¿Qué se está haciendo para fomentar la resiliencia en las escuelas?

Un acercamiento al sistema educativo en general y, especialmente, al colombiano

 

Jeny Gicela Vargas Moreno[1]

[email protected]

https://orcid.org/0000-0002-6907-6893

 

 

RESUMEN

En este artículo lo que se presenta es un estudio de la resiliencia y su aplicación al ámbito educativo, caracterizado por excelencia por la figura del docente. La primera sección versa acerca del concepto de resiliencia y de sus múltiples acepciones, empezando por el hecho de que se trata de una noción “nueva”, estudiada desde hace pocos años. También se caracteriza aquella noción en torno a la cual gira el ensayo, que es aquella según la cual la resiliencia no es algo innato, definitivo e inmutable, sino que es un proceso y por ello mismo es variable y dinámico. En la segunda parte se trata el tema de la resiliencia en las escuelas, siendo estas un factor de protección, y algunas estrategias para su fomento. Asimismo, se expone la necesidad de que no solo el estudiante sea resiliente, pues también el maestro, para enseñar resiliencia, debe ser un ejemplo a seguir y ser, de igual forma, resiliente. Para este caso se describen las cualidades y actitudes de un maestro resiliente y aquellas cosas que no suele hacer casi nunca. En el siguiente apartado se trata puntualmente el tema de la resiliencia en las escuelas colombianas, dando una visión panorámica de sus puntos fuertes y débiles. Por último, se presentan algunas conclusiones derivadas de las secciones anteriores, resaltando la importancia de continuar estudiando y promoviendo la resiliencia.

 

Palabras claves: resiliencia; educación; proceso; adversidades; sistema educativo colombiano; factores de riesgo; factores de protección.


 

What is being done to build resilience in schools?

An approach to the educational system in general and, especially, to the Colombian

 

ABSTRACT

This article presents a study of resilience and its application to the educational field, characterized by excellence by the figure of the teacher. The first section deals with the concept of resilience and its multiple meanings, starting with the fact that it is a "new" notion, studied only a few years ago. It also characterizes the notion around which the essay revolves, which is that resilience is not something innate, definitive and immutable, but is a process and therefore variable and dynamic. The second part deals with the topic of resilience in schools, being these a protective factor, and some strategies for its promotion. Likewise, the need for not only the student to be resilient is exposed, but also the teacher, in order to teach resilience, must be an example to follow and be, in the same way, resilient. For this case, we describe the qualities and attitudes of a resilient teacher and those things he or she rarely does. The following section deals with the topic of resilience in Colombian schools, giving an overview of their strengths and weaknesses. Finally, some conclusions derived from the previous sections are presented, highlighting the importance of continuing to study and promote resilience.

 

Keywords: resilience; education; process; adversities; Colombian educational system; protective factors, risk factors.

 

 

 

Artículo recibido 01 abril 2023
Aceptado para publicación: 15 abril 2023

 

INTRODUCCIÓN

Los seres humanos a lo largo de su vida, se enfrentan a diversas situaciones que les otorgan experiencias y vivencias necesarias para afrontar los retos del día a día, algunas positivas y otras negativas, lo cierto es que en el caso de estas últimas, es fundamental asumir la resiliencia como una práctica que permite contrarrestar las situaciones adversas que puedan presentarse, y que ameritan de una pronta solución. Ante ello, ser resilientes les permite a las personas ser optimistas, actuar de manera positiva ante los conflictos, y salir fortalecidos de ellos, logrando así desarrollar su potencial y crecimiento humano.

En el contexto educativo, también es de suma importancia incluir la resiliencia como un camino a seguir para afrontar las problemáticas escolares. Por consiguiente, se requiere que tanto los estudiantes como los docentes y demás actores de la comunidad educativa la asuman en sus labores cotidianas, en aras de obtener resultados satisfactorios. En consecuencia, se hace urgente la inclusión de la resiliencia en las escuelas, las instituciones públicas y privadas, y en otras que así lo ameriten. Se trata entonces, de contar con este recurso para reducir el impacto de las amenazas que pudieran darse, y mitigar la posibilidad de que se transformen en desastres que atenten contra la seguridad y calidad educativa en las instituciones.

Por tal razón, en atención a lo expresado, cabe preguntarse: ¿Cuáles son las estrategias que permiten el fomento de la resiliencia en los docentes y estudiantes de las escuelas del Sistema Educativo Colombiano?

METODOLOGÍA

La presente investigación es de tipo descriptiva, la cual en palabras de Hurtado de Barrera (2015) es aquella cuyo objetivo es describir de manera precisa el evento de estudio. En este tipo de investigación se enumeran detalladamente las características del evento de estudio. La indagación en el caso de las investigaciones de tipo descriptiva va orientada a ofrecer respuestas a las preguntas quién, qué, dónde, cuándo, cuántos (Borderleau, 1987, c.p. Hurtado de Barrera, 2015). Las investigaciones descriptivas trabajan con uno o con varios eventos de estudio. En este tipo de investigación no se estudian relaciones causales entre los eventos ni se formulan hipótesis. La investigación descriptiva concluye con la identificación de características. (Hurtado de Barrera, 2015)

En relación con lo planteado, con la investigación en curso se pretende describir las estrategias que permiten el fomento de la resiliencia en los docentes y estudiantes de las escuelas del Sistema Educativo Colombiano.

En este sentido, el modelo epistémico en el que se circunscribe esta investigación es la fenomenología. Para Husserl (1995, c.p. Hurtado de Barrera, 2008) representa “la intuición esencial ejecutada sobre la base de intuiciones singulares ejemplares de vivencias [...] y la fijación descriptiva en conceptos puros de la esencia intuida” (pág. 227). Según Kogan (1967 c.p. Hurtado de Barrera, 2008) lo que hace posible la descripción fenomenológica es que el investigador deja a un lado sus prejuicios y abre su conciencia al objeto para poder vivenciarlo a plenitud. A esa actitud de dejar a un lado las preconcepciones y abrirse a la experiencia se le ha denominado epoché o epojé.

En correspondencia con el modelo epistémico señalado, se empleará el método fenomenológico, también denominado método esencialista. Los pasos del método de la fenomenología según Hernández (2000, c.p. Hurtado de Barrera, 2008) son:

§  Descripción: El evento de estudio (llamado fenómeno), se describirá tal y como se presenta, sin llegar al análisis ni la explicación. Esta descripción sucede gracias a la intuición, definida en este caso como la aprehensión del evento por la conciencia.

§  Reducción (epojé): El investigador deja a un lado sus teorías y conocimientos previos para propiciar una vivencia original y distinta del evento. Esto hace que se perciban aspectos antes no vistos.

§  Búsqueda de “esencias”: Consiste en la búsqueda del sentido dentro de la totalidad. Aquello que conecta al evento con lo universal y lo invariante.

En función de lo planteado, se asume la resiliencia como un fenómeno de tipo social, el cual se asocia a algunos estados, condiciones y resultados: la resistencia, la restauración, la preservación, organización social, administración, recuperación, adaptación, entre otras. El estrés, la adversidad, la perturbación y el desastre también forman parte de dicho fenómeno. (Rodríguez, 2020)

Con la fenomenología, se describe desde la experiencia de los investigados, sin prejuicios, tendencias, orientaciones ni inclinaciones previas (Brennan, 1999, c.p. Hurtado de Barrera, 2012).

 

 

Sobre el concepto de resiliencia

En los últimos años la noción de resiliencia ha generado bastante interés entre los profesionales de distintas disciplinas y se ha configurado como un concepto clave en el ámbito de la educación (tanto para educadores como para educandos), si bien su primera aparición fue en el ámbito de la psicología. Pese a que el surgimiento de la palabra pueda establecerse desde hace mucho tiempo atrás, su estudio se lleva a cabo desde hace aproximadamente 50 años. El origen de la palabra proviene del latín resilio, que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar (Becoña, 2006).

Esta noción puede tener diversas acepciones dependiendo del dominio al que se aplique. En el aspecto físico puede entenderse como la capacidad que tiene un cuerpo para recuperar su estado o posición originaria después de haber sufrido alguna perturbación (los resortes, por ejemplo). En la ingeniería se refiere a la cantidad de energía que puede absorber un material antes de deformarse plásticamente. En la osteología se usa para expresar la capacidad que tienen los huesos para crecer correctamente después de una fractura. En el campo de las ciencias sociales sirve para reconocer que la vida no es perfecta, que el ser humano está sumido en un mundo lleno de tropiezos y dificultades, de cosas buenas y malas; y muchas no están bajo su dominio, no puede cambiarlas, aunque quisiera. Ahora bien, pese a que el ser humano no pueda cambiarlas -en todos los casos-, lo que sí puede decidir es la actitud que va a asumir ante estas situaciones. Es aquí donde la resiliencia cobra sentido como aquella cualidad que tienen las personas para resistir y superar situaciones traumáticas, riesgosas, estresantes, críticas, trágicas y amenazantes; es decir, es aquella capacidad (pensamientos, sentimientos, conductas, acciones) necesaria para desarrollar una conducta adaptativa.

La definición más aceptada de resiliencia es la de Garmezy (1991): “la capacidad para recuperarse y mantener una conducta adaptativa posterior al abandono o la incapacidad inicial al surgir un evento estresante” (p. 459; traducción propia). Sin embargo, esto no debe interpretarse como que las personas resilientes crean una indiferencia, resistencia absoluta o una suerte de apatía ante las situaciones adversas. Lo que sucede, en realidad, es que aprenden a manejarlas, son conscientes de que los momentos difíciles no son para siempre ni son el fin del mundo y buscan estrategias para solventar los malos ratos. El resiliente también se permite los sentimientos negativos, pero no se queda en ellos, va más allá y no permanece estancado, logra mantener en equilibrio su vida, física y mentalmente, de tal manera que ni su rendimiento ni su cotidianidad se vean afectados. El resiliente tampoco niega la experiencia vivida, lo que hace es resignificarla, la usa como un medio para replantear cosas que tengan que ver con su existencia, con el mundo, con sus relaciones interpersonales y/o consigo mismo. En este sentido, la resiliencia puede surgir en una triple dirección: (i) superar la adversidad, (ii) prepararse para afrontar las dificultades venideras y (iii) aprender de las adversidades (González & Llamozas, 2018, p. 32). La convergencia de estos tres aspectos es lo que garantiza un satisfactorio proceso resiliente.

Siguiendo a García-Vesga y Domínguez (2013), las definiciones de resiliencia pueden agruparse en cuatro tipos: (i) Aquellas que relacionan la resiliencia con la adaptabilidad; este enfoque es propio de la “primera generación”, entre los años 1970 y 1980. En este caso, se ve a la resiliencia como una adaptación positiva frente a los riesgos o vulnerabilidades, pero -en el caso de la primera generación- no se traza una diferencia entre adaptación como supervivencia y adaptación positiva, que implica aprender de la situación y aplicarlo al futuro, obteniendo “[…] éxito en la consecución del comportamiento resiliente […]” (García del Castillo Rodríguez et al., 2016, p. 61). Muchas veces los que adoptan esta postura también se comprometen con la idea de que se nace siendo resiliente, la cual es ampliamente discutida. (ii) Aquellas que incluyen el concepto de habilidad o capacidad y se corresponden con la segunda generación (1980-1990). Aquí se postula la resiliencia como una capacidad que se desarrolla, que se forma, algo que es parte de la evolución y que debe promoverse desde la niñez. La resiliencia es, entonces, una capacidad o habilidad para sopesar de manera exitosa las adversidades. (iii) Aquellas que se centran en la relación entre lo interno y lo externo, estableciendo una constante interacción entre ellos. Lo que permite la emergencia de la resiliencia es una combinación entre lo interno (el sujeto en cuestión, sus competencias cognitivas, sus rasgos físicos y emocionales) y lo externo (como tal el mundo, pero con especial énfasis en el entorno familiar y social). (iv) Aquellas que comprenden la resiliencia como un proceso y una adaptación y se corresponden con la tercera generación (1990). La idea aquí es que la resiliencia es un proceso dinámico resultado de la relación entre diversos factores, el sujeto y su entorno. A partir de esta postura surgen las nociones de factores de riesgo y factores de protección de la resiliencia, los cuales abarcan los elementos que pueden facilitar o dificultar la evolución del proceso resiliente. Vale la pena aclarar que estos factores no son definitivos ni inmutables, por el contrario, se transforman, se habitúan a un contexto, a un sujeto, y lo que es o no riesgoso puede ser intercambiable dependiendo de las circunstancias por las que esté pasando el individuo afectado o beneficiado. Un ejemplo de esto puede ser el residente de una casa la cual es asaltada por ladrones. Antes su casa era un lugar de descanso, un sitio seguro alejado de los problemas del exterior, pero ahora que han irrumpido en ella no puede -por lo menos durante un tiempo- verla del mismo modo. Algo que antes servía como herramienta para desarrollar la resiliencia ahora es algo que la impide.

Si bien los grupos de definiciones presentados sintetizan los puntos clave para entender qué dice cada una de ellas sobre la resiliencia, la diversidad es impresionante. Sería en vano trazar una concepción concreta y limitada de lo que esta significa, pues sigue siendo un concepto nuevo del cual todavía hay mucho que aprender. No obstante, aunque no sea conveniente restringirse a una definición especifica, puede tomarse la que resulte más adecuada para el caso a estudiar y/o analizar o, si es posible, algún tipo de combinación entre alguna de ellas. En palabras de García-Vesga y Domínguez (2013):

Estos desacuerdos en las definiciones llevan a concluir que el fenómeno es complejo y que no tiene una sola explicación causal, sino que tiene que ser concebido como un proceso multifactorial en el que convergen las distintas dimensiones del ser humano. (p. 66)

Para efectos prácticos, en este artículo se hará especial énfasis en la resiliencia como un proceso dinámico de adaptación positiva, dado que es una de las concepciones más completas que permiten visualizar el fenómeno globalmente y verlo aplicado a las aulas. Esta es, también, una de las nociones más utilizadas en la actualidad. La definición paradigmática es la que ofrecen Luthar, Cicchetti y Becker (2000), según los cuales la resiliencia es “[…] un proceso dinámico que conlleva una adaptación positiva en contextos de adversidad significativa.” (p. 543; traducción propia). Desde este punto de vista, los términos claves para entender la resiliencia son: el proceso, la adversidad y la adaptación positiva.

La resiliencia, así entendida, se contrapone a la creencia común de que niños con infancias traumáticas posteriormente van a desarrollar patologías (el paradigma es aquí el trastorno de estrés postraumático), van a quedar “marcados” con los acontecimientos y no van a tener una vida, un comportamiento o unos pensamientos “normales” en comparación con los demás. Tal creencia se ha demostrado falsa, pues aunque es cierto que en algunos casos se generan ciertas patologías a partir de traumas, esto no sucede en todos los casos (Vera, Carbelo & Vecina, 2006). En realidad, muchas veces las personas afrontan la situación, aprenden de ella y la usan como una fortaleza, como un motor para seguir adelante. Las personas tienen una resistencia (que quizá pueda considerarse innata) para sopesar las desventuras, un instinto de supervivencia que implica también el rebuscarse un buen vivir y una vida feliz, un conatus según el cual “[c]ada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser.” (Spinoza, 1980, p. 131). Por eso mismo las personas buscan alternativas antes de recurrir al suicidio, este nunca es la primera opción. Los que se suicidan lo hacen porque no ven más alternativas, porque después de buscar medios para solucionar sus problemas e inconvenientes ninguno resulta ser útil, ninguno los saca de la desdicha. Es aquí cuando se agota su resiliencia, pues no logran enfrentar la ideación suicida y ceden ante sus impulsos. El suicidio es un problema relacionado -en parte- con la falta de resiliencia, con dejarse llevar de las adversidades, y es uno que aqueja en gran medida a los adolescentes.

En este sentido, promover y dar herramientas para fomentar la resiliencia en la escuela puede hacer la diferencia entre que un alumno se suicide o que no lo haga. Por consiguiente, los educadores pueden jugar un rol fundamental en la vida de sus alumnos y sus enseñanzas pueden repercutir en las acciones y pensamientos que puedan tener. Desde luego, esto no significa que todo el peso recaiga sobre el docente, cada persona es un mundo y tiene libre albedrio para decidir qué hacer o qué no hacer. El punto es, más bien, que desde la educación se pueden estimular ciertas capacidades y aptitudes que sean de ayuda a los estudiantes para solventar momentos difíciles.

El asunto de si una persona nace o se hace resiliente es bastante discutido, pero, en todo caso, parece ser que toda persona puede llegar a ser resiliente. La cuestión es que a algunas personas les cuesta más llegar a serlo (o en otros casos no les interesa) y requieren de cierta ayuda y/o orientación para lograrlo. Para ello muchas veces se requiere de intervención terapéutica, psicológica y/o psicoanalítica, y de una formación más o menos sólida en ética y valores, incluyendo una formación íntegra en el hogar y el establecimiento de vínculos afectivos sólidos. Es importante recordar que todos viven en un mundo intersubjetivo en el que las relaciones interpersonales son menesteres para el desarrollo individual y grupal (por ejemplo el de una comunidad). Muchas veces tener a alguien al lado, tener un apoyo, son cuestiones fundamentales para que un individuo supere un suceso traumático. “De hecho, parece casi imposible “superar” la adversidad sin la presencia de afecto.” (Henderson & Milstein, 2003, p. 33) “[…] parece imposible superar las dificultades y crecer humanamente sin el alimento del afecto.” (Uriarte, 2006, p.14). El hombre es un animal social (cfr. Aristóteles, Política, 1253a) y por ello su ser resiliente se va construyendo en comunidad, con un apoyo directo o indirecto de lo que los rodean. Desde luego, esto no quiere que por sí misma una persona no pueda ser resiliente ante un evento, sino que lo más natural es que lo haga en compañía de los demás.

Ser resiliente ante un evento no quiere decir que se sea, necesariamente, resiliente a otro o a otros. La resiliencia no es algo que se tenga o que se obtenga de forma absoluta. “Es la resultante de un proceso dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa de la vida y que puede expresarse de muy diferentes maneras en diferentes culturas” (Vera, Carbelo & Vecina, 2006, p.44). Para ser resiliente también entran en juego aspectos de la personalidad como las conductas, los pensamientos y las emociones. Como se observa, todos estos elementos son variables y moldeables, de modo que en ningún caso hay un manual y/o unas pautas establecidas que definan un método infalible para ser resiliente en X o Y caso particular. Cada ser humano afronta las adversidades como mejor pueda y las experimenta de diversas maneras, puede que en determinado contexto le resulte más difícil ser resiliente, mientras que otros pueden afrontarlos y superarlos con una adaptación positiva sin necesidad de esfuerzos abismales.

Resiliencia en la escuela. Especial énfasis en la educación colombiana

En el sistema educativo colombiano el concepto de la resiliencia puede, o más bien, debería ser un elemento fundamental a la hora de educar a su alumnado. El objetivo fundamental de la educación no es que los alumnos aprendan una serie de pasos para resolver una ecuación, o que se sepan de memoria la historia de América Latina o las leyes de Mendel. A lo que apunta la educación es a crear seres humanos íntegros; a proveer herramientas mentales, emocionales y sociales que ayuden al individuo a desenvolverse satisfactoriamente en la sociedad en la que vive; a brindar elementos para que una persona encuentre su vocación; a crear una formación sólida en ética y valores que permitan que el sujeto sea empático y sea solidario con los otros, consigo mismo, y con el mundo. Sin embargo, para desarrollar todo esto es necesaria la resiliencia. Es necesario un ser humano que no se rinda porque sacó una mala nota, sino que tome sus equivocaciones como un motor para aprender, para hacer las cosas de un modo distinto. Es necesario un ser humano que aprenda a afrontar las adversidades, que, pese a que tenga dificultades en su hogar, que no deje que eso le consuma la vida, que no permita que eso le arrebate sus sueños e ilusiones, y que sea capaz de seguir adelante. Si en algún curso hay un chico que tenga dificultades económicas, familiares y/o de salud, le será muy difícil llegar a ser resiliente por sí solo. Es aquí, especialmente, cuando por medio de la educación se pueden proporcionar instrumentos que le ayuden a solventar la situación. Un maestro también es alguien que escucha, que aconseja, alguien perceptivo que puede darse cuenta de que un alumno no se encuentra bien y que puede acompañarlo, de algún modo (construyendo resiliencia a partir de las esperanzas y el optimismo), durante su proceso resiliente.

Según Waxman, Gray y Padrón (2003), “El concepto de "resiliencia educativa" no se ve como un atributo fijo, sino como algo que puede fomentarse centrándose en los factores "alterables" que pueden afectar el éxito de un individuo en la escuela.” (p.1; traducción propia). Estos autores, además, consideran que el papel de los educadores es fundamental para la creación de relaciones relevantes con sus estudiantes, puesto que la escuela es uno de los ambientes más propicios para la construcción de resiliencia (el otro es la familia). “En la infancia y adolescencia, la figura del profesor y, en general, las experiencias escolares se convierten en constructores especiales de resiliencia.” (Uriarte, 2006, p. 14)

Por otro lado, Rojas (2015) entiende la “resiliencia académica” como la capacidad para hacer frente a la adversidad, el estrés o la presión en los ámbitos académicos. Para la aplicación práctica de esta noción, está presente el modelo propuesto por Nan Henderson y Mike Milstein (2003) denominado “Rueda de la Resiliencia”, el cual consiste en una estrategia de seis pasos para promover la resiliencia en las escuelas. Esta secuencia, a su vez, puede dividirse en dos: las que buscan mitigan el riesgo y las que buscan construir la resiliencia. En el primer grupo se plantean las siguientes estrategias:

1.       Enriquecer los vínculos, que consiste en fortalecer las relaciones entre los individuos y cualquier persona o actividad prosocial.

2.       Fijar límites claros y firmes, elaborando e implementando políticas y procedimientos escolares coherentes y explicitando las expectativas de conducta.

3.       Enseñar habilidades para la vida como la cooperación, la resolución de conflictos, la asertividad, la resolución de problemas, las destrezas comunicacionales, el manejo adecuado del estrés y la toma de decisiones. Su aplicación y enseñanza en las aulas ayuda a los alumnos a aprender a manejar los peligros de la adolescencia, sobre todo el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas (Botvin y Botvin, 1992).

Las próximas estrategias recogen las condiciones que se presentan usualmente en la vida de las personas resilientes:

4.       Brindar afecto y apoyo incondicional, bien sea proporcionado por alguien de su familia, un conocido, un amigo, una mascota, una institución, u otro.

5.       Establecer y transmitir expectativas elevadas que permitan que el sujeto se motive.

6.       Brindar oportunidades de participación significativa. Otorgar a los estudiantes, a sus familias y al personal de la escuela un alto nivel de responsabilidad por lo que ocurre en la institución educativa incentivándolos a resolver problemas, tomar decisiones, planificar, establecer objetivos y ayudar a otros.

La educación es, asimismo, un factor de protección que ayuda a reducir los efectos negativos de la exposición a riesgos y al estrés. En términos de Uriarte (2006):

[L]a escolarización y las experiencias escolares son también factores protectores para niños de riesgo procedentes de ambientes familiares conflictivos y entornos sociales desfavorecidos y puede contribuir al desarrollo de una madurez personal para afrontar las dificultades futuras. (p. 15)

Los educadores pueden jugar un rol fundamental a la hora de tratar con alumnos con problemas o familias disfuncionales. Los alumnos pueden acudir a ellos en busca de apoyo y ayuda y pueden establecer una relación que va más allá del mero aprendiz y el instructor. También es esencial el establecimiento de un ambiente escolar sano y amigable, en el que el alumnado se sienta cómodo y a gusto.Si el profesor genera un ambiente de aprendizaje amable y agradable con tono humano, logrará que los estudiantes estén motivados y puedan ver en su quehacer diario una realización personal” (Villalobos & Castelán, 2016, p. 4). La escuela es, de este modo, un sitio relevante donde los estudiantes aprenden a desarrollar habilidades y cualidades (cognitivas, sociales, emocionales) que sean útiles para afrontar su día a día y que les ayude a convertirse en adultos funcionales.

Para crear alumnos resilientes también es necesario ser resiliente. Es decir, debe ser una característica del docente el ser resiliente, con un manejo adecuado de la dimensión emocional, motivacional y social; profesores emocionalmente estables, perseverantes, empáticos, creativos, con confianza en sí mismos, sentido del humor, relaciones positivas, resolución de problemas, toma de decisiones, alta autoestima, manejo de relaciones difíciles, buena tolerancia a la frustración y al estrés y dedicados a su trabajo.

Harris (2021) plantea que, debido a la dificultad que acarrea la labor docente, la resiliencia es la clave para enfrentar la cotidianidad en las aulas. Los educadores se enfrentan a una cantidad significativa de estrés en su día a día, lidiando con alumnos, padres de familia, clases, calificaciones, evaluaciones y a veces incluso con las directivas mismas. Pero los docentes no pueden dejarse llevar de sus emociones (más aún si son negativas), deben sobreponerse a ellas y afrontarlas, asumiendo todo de la mejor manera posible. De este modo, Harris propone 17 acciones que llevan a cabo los docentes resilientes: (i) cuidan su salud; (ii) practican el agradecimiento y (iii) el replanteamiento; (iv) comprenden el poder del “no”; (v) controlan sus emociones y (vi) conocen sus desencadenantes; (vii) manejan el estrés; (viii) crean una red de apoyo profesional; (ix) tienen una vida por fuera del aula; (x) son organizados; (xi) se enfocan en lo que pueden controlar; (xii) saben recibir retroalimentación; (xiii) se autodefienden; (xiv) crean y controlan sus metas; (xv) se desconectan; (xvi) se divierten y se ríen con sus estudiantes; y (xvii) ayudan a los estudiantes a ser resilientes. Por otro lado, este autor también plantea las actitudes y acciones (cuatro) que casi nunca realizan los maestros resilientes: (i) casi nunca se castigan por errores pasados; (ii) no se quejan demasiado; (iii) no se asustan por el cambio; y (iv) no suelen huir de los conflictos.

En todo caso, vale la pena preguntarse, ¿qué tanto se está fomentando e inculcando la resiliencia en las instituciones educativas colombianas?, ¿qué tanto los planes de educación se enfocan en brindar herramientas para que los alumnos se vuelvan resilientes?, ¿qué tanto esta labor es relegada a los docentes y no es genuinamente una preocupación de las instituciones? Si bien en los colegios existe una asignatura denominada “ética y valores”, esta es una materia secundaria, por así decir, de baja intensidad horaria, de la cual solo se habla en el ámbito meramente académico en la clase de una hora de duración a la semana. La formación íntegra en ética y valores, pese a que es un pilar de la educación, no siempre se lleva a cabo de la manera correcta. Muchas veces son los docentes mismos los que por su cuenta ayudan a los alumnos a desarrollar y fortalecer ciertas habilidades, mientras que los colegios no les dan los medios suficientes para lograr su cometido. La escuela, por sí misma, no forma a seres humanos resilientes, su estructura no está diseñada para eso; en cambio, los profesores, como representantes del sistema educativo y personas que se preocupan por el bienestar de sus estudiantes, están en capacidad de transmitir su resiliencia y ser modelos a seguir. El problema viene a ser, entonces, qué tanto se sobrecarga a los docentes con labores dentro y por fuera del aula y se les responsabiliza de cosas que, en principio, no tendrían que realizar.

Hay instituciones educativas en la que hay muchos niños y adolescentes con diversos y heterogéneos problemas difíciles de manejar que afectan su entorno académico. Un grupo limitado de docentes es insuficiente para concentrarse en casos particulares en cursos de entre 35 y 40 estudiantes. Este es uno de los principales problemas de la educación colombiana, en la que, debido a su cantidad de educandos por aula, no es posible poner atención a cada caso individual. Muchas veces los docentes tienen problemas para tratar adecuadamente con ciertos alumnos, pues no hay propiamente un espacio en el puedan interactuar de manera directa con ellos, escucharlos y ser como una guía para estos. El docente está inmerso en un medio en el que tiene que atender a todos y a ninguno a la vez, en el que atender a uno solo es abandonar al resto del grupo, en el que tiene que maniobrar para mantener el control del curso y detectar esos casos complejos sobre los cuales va a poner mayor énfasis. Desde luego, el maestro no puede con todo, pero cualquier esfuerzo que haga en pro del bienestar de sus alumnos debe ser reconocido. Es algo que el profesor hace (pese a todas las adversidades) porque le nace y no porque le toca.

La labor docente también ha resultado elemental para contrarrestar los efectos negativos resultantes de la pandemia de la COVID-19. Durante este tiempo, en los estudiantes, el aspecto educativo que más se vio afectado fue el área afectivo-emocional del aprendizaje, pues resultó muy difícil para los alumnos manejar su parte emocional, rodeada de frustración, estrés, desconcierto, desánimo, miedo, tristeza, depresión y ansiedad. En estos momentos la formación también estuvo orientada hacia la resiliencia, para que los educandos aprendieran a controlar sus emociones y a solventar las dificultades. Durante la pandemia el docente estuvo ahí, así fuera de manera virtual, apoyando y acompañando a sus estudiantes, preguntando por qué no asistían a clases o no presentaban tareas, y no dejando que ninguno de ellos pasara desapercibido.

 

 

Una mirada crítica al tratamiento de la resiliencia en las escuelas colombianas

Como se vislumbró en la sección anterior, hay diversas estrategias para promover la resiliencia en las escuelas. Sin embargo, estas muchas veces no son implementadas por los colegios mismos, sino que esta labor se ve relegada al docente. Esto representa un problema porque el maestro queda sobrecargado de cosas y se le imposibilita llevar a cabo su ocupación del mejor modo. Esto, sin decir más, pensando especialmente en los colegios privados en los que los docentes tienen más de 30 horas efectivas de 60 minutos en su asignación semanal (lo dictado por el Ministerio de Educación Nacional son 22 horas de 60 minutos), lo que les resta tiempo para calificar, preparar clases, atender padres de familia, entre otros. En muchas de las instituciones privadas los profesores tampoco tienen un tiempo de descanso como tal, y cualquier “hora libre” que tengan deben destinarla a vigilar a los estudiantes (ver que no haya conflictos, problemas). En estos escenarios resulta casi imposible que el maestro pueda destinar su tiempo (pues no tiene) a tratar las dificultades de los estudiantes, guiarlos y apoyarlos; le resulta muy difícil actuar como un superhéroe y sortear las complicaciones.

Si bien el peso de incentivar la resiliencia está en los hombros de los docentes, en Colombia existen diversas iniciativas y programas con los que esta se puede promover:

1.       Programa Nacional de Convivencia Escolar: es una estrategia nacional que busca mejorar la convivencia en las escuelas del país, mediante el fomento del respeto, la tolerancia y la solidaridad entre los estudiantes.

2.       Escuela de padres: busca involucrar a los padres al contexto educativo con el fin de ayudarles a desarrollar herramientas sociales y emocionales.

3.       Escuela de líderes: busca ayudar a desarrollar en los estudiantes habilidades de liderazgo, fomentando la toma de decisiones y la participación activa.

4.       Proyecto Aulas en Paz: busca fomentar la convivencia pacífica y la prevención y resolución de conflictos en las escuelas colombianas.

5.       Programa de fortalecimiento de la autoestima: busca mejorar la autoestima de los estudiantes del país mediante el desarrollo de habilidades socioemocionales como la autoconfianza, la empatía, la resiliencia y el autocontrol, con el fin de mejorar la salud mental y el bienestar emocional de los estudiantes.

Ahora bien, pese a que existan estos programas y estas iniciativas, el sistema educativo colombiano sigue con variopintas falencias. Entre ellas:

1.       Falta de recursos: en Colombia la falta de recursos es un problema de todos los días; se trata de un país tercermundista con muchas dificultades entre las cuales resalta la pobreza. “Colombia tiene uno de los niveles de pobreza más elevados de América Latina” (como se cita en Rico, 2022), revela un informe de la OCDE. Esto repercute en el sistema educativo, puesto que a causa de ello resulta imposible implementar ciertos programas que busquen la promoción de la resiliencia, y en el caso de que lleguen a ponerse en marcha, posiblemente se abandonen al corto tiempo debido a problemas de financiamiento.

2.       Falta de capacitación: puesto que se delega a los docentes la labor de promotores de resiliencia, es importante que ellos se encuentren capacitados en el tema y que tengan la disposición para enseñarlo. Pero esto no pasa en todos los casos, precisamente por el problema anterior. Sin financiación no es posible pagar capacitación.

3.       Falta de participación y motivación de los estudiantes: muchas veces los estudiantes no se ven interesados en desarrollar ciertas habilidades y prefieren quedarse en la comodidad de lo ya conocido. Esto es bastante problemático, desde luego.

4.       Enfoque en los síntomas y no en las causas: muchos de los programas e iniciativas se centran en los síntomas que presentan los estudiantes, pero no en las causas de los problemas. Cuando no se ataca la raíz del problema toda solución es provisoria y temporal.

5.       Falta de seguimiento y evaluación: muchos de los programas e iniciativas no tienen métodos de evaluación adecuados para medir su efectividad (tampoco hay herramienta infalible para medir la resiliencia) y no realizan un seguimiento de cada caso particular para evaluar su avance o retroceso. De modo que se desdibujan los resultados a largo plazo. Sin una evaluación adecuada es imposible saber qué funciona y qué no en la promoción de la resiliencia en los colegios.

CONCLUSIONES

A partir de lo observado es posible sacar algunas conclusiones. En primer lugar, habría que decir que el fenómeno de la resiliencia y su importancia es algo que va en constante crecimiento, cada vez se le presta más importancia y, como consecuencia, día a día se buscan más herramientas para promoverla y fortalecerla. Ser resiliente ante una situación es algo que conlleva muchas ventajas, ayuda a sobrellevar las cosas de una mejor manera, a ver el lado positivo de las cosas, a no dejarse llevar de los sentimientos malos y negativos y a convertir las desgracias en un aprendizaje. Tener alumnos resilientes debe ser un objetivo de la educación, pues son estos alumnos los que van a responder de manera adecuada al aspecto académico y convivencial en la escuela, van a ser los que tengan una formación más íntegra y quienes estén dispuestos a ayudar a los otros. Sin embargo, que los colegios lleven a cabo programas e iniciativas para promover la resiliencia no es algo sencillo, pues para empezar representa algo que está por fuera de su estructura y de su manera de proceder. En el caso de Colombia, que es el que interesa aquí puntualmente, la cuestión es aún más compleja por los problemas de financiación que aquejan al sistema educativo. Muchas veces no se puede hacer gran cosa si no se cuenta con los recursos necesarios para trazar un programa bien hecho y llevarlo a cabo de una manera satisfactoria.

Tampoco parece justo que la tarea de la promoción de la resiliencia sea relegada casi en su totalidad a los docentes. Es necesario cambiar la visión de que el maestro tiene que hacer todo y poder con todo. Los profesores, como todos, son seres humanos que también tienen sus propios problemas, viven en sus propios mundos y no pueden dar cuenta -aunque quisieran- de todo lo que pasa con sus estudiantes. El campo de acción del docente es más bien limitado y no puede hacerse cargo de todo. Si las escuelas mismas no toman acciones frente a la resiliencia es muy difícil obtener resultados positivos. Es el sistema mismo el que requiere transformación.

Para fomentar la resiliencia el sistema educativo debe tener algunos cambios, debe integrar la enseñanza de la resiliencia al plan de estudios, mostrándola en perspectiva de diversas asignaturas. Puede, por ejemplo, en ética y valores verse como el resultado de la enseñanza de valores como la perseverancia, el trabajo en equipo, la tolerancia y la paciencia. También puede hacerse énfasis en el valor y la importancia de la resiliencia en sí misma. En educación física se pueden incluir actividades deportivas que requieran perseverancia, esfuerzo y trabajo en equipo, que ayuden al estudiante a obtener herramientas para afrontar los momentos difíciles. En el área de tecnología pueden emplearse diversas herramientas tecnológicas que le ayuden al alumno a resolver problemas y superar situaciones adversas. Y en las ciencias sociales puede hacerse recorrido del papel que ha jugado la resiliencia en los distintos momentos históricos y las enseñanzas que eso deja.

Por último, solo queda por decir que la resiliencia es algo por lo que se debe seguir apostando, es un proceso que debe seguirse fomentando para que no perezca y para que resulte del mejor modo, es algo que puede ser muy benéfico para las escuelas mismas y para todos sus integrantes, es algo de lo cual todos deben aprender y que resulta fundamental para el bienestar emocional y psicológico del individuo. La invitación es, entonces, a que se sigan creando estrategias que permitan el estudio de la resiliencia y que se brinden herramientas para fomentarla, la idea es que día a día se aprenda más de esta bella habilidad y que se implemente cada vez que sea necesario. Como todavía es un concepto relativamente nuevo, seguro habrá muchas nuevas cosas por conocer, reevaluar y replantear, pero lo importante es que el espíritu investigativo se mantenga a flote.

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[1] Autor Principal