Sin título-2 


DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v6i3.2493  

Expresiones de la teología de la liberación en Nicaragua:

comunidad del barrio el Riguero

 

Robert Salazar Quispe

[email protected]

https://orcid.org/0000-0002-0029-2790

Becario del Doctorado en Historia (cohorte 2020).

Universidad de Tarapacá

Jirón Pastaza 1442- Breña- Lima- Perú

 

RESUMEN

La presente investigación analiza las expresiones de la Teología de la Liberación, nacidos en el seno de la Iglesia Católica en los años 60, reflejando dichas posturas en la experiencia de la Iglesia nicaragüense frente a la realidad política y social que se vive en este contexto. La Iglesia Católica mantiene jerarquías eclesiásticas conservadoras y cercanas al gobierno de la dictadura Somocista; sin embargo la renovación de la praxis eclesial pone en marcha un proyecto nacido desde la comunidad, pensando en la situación de los más desposeídos, expresado en la puesta en marcha de las Comunidades Eclesiales de Base. Fe y acción son los fundamentos teóricos que nacen del proceso de una evangelización que se acerca a los más pobres y que se vive de manera clara en el barrio El Riguero, destacando la fundación de los Comités de Defensa Sandinista (CDS). De esta manera, Iglesia y población se unen en los ideales de fe y praxis encarnados en la búsqueda de acción social dentro de la labor pastoral comunitaria.

 

Palabras clave: teología de la liberación; comunidades eclesiales de base; organización comunitaria; comités de defensa sandinista.

 

 

 

 

 

Correspondencia: [email protected]

Artículo recibido: 02 mayo 2022. Aceptado para publicación: 25 mayo 2022.

Conflictos de Interés: Ninguna que declarar

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Como citar:  Salazar Quispe, R. (2022 Expresiones de la teología de la liberación en Nicaragua: comunidad del barrio el Riguero. Ciencia Latina Revista Científica Multidisciplinar, 6(3), 3706-3727. DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v6i3.2493       

Expressions of liberation theology in Nicaragua: community of the el Riguero neighborhood

 

ABSTRACT

This research analyzes the expressions of Liberation Theology, born within the Catholic Church in the 1960's, reflecting these positions in the experience of the Nicaraguan Church in the face of the political and social reality lived in this context. The Catholic Church maintains conservative ecclesiastical hierarchies close to the government of the Somoza dictatorship; however, the renewal of the ecclesial praxis sets in motion a project born from the community, thinking about the situation of the most dispossessed, expressed in the implementation of the Basic Ecclesial Communities. Faith and action are the theoretical foundations that are born from the process of an evangelization that approaches the poorest and that is clearly lived in the El Riguero neighborhood, highlighting the founding of the Sandinista Defense Committees (CDS). In this way, Church and population are united in the ideals of faith and praxis incarnated in the search for social action within the community pastoral work.

 

Key words: liberation theology; base ecclesial communities; community organization; sandinista defense committees.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

Vos sos el Dios de los pobres

El Dios humano y sencillo

El Dios que suda en la calle

El Dios de rostro curtido.

…Vos vas de la mano con mi gente

Luchas en el campo y la ciudad

Haces fila allá en el campamento

Para que te paguen tu jornal. (Mejía, 1975)

 

La Iglesia Católica hasta mediados del siglo XX, en Nicaragua, se mantuvo como baluarte del conservadurismo, estando cercana y aliada con la élite gobernante y opuesta a cualquier cambio de tipo social, manteniendo una estructura rígida y poco participativa en la labor comunitaria, el mensaje evangélico estaba enmarcado en la línea de la fe y la salvación no pudiendo separarse de esta funcionalidad para dar espacio a la doctrina social y los cambios que se venían gestando en Latinoamérica. Precisamente fue la convocatoria del Concilio Vaticano II (1962-1965) y la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, (1968) los que van a gestar los cambios al interior de la doctrina; cambios en la celebración, los ritos y la vinculación de la Iglesia con la comunidad; surgiendo “la opción por los pobres” como una nueva forma de establecer relaciones entre la Iglesia y el pueblo.

En medio de estos cambios surgió la Teología de la Liberación que buscaba mostrar una nueva forma de vivir el cristianismo, no solo en la fe sino también en la práctica, en la vida diaria y haciendo frente a problemas de la población ligados a la desigualdad y la pobreza. Entender la Teología desde esta mirada significó el anhelo de emancipación, el deseo de la búsqueda del desarrollo, la integración colectiva y la esperanza de los pueblos de escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia y la formación de una conciencia de clase que promueva valores solidarios en la búsqueda del bien común de la humanidad.

En Nicaragua estos cambios se gestan desde inicios de los años setenta y se materializan en la puesta en marcha de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), que bajo las relaciones de la fe integran familias y comunidad y se expresan en la participación abierta de sus miembros, quienes desde la tarea eclesial emprenden el compromiso de trasformar el mundo partiendo por su propia realidad. La parroquia local es ahora el lugar de encuentro y de coordinación del grupo de las familias que están preocupadas del crecimiento de su fe pero también de su propia existencia, lo cual demanda una formación constante en el conocimiento de la realidad política y social que permita liderar un verdadero compromiso de renovación conciliar con los barrios pobres y marginados.

En ese contexto, en el presente artículo analizaremos como se llevan a cabo estos cambios, vividos al interior del barrio El Riguero de Managua, donde las CEB son el fundamento principal de la relación Iglesia-Pueblo y donde la labor de sacerdotes como Uriel Molina se vuelven fundamentales para el trabajo pastoral comunitario. La mayor parte de la población de El Riguero son obreros de origen campesino con poca formación educativa pero con un acercamiento marcado a la labor de la Iglesia en la lucha contra la pobreza y contras las grandes oligarquías manifestadas en la dictadura Somocista que por muchos años se había mantenido en el poder. Desde El Riguero, la población católica entiende que la revolución no solo se da en la fe sino también en el llano y apoyados por las CEB van participando del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Veamos como se gesta este proceso de cambios; de una Iglesia relacionada con el Estado, pasamos a una Iglesia cercana al pueblo y de allí unida a los frentes revolucionarios de liberación nacional como sucederá en El Riguero.

1.            Repercusiones del Concilio Vaticano II

Un acontecimiento de marcada importancia para la Historia de la Iglesia Católica en el siglo XX, fue definitivamente el Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII y seguido y clausurado por el Papa Pablo VI, con el objetivo de que éste fuera una especie de “aggiornamento” es decir, una puesta al día de la Iglesia que buscaba una renovación en el modelo pastoral que se venía ejerciendo y la forma como se llevaba a cabo todas las actividades pastorales.

Juan XXIII, el 25 de enero de 1959, a menos de 90 días de su elección como sucesor de Pío XII, durante una breve alocución dirigida a un grupo de cardenales, reunidos con motivo de la conclusión de la semana de oraciones por la unidad de las iglesias en la basílica de San Pablo, anuncia lo siguiente:

“Con un poco de temblor por la emoción, pero al mismo tiempo con una humilde resolución en nuestra determinación, pronunciamos delante de vosotros el nombre de la doble celebración que nos proponemos: un sínodo diocesano para Roma y un concilio ecuménico para la Iglesia Universal”. El Papa añade además que el sínodo y el concilio “conducirán felizmente a la puesta al día, esperada y deseada, del Código de derecho canónico”. (Alberigo, et al., 1999, p. 17-18).

El Concilio comenzó el 11 de octubre de 1962, tras la celebración eucarística de Juan XXIII quien pronunció un discurso programático, Gaudet Mater Ecclesia, en el que situaba al Vaticano II en la serie de los concilios en la historia de la Iglesia y añadía que la finalidad del Concilio es la custodia de la fe y la atención a las nuevas condiciones en que debía ser anunciada:

“El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial (…) para que tal doctrina alcance a las múltiples estructuras de la actividad humana, que atañen a los individuos, a las familias y a la vida social, ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico”. (Izquierdo, 2012, p. 47-50).

Después de casi dos semanas de sesiones, el 22 de octubre se inició el debate y en una primera etapa se esbozó una línea enfocada en la liturgia, donde la Comisión Preparatoria enumeró cinco criterios:

“Primero: la comisión se había esforzado por conservar con todo cuidado el patrimonio litúrgico de la Iglesia. Segundo: se había dejado guiar por unos pocos principios capaces de servir de base para una renovación general (instauratio) de la liturgia. Tercero: había tratado de derivar las orientaciones prácticas y litúrgicas de una base doctrinal. Cuarto: quería insistir en la necesidad de inculcar en los clérigos un sentido más profundo del ‘espíritu de la liturgia, para que más tarde pudieran ser maestros eficaces de los fieles. Finalmente, el objetivo que se proponía era que los fieles participasen más activamente en la liturgia…” (O'Malley, 2012, p. 179-180).

En esta primera sección de debates referentes a la liturgia, además se abordaron otros temas como el referente al arte y los objetos sagrados, los sacramentos y los sacramentales, la celebración de los misterios de la redención, la cuaresma, la música sagrada, los actos litúrgicos, la edición de los libros de canto sagrado, los instrumentos musicales, la veneración de las imágenes, la formación litúrgica de los artistas y academias de arte sagrado. En el campo del arte y la práctica litúrgica se señaló:

“Los ordinarios, al promover y favorecer un arte auténticamente sacro, busquen más de una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada. Procuren cuidadosamente los obispos que sean excluidas de los templos y demás lugares sagrados aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte. Al edificar los templos, procúrese con diligencia que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la participación activa de los fieles” (González, et al., 1965, p. 587).

Cuando aún la primera parte del Concilio no llegaba a su fin, el 3 de junio de 1963 moría Juan XXIII quien se había mostrado lúcido y activo hasta el final de sus días; poco tiempo antes el 11 de abril, jueves santo, publicó su encíclica Pacem in Terris, sobre problemas como la paz mundial, las naciones subdesarrolladas, los refugiados, los inmigrantes y otras cuestiones contemporáneas.  Juan XXIII, señalaba en la Encíclica que el deseo de la Iglesia es conseguir la paz y para ello es necesario que se hablara del orden que debe existir entre todas las personas, tomando como principio la consideración de que todos los seres humanos son personas dotadas de inteligencia y de libre voluntad y por lo tanto poseen derechos y deberes que son universales, inviolables e inalienables; es por ello que el principio de la dignidad de la persona es fundamental para para la enseñanza social que debe seguir la Iglesia. (Garr, 2003)

Posteriormente y habiendo asumido el Pontificado Pablo VI, en 1964 lanza la Ecclesiam Suam que nos habla de la renovación de los valores cristianos con una amplia apertura al diálogo y con la mirada hacia los evangelios; en cuanto a la pobreza y el espíritu de caridad; Pablo VI, manifestaba su profundo deseo de que la Iglesia de Dios siga el modelo pastoral de Jesucristo y se consagre en la perfección a la cual fue llamada; dicha perfección contempla un pensamiento divino y una expresión real de la existencia terrena de los seres humanos quienes someten su vida entera, incluso sus valores morales a la medida de la fe puesta en Jesucristo y a él someten sus súplicas, su arrepentimiento, su confianza, sus responsabilidades, sus méritos y por sobre todo sus deseos de esperanza de encontrar un mundo mejor en el seno de su propio desarrollo personal. (Pablo VI, 1964).

Este discurso cristiano que planteaba profundos cambios al interior de la Doctrina de la Iglesia empoderó acciones pastorales en favor de los más desposeídos y de los que viven en situaciones de injusticia y pobreza, especialmente en América Latina, y sentó los cimientos de la “Liberación” estimulando un notable populismo clerical mediante la actuación de sacerdotes, clérigos y agentes pastorales que cada vez se preocupaban más por los pobres y la situación de explotación y sufrimiento en la que se encuentran; tratando de mostrar el amor de Dios materializado en acciones de ayuda solidaria y poniendo énfasis en dar atención no solo a las necesidades de fe sino también a las necesidades terrenas como el hambre, la pobreza, la desnutrición y la falta de acceso a los servicios básicos y beneficios de parte del Estado.

En ese contexto se desarrolló Los fundamentos de la Teología de la Liberación, que tenía dos manifestaciones claras, en primer lugar destacaba el valor general de la lectura y el comentario de los textos bíblicos[1] y en segundo lugar mostraba una extraordinaria preocupación por la experiencia histórica de la sociedad donde la fe se debía expresar plenamente en acciones para promover la justicia con un extraordinario énfasis en los pobres y las acciones de caridad, protección y solidaridad que debían emprenderse en favor de éstos impulsando en una sola vía la reflexión y la acción. De tal forma, que las ideas centrales de esta Teología, en América Latina, propendieron a dar una atención especial a los derechos humanos de los individuos, víctimas de injusticias y abusos de poder de grupos sociales; asimismo, incentivó la participación popular y creó acciones de autoridad comunitaria, subrayando la postura de “vivir con la gente”, compartiendo su vida, sus condiciones, su mirada política, sus creencias, sus vínculos y participando en las acciones sociales reivindicativas emprendidos en favor de los más necesitados. (Levine, 1988) (Gutiérrez, 1971).

La expresión práctica de la Teología de la Liberación, en América Latina, estuvo marcado por el surgimiento de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) que fomentaron la planificación pastoral a nivel nacional, regional y local, permitiendo relaciones más próximas entre la Iglesia local y sus pastores. Las CEB se convirtieron en estructuras primordiales de la evangelización y la animación cristiana formando pequeños grupos comunales o familiares que tienen como valor fundamental el vivir la experiencia de la fe y de la fraternidad.

“…las pequeñas comunidades eclesiales de base constituyen la estructura de humanización, evangelización y animación pastoral, de carácter intermedio; consiguiendo realizar su triple finalidad por medio de los nuevos ministerios, como servicios de promoción humana y de defensa de la justicia, de evangelización e interiorización de la fe en la propia vida, de animación sacramental de la vivencia cristiana”. (Pastor, 1987, p. 282).

De manera general, en América Latina, las CEB se convirtieron en la mayor experiencia pastoral del Episcopado ya que permitieron garantizar la proclamación del evangelio, introdujeron la educación de la fe que fue acompañada de prácticas rituales de oración y culto; materializadas en la lucha pacífica de la justicia y la liberación de los pobres; despertando en la comunidad diversos servicios como la catequesis popular, la animación de grupos de reflexión bíblica y de oración en la vida, mistagogía sacramental, animación comunitaria y lucha en favor de los derechos de los pobres. Estos fundamentos deben permitir a los cristianos vivir y testimoniar su fe así como participar de la esencia de la comunión litúrgica y profética para servir y garantizar las necesidades eclesiásticas de la evangelización.

La Teología de la Liberación, también se expresó en la acción política preocupada siempre en la realidad de la injusticia social vivida por los pobres y dando cuenta de la expresión participativa de los individuos en la búsqueda de reinvindicaciones sociales y apelando al recurso de la violencia cristiana revolucionaria para cumplir dichos fines. Así apareció, por ejemplo, la figura del sacerdote colombiano Camilo Torres[2] quien se integró a las filas de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) o la acción política de Nicaragua expresada en los movimientos sandinistas con la participación de comunidades o barrios que le dieron el acompañamiento de la lucha popular como veremos a continuación. 

2.            Teología de la Liberación en Nicaragua

Los principales fundamentos eclesiásticos del Concilio Vaticano II fueron tratados en Nicaragua bajo el encuentro pastoral de 1969 que estuvo dirigido por sacerdotes como Francisco Mejía, Uriel Molina, Oswaldo Montoya, Víctor Parrales, Guillermo Quintanilla, Raúl Rodríguez y Francisco Zúñiga; quienes analizaron las relaciones de la iglesia nicaragüense con el pueblo, llegando a conclusiones como que hasta ese momento la Iglesia era “una élite que tenía poco contacto con el pueblo, ausente de la vida comunitaria. En muchas parroquias seguían los métodos tradicionales de la Iglesia retrógrada, de modo que las innovaciones litúrgicas y de apostolado desprendidas del Concilio Vaticano II y la conferencia de Medellín seguían siendo letra muerta”. (Monroy, 1997, p. 91).

Estas condiciones conllevaron a que la Iglesia tomara medidas precisas como la creación de un organismo pastoral que permitiera la evangelización, liturgia, actividad asistencial y desarrollo humano; asimismo se decidió la renovación de las comisiones de liturgia y diocesanas del Episcopado que coadyuvaron a la transformación del periódico “El Observador” y la “Radio Católica”. La nueva pastoral instituyó el método de la opción por los pobres involucrando un amplio trabajo de sacerdotes locales y extranjeros así como de religiosos y laicos comprometidos con las acciones de justicia social. (Dodson, 1986) indica que el trabajo pastoral, en Nicaragua y América Latina, se sustentó en la formación de las CEB que incorporaron a los laicos más activamente en la Iglesia teniendo una marcada importancia en la participación religiosa y siendo una alternativa política relevante de la organización comunal donde se discutían problemas comunes y se fomentaba un espíritu de autoayuda y de responsabilidades compartidas y poniendo a la Biblia en manos de los campesinos y trabajadores.

La integración de las Comunidades Eclesiales de Base, bajo la participación de laicos, implantaron la necesidad de formar un “nuevo católico” que participara conscientemente de la realidad social del país, para dicho fin se instauraron la creación de cooperativas, cursos bíblicos y de la vida cristiana apoyados por la constante labor parroquial como la llevada a cabo por José de Lara en Managua quien formaba líderes laicos, editaba boletines informativos y propiciaba encuentros comunitarios donde la defensa de la fe estaba acompañada con un férreo compromiso social, lo cual permitió un despertar de la conciencia crítica de la realidad política que atravesaba el país frente a la dictadura somocista.

¿Cómo se gestó la dictadura somocista en Nicaragua? Después del proceso independentista, Nicaragua estuvo estrechamente ligada a la política exterior de Estados Unidos, subordinando el eje de la agroexportación al capital comercial y financiero y generando una gran burguesía local constituyendo desde inicios del siglo XX notables familias  como Debayle, Sacasa, Moncada, Lacayo, entre otras que estuvieron a disposición constante de los intereses norteamericanos. Desde 1912 hasta 1925 las fuerzas militares de Estados Unidos invadieron Nicaragua, siendo reprimidos por el líder nacionalista Augusto César Sandino[3] y obligados a retirarse en 1933, dejando precisamente a Anastasio Somoza García como jefe de la Guardia Nacional. Somoza, sirviendo a los intereses norteamericanos asesinó a Sandino en 1934 bajo la inspiración de la búsqueda “del bien de Nicaragua”; estos sucesos iniciaron la dictadura Somocista que tomó el poder en 1936 luego de la destitución del presidente liberal Juan B. Sacasa y puso en práctica un programa político que buscaba la restauración del orden social bajo el dominio y hegemonía norteamericana materializada en los lineamientos de la política del “buen vecino” que era liderada por Franklin D. Roosevelt.

“Al recibir la banda presidencial el 1 de enero de 1937, Somoza se dirigió al Congreso Nacional y al pueblo en términos muy similares a los que empleó durante su campaña electoral: paz interna, democracia ordenada, justicia social, educación y trabajo… El mantenimiento de la paz exigía un gobierno fuerte, dispuesto a tomar medidas rápidas y decisivas con el respaldo de un ejército perfeccionado, disciplinado… de lo contario, aseguró Somoza, el país caería en la locura disolvente de las demagogias o de la opresión de regímenes más o menos despóticos”.  (Walter, 2004, p. 119).

Anastasio Somoza García se mantuvo en el poder hasta 1956 en que fue asesinado por el poeta nicaraguense Rigoberto López Pérez[4], durante estos años de dictadura mantuvo el control del Ejército y del aparato burocrático nacional apoyando decididamente a la oligarquía terrateniente. Para mantener el control social y politico, Somoza se apoyó en un sector del Partido Liberal y fundó el Partido Liberal Somocista integrado por las familias más acaudaladas del país y que tenían grandes inversiones en la agricultura, el comercio y la industria manteniendo el control de los monopolios norteamericanos; todo ello conllevó al auge de los movimientos nacionalistas revolucionarios que intetanban luchas reinvindicativas en favor de las élites nacionales y en contra del poder extranjero. Tras el aesinato de Somoza, sus hijos Luis y Anastasio Somoza Debayle, le sucedieron en el poder continuando con la dictadura somocista.

En los años sesenta la dictadura somocista benefició económicamente a los grupos burgueses mediante el proceso de sustitución de tipos tradicionales de producción, convirtiendo al algodón en el principal producto de exportación y dando los primeros pasos a una relativa industrialización con base en los intereses norteamericanos y en desmedro de la burguesía nacional, todo lo cual produjo cambios significativos, por ejemplo, miles de campesinos se vieron afectados por la expansión del café y del algodón ya que ello significó la pérdida de terrenos de cultivo y el aumento de desempleo para favorecer a los terratenientes. De tal manera, que la burguesía nacional cada vez fue perdiendo mayor poder frente a la consolidación del Grupo Somoza, claramente aliado a intereses transnacionales y apoyado por capitalistas norteamericanos.

En este contexto, las organizaciones populares como el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y el Partido Socialista Nicaragüense (PSN) fueron víctimas constantes de persecución por parte de la dictadura somocista que les impidió articular una lucha democrática que buscase responder a las demandas de la población. Como parte de estas persecuciones, a principios de 1967, la campaña que lleva al poder a Anastasio Somoza Debayle, en elecciones amañadas, termina con la sangrienta masacre del 22 de enero, en la que fueron asesinados unos cuatrocientos ciudadanos en la ciudad de Managua. (González, 2009) Ante lo mencionado podemos preguntarnos por la participación de la Iglesia Católica frente a estos actos.

La Iglesia católica en Nicaragua, hasta antes de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano-CELAM de 1968, legitimó moralmente la dictadura somocista y apoyó el régimen de expansión capitalista bajo la política estadounidense de la Alianza para el Progreso que trajo como consecuencia la inserción de Nicaragua en el trabajo internacional pero también significó el despojo de tierras a los campesinos, el empobrecimiento de los sectores latifundistas y pequeño-burgueses manteniendo una relación conservadora de trono-altar entre Iglesia y Estado.

Según (Monroy, 2011) a principios de la década de los sesenta del siglo XX, un grupo de sacerdotes españoles promovieron en Nicaragua una misión de defensa de la fe que les permitió organizar a los feligreses en distintas corporaciones como la Juventud Obrero Católica (JOC)[5], la fundación de la radio católica o la fundación por parte de los Jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA)[6] donde participaron diversos intelectuales de filiación religiosa; asimismo en este contexto se fundó el periódico “El Observador” dirigido por el Episcopado. De esta manera, la Iglesia adquiere una nueva dimensión con la participación de laicos y grupos religiosos que brotan desde la clase media y van difundiendo importantes documentos religiosos de contenido social, nacidos precisamente en el Concilio Vaticano II y en la Conferencia de Medellín.

Las nuevas misiones pastorales van a enfatizar en proyectos religiosos de espíritu comunitario, de renovación litúrgica y de integración familiar buscando la transformación de la sociedad con una clara oposición a los patrones conservadores que aún mantenían las altas jerarquías eclesiásticas, es de notar la participación de sacerdotes como Francisco Mejia, Uriel Molina, Oswaldo Montoya, Guillermo Quintanilla, Francisco Zuñiga, Ernesto y Fernando Cardenal; además de algunos sacerdotes capuchinos instalados en la Costa Atlántica. La mayoría de sacerdotes mencionados participaron directamente en la lucha revolucionaria contra la dictadura somocista y enarbolaron el pensamiento de la Teología de la Liberación bajo una clara inspiración de la renovación de la Doctrina Social de la Iglesia en América Latina.

Los primeros documentos referidos a la Teología de la Liberación surgieron principalmente de la Segunda Conferencia General del CELAM de Medellín, bajo el título de Paz y Justicia. Entre los postulados más importantes de la Teología se pueden destacar:

“1. La teología tradicional ignoraba las experiencias de la vida diaria de los feligreses, especialmente el sufrimiento de los pobres.

2. La teología de la liberación fue originada por la experiencia católica, a través de la realidad de los miserables.

3. La teología clásica interpreta el mensaje de Jesús, solamente en el ámbito de la moralidad individual.

4. En cambio para la nueva teología dicho mensaje fue considerado como la lucha contra una sociedad de opresión.

5. Fue preferido el nombre de liberación para apartarse de las ideas espirituales del mundo de la salvación, para dirigir a la cristiandad hacia la lucha por una sociedad más libre y justa.

6. Fue redefinido el trabajo evangelizador por la praxis de acción social, y la concientización sobre las causas de la pobreza y miseria social”. (Boff, 1976, p. 25-78).

Estos postulados fueron analizados a partir de 1969 por los sacerdotes nicaraguenses, destacando entre ellos el jesuita Noel García quien va a exponer la realidad de la Iglesia en Nicaragua y va a afirmar que ésta es una élite que tiene poco contacto con el pueblo y se encuentra ausente de la vida comunitaria. García indica que la Iglesia sigue conservando sus métodos tradicionales para la liturgía y la alta jerarquía mantiene actitudes tradicionales de marcado conservadurismo, inamovilismo y es incapaz de generar líneas directrices que favorezca a los feligreses de las parroquías locales. La jerarquía eclesiástica está compuesta por líderes de avanzada edad que se muestran apáticos, desunidos y con poco deseo de cambio y son renuentes a aplicar los principios litúrgicos y del apostolado que se desprendieron del Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín. (Monroy, 2007).

Como consecuencia de los cambios que van a surgir en Nicaragua producto de esta crítica a la Iglesia tenemos la creación de un organismo pastoral que va a articular la evangelización, la liturgia, la actividad asistencial y el desarrollo humano; asimismo la UCA redefine los objetivos del Instituto Juan XXIII[7] convirtiéndolo en un centro de investigación social y religioso. Otro cambio importante fue la aparición en 1969 del primer número del periódico “Testimonio” dirigido por laicos progresistas y que tenía una línea directriz basada en la integración de las parroquias locales mediante el programa de las Comunidades Eclesiales de Base. Bajo la inspiración de las CEB se empezaron a impartir cursillos que daban énfasis en los problemas político-sociales y estimulaban la participación de la población. El trabajo pastoral de los sacerdotes progresistas adquiere cada vez mayor relevancia como es el caso de José de Lara o del franciscano Uriel Molina.

“Se formaron también los equipos de evangelización rural e instituciones como el Centro de Educación y Promoción Agraria (CEPA) y las escuelas radiofónicas, que realizaron un gran servicio en la tarea formativa de líderes populares; lo cual integró la fe con el compromiso de proyectos sociales, y despertó en la gente la conciencia crítica ante la realidad que vivía en ese momento el país, agudizada por las contradicciones de la dictadura somocista”. (Monroy, 2007, p. 92).

La labor pastoral va a continuar con fuerza a lo largo de los años setenta adquiriendo mayor relevancia en los barrios populares, algunas comunidades religiosas intentando vivir los principios de la renovación conciliar y tener un mayor acercamiento con los más pobres empiezan a convivir con los pobladores y verifican de cerca la lucha social emprendida por estos, de ahí que algunos se integren, posteriormente a la lucha sandinista. Precisamente un grupo de jóvenes universitarios, siguiendo a Uriel Molina van a formar la comunidad del barrio El Riguero.

3.            Comunidad del barrio “El Riguero”

El barrio “El Riguero” se encuentra ubicado en la parte nororiente de Managua y tiene una extensión aproximada de 242.650 metros cuadrados y surgió en los años 40, cuando un grupo de pobladores compraron los terrenos del comerciante J. M. Riguero y reservaron áreas especiales para la construcción de una escuela y una iglesia en la zona; sin embargo la Iglesia se establece en el barrio por primera vez en los años setenta, inicialmente con el nombre de Iglesia de Fátima que va a ser cambiado tras el terremoto de 1972 por el nombre de Iglesia de los Ángeles y también sufre cambios en la labor doctrinal. (Valdés, 2019) En sus inicios la Iglesia sigue conservando su labor pastoral tradicional-conservadora, pero el terremoto del año 72 va a significar un cambio importante en la labor pastoral que posteriormente se va a ejercer en el barrio.

Figura 1: Ubicación geográfica del barrio “El Riguero” en Managua- Nicaragua.

Nota. Tomado de (Google Earth, 2021)

Este barrio al igual que Managua soportó en 1972 un terrible terremoto que causó una emergencia total en todos los barrios, el terremoto fue de magnitud 6.2 en la escala de Richter que causó cerca de 10.000 muertos y dejó 20.000 heridos. (Radio La Primerísima, 2009) informaba:

“El terremoto del sábado 23 de diciembre, a vísperas de la navidad, tuvo su epicentro dentro del Lago Xolotlán a 2 kilómetros al noreste de la planta eléctrica Managua, ubicado a orillas del dicho lago causando la mayor destrucción en el centro capitalino, por si fuera poco, dicho sismo hizo que se activaran las fallas geológicas de Tiscapa. Los Bancos, (estas tres dentro del centro), la del Colegio Americano Nicaragüense y la del Aeropuerto”.

Tras el terremoto la Iglesia principal del barrio, ahora denominada  “Iglesia de los Ángeles”,  puso en marcha el programa de la Comunidad Eclesial de Base (CEB), destacando en su dirección un conjunto de jóvenes universitarios motivados por el franciscano Uriel Molina[8] y dentro del grupo estuvo también Luis Carrión Cruz (comandante de la revolución y miembro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional). El padre Uriel apoyó y apadrinó el proyecto que sería una fiel expresión de la construcción del Reino a partir de la Teología de la Liberación, como él mismo lo recuerda:

“Yo viví intensamente el Concilio. Y cuando regresé a Nicaragua, después de tantos años estudiando en Europa, vi todo tan mal: la dictadura, todo… Y vi al Frente Sandinista naciendo. La primera cosa que dije yo: ¡qué cosa! El Frente Sandinista nace el mismo año que el Concilio Vaticano II- el FSLN se fundó en 1963. En el 65, los superiores me designaron a la única casa que teníamos en Managua, que era en el barrio Riguero… Era un barrio donde te perdías. Y allí fui a parar yo, a una iglesia pequeña, con gente muy pobre.” (Randall, 1984, p. 111).

La labor del sacerdote Uriel Molina fue realizada junto a un grupo de estudiantes universitarios como Joaquín Cuadra Lacayo, Luis Carrión, Álvaro Baldotano, Oswaldo Lacayo, Salvador Mayorga Sacasa, entre otros;los cuales se organizaron en torno al trabajo por los pobres y formaron los barrios populares en Managua. Este grupo de estudiantes realizaron una lectura política del evangelio desde una postura marxista de la realidad y en la medida en que las condiciones de vida del barrio empeoraba, por las represiones de la dictadura o por el terremoto, estos jóvenes atraían a más gente a la comunidad religiosa con un discurso que comprendía las relaciones de la fe y de la vida diaria. Los jóvenes fueron adquiriendo una mayor conciencia de los problemas sociales y se fueron involucrando en la transformación de la realidad teniendo, cada vez, mayor sensibilidad de la problemática de la clase trabajadora.

De esta manera las Comunidades Eclesiales de Base del barrio El Riguero comienzan a establecer nuevas relaciones sociales y alianzas, iniciando en su interior una lucha efectiva para ayudar a concretar los cambios que Nicaragua necesita, allí ubicamos a jóvenes cristianos que junto a otros grupos barriales van en la búsqueda de hacer política desde la base y no desde el poder; es decir la Teología de la Liberación se expresa en la organización de la comunidad cristiana desde “la casa” y de ahí irradia, los valores de la fe y el evangelio centrado en las necesidades básicas de la sociedad y en la búsqueda de un mundo nuevo, más humano y solidario que no solo sea el mundo celestial sino el mundo terreno, donde la opción por los pobres sea la máxima consigna.

Siguiendo el ejemplo de comunidad solidaria generado por las CEB en El Riguero, después de 1972 se dan una serie de  encuentros comunitarios donde se reflexiona en torno a los principios de la fe que se traducen en prácticas concretas de la vida cotidiana, fortaleciendo la fraternidad en el compartir diario y reflexionando sobre la falta de participación y conciencia política de sus integrantes quienes reflexionan sobre su condición y sus problemas que son tomados como colectivos y con una esperanza de cambio, donde los ideales de igualdad en Cristo son expresados en la idea de pueblo, de integración y de lucha social.

“La mayor contribución que podemos dar al país es la de constituirnos en pueblo de Dios, en comunidad, integrándose como cristianos la institución eclesiástica al seno del pueblo de Dios y asumiendo los laicos su eclesialidad; superando unos su papel de dadores de servicios religiosos y convirtiéndose en pacientes pastorales, y superando los otros su papel de meros receptores; convirtiéndose unos y otros en hermanos, al irse haciendo cristianos juntos en un esquema de reciprocidad de dones”. (Trigo, 1982, p. 418).

Bajo esta inspiración las personas que participan en los encuentros de la comunidad cristiana manifiestan que su vida se transforma en sentido cualitativo, convirtiéndose en sujetos colectivos que viven una experiencia participativa, manifestando lo que sienten y viven a diario proponiendo, además, soluciones a los problemas sociales que todos viven; lo que nos deja notar que la posición religiosa asumida es de acción y fe. El sujeto individual, ahora es transformado hacia una visión social de un colectivo que busca la justicia y el aliento a los esfuerzos que el pueblo efectúa para pedir reinvindicaciones sociales y consolidar sus derechos que por tanto tiempo no tienen, habiendose mantenido invisibles para el gobierno, pero su opción ha llegado y es necesario defenderla.

Este despertar de la conciencia social se materializó desde fines de los años 70 en la organización vecinal articulada, creando los Cómites de Defensa Sandinista (CDS) que se encargaban de mantener organizada a la población para poder dar respuesta a las necesidades más sentidas. El 19 de julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) entra victorioso en Managua y enarbola una serie de cambios políticos, económicos y sociales, teniendo como base el apoyo de las organizaciones populares, integrándolos en el proceso revolucionario:

“Los CDS surgieron de los comités de defensa comunal que se habían creado en 1978 y 1979 durante las insurrecciones urbanas y que luego fueron organizados por el Frente al ejemplo de los comités de defensa de la Revolución Cubana. Los CDS eran esencialmente organizaciones de vigilancia comunal que funcionaban como- los ojos y los oídos de la Revolución”. (Dirk, 2011, p. 61)

Los CDS se organizaron en torno a un secretario que se ocupaba de controlar a los miembros, velaba por el cumplimiento de planes de trabajo y coordinaba con los vecinos del barrio; asimismo estaba el secretario de propaganda que promovía la cultura, el deporte y la educación, el secretario de defensa de la economía velaba por el suministro de los alimentos, también formaban parte de la organización los comités de Defensa Civil, de Primeros Auxilios y de Representantes de manzana. De esta manera los líderes Sandinistas trabajaban en conjunto para integrar y organizar a los habitantes del barrio quienes a su vez hacían llegar sus demandas por medio del Cabildo de Poder Ciudadano (CPC). (Reyes, 2015).

Observamos, entonces, que en el barrio El Riguero y en otros de Nicaragua, la iglesia apoyó y participó dentro de la organización popular motivado por la fe y gestando la acción solidaria, poniendo en marcha proyectos como “Olla Común”[9]. Este esquema de acción y fe continuó en los años posteriores de la revolución Sandinista, de tal manera que los Comités de Líderes Sandinistas a partir del año 2015 se renombraron como Comités Sandinistas de Desarrollo Humano (CSDH), pero continúan con la estructura de velar por las necesidades colectivas de la población y dar énfasis a los consejos de familia para mejorar las condiciones de la población del Riguero.

CONCLUSIONES

La renovación social de la Iglesia Católica en América Latina fue fundada en la etapa postconciliar de Pablo VI quien en 1967 publicó la encíclica Populorum Progressio y en 1968 convocó a la reunión de Medellín. Precisamente, fueron los obispos reunidos en Medellín quienes escucharon el clamor del pueblo pobre y oprimido y decidieron escuchar este clamor fundando una labor teológica y pastoral que llevara la justicia y liberación a los más desposeídos, empezando a hacer realidad el sueño de Juan XXIII, de constituir una Iglesia que pensara en los pobres y meditara los principios de fe en base a las condiciones de vida de los ciudadanos.

En 1971, Gustavo Gutiérrez publica su libro “Teología de la Liberación”, mostrando la dimensión espiritual de la fe inspiradora en Cristo, pero también mirando las condiciones socioeconómicas y sociopolíticas de quienes a diario viven el Evangelio cristiano y que en su mayoría se encuentran en condición de pobreza, de ahí, que sea imperativo la búsqueda histórica de la liberación y en ese camino se establezca una relación profunda entre fe, teología y praxis de la fe.

La iglesia nicaragüense no es ajena a estos cambios, y habiéndose mantenido hasta fines de los años sesenta con una marcada visión conservadora y poco accesible al pueblo y más bien cercana a la jerarquía política, estando ausente de la vida comunitaria; debe emprender ahora una renovación eclesiástica que nace desde la base comunitaria y se expresa en la redefinición de sus diversos servicios como la evangelización, la liturgia, la actividad asistencial y el desarrollo humano. Como parte de esta renovación se ponen en marcha las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), donde se vive una fe práctica afincada en el ejemplo de los Evangelios, pero encarnada en la búsqueda de soluciones a los problemas sociales que vive la mayoría de los pobladores barriales.

Las CEB son espacios donde se vive la experiencia de comunidad que permite la construcción de vínculos de justicia social y solidaridad entre sus miembros. Un claro ejemplo de esta renovación se vivirá en el barrio El Riguero de Managua, en donde se practican estos fundamentos de la fe cristiana y es apoyado bajo la mirada atenta de jóvenes líderes cristianos como el sacerdote Uriel Molina. La práctica de valores cristianos viene acompañada con la toma de conciencia de problemas de la realidad que en ese momento vive el país; de ahí que la CEB se conviertan en el principal instrumento sobre el que se fundan los Comités de Defensa Sandinista (CDS) que tienen como objetivos la búsqueda de la seguridad de la población y la mejora en el acceso de servicios como la educación, la salud y la vivienda.

Queda claro la importancia que tiene la renovación conciliar y teológica de la Iglesia Católica en América Latina y especialmente en Nicaragua donde los barrios viven estos cambios en la experiencia propia de fe-acción y más aún cuando observamos la organización de barrios como El Riguero nos queda claro el accionar de la comunidad y de la experiencia de la acción social; de tal manera que podemos entender que la fe en contextos de cambio es revolucionaria y participativa.

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[1] Especialmente en América Latina donde las tasas de analfabetismo son altas, el análisis e interpretación de los textos bíblicos significó un extraordinario cambio en la práctica religiosa participativa, ya que ahora la comunidad podía acceder al estudio de las fuentes bíblicas, lo que a su vez despertaba un gran interés para los sujetos y además significaba la posibilidad de acceder a los evangelios y llevar la doctrina bíblica a la práctica social, dando acceso a una especie de revolución doctrinal de la participación religiosa.

[2] Camilo Torres se incorporó al ELN por cuatro meses renunciando a todo privilegio de la Iglesia e intentando compartir con los campesinos colombianos la vida humilde del campo y compenetrándose con sus necesidades. Como es inexperto en el ámbito del combate y de la vida guerrillera muere tras una emboscada que su grupo tiende al ejército. (Guzman, 1972). El cristianismo enarbolado por Camilo estuvo indisolublemente ligado a la práctica social y revolucionaria con un marcado humanismo integral preocupado siempre por los problemas económicos y sociales contemporáneos.

[3] Augusto César Sandino rechazó la invasión de Estados Unidos a Nicaragua y lideró un ejército que estaba básicamente integrado por campesinos, obreros y algunos terratenientes medios. La lucha sandinista que empezó en 1925 se prolongó hasta 1933 y logró la expulsión de los marines norteamericanos tras la presión internacional. Finalmente, Sandino es asesinado en 1934 por Somoza con el apoyo norteamericano, pero ya había sembrado el despertar de la conciencia revolucionaria en el pueblo nicaragüense.

[4] Rigoberto López Pérez, fue aficionado a la poesía, la lectura y a la música llegando a publicar, a sus 17 años, en 1947 el poema “Confesión de un Soldado”. En los años 50 intensificó sus acciones en contra de la dictadura de Anastasio Somoza y se afilió al Partido Liberal Independiente (PLI), manifestando siempre su compromiso por la libertad de su país. El 4 de abril de 1954 la Guardia Nacional asesinó a dos compañeros suyos, Adolfo y Luis Báez, junto con otros militares y civiles que intentaron emboscar a Somoza. Tras estos sucesos, Rigoberto López consideraría que la única manera de terminar con la dictadura sería eliminando al dictador, por lo cual el 21 de setiembre de 1956 se infiltró en la Casa del Obrero, donde se celebraba una fiesta a la que acudía Somoza, y durante la celebración aprovechó para dispararle 5 balas que condujeron a la muerte unos días después a Anastasio Somoza tras haber sido internado en un hospital militar estadounidense en la zona del Canal de Panamá. Como respuesta a este ataque, López Pérez recibió una lluvia de balas que le quitaron la vida en el acto. Tras la Muerte del dictador ocupó su puesto su hijo Anastasio Somoza Debayle.

[5] La Juventud Obrera Católica (JOC) es un movimiento que se originó en Europa en 1925 y fue fundado por el padre Joseph Cardjin y significa el despertar de la Iglesia hacia la “Cuestión Social”, en sus inicios tiene como fuente de inspiración la publicación de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII en 1891 que proponía un modelo eclesial de cristiandad de “orden social cristiano” dando énfasis a una preocupación constante por los derechos del trabajador y su dignidad. Este es el derrotero que seguirá la Iglesia en Nicaragua mediante la promoción de la JOC.

[6] La Universidad Católica Centroamericana nace legalmente el 23 de julio de 1960, aunque la aprobación oficial aparece en “La Gaceta”- Diario Oficial- el 13 de agosto de ese año. El 22 de marzo de 1961, aparece publicada en “La Gaceta” el Acta de Fundación y los Estatutos que entre otros señala “Aprobar en la forma siguiente, el Acta de Fundación y Estatutos de la Universidad Católica Centroamericana, Sección de Nicaragua”. Reafirmando el carácter de Universidad Católica, el 4 de mayo de 1961 durante el proceso de nombramiento de autoridades ejecutivas de la Universidad, el padre León Pallais se refiere en los siguientes términos a las circunstancias en que nace la universidad, “…la Iglesia creyó llegado el momento oportuno de confiar a Nicaragua el honroso cargo de acoger y desarrollar en su seno una Universidad Católica que impregnara con su espíritu profundamente humano y humanista y altísimamente sobrenatural, ese movimiento de integración centroamericana. Esta Universidad lleva, por lo tanto, el nombre de un futuro. El nombre de la Patria grande con voluntad cristiana. El nombre de Centroamérica unida en el saber de Occidente y en el Amor a Cristo… Ábranse, por tanto, las puertas de esta Casa de Estudios por la mano de la libertad. Pero conduzcan ellas, por el estudio y el saber a la verdad”. (Alvarado, 2010, p. 77-87).

[7] El Instituto de Acción Social Juan XXIII fue fundado el 22 de julio de 1961 en la Universidad Centroamericana-UCA, por el sacerdote jesuita Noel Antonio García Castillo y bajo las ideas inspiradoras del Papa Juan XXIII quien precisamente convocó al Concilio Vaticano II. Desde sus inicios el Instituto estuvo dirigido a realizar diversas acciones que incidieran en la formación cristiana y social de sus estudiantes, siendo uno de sus primeros proyectos la alfabetización de obreros y la atención de la población a las emergencias y desastres como lo sucedido en el terremoto de 1972.

[8] Sacerdote franciscano teólogo y doctor en Biblia, nació el 6 de octubre de 1932 en Matagalpa, Nicaragua; estudió en el Instituto Nacional del Norte  donde se graduó en 1950, posteriormente estudió hasta tercer año de Derecho en la UNAM-León, ingresando en 1954 al seminario en Asís, Italia hasta ordenarse de sacerdote en 1959. Se desempeñó como catedrático y fundo la Revista Amanecer con el apoyo de personalidades como Frei Betto, Giulio Gilardi, Leonardo Boff y Pablo Richard. Entre sus publicaciones están: La alienación religiosa en el marxismo (1968), Momento decisivo del hombre latinoamericano (1969), Una homilía (En ocasión de los caídos de Yalí) (1984), Raíces bíblicas del ecumenismo y sus desafíos teológicos hoy (2000), Bioética: hechos, valores y deberes (2008). En sus memorias personales analiza la conexión entre el impacto de la revolución sandinista y la parte integral, que tanto la Iglesia católica como las creencias de las personas, influyeron en sus éxitos y fracasos. Actualmente es miembro de la Comisión de la Verdad, Justicia y Paz. (Alvarado A. I., 2019).

[9] La visión del proyecto “Olla Común” consiste en ser un equipo de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) fundados con principios cristianos y con una gran capacidad organizativa afincada en la educación popular dirigida a los sectores más vulnerables del barrio. El proyecto, además, ayuda al tratamiento de la problemática de salud y nutrición de los sectores más desposeídos y necesitados como son los niños y niñas bajos de peso, madres en período de lactancia y embarazadas; desarrollando, de esta manera, un proceso de transformación con valores humanos que les permitan cambiar su realidad.