La Violencia y lo Virtual en la Clínica Psicoanalítica Desde el
Mito de Tiresias
Héctor Sixto Barrón Soto[1] https://orcid.org/0000-0002-6680-0436 Coordinación de Universidad Abierta Innovación Educativa y Educación a Distancia Universidad Nacional Autónoma de México CdMx, México
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Rita Marcela Miranda Aldana https://orcid.org/0009-0004-5139-2953 Centro de Estudios Psicoanalíticos Mexicano A. C.; CdMx, México
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RESUMEN
La violencia es constitutiva del sujeto, tanto que no hay sujeto sin violencia, esto es, de aquello que irrumpe de un afuera en el que se establece al gran Otro como impositor del significante amo: guía del deseo también inscrita desde esa exterioridad. Ni significante ni deseo son, propiamente, pertenencias del sujeto, sino apropiaciones desde el Otro. ¿Qué es entonces lo que podría sugerirse como producción del sujeto? Aquello que resulta como efecto de la voz del Otro en el lenguaje, y algo de esa producción se denomina lo virtual, no como un fenómeno, sino como una intensidad que guarda una singularidad frente a la pulsión y a la potencia, y por ello se distingue de lo posible y del destino. En nuestros días es imprescindible atender no sólo la presencia de la violencia y de lo virtual por separado en el sujeto, sino observar sus vinculaciones entre sí para desentrañar en la interpretación psicoanalítica sus expresiones en los grupos sociales.
Palabras clave: psicoanálisis; violencia; virtual; transferencia; interpretación analítica
Violence and Virtual in the Psychoanalytic Clinic from the Myth of Tiresias
ABSTRACT
Violence is constitutive of the subject, so much so that there is no subject without violence, that is, of that which erupts from an outside in which the great Other is established as the impositor of the master signifier: guide of desire also inscribed from that exteriority. Neither signifier nor desire are, properly speaking, belongings of the subject, but rather appropriations from the Other. What then could be suggested as the production of the subject? That which results as an effect of the voice of the Other in language, and something of that production, is called the virtual, not as a phenomenon, but as an intensity that maintains a singularity in the face of drive and power, and for this reason it is distinguished of the possible and of destiny. Nowadays it is essential to attend not only to the presence of violence and the virtual separately in the subject, but also to observe their links between themselves to unravel their expressions in social groups in psychoanalytic interpretation.
Keywords: psychoanalysis; violence; virtual; transference; analytical interpretation
Artículo recibido 20 setiembre 2023
Aceptado para publicación: 28 octubre 2023
INTRODUCCIÓN
El acto de la violencia como fundamento de la dinámica de lo virtual en el sujeto
Hay en cualquier dispositivo clínico un despliegue de transferencia que pone en tensión las nociones de lo finito y del corte, a través del padecimiento, y con ello expresa componentes que transforman al sujeto doliente, desde una intensidad devenida de lo Real lacaniano, expulsada de lo Simbólico e irritante en lo Imaginario, que podemos identificar con lo virtual, y desde una posición de identidad con el representante del saber, en este caso el analista, que concluye, en las mejores ocasiones, con un acto de violencia para establecer tanto un punto de ruptura con esa identidad, como una línea de diferenciación consigo mismo, o mejor dicho, con su padecimiento.
Conviene recordar que una de las representaciones del corte es la muerte, y los mortales no son aquellos que están vivos ni son aquellos a quienes les falta la muerte, son los que habitan la muerte, pues, como dice Heidegger (1), la “muerte, como cofre de la nada, es el albergue del ser”, y para el caso del psicoanálisis se alude a colocar al sujeto en ese semblante de la falta de ser, esto es, no en la nada ni en el cofre de la nada, sino en la des-virtualización de ese cofre que, por lo demás, no se sostiene sino sólo como imagen.
¿Y cómo se expresa la muerte como habitáculo de la nada y la casa del ser? Una de las referencias más esclarecedoras desde el psicoanálisis para comprender algo de este misterio está contenida en el mito de Tiresias, que, al decir de Lacan (2), “debería ser el patrono de los psicoanalistas”:
(…) Tiresias, el vidente, ese que debería ser el patrono de los psicoanalistas, quedó ciego a causa de una venganza de la diosa suprema, Juno, la celosa; y, como bien nos explica Ovidio en el libro tercero de las ''Metamorfosis'', del verso 316 al verso 338 (…) si Tiresias ofendió a Juno fue porque, consultado así, en broma (…), por Júpiter, quien por una vez tenía una relación tranquila con su mujer, la hizo rabiar con el hecho de que seguramente la voluptuosidad que ustedes experimentan es mayor — es él quien habla— que la que siente el hombre. Pero al respecto dice: “A propósito, ¡haberlo pensado!: Tiresias fue siete años mujer”. Siete años; cada siete años (…) Tiresias cambia de sexo, no por simple periodicidad sino a causa de un accidente: encontró a las dos serpientes acopladas, las que vemos en nuestro caduceo, y tuvo la imprudencia de turbar su acoplamiento (…). Al repetir su atentado vuelve a encontrar su posición primera, la de un hombre. De todos modos, durante siete años fue una mujer. Por eso puede atestiguar ante Júpiter y Juno, y, cualesquiera que deban ser las consecuencias, debe dar testimonio de la verdad y corroborar lo que dice Júpiter: las que gozan son las mujeres.
Esta pareja de dioses, Júpiter y Juno, Zeus y Hera, padre y madre, poco importa la nominación, declara un no-saber del que suponen Tiresias-hijo estaría en capacidad de resolver, y no sólo se lo expresan, sino que le entregan este no-saber. Esto provoca una develación atroz: los padres manifiestan que algo les falta, les falta un saber, por tanto, ya no son dioses que todo lo saben, y colocan a este hijo como el verdadero dios que sí-sabe, y por tanto lo despojan del cofre de la nada.
En este no-saber de los padres, hay una distinción significativa: quien especialmente quiere saber, está situado en la función de virilidad, y quien no quiere saber es la mujer, ¿y por qué esto es significativo? Porque como Freud lo establece, según Miller (3), “hay un símbolo único de la libido y ese símbolo es viril”, de donde el significante de la mujer está perdido. El saber es propio de la palabra y del logos, no de lo Real, aunque sea de lo Real de donde se desprende la intensidad por lograr o no un saber, que en este caso pertenece a dimensión estructurante del sujeto, la del goce.
La respuesta de Tiresias es la siguiente: el hombre goza del placer una sola parte de diez, mientras que la mujer se satisface en nueve de ellas. Si escuchamos literalmente esta respuesta, podemos advertir que Tiresias distingue en el acto sexual el goce de la carne y el disfrute de la mente. Menos oposición que restricción: lo que el hombre conoce y vive, la mujer lo conoce, lo vive y lo experimenta infinitamente, pues el infinito apunta no a lo uno, sino a lo múltiple (4).
La declaración de la experiencia de Tiresias como mujer es eso, la mujer goza lo que el hombre no, porque la mujer cuenta hacia el infinito, y así suele preguntar “¿cuánto me quieres?”, pues en el quantum está contenida la pulsión: “¿Lo es un cuarto, o un décimo? Hay también versiones más precisas, pero poco importa la proporción. Sólo depende, en suma, de la limitación que le impone al hombre su relación con el deseo, que inscribe el objeto en la columna de lo negativo”, dice Lacan (1), en su clase del 20 de marzo de 1963.
Es esta vinculación con el deseo lo que determina la naturaleza contenida del hombre ante el goce, finita y cerrada. En cualquier caso, es posible decir que la respuesta que da Tiresias, de acuerdo a su soporte numérico, es femenina. ¿Hasta dónde puede conducir esta línea de pensamiento? Por lo pronto conviene atender la tensión entre la décima parte viril frente a la nonagésima infinita, múltiple y abierta en la metáfora de las dimensiones lacanianas.
Más cerca de nuestro tema, en esta respuesta Tiresias coloca en sus labios la palabra de la experiencia singular del único ser que siendo macho se ha visto castigado a vivir como hembra y regresado a su origen de macho, y es sometido a la violencia de la ignorancia de los padres para separar la copulación de esa experiencia en las dos posibles, inscribiéndolo en el rastreo de su memoria sobre el goce, como preámbulo a otra violencia aún más determinante. Esta palabra es una que se desprende de la vivencia que se encadena a otra, también singular: la del castigo (de la Diosa-Madre) a esa palabra para arrebatarle la mirada original, pero en esta ocasión sin posibilidad de regresar a ella, y serle entregada en compensación (por el Dios-Padre), otra mirada, la de la revelación, no de la Cosa, sino del desprendimiento de la Cosa que aún no cae a la palabra, y por ello aun cuando existe, no se dice: de esto es que lo virtual encuentra sus nutrientes.
La mirada arrebatada es la que se sostiene en la realidad; la mirada otorgada en suplencia de aquella otra es la que se ejerce en lo que sucede sin consumarse en el lenguaje, en lo que es visible para los inmortales y es no-visto por los mortales: por lo tanto, es oscuro y velado para la palabra: menos que mirar la realidad, lo que ahora ve Tiresias pertenece a lo Real. Y esto que es lo no-visto, se mantiene en esa oscuridad, y es entregada a esta otra parte de lo decible, con un lenguaje también oscuro, comprensible solo para aquellos oídos que sepan desvelar el sentido que contiene ese lenguaje, de donde hay solo un camino de paso, sin retorno.
La historia de la mirada de Tiresias pasa por la violencia y llega al goce; transcurre de su transformación inicial de macho a hembra con el golpe a dos líneas copulantes; establece así los fundamentos de su transformación de veedor a adivinador, a través de la revelación de la verdad del goce. ¿Qué es lo que ahora este Tiresias ciego a la realidad ve? Ve lo que está desprendido de lo Real, pero que no lo es: ve lo Virtual. Aquello que se ha desgarrado de lo Real, y por ello comparte de sus cualidades de latencia, pero que no es Eso: entraña a lo Real inscrito a la realidad.
Lo virtual es un desprendimiento de lo Real, pues tiene un componente de pre-existencia. Por ello habita en lo virtual la potencia imposible de retornar a lo Real, pero transformado, como esa elipsis que ha constituido la transformación existencial de Tiresias, donde esa pre-existencia está marcada por la violencia, tanto como por la repulsión de lo Real, por no decir el asco. Lo virtual lucha incesantemente por esa permanencia en el no-ahí, y cuando fracasa, lo que triunfa es la actualización de la potencia, el acto, con lo que se disuelve lo virtual. Esta propiedad es también la que explica el por qué el acto es anterior a la potencia, pero no cualquier acto, sólo uno, el de la violencia que instituye al sujeto.
La realidad contiene una promesa de muerte que se cumple cuando lo virtual fracasa en su vivencia. Por ello Tiresias suspende su humanidad –su muerte, o su saber sobre su muerte- y está condenado a vivir por generaciones y convivir con los muertos; por ello también Tiresias comparte de la sustancia de la divinidad: sin ser un Dios, está tocado por ellos; en él está lo dividido restaurado en una unidad posterior. Lo que queda fuera de Tiresias, por un lapso limitado, es la muerte en un entorno de muerte, o más puntualmente, de dolor.
Solo es Virtual aquello que constituyó al hombre y se identifica en la tensión de su posibilidad de un retorno no al origen, sino a lo más cercano y a lo más distante del origen: elipsis del amor y sus excesos. El amor en lo virtual es un acto de desgarramiento del cuerpo y posesión de lo indecible; es aquello que Tiresias sugirió en su respuesta a Zeus y a Hera: una décima parte del goce contenido del cuerpo, y nueve veces del dilatado goce de lo infinito.
Lo que Ella quita, Él lo compensa: la violencia del amor y la broma de la diferencia
Lo virtual es un saber inútil desde la nada esenciante del ser, es decir desde lo Real, porque no sirve a nada ni a nadie: no está sometido a ningún sentido ni propósito. Así es la pregunta formulada desde la embriaguez y el ocio divinos: ¿quién entre el hombre y la mujer tiene más placer en el acto sexual?
La respuesta se ejerce aquí como un bastón que separa a los padres de la cópula estéril, es decir del erotismo. Y, nuevamente, abre la furia de la madre por la respuesta y por el acto de la separación. Todo saber separa, y Tiresias lo da a petición, pero también da un saber que confirma al padre, y confirma a Tiresias en el padre. Se mancomunan en esa respuesta, y la madre castiga al hijo para castigar al padre, a quien de otra forma no puede castigar, pues un Dios encuentra sus límites frente a otro Dios, y lo que dice uno no lo puede desmentir el otro.
Las “dulces bromas” revelan los efectos amorosos de la violencia, finalmente mortíferos: la madre rompe el juego y reubica a Tiresias como un mortal a quien le quita la propiedad de mirar la realidad que ella detenta y de la que hace su morada, pues la realidad es una construcción, a diferencia de lo Real, que es la única presencia.
Tiresias se cumple a sí mismo como el instrumento de la madre para castigar al padre, puesto que, como sabe Ovidio (5), “no está permitido a ningún dios invalidar las acciones de otro dios”, tampoco puede ser que exista una represalia de un dios a otro dios, y con ello Tiresias en realidad no satisface al padre, sino a la madre: la verdad no está en que Tiresias se mancomune al padre, sino que profundamente lo hace con la madre, a través del castigo destinado al padre, necesariamente infligido a sí mismo, pues es el costo del estar en medio.
Espejo invertido del padre, a Tiresias le es otorgado lo que es anhelado por la madre arrebatarle al padre: la vista de lo Real. Y quien prevé ya esta solución es ese Tiresias que asume un saber más profundo: el del castigo como alivio, y el de la recompensa como castigo. Aún más hondo, Tiresias se transforma en el sello del odio de la madre por el padre. Tiresias es el vestigio encarnado del odio entre los padres. Es un referente entre ambos, y así se vivirá desde entonces, como quien da referencia no de lo que existe en el instante, sino de lo que existe a condición de que pueda ser: lo Virtual.
El padre, ante lo que considera un castigo al hijo por parte de la madre, lo compensa con lo que cree es una recompensa, pero que es en realidad un castigo aún más profundo: le otorga a Tiresias, ante su ceguera, la clara-videncia, la clarividencia, el ver claro lo que existe en su condición de un cumplimiento, o de un corte que significa el acto para la actuación.
Tiresias es así condenado, bajo la figura de la retribución ante una pérdida, ahora por el padre, a vivir una transformación más sutil, y más lejana a la experiencia: siendo que ante el primer momento de separación de la cópula fue castigado por la madre a vivirse como mujer, en este tercer momento es condenado a vivir en el horror.
La transformación mayor de Tiresias no ocurrirá sin embargo con el horror de ver lo que va siendo al ser, sino lo imposible de decir eso que es de lo virtual: hay un extraordinario vaciamiento del sentido (como el vaciamiento de las imágenes de la realidad que ya se había construido en los ojos-vasija), que se compensa con la primacía del significante en el espacio de la claridad del ver aquello desprendido de lo Real: la clarividencia, el aclaramiento de la mirada, del ver, después del vaciamiento de las imágenes de la realidad.
Tiresias por eso no ve lo oscuro, ve lo claro, tan claro que está vacío de sentido. Tan claro que es incomprensible a la escucha de este lado del lenguaje, de este lado del decir desde la realidad. Palabra profética: el decir con anticipación de un sentido. ¿Decir qué? Lo único decible: el significante en busca de significado.
Aclarar es limpiar. Es quitar lo oscuro. Y lo que oscurece a lo Real, son las imágenes de la realidad, que opacan aquello Real que al aclarar queda visto. Esto es lo que ve Tiresias: lo claro, lo Real, lo terrible, lo que carece de sentido. Aquello que para acercarlo debe ser oscurecido con las palabras, con el decir, con la impureza… con la dulzura de las bromas: la pura vida… aquello que entre más se pierde, más se tiene.
CONCLUSIÓN
Tiresias es el depositario simbólico de dos miradas: una, arrebatada a la realidad y a la luz de la razón; otra, abierta a lo Real y al corazón de lo oscuro e incognoscible, por tanto, indecible si no es a través de la misma oscuridad e incomprensión, y por ello candidato a ser patrono de los psicoanalistas, pues su decir está sostenido en una oscuridad que no resuelve aquél hermeneuta que revela o aclara o da el sentido a ese significante arrojado desde la Cosa como un enigma para el lenguaje, sino quien lo construye desde su desprendimiento y trazo. El sentido no es una dádiva, es una epifanía.
La de Tiresias es una travesía de transformaciones antinómicas que, no obstante, no logra, porque no lo pretende, ni la aporía ni el oxímoron: se nutre no de la simultaneidad ni de la resolución dialéctica, sino de un presente enamorado de sí mismo que anhela ubicarse en un instante perpetuo.
Lo que subsiste así en la historicidad del mito de Tiresias, es un movimiento de vuelcos y transfiguraciones: Tiresias se ve sometido a una transformación inicial desde que interrumpe con violencia un ciclo de procreación entre dos seres rastreros. Las consecuencias de esta violencia contra el uno creado desde la unión de dos, son las de asumir las propiedades del violentado: se convierte en lo que ha violentado. Es el ser que se inscribe en el espejo donde ha visto lo que le repele.
La violencia es un acto no para separar al victimario de la víctima, sino para convertirlo en ella, y esta es la primera transfiguración que expresa la violencia: Tiresias es puesto en el lugar de la serpiente hembra que ha agredido, y es transformado en mujer, y en un nivel más profundo, el actor es transformado en aquello que es objeto de su aversión. Aquello que más se teme contiene un mensaje secreto del deseo, donde lo repulsivo se expresa como un exceso de amor por el objeto de odio. Este exceso de amor por lo que se odia es tan fuerte que termina por disolver los vínculos con los objetos originales de amor. Así pues, Tiresias adquiere las propiedades que contiene esa demasía de amor expresada en la mujer[2].
El segundo evento de transformación ya es bajo el peso de la violencia perseguida, que es el camino para transformarse en lo que se ha sido: Tiresias arremete contra la serpiente macho y recupera su condición de hombre. La violencia omisa de un fin explícito convierte al agresor en su víctima, en tanto que la violencia perseguida, permite al agresor regresar a su estado original, y actúa ya bajo el dominio de un sentido: el de ser lo mismo a lo que se agrede desde el exceso de repulsión a quien se representa, en este caso a la mujer: me repudio tanto que te golpeo para ocuparme en ti. Este exceso de odio como declaración amatoria, estima desplazar al objeto agredido para ocupar su lugar.
Tiresias traza de esta forma un periplo que lo regresa, por intermediación de lo divino, al punto de partida, y restituye lo que había interrumpido: el ciclo de procreación, el círculo de vida, lo uno desde dos. No obstante, ningún regreso es al mismo punto ni se es el mismo. Tiresias se ha conocido ya como mujer y como hombre. Pero siempre como uno o como otro, nunca de forma simultánea. El trayecto también expresa el ejercicio de la violencia alrededor del objeto de deseo, de lo metafórico a lo metonímico, de la disolución con el objeto, a su desplazamiento. Tiresias macho es transfigurado por acción del horror en su profundo ominoso, es decir, en la esencia de lo que agrede: la hembra. La esencia más honda, es decir, la incognoscible, como lo advierte Heidegger (1): “Lo terrible (Entsetzende) es aquello que saca a todo lo que es de su esencia primitiva”. Es convertido en hembra a partir de esa agresión nacida desde la oscuridad de lo Real. Desde la lucidez, en cambio, encuentra la escena original de la que sabe que podrá recuperar su esencia como macho, y ejerce la agresión para esta nueva transfiguración. La agresión oscura y la agresión física copulan en Tiresias como esas víboras que ha enfrentado, que lo han transfigurado. La copulación no es confusión: mantiene la distinción entre macho y hembra. Se es uno o se es el otro, pero no hay confusión.
Esta propiedad de Tiresias lo singulariza como el único mortal que se ha conocido como macho, como hembra, y de vuelta como macho. Círculo éste de transfiguraciones sucedidas por la violencia contra la perpetuidad. Una agresión interrumpe el ciclo de la vida. La violencia, devenida desde la Cosa, transfigura a Tiresias desde el horror, desde su Entsetzende, en la expresión desveladora de su esencia. La violencia desde la lucidez, desde el logos, lo devuelve a aquella esencia primitiva que sin embargo ya está perdida. En suma, el acto de confrontación con lo ominoso transfigura al sujeto en su deseo, y hace del devenir un corte, o un acto.
Puede decirse, finalmente, que la madre, en ejercicio de su violenta libidinización, es quien le asigna al sujeto un destino a ser, y desde su falta lo virtualiza. En cambio, el padre, en su función de corte, des-virtualiza al sujeto en un no-ser a partir del cuál se establece el escenario para virtualizar lo que se instauró en un primer momento, en un juego de broma. Dado que la función paterna es fallida, un dispositivo clínico como el del psicoanálisis está en posibilidad de promover una construcción social a partir de la desvirtualización que le antecede.
Conflicto de interés
Los autores declaran no tener ningún conflicto de interés.
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[1] Autor principal
Correspondencia: hsbarron@gmail.com
[2] El lema popular del “Te pego porque te quiero”, contiene de forma elocuente esta premisa del exceso de amor como causa de la violencia.