Ciencia Latina Revista Científica Multidisciplinar
Marzo-Abril, 2023, Volumen 7, Número 2.
https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v7i2.5891
P á g i n a 7422
¿Qué se está haciendo para fomentar la resiliencia en las escuelas?
Un acercamiento al sistema educativo en general y, especialmente, al
colombiano
Jeny Gicela Vargas Moreno
1
jenyvargas.est@umecit.edu.pa
https://orcid.org/0000-0002-6907-6893
Universidad UMECIT
RESUMEN
En este artículo lo que se presenta es un estudio de la resiliencia y su aplicación al ámbito educativo,
caracterizado por excelencia por la figura del docente. La primera sección versa acerca del concepto de
resiliencia y de sus múltiples acepciones, empezando por el hecho de que se trata de una noción “nueva”,
estudiada desde hace pocos años. También se caracteriza aquella noción en torno a la cual gira el ensayo,
que es aquella según la cual la resiliencia no es algo innato, definitivo e inmutable, sino que es un
proceso y por ello mismo es variable y dinámico. En la segunda parte se trata el tema de la resiliencia
en las escuelas, siendo estas un factor de protección, y algunas estrategias para su fomento. Asimismo,
se expone la necesidad de que no solo el estudiante sea resiliente, pues también el maestro, para enseñar
resiliencia, debe ser un ejemplo a seguir y ser, de igual forma, resiliente. Para este caso se describen las
cualidades y actitudes de un maestro resiliente y aquellas cosas que no suele hacer casi nunca. En el
siguiente apartado se trata puntualmente el tema de la resiliencia en las escuelas colombianas, dando
una visión panorámica de sus puntos fuertes y débiles. Por último, se presentan algunas conclusiones
derivadas de las secciones anteriores, resaltando la importancia de continuar estudiando y promoviendo
la resiliencia.
Palabras claves: resiliencia; educación; proceso; adversidades; sistema educativo colombiano;
factores de riesgo; factores de protección.
1
Autor Principal
P á g i n a 7423
What is being done to build resilience in schools?
An approach to the educational system in general and, especially, to the
Colombian
ABSTRACT
This article presents a study of resilience and its application to the educational field, characterized by
excellence by the figure of the teacher. The first section deals with the concept of resilience and its
multiple meanings, starting with the fact that it is a "new" notion, studied only a few years ago. It also
characterizes the notion around which the essay revolves, which is that resilience is not something
innate, definitive and immutable, but is a process and therefore variable and dynamic. The second part
deals with the topic of resilience in schools, being these a protective factor, and some strategies for its
promotion. Likewise, the need for not only the student to be resilient is exposed, but also the teacher, in
order to teach resilience, must be an example to follow and be, in the same way, resilient. For this case,
we describe the qualities and attitudes of a resilient teacher and those things he or she rarely does. The
following section deals with the topic of resilience in Colombian schools, giving an overview of their
strengths and weaknesses. Finally, some conclusions derived from the previous sections are presented,
highlighting the importance of continuing to study and promote resilience.
Keywords: resilience; education; process; adversities; Colombian educational system; protective
factors, risk factors.
Artículo recibido 01 abril 2023
Aceptado para publicación: 15 abril 2023
P á g i n a 7424
INTRODUCCIÓN
Los seres humanos a lo largo de su vida, se enfrentan a diversas situaciones que les otorgan experiencias
y vivencias necesarias para afrontar los retos del día a día, algunas positivas y otras negativas, lo cierto
es que en el caso de estas últimas, es fundamental asumir la resiliencia como una práctica que permite
contrarrestar las situaciones adversas que puedan presentarse, y que ameritan de una pronta solución.
Ante ello, ser resilientes les permite a las personas ser optimistas, actuar de manera positiva ante los
conflictos, y salir fortalecidos de ellos, logrando así desarrollar su potencial y crecimiento humano.
En el contexto educativo, también es de suma importancia incluir la resiliencia como un camino a seguir
para afrontar las problemáticas escolares. Por consiguiente, se requiere que tanto los estudiantes como
los docentes y demás actores de la comunidad educativa la asuman en sus labores cotidianas, en aras de
obtener resultados satisfactorios. En consecuencia, se hace urgente la inclusión de la resiliencia en las
escuelas, las instituciones públicas y privadas, y en otras que así lo ameriten. Se trata entonces, de contar
con este recurso para reducir el impacto de las amenazas que pudieran darse, y mitigar la posibilidad de
que se transformen en desastres que atenten contra la seguridad y calidad educativa en las instituciones.
Por tal razón, en atención a lo expresado, cabe preguntarse: ¿Cuáles son las estrategias que permiten el
fomento de la resiliencia en los docentes y estudiantes de las escuelas del Sistema Educativo
Colombiano?
METODOLOGÍA
La presente investigación es de tipo descriptiva, la cual en palabras de Hurtado de Barrera (2015) es
aquella cuyo objetivo es describir de manera precisa el evento de estudio. En este tipo de investigación
se enumeran detalladamente las características del evento de estudio. La indagación en el caso de las
investigaciones de tipo descriptiva va orientada a ofrecer respuestas a las preguntas quién, qué, dónde,
cuándo, cuántos (Borderleau, 1987, c.p. Hurtado de Barrera, 2015). Las investigaciones descriptivas
trabajan con uno o con varios eventos de estudio. En este tipo de investigación no se estudian relaciones
causales entre los eventos ni se formulan hipótesis. La investigación descriptiva concluye con la
identificación de características. (Hurtado de Barrera, 2015)
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En relación con lo planteado, con la investigación en curso se pretende describir las estrategias que
permiten el fomento de la resiliencia en los docentes y estudiantes de las escuelas del Sistema Educativo
Colombiano.
En este sentido, el modelo epistémico en el que se circunscribe esta investigación es la fenomenología.
Para Husserl (1995, c.p. Hurtado de Barrera, 2008) representa “la intuición esencial ejecutada sobre la
base de intuiciones singulares ejemplares de vivencias [...] y la fijación descriptiva en conceptos puros
de la esencia intuida” (pág. 227). Según Kogan (1967 c.p. Hurtado de Barrera, 2008) lo que hace posible
la descripción fenomenológica es que el investigador deja a un lado sus prejuicios y abre su conciencia
al objeto para poder vivenciarlo a plenitud. A esa actitud de dejar a un lado las preconcepciones y abrirse
a la experiencia se le ha denominado epoché o epojé.
En correspondencia con el modelo epistémico señalado, se empleará el método fenomenológico,
también denominado método esencialista. Los pasos del método de la fenomenología según Hernández
(2000, c.p. Hurtado de Barrera, 2008) son:
Descripción: El evento de estudio (llamado fenómeno), se describirá tal y como se presenta, sin
llegar al análisis ni la explicación. Esta descripción sucede gracias a la intuición, definida en este
caso como la aprehensión del evento por la conciencia.
Reducción (epojé): El investigador deja a un lado sus teorías y conocimientos previos para propiciar
una vivencia original y distinta del evento. Esto hace que se perciban aspectos antes no vistos.
Búsqueda de “esencias”: Consiste en la búsqueda del sentido dentro de la totalidad. Aquello que
conecta al evento con lo universal y lo invariante.
En función de lo planteado, se asume la resiliencia como un fenómeno de tipo social, el cual se asocia a
algunos estados, condiciones y resultados: la resistencia, la restauración, la preservación, organización
social, administración, recuperación, adaptación, entre otras. El estrés, la adversidad, la perturbación y
el desastre también forman parte de dicho fenómeno. (Rodríguez, 2020)
Con la fenomenología, se describe desde la experiencia de los investigados, sin prejuicios, tendencias,
orientaciones ni inclinaciones previas (Brennan, 1999, c.p. Hurtado de Barrera, 2012).
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Sobre el concepto de resiliencia
En los últimos años la noción de resiliencia ha generado bastante interés entre los profesionales de
distintas disciplinas y se ha configurado como un concepto clave en el ámbito de la educación (tanto
para educadores como para educandos), si bien su primera aparición fue en el ámbito de la psicología.
Pese a que el surgimiento de la palabra pueda establecerse desde hace mucho tiempo atrás, su estudio
se lleva a cabo desde hace aproximadamente 50 años. El origen de la palabra proviene del latín resilio,
que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar (Becoña, 2006).
Esta noción puede tener diversas acepciones dependiendo del dominio al que se aplique. En el aspecto
físico puede entenderse como la capacidad que tiene un cuerpo para recuperar su estado o posición
originaria después de haber sufrido alguna perturbación (los resortes, por ejemplo). En la ingeniería se
refiere a la cantidad de energía que puede absorber un material antes de deformarse plásticamente. En
la osteología se usa para expresar la capacidad que tienen los huesos para crecer correctamente después
de una fractura. En el campo de las ciencias sociales sirve para reconocer que la vida no es perfecta, que
el ser humano está sumido en un mundo lleno de tropiezos y dificultades, de cosas buenas y malas; y
muchas no están bajo su dominio, no puede cambiarlas, aunque quisiera. Ahora bien, pese a que el ser
humano no pueda cambiarlas -en todos los casos-, lo que sí puede decidir es la actitud que va a asumir
ante estas situaciones. Es aquí donde la resiliencia cobra sentido como aquella cualidad que tienen las
personas para resistir y superar situaciones traumáticas, riesgosas, estresantes, críticas, trágicas y
amenazantes; es decir, es aquella capacidad (pensamientos, sentimientos, conductas, acciones) necesaria
para desarrollar una conducta adaptativa.
La definición más aceptada de resiliencia es la de Garmezy (1991): “la capacidad para recuperarse y
mantener una conducta adaptativa posterior al abandono o la incapacidad inicial al surgir un evento
estresante” (p. 459; traducción propia). Sin embargo, esto no debe interpretarse como que las personas
resilientes crean una indiferencia, resistencia absoluta o una suerte de apatía ante las situaciones
adversas. Lo que sucede, en realidad, es que aprenden a manejarlas, son conscientes de que los
momentos difíciles no son para siempre ni son el fin del mundo y buscan estrategias para solventar los
malos ratos. El resiliente también se permite los sentimientos negativos, pero no se queda en ellos, va
más allá y no permanece estancado, logra mantener en equilibrio su vida, física y mentalmente, de tal
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manera que ni su rendimiento ni su cotidianidad se vean afectados. El resiliente tampoco niega la
experiencia vivida, lo que hace es resignificarla, la usa como un medio para replantear cosas que tengan
que ver con su existencia, con el mundo, con sus relaciones interpersonales y/o consigo mismo. En este
sentido, la resiliencia puede surgir en una triple dirección: (i) superar la adversidad, (ii) prepararse para
afrontar las dificultades venideras y (iii) aprender de las adversidades (González & Llamozas, 2018, p.
32). La convergencia de estos tres aspectos es lo que garantiza un satisfactorio proceso resiliente.
Siguiendo a García-Vesga y Domínguez (2013), las definiciones de resiliencia pueden agruparse en
cuatro tipos: (i) Aquellas que relacionan la resiliencia con la adaptabilidad; este enfoque es propio de la
“primera generación”, entre los años 1970 y 1980. En este caso, se ve a la resiliencia como una
adaptación positiva frente a los riesgos o vulnerabilidades, pero -en el caso de la primera generación-
no se traza una diferencia entre adaptación como supervivencia y adaptación positiva, que implica
aprender de la situación y aplicarlo al futuro, obteniendo “[…] éxito en la consecución del
comportamiento resiliente […]” (García del Castillo Rodríguez et al., 2016, p. 61). Muchas veces los
que adoptan esta postura también se comprometen con la idea de que se nace siendo resiliente, la cual
es ampliamente discutida. (ii) Aquellas que incluyen el concepto de habilidad o capacidad y se
corresponden con la segunda generación (1980-1990). Aquí se postula la resiliencia como una capacidad
que se desarrolla, que se forma, algo que es parte de la evolución y que debe promoverse desde la niñez.
La resiliencia es, entonces, una capacidad o habilidad para sopesar de manera exitosa las adversidades.
(iii) Aquellas que se centran en la relación entre lo interno y lo externo, estableciendo una constante
interacción entre ellos. Lo que permite la emergencia de la resiliencia es una combinación entre lo
interno (el sujeto en cuestión, sus competencias cognitivas, sus rasgos físicos y emocionales) y lo
externo (como tal el mundo, pero con especial énfasis en el entorno familiar y social). (iv) Aquellas que
comprenden la resiliencia como un proceso y una adaptación y se corresponden con la tercera generación
(1990). La idea aquí es que la resiliencia es un proceso dinámico resultado de la relación entre diversos
factores, el sujeto y su entorno. A partir de esta postura surgen las nociones de factores de riesgo y
factores de protección de la resiliencia, los cuales abarcan los elementos que pueden facilitar o dificultar
la evolución del proceso resiliente. Vale la pena aclarar que estos factores no son definitivos ni
inmutables, por el contrario, se transforman, se habitúan a un contexto, a un sujeto, y lo que es o no
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riesgoso puede ser intercambiable dependiendo de las circunstancias por las que esté pasando el
individuo afectado o beneficiado. Un ejemplo de esto puede ser el residente de una casa la cual es
asaltada por ladrones. Antes su casa era un lugar de descanso, un sitio seguro alejado de los problemas
del exterior, pero ahora que han irrumpido en ella no puede -por lo menos durante un tiempo- verla del
mismo modo. Algo que antes servía como herramienta para desarrollar la resiliencia ahora es algo que
la impide.
Si bien los grupos de definiciones presentados sintetizan los puntos clave para entender qué dice cada
una de ellas sobre la resiliencia, la diversidad es impresionante. Sería en vano trazar una concepción
concreta y limitada de lo que esta significa, pues sigue siendo un concepto nuevo del cual todavía hay
mucho que aprender. No obstante, aunque no sea conveniente restringirse a una definición especifica,
puede tomarse la que resulte más adecuada para el caso a estudiar y/o analizar o, si es posible, algún
tipo de combinación entre alguna de ellas. En palabras de García-Vesga y Domínguez (2013):
Estos desacuerdos en las definiciones llevan a concluir que el fenómeno es complejo y
que no tiene una sola explicación causal, sino que tiene que ser concebido como un
proceso multifactorial en el que convergen las distintas dimensiones del ser humano. (p.
66)
Para efectos prácticos, en este artículo se hará especial énfasis en la resiliencia como un proceso
dinámico de adaptación positiva, dado que es una de las concepciones más completas que permiten
visualizar el fenómeno globalmente y verlo aplicado a las aulas. Esta es, también, una de las nociones
más utilizadas en la actualidad. La definición paradigmática es la que ofrecen Luthar, Cicchetti y Becker
(2000), según los cuales la resiliencia es “[…] un proceso dinámico que conlleva una adaptación
positiva en contextos de adversidad significativa.” (p. 543; traducción propia). Desde este punto de vista,
los términos claves para entender la resiliencia son: el proceso, la adversidad y la adaptación positiva.
La resiliencia, así entendida, se contrapone a la creencia común de que niños con infancias traumáticas
posteriormente van a desarrollar patologías (el paradigma es aquí el trastorno de estrés postraumático),
van a quedar “marcados” con los acontecimientos y no van a tener una vida, un comportamiento o unos
pensamientos “normales” en comparación con los demás. Tal creencia se ha demostrado falsa, pues
aunque es cierto que en algunos casos se generan ciertas patologías a partir de traumas, esto no sucede
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en todos los casos (Vera, Carbelo & Vecina, 2006). En realidad, muchas veces las personas afrontan la
situación, aprenden de ella y la usan como una fortaleza, como un motor para seguir adelante. Las
personas tienen una resistencia (que quizá pueda considerarse innata) para sopesar las desventuras, un
instinto de supervivencia que implica también el rebuscarse un buen vivir y una vida feliz, un conatus
según el cual “[c]ada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser.” (Spinoza,
1980, p. 131). Por eso mismo las personas buscan alternativas antes de recurrir al suicidio, este nunca
es la primera opción. Los que se suicidan lo hacen porque no ven más alternativas, porque después de
buscar medios para solucionar sus problemas e inconvenientes ninguno resulta ser útil, ninguno los saca
de la desdicha. Es aquí cuando se agota su resiliencia, pues no logran enfrentar la ideación suicida y
ceden ante sus impulsos. El suicidio es un problema relacionado -en parte- con la falta de resiliencia,
con dejarse llevar de las adversidades, y es uno que aqueja en gran medida a los adolescentes.
En este sentido, promover y dar herramientas para fomentar la resiliencia en la escuela puede hacer la
diferencia entre que un alumno se suicide o que no lo haga. Por consiguiente, los educadores pueden
jugar un rol fundamental en la vida de sus alumnos y sus enseñanzas pueden repercutir en las acciones
y pensamientos que puedan tener. Desde luego, esto no significa que todo el peso recaiga sobre el
docente, cada persona es un mundo y tiene libre albedrio para decidir qué hacer o qué no hacer. El punto
es, más bien, que desde la educación se pueden estimular ciertas capacidades y aptitudes que sean de
ayuda a los estudiantes para solventar momentos difíciles.
El asunto de si una persona nace o se hace resiliente es bastante discutido, pero, en todo caso, parece ser
que toda persona puede llegar a ser resiliente. La cuestión es que a algunas personas les cuesta más
llegar a serlo (o en otros casos no les interesa) y requieren de cierta ayuda y/o orientación para lograrlo.
Para ello muchas veces se requiere de intervención terapéutica, psicológica y/o psicoanalítica, y de una
formación más o menos sólida en ética y valores, incluyendo una formación íntegra en el hogar y el
establecimiento de vínculos afectivos sólidos. Es importante recordar que todos viven en un mundo
intersubjetivo en el que las relaciones interpersonales son menesteres para el desarrollo individual y
grupal (por ejemplo el de una comunidad). Muchas veces tener a alguien al lado, tener un apoyo, son
cuestiones fundamentales para que un individuo supere un suceso traumático. “De hecho, parece casi
imposible “superar” la adversidad sin la presencia de afecto.” (Henderson & Milstein, 2003, p. 33) “[…]
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parece imposible superar las dificultades y crecer humanamente sin el alimento del afecto.” (Uriarte,
2006, p.14). El hombre es un animal social (cfr. Aristóteles, Política, 1253a) y por ello su ser resiliente
se va construyendo en comunidad, con un apoyo directo o indirecto de lo que los rodean. Desde luego,
esto no quiere que por misma una persona no pueda ser resiliente ante un evento, sino que lo más
natural es que lo haga en compañía de los demás.
Ser resiliente ante un evento no quiere decir que se sea, necesariamente, resiliente a otro o a otros. La
resiliencia no es algo que se tenga o que se obtenga de forma absoluta. “Es la resultante de un proceso
dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa
de la vida y que puede expresarse de muy diferentes maneras en diferentes culturas” (Vera, Carbelo &
Vecina, 2006, p.44). Para ser resiliente también entran en juego aspectos de la personalidad como las
conductas, los pensamientos y las emociones. Como se observa, todos estos elementos son variables y
moldeables, de modo que en ningún caso hay un manual y/o unas pautas establecidas que definan un
método infalible para ser resiliente en X o Y caso particular. Cada ser humano afronta las adversidades
como mejor pueda y las experimenta de diversas maneras, puede que en determinado contexto le resulte
más difícil ser resiliente, mientras que otros pueden afrontarlos y superarlos con una adaptación positiva
sin necesidad de esfuerzos abismales.
Resiliencia en la escuela. Especial énfasis en la educación colombiana
En el sistema educativo colombiano el concepto de la resiliencia puede, o más bien, debería ser un
elemento fundamental a la hora de educar a su alumnado. El objetivo fundamental de la educación no
es que los alumnos aprendan una serie de pasos para resolver una ecuación, o que se sepan de memoria
la historia de América Latina o las leyes de Mendel. A lo que apunta la educación es a crear seres
humanos íntegros; a proveer herramientas mentales, emocionales y sociales que ayuden al individuo a
desenvolverse satisfactoriamente en la sociedad en la que vive; a brindar elementos para que una persona
encuentre su vocación; a crear una formación sólida en ética y valores que permitan que el sujeto sea
empático y sea solidario con los otros, consigo mismo, y con el mundo. Sin embargo, para desarrollar
todo esto es necesaria la resiliencia. Es necesario un ser humano que no se rinda porque sacó una mala
nota, sino que tome sus equivocaciones como un motor para aprender, para hacer las cosas de un modo
distinto. Es necesario un ser humano que aprenda a afrontar las adversidades, que, pese a que tenga
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dificultades en su hogar, que no deje que eso le consuma la vida, que no permita que eso le arrebate sus
sueños e ilusiones, y que sea capaz de seguir adelante. Si en algún curso hay un chico que tenga
dificultades económicas, familiares y/o de salud, le será muy difícil llegar a ser resiliente por sí solo. Es
aquí, especialmente, cuando por medio de la educación se pueden proporcionar instrumentos que le
ayuden a solventar la situación. Un maestro también es alguien que escucha, que aconseja, alguien
perceptivo que puede darse cuenta de que un alumno no se encuentra bien y que puede acompañarlo, de
algún modo (construyendo resiliencia a partir de las esperanzas y el optimismo), durante su proceso
resiliente.
Según Waxman, Gray y Padrón (2003), “El concepto de "resiliencia educativa" no se ve como un
atributo fijo, sino como algo que puede fomentarse centrándose en los factores "alterables" que pueden
afectar el éxito de un individuo en la escuela.” (p.1; traducción propia). Estos autores, además,
consideran que el papel de los educadores es fundamental para la creación de relaciones relevantes con
sus estudiantes, puesto que la escuela es uno de los ambientes más propicios para la construcción de
resiliencia (el otro es la familia). “En la infancia y adolescencia, la figura del profesor y, en general, las
experiencias escolares se convierten en constructores especiales de resiliencia.” (Uriarte, 2006, p. 14)
Por otro lado, Rojas (2015) entiende la “resiliencia académica” como la capacidad para hacer frente a la
adversidad, el estrés o la presión en los ámbitos académicos. Para la aplicación práctica de esta noción,
está presente el modelo propuesto por Nan Henderson y Mike Milstein (2003) denominado “Rueda de
la Resiliencia”, el cual consiste en una estrategia de seis pasos para promover la resiliencia en las
escuelas. Esta secuencia, a su vez, puede dividirse en dos: las que buscan mitigan el riesgo y las
que buscan construir la resiliencia. En el primer grupo se plantean las siguientes estrategias:
1. Enriquecer los vínculos, que consiste en fortalecer las relaciones entre los individuos y cualquier
persona o actividad prosocial.
2. Fijar mites claros y firmes, elaborando e implementando políticas y procedimientos escolares
coherentes y explicitando las expectativas de conducta.
3. Enseñar habilidades para la vida como la cooperación, la resolución de conflictos, la asertividad,
la resolución de problemas, las destrezas comunicacionales, el manejo adecuado del estrés y la toma
de decisiones. Su aplicación y enseñanza en las aulas ayuda a los alumnos a aprender a manejar los
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peligros de la adolescencia, sobre todo el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas (Botvin y
Botvin, 1992).
Las próximas estrategias recogen las condiciones que se presentan usualmente en la vida de las
personas resilientes:
4. Brindar afecto y apoyo incondicional, bien sea proporcionado por alguien de su familia, un
conocido, un amigo, una mascota, una institución, u otro.
5. Establecer y transmitir expectativas elevadas que permitan que el sujeto se motive.
6. Brindar oportunidades de participación significativa. Otorgar a los estudiantes, a sus familias y al
personal de la escuela un alto nivel de responsabilidad por lo que ocurre en la institución educativa
incentivándolos a resolver problemas, tomar decisiones, planificar, establecer objetivos y ayudar a
otros.
La educación es, asimismo, un factor de protección que ayuda a reducir los efectos negativos de la
exposición a riesgos y al estrés. En términos de Uriarte (2006):
[L]a escolarización y las experiencias escolares son también factores protectores para
niños de riesgo procedentes de ambientes familiares conflictivos y entornos sociales
desfavorecidos y puede contribuir al desarrollo de una madurez personal para afrontar
las dificultades futuras. (p. 15)
Los educadores pueden jugar un rol fundamental a la hora de tratar con alumnos con problemas o
familias disfuncionales. Los alumnos pueden acudir a ellos en busca de apoyo y ayuda y pueden
establecer una relación que va más allá del mero aprendiz y el instructor. También es esencial el
establecimiento de un ambiente escolar sano y amigable, en el que el alumnado se sienta cómodo y a
gusto. Si el profesor genera un ambiente de aprendizaje amable y agradable con tono humano, logra
que los estudiantes estén motivados y puedan ver en su quehacer diario una realización personal”
(Villalobos & Castelán, 2016, p. 4). La escuela es, de este modo, un sitio relevante donde los estudiantes
aprenden a desarrollar habilidades y cualidades (cognitivas, sociales, emocionales) que sean útiles para
afrontar su día a día y que les ayude a convertirse en adultos funcionales.
Para crear alumnos resilientes también es necesario ser resiliente. Es decir, debe ser una característica
del docente el ser resiliente, con un manejo adecuado de la dimensión emocional, motivacional y social;
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profesores emocionalmente estables, perseverantes, empáticos, creativos, con confianza en mismos,
sentido del humor, relaciones positivas, resolución de problemas, toma de decisiones, alta autoestima,
manejo de relaciones difíciles, buena tolerancia a la frustración y al estrés y dedicados a su trabajo.
Harris (2021) plantea que, debido a la dificultad que acarrea la labor docente, la resiliencia es la clave
para enfrentar la cotidianidad en las aulas. Los educadores se enfrentan a una cantidad significativa de
estrés en su día a día, lidiando con alumnos, padres de familia, clases, calificaciones, evaluaciones y a
veces incluso con las directivas mismas. Pero los docentes no pueden dejarse llevar de sus emociones
(más aún si son negativas), deben sobreponerse a ellas y afrontarlas, asumiendo todo de la mejor manera
posible. De este modo, Harris propone 17 acciones que llevan a cabo los docentes resilientes: (i) cuidan
su salud; (ii) practican el agradecimiento y (iii) el replanteamiento; (iv) comprenden el poder del “no”;
(v) controlan sus emociones y (vi) conocen sus desencadenantes; (vii) manejan el estrés; (viii) crean una
red de apoyo profesional; (ix) tienen una vida por fuera del aula; (x) son organizados; (xi) se enfocan en
lo que pueden controlar; (xii) saben recibir retroalimentación; (xiii) se autodefienden; (xiv) crean y
controlan sus metas; (xv) se desconectan; (xvi) se divierten y se en con sus estudiantes; y (xvii) ayudan
a los estudiantes a ser resilientes. Por otro lado, este autor también plantea las actitudes y acciones
(cuatro) que casi nunca realizan los maestros resilientes: (i) casi nunca se castigan por errores pasados;
(ii) no se quejan demasiado; (iii) no se asustan por el cambio; y (iv) no suelen huir de los conflictos.
En todo caso, vale la pena preguntarse, ¿qué tanto se está fomentando e inculcando la resiliencia en las
instituciones educativas colombianas?, ¿qué tanto los planes de educación se enfocan en brindar
herramientas para que los alumnos se vuelvan resilientes?, ¿qué tanto esta labor es relegada a los
docentes y no es genuinamente una preocupación de las instituciones? Si bien en los colegios existe una
asignatura denominada “ética y valores”, esta es una materia secundaria, por así decir, de baja intensidad
horaria, de la cual solo se habla en el ámbito meramente académico en la clase de una hora de duración
a la semana. La formación íntegra en ética y valores, pese a que es un pilar de la educación, no siempre
se lleva a cabo de la manera correcta. Muchas veces son los docentes mismos los que por su cuenta
ayudan a los alumnos a desarrollar y fortalecer ciertas habilidades, mientras que los colegios no les dan
los medios suficientes para lograr su cometido. La escuela, por misma, no forma a seres humanos
resilientes, su estructura no está diseñada para eso; en cambio, los profesores, como representantes del
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sistema educativo y personas que se preocupan por el bienestar de sus estudiantes, están en capacidad
de transmitir su resiliencia y ser modelos a seguir. El problema viene a ser, entonces, qué tanto se
sobrecarga a los docentes con labores dentro y por fuera del aula y se les responsabiliza de cosas que,
en principio, no tendrían que realizar.
Hay instituciones educativas en la que hay muchos niños y adolescentes con diversos y heterogéneos
problemas difíciles de manejar que afectan su entorno académico. Un grupo limitado de docentes es
insuficiente para concentrarse en casos particulares en cursos de entre 35 y 40 estudiantes. Este es uno
de los principales problemas de la educación colombiana, en la que, debido a su cantidad de educandos
por aula, no es posible poner atención a cada caso individual. Muchas veces los docentes tienen
problemas para tratar adecuadamente con ciertos alumnos, pues no hay propiamente un espacio en el
puedan interactuar de manera directa con ellos, escucharlos y ser como una guía para estos. El docente
está inmerso en un medio en el que tiene que atender a todos y a ninguno a la vez, en el que atender a
uno solo es abandonar al resto del grupo, en el que tiene que maniobrar para mantener el control del
curso y detectar esos casos complejos sobre los cuales va a poner mayor énfasis. Desde luego, el maestro
no puede con todo, pero cualquier esfuerzo que haga en pro del bienestar de sus alumnos debe ser
reconocido. Es algo que el profesor hace (pese a todas las adversidades) porque le nace y no porque le
toca.
La labor docente también ha resultado elemental para contrarrestar los efectos negativos resultantes de
la pandemia de la COVID-19. Durante este tiempo, en los estudiantes, el aspecto educativo que más se
vio afectado fue el área afectivo-emocional del aprendizaje, pues resultó muy difícil para los alumnos
manejar su parte emocional, rodeada de frustración, estrés, desconcierto, desánimo, miedo, tristeza,
depresión y ansiedad. En estos momentos la formación también estuvo orientada hacia la resiliencia,
para que los educandos aprendieran a controlar sus emociones y a solventar las dificultades. Durante la
pandemia el docente estuvo ahí, así fuera de manera virtual, apoyando y acompañando a sus estudiantes,
preguntando por qué no asistían a clases o no presentaban tareas, y no dejando que ninguno de ellos
pasara desapercibido.
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Una mirada crítica al tratamiento de la resiliencia en las escuelas colombianas
Como se vislumbró en la sección anterior, hay diversas estrategias para promover la resiliencia en las
escuelas. Sin embargo, estas muchas veces no son implementadas por los colegios mismos, sino que
esta labor se ve relegada al docente. Esto representa un problema porque el maestro queda sobrecargado
de cosas y se le imposibilita llevar a cabo su ocupación del mejor modo. Esto, sin decir más, pensando
especialmente en los colegios privados en los que los docentes tienen más de 30 horas efectivas de 60
minutos en su asignación semanal (lo dictado por el Ministerio de Educación Nacional son 22 horas de
60 minutos), lo que les resta tiempo para calificar, preparar clases, atender padres de familia, entre otros.
En muchas de las instituciones privadas los profesores tampoco tienen un tiempo de descanso como tal,
y cualquier “hora libre” que tengan deben destinarla a vigilar a los estudiantes (ver que no haya
conflictos, problemas). En estos escenarios resulta casi imposible que el maestro pueda destinar su
tiempo (pues no tiene) a tratar las dificultades de los estudiantes, guiarlos y apoyarlos; le resulta muy
difícil actuar como un superhéroe y sortear las complicaciones.
Si bien el peso de incentivar la resiliencia está en los hombros de los docentes, en Colombia existen
diversas iniciativas y programas con los que esta se puede promover:
1. Programa Nacional de Convivencia Escolar: es una estrategia nacional que busca mejorar la
convivencia en las escuelas del país, mediante el fomento del respeto, la tolerancia y la solidaridad
entre los estudiantes.
2. Escuela de padres: busca involucrar a los padres al contexto educativo con el fin de ayudarles a
desarrollar herramientas sociales y emocionales.
3. Escuela de líderes: busca ayudar a desarrollar en los estudiantes habilidades de liderazgo,
fomentando la toma de decisiones y la participación activa.
4. Proyecto Aulas en Paz: busca fomentar la convivencia pacífica y la prevención y resolución de
conflictos en las escuelas colombianas.
5. Programa de fortalecimiento de la autoestima: busca mejorar la autoestima de los estudiantes del
país mediante el desarrollo de habilidades socioemocionales como la autoconfianza, la empatía, la
resiliencia y el autocontrol, con el fin de mejorar la salud mental y el bienestar emocional de los
estudiantes.
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Ahora bien, pese a que existan estos programas y estas iniciativas, el sistema educativo colombiano
sigue con variopintas falencias. Entre ellas:
1. Falta de recursos: en Colombia la falta de recursos es un problema de todos los días; se trata de un
país tercermundista con muchas dificultades entre las cuales resalta la pobreza. “Colombia tiene uno
de los niveles de pobreza más elevados de América Latina” (como se cita en Rico, 2022), revela un
informe de la OCDE. Esto repercute en el sistema educativo, puesto que a causa de ello resulta
imposible implementar ciertos programas que busquen la promoción de la resiliencia, y en el caso
de que lleguen a ponerse en marcha, posiblemente se abandonen al corto tiempo debido a problemas
de financiamiento.
2. Falta de capacitación: puesto que se delega a los docentes la labor de promotores de resiliencia, es
importante que ellos se encuentren capacitados en el tema y que tengan la disposición para
enseñarlo. Pero esto no pasa en todos los casos, precisamente por el problema anterior. Sin
financiación no es posible pagar capacitación.
3. Falta de participación y motivación de los estudiantes: muchas veces los estudiantes no se ven
interesados en desarrollar ciertas habilidades y prefieren quedarse en la comodidad de lo ya
conocido. Esto es bastante problemático, desde luego.
4. Enfoque en los síntomas y no en las causas: muchos de los programas e iniciativas se centran en los
síntomas que presentan los estudiantes, pero no en las causas de los problemas. Cuando no se ataca
la raíz del problema toda solución es provisoria y temporal.
5. Falta de seguimiento y evaluación: muchos de los programas e iniciativas no tienen métodos de
evaluación adecuados para medir su efectividad (tampoco hay herramienta infalible para medir la
resiliencia) y no realizan un seguimiento de cada caso particular para evaluar su avance o retroceso.
De modo que se desdibujan los resultados a largo plazo. Sin una evaluación adecuada es imposible
saber qué funciona y qué no en la promoción de la resiliencia en los colegios.
CONCLUSIONES
A partir de lo observado es posible sacar algunas conclusiones. En primer lugar, habría que decir que el
fenómeno de la resiliencia y su importancia es algo que va en constante crecimiento, cada vez se le
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presta más importancia y, como consecuencia, día a día se buscan más herramientas para promoverla y
fortalecerla. Ser resiliente ante una situación es algo que conlleva muchas ventajas, ayuda a sobrellevar
las cosas de una mejor manera, a ver el lado positivo de las cosas, a no dejarse llevar de los sentimientos
malos y negativos y a convertir las desgracias en un aprendizaje. Tener alumnos resilientes debe ser un
objetivo de la educación, pues son estos alumnos los que van a responder de manera adecuada al aspecto
académico y convivencial en la escuela, van a ser los que tengan una formación más íntegra y quienes
estén dispuestos a ayudar a los otros. Sin embargo, que los colegios lleven a cabo programas e iniciativas
para promover la resiliencia no es algo sencillo, pues para empezar representa algo que está por fuera
de su estructura y de su manera de proceder. En el caso de Colombia, que es el que interesa aquí
puntualmente, la cuestión es aún más compleja por los problemas de financiación que aquejan al sistema
educativo. Muchas veces no se puede hacer gran cosa si no se cuenta con los recursos necesarios para
trazar un programa bien hecho y llevarlo a cabo de una manera satisfactoria.
Tampoco parece justo que la tarea de la promoción de la resiliencia sea relegada casi en su totalidad a
los docentes. Es necesario cambiar la visión de que el maestro tiene que hacer todo y poder con todo.
Los profesores, como todos, son seres humanos que también tienen sus propios problemas, viven en sus
propios mundos y no pueden dar cuenta -aunque quisieran- de todo lo que pasa con sus estudiantes. El
campo de acción del docente es más bien limitado y no puede hacerse cargo de todo. Si las escuelas
mismas no toman acciones frente a la resiliencia es muy difícil obtener resultados positivos. Es el
sistema mismo el que requiere transformación.
Para fomentar la resiliencia el sistema educativo debe tener algunos cambios, debe integrar la enseñanza
de la resiliencia al plan de estudios, mostrándola en perspectiva de diversas asignaturas. Puede, por
ejemplo, en ética y valores verse como el resultado de la enseñanza de valores como la perseverancia,
el trabajo en equipo, la tolerancia y la paciencia. También puede hacerse énfasis en el valor y la
importancia de la resiliencia en misma. En educación física se pueden incluir actividades deportivas
que requieran perseverancia, esfuerzo y trabajo en equipo, que ayuden al estudiante a obtener
herramientas para afrontar los momentos difíciles. En el área de tecnología pueden emplearse diversas
herramientas tecnológicas que le ayuden al alumno a resolver problemas y superar situaciones adversas.
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Y en las ciencias sociales puede hacerse recorrido del papel que ha jugado la resiliencia en los distintos
momentos históricos y las enseñanzas que eso deja.
Por último, solo queda por decir que la resiliencia es algo por lo que se debe seguir apostando, es un
proceso que debe seguirse fomentando para que no perezca y para que resulte del mejor modo, es algo
que puede ser muy benéfico para las escuelas mismas y para todos sus integrantes, es algo de lo cual
todos deben aprender y que resulta fundamental para el bienestar emocional y psicológico del individuo.
La invitación es, entonces, a que se sigan creando estrategias que permitan el estudio de la resiliencia y
que se brinden herramientas para fomentarla, la idea es que día a día se aprenda más de esta bella
habilidad y que se implemente cada vez que sea necesario. Como todavía es un concepto relativamente
nuevo, seguro habrá muchas nuevas cosas por conocer, reevaluar y replantear, pero lo importante es que
el espíritu investigativo se mantenga a flote.
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