Ciencia Latina Revista Científica Multidisciplinar
Marzo-Abril, 2023, Volumen 7, Número 2.
https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v7i2.5922
P á g i n a 7850
El rol del docente en el fortalecimiento de la inteligencia
emocional en el contexto educativo
Sandra Milena Vergara Martínez1
sandravergara.est@umecit.edu.pa
https://orcid.org/0009-0006-9416-5835
Universidad Metropolitana De Educación,
Ciencia Y Tecnología UMECIT
Panamá
Aura Lucia Camargo Silva
auracamargo.est@umecit.edu.pa
https://orcid.org/0009-0001-2247-4296
Universidad Metropolitana De Educación,
Ciencia Y Tecnología UMECIT
Panamá
Carmen Stella Acevedo Tarazona
armenacevedo.est@umecit.edu.pa
https://orcid.org/0000-0002-7892-4153
Universidad Metropolitana De Educación,
Ciencia Y Tecnología UMECIT
Panamá
Luz Karine Jiménez Ruíz
luzk2410@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-9187-1693
Universidad Metropolitana De Educación,
Ciencia Y Tecnología UMECIT
Panamá
RESUMEN
Como parte de las exigencias que la sociedad actual impone al proceso educativo, la integración de la
Inteligencia Emocional en la malla curricular ha centrado la atención en los últimos tiempos. Esta
demanda deriva en la necesaria revisión del rol del docente como actor dinamizador de tal integración.
El presente escrito compendia los aportes esenciales que llevan a entender el marco conceptual
vinculado a la Inteligencia Emocional y su incidencia en el contexto educativo, para abordar los
requerimientos adicionados al docente en su tarea como ejecutor de los pasos esenciales para alcanzar
la consolidación de la dimensión emocional de los estudiantes. La revisión documental confirma que
el docente se hace cargo de una responsabilidad invaluable en el proceso formativo integral, siendo
requerido como punto de partida su sensibilización y la propia formación emocional para alcanzar los
magnos objetivos asignados a su función.
Palabras Clave: rol del docente; inteligencia emocional; contexto educativo
1 Autor principal
Correspondencia: sandravergara.est@umecit.edu.pa
P á g i n a 7851
The role of the teacher in strengthening emotional intelligence in
the educational context
ABSTRACT
As part of the demands that today's society imposes on the educational process, the integration of
Emotional Intelligence in the curriculum has focused attention in recent times. This demand derives in
the necessary review of the role of the teacher as a dynamic actor of such integration. This paper
summarizes the essential contributions that lead to understanding the conceptual framework linked to
Emotional Intelligence and its incidence in the educational context, to address the requirements added
to the teacher in his task as executor of the essential steps to achieve the consolidation of the dimension
students' emotions. The documentary review confirms that the teacher takes charge of an invaluable
responsibility in the integral formative process, being required as a starting point his sensitization and
his own emotional formation to achieve the great objectives assigned to his function.
Key words: role of the teacher; emotional intelligence; educational context.
Artículo recibido 25 de marzo 2023
Aceptado para publicación: 25 abril 2023
P á g i n a 7852
INTRODUCCIÓN
Desde sus orígenes hasta la actualidad el cúmulo de investigaciones vinculadas con el constructo
Inteligencia Emocional (IE) ha presentado un notable incremento, relacionándose en tales estudios el
referido concepto con diversas variables como la capacidad intelectual, el rendimiento académico, el
crecimiento interior, la resiliencia y las aptitudes en general. Así, durante las dos últimas décadas las
reflexiones en torno a las habilidades emocionales y, consecuentemente, a la conveniencia de
implementar la educación emocional han ocupado un lugar relevante por el estrecho nexo que se
establece entre tales aspectos y el desarrollo integral.
Particularmente, en el ámbito educativo la centralidad dada al desarrollo de las competencias
emocionales obedece a la aspiración de alcanzar en los estudiantes, como lo deja saber Fragoso (2015),
una formación integral que abarque elementos de carácter académico, social, cultural y emocional. Esta
formación integral se considera esencial en todos los niveles educativos, siendo, de acuerdo con lo
planteado por Morales (2009), un pilar fundamental en la formación universitaria en procura de lograr
un desempeño profesional y ciudadano exitoso. Se desprende de lo anterior que la potenciación de la IE
amplía los horizontes de actuación asertiva del estudiante en el plano académico, social y laboral.
Ahora bien, las investigaciones desarrolladas en torno a la relevancia e incidencia de la IE en el contexto
educativo muestran, en los términos de Eustaquio (2015), el forzoso desarrollo competencial en este
contexto. Requerimiento que debe ser cubierto en aras de consolidar la formación del estudiante y
brindarle la posibilidad de alcanzar una mejor adaptación a los entornos sociales y laborales, más aún
cuando se reconoce que estos últimos se muestran cambiantes y exigen, de acuerdo con lo planteado por
Pérez, Berlanga y Alegre (2019), un elevado nivel de empoderamiento individual.
Como consecuencia de lo anterior, Fernández et al. (2019) sostienen que en la actualidad se plantea el
reto de fomentar el entrenamiento y la enseñanza de las habilidades emocionales” (p.178), como una
manera de desarrollar la dimensión emocional sobre la base del conocimiento. Acentúan los referidos
autores que “es por ello que se defiende la inclusión de estos cursos dentro de las planificaciones
académicas” (p.178).
P á g i n a 7853
Ante este llamado a la inclusión de los aspectos inherentes a la IE surge una nueva exigencia intrínseca
a los docentes, quienes deben asumir su formación en el ámbito de las competencias emocionales como
un requisito sustancial para su desempeño. De allí que Keefer, Parker y Saklofske (2018) expresen su
apoyo a la necesidad de incorporar el desarrollo de competencias socioemocionales en el marco de la
formación docente, ya sea en su fase inicial o permanente.
El panorama descrito despierta el interés por ahondar, a partir de una revisión documental, en los
aspectos conceptuales relativos a la IE y el soporte teórico de su inclusión en el contexto educativo,
elementos que se abordan en el presente escrito con la intención de valorar la relevancia de la
consolidación de la dimensión emocional en la formación de los estudiantes en los tiempos actuales,
caracterizados por un matiz cambiante y exigente que les aborda con presiones constantes.
DESARROLLO
Inteligencia emocional: Incursión del concepto
Para comprender el camino teórico que le permitió a la IE ubicarse en el plano de atención que ocupa
actualmente se debe partir de la revisión de la evolución del concepto de inteligencia. Los esfuerzos por
definir el concepto de inteligencia han sido considerables, no obstante, no es posible establecer una
conceptualización única. Tales variaciones se han presentado, de acuerdo a lo sugerido por Cifuentes
(2017), “debido a los cambios producidos en las sociedades, derivados del desarrollo y avance en el
campo del conocimiento” (p.10).
De esta manera, se han asumido posturas como las de Binet (como se citó en Cifuentes, 2017) que la
ubican como un claro rasgo diferenciador entre los individuos, sustentado en la capacidad de juzgar,
comprender y razonar, pasando por otras posiciones donde se cataloga como una cualidad del
comportamiento adaptativo que permite la adecuada adaptación al medio sometido a cambio permanente
(Anastasi, 1986). Destacan también otras posturas desde las cuales se asume la inteligencia como un
conjunto de aptitudes comprometidas en el logro de metas seleccionadas racionalmente, distinguiéndose
dos vertientes que definen los tipos de inteligencia, por una parte, la que alude a las capacidades y, por
la otra, la referida a las disposiciones, entre las cuales destaca la de ser autocritico (Baron, 1986).
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En la transformación del concepto de inteligencia, surgieron definiciones más elaboradas que abrieron
las puertas a considerar elementos vinculados al contexto y la cultura, así Neisser et al. (1996) establecen
que el rendimiento intelectual varía en función de diversas causas o factores. En esa línea temporal que
nos separa hasta la actualidad se han generado una diversidad de definiciones que han permitido pasar
de la concepción “de una inteligencia unidimensional de un solo factor, a una visión o concepción
multidimensional basada en varios factores que aún perdura hoy día y constituye la base del concepto y
la medida de la IE” (Cifuentes, 2017, p.15).
Respecto al concepto de IE, atendiendo a lo planteado por Mayer (2001), la evolución del mismo ha
pasado por cinco etapas: a) Primera etapa: en la cual se concebía inteligencia y emoción de forma
separada, etapa que abarca desde 1900 hasta los años setenta. Período en el cual también surge el enfoque
psicométrico de la inteligencia humana; b) Segunda etapa: donde tiene cabida la participación de los
precursores de la IE. Abarca desde 1970 hasta 1990, período en el cual se recibió la influencia del
paradigma cognitivo y del procesamiento de información; c) Tercera etapa: en la cual se establece la
génesis del concepto por parte de Mayer y Salovey. Esta etapa comprendió tres años, de 1990 a 1993,
tiempo en el cual los referidos autores realizan la propuesta del primer modelo sobre los componentes
de la IE, señalando que en esta última se integran tres habilidades: la percepción y apreciación
emocional, la regulación emocional y la utilización de la inteligencia emocional; d) Cuarta etapa:
difusión amplia del concepto. Esta etapa se dio entre 1994 y 1997, lapso en el que se difunde el concepto
gracias al trabajo de Goleman (1995). La propuesta del citado autor alcanzó alta aceptación debido, de
acuerdo a lo expuesto por Extremera y Fernández (2004), al rechazo a la sobrevaloración del Cociente
Intelectual como criterio de selección del personal y a la escasa utilidad de las evaluaciones del Cociente
Intelectual para pronosticar el éxito laboral, evaluaciones que tampoco aportaban insumos certeros para
predecir el bienestar, estabilidad y grado de satisfacción a lo largo de la vida de los estudiantes; e) Quinta
etapa: institucionalización del modelo de habilidades e investigación. Este período inicia en 1998 y se
mantiene vigente hasta el presente. Parte de la decantación del constructo aportado por Salovey Mayer
(1990), pasando de un modelo compuesto por tres habilidades esenciales a uno integrado por cuatro
habilidades: percepción y valoración emocional, facilitación emocional, comprensión emocional, y
P á g i n a 7855
regulación reflexiva de las emociones, como se destaca en los aportes de Mayer, Caruso y Salovey
(2000).
Esta última etapa ha resultado fructífera en cuanto al incremento de las investigaciones relacionadas con
la IE, como en la creación de nuevos instrumentos de medición. De igual manera, han surgido modelos
de IE que se agrupan en dos conjuntos: a) los modelos mixtos, en estos se consideran un amplio conjunto
de habilidades, rasgos de personalidad, competencias, destrezas y disposiciones afectivas como
elementos que conforman la IE. En esta perspectiva el modelo de Goleman y el modelo de Bar-On
pueden señalarse como los más representativos; y b) los modelos de habilidad. Estos se sustentan en los
aportes teóricos del enfoque cognitivo, perspectiva desde la cual se plantean tres esferas como parte de
la mente humana: cognición, afecto y motivación. En sus trabajos iniciales, Mayer y Salovey (1997),
pioneros de estos modelos, consideraron solamente las esferas cognitiva y afectiva para configurar su
definición de IE, soportando además su enfoque en la consideración contemporánea de las emociones,
posición desde la cual se establece que estas últimas contribuyen al desarrollo del pensamiento y
constituyen un aspecto esencial del procesamiento de información.
Los referidos autores decantan su definición señalando que la IE es “una característica de la inteligencia
social que incluye un conjunto de capacidades que explican las diferencias individuales en el modo
de percibir y comprender las emociones” (p.10). Distinguen además que estas “capacidades son las
de supervisar los sentimientos y las emociones propias, así como las de los demás, de discriminar
entre ellas, y usar la información para guiar el pensamiento y las acciones” (Mayer y Salovey, 1997,
p.10).
De esta manera, la definición aportada permite determinar las cuatro habilidades primordiales de la
inteligencia emocional: 1) Percepción, valoración y expresión de las emociones; 2) Facilitación
emocional del pensamiento; 3) Comprensión de las emociones; y 4) Regulación reflexiva de las
emociones.
Para ampliar el plano comprensivo de las referidas habilidades es oportuno describir cada una de ellas,
así puede indicarse que la primera de ellas alude a “la certeza con la que las personas pueden identificar
las emociones y el contenido emocional en ellos mismos y otras personas” (Fragoso, 2015, p.117), por
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lo que es substancial identificar los mensajes emocionales. El manejo de esta habilidad supone la
apropiada expresión de las emociones y la discriminación de la transparente manifestación de los
sentimientos (Mestre et al., 2008). Por su parte, la facilitación emocional se vincula con la posibilidad
de emplear las emociones para favorecer el juicio y cambiar de perspectiva, así como redireccionar el
pensamiento al momento de afrontar la resolución de problemas.
Por otro lado, la comprensión de las emociones se refiere al conocimiento del sistema emocional,
implicando esto advertir la manera como la emoción es procesada a un nivel cognitivo, estableciendo el
significado emocional, así como reconociendo la transformación de los estados emocionales, esto último
permite entender la relación, combinación y transición entre emociones (Mayer y Salovey, 1997; Mestre
et al., 2008).
Finalmente, la regulación reflexiva de las emociones alude a la “capacidad de estar abierto tanto a los
estados emocionales positivos como negativos, reflexionar sobre los mismos y determinar si la
información que los acompaña es útil sin reprimirla ni exagerarla” (Fragoso, 2015, p.118). El apropiado
manejo de esta habilidad permite estar abiertos a la diversidad de sentimientos, sin importar su
naturaleza, así como también conduce al individuo a distanciarse o no de una emoción en función de la
utilidad juzgada. De igual manera, la consolidación de esta habilidad conduce a monitorear
reflexivamente las propias emociones y las de los demás, para manejarlas en función de la disminución
de los efectos negativos y la maximización de los positivos (Mayer y Salovey, 1997; Mestre et al., 2008).
Para afinar la comprensión de su postura, más adelante los pioneros de los modelos de habilidad
establecen que la IE se sustenta en cuatro habilidades básicas:
La habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud, la habilidad para acceder y/o
generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para comprender emociones y el
conocimiento emocional y la habilidad para regular las emociones promoviendo un crecimiento
emocional e intelectual. (Mayer y Salovey, 2009), p.32).
Cabe destacar que los precitados autores enfatizan que, desde su perspectiva, la IE se encuentra
conforma a partir de la integración de habilidades de procesamiento de información, excluyendo de
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manera expresa las competencias. En este sentido, para establecer una clara distinción de posturas como
las de Goleman (2000) o Bar-On (2006) fijan una diferenciación entre inteligencia y competencia
emocional aseverando que la IE se asocia al conjunto de las habilidades que posibilita razonar con las
emociones, en tanto que la competencia emocional hace referencia al nivel de logro emocional alcanzado
por el individuo. Entendiendo de manera puntual que las competencias emocionales, como lo establece
Saarni (1999), comprende el conjunto articulado de capacidades y habilidades que requiere el individuo
para adaptarse y actuar eficientemente en un entorno cambiante con amplia confianza en mismo.
En atención a lo antes expuesto, se infiere que dada la riqueza de los aportes de los diferentes autores,
la definición de IE puede abordarse desde diferentes ópticas. No obstante, en las perspectivas
contemporáneas se mantiene la noción de la IE como una inteligencia social que promueve en el
individuo la dirección y control de sus emociones y sentimientos, permitiéndole comprender los de
aquellos con quienes interactúa, orientando las acciones en función de esta información (Mayer y
Salovey, 1997), de manera que incluye la habilidad para distinguir, valorar y regular las emociones
Mestre y Fernández-Berrocal (2007) y la capacidad para reflexionar sobre las emociones y los
sentimientos, empleando esa información emocional para atemperar las emociones negativas y avivar
aquellas que sean positivas Fernández-Berrocal y Extremera (2005).
Campos de incidencia de la lE
Desde sus diferentes ópticas, los investigadores han partido de la consideración de dos ópticas
divergentes, la primera conceptualiza la IE como un rasgo de personalidad, sustentado en competencias,
mientras que la segunda vertiente la concibe como una habilidad, visiones que han orientado múltiples
investigaciones que nacen del interés por el tema y de la necesidad de establecer la incidencia en
diferentes campos como el educativo y el laboral. Específicamente en lo que atañe al contexto educativo
los esfuerzos de los investigadores han aportado información valiosa que confirma los beneficios en esa
área, entre ellos destacan los relacionados con la adaptación positiva al contexto educativo, orientados
a prevenir el fracaso y la deserción (Mega, Ronconi, y De Beni, 2014), así como sobre la relación entre
inteligencia emocional y rendimiento académico (Souto et al., 2015), estudios que procuran atender las
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preocupaciones en el área de la investigación psicoeducativa para “comprender las trayectorias
educativas del alumnado que presenta un funcionamiento óptimo a nivel académico” (Fernández et al.,
2019, p.167)
En una línea similar, Ortiz y Rodríguez (2011) sostienen que los procesos mentales son promovidos por
las habilidades emocionales, contribuyendo estas últimas en los procesos de concentración, así como en
la búsqueda de auto-motivación y el control de situaciones estresantes, permitiendo a los estudiantes
alcanzar un desempeño satisfactorio. Por su parte, Gubbels, Segers y Verhoeven, (2014) señalan que el
mejoramiento de las dimensiones de a IE permite a los estudiantes mejorar la confianza en mismos y,
consecuentemente, superar la indecisión, hecho que repercute de manera positiva en la toma de
decisiones tanto en el ámbito académico como en el social.
Ubicados en esta misma línea de pensamiento se encuentran los estudios desarrollados por Guerra,
Rivera y Vega (2010), quienes establecen la “fuerte influencia que tiene la variable inteligencia
emocional sobre el rendimiento académico” (p.4), destacando el papel de la IE como un factor que afecta
también a la motivación. En adición a lo anterior, puede señalarse lo expuesto por Saklofske et. al.
(2012), autores que sostienen que la IE, como expresión de la habilidad para gestionar las emociones y
hacer frente al estrés, permite optimar la concentración, y, en consecuencia, mejorar el aprendizaje y el
rendimiento. Esto es confirmado por Puertas et al. (2020), quienes señalan que “la correcta adquisición
y utilización emocional se encuentra estrechamente ligada al éxito escolar” (p.84)
En una vertiente análoga resalta el estudio desarrollado por Ariza (2017), cuyos resultados demuestran
que “la inteligencia emocional influye en la capacidad para resolver problemas, para relacionarse con el
otro, para realizar trabajo colaborativo” (p.193); por lo que se infiere que el grado de desarrollo de la IE
logrado por los estudiantes incide de manera favorable sobre su éxito académico y sus interrelaciones.
Los resultados alcanzados por el autor precitado ratifican lo expuesto por Mestre y Fernández (2007)
respecto a que la IE facilita la adaptación académica y social, le otorga al individuo fluidez en su
pensamiento respecto a las emociones, favorece la concentración y promueve el apropiado manejo del
estrés de los estudiantes.
P á g i n a 7859
Ampliando lo concerniente a los beneficios y el impacto favorable de la IE en el ámbito educativo Asle-
Fattahi y Najarpo-Orostadi (2014) resaltan que los estudiantes que alcanzan adecuados niveles de IE
pueden gestionar de mejor manera la ansiedad y la depresión, denotando complacencia por el trabajo
efectuado y el esfuerzo propio aplicado. De manera complementaria, Puertas et al. (2020) subrayan que
la IE “es un factor clave que repercute en el bienestar social y mental de los alumnos, lo que les facilita
a comprender su entorno y a tomar decisiones acertadas ante las diversas situaciones conflictivas que
surgen diariamente” (p.84)
Considerando los aportes de los autores señalados se evidencia la relevancia que presenta la regulación
y gestión emocional en el desempeño de los estudiantes, así como la influencia de la IE en el satisfactorio
estado mental que les lleva a actuar con madurez emocional tanto en el contexto educativo como en el
social. No obstante, la incidencia se extiende hacia otros ámbitos como el laboral, contexto en el cual
las habilidades, capacidades y competencias asociadas al manejo emocional “constituyen un
componente favorecedor de la empleabilidad de los egresados universitarios que la educación superior
necesita contemplar para mejorar la calidad de la formación” (Pérez, Berlanga y Alegre, 2019, p.109).
Precisamente el reconocimiento de la IE como valor agregado para el eficiente desempeño en el contexto
laboral ratifica y mantiene vigente el planteamiento de Bisquerra (2009), quien resalta que las
competencias emocionales otorgan un valor adicional a las funciones profesionales. Tal y como lo
sostienen Mazalin y Kovacic (2015), en la actualidad surgen con insistencia nuevas demandas que son
exigidas a los universitarios cuando egresan, las cuales superan el campo del conocimiento disciplinar
para ubicarse en el requerimiento de actitudes asociadas a la capacidad de entrega, la motivación y la
superación, así como de competencias vinculadas al trabajo en equipo y el apropiado desempeño de
roles de liderazgo, por lo que se vislumbra la formación de los nuevos profesionales como un campo
apropiado para la inserción de la IE a fin de potenciar las habilidades y competencias que le permitan
efectuar una integración efectiva al campo laboral.
La búsqueda de este propósito impone una exigencia que cubre todos los niveles educativos, pues se
hace evidente el compromiso y el papel relevante de las instituciones educativas “en la toma de
decisiones relativas a la formación y capacitación de sus estudiantes con el objetivo de ofrecer una
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formación que cubra los posibles requerimientos que habrán de afrontar, especialmente en el inicio de
su carrera profesional, pero también a lo largo de toda su trayectoria” (Gilar et al., 2019, p.163).
De allí que las instituciones, y naturalmente los docentes como actores principales, en aras de alcanzar
estos objetivos deben mostrar un auténtico compromiso por capacitar para una vida plena sustentando
su acción en la integración apropiada de la dimensión emocional. Esta se muestra como la vía deseable
para garantizar la exitosa inserción en el campo laboral, dotados de competencias emocionales y un
asertivo manejo de las herramientas que les provee su IE para superar las dificultades naturales de los
complejos escenarios laborales.
El rol del docente en la búsqueda del desarrollo de la IE
Para alcanzar los beneficios previamente mencionados respecto a la incorporación de la IE como línea
central en los procesos formativos el papel del docente es esencial, no solamente como impulsor de
cambios en el clima didáctico sino como apoyo emocional para los estudiantes. En efecto, Ruzek et. al.
(2016) acentúan que dicho apoyo es fundamental para la ejecución de acciones educativas de calidad
vinculadas con la motivación y el empeño del estudiante. Aludiendo al estrecho vínculo que se establece
entre docentes y estudiantes, Herrera, Buitrago y Perandones (2015) sostienen que “enseñar y aprender
son actos que cobran sentido en la relación, en el contacto humano, y se plasman fundamentalmente en
el modo de articular dicha relación dentro del aula” (p.147). Razón por la cual el papel del docente
amerita de una mirada permanente para garantizar que sus acciones efectivamente conduzcan a
consolidar la dimensión emocional de sus estudiantes y favorezcan la inserción futura de los mismos en
el complejo y cambiante campo laboral.
Atendiendo a la centralidad que se asigna al docente en la búsqueda de los ambiciosos propósitos ya
mencionados y entendiendo, como lo plantea Bisquerra (2009), que la IE determina el sustento para
abordar los retos planteados en el clima laboral, se requiere que el docente fortalezca de igual manera
su formación emocional. Esta última se adiciona para complementar la necesaria formación permanente
que requiere el docente para el eficiente cumplimiento de sus funciones, pues, como lo señalan Sánchez
et al. (2014), el desarrollo profesional del docente debe orientarse a “la transformación de los
P á g i n a 7861
conocimientos, habilidades y valores que contribuyen a la mejora de la calidad de la práctica
educativa” (p. 289).
Acentuando la relevancia de consolidar la dimensión emocional del docente con miras a alcanzar la
integración de la IE como pilar substancial del proceso educativo, Torres (2021) hace un llamado a
cultivar la sensibilidad del docente en lo referente al impulso de la IE, esto en virtud de que el docente
como gestor de la dinámica que se establece en el aula es “la persona que puede evidenciar de manera
más transparente los avances y progresos de sus estudiantes, así como sus temores y vacíos emocionales”
(p.267).
En sintonía con lo anterior, Martínez et al. (2021) recalcan la necesidad de valorar las particularidades
de los estudiantes ya que cada uno de ellos “parte de una complejidad vivencial entrelazada con sus
emociones, que visibilizan a un ser vivo que vivencia, sufre y se alegra, se impacta, se define y co-define
continuamente” (p.11).
De esta manera, el docente se ubica en un lugar preeminente en el desarrollo de acciones que tienen
como norte consolidar la IE de los estudiantes, a partir de la consideración de sus necesidades singulares
y requerimientos emocionales evidenciados. El logro de este propósito implica una exigencia adicional
al docente, quien debe asumir su propio crecimiento emocional como tarea impostergable e ineludible.
El planteamiento de Torres (2021) se encuentra en estrecha vinculación con lo anterior, la autora asevera
que esa exigencia envuelve “el convencimiento del docente del carácter forzoso de alcanzar su propio
desarrollo emocional” (p.269), adiciona la autora que tal convicción se basa, más allá de los beneficios
que pueden alcanzarse a nivel personal, en la posibilidad de generar un impacto en la composición y
creación de ambientes didácticos que propicien la comunicación y las sanas interrelaciones en el aula”
(p.269).
Debe acotarse que, de acuerdo a lo señalado por Escolar et al. (2017), “es difícil enseñar competencias
emocionales, si previamente no ha existido una formación adecuada para ello” (p.122), esto permite
inferir que la educación emocional del docente es un factor esencial en la búsqueda de los propósitos
asociados a la integración de la IE eficiente en el contexto educativo.
P á g i n a 7862
Sin duda, la sólida formación emocional del docente puede categorizarse como el punto de partida para
desarrollar acciones que contribuyan a alcanzar la integralidad formativa de los estudiantes, tal
formación se asocia con el carácter humanista que subyace en el proceso de incorporación de la IE, de
manera tácita esto conduce al docente a la consideración de teorías y modelos pedagógicos que se ajusten
a las exigencias implícitas en esa nueva tarea asignada.
Considerando la loable tarea asignada al docente se requiere potenciar su formación permanente, en
particular en aquellos aspectos que apunten al empleo de metodologías activas que promuevan formas
de aprendizaje sustentadas en la cooperación, donde el docente guie el proceso de establecimiento de
relaciones sanas y propicié el apoyo emocional. Involucrarse con estos caminos didácticos, basados en
la cercanía entre todos los actores del hecho educativo, puede facilitar una mayor motivación y
participación del estudiante en su propio proceso de aprendizaje (Longobardi et al., 2016), al tiempo que
le hace más consciente de sus necesidades emocionales y sus avances en el desarrollo de su dimensión
emocional.
Lo anterior debe acompañarse, como lo sugiere Torres (2021), de una visión dilatada de la integralidad,
lo que supone de manera concreta contemplar la formación “en un contexto más amplio que la simple
adquisición de conocimientos teóricos y técnicos en un campo disciplinar específico” (p.270), además
del “necesario desprendimiento de posturas académicas de carácter estrictamente técnico, ubicándose
en un plano de acercamiento a la realidad emocional del estudiante” (p.270). Todo ello rescata el carácter
sensible y humano que debe distinguir el proceso educativo al reconocer al estudiante como un ser con
necesidades emocionales que se encuentra inmerso en un mundo de influencias diversas que pueden
impregnar de complejidad su existencia.
CONCLUSIONES
El carácter singular de las vivencias y sentimientos de los estudiantes debe captar la atención de docente
en su afán de brindar una formación que se ajuste a los requerimientos individuales. Sin embargo, a la
par de este aspecto se ubica la necesidad de considerar las exigencias propias de los contextos sociales
y laborales actuales, los cuales les asignan exigencias adicionales a los futuros profesionales.
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Justamente, para atender ese cúmulo de aspectos que se adicionan a los de orden técnico y disciplinar
los docentes deben mantener en un plano de atención primaria su propia formación emocional, para así
encontrarse en disposición para consolidar en los estudiantes las habilidades y competencias que le
faciliten su adaptación a las exigencias sociales y el manejo adecuado de los estresores que de manera
connatural se pueden hacer presentes en su actividad académica.
Así, en el abanico de requerimientos para establecer una exitosa incorporación de la IE como eje
formativo, la formación emocional del docente ocupa una posición central, siendo necesaria la
profundización en los aspectos conceptuales que soportan el corpus teórico vinculado con esta temática.
Si bien el hecho de integrar eficientemente la IE en el contexto educativo se aprecia como un reto
inmenso, los beneficios que se han evidenciado en los estudios realizados constituyen un incentivo para
atreverse a asumirlo, pues esa experiencia nutre de manera sinérgica al docente y a los estudiantes,
creciendo mutuamente en el camino de alcanzar la anhelada integralidad formativa.
De esta forma, la mirada debe focalizarse en la posibilidad de permitirle al estudiante alcanzar
herramientas de carácter emocional que le permitan abordar su proceso formativo con mayor disposición
y motivación, superando sus propios temores e indecisiones, convirtiéndoles en sujetos capaces de
reconocer sus sentimientos y emociones, ajustándolas para crecer sobre la base de su regulación.
Indudablemente, el esfuerzo que realice el docente en aras de consolidar la dimensión emocional del
estudiante se reflejará en una mejor adaptación psicosocial, elemento que representa una ventaja para la
inserción en los actuales contextos sociales cambiantes y, por naturaleza, generadores de estresores que
pueden afectar el bienestar emocional. Razón por la cual, el fortalecimiento de la dimensión emocional
es un requerimiento forzoso en el proceso formativo en el contexto educativo actual, y sus frutos pueden
reflejarse no solo en la esfera personal sino en la colectiva, generando espacios de mayor tolerancia y
aceptación.
P á g i n a 7864
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