Gabriela Mistral y la Educación para
la Paz Iberoamericana y Mundial
Gabriel Arturo Farías Rojas[1]prof.gfariasrojas@gmail.comUniversidad Adolfo Ibáñez (Chile)Chile
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Miriam Elizabeth Cid Uribemiriam.cid.u@usach.clUniversidad de Santiago de Chile
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Francisco Javier Orellana Gonzálezfjorella@uc.clPontificia Universidad Católica de Chile
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Marcia Aravena Ericesmaraveni@uc.clPontificia Universidad Católica de Chile
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Karenth Romina Amaro Mardonesk.amaromardones@uandresbello.eduUniversidad Andrés Bello (Chile)
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Este artículo es el resultado de una invitación de Unicervantina (en la actualidad, Unicervantes) en Bogotá, Colombia, para reflexionar sobre la Educación para la Paz desde la perspectiva del discurso de Gabriela Mistral. Por lo tanto, la idea es tomar en cuenta tanto su discurso como su biografía para comprender cómo Mistral vincula Educación y Paz en su práctica discursivo-pedagógica a lo largo del tiempo. Por un lado, es de suma importancia considerar su pedagogía en tanto maestra rural que desarrolla su carrera como docente exitosa en Chile y el mundo. Por otro lado, su discurso, aplicado a su práctica pedagógica –no como pedagogía dentro del aula, sino como enseñanza a la sociedad que la rodea en amplio espectro–, involucra abrazar fuertemente la paz como un valor. Como consecuencia de ello, el resultado global es la capacidad de Gabriela Mistral para superar la discriminación y propiciar el intercambio comunicativo entre las comunidades del mundo. Además, en la misma línea, la defensa de la paz es un deber y, por ello, nuestra sociedad debe ser educada para su férrea defensa, incluso, y principalmente, en tiempos de guerra.
Palabras clave: Gabriela Mistral; Educación y Paz; discurso; pedagogía; comunidades
Gabriela Mistral and Education for Ibero-American and World Peace
ABSTRACT
This paper is the result of an invitation from Unicervantina (currently known as Unicervantes), Bogotá, Colombia, to reflect on Peace Education from the perspective of Gabriela Mistral’s discourse. Therefore, the idea of it is to take both her discourse and biography into account so as to understand how Mistral links Education and Peace in her discourse/pedagogical practice throughout time. On the one hand, it is of paramount importance to consider her pedagogy as that of a rural teacher who develops her career as a successful teacher in Chile and around the world. On the other hand, her discourse, applied to her pedagogical practice –not as pedagogy inside the classroom, but as teaching the society around her in broad terms–, involves the understanding of peace as a powerful embrace. As a consequence of this, the overall result is Gabriela Mistral’s ability to overcome discrimination and foster communication exchange among peoples. Moreover, the defence of peace is a must and, thus, our society must be educated towards defending it against all odds, even, and above all, in times of war.
Keywords: Gabriela Mistral; Education and Peace; discourse; pedagogy; peoples
INTRODUCCIÓN
Gabriela Mistral es la primera persona en alcanzar el Premio Nobel de Literatura en la América Latina Hispana e Ibérica. Gabriela Mistral es un sintagma cuya función es dar a luz a una de las poetas y escritoras más importantes de nuestro continente americano. Sin embargo, aunque prefiriera pensarse que la historia de esa persona comienza con Gabriela Mistral y va hacia el frente en un progresismo desmedido, lo cierto es que si miramos hacia atrás de Mistral, encontraremos una pre-historia que, gracias al rescate de la memoria, puede transformarse en la historia oculta, callada y silenciosa de quien finalmente encarna a Mistral, Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Aquello no solo es fundamental para entender el pasado no-oficial de Gabriela Mistral en tanto fuente de información para llenar vacíos biográficos de la autora, sino que fundamentalmente para entender la importancia de ese pasado en el presente de Mistral, de manera de entender las acciones de la autora como una consecuencia del diálogo que Lucila establece con el mundo. Y es precisamente esa relación que Lucila establece con el mundo desde su condición de Lucila y desde su encarnación en Gabriela Mistral la que será fundamental en la relación de ella con dos ejes centrales en su vida, la educación, por una lado, y la paz, por otra parte. Mas, aunque planteados desde una separación cuasi-cartesiana, lo cierto es que ambos aspectos tenían un diálogo permanente tanto en Lucila como en Gabriela Mistral debido a que la educación debía servir al mundo y no solo a unos pocos; asimismo, la paz era un asunto que era tarea de todos y no sólo de unos pocos. Así, una de las tareas axiomáticas en la educación mistraliana era la educación para la paz, tanto como un deber ético-moral así como un proyecto de sociedad espiritual.
La Mistral Educadora
Es interesante que quien haya sido víctima de las injusticias del sistema escolar y, por causa de ello se vea forzada a iniciar un proceso educativo autodidacta, acabe convirtiéndose, junto con Amanda Labarca, en una de las pedagogas más importantes de la primera mitad del siglo XX en Chile. Sin embargo, ese trauma de la niñez en el contexto de la escuela, y el cual será determinante en la postura de no violencia que ella defenderá en la educación, fue más o menos así, según lo relata el crítico literario y mistraliano Jaime Concha:
Muy pronto Lucila (Lucila era su nombre de bautismo, Godoy Alcayaga sus apellidos legales) va a experimentar problemas en la escuela. Se inicia aquí una saga dolorosa en que todas las instituciones del país, harán a la niña y, luego, a la mujer víctima de notorias indignidades: ladrona, débil mental, indeseable, perseguida, cesante: todo esto fue la Mistral en su propio país, de acuerdo al veredicto inapelable de sus jueces y acusadores. A los diez u once años una maestra, Adelaida Olivares, la acusa de robar papel en una escuelita de Vicuña. La pobre niña es apedreada por sus compañeras. La misma maestra, cuya clarividencia no era por cierto excesiva, la motejará asimismo de “débil mental” (consecuencia: Vicuña distará de ser un lugar amable o un recuerdo grato para ella). (Concha, 2015, p. 35)
No obstante la violencia sufrida, Lucila emprende la bonita tarea de convertirse en educadora en Chile desde el año 1904 hasta el año 1922, justo antes de ser convidada por el intelectual y entonces Ministro de Educación de México, José Vasconcelos, para ayudar en la educación de indígenas y mujeres en contextos rurales en los años posteriores a la Revolución de ese país. En su recorrido nacional desde el norte grande en la ciudad de Antofagasta hasta el sur austral en la ciudad de Punta Arenas, en su paso por Temuco, la ya entonces Gabriela Mistral “(1920-1921) –hecho muy conocido– encuentra por primera vez a Pablo Neruda, estudiante a la sazón en el Liceo de Hombres. Allí, al abrirle la puerta de su casa para recibirlo y prestarle libros rusos”, le dice: “Lea a los rusos, son los mejores.” (Concha, 2015, p. 41)
Lo anterior aún no da cuenta de su relación con la paz desde la pedagogía. Sin embargo, aquello despejará toda duda recién el año 1954, en el cual, en un discurso pronunciado en la Universidad de Chile, ella se reconocerá a sí misma como profesional de la educación. En esta perspectiva, Mistral dirá que “me siento profundamente conmovida y honrada por el alto honor que esta Ilustre Universidad me ha concedido, grado demasiado importante para una simple y antigua maestra rural.” (Del Pozo, 2015, p. 289). Aquello marca un aspecto de máximo relieve en la biografía de Mistral ya que, a pesar de haber sido discriminada por apoderados en distintos lugares de Chile (principalmente Temuco) debido a haber estado trabajando como profesora habilitada sin contar con un título de educación superior para ello; no obstante aquello, esto no le impide expresar con todas sus letras su condición de profesora, más allá del calificativo “simple” para la nominación maestra, al momento en que ella es reconocida con el grado de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Chile. Además, el auto-reconocimiento de su condición de maestra rural al agradecer la distinción universitaria es un símbolo de paz ante la violencia, en tanto discriminación, sufrida por quienes pertenecían a las zonas rurales en el período del Chile Republicano.
El conflicto entre la Ciudad y El Campo
En el período Postcolonial, la instauración de la República obedece a un sistema de corte vertical entre ciudadanos y quienes los gobiernan. De esta manera, quienes no pertenecen al sistema sociopolítico al interior de la polis, poseen un carácter de extranjeros, e incluso bárbaros, dentro de él. Así el contexto de instauración de la República, tanto en Chile como en Argentina, entre otros países latinoamericanos, generará automáticamente la dicotomía entre la ciudad y el campo. Un claro ejemplo de ello puede ser encontrado en Facundo de Domingo Faustino Sarmiento:
Saliendo del recinto de la ciudad todo cambia de aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos, sus necesidades peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Aun hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a asemejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, el frac, la silla, la capa, ningún signo europeo puede representarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado está bloqueado allí, proscripto afuera, y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos. (Sánchez, 2013, p. 95)
Aquello no hace sino dejar a Gabriela Mistral por el lado de fuera de la República, puesta que ella era una mujer campesina, una forma de violencia que no la dejará indiferente y a la cual ella combatirá pacíficamente desde la educación. Pero para ello, tanto ella debía como nosotros debemos entender el engranaje bajo el cual funcionaba la República y la ciudad en tanto motor de ella. Para ello, me gustaría citar las palabras de la Doctora en Literatura y Doctora en Filosofía, Cecilia Sánchez, quien afirma lo siguiente:
En el caso de Aristóteles, el espacio de la polis es apreciado en términos de un todo, cuyo fundamento es la palabra que permite la vida buena si se usa la voz articulada del logos, en vez de la voz fónica que podía desencadenar un mal gobierno. En su comentario sobre Atenas, Richard Sennet dirá que para un ateniense como Pericles: “la palabra griega para la ciudad, polis, significaba mucho más que un simple lugar en el mapa. Significaba el lugar donde las personas alcanzaban la unidad.” Más adelante agrega: “La fundación de Atenas era sinónimo del triunfo de la civilización sobre la barbarie”. (Sánchez, 2013, p. 93)
Ello nos da evidencia de la discriminación como una de los tipos de violencia soterrada sobre los cuales se sustentaba originalmente la República. Asimismo, la civilización se encontraba en la unidad de la polis, o ciudad, y la barbarie se encontraba en el campo. Gabriela Mistral, quien pertenecía al campo, sabía lo que significaba estar desde el otro lado de la República, pero que, al mismo tiempo, le interesaba convivir en armonía con ella. Así, Mistral dirá que:
En cuantos países he andado, vi siempre que el juego entre ciudad y campo, el confluir de lo urbano con lo rural, la fertilización de lo uno por lo otro, ha hecho de las naciones más sanas, más compactas y estables. Y vi también lo contrario; las falsas “unidades” en las cuales el campo se parece el jorobado o el maco que vive amargado alimentando a sus parientes inválidos, o sea a las ciudades-patronas, engrasadas de ocio, o en su ajetreo inútil parecen ardillas locas, cogidas de fuego. (Del Pozo, 2015, p. 291)
Es en esta falsa unidad en la cual nos gustaría detenernos, ya que anteriormente mencionamos a la ciudad como el centro unitario de la República, pero el campo no pertenece a esa unidad, lo que conlleva una falsa unidad que oprime a este último, y lo subyuga al poder del primero. De acuerdo a Cecilia Sánchez (2013, p. 93), “Para José Ortega y Gasset, la polis es la invención de un “nuevo espacio”, nada menos que el de la “república” o “politeia”, cuyo comienzo es un “hueco”: es decir, el lugar del “foro” o “ágora”. El espacio que lo precede es “el campo”, por esta razón el hombre campesino es todavía vegetal.” Y esto lo entendía muy bien Gabriela Mistral, cuya esencia campesina asumida por la mismísima Lucila y reivindicada republicanamente por Mistral era la de una mujer campesina, lo que desde el punto de vista de los derechos ciudadanos republicanos la dejaba en una condición inferior al hombre del campo, ya que ella no era solo del campo sino que no era hombre. De esta manera, si el hombre rural era miembro de la barbarie por estar en condición de vegetal, la mujer campesina era pre-vegetal. De ahí que sea fundamental la reivindicación del diálogo a través de esta pedagogía mistraliana entre el campo y la ciudad, entre la ciudad y el campo. Ese diálogo será la educación en la cual los intelectuales estarán al servicio de la comunidad de la cual provienen, de manera de democratizar el conocimiento y la sociedad. En esta perspectiva, Mistral expresará:
Nosotros, los llamados intelectuales, debemos acercarnos al pueblo raso y gastar en él las horas que despilfarramos a veces en un tipo de vida mundana que a nada conduce; podemos, sí, convivir con él frecuente(mente), haciendo presencia en sus fiestas familiares, estando en sus nacimientos, sus Navidades y sus duelos. Tal cosa no sería hazaña sino rasa cristiandad y la atadura de las clases sueltas como los dados y alejadas unas de las otras. Aquello de las Patrias en cuanto “familias nacionales”, no es metáfora superlativa; cual más, cual menos, todos vivimos del pueblo, en formas diversas; él viene a ser algo así como el segundo suelo que nos afirma y la segunda atmósfera en la cual respiramos medrando, por añadidura. (Del Pozo, 2015, p. 290 – 291)
En relación a lo anterior, y desde su cristianismo que une y pacifica a las personas en oposición a esa República que excluye a la mal llamada barbarie, es que Gabriela irrumpirá en el ambiente republicano desde su escritura para de, alguna manera, cristianizarlo y, de esta forma, generar una nueva República que entienda la unión no desde la ciudad, sino desde la intersubjetividad y reciprocidad. En este sentido, la prosa mistraliana estará fuertemente influida por su lectura apasionada de la biblia. Así, Pedro Luis Barcia afirmará lo siguiente:
¿Qué le dio la Biblia a la prosa mistraliana? “Ahora me queda por decir lo formal, que es a la vez lo esencial del contagio de la Biblia sobre mí: pues en lo hebreo andan juntos y entrabados como carne y tendón, el fondo y la forma. Los Salmos […] me habituaron a su manera de expresión que se vino conmigo como si fuese un habla familiar…” […]
Lo segundo que le aporta a su prosa es el sentido de la oralidad viva en el decir. No debe olvidarse que la mitad de la Biblia nace de la palabra oral y que esta oralidad supone una serie de recursos expresivos reiterados que constituyeron la base de la poética hebrea, que no sólo se aplicaba a los mal llamados versículos, sino también al discurso en prosa, como el de Jesús. (Barcia, 2010, p. LXXXVII)
De lo anterior se desprende el cristianismo en tanto secularización de la Fe cristiana y en el que Mistral creía firmemente. Es por ello que así como la Biblia contaba la historia de los hombres, la escritura también debía ser libre y representar no sólo a los ciudadanos de esa ciudad republicana, sino también la vida y las costumbres de aquellos que se encontraban por fuera del muro de la ciudad letrada. Su prosa, la cual cumple una función pedagógica, educadora en igualdad de dignidad de las personas, es un arma pacífica (permítasenos el oxímoron) que responde a la violencia segregadora y que pretende hacer de las generaciones venideras defensoras de la paz social. En esta línea, de su prosa en forma del género discursivo que Mistral bautizó como recados, la escritora tenía como misión mostrar, desde la identidad misma de quien representa dicha realidad, la existencia de un sector que no era mayormente considerado dentro del mundo civilizado. Ella dirá “estos recados llevan el tono más mío, el más frecuente, mi dejo rural en el que he vivido y en el que me voy a morir” (Barcia, 2010, p. LXXXII). Sin embargo ese tono más suyo, no era un discurso por fuera del muro, sino que era una manifestación del habla campesina que ingresaba sí o sí al mundo republicano. De esta manera, la paz de la prosa mistraliana entraría con fuerza a la escena de la letra de la República.
La Paz como vocablo maldito
Del mismo modo en que el campesinado era considerado como barbarie en la era republicana, la palabra paz era un sintagma indeseado en un contexto de violencia, discriminación y guerras. A su vez, una vez vivido el caos de la violencia, la humanidad volvía a cometer los mismos errores, con lo cual era necesario, según Gabriela Mistral, llevar la paz por bandera, de manera que no fuese retirada de la memoria colectiva. En esta línea, el año 1950, mientras es Cónsul de Chile en México, Mistral escribe el gran recado llamado “La Palabra Maldita”, el cual hace alusión a la Primera Guerra Mundial. El recado comienza magistralmente de la siguiente manera:
Después de la carnicería del año 14, la palabra “paz” saltaba de las bocas con un gozo casi eufórico: se había ido del aire el olor más nauseabundo que se conozca: el de la sangre, sea ella de vacunos, sea de insecto pisoteado o sea llamada “noble sangre del hombre”.
La humanidad es una gran amnésica y ya olvidó eso, aunque los muertos cubran hectáreas en el sobrehaz de la desgraciada Europa, la que ha dado casi todo y va en camino, si no de renegar, de comprometer cuanto dio.
No se trabaja y crea sino en la paz; es una verdad de Perogrullo, pero que se desvanece apenas la tierra pardea de uniformes y hiede a químicas infernales. (Del Pozo, 2015, p. 277)
Para Mistral no era solo necesario decir que se estaba en favor de la paz sino que era preciso reconocer qué es lo que la afecta y cómo reconocer aquello que pone en peligro su existencia. De lo contrario, incluso una calamidad tan grande como el de una guerra mundial puede ser olvidado fácilmente para nuevamente volver a caer en una gran catástrofe, como lo fue la Segunda Guerra Mundial o, todas las guerras internacionales y tensiones varias existentes en el mundo entero. Además, es necesario defenderla puesto que al no ser un concepto amigable para muchos grupos sociales que promueven el odio y la violencia, ser partidario de la paz es ciertamente un riesgo para quien, además de practicarla, la predica. En este sentido, Mistral cita las palabras de una carta que recibe de un anónimo, la cual dice que “la palabra ‘paz’ es un vocablo maldito. Usted se acordará de aquello de ‘Mi paz os dejo, mi paz os doy’. Pero, no está de moda Jesucristo, ya no se lleva.” (Del Pozo, 2015, p. 279). Aquello da una sensación de que, nuevamente, ser cristiano y practicar el cristiano y, por ende, estar a favor de la paz y educar discursivamente en la paz es algo peligroso en los tiempos actuales de beligerancia, porque es una propuesta refractaria con respecto a la violencia naturalizada. Sin embargo, Mistral no dejar de educar a través de su pluma que, contra viento y marea, debe seguir y predicar la paz como proyecto de vida y de sociedad. Su importante reflexión y apelativo de su recado es el siguiente:
Tengan ustedes coraje, amigos míos. El pacifismo no es la jalea dulzona que algunos creen; el coraje lo pone en nosotros una convicción impetuosa que no puede quedársenos estática. Digámosla cada día en donde estemos, por donde vayamos, hasta que tome cuerpo y cree una “militancia de paz” la cual llene el aire denso y vaya purificándolo.
Sigan ustedes nombrándola contra viento y marea, aunque se queden unos tres años sin amigos. El repudio es duro, la soledad suele producir algo así como el zumbido de oídos que se siente en bajando a las grutas… o a las catacumbas. No importa, amigos: ¡hay que seguir!. (Del Pozo, 2015, p. 280)
Con respecto a ello, es precisamente ese repudio el que se asemeja al de los cristianos alguna vez perseguidos por defender su fe en Dios. La reivindicación de la paz y del pueblo sin duda tenía un repudio oficial. Mistral tenía una escritura con dejos de oralidad propios del habla campesina y reivindicaba esa identidad desde una postura pacifista que promoviera el diálogo y la unidad de los pueblos, lo que significaba no una afrenta sino una extensión de la unidad republicana más allá de la polis. Ello sin duda tuvo mucho rechazo en la época de la escritora, lo cual le significó, al igual que los cristianos, la discriminación y la insoslayable auto-exclusión en su propio país, Chile. En una esclarecedora respuesta a otra carta anónima que le comenta sobre las consecuencias personales de defender la paz, Mistral la responde así:
Yo me conozco ya, amigo mío, eso de la “echada”. Yo también la he sufrido después de veinte años de escribir en un diario, y de haber escrito allí por mantener la “cuerdecilla de la voz” que nos une con la tierra en que nacimos y que es el segundo cordón umbilical que nos ata a la Madre. Lo que hacen es crear mudos y por allí desesperados. Una empresa subterránea de sofocación trabaja día a día. Y no sólo el periodista honrado debe comerse su lengua delatora o consejera; también el que hace libros ha de tirarlos en un rincón como un objeto vergonzoso… (Del Pozo, 2015, p. 278)
En efecto, la consecuencia de la prosa pacífica mistraliana fue su exilio simbólico en Chile al momento en que ella fue despedida del Diario El Mercurio, en el cual ella podía contribuir con su escritura en prosa campesina por fuera del muro letrado de la literatura republicana y burguesa. Su salida se debe a una orden del entonces presidente de Chile Gabriel González Videla. Jaime Concha cita las palabras exactas con las cuales Mistral relata lo sucedido:
Ya le conté que, con toda elegancia, M. (Maluenda) me ha cortado de El Mercurio. Leer el diario da de un lado tedio, del otro sonrojo (…). ¿Sabe usted que a mí me han echado de ese diario sin una sola palabra, no publicándome lo que les mando? Así, después de 28 años, como a una sirvienta. Estoy segura, aunque sin datos, de que la orden ha debido venir de lo alto… es decir de Lo Bajo (González Videla). (2015, p. 37)
Sin embargo, su gran apostolado en favor de la paz fue internacional y, además de promover la educación para la paz y por la paz y para todos los pueblos, Mistral promovió una férrea defensa a favor de la diversidad racial (en la actualidad, étnica), causa principal de muchas guerras, entre ellas la Segunda Guerra Mundial, en la cual si bien reconoce el poderío del racismo, deja en evidencia que la guerra finalizará con una victoria pacífica, es decir, de la paz. Las esclarecedoras palabras las pronuncia en su Discurso para la Celebración del Bicentenario de la Universidad de Columbia. En él, Gabriela Mistral dirá que “el xenófobo ha ganado la batalla: ahí está un hombre muerto diciendo, con las facciones de su rostro y la rigidez de su cuerpo, que es posible morir en un mundo cristiano, o budista o mahometano, sólo porque las facciones de su rostro difieran de las suyas.” (Del Pozo, 2015, p. 296) En efecto, el xenófobo ganó la batalla pero no la guerra porque, según Mistral, la victoria de la guerra será su antítesis, es decir, la paz, irónicamente siendo la palabra maldita (en relación a su propio texto en prosa) entre la temporal aceptación de lo verdaderamente maldito (es decir, la guerra) como algo positivo.
Conclusiones: La Educación para la Paz Iberoamericana y Mundial
En la Educación para la Paz que Gabriela Mistral promueve a través de sus escritos en prosa, dos eje son centrales, el fortalecimiento y la defensa de la paz del continente Iberoamericano, y la paz mundial. Sin embargo, sea ella local o global, lo importante para Mistral es su férrea defensa y convicción de la misma, en la cual se esfuerza con alterar el significante paz asociado a la debilidad o incluso pusilanimidad. Dice lo siguiente:
No es vil la prédica de la paz; tampoco es infantil; ella no indica falta de virilidad en aquellos pueblos que la tienen como el mayor de sus bienes: pero la paz grande y pura debe ser un principio álgido, una afilada voluntad de velar sobre ella, seamos católicos o protestantes, mozos o viejos, idealistas o realistas. La paz representa una ley moral, la primera entre todas, tal vez el “imperativo categórico” por excelencia y ella no es, como algunos creen, un mero ambiente para negocios prósperos. (Del Pozo, 2015, p. 262)
En la cita anterior, lo fundamental es que ese diálogo pacífico que anteriormente se menciona con respecto a la dicotomía entre ciudad y campo para así convertirnos en el pueblo cristiano que defiende Mistral, esta vez se da en un diálogo en pro de la paz, cuyo valor es transversal e independiente del credo religioso. Así, en una clara evolución de su Discurso, en una postura más ecuménica, Gabriela Mistral, aun defendiendo e identificándose como cristiana católica, reconoce la existencia del valor de la paz como algo no exclusivo de su credo sino que como algo propio de las personas y su diversidad cultural.
Con respecto a la América Latina Hispana e Ibérica, es muy interesante el carácter visionario de sus palabras, en las cuales se establece la necesidad de que América Latina sea un ejemplo de paz para el mundo y, junto con ello, de acoger a quienes necesiten de paz al provenir de ambientes de guerra. Sus palabras, en su recado titulado “Sobre la Paz y la América Latina”, dicen que “hay que mantener la paz en nuestros veintiún pueblos a fin de que en meses o en años más seamos una especie de Tercer Continente, la isla del refugio, un tercer frente salvador para los hombres desesperados que llegarán aquí en busca de sitio donde posar los pies errantes.” (Del Pozo, 2015, p. 264) Aquello no deja de llamar la atención en un período de migraciones colectivas y constantes conflictos bélicos internacionales tanto por fuera del continente latinoamericano como también dentro de él.
Al respecto de la paz mundial, Gabriela Mistral es una convencida que es desde Iberoamérica que se debe propender a la paz mundial en tanto entendimiento de los pueblos, a través del fortalecimiento de organizaciones mundiales como, por ejemplo, La UNESCO. En este sentido, Mistral destaca lo fundamental que es educar a los pueblos no solo en la paz sino también en cultura, ya que sólo la cultura puede hacer libres a los pueblos de manera que ellos no se dejen llevar por las contingencias belicosas y puedan establecer vínculos de paz, diálogo y reciprocidad. De esta forma, Gabriela Mistral, en su recado titulado “Acción de la UNESCO”, dirá lo siguiente:
En lo que se refiere a la Educación y a la cultura, la UNESCO se preocupa ante todo de la alfabetización de los países más pobres de las escuelas. Es esta organización la que hace llegar a ellos los medios y las instrucciones necesarias para que los maestros puedan realizar su obra de alfabetización de adultos y de niños. Desde luego ella no escatima esfuerzos ni dineros en este sentido pues cree que sólo con una cultura mayor se puede llegar a un mayor entendimiento entre los pueblos. (Del Pozo, 2015, p. 316)
Lo anterior tiene mucho con ver con la anterior división aparentemente irreconciliable entre la ciudad y el campo en el proyecto republicano. La violencia, en ese caso, se da porque se considera a la clase campesina como barbarie, no civilizada, es decir, sin educación. Es por ello que en el mundo la primera forma de violencia se da del mismo modo en una dicotomía entre pueblos civilizados y/o educados y otros que no lo son, principalmente provenientes de naciones pobres. Es a ello a lo que el recado de Gabriela Mistral atiende, a romper el círculo vicioso de la falta de cultura que finalmente valida el discurso violento de la diferencia. Es por ello que, gracias a la educación de los pueblos, estos pueden alcanzar y beneficiarse de la cultura y, junto con ello, conseguir la paz y el entendimiento mutuo.
REFERENCIAS
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