El surgimiento del estado optimizante moderno y su imposibilidad para cuidar el medio ambiente

 

Luis Enrique Pimentel Gutiérrez[1]

[email protected]

https://orcid.org/0009-0009-5580-7542

Investigador Independiente

País: México

 

RESUMEN

El objetivo de este trabajo es hacer un análisis conceptual para comprender por qué el Estado Moderno no puede desarrollar políticas públicas para el cuidado del medio ambiente que sean ajenas a la lógica del Modo de Producción Capitalista. Se parte de la hipótesis de que no puede hacerlo debido a que su thelos consiste en ser un instrumento que optimiza las dinámicas de acumulación del capital a escala global; además, se debe aclarar que no todos los Estados materializan de la misma forma este papel optimizante, pues entre ellos —y dentro de sus propios territorios— existen relaciones asimétricas que provocan una apropiación desigual del mundo que se traduce, a su vez, en fuertes desigualdades sociales y económicas en las que hay grandes grupos humanos sumidos en la miseria y, de forma contrastante, pequeñas élites que acumulan cada vez más capital. El punto de partida es que no puede haber cuidado del medio ambiente compatible con la continuidad del Capitalismo debido a que en este sistema económico existe una contradicción interna fundamental: el capital demanda un crecimiento ad infinitum de su acumulación, mientras que los recursos naturales necesarios para ello son finitos.

 

Palabras clave: capitalismo; extractivismo; imperialismo; estado moderno; acumulación de capital


 

The rise of the modern optimizing state and and its impossibility to take care of the environment

 

ABSTRACT

This work seeks to make a conceptual analysis that allow us to understand why Modern States can not develop succesfull public policies for caring the environment that are oblivious to the Capitalism logic. We start from the hypothesis that it can not do so because its thelos consists of being an instrument that optimizes the dynamics of capital accumulation on a global scale; In addition, it should be clarified that not all States materialize this optimizing role in the same way since among them —and within their own territories— there are asymmetric relationships that cause an unequal appropriation of the world that can be seen into strong social and economic inequalities in which there are large human groups in misery and, in contrast, small elites that continue accumulating more capital. It has to be said that the environment can not be compatible with the continuity of capitalism because in it, there is a fundamental internal contradiction: capital demands an ad infinitum growth of its accumulation, while the natural resources that are use for this purpose are finite

 

Keywords: capitalism; extractivism; imperialism; modern state; capital accumulation

 

 

 

Artículo recibido 27 junio 2023

Aceptado para publicación: 27 julio 2023


 

INTRODUCCIÓN

En este trabajo se realizará un recorrido que nos permita comprender por qué el Estado Moderno no puede desarrollar políticas públicas para el cuidado del medio ambiente que sean ajenas a la lógica del modo de producción capitalista. Entre las distintas aproximaciones para comprender esto, se utilizará como punto de partida es el hecho de que la razón de ser inherente a Estados Modernos es la de optimizar las dinámicas de acumulación del capital a escala global, entendidas estas como la serie de procesos interrelacionados en los que participan distintos agentes sociales, desde los propios Estados —que son aquellos en los que se centrará este artículo—, hasta las empresas, las comunidades y los individuos. Es importante mencionar que el papel optimizante de los Estados se materializa de formas distintas, ya sea entre ellos, o bien dentro de sus propios territorios. Esto sucede porque la interacción entre los distintos agentes sociales se da de manera asimétrica, lo que se traduce en una apropiación desigual de los recursos naturales del mundo y en distintas calidades de vida. De este modo, debemos señalar que mientras exista Capitalismo, no puede haber cuidado del medio ambiente debido a que este modo de producción entraña una contradicción interna que consiste en que hay una demanda de un crecimiento ad infinitum de su acumulación, mientras que los recursos naturales necesarios para sostener dicha pretensión son finitos.

METODOLOGÍA

En este trabajo se realizó una investigación documental de corte cualitativo y de carácter exploratorio, con el objetivo de construir una argumentación conceptual que permita comprender por qué los Estados Modernos se ven imposibilitados para establecer políticas públicas exitosas para el cuidado del medio ambiente. Para ello, se utilizó bibliografía basada en teorías críticas del Capitalismo que tienen una base marxista; aunque los textos analizados tienen posturas diversas, comparten en común la idea de que gran parte de los problemas humanos y sociales que padecemos tienen su origen en este modo de producción, entre los que se encuentra la crisis ambiental que estamos enfrentando.


 

RESULTADOS Y DISCUSIÓN

El surgimiento del Estado optimizante moderno

El Estado moderno puede ser concebido como una institución cuyo objetivo es monopolizar el uso de la violencia para conseguir determinados fines coherentes con las dinámicas de acumulación de capital a escala global. El monopolio del uso de la violencia es una cualidad de los Estados que se encuentra constantemente en entre dicho debido a conflictos dentro de su propio territorio, o bien frente a otros Estados. Estos conflictos han dado lugar a que entre los Estados existan relaciones asimétricas en las que unos se ven sometidos a las decisiones que toman otros, así como a formas de violencia que pueden ir desde sanciones económicas hasta una intervención militar. Una forma tradicional en la que se han dividido los Estados dependiendo estas situaciones de supra a subordinación es en centros y periferias, siendo los centros los territorios en los que se toman las principales decisiones económicas y políticas, mientras que las periferias se ven obligadas a orbitar en torno a esas decisiones; cabe mencionar que dentro de los propios Estados se reproduce la misma dinámica de centros y periferias, pues en ellos, a su vez, hay territorios que se encuentran en una situación de subordinación y desventaja frente a otros, como se puede ver casi siempre en los contrastes entre espacios urbanos y rurales.

Por otra parte, es menester mencionar que la relación entre centros y periferias no se da de forma simple y unidireccional, como si no existieran resistencias o procesos en los que las últimas pueden llegar a condicionar las decisiones de los primeros a partir de estrategias de resistencia, ya sea a nivel de las propias instituciones estatales de estos territorios, o bien de las mismas comunidades que los habitan. Además, dentro de los propios centros, y de las propias periferias, existen relaciones y conflictos que hacen imposible calificarlas como bloques homogéneos.

Ahora bien, la interacción entre centros y periferias puede ser calificada como una relación imperialista. Como punto de partida, es posible entender el imperialismo como un conjunto de prácticas epistémicas, jurídico-políticas, militares, económicas, tecnológicas, financieras y comerciales que se encuentran orientadas para sostener y reproducir una estructura geográfica y ecológica de apropiación desigual del mundo, lo que a su vez es una condición para que continua la acumulación de capital a escala global (Machado, 2015). En los centros y las periferias se da una dinámica de sometimiento y toma de decisiones asimétricas que es necesaria para que pueda continuar y expandirse la acumulación global de capital; bajo este esquema, el mundo es visto como un espacio que necesita ser aprovechado de la forma más eficiente posible.

Las prácticas imperialistas, por otra parte, se reproducen a través del uso de discursos que operan bajo el propio funcionamiento cotidiano de las instituciones. En estos discursos se impulsa una constante transformación cultural que modifica imágenes, ideas y aspiraciones humanas; en otras ocasiones, dicha transformación se da a partir de ejercicios de violencia sistemática frente a determinados grupos disidentes. Con ello, si se utiliza el concepto de imperialismo, se debe acompañar de la idea de que hay un mundo “civilizado” que subsume bajo su racionalidad todo aquello fuera de él. Así, no es de sorprender que los discursos que acompañan las prácticas imperialistas refuercen la idea de que la intervención que realiza un Estado sobre pueblos y personas disidentes se realiza en nombre de un supuesto bien común (Hobsbawm, 2009).

Más allá de la postura clásica leninista que sostiene que el imperialismo es la fase superior del capitalismo, es posible observar que el imperialismo es más bien una función cotidiana del capitalismo. En efecto, el capitalismo requiere de prácticas imperialistas reiteradas para conectar distintos puntos del planeta que permitan aumentar la producción, circulación y consumo de mercancías cotidianos; por ello, el imperialismo se materializa cuando existen grupos que adquieren la capacidad de controlar territorios, recursos y la vida de las personas (Machado, 2015).

Algo que es importante destacar es que, dentro de esta visión del Estado Moderno, los territorios centrales y los periféricos tienen distintas funciones en lo que respecta con la producción, circulación y consumo de mercancías a nivel global —es decir, tienen una función distinta dentro del proceso global de acumulación de capital, aunque la apropiación del mundo sea desigual en última instancia—. El papel que juegan los Estados en este proceso global de acumulación de capital es muy variado, pero tienen en común que la mayoría de ellas están orientadas bajo una misma racionalidad que, siguiendo los términos de Max Weber (2001), podemos calificar como una racionalidad instrumental, es decir, una serie de acciones regidas bajo la lógica del más preciso cálculo que permita lograr la máxima eficiencia en el uso de los recursos para alcanzar una finalidad, en este caso, la acumulación de capital a escala global.[2]

Entonces, a pesar de las disputas constantes y las diferencias entre centros y periferias, el papel instrumental de los Estados no desaparece. Por ello, se mantienen como instrumentos que permiten la acumulación a escala global de capital. Para lograr esta acumulación, es necesario que se adopten prácticas muy complejas y variadas en las que participan distintos agentes políticos y económicos, los cuales mantienen una relación dialéctica entre sí; existe una constante pugna por la toma de decisiones, se forman y revisan alianzas una y otra vez, aparecen confrontaciones y pugnas por el control de determinados recursos, etcétera.

La mayor parte de las disputas entre los Estados se centra en las estrategias necesarias para apropiarse del mundo. Este es el punto central para comprender que, bajo la lógica del modo de producción capitalista, resulta muy complicado pensar que es posible construir políticas públicas y acciones en las que el objetivo sea el cuidado del medio ambiente; a pesar de que estas políticas adquieran un carácter “verde” —es decir, un deseo para hacer compatible el cuidado del medio ambiente con la continuidad de las prácticas de acumulación de capital— en las retóricas oficiales de los Estados, en realidad operan bajo la lógica de que el mundo está allí para ser apropiado, lo que hay de fondo es una lucha y una negociación constante para apropiarse del mundo y de sus recursos. En consecuencia, los Estado modernos, ya sea centros o periferias, por su propio thelos, se encuentran orientados a la optimización de los procesos de acumulación, esto es lo que provoca que sus esfuerzos se encuentren enfocados en una búsqueda constante para apropiarse del mundo, no para cuidarlo.

Aquí cabe preguntar por qué los Estados operan bajo esa racionalidad instrumental que facilita la apropiación del capital y no de otra forma. Para saberlo, conviene dar una vuelta para observar cómo surgió el Estado Moderno. Como se señaló, desde su conformación en la modernidad, los Estados modernos han tenido como thelos la optimización de los procesos de acumulación de capital; a su vez, esta optimización ha sido acompañada, y al mismo tiempo impulsada, por los cambios tecnológicos que permiten un dominio cada vez más eficiente sobre la naturaleza. 

No es fortuito que este tipo de Estado haya nacido junto con la modernidad. Esta última puede ser caracterizada como una época en la que se da una ruptura en la que el ser humano se volvió un ser en posición de alteridad radical respecto a todo lo dado en el mundo, lo que inició con los productos de su propia actividad laboral (Marx, 1980). El Estado moderno es producto de esta situación de alteridad radical. En la modernidad, el ser humano se convirtió en “dueño y señor” de la naturaleza, pero para ello, debió darse una reorganización simbólica de su experiencia de lo real, es decir, un cambio en las narrativas con las que interpretaba su mundo; a su vez, la reorganización simbólica impulsa —y es impulsada—por el progreso técnico y la capacidad productiva. Como resultado de la ruptura moderna, la naturaleza quedó exceptuada, se volvió extrínseca al ser humano y se vació de su presencia; aunado a ello, se convirtió en un objeto a ser confrontado y explotado (Gauchet, 2005). Entonces, el Estado lo que busca es que la naturaleza, que ya es algo extrínseco para el ser humano, sea apropiada; con esto se entiende por qué los Estados mantienen una lucha constante por la apropiación del mundo en vez de implementar políticas públicas para su cuidado.

En el periodo premoderno, para hacer un contraste, al ser humano le era imposible oponerse simbólicamente al curso de las cosas, pues se veía como perteneciente a los ciclos de la naturaleza, es decir, se consideraba una parte más dentro del mundo. La mayor parte de las acciones de depredación o extracción del entorno del ser humano debía ser compensada mediante algún tipo de ritual que, entre otras cosas, tenía el objetivo de restaurar el equilibrio simbólico que había sido alterado por el actuar humano. En otros términos, en el periodo premoderno, el ser humano tenía una relación con la naturaleza de inmersión mientras que en la moderna, como se ha señalado, es de alteridad radical (Gauchet, 2005).

Por otra parte, vale la pena mencionar que las estructuras sociales premodernas eran prácticamente inalterables debido a la inmersión del ser humano en los ciclos de la naturaleza, pues también se consideraban parte de un mundo cuyo ciclo era inalterable. De este modo, tanto el esmero en respetar el ciclo de las cosas como las formas rituales de compensación simbólica restringían la capacidad para explotar a la naturaleza de formas más brutales; es por ello que, bajo criterios instrumentales, en este periodo la explotación de la naturaleza se daba de forma altamente ineficiente (Gauchet, 2005).

Una vez que se consolidaron los grandes Estados europeos modernos, el crecimiento de sus aparatos coactivos y sus actividades de conquista, se impulsó la reorientación hacia una nueva lógica económica en la que primaba el objetivo de producir riquezas y concentrarlas, por ello se dio el tránsito de economías de subsistencia hacia economías de acumulación. El Estado moderno obtuvo cada vez un mayor control sobre los procesos materiales, lo que se tradujo en un cuestionamiento de la narrativa premoderna sobre los límites que se le atribuían al ser humano sobre su influjo en el mundo; a su vez, el ser humano moderno se dio cuenta de su capacidad para usar a la naturaleza a su favor, esto le hizo dejar de lado su condición de inmersión en ella. De este modo, las primeras grandes explotaciones acumulativas de la conquista se centraron en la extracción de recursos que sirvieron para echar a andar los posteriores procesos productivos; para lograr la extracción de los recursos en los territorios conquistados, se sometió a grandes grupos de seres humanos para convertirlos en herramientas para la explotación de la naturaleza (Gauchet, 2005).

En suma, el gran cambio de narrativa en la modernidad se materializó en la consolidación de una situación de alteridad radical del ser humano frente a su mundo. Esta situación impulsó que el Estado utilizara sus medios de coacción (y más adelante agregará otras herramientas) para realizar una intervención optimizante en la explotación de la naturaleza y con ello potenciar la capacidad humana para interferir en los ciclos naturales. Así, en el sistema moderno de producción, el funcionamiento del Estado permite vencer los límites impuestos por el mundo, es por ello que bajo esa lógica de funcionamiento, resultaría absurdo buscar el establecimiento los mecanismos de compensación simbólicos propios de la etapa premoderna u otras formas que sean contrarias a la eficiencia para la acumulación de capital (Gauchet, 2005).

Como es posible observar, el desarrollo de los Estados modernos va orientado hacia la optimización de los procesos de dominio de la naturaleza. Esto es lo que permite que tengan esa función instrumental como facilitadores de los procesos de acumulación de capital a escala global. Aunado al progreso técnico y científico, la naturaleza se ha transformado en un objeto para ser explotado y que se encuentra allí esperando para ser intervenido; es así que las limitantes para su explotación dejaron de ser simbólicas y se convirtieron en técnicas. En consecuencia, la orientación moderna de los Estados hacia una intervención optimizante y la búsqueda de un progreso constante de corte instrumental llevó a que las relaciones sociales premodernas se transformaran para hacer más eficiente la acumulación de capital.

Con lo señalado hasta este punto, se comprende por qué la modernidad trajo consigo una transformación de las estructuras sociales acompañada de una nueva narrativa que pone al ser humano en un estado de alteridad radical frente al mundo. Además, se observa cómo el desarrollo de la tecnología guiado por la racionalidad instrumental moderna permitió una intervención optimizante cada vez es más eficiente para explotar la naturaleza. Cabe mencionar que las herramientas de optimización de la acumulación van más allá del aparato coactivo de los Estados; por ejemplo, a medida que los Estados modernos aumentaron su aparato burocrático, se hicieron de la capacidad de desarrollar sus propias empresas de corte estatal para explotar los recursos naturales por su cuenta.

La actual crisis del medio ambiente se puede entender, entre otras razones, por el hecho de que a medida que se mejoró la intervención optimizante de los Estados modernos, se dio un punto en el que la capacidad de carga de la naturaleza fue superada por las demandas de producción, circulación y consumo de bienes en el capitalismo. De este modo, si los Estados modernos surgieron para optimizar estos procesos, es muy complejo exigir que cambien este papel y se orienten más bien para proteger el medio ambiente con distintas medidas; si su thelos es el de optimizar los procesos de explotación de la naturaleza con los que se permite la acumulación de capital a escala global, resulta un despropósito pensar que los Estados, aun con toda la buena fe de algunos burócratas, pudieran ir en contra de su propio razón de ser y empezar a operar bajo una racionalidad distinta.

El imperialismo y las relaciones asimétricas

En este punto, se ha mencionado que el Estado optimizante moderno ha potenciado la eficiencia de la producción, circulación y consumo de mercancías a tal punto que la naturaleza no puede soportar los niveles de eficiencia instrumental ya alcanzados para cumplir las exigencias cotidianas del capital. También se señaló que no todos los Estados materializan del mismo modo su thelos optimizante en las dinámicas de interacción económica mundial, pues las relaciones entre centros y periferias son fundamentalmente asimétricas.

Las relaciones asimétricas entre los centros y las periferias se pueden observar tomando en cuenta distintos parámetros. Uno de ellos se refiere a los abrumadores contrastes en los niveles de producción y consumo de unos territorios frente a otros, en la cantidad de emisiones contaminantes que generan y en los indicadores de calidad de vida de las personas que los habitan. Las diferencias entre ellos también se pueden apreciar en la enorme diversidad de políticas económicas, laborales y ambientales. En todo caso, se requiere de la existencia de la asimetría para aumentar los procesos de acumulación de capital.

La asimetría, y en general la miseria, es algo necesario para perpetuar el modo de producción de capitalista debido a que la acumulación de riqueza de unos territorios se da costa de la explotación y la miseria de otros; por ejemplo, las actividades de extracción de recursos naturales se dan principalmente en territorios periféricos, pero son llevadas a cabo por empresas cuyos capitales se encuentran principalmente en los territorios centrales. Incluso aunque reciban altos precios por las materias primas que exportan a partir de estas actividades, los países periféricos se encuentran en una situación de desventaja porque sus poblaciones son las que recienten los efectos de los impactos ambientales; esto es lo que ha dado lugar a que surjan conceptos como el de deuda ecológica, que pretende dar cuenta de estos procesos asimétricos.[3] Es posible observar que la explotación de recursos naturales se da con el objetivo de soportar las exigencias energéticas de los territorios centrales y los niveles de consumo de sus poblaciones.

La asimetría entre centros y periferias se mantiene gracias a la actualización reiterada de varios procesos de violencia. Entre ellos se encuentra la súper explotación de cuerpos de trabajadores en las periferias para extraer plusvalía de su trabajo o el de los recursos naturales de los territorios. Además, derivado de la situación de subordinación, los territorios periféricos —de la mano con la complicidad de grupos locales—aceptan y hasta promueven prácticas y acuerdos asimétricos con las naciones imperiales para facilitar la apropiación de las riquezas de sus territorios a cambio de un beneficio económico (mismo que, se debe aclarar, es para dichas élites locales) (Machado, 2015).

Por otra parte, aunado a la violencia, para sostener el funcionamiento de los intercambios mundiales asimétricos, los territorios de la periferia no pueden ser ignorados por completo a pesar de no encontrarse en una situación de igualdad respecto a los territorios centrales en el momento de tomar decisiones. Además de que poseen grandes reservas de recursos naturales, se les toma en consideración porque proveen amplias reservas de trabajo barato que sirven para realizar procesos extractivos con mayor facilidad. En suma, la situación asimétrica debe ser mantenida, y por ello es fundamental actualizar una y otra vez las condiciones que tienen a esos territorios sumidos en condiciones de desventaja y, en última instancia, de miseria (Amin, 2008).

En este punto surge la necesidad de detallar cómo es posible que las relaciones asimétricas se mantengan y que incluso parezca que los territorios periféricos se encuentran conformes con ellas, aunque conlleven consecuencias económicas desfavorables y el despojo de sus recursos naturales. Para comprender este fenómeno, los conceptos de lumpen desarrollo y lumpen burguesía utilizados por el economista y sociólogo André Gunder Frank (1973) son de gran utilidad.

Para Frank (1973), la dependencia y desventaja de unos Estados frente a otros no sólo deriva de las distintas formas de presión externa que puede ejercer una nación frente a otra, sino que es posible gracias a la existencia de un sector de la población local de los territorios periféricos que acepta medidas desfavorables. Si bien esto implica agudizar la dependencia, el atraso y la devastación ambiental del territorio al que pertenecen, les permite a las personas de este sector privilegiado continuar y aumentar sus procesos de acumulación de riqueza.

La situación de subordinación en América Latina se ha heredado como un remanente de la estructura colonial que vivió en los procesos de conquista. Derivado de estos remanentes, el sector burgués actual que tiene la capacidad de orientar la toma de decisiones estatales, presiona al Estado para generar políticas que hagan coherentes sus intereses de clase con los de la industria y comercio extranjeros, aunque ello se traduzca en el establecimiento de políticas de subdesarrollo en lo económico, social, cultural y político (Frank, 1973). Ya desde ese momento, la racionalidad del funcionamiento del capitalismo demandaba la extracción de recursos naturales necesarios para satisfacer las demandas de las metrópolis, lo que se facilitó con la complicidad de las élites locales. Es por ello que las actividades extractivas son uno de los fundamentos de los procesos coloniales, pues permiten el control de recursos estratégicos que son necesarios para el desarrollo de las economías centrales.

Los integrantes de las élites locales buscan el mantenimiento de la miseria en la población porque ello les permite seguir obteniendo beneficios económicos en lo individual. Como resultado, su misión como sector social es mantener, e incluso generar, esa miseria y las condiciones deplorables de vida, porque eso les permite mantener sus privilegios de grupo. Así, si la misión de esta élite local es causar un daño con tal de que eso permita mantener sus privilegios, desde el punto de vista social son generadores de un mal, por ello se les puede calificar como lumpenguesía, misma que provoca un “desarrollo” (si es que podemos llamarlo así) dañino, es decir, un lumpendesarrollo (Frank, 1973).

El lumpendesarrollo se caracteriza por ser un desarrollo estratégicamente dependiente y necesario para sostener y financiar el continuado crecimiento industrial (Frank, 1973). El crecimiento industrial se facilita en los territorios centrales a costa de las relaciones asimétricas que mantienen con los periféricos; en otras palabras, existen territorios que sólo funcionan para satisfacer las demandas de producción y consumo de otros. En este proceso, por supuesto, la naturaleza aparece como un simple instrumento para la satisfacción de los intereses de ambas partes y resulta ingenuo pedirle a los Estados que la protejan si se encuentran inmersos en estas dinámicas.

Una de las manifestaciones del lumpendesarrollo se observa en la dependencia tecnológica que no permite la diversificación de las actividades productivas de un territorio. En muchas ocasiones, para poder mantener su desarrollo tecnológico aventajado y la tendencia a un control monopólico, las empresas multinacionales colocan su equipo recién devenido obsoleto —pero todavía servible— en alguna parte donde no compita con su producción matriz; como es de esperar, este tipo de tecnología suele ser más contaminante y la colocan en países periféricos para los que esos remanentes sí representan un progreso tecnológico. Dicho de otro modo, las empresas dentro de los territorios periféricos hacen uso de una tecnología de segunda mano (Frank, 1973).

Debido a la dependencia tecnológica, los países periféricos no pueden decidir con plena libertad qué tipo de equipamiento debe instalarse en sus territorios, ni mucho menos pueden exigir que sea tecnología amable con el medio ambiente. De esta forma, los avances industriales en los territorios periféricos (obtenidos por los desechos tecnológicos de otros lugares) son en realidad enormes retrocesos en lo que respecta a su independencia tecnológica y el cuidado del medio ambiente. Por otra parte, el proceso de dependencia tecnológica va acompañado de la falta de producción de mano de obra calificada en las zonas periféricas, así como de la falta de un desarrollo tecnológico propio; esto explica que los procesos extractivos generalmente solo requieren mano de obra no calificada —a la que podrán explotar con mayor facilidad debido a su vulnerabilidad social— en los territorios periféricos, mientras que la calificada proviene de los territorios centrales.

En consecuencia, el objetivo de las políticas públicas impulsadas por la lumpenburguesía en los territorios periféricos consiste en lograr una administración de lo intolerable. Esto se puede observar en el hecho de que la mayor parte de las acciones gubernamentales se centra en la implementación de paliativos a los problemas que enfrenta la sociedad sin atacar su origen. Y ello sucede por el hecho de que los paliativos permiten mantener la continuidad de un sistema económico y social que beneficia a esa pequeña clase, aunado a que con ellos —y con las retóricas oficiales, como es el caso de los discursos verdes para el cuidado del medio ambiente— se crea la apariencia de que siempre se están llevando a cabo acciones para solucionar los problemas que enfrentan las personas —como es el caso de la destrucción del entorno natural en el que viven—, cuando en realidad incluso hay ocasiones en que llegan a agudizarlos de forma deliberada.

La violencia reiterada y el continuo despojo de la tierra

Se ha dicho hasta este punto que el Estado optimizante surge de una situación en la que el ser humano se encuentra en una posición de alteridad radical en el mundo. A su vez, se señaló que su papel optimizante se materializa de distintas maneras, tomando en cuenta que existen relaciones asimétricas entre los centros y las periferias que se manifiestan a partir de prácticas imperialistas en las que es necesario el atraso de unos territorios para permitir, de este modo, la dinámica de acumulación a escala global. A ello, se ha añadido que esta situación se facilita gracias a la complicidad de élites locales en los territorios periféricos que provocan una situación de lumpendesarrollo. Así, la generación de miseria, la devastación de amplias partes del planeta o la concentración de la riqueza en pocas manos, son necesarias para sostener los ciclos de producción, distribución y consumo de mercancías a nivel planetario, no se trata de anomias o sucesos azarosos.

Cuando se escucha en las retóricas oficiales que se están impulsando políticas públicas para el cuidado del medio ambiente, pero no se mencionada nada acerca del capitalismo y sus contradicciones inherentes, se debería mantener una actitud de fuerte sospecha. No hay que olvidar que las prácticas imperialistas son las que mantienen la dinámica de acumulación a escala global y estas requieren una apropiación desigual del mundo. Las retóricas oficiales omiten precisamente el hecho de que el capital promueve la devastación y miseria de amplios territorios para continuar con su funcionamiento cotidiano. Esto es algo que se tienen que hacer evidente para perder la ingenuidad ante ese tipo de discursos y pensar que pueden funcionar para frenar la catástrofe ambiental que estamos viviendo.

La violencia en sus distintas manifestaciones debe actualizase de forma constante para sostener la acumulación perpetua de capital. Este fenómeno es algo que el propio Karl Marx (2015) explicó dentro del apartado sobre la Acumulación Originaria en El Capital en donde menciona que la violencia no es algo ajeno al Capital. En el capítulo 24 de dicho texto, Marx realiza un análisis en torno a la idea de acumulación originaria. Su objetivo consiste en explicar de dónde surge el primer capital que dio origen al ciclo de la producción capitalista y concluye que proviene de un acto violento, no del ingenio y ahorro de los primeros empresarios como pretendía explicar la economía clásica de su tiempo.

El primer capital que echó a andar el proceso de producción es resultado de una acumulación previa que actúa como condición de posibilidad del capitalismo, o sea, no es resultado del mismo modo de producción capitalista. Esta acumulación previa —la originaria— consistió en el despojo de los medios de producción que pertenecían a productores que realizaban sus actividades bajo una lógica distinta a la capitalista. Por ello es que los europeos, a base de violencia, realizaron una disolución de la pequeña propiedad privada de los medios de producción que permitía al trabajador sostenerse por sí mismo (Marx, 2015). En otros términos, los habitantes de las colonias de los países europeos y de los reinos feudales fueron despojados de sus tierras y se les convirtió en trabajadores asalariados. Esta violencia, si bien es extraeconómica, no es extracapitalista, pues es condición necesaria para la existencia de este modo de producción y requiere actualizarse de forma constante.

La violencia extraeconómica reiterada es un requisito sine qua non para que continúen los ciclos de acumulación de capital. Es parte de una estructura que se reproduce una y otra vez. Como hemos estado señalando, esa violencia se materializa no sólo en la explotación de seres humanos, sino también en la explotación de territorios y de recursos naturales, ahora a tal magnitud que no le es posible a la naturaleza soportar esos niveles de exigencia. Dicho de una forma contundente: para mantener en marcha las prácticas imperialistas de apropiación desigual del mundo, es necesaria la violencia sobre poblaciones y el despojo reiterado de territorios.

La violencia y el despojo son justificados con distintas retóricas oficiales; ya sea en el proceso de conquista, en los intercambios comerciales asimétricos del siglo XIX, en la industrialización dirigida por el Estado del siglo XX, o en el advenimiento de las economías neoliberales a partir de los años setenta, siempre aparece una retórica que legitima la intervención de un grupo de personas sobre otro pero lo que se encubre es el hecho de que el objetivo es optimizar el funcionamiento del capital. Estos discursos generalmente adoptan la forma de una intervención civilizatoria y es propio de las prácticas imperialistas modernas que hemos descrito.

Ahora bien, las retóricas oficiales “civilizatorias” encubren el hecho de que los Estados orientan sus esfuerzos para someter a la naturaleza y con ello cumplir las exigencias materiales de los territorios centrales en detrimento de los periféricos. Con esto se comprende que las economías centrales se sostienen gracias a la violencia del despojo de territorios y la miseria de amplias partes de la población a nivel planetario. Además, cabe agregar que dicha violencia va acompañada de la eliminación de subjetividades diversas que cuestionen la preponderancia del capital como criterio para la toma de decisiones políticas.

La retórica de intervención civilizatoria del imperialismo pretende definir formas de vida universales a partir de parámetros construidos en las propias potencias centrales, las cuales niegan la capacidad de generar otras maneras de concebir la realidad. Lo civilizado se puede equiparar, de forma general, a la necesidad de un constante progreso que debe verse materializado en una mejora industrial permanente y un crecimiento económico. En este escenario, cualquier enemigo de la civilización debe ser erradicado: las atrocidades coloniales, la sobreexplotación, la miseria de grandes masas de población en el mundo y la devastación ambiental son una consecuencia natural de las intervenciones civilizatorias. A su vez, cada uno de estos actos de violencia es silenciado por las retóricas que los justifican (Amin, 2009).

Los Estados centrales requieren que los países periféricos no se desarrollen y mantengan un carácter dependiente para garantizar el acceso exclusivo y ventajoso a sus recursos naturales. Es decir, necesitan incentivar en ellos un lumpendesarrollo y la principal forma de hacerlo es a partir del ejercicio de formas de violencia y despojo constantes. Además, requieren la complicidad de las élites locales que apoyen el ejercicio de formas de violencia ejercidas de manera constante provenientes de los gobiernos de los territorios centrales.

La dependencia, la miseria, el subdesarrollo y las continuas formas de violencia y despojo sumen a los Estados periféricos en una espiral con políticas públicas centradas en la administración de lo intolerable. Para mantener estas políticas, las élites de los Estados periféricos abogan por que se refuercen los aparatos militares y policiales y con ello se garantice la represión de movimientos sociales que pudieran poner en peligro la acumulación de capital global, aunque ello implique ignorar las condiciones que producen miseria en sus propios territorios. Además, a la par del reforzamiento de los órganos represivos estatales, se amplía la retórica de los Estados que reviste una supuesta defensa de la moral, el derecho o la justicia (Amín, 2008).[4] Finalmente, en el ámbito del cuidado ambiental, esta retórica insiste en que los Estados se encuentran realizando esfuerzos continuos para proteger a la naturaleza, y con ello encubren el hecho de que no atacan las causas de la devastación ecológica planetaria.

Por otra parte, para mantener la miseria en la periferia también se da la intervención directa de los países centrales a partir de la violencia militar y económica. Esto explica por qué existen prácticas de intervención tan inconsistentes desde el punto de vista moral; por ejemplo, las prácticas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) pueden ignorar situaciones horribles en determinados países —incluso con regímenes militares— siempre que sus intereses no sean amenazados, pero por otra parte, buscan hacer añicos con máxima violencia —como es el caso de la Guerra del Golfo— a países en el Tercer mundo que se opongan a sus intereses (Amín, 2008).[5] La intervención de Estados Unidos —en alianza con otros países miembros de la OTAN— en distintos territorios se realiza revestida de una retórica basada en consideraciones humanitarias, el respeto a las instituciones democráticas y los derechos humanos. Esta retórica tiene el objetivo de hacer creer que la búsqueda de hegemonía estadounidense y los territorios centrales es benigna, que permitiría una supuesta paz universal, que las instituciones democráticas se harán realidad en el mundo y que se alcanzará el progreso material para todas las naciones (Amín, 2001).

Con todo esto, se puede entender que la relación entre centros y periferias es una relación dialéctica en la que ambas partes se complementan mutuamente, aunque sea en una situación asimétrica. Así, se debe destacar el hecho de que la interacción entre los centros y las periferias ha intensificado la generación de una economía mundo. Se trata de una economía en la que el capitalismo demanda que distintas instituciones estatales y supraestatales se coordinen para volver más eficientes los procesos de acumulación a escala global. La economía genera la necesidad de intensificar los procesos extractivos, los intercambios comerciales que se dan entre los centros y la interpenetración de los capitales. Si bien es cierto que el capital siempre ha sido nacional en su funcionamiento, hay un constante aumento del capital mundializado que se observa en el desarrollo del capitalismo financiero y los procesos extractivos (Amín, 2008).

El imperialismo extractivo

En este punto, es idóneo profundizar sobre del imperialismo en su modalidad extractiva, es decir, en su orientación hacia el control estratégico de los recursos naturales necesarios para asegurar la continuidad y el aumento de la producción, circulación y consumo de bienes y servicios, lo cual se da a partir de una apropiación desigual del mundo. El imperialismo guarda estrecha relación con las prácticas extractivistas por el hecho de que estas últimas son una expresión del primero. La búsqueda por controlar nuevos territorios se actualiza de forma constante para lograr la expansión de los mercados, para ello es necesario el saqueo constante y paulatinamente mayor de los recursos naturales de la tierra y la explotación de seres humanos alrededor del mundo.

Es importante hacer énfasis en que si no se superan las prácticas del imperialismo extractivo, la demanda de recursos naturales seguirá siendo superior a la carga que puede soportar la naturaleza. Para buscar formas de cuidado del medio ambiente que no sigan la lógica de las retóricas oficiales, se deben atacar los fundamentos en los que se sostiene el imperialismo, sobre todo en su modalidad extractiva. De este modo, el cuidado del medio ambiente debe romper con las prácticas que son parte de la lógica de la administración de lo intolerable; sin embargo, hemos dicho que ello no es posible si se espera que lo hagan los Estados por buena voluntad burocrática, siendo que estos tienen en su propio thelos el objetivo de optimizar los procesos de acumulación de capital a escala global.

Desde esta perspectiva, en muchas ocasiones, la elaboración de políticas públicas tiene que ver con qué tipo de función optimizante tendrán los Estados, cómo se repartirán tales funciones o qué territorios serán despojados para satisfacer la demanda de algún recurso o de mano de obra. Esos criterios para la toma de decisiones no plantean vías alternativas para el cuidado del medio ambiente porque la lógica de crecimiento económico, la racionalidad instrumental y, en general, la optimización del capital, no se ponen en tela de juicio.

Para permitir la continuidad de la dinámica de acumulación global, se requiere de una interacción compleja entre los distintos territorios a nivel planetario, por ello es muy difícil afirmar que un solo Estado —o una empresa trasnacional— sea quien controle el funcionamiento de todo el capital a nivel mundial. Ya sea por los avances tecnológicos en materia de comunicaciones y transportes que demandan materias primas estratégicas, por el aumento de las transacciones globales y el avance del capitalismo financiero, o por otras formas del capitalismo como economía mundo, la interrelación entre distintos territorios se ha profundizado al punto en el que unos no pueden prescindir de otros, aunque dicha relación sea asimétrica y profundamente dañina para algunos de los involucrados.

El papel de los avances tecnológicos es de gran importancia para hablar del cuidado del medio ambiente. El desarrollo y el control de tecnologías cada vez más eficientes para la explotación de materias primas es fundamental para integrar nuevos territorios que, con anterioridad, no interesaban al capital mundial porque no podían ser explotados de manera rentable. La explotación del mundo sigue siendo ampliada por tecnologías cada vez más eficientes para ello, y aunque el desarrollo de las mismas ha sido enorme, su orientación no es motivada por el cuidado del medio ambiente, sino por la explotación más eficiente y rentable de recursos naturales. Debido a ello, así como resulta ingenuo pensar en que por buena fe los Estados comenzarán a cuidar el medio ambiente, también lo es pensar en que se implementarán tecnologías sustentables a corto plazo, pues ellas no permitirían continuar con los ciclos de producción a nivel mundial en la misma intensidad que se dan actualmente; es posible afirmar entonces que cuidar el medio ambiente no es un objetivo de las tecnologías extractivas porque ello no es un negocio. Bajo este razonamiento, se añade un nuevo elemento para pensar que es absurdo esperar que se van a implementar alternativas energéticas amables con el planeta por una buena voluntad espontánea del sector empresarial o de los Estados.

Por otro lado, la tecnología también juega un papel muy importante en lo relacionado a la dependencia tecnológica que adquieren unos territorios en relación a otros. Esta dependencia subsume, en muchas ocasiones, la totalidad de una industria nacional al caer en las “trampas de la especialización”. El hecho de que se realicen prácticas extractivas que son prohibidas en unos territorios y en otros no, además de ser una muestra de imperialismo extractivo, hace evidente formas de dependencia tecnológica que muestran que el cuidado del medio ambiente no es una prioridad en el funcionamiento de los Estados.

La orientación de varios territorios periféricos como proveedores de materias primas —muchas veces forzada por las prácticas de lumpendesarrollo— no debe ser perdida de vista a pesar de los discursos oficiales que sostienen que siempre se está un paso más cerca de lograr el estatus de nación de “primer mundo”. Sea cual sea la orientación ideológica de estos Estados, si no rompen con su papel optimizante del capital y su dinámica dependiente, no dejarán de ser grandes burocracias extractoras y exportadores de materias primas que sirven para sostener el funcionamiento de las economías centrales.

Finalmente, es importante señalar que las prácticas del imperialismo extractivo también tienen su materialización como intervenciones civilizatorias. La idea de una nación civilizada conlleva el hecho de que las personas puedan mantener determinados niveles de consumo a los que se han habituado; esto es un problema muy importante, pues es difícil pedir a una sociedad renuncie de forma pacífica a los niveles de consumo que actualmente disfrutan, aunque ello implique la explotación de personas y recursos en otros territorios. Es por esto que las políticas públicas para el cuidado del medio ambiente casi siempre se basan en la idea de realizar pequeños ajustes en los niveles de consumo que tienen las personas para que sean más “conscientes” del impacto que están causando, pero sin afectar demasiado su forma de vida cotidiana.

CONCLUSIONES

Los Estados no pueden implementar políticas públicas exitosas para el cuidado del medio ambiente. Esto es resultado de su propio thelos, pues su orientación se centra en optimizar los procesos de acumulación de capital a escala global, y mientras exista una economía mundo basada en el modo de producción capitalista, no puede haber un cuidado del medio ambiente. En consecuencia, el actuar los Estados —y de otros actores— se reduce en una administración de una situación intolerable a la vez que la crisis ecológica sigue agudizándose cada vez más.

Las políticas públicas para el cuidado del medio ambiente son coherentes con la existencia del imperialismo extractivo y con las prácticas de una apropiación desigual del mundo. Entre otras cosas, se requiere el lumpendesarrollo de determinados territorios para beneficiar a otros y así sostener esta economía mundo. De este modo, si la naturaleza es puesta en una situación de alteridad radical frente al ser humano, toda política pública que no atente contra dicha alteridad se centrará en lograr una explotación eficiente de la naturaleza, mas no en promover acciones que atenten contra la propia lógica del capital que la está destruyendo.

Después de este recorrido, quedan pendientes distintas preguntas que deberían ser analizadas con urgencia. Entre ellas, la más inmediata, consiste en indagar qué tipo de acciones pueden ser coherentes con el cuidado del medio ambiente que no se subsuman dentro de la racionalidad instrumental del capitalismo; otra de estas preguntas consistiría en discutir sobre si es posible modificar el thelos optimizante de los Estados y, de ser este el caso, las maneras en las que pudiera construirse un nuevo tipo de Estado cuya orientación sea la del cuidado del medio ambiente y la superación de una situación de alteridad radical frente a la naturaleza.

LISTA DE REFERENCIAS

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Amin, S. (2009). La crisis. Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis. España: El viejo topo.

Frank, A. G. (1973). Lumpen burguesía, lumpendesarrollo, dependencia, clase y política en América Latina. Argentina: Ediciones periferia.

Gauchet, M. (2005). El desencantamiento del mundo. Una historia política de la religión. Madrid: Trotta.

Hobsbawm, E. (2009), La era del imperio (1875-1914). Buenos Aires: Crítica.

Machado Aráoz, H. (2015). Crítica de la razón progresista. Una mirada marxista sobre el extractivismo/colonialismo del siglo XXI. Actuel marx / intervenciones, 19, pp. 137-173

Marx, K. (1980). Manuscritos de economía y filosofía. Madrid: Alianza editorial.

Marx, K. (2015). El Capital. Crítica de la economía política. México: Fondo de Cultura Económica.

Weber, M. (2001), La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. España: Alianza editorial

 



[1] Autor Principal

[2] En su texto, La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, Max Weber señala que el capitalismo tiene una racionalidad económica que se puede caracterizar como un sistema en el que hay un racionalismo que busca un crecimiento perpetuo de la productividad del trabajo, lo cual dio como resultado la ruptura de los límites “orgánicos” que tiene el ser humano; se trata de un proceso de racionalización en la esfera técnica y económica, que amplían la productividad, pero que se extiende prácticamente a todas las dimensiones de la vida humana y que se presenta de manera tal que, en términos del autor, fuera como una jaula de hierro que difícilmente puede ser abierta (Weber, 2001).

[3] Es importante tomar en cuenta que si bien los daños ambientales son, en apariencia, más graves en unos territorios respecto a otros, el daño ambiental se da a nivel planetario y es sistémico. Si consideramos que el funcionamiento de los distintos ecosistemas implica una relación indisociable entre distintos elementos, el daño ambiental que se da en un espacio se ve reflejado, tarde o temprano, en distintas partes del mundo, aunque no pueda ser rastreado con precisión dónde inició el problema

[4] P. 67 Samir Amín El imperio del caos

[5] P. 67 Samir Amín El imperio del caos