy peculiar.

Las naciones hueyquetzale, yoricas, pinachas y manos prietas bajaron la campana de la doctrina para
hacerla pedazos, la personificaron y la agredieron como símbolo de su descontento, pero según la
declaración, no pudieron lograr su intento. Y según la versión de don Diego, al día siguiente
amanecieron muertos más de veinte indios, y muchos más que se hallaron mancos y cojos, baldados de
pág. 15699
todo el cuerpo, y los demás indios trataron de enterrar la campana e irse como lo hicieron y donde quiera
que los indios se hallan reciben pedradas sin saber de quién. La narración no puede ser más que una
estratagema frente al obispo y el virrey quien además informó al rey de España de este suceso. Las
personas podían creer o no en milagros, pero el texto está redactando con profundas fibras cristianas de
la corporeidad de Dios en las cosas, que habían sido asimiladas por don Diego y usada como discurso
político por él y por otros oficiales reales para explicar el alzamiento o subversión del orden social a
manos de los indios.

Una obra fundamental que dio pie al cambio de rumbo de las interpretaciones históricas sobre la guerra
chichimeca y los indios norteños es la obra El debate sobre la guerra chichimeca… de Carrillo Cázares
(Carrillo Cázares, 2000). La obra ofrece un tomo con versiones paleográficas de textos escritos durante
el s. XVI y muestra que, a partir de 1570, hubo fuertes impulsos desde la teología para poner en duda
que aquellos indios fuesen bárbaros y que el camino para la integración a la monarquía fuera la guerra.
El autor pone sobre la mesa una pieza fundamental en el tema: la guerra chichimeca se presentó en los
discursos con el mismo impulso que los discursos que la cuestionaban.

Estudios recientes han tomado lo anterior como la base para una historiografía distinta sobre los
chichimecas basada en la importancia que tuvo la pacificación desde la esfera de gobierno virreinal, el
Consejo de Indias y el rey. En La disputa por la barbarie se analizan los discursos oficiales sobre los
indios norteños novohispanos para demostrar que el concepto de barbarie estuvo más relacionado a
peticiones para hacer la guerra y justificar la esclavitud que a una epistemología sobre aquellos indios
y menos aún a un franco conflicto militar contra algunos en específico (Zapata Ramírez, 2024). Víctor
González Esparza analiza cómo las reformas impulsadas por Juan de Ovando en el Consejo de Indias
fueron asimiladas a nivel local e impulsando una política de pacificación mediante poblamiento
(González Esparza, 2023).

Desde las posturas historiográficas recientes, es posible comprender que la barbarie fue un concepto en
constante tensión, situado en un espacio de polémica. Los discursos oficiales sobre los indios
chichimecas tienen una retórica europea sobre la barbarie que daba ocasión para gestionar con el rey la
licencia de hacer guerra y de tomar esclavos. La especificidad de estos discursos sobre los indios se fue
narrando en relación a los espacios de interés hispano, por ejemplo, los centros mineros y salineros.
pág. 15700
No podemos olvidar el tipo de interés que se perseguía con el relato: licencia de tomar pesos de la real
hacienda, exenciones de impuestos, concesiones de esclavos, propaganda para hacer la pacificación,
entre otros.

La comunidad de hablantes sobre el bárbaro está situada en la esfera de gobierno virreinal, oidores de
audiencia, alcaldes, vecinos de minas. Los oficiales reales tenían un lenguaje sobre la barbarie que
pusieron en acción en cada correspondencia al rey en estrecha relación con la súplica que perseguían.
También cuando se trataba de dirigir los discursos a la pacificación. Entonces el lenguaje se desplazó
hacia la inocencia de los indios, de las ofensas que recibieron, de su condición de gobernantes, de indios
con posesión y dominio del territorio.

Desde inicios del conflicto bélico con los indios chichimecas, los discursos oficiales sobre la guerra o
la paz fueron un espacio de polémica, de expectativa y de experiencia. Acercarse a estos cambios en los
discursos nos permitirá desprendernos de la rigidez de la dicotomía, las explicaciones por premisas, por
hazañas o por gestas, y situarnos al menos en el pensamiento de los autores, en su contexto y
especificidad.

CONCLUSIONES

La historiografía sobre los indios chichimecas está siendo exitosamente critica con la fuente histórica
porque pone de manifiesto la deuda pendiente con los pueblos indios del norte novohispano, los de
tierra adentro que aún imaginamos con los atributos clásicos de la barbarie, herencia indeleble de siglos
enteros de despojo, no sólo de sus bienes, sino de su lugar en la historia. Los estudios sobre estos grupos
indios se están perfilando hacia la exigencia de analizar muy cuidadosamente la fuente, aquella
institucionalizada y que está figurando si acaso la realidad que pensaba alguien sobre algo, en un tiempo
y espacio específico, pero sobre todo que lo expresó para actuar en su presente, para generar efectos en
sus lectores o para justificar sus fines. Este enfoque es propiamente la propuesta de la historia
conceptual. Mientras los indios chichimecas no se comprendan en las anclas de los propios relatos
donde reposan, llegarán a nosotros con demasiado presente, como si trazáramos, involuntariamente, un
bárbaro frente al espejo.
pág. 15701
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