DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v7i1.4459

Violencia de género: desnaturalizarla a través del arte

Adriana Rodríguez Barraza

[email protected]

https://orcid.org/0000-0003-4833-9540   

Universidad Veracruzana

Xalapa- México

 

Betsabé Ruiz López

[email protected]

https://orcid.org/0000-0002-6589-5007 

 

 

RESUMEN

La violencia de género es una forma de violencia cultural inscrita en lo profundo de nuestra condición histórico-social y estructural. El presente trabajo tiene por objetivo proponer al arte como un agente mediador para la desnaturalización de la violencia hacia la mujer que los medios de comunicación han justificado, mantenido y reproducido históricamente. Se realiza una revisión de artículos científicos de 2016 a 2020 de investigaciones afines; se describen las aportaciones más significativas. Los resultados indican que el arte tiene la posibilidad de fungir como una herramienta reflexiva para cuestionar roles y estereotipos impuestos por los medios sociales; así como el promover escenarios más libres de violencia de género.

 

Palabras clave: arte; violencia cultural; género; desnaturalización

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Correspondencia: ciro. [email protected] 

Artículo recibido 15 diciembre 2022 Aceptado para publicación: 15 enero 2023

Conflictos de Interés: Ninguna que declarar

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Cómo citar: Rodríguez Barraza, A., & Ruiz López, B. (2023). Violencia de género: desnaturalizarla a través del arte. Ciencia Latina Revista Científica Multidisciplinar, 7(1), 1071-1086. https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v7i1.4459

Gender-based violence: denature through art

 

ABSTRACT

Gender-based violence is a form of cultural violence is deeply inscribed our historical-social and structural condition. The objective of this study is to propose art as a mediating agent for the denaturing of violence against women that the media have historically justified, maintained, and reproduced. A review of scientific articles from 2016 to 2020 of related research is carried out; the most significant contributions are described. The results indicate that art has the possibility of serving as a reflective tool to question roles and stereotypes imposed by social media; as well as promoting scenarios freer from Gender-based.

 

Keywords: art; cultural violence; gender; denaturation.

 

 

 


INTRODUCCIÓN

La violencia se encuentra inscrita en nuestra cotidianidad, en diversas formas y modalidades, algunas visibles y otras ocultas. De la forma visible, pueden identificarse en programas televisivos, en redes sociales, en la calle, en la escuela, otras instituciones y en el hogar.  Leemos, vemos, y escuchamos historias de conflictos armados, secuestros, acosos, agresiones, etc. En su forma oculta la podemos identificar en las creencias e ideologías sociales. La violencia en esta forma es reproducida de manera imperceptible; aceptada en el proceso de integración a la sociedad y difícilmente cuestionada. En el desarrollo de socialización aprendemos que la violencia es algo normal, natural; aceptamos vivir violentados por otros, incluso por nosotros mismos; aceptamos y nos ajustamos a ideologías clasistas, racistas, sexistas, roles y estereotipos nocivos. Johan Galtung nombra esta forma de violencia como violencia cultural; menciona que, aunque esta no es estrictamente letal; influye en la presencia de otros tipos de violencia como la estructural[1] y la directa[2].

Por lo descrito, resulta de interés promover en nuestra sociedad la reflexión sobre creencias e ideologías de carácter violento que promueven además otras formas de violencia. Se destaca el reconocimiento de que la violencia no es únicamente la de causas y consecuencias evidentes.

El presente trabajo tiene por objetivo proponer al arte como un agente mediador para la desnaturalización de la violencia cultural hacia la mujer que los medios de comunicación han justificado, mantenido y reproducido históricamente. Denunciar las creencias e ideologías de carácter violento con la finalidad de acercarnos a una cultura de paz.

Dificultad de la definición

Es pertinente comenzar por el hecho de que el término violencia, carece de un consenso en cuanto a naturaleza y definición que suelen orientarse a las causas y consecuencias más evidentes. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud a través de la Asamblea Mundial de la Salud (World Health Assembly, 1996) enuncia la violencia como las manifestaciones intencionales de agresión física y verbal sea a un sujeto, grupo o comunidad.

Los medios de comunicación han contribuido a reducir la violencia a actos visibles. Se enfocan principalmente en abordar y atender los constantes suceso de violencia directa, y con ello promueven la sensación de que la violencia es únicamente la observable. García y Alvear (2020) analizan la problemática y destacan que la violencia es principalmente reconocida por sus perpetraciones más evidentes, no obstante aceptar esta concepción implica ignorar un todo, su insuficiencia deja a la sombra cuestiones fundamentales de tipo histórico-social y estructural. Concebir la violencia sólo desde sus manifestaciones evidentes y directas la invisibiliza. Si se aborda así no se trabaja realmente el problema. Se castigan victimarios y atienden víctimas sin identificar la relación que las estructuras sociales y el complejo histórico social pueden conllevar.

Propuesta teórica de J. Galtung

Se requiere de un análisis profundo de la violencia, por ello, resulta de interés la propuesta teórica de Johan Galtung que denomina el triángulo de la violencia. El análisis bajo esta perspectiva permite comprender que la violencia no es únicamente la observable. Para identificar la violencia oculta es necesario reflexionar los conflictos en un nivel más profundo; así como hablar de violencias en lugar de violencia.

Galtung, sociólogo especialista en investigaciones sobre la paz y resolución de conflictos tiene por tesis principal que no existen humanos sin conflictos. Cuando hablamos de conflicto no hacemos referencia a violencia, pues para él, la violencia es el resultado de conflictos mal tratados. Por ello, podemos hablar de que los conflictos pueden representar una crisis o bien una oportunidad (para fines constructivos), ya que existe la posibilidad de experimentar conflictos con violencia, pero también conflictos sin violencia (Galtung, 1969).

Galtung (1990), menciona que:

La violencia puede ser vista como una privación de los derechos humanos fundamentales, en términos más genéricos hacia la vida, eudaimonia, la búsqueda de la felicidad y prosperidad, pero también lo es una disminución del nivel real de satisfacción de las necesidades básicas, por debajo de lo que es potencialmente posible. Las amenazas son también violencia. (p. 292)

La violencia puede ser tanto visible como invisible. Visible, como su denominación lo menciona, porque es fácil de observar, por ejemplo, en agresiones físicas. Invisible, porque se presenta con caracteres difusos, de modo que la violencia no se percibe como tal, por ejemplo, el racismo o la discriminación. Galtung (1990), en su triángulo señala que la violencia implica tres dimensiones: directa, estructural y cultural. Las últimas dos dimensiones las más complicadas de observar.

La violencia directa, como se menciona, es la violencia que todos podemos identificar, robos, maltratos, asesinatos, encuentros armados, agresiones físicas y verbales. Tiene una víctima (o victimas) y un victimario (o victimarios) identificable (Galtung, 1969). 

La violencia estructural, no es tan fácil de identificar; su característica principal es que carece de un perpetrador y víctima identificable; sus manifestaciones, son prácticamente invisibles. Este tipo de violencia se encuentra incorporada, a la estructura de la sociedad: a instituciones sociales, económicas, educacionales; generalmente se manifiesta como un poder de desigualdad de recursos que tiene por consecuencia la desigualdad de acceso a oportunidades y a calidad de vida (Galtung, 1990).

La violencia cultural es el tipo de violencia aún más difícil de identificar; pues se encuentra arraigada en las creencias e ideologías de la cultura. A partir de esta legitimamos y validamos cuestiones de tipo ético y moral, las aceptamos como una forma de vida y con base en estas orientamos nuestro actuar. En palabras de Galtung (1990):

Por violencia cultural nos referimos a aquellos aspectos de la cultura, la esfera simbólica de nuestra existencia -materializado en la religión y la ideología, en el lenguaje y el arte, en la ciencia empírica y la ciencia formal (la lógica, las matemáticas) - que puede ser utilizada para justificar o legitimar la violencia directa o la violencia estructural. (p. 149)

El mecanismo psicológico por el que la violencia nos permea es la interiorización (Galtung, 1990). La violencia cultural tiene existencia histórica, se encuentra en el colectivo, arraigada a las raíces de la cultura, legitimada, sacralizada: naturalizada.

Naturalización de la violencia

La violencia se presenta de manera imperceptible, como creencias e ideologías que al ser insertados en una sociedad particular aceptamos y difícilmente cuestionamos. La tenemos interiorizada, y naturalizada como el ser de las cosas, la reproducimos sin ser conscientes de que lo hacemos.

La violencia cultural, tiende a legitimar los actos de la violencia directa y estructural. Cambia “el utilitarismo moral, pasando del incorrecto al correcto o al aceptable” (Galtung 1990, p. 292), brinda la realidad de manera difusa, poco perceptible y no violenta. El proceso, “permite que la violencia gane terreno en la cultura y se propague de manera silenciosa, es decir, que no solo nadie proteste, sino que se termine por justificar” (López, 2017, p. 114), además de verlo como algo natural y que así ha sido y debe seguir siendo. Por ejemplo, hasta hace unos años se le negaba a la mujer estudiar, porque el orden natural dictaba que las mujeres debían sólo instruirse en las labores del hogar y la maternidad. En el caso de los hombres, la responsabilidad económica de su familia recaía en ellos. Educados para ser la cabeza familiar se les negó (y aún se les niega) la posibilidad de expresar sus sentimientos y emociones.

En una línea similar se identifica que la representación simbólica fácilmente puede ser ligada a la realidad, Pierre Bourdieu ha mencionado que es una forma de violencia, es sutil, insensible, prácticamente invisible para las víctimas que la reciben y la ejercen a través de caminos simbólicos de la comunicación y del conocimiento, en el desconocimiento y el reconocimiento o, en sentimiento (2000). Bourdieu, identifica este poder simbólico en diferentes sistemas, como el arte, la religión, la ciencia y hasta el mismo lenguaje. Como sistemas simbólicos, fungen el papel de instrumentos de comunicación y de dominación, posibilitan los acuerdos lógicos y morales, desembocando a la contribución de la reproducción del orden social (Fernández, 2005).

Del mismo modo, Galtung (1990), sostiene que “la cultura predica, enseña, advierte, incita, y hasta embota nuestras mentes para hacernos ver la explotación y/o la represión como algo normal y natural, o posibilita la alienación para vivir aparentando que no se sienten sus consecuencias” (p. 115). La violencia naturalizada, parecería no ser letal, no obstante, si la hacemos evidente podremos observar que continuamos manteniendo, reproduciendo, sacralizando, justificando y viviendo violencia en sus tres dimensiones. Como resultado de la naturalización, Galtung (1990), menciona que, “de esta forma se dejarían fuera importantes interconexiones entre los diferentes tipos de violencia, en particular la forma en la que un tipo de violencia puede ser reducido o controlado a expensas de aumento o mantenimiento de otro” (p. 293), es decir, la violencia invisibilizada.

Invisibilización de la violencia

Un aspecto importante de resaltar es que los términos naturalización en invisibilización se emplean como si fueran sinónimos, sin embargo, aunque se encuentran vinculados cada uno hace referencia a cuestiones diferentes.

Galtung, señala a la invisibilización como el resultado de la naturalización, describe que la naturalización permite “la alienación para vivir aparentando que no se sienten sus consecuencias” (1990, p. 155). En relación con las tres dimensiones de la violencia se identifican las manifestaciones de la violencia estructural y cultural como las más invisibilizadas; la violencia se vive como ideologías, creencias, actos de omisión o comisión, que asociamos con el orden social.  Galtung (1990) menciona al respecto que las acciones de la violencia cultural o estructural no son siempre consideradas como un tipo de violencia, ya que no se observan muertes directas e inmediatas. Sin embargo, para quienes la sufren puede representar una muerte lenta a causa de hambre o falta de atención médica. Son los grupos vulnerables quienes sufren principalmente las consecuencias: niños, ancianos, pobres, mujeres.

La invisibilización, por lo tanto, hace referencia al proceso por el cual la violencia deja de ser observable. La gravedad de no visualizar todas las dimensiones de la violencia deja en la sombra la violencia inscrita en las instituciones sociales, y en la cultura, bajo el nombre de orden natural o normal.

Violencia de género

El concepto violencia de género tiene una formulación histórica, tejida por diversas aportaciones que buscan denunciar las desigualdades existentes entre un sexo y otro (Espinar, 2007). Al igual, que otras modalidades de violencia, sus raíces se encuentran inscritas la violencia cultural.

Uno de los supuestos respecto al concepto violencia de género es que únicamente alude a la violencia hacia la mujer, sin embargo, esta es una clara confusión. Para tratarla, es necesario clarificar el uso del término género. Podemos empezar por delinear que, sexo y género no son lo mismo. Sexo, se refiere a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, y género, alude a las diferencias sociales construidas sobre la base biológica, es decir, roles, estereotipos, funciones, ideales, entre otros, constituidos en cada sociedad particular (Espinar, 2007). “Género no remite a las mujeres sino a la forma en que se han ido construyendo las identidades de hombres y mujeres y las relaciones entre ambos” refiere a “construcciones culturales que (…) se expresan y comunican fundamentalmente a través de los estereotipos y roles de género” (Galarza, Corbo y Esquembre, 2016, p. 823). También queremos mencionar que la violencia de género se encuentra presente en mayor medida en la vida de las mujeres y con esto no se quiere negar que también existe violencia hacia los hombres, sin embargo, su prevalencia, intensidad y frecuencia han sido mayores en las mujeres.

De este modo y en correspondencia con el triángulo de Galtung, la violencia de género se conforma por los tres tipos de violencia: cultural, estructural y directa; donde género, una construcción social, cultural, es justificada en las diferencias biológicas de los sujetos, y que al ser insertados e interactuar en determinado contexto es adquirida como prácticas de vida. La sociedad dividida en niveles jerárquicos derivados de esta manera de justificación, dejan caer el peso sobre el individuo y no en el entramado de construcciones sociales. La construcción asume características y diferencias entre sexos, traducidas como desigualdades que llevan a inferiorizar, subestimar, humillar, agredir, discriminar en sociedad: menor acceso a oportunidades de poder, de libertad, de recursos y de reconocimiento, entre otros (Espinar, 2007); los individuos las aceptan como parte de sus normas, valores, creencias e ideologías y cultura. Su inclusión no es reciente; históricamente, las estructuras sociales la han trabajado a modo de culturalización en la reproducción y justificación al interior de la formación social.

El hogar, la escuela, la religión, el estado, el arte, los medios públicos y de comunicación son mediadores en los procesos de aprendizaje y socialización.  Espinar (2007), destaca dos tipos de socialización: inicial y secundaria. La socialización inicial es trascendental, se basa principalmente, en mecanismos de imitación y reproducción de comportamientos; de modo que los individuos adultos que rodeen a un infante servirán de referencia para las futuras formas de interacción de este en el contexto; se constituyen modelos de identificación primaria. Posteriormente, la socialización secundaria implica la relación del sujeto en ámbitos fuera del hogar, como la escuela, espacios, medios públicos y de comunicación, donde terminan por legitimar y concretar los constructos sociales que se introdujeron en la socialización inicial. La socialización conforma una herramienta central en la constitución de la subjetividad, las creencias, imágenes, ideologías, valores y estereotipos característicos de un contexto “que se instalan en el núcleo de ese espacio simbólico, se sacralizan para sacarlos fuera del debate social y político” (Galarza, Corbo y Esquembre, 2016, p. 821). Recordemos que través de la socialización, de la interacción con el entorno la violencia cultural es interiorizada y naturalizada.

 

Violencia y medios

Se pretende analizar y denunciar algunas de las formas en que los medios de comunicación contribuyen a la interiorización, naturalización, invisibilización, justificación, reproducción y mantenimiento de la violencia de género.

La influencia que tienen los medios de comunicación en la transmisión de normas, valores, creencias e ideologías es un tema bastante discutido. La televisión, el cine, la música y las redes sociales son un ejemplo. Tienen como función principal comunicar y acortar las distancias entre la sociedad: transmiten, entretienen e informan diversidad de contenidos. De manera casi desapercibida, como símbolos y signos presentan la violencia como camino a la resolución de conflictos y como medio para conseguir lo que se desea. Pierre Bourdieu (2000), dice de la violencia simbólica una “violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento” (p.5). El lenguaje simbólico a través de los medios de comunicación en los espacios públicos y cerrados naturalizan e invisibilizan diversas prácticas violentas. Producen, reproducen y distribuyen actos de desigualdad entre hombres y mujeres.

La instauración de desigualdad se da como consecuencia de la presentación de símbolos y signos. Diversas investigaciones (por ejemplo, Antezana, 2011, abordada más adelante) han podido identificar en el contenido de los medios de comunicación roles y estereotipos de género, que promueven violencia. Es indiscutible la responsabilidad que los medios tienen en el mantenimiento, promoción y reproducción de estereotipos.

Espinar (2007), menciona que los medios de comunicación mantienen un papel educativo permanente aun cuando no lo señalen explícitamente, pues, aunque los contenidos están enfocados al entretenimiento o publicidad podemos ver presente la visión (de acuerdo con la cultura de pertenencia) del mundo en torno a la conformación de roles.

Los estereotipos de género representan modelos de conducta que definen una determinada forma de pensar, actuar y sentir respecto a mujeres y hombres de una sociedad. Los estereotipos dictan “cómo unos y otros deben comportarse, las experiencias que refuerzan la conducta estereotípica y la estructura social que apoyan la desigualdad de poder entre géneros ha contribuido a que se originen patrones de violencia a lo largo de nuestro ciclo vital” (Expósito, 2011, p. 20).

En los medios de comunicación identificamos programación o contenido específico para hombres y para mujeres. A modo de estilos de vida o patrones de conducta. Antezana (2011) en el análisis de un caso identifica 7 roles femeninos: la madre, la señora tradicional, la mujer sensual, la niña pequeña, la mujer víctima, la profesional y la mujer liberal. Y entre las palabras destacables de cada descripción se encuentra: devota, impecable, maternal, dominada, optimista, convenenciera, superficial, dulce, cariñosa, frívola, atacada, débil, dependiente, frágil, necesitada de protección. Por otro lado, a los hombres se les menciona como sujetos, en su mayoría, dominantes, de éxito, caballeros, tradicionales, patriarcas, violentos y hasta don juanes. Bajo las descripción romántica o galante se espera que estos orienten y protejan a la mujer. Galarza, Corbo y Esquembre (2016), reflexionan:

La representación estereotipada de las mujeres en los medios de comunicación, entre otras realidades sociales, aparecen como estructuras de no-violencia. Aparecen como estructuras naturalizadas y con la apariencia de formar parte de un orden natural de las cosas ajena a la voluntad humana, cuya ubicación está más allá de lo social. Se sacralizan para dejarlas fuera del debate político. Tanto las estructuras materiales como las simbólicas son fuentes inagotables de violencia contra las mujeres, pero no se cuestionan porque tienen incorporada la marca de la legitimidad que proporciona lo que la sociedad patriarcal define como natural. (p. 822)

Existe un crecimiento significativo en cuanto al grado de conciencia sobre el género y la violencia, así como la responsabilidad e influencia que los medios de comunicación tienen en su reproducción. No obstante, la violencia de género sigue presentándose como una problemática severa a nivel mundial; es silenciosa y poco denunciada. En el caso de la violencia hacia la mujer, se destaca que, sin importar edad, cultura o economía, un gran porcentaje de mujeres ha experimentado alguna forma de violencia en su vida. La violencia que viven las mujeres puede identificarse en sus manifestaciones más visibles (por ejemplo, maltrato físico, violaciones, asesinatos) y con un poco más de atención, en las simbólicas (roles, estereotipos de cómo son o deben de ser), que se ubican entretejidas en el discurso cultural, naturalizadas e invisibilizadas (Romero, Álvarez, Cira, 2020). Tanto la violencia visible como la invisible tiene graves consecuencias para la mujer, atentan su integridad física, emocional, su desarrollo personal y social.

El arte

El arte puede fungir como una herramienta o estrategia para la desnaturalización de la violencia de género. El arte es lenguaje, una forma de contacto con el entorno y un agente mediador que nos brinda la oportunidad de comprender, relacionarnos, ajustarnos y de aportar a nuestro mundo. Es el centro que regula toda estructura para que hombres y mujeres establezcan” un vínculo con el mundo, es decir, una forma de comprender la praxis vital humana y el modo en que, al tratar con lo que lo rodea, emerja sentido” (Alvarado, 2017, p. 75).

De igual modo, el arte transmite, expresa y comunica contenidos. El específicamente visual, es una forma de lenguaje simbólico que narra.  En las humanidades, se le ha identificado con el potencial para la construcción de la paz; un medio creador y transformador de perspectivas sociales. Plasma la historia social, expresa y transmite sensaciones, emociones, pensamientos que posibilitan la reflexión de aquellos con los que entra en contacto.

La obra artística no es unívoca; el sujeto que interactúa con ella, interpreta desde su historia individual, desde sus creencias y sus valores. Tolosa (2015) menciona al respecto:

Reinterpreta y redescubre la obra de formas distintas de acuerdo con su modo de conocer y relacionarse con el mundo, lo cual potenciaría una sensibilización frente a lo expuesto y mayor conocimiento general sobre el contexto en el que se desarrolla el mensaje o sentido que se le imprime. (p.18)

Es por todo ello que las artes visuales pueden ser una estrategia para la desnaturalización y visualización de las diversas formas que puede tomar la violencia en la cotidianidad.  Puede fungir como una herramienta para entender y atender la violencia de género.

Interactuar con una obra de arte, en un contexto de violencia, posibilita relatar la injusticia vivida en diferentes tiempos y contextos; impide perder la memoria histórica; invita al individuo que interactúa con ella a reflexionar sobre las prácticas que le rodean, que le permean, porque a través del lenguaje y su reflexión todo puede tomar sentido.

El arte transforma el modo de interacción del sujeto con su entorno. La sensibilización que propicia el arte desentraña realidades violentas, confronta e invita a las personas “a tomar una nueva actitud ética, de transformación de sus entornos y de sus realidades más próximas” (Pinzón, 2011, p.87). La ventaja que tiene el arte, sobre las palabras, es que las palabras no siempre alcanzan para comunicar, lo que ha parecido incomunicable a través de los años. Si bien es cierto que el arte por sí solo no puede desenmascarar y desnaturalizar la violencia cultural, estructural y directa de nuestra cotidianidad, se espera que pueda fungir como una herramienta que apoye el proceso de desprendimiento de la violencia que hemos sacralizado y validado a lo largo de la historia. Mostrar lo oculto, denunciar y evidenciar lo que siempre ha estado ahí bajo el nombre de normal, bajo el nombre de cultura.

METODOLOGÍA

Se realizó una breve revisión sistemática y narrativa de artículos científicos que exploran la desnaturalización de la violencia a través del arte. La búsqueda de información se realizó a nivel nacional, e internacional en diversas bases de datos tales como, Dialnet, SCIELO, EBSCOhost, ScienceDirect y Redalyc. Las palabras clave utilizadas, fueron: Violencia, Violencia de género, Violencia cultural, Violencia simbólica, Desnaturalización y Arte.

Como criterios de selección se consideraron: los artículos publicados entre 2016 y 2020; el título refiriera el arte como una herramienta para atender la violencia.

La finalidad de la revisión consistió en identificar los resultados, aportes y avances en torno al tema de interés, a fin de conocer los puntos en que el presente estudio puede contribuir. Cabe mencionar que los artículos encontrados provienen principalmente de Colombia y Ecuador, respecto a otros países, incluido México no se identificaron trabajos con relación al tema. No fueron identificadas investigaciones que relacionaran el arte como una estrategia para tratar la violencia de género. A continuación, se expone una breve descripción de los resultados encontrados:

RESULTADOS Y DISCUSIÓN

Rubiano (2017), en “Las víctimas, la memoria y el duelo: el arte contemporáneo en el escenario del postacuerdo”, realiza un análisis sobre “una acción de duelo”, obra realizada por una artista colombiana. Se interesa en la articulación entre el arte, la memoria, las víctimas y el duelo que permite la reflexión sobre el papel que tienen las formas de simbolización (expresiones en el arte) de la violencia en el escenario del post acuerdo (acuerdos para la paz). De acuerdo con el texto, el duelo es una tarea individual que, al enfrentarse a la evidencia histórica y antropológica de las pérdidas humanas, impacta en la reflexión de la sociedad. Concluye que la obra de la artista se ha dedicado a simbolizar, reconocer y registrar las pérdidas humanas del conflicto armado en Colombia, mismo que han sido altamente reconocidos.

Poveda (2018), en “El arte como estrategia de reparación inmaterial de violaciones de derechos humanos. La imagen artística para la transformación de las narrativas de la violencia” reflexiona sobre las violaciones grandes, masivas y sistemáticas que se han hecho a los derechos humanos en Ecuador. Reconoce la necesidad de complementar la remediación material e inmaterial desde un trabajo interdisciplinario. Analiza el arte como una estrategia para la reconfiguración de la memoria individual y colectiva. En su conclusión reconoce que el arte (en cualquiera de sus representaciones), condecora, honra, incluso se disculpa. A pesar de tener un alto valor social y político, señala el autor, este no es efectivo para que la sociedad adapte un nuevo relato dentro de la historia colectiva.

Rivera (2019), en “Memoria, reparación simbólica y arte: la memoria como parte de la verdad” reflexiona sobre el papel que el arte puede jugar en la reparación simbólica, la recuperación de la memoria histórica y colectiva, y la dignificación de víctimas del conflicto armado colombiano. Propone el uso de la fotografía, la pintura y los contras monumentos. Concluye, que las experiencias artísticas pueden contribuir a la recuperación de la memoria colectiva. De acuerdo con ella, la importancia del arte y los artistas es dar voz a las víctimas que han sido limitadas a expresarse. Finalmente, menciona que, gracias al arte y la memoria, los individuos entran en responsabilidad con su sociedad y de este modo podrán confrontar el pasado, el presente y el futuro.

Los resultados encontrados apuntan a que las investigaciones se han centrado en atender las consecuencias tras la violencia. La construcción de la memoria y la reparación simbólica han sido priorizadas, y si bien es cierto que el arte puede contribuir a lo que nombran la memoria individual y colectiva, se ha dejado de lado el papel que el arte puede jugar sobre los orígenes culturales de la violencia.

Tratar la violencia desde sus raíce y formas ocultas puede traer cambios a generaciones actuales y futuras. Provistas por el arte de una visión más profunda, analítica y reflexiva sobre las creencias e ideologías de su sociedad los individuos podrán aproximarse a diferentes formas saludables de relacionarse y a construir entre todos formas pacíficas de convivencia.

CONCLUSIONES

Numerosos estudios de violencia carecen de consenso sobre el término violencia. Esta situación ha llevado a que la atención de la violencia se enfoque principalmente en las causas y consecuencias visibles (es decir, a trabajar sobre la violencia directa); se olvidan cuestiones de tipo estructural e histórico-social (la violencia estructural y cultural). Por consiguiente, se sugiere tomar en cuenta autores que en sus respectivos análisis puedan ver  los diversos elementos, dimensiones y relaciones que conforman la violencia, en este caso tomamos la postura de Johan Galtung y su triángulo de la violencia, que considera la existencia de tres formas de violencia: directa, estructural y cultural que se encuentran vinculadas, y en conjunto se sostienen; es importante tener en cuenta que las invisibles (estructural y cultural) son las que mantienen los actos violentos más visibles (violencia directa). La violencia en la estructura triangular se mantiene como en un ciclo. Es cierto que la violencia cultural por sí sola no es letal, pero cuando esta se liga a la estructural y/o a la directa puede causar mucho daño.

La violencia de género, en constante aumento, no discriminan edad, cultura, estrato social o económico. Sus consecuencias afectan gravemente la salud física y emocional y también las interacciones a nivel individual y social. Los medios de comunicación son factor clave en la promoción de la violencia de género, así mismo, la naturalización de las creencias respecto a los roles de género, legitiman, sacralizan y sacan a la luz otras manifestaciones de violencia.

La sociedad requiere un agente mediador que evidencie, denuncie, y devele los vértices ocultos del triángulo de la violencia. El arte, tiene la posibilidad de cuestionar los roles y estereotipos impuestos por los medios sociales para crear escenarios libres de violencia de género. El arte visual, como una forma de lenguaje, puede resultar una herramienta que refiera lo que las palabras no alcanzan a decir, que lleve al sujeto a reflexionar, hacer visible lo que en un principio fue imperceptible y doloroso y finalmente lograr que el arte nos ayude a la construcción de la paz.


 

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[1] Actos de omisión por parte de un perpetrador no identificable.

 

[2] Actos de comisión por parte de un perpetrador identificable.